Una casa en Asturias
Una hija y su padre vuelven a la casa de vacaciones en la que estuvieron años atrás. Un encuentro inesperado cambiará sus vidas.
Por fin, después de tres años volveríamos a pasar las vacaciones de verano en la casa de Luarca. Se trataba de una casa rural con dos viviendas, una en cada planta, y unas antiguas cuadras que ahora se utilizaban de garaje y de almacén.
Mis padres habían alquilado una de las viviendas durante tres años consecutivos, pero desde que se separaron no habíamos vuelto. La primavera pasada papa me preguntó si me apetecía que volviéramos los dos solos en el verano y mi respuesta fue que por supuesto; tenía unos gratos recuerdos de los veranos que habíamos pasado allí cuando tenía entre doce y quince años.
He de decir que soy hija única, pero todos los veranos nos había acompañado mi primo Javier. Aunque le llamo mi primo, realmente no somos familia. Él tiene un año más que yo y como su padre y el mío son grandes amigos, normalmente pasábamos todas las vacaciones juntos, un mes con sus padres en la playa y el otro con los míos en la casa de campo. Javier y yo tenemos también una gran amistad desde siempre, pese a tener caracteres muy distintos. Javier es tranquilo y poco curioso, le apasionan los deportes y tiene que estar en permanente actividad física. Yo, por el contrario, soy muy nerviosa y curiosa y me paso el día leyendo y escuchando música.
Nunca olvidaré el último año que pasamos en la casa, fue el verano en que pasé de una infancia prolongada a la adolescencia. Coincidió que la otra vivienda, la situada en la planta alta, la alquiló otra pareja con una hija de mi misma edad, Mónica, con la que congeniamos perfectamente tanto Javier como yo, haciéndonos inseparables durante todo el mes que pasamos allí.
Mónica estuvo casi toda la temporada sola con su madre, Antonia. Las cosas entre sus padres no estaban bien y, después de pasar dos o tres días juntos, que al parecer no fueron buenos, decidieron darse una tregua estival.
Antonia era una mujer guapa y elegante, cuyas formas, tanto físicas como espirituales, me parecieron entonces el modelo a alcanzar cuando fuera mayor. Su situación personal hacía que se la notara lánguida, solitaria y distante, aun cuando siempre cariñosa educada y atenta. Ella, involuntariamente, hizo que descubriera mi propio cuerpo y la sexualidad.
Por aquel entonces, como he dicho, yo me encontraba en una infancia prolongada. Había entrado en la pubertad hacía como un año, pero quitando algunos cambios físicos poco evidentes todavía, mi cabeza seguía igual, sólo que más pudorosa.
Mediadas las vacaciones, para Mónica y para mí las dos viviendas habían pasado a ser una sola, entrábamos y salíamos de una u otra como si no hubiera puertas en medio y nuestros padres nos dejaban hacer al vernos contentas, tranquilas y entretenidas en una edad tan compleja.
Una noche después de cenar subí para charlar un rato con Mónica. A las once más o menos me despedí, ya que mi madre no quería que estuviera fuera de casa después de cenar. Salí silenciosamente para no despertar a Antonia, que se había ido a su cuarto hacía un rato. Desde el descansillo de la escalera distinguí luz en la habitación de Antonia y no pude evitar mirar. Tenía la luz de las mesillas de noche encendidas, llevaba un albornoz corto que mantenía entreabierto mientras se daba unas cremas delante del espejo. Su imagen me fascinó. Tenía un cuerpo espléndido: unos pechos grandes sin ser excesivos con unos impresionantes pezones, unas piernas moldeadas y un culo respingón, más grande que pequeño. Se estuvo frotando rítmicamente durante un buen rato los pechos, las piernas, el culo y las caderas, sin que yo pudiera dejar de mirarla. Durante este tiempo comencé a tener una sensación desconocida, que me obligaba a respirar más intensamente.
Cuando cerró el recipiente de la crema dejó caer el albornoz mientras se daba la vuelta para coger el camisón que tenía sobre la cama, pero cortó el movimiento repentinamente, de forma que yo hubiera jurado que me había visto. Me quedé petrificada. Sin embargo, en lugar de seguir mirando hacía donde yo estaba, se sentó en la cama desnuda y cambió la posición del espejo. En la nueva posición yo podía ver el reflejo de su imagen de frente plenamente. Abrió los muslos y pude ver la espesa mata de pelo que tenía en el pubis. Primero despacio y después cada vez más rápido comenzó a tocarse los genitales. Yo llevé mi mano también a los míos de forma instintiva, subiéndome la escueta falda que llevaba y por encima de las bragas me sobé. Desgraciadamente no podía ver con precisión que partes se tocaba. Al poco empezó a sobarse los pechos y a pellizcarse y tirarse de los pezones con una mano, mientras mantenía la otra en la misma posición. De pronto se puso tensa, emitió unos leves gemidos y se dejó caer de espaldas en la cama. Yo no sabía que había pasado, pero al minuto se incorporó, se metió en la cama y apagó las luces. No parecía que le hubiera sucedido nada malo.
Bajé las escaleras sin hacer ruido, entré en casa y me fui a mi cuarto en un estado de excitación que no podía explicarme. Me puse un camisón en vez del pijama que solía usar normalmente y me dormí tocándome los genitales, lo que me produjo cierto placer, pero nada como lo que parecía haberle sucedido a Antonia.
Mi desconocimiento del sexo a los quince años se debía en gran parte a los criterios de mi madre y al total oscurantismo que las monjas del colegio al que iba imponían sobre el tema. Mi madre tiene un carácter cerrado y austero y años después me enteré que su forma de afrontar la sexualidad había sido el principal motivo de la ruptura con mi padre.
Ya he dicho que tengo un carácter curioso y entre esto y la edad que tenía comencé a estar todo el día dándole vueltas al sexo y a lo que Antonia había hecho. Me dormía muchas noches tocándome sin obtener gran cosa y soñaba con la visión de Antonia. Tímidamente saqué varias veces el tema del sexo en mis conversaciones con Mónica, pero ella me dio algunas vagas explicaciones científicas y anatómicas sobre la sexualidad, el macho y la hembra,…, que no sólo no me resolvieron las dudas, sino que me crearon otras nuevas.
Más o menos una semana después del incidente de Antonia fui a despertar al que llamaba mi primo. Teníamos que ir al pueblo a hacer unas compras que nos habían encargado mis padres antes de partir a ver a unos amigos a Oviedo. Javier y yo éramos y somos más que amigos y ya entonces teníamos una confianza mutua que todavía hoy se mantiene. Toqué en su puerta y como no me contestó entré a despertarlo. Estaba dormido boca arriba, cubierto escasamente por una ligera sábana. Antes de hablarle observé que tenía un bulto en la entrepierna del tamaño de un plátano. Hasta dos años antes nos habíamos duchado juntos al volver de la playa y no recordaba que entonces tuviera nada así. Me acaloré y decidí salir para volver a tocar en la puerta hasta que me contestara, cosa que hizo al poco. Fui a mi cuarto y presa de la misma excitación de la otra noche pensé que tenía que averiguar cómo era aquello y que nadie mejor que Javier para eso.
Me dirigí al baño en el que había entrado Javier y al escuchar el ruido de la ducha entré sin llamar. Javier me indicó que se estaba duchando y que fuera al otro baño. Lejos de hacerle caso, descorrí la cortina y me senté en la bañera.
- ¿Qué quieres? ¿No ves que ya me estoy duchando? –Dijo volviéndose de espaldas-.
- Javier, hace un momento he entrado a despertarte y he visto que tenías un bulto entre las piernas –dije realmente con inocencia-. ¿Te pasa algo?
- No, no me pasa nada.
- Pero antes, cuando nos duchábamos juntos no tenías ese bulto –dije queriendo saber-.
- Se trata de una erección involuntaria. Una cosa que nos sucede a los hombres de vez en cuando en el pito –contestó Javier condescendientemente-. No me puedo creer que no sepas lo que es.
- De verdad que no primo. ¿Puedes enseñarme cómo es?
- Por favor déjalo ya y pregúntale a tus padres.
- Ya sabes que tengo poca confianza con ellos y me da mucha vergüenza –Yo no estaba dispuesta a dejarlo pasar-.
- Antes era un niño y ahora soy un adolescente. –Dándose la vuelta dijo:- Ves como no me pasa nada, pero si sigues ahí me va a pasar aunque no quiera.
No era el mismo pito de hacía años. Había crecido, sobre todo de grosor y le había salido una especie de cabeza en la punta. Los huevos le colgaban y le habían salido pelos. Eso si me había pasado a mí también. Me gustaba, me gustaba mucho como objeto y no podía quitarle la vista de encima.
- Pero ahora no tiene el tamaño que yo he percibido antes.
- Porque no está en erección. No te lo he dicho ya.
- Enséñamelo como estaba antes –insistí-.
- ¡Que no es un resorte, coño! ¡Que yo antes estaba dormido y no lo puedo controlar! –Contestó Javier ya amoscado-.
- ¿Y cuando estás despierto, cómo lo puedes controlar?
- Te estas poniendo muy pesada. ¿Quieres dejar que me duche y me vista?
El agua de la ducha me había salpicado en la camiseta y, entre el frío y la situación, mis pequeños pezones se estaban poniendo duros y empezaban a notarse, ya que todavía no usaba sujetador, por innecesario.
- Por favor primo, no puedes dejar que siga sin saber nada de nada –rogué con la voz alterada-.
- ¡Que pesada! Se pone gorda cuando se toca o cuando se tiene deseo sexual por alguien.
Observé como miraba mis pezones a través de la camiseta y como empezaba a engordar su pito.
- Cuando se toca así. -Sin pensarlo dos veces se la cogí con la mano y noté que se había puesto gorda y dura, con casi un palmo de longitud. Aquello me parecía imposible-.
- ¡Ves lo que has conseguido¡ ¡Vamos a tener problemas! –Dijo con la voz trémula-.
Seguí tocándosela con una mano sin hacerle caso, mientras que con la otra mano le palpaba los huevos. Sin tiempo a seguir protestando se puso rígido y eyaculó un chorro que me saltó a la cara y a la camiseta y después otros con menor fuerza que se me quedaron en las manos. Se puso rojo como un tomate y salió corriendo hacia su habitación.
- ¿Estás bien? No te enfades Javier y cuéntame que ha pasado –dije corriendo detrás de él-.
- Ha pasado que me he corrido, técnicamente he eyaculado –contestó mientras se ponía los calzoncillos-. No me puedo creer que con quince años estés así de verde. Otro día te contaré más cosas, pero esto no debe volver a suceder.
Así era Javier ya desde entonces, una especie de amigo-padre sumamente responsable y centrado en su deporte y su ejercicio físico. Me dio unas breves nociones parecidas a las que me había contado Mónica. Saqué en conclusión que ambos habían estudiado Educación Sexual en sus colegios respectivos con el mismo programa, materia que en el mío era tabú.
Mónica estaba colada por Javier, pero Javier no se daba ni cuenta y se dedicaba a lo suyo, aunque charláramos y jugáramos los tres a las cartas habitualmente.
El hecho que terminó de despertar mi sexualidad me ocurrió con Mónica dos días antes de terminar las vacaciones.
Una tarde tonta de esas que abundan en la adolescencia, estábamos en su casa viendo la tele. Antonia había ido de compras a Oviedo y a Mónica no le había apetecido el plan. En la tele estaban dando uno de esos programas magacines que son una auténtica idiotez, pero con los que pierdes el tiempo sin esfuerzo. En medio de hijos y madres peleados y vecinos que se odian salió una pareja experta en masajes que iba a presumir de lo bien que lo hacían y de lo que se divertían. Al terminar Mónica dijo en voz baja:
- Ven a mi habitación, te voy a enseñar lo que he encontrado en el cuarto de mis padres.
Fui hacia su habitación y Mónica entró al momento cerrando la puerta y escondiendo algo bajo la camiseta. Sacó un libro y me lo pasó. Se llamaba “Los secretos del masaje sexual”
- ¿Quieres que lo veamos juntas antes de que venga mi madre? –Preguntó Mónica-.
Por supuesto que quería. En la hojeada que me había dado tiempo a echarle entendí que allí podía estar la solución a parte de mis problemas de desconocimiento de la materia. El libro comenzaba con una breve explicación de los cuerpos femenino y masculino, especialmente de los genitales, y continuaba con los masajes que cada uno podía hacerse solo o ambos en compañía. A la hora escasa de estar viendo el libro las dos estábamos como encima de una barbacoa. Yo notaba que tenía el chocho húmedo y un pellizco en el estómago que sólo había sentido en mis dos aventuras anteriores de ese verano. Cuando íbamos por algo menos de la mitad, Mónica dijo que todavía quedaba al menos una hora hasta que llegase su madre y propuso que por qué no probábamos algunos de los masajes. La idea me pareció genial. Mónica, siguiendo las instrucciones del libro, se desnudó por completo y se untó abundantemente de aceite corporal. Sin duda, aunque teníamos la misma edad, mes más o mes menos, estaba mucho más desarrollada que yo. Tenía unos pechos prominentes con unas areolas grandes, las caderas ensanchadas y abundante pelo en el pubis. Era muy guapa. Yo me desnudé también con un poco de vergüenza y me puse el aceite.
- Espera voy a la habitación de mi madre por el espejo, para que podamos vernos bien –dijo Mónica mientras me ponía el aceite-.
Cuando vi a Mónica volver con el espejo, me recordó a Antonia y aquella noche de hacía diez días, cayendo en la cuenta de que Antonia se estaba masturbando, posiblemente siguiendo los dictados del libro, lo que me hizo abrigar esperanzas respecto a mi capacidad de sentir una descarga de energía como la que ella había sentido entonces.
- ¿Has llegado al orgasmo alguna vez? –Me preguntó Mónica al coger el libro para decidir que masaje haríamos-.
- No, creo que no –le contesté sin decirle que realmente no sabía muy bien que era eso del orgasmo-.
- Yo tampoco. ¡Probemos suerte hoy!
Siguiendo una imagen del libro enrollamos una toalla y nos sentamos mirando al espejo con las piernas abiertas sobre el rulo y comenzamos a sobar cada una sus pechos alrededor de los pezones. Aquello estaba bien, pero al cabo de diez minutos de sobe llegamos a la conclusión de que así no llegaríamos al orgasmo. Pasamos unas cuantas páginas en medio de risas nerviosas cada vez que salía un pito en erección.
- ¿Has visto alguna vez un pito así? –Le pregunté a Mónica recordando la escena con Javier-.
- De verdad no, ya me gustaría –contestó Mónica bastante despendolada ya-. Los tíos le llaman la polla, el nabo, el cipote, el carajo, la verga y cosas por el estilo. Creo que se la miden cuando la tienen gorda para saber quien la tiene más grande. ¿Te imaginas? ¿Y tú has visto alguna vez una de esa manera?
- Si una –contesté para hacerme la importante, en vez de callarme como hubiera debido-.
- ¿Cómo era? ¿Era grande? ¿De quién era? ¿Qué hiciste? …
Mónica era toda preguntas que yo no podía dejar de contestar. Así que versioné un poco las cosas para no comprometer a Javier.
- La de mi primo Javier y era grande, bastante grande, como un plátano. Entre en su cuarto para despertarlo y estaba dormido desnudo y destapado con todo eso hinchado al aire.
- ¡Que asquerosa! ¡Por Dios, que envidia!
Traté de salir del tema diciendo que siguiéramos mirando el libro. El resto de los masajes eran con consoladores o para parejas. Como consoladores no teníamos, Mónica propuso que hiciéramos los de parejas, que primero una se lo daba a la otra y luego al contrario.
Me tocó a mí recibirlo primero. Me tendí boca abajo en la cama, mientras Mónica me masajeaba los muslos, el culo y la espalda y me pasaba los pechos por todas partes. Podía sentir sus pezones por mis nalgas y mi espalda y como sus manos se acercaban a mi chocho sin tocarlo, aunque era lo que más deseaba del mundo en ese momento. Sentía cosas que no había sentido nunca y tenía un calor insoportable.
Luego cambiamos, ella se puso boca arriba y yo, mirándola, le sobé sus preciosas tetas. No pude más y la bese. Ella me devolvió el beso de manera apasionada y me pidió entre susurros que le tocara el coño. Yo cogí su mano y la lleve al mío, a la vez que cumplía sus deseos.
Nos llevamos así un buen rato tocándonos por todas partes hasta que note que se tensaban todos mis músculos, recibía una descarga eléctrica que me hacía temblar y después caía sin fuerzas sobre la cama al lado de Mónica, que me susurró que ella también había tenido su primer orgasmo.
Mónica me contó al día siguiente que su madre le había preguntado si había cogido un libro de su habitación, al parecer, con las prisas Mónica lo había dejado de cualquier manera y Antonia lo había percibido.
Comprenderéis que con estos antecedentes tuviera un magnífico recuerdo de la casa de Luarca y sobre todo del último verano que pasamos.
Desde aquel verano mi vida había cambiado radicalmente, en parte, porque es normal con la edad, pero también porque había descubierto que disfrutaba el sexo y sin ser un putón había hecho bastantes prácticas con los novietes. El otro motivo del cambio en mi vida había sido la separación de mis padres. Fue bastante civilizada. Yo vivía con mi madre y pasaba los fines de semana y las vacaciones con mi padre, al cual adoraba. Mi padre resultó bastante liberal, una vez separado de mi madre, lo que nos había permitido tener una gran confianza mutua. Él sabía de mis novietes y yo de sus novietas, respetándonos mutuamente.
Llamé al primo Javier para convencerle de que se viniera con nosotros y aceptó pasar quince días a principios de mes, ya que después se iría a la casa de los padres de una novia, bastante gilipollas, que se había echado recientemente.
Después de aquel verano casi no había vuelto a tener contacto con Mónica. Vivíamos en ciudades distintas y aunque al principio nos cruzamos algunos correos, al final en esa edad la distancia es el olvido.
Pensé que sería estupendo poder ver a Antonia y a Mónica de nuevo y pasar unos días con ellas. Le mandé varios correos a Mónica preguntándole si irían, pero no recibí contestación de ninguno de ellos.
El diecisiete de julio salimos los tres hacia Luarca. Yo, como siempre que hablaba con Javier de Luarca, le recordé la escena de la ducha y él me dio la misma contestación de siempre: me tienes que dejar tocarte las tetas cuando te crezcan. Javier era injusto, yo no era pechugona, pero tampoco era de Villarrasa.
El primo se había convertido en un mocetón alto, fuerte y guapo, pero seguía tan serio, tan deportista y tan sano mental y físicamente como siempre.
Cuando llegamos a Luarca era de noche. Decidimos cenar en un restaurante próximo y luego llegar a la casa a dormir. Como los otros años habíamos alquilado la vivienda de abajo. Al llegar no vimos a nadie y una vez reconocida de nuevo la casa nos fuimos a dormir a las habitaciones de siempre.
Nos despertó el timbre de la puerta al poco de irnos a la cama. Salimos papá y yo, Javier es un leño cuando se echa a dormir. Al abrir la puerta nos encontramos con Antonia y con Mónica, sabían que éramos nosotros por el coche. La alegría fue general y nos deshicimos en besos y abrazos. Antonia pidió excusas por habernos despertado, pero muy al contrario de estar enfadados, les dijimos que entraran a tomar un poco de café, porque todavía no nos había dado tiempo a comprar otra cosa. Antonia insistió en que subiéramos a tomarla, ya que ellas llevaban dos días y si les había dado tiempo a comprar. Nos echamos cualquier cosa encima y subimos.
Mientras tomábamos la copa, al observar a Antonia recordé la famosa escena de la paja. Estaba mejor que antes, igual de guapa pero mucho más alegre. Mónica se había convertido en un bellezón como pocos: alta, guapa, buen culo, buenas tetas, buen de todo. Me acordé del libro de marras y me alegré de haberlo comprado y traído, por si surgía la ocasión. Además de tía buena, y que conste que a mí me gustan sobre todo los tíos, Mónica seguía igual de sencilla y de simpática. Después de un buen rato de recordar otros tiempos, Antonia contó que pasado aquel verano se había separado finalmente y papá lo mismo, pero un poco más tarde. Ellas tampoco habían vuelto desde hacía tres años, era un auténtico milagro haber coincidido.
Cuando nos venció el cansancio nos despedimos, quedando para el día siguiente. Ya en la cama, caí en que había visto a papá esa noche más alegre que en los dos últimos años con todas las novietas que me había presentado. Sería fantástico que entre Antonia y él surgiera algo. Como ya he dicho, Antonia era el modelo de mujer en el que yo pretendía convertirme.
A la mañana siguiente Mónica bajó a invitarnos a desayunar. Subimos ya todos. Las miradas entre Mónica y Javier durante el desayuno dejaban a las claras la atracción mutua entre ellos. Mónica nos contó que estaban esperando a una antigua compañera de trabajo de Antonia y a su hija, que pasarían quince días de las vacaciones con ellas para compartir gastos, ya que con la separación las cosas estaban un poco achuchadas.
Fuimos a la compra y ya volvimos después de comer. Tras arreglar la casa y colocar las cosas subí a ver a Mónica. Me abrió Antonia y otra mujer a la que me presentó como Lola, era su antigua compañera de trabajo. Entré a ver a Mónica a su habitación. Estaba discutiendo con una chica, debía ser la hija de Lola, que pretendía que se cambiara de habitación. La chica se daba un aire a la Pataki y llevaba un “look” entre Lolita y un putón verbenero: camisa anudada bajo el pecho, bastante abundante por cierto, pantalón corto ajustado por todas partes como para cortar la respiración, gafas de sol y unos tacones que no pegaban ni con cola. Vanesa, que así se llamaba, aunque se hacía llamar Vane, con malos modos reivindicaba que ella tenía derecho a ese cuarto de la misma forma que Mónica y que era obligación de esta cedérselo por educación. Sus argumentos eran equiparables al cuento de la aceituna gorda y la pequeña. Terció Antonia a fin de evitar conflictos, pidiendo a Mónica que le dejara la habitación a Vanesa y que ellas dos compartirían la principal. Yo por mi parte dije que a nosotros nos sobraba un dormitorio y si papá no ponía ningún problema podría ser ocupado por Mónica o por Vanesa. Sin darle tiempo a hablar a Mónica, Vanesa se apuntó a cambiarse de casa. A Antonia se le cambió la cara, pero no dijo nada. Bajé a pedirle permiso a papá para que Vanesa pudiera usar el dormitorio. Papá no puso ningún problema y Vanesa se mudó a casa.
La bajada de Vanesa a casa fue como una mudanza. Llevaba tres maletas como baúles y dos neceser de mano. Javier, que estaba en el salón, la ayudó a introducirlas en casa. Durante el traslado papá me preguntó en un aparte de dónde había sacado a la doble Sue Lyon.
Para celebrar la llegada papá había invitado a cenar a Antonia y Mónica y al saber que ya habían llegado Lola y Vanesa hizo extensiva la invitación a ellas también.
Al sentarnos a la mesa, Antonia parecía una modelo de Dior acompañada por dos stripper. Lola llevaba un vestido ajustado con la parte de arriba anudada al cuello. Era una mujer atractiva, pero de un ordinario que temblaba el orden. Su generoso cuerpo se desbordaba por todas partes, pero sobre todo por la pechera, que a duras penas podían contener las dos tirillas que le tensaban la espalda. Vanesa, Vane para los amigos según decía ella, seguía con un look parecido al de la tarde, pero había disminuido la parte de arriba hasta tener que estar continuamente recogiéndose las tetas y se había puesto unas medias negras debajo de las bragas pantalón que antes llevaba.
La cena fue dual. Antonia y Mónica estuvieron encantadoras, como siempre, y Lola y su niña o Vane y su madre, según se quiera contar, tontearon con todo lo que tuviera un cilindro, incluido el lomo de cerdo que había preparado papá. El asedio de Lola a papá y el de Vane a Javier fue comparable con el de Stalingrado, pero con menos éxito. Lo de Vanesa con Javier fue de Juzgado de Guardia. Desde que lo vio perdió el norte y no paraba de inclinarse haciendo como que no podía oírlo, para mostrar mejor la mercancía que se le salía de la camisa.
Tras una copa, Antonia y Lola volvieron arriba, Vanesa se fue a su cuarto y Mónica se vino al mío. Estaba abochornada del espectáculo. Le dije que ella no tenía ninguna culpa y que cada uno era responsable de sus actitudes. Al rato se fue a dormir apenada y volviendo a pedir unas excusas que no le correspondían a ella.
Por la mañana, antes de que se levantaran Vanesa y Javier, papá y yo estuvimos tomando café en la terraza, momento que aproveché para comentar con él la cena de la noche anterior. Papá me recriminó, suavemente, que juzgara a las personas a la primera y me recomendó que fuera prudente, indicándome que las formas no siempre eran determinantes y que no se podía evaluar a las personas por una noche. Discutí con él, pero al final me pudo con su dialéctica y decidí dejar las cosas, esperando nuevos acontecimientos, si se producían.
Esa tarde los cuatro jóvenes nos fuimos a Oviedo de compras y de marcha. Yo conducía el coche de papá y Vanesa se empeñó en sentarse detrás con Javier tanto a la ida como a la vuelta. Durante toda la jornada Javier estuvo acosado por Vanesa que impedía a cualquiera acercarse a él. Volvimos tarde y cada uno se marchó a su cuarto a dormir
A la mañana siguiente al volver a mi habitación de asearme y pasar frente a la puerta del dormitorio de Javier oí cierta agitación que me extrañó. Subí al dormitorio de Mónica, para ver si la agitación la concernía, pero dormía como un lirón semidesnuda encima de la cama. Realmente Mónica estaba preciosa. Tuve cierta debilidad instantánea al recordar otros momentos, pero decidí que para ser el tercer día de vacaciones era mejor que me diese otra ducha fría.
Bajé a casa a desayunar con papá, que era el único levantado. Tenía cara de preocupación, pero no dijo nada. Al rato llegó Vanesa todavía en pijama, si a lo que llevaba se le podía llamar así. Era un camisón corto y transparente que dejaba ver a la perfección sus tetas abundantes y su bonito culo, apenas cubierto por el mini tanga a juego. La verdad es que estaba lo que se podría definir como “buenorra” o como dirían algunos de mis amigos “tenía un polvo guarrón”.
- Esta chica en las maletas debe llevar cadáveres, porque la ropa que se pone cabe en los bolsillos –dijo papá tan irónico como siempre cuando se levantó Vanesa-.
- ¿Te gusta ella o su vestuario?
- ¿Qué vestuario? –sentenció papá-.
Ese día las mujeres fuimos a bañarnos al mar, papá y el primo fueron a pasar el día a Gijón para ver no se qué cosas. La actitud de Antonia respecto a Lola era distante, en mi opinión estaba bastante arrepentida de compartir la casa con Lola y su hija y había decidido esperar que pasaran los días sin tener conflictos.
En la playa Lola y Vanesa tuvieron oportunidad de mostrar sus carnes a gusto. Vanesa se paseó contoneándose delante de todos los grupos de chicos que había y Lola se puso a tomar el sol boca abajo sin el top del biquini, simulando que intentaba que no se le vieran las tetas, cuando sabía perfectamente que se le desbordaban por los lados como balones de fútbol.
Antonia, Mónica y yo dimos un paseo por la playa charlando. Antonia comentó que había sido un error decirle a Lola si quería compartir unos días la casa, error que confirmó Mónica también respecto a la “guarra de Vanesa”. Sólo la conocía durante seis meses como compañera de trabajo y afortunadamente hacía un mes que se había cambiado a otro del que no tenía muchos datos, algo relacionado con Servicios Personales Avanzados o con los SPA o algo así. En un momento en que Mónica se quedó rezagada, dijo que la perdonara si se mostraba más distante con nosotros, pero que no tenía nada que ver conmigo. Cuando quise preguntarle el por qué nos alcanzó Mónica, supuse que no quería que supiera nada y callé.
Después de comer volvimos a casa con la intención de dormir una siesta. Antonia, Lola y Mónica subieron a su casa y yo fui a darme una ducha antes de tumbarme. Cuando estaba a punto de meterme en la ducha se abrió la puerta. Era Vanesa preguntando si tenía tampones, pues tenía que venirle la regla. Ahora no me incomoda estar desnuda delante de otras mujeres, pero noto cuando me miran más allá de la comparación de cuerpos que todas las mujeres hacemos en esas circunstancias.
- Cógelas, están en el armario del baño –le contesté volviéndome para mirarla-.
- Tienes un cuerpo precioso, realmente de modelo –dijo observándome fijamente-.
- Bueno tú también estás bien. Además tienes más pecho que yo, que siempre lo he tenido escaso. –le dije para devolverle el cumplido-.
- Eso es porque desde los trece años siempre que puedo me doy masajes –diciendo esto se quitó la parte de arriba del biquini, quedándose con sus estupendas tetas al aire-. Desde hace dos años también puedo chupármelas. Mira –y se puso como una loca a masajearse las tetas y a chuparse los pezones. Si tú hicieras lo mismo te crecerían también.
Aquella tía quería lío. Se acercó a mí me cogió las tetas y empezó a chuparme los pezones que respondieron a la excitación. Después bajó la otra mano y comenzó a masajearme el culo. Aunque hacerlo con ella no me apetecía demasiado, me estaba excitando y la deje hacer. Pero cuando la muy zorra ya me tenía caliente, se dio la vuelta cogió los tampones y se marchó con el top del biquini en la mano.
La tía era una calientapollas, en este caso calientachuminos, de cuidado. Dudé si darle al agua fría o terminar el trabajo y me decidí por lo primero. Con el cabreo que tenía no creo que me hubiera podido correr.
Al despertar de la siesta papá estaba leyendo en el salón.
- Dónde están todos –le pregunté-.
- Lola y la Modelitos parece que han salido a cenar fuera, Antonia y Mónica en su casa y Javier en su cuarto.
- ¿Pasa algo papá? Antonia me ha insinuado en la playa que quiere mantener cierto alejamiento de nosotros y no me lo explico con lo cariñosa que estuvo el primer día.
Papá se puso serio. Meditó un rato y finalmente dijo:
- La otra noche, cuando fuisteis a Oviedo, invité a cenar a Antonia y a Lola a casa. Lola estuvo acosándome durante toda la cena y excluyendo a Antonia de la conversación. Después de cenar, dije que iba a servir una copa. Antonia dijo que estaba cansada y que se iba a acostar. Lola dijo que se quedaba y yo ya no podía deshacer el ofrecimiento. Me levanté a servir la copa y cuando volví al salón Lola no estaba. Pensé que habría al baño, pero pasaron unos minutos y no volvía, así que fui a ver si le había pasado algo. Al cruzar delante de la puerta de mi dormitorio, vi que estaba encima de la cama en ropa interior. –Papa estaba apurado por tener que contarme aquella situación y le cogí la mano en señal de confianza- Le dije que era muy atractiva, que le agradecía la deferencia, pero que estaba cansado y no me apetecía. Lejos de recoger velas se incorporó, se quitó el sujetador y me puso la mano en la entrepierna. Di un paso atrás, le rogué que se fuera y salí del dormitorio para evitarle la tensión de tener que vestirse delante de mí. Al minuto salió con cajas destempladas llamándome maricón, impotente y otras lindezas. Como no quiero otra situación parecida y no puedo invitar sólo a Antonia sin que parezca un feo a la “okupakatres”, posiblemente Antonia se haya enfadado conmigo.
- Debe haber algo más, porque Antonia tampoco nos invita –le dije a papá-. Yo también te tengo que contar algo que me ha pasado con la Modelitos esta misma tarde –y le conté el suceso de la ducha-.
- ¡Joder con la madre y la hija! –Exclamó Javier detrás de nosotros-. Perdonadme pero he oído vuestra conversación desde mi cuarto y yo también tengo algo que contaros: la mañana siguiente de cuando fuimos los cuatro Oviedo, desperté con una sensación extraña y al volverme en la cama, allí estaba la Modelitos, como vosotros la llamáis, tumbada a mi lado y sobándome mis partes.
- Que prudente estás primo –bromeé con Javier-.
- Deja hablar a Javier como quiera –cortó papá-.
- Estaba completamente desnuda y, además de sobarme, restregaba sus pechos y sus genitales contra mí. –Continuó mi primo- Yo, lógicamente, tenía una erección de época, pero como ya sabéis como soy le dije que tenía una media novia y que no quería líos con ella. La Modelitos, debe ser como su madre, no aceptó el primer no, así que se revolvió y comenzó a hacerme una felación, por primera vez para mí. No lo pude evitar y eyaculé inmediatamente. Como todavía tenía la erección, …
- ¡Ese es mi primo! –Volví a bromear yo, pero mi padre me miró indicando que me callara-.
- … se subió encima de mí y se la introdujo en la vagina. Cuando me repuse de la eyaculación, me levanté y le dije que se fuera. Me dijo que no la podía dejar así, que era un pichafloja y un maricón y que me iba acordar de aquello.
- Esto es una conspiración de estas tías para jodernos, y nunca mejor dicho, las vacaciones y las amistades. –Dijo mi padre- Seguro que estas dos les han contado a Antonia y a Mónica lo que se les ha ocurrido y ahora se creen que somos la familia Manson. ¡Que putada, con lo que me gusta Antonia y que estemos así por estos cacho putas. –Hacía tiempo que no oía a papa insultar a alguien-. Bueno vamos a cenar nosotros y pensemos a ver si se nos ocurre algo.
Cenamos bastante callados y algo tristes y nos fuimos a la cama a dormir temprano. Ya en mi habitación, pensé que la única solución era que yo hablase con Antonia o con Mónica o con las dos. Me levanté y sin hacer ruido subí a su casa. En la escalera vi que había luz en la habitación de Antonia, estaba hablando con Mónica en la cama, golpeé suavemente los cristales para no asustarlas y cuando me vieron les pedí que me abrieras la puerta. Me abrió Antonia, le indiqué que fuéramos a su dormitorio, donde se había quedado Mónica. Sin mucho convencimiento aceptó.
- Vaya, si está aquí la Marquesita de Sade –dijo Mónica con cara de muy pocos amigos-.
- Tenemos que hablar sin que nos oigan. Somos victimas de una conspiración. –Respondí sin hacer caso de lo que Mónica había dicho. La actitud de ambas debía ser, sin duda, consecuencia de las maldades de las “okupakatres”-.
- Claro que hay una conspiración, la vuestra por calzarse a “to” lo que se menea –saltó Mónica de nuevo-.
- Mónica deja hablar –cortó Antonia-.
- Esta tarde …
- ¿Antes o después de acosar a Vanesa? –Dijo Mónica muy irritada-.
- ¡Que te calles Mónica! -Cortó Antonia-.
- Esta tarde papá, Javier y yo hemos comentado las cosas que nos han venido sucediendo con Lola y Vanesa y estoy segura de que ellas os las han contado a vosotras y de manera muy distinta a la realidad. Por eso es necesario que hablemos entre nosotras. Una vez que hayamos hablado creed la versión que queráis.
Antonia y Mónica callaron durante unos instantes y luego se miraron. Comenzó Antonia:
- Lola me ha contado que el día que os fuisteis a Oviedo. Tras la cena, cuando me subí porque no la aguantaba más, tu padre, después de servir las copas la empezó a acosar en el sofá tratando de tocarle los pechos y los muslos. Ella, creyendo que había bebido algunas copas de más, se dejó hacer un poco tratando de apaciguarlo y marcharse. Pero su insistencia iba a más, le daba pellizcos en los pezones y le mordía los muslos y el culo. Cuando ya no pudo más se levantó enfadada para subir, pero tu padre, además de impedirle salir, se sacó el pene y trató de que le hiciera una felación dándole cachetes en los pechos y en el culo. Afortunadamente eyaculó enseguida y entonces la dejo marchar.
- Pero eso es mentira desde la A hasta la Z. –Exclamé aterrorizada por la maldad de Lola-.
- También es mentira lo que me ha contado Vanesa que pasó la mañana siguiente –terció Mónica enervada-: Javier entró en su dormitorio cuando dormía y como había tomado unas copas la noche anterior no se enteró. Cuando se despertó estaba atada de pies y manos y así la golpeó y la sometió a sus más asquerosos deseos sin que ella pudiera defenderse.
- También es mentira, tenéis que creerme –imploré-.
- Y también lo es –siguió Mónica- que esta tarde al volver a la playa, cuando se estaba duchando, has entrado tu en el baño y la has magreado en contra de su voluntad, diciéndole que la deseabas más que a nadie y le has hecho daño en las tetas de los apretones y los pellizcos y después has querido violarla por el culo y por el coño con un bote de crema.
- ¡Mentira! ¡Mentira! ¡Mentira! –Grité echándome a llorar-.
- Tranquilízate –me pidió Antonia-. Lola y Vanesa ya sabemos que no son monjas de clausura, pero no pueden ser tan malas como para inventarse estas historias. Cuéntanos tú lo que dices que ha sucedido.
Estaba nerviosa. Nunca había pasado por una situación tan calumniosa para mí y para los míos. Me tranquilicé y conté las versiones de papá y Javier y la realidad que yo había vivido esa tarde con Vanesa.
Cuando terminé, Antonia miró a Mónica se acercó a mí y me abrazo cariñosamente. Mónica hizo lo propio a los pocos segundos y nos fundimos las tres llorando.
- Valiente par de tías embusteras, cizañeras, golfas y malas personas. Cuando vuelvan esta noche van a la puta calle, aunque sea con la Guardia Civil –dijo Antonia, no pudiendo creerse todavía la maldad de las madre y la hija-. Estas putas son capaces de liar la tercera guerra mundial.
- Tenemos que pensar las cosas –medió Mónica-. A nosotras no nos interesa montar un pollo con estas y quedar como de la misma calaña. La reacción tiene que ser más refinada, que no nos complique el resto de las vacaciones y que además, después recordándolo, podamos reírnos.
Besé a Mónica y a Antonia sumándome a la propuesta.
- Pensemos una dura venganza para ellas y dulce para nosotras –concluyó Antonia-. Ahora baja antes de que lleguen las cacho putas estas, cuéntales a tu padre y a Javier como están las cosas y diles que hasta que no tengamos claro lo que vayamos a hacer, debemos mantener esta actitud de enfado entre nosotros.
Me despedí de ellas con nuevos besos y abrazos. Bajé a casa desperté a papá y a Javier y les conté lo sucedido. Papá, aunque lo hubiera sospechado antes, no se podía creer que hubiese personas tan malas.
- Ahora nos toca a nosotros. ¡A por ellas! –Concluyó Javier-.
- Pero mira que eres futbolero –bromeé mientras me iba a mi cuarto-.
Durante los siguientes dos días estuvimos encerrados en casa dándole vueltas a la trama de la venganza. El vacío hacia Vanesa era casi molesto y ella trataba de contrarrestarlo paseándose medio desnuda por toda la casa y especialmente delante de papá, que miraba a través de ella como si fuera transparente. Tuve un par de encuentros furtivos con Mónica para saber como iban ellas, pero tampoco se les ocurría nada. Al final del segundo día Javier dijo que tenía un plan, nos contó sus líneas maestras, que nos parecieron geniales y esa noche quedamos todos en un restaurante de Luarca para afinarlo.
Llegamos primero nosotros tres y a los pocos minutos Antonia y Mónica. Antonia besó cariñosamente a papá disculpándose por haber dudado de él. Mónica nos abrazó y le pidió perdón a Javier, llamándole abusador de menores en broma. Después de más de media hora de vituperios hacia las enemigas, Javier expuso el plan.
- No voy a edulcorar las cosas. La base de la venganza es el sexo.
- ¿Y que querías que fuera? ¿La política exterior? –Dijo Mónica con cierta guasa-.
- En la zona está siendo noticia una banda de Albano-Kosovares que están robando en viviendas y dándole palizas a sus habitantes, si no tienen bastante dinero o joyas en casa. –Continuó Javier-.
- Nosotros estamos a salvo con las dos joyas que tenemos –dije bromeando-. Perdona, sigue.
- Por otra parte, ellas han intentado montárselo con los dos varones de la casa, sin que le salieran sus planes, pero su soberbia es tan grande, que no dudo que siguen pensando que estamos subyugados por sus atractivos. Tú –dijo señalando a papá- le enviarás una nota y algo más que luego diré a Lola citándola de madrugada en las cuadras y yo se la enviaré a Vanesa. Allí nos sorprenderán los Albano-Kosovares con muy malas pulgas y las tomarán como rehenes para …
- ¡Es genial! –Exclamó Mónica a la que se le caía la baba mirando a Javier. Me sentí algo celosa de Javier, pero me lo quité inmediatamente de la cabeza-.
- A mi el plan me parece bien –dijo Antonia-. Pero para que no haya tabúes en lo que vamos a hacer, nosotros dos formaremos un equipo –e indicó a papá- y vosotros tres otro para darles su merecido.
A todos nos pareció bien la idea de Antonia, que nos permitiría actuar más libremente. A papá y a Mónica les salió una sonrisa de oreja a oreja, pensando en lo que iban a hacer y con quien.
- He traído una lista de las cosas que hay que comprar. Si nos organizamos bien podremos hacerlo mañana, que no tienen previsto salir por la noche –y Javier puso un papel sobre la mesa-.
Antonia empezó a leer en voz alta, pero al poco de comenzar decidió que mejor cada uno la leyera por su cuenta, para evitar que nos oyeran las mesas próximas.
Terminamos de cenar excitados por lo que nos esperaba al día siguiente. Al despedirse de papá Antonia le susurró que no dormiría pensando en la próxima noche. Papá condujo toda la vuelta cantando y silbando como un chaval. Ya en casa le pregunté a Javier si el plan lo había urdido sólo por venganza o por algo más. Javier se encogió de hombros y sentenció: “yo no doy puntada sin hilo, pero parece que otras tampoco” y levantó la cabeza señalando la vivienda de Antonia.
Al día siguiente esperamos que Vanesa se levantase y papá la invitó a desayunar. Javier estuvo muy atento con ella y pasado un tiempo me preguntó:
- ¿Has oído hablar de la banda de Albano-Kosovares que, por lo visto, actúa por la zona?
- Si, lo he leído en el periódico y parece que es de las más salvajes que se han instalado en España.
- ¿No me digas? –Preguntó Vanesa-.
- El otro día, aquí cerca, violaron salvajemente y degollaron a dos mujeres por no llevar suficiente dinero ni joyas encima. –Rematé-
- ¡Que horror! A mí esa gente me da muchísimo miedo. –Vanesa dijo esto último con verdadero terror-
- Y lo más extraño es que la banda está formada por hombres y mujeres y, según dice la policía, ellas son más violentas que ellos. –Ahí Javier estuvo genial-.
- Menos mal que aquí somos muchos y no se atreverán con todos. ¿O sí?
Después de sembrar la semilla del pánico, Javier y yo nos fuimos a comprar las cosas a Gijón. Antonia, Mónica y papá se dedicaron a preparar el escenario de la venganza en las cuadras.
La ventaja de Internet y de las ciudades grandes es que se encuentra de todo y no tuvimos problemas con el abastecimiento. En un sitio me pidieron el carné de identidad para venderme lo que pedía, además de mirarme en todos como a una viciosa, lo que me la traía al pairo porque efectivamente iba a serlo esa noche.
Volvimos para comer. Al finalizar le dije a papá que subiera a retomar cierto contacto con Lola para garantizar su asistencia a la cita. Papá me contestó que ya lo había hecho esa mañana y que la cosa iba bien. La idea era dejarles la nota y los objetos en sus habitaciones después de cenar, para que no tuvieran tiempo de comentarlo entre ellas. Me ofrecí a dictar las notas, Javier aceptó y papá dijo que prefería escribirla el. La de Javier decía así:
“Adorada Vane:
He estado reflexionando mucho sobre lo que ocurrió el otro día y creo que me porté contigo como un medio hombre.
Me fascinas y no supe estar a la altura. ¿Podrás perdonarme?
Si quieres podríamos vernos esta noche a las doce en las cuadras para poder estar más tranquilos. Te envío algunas cosas que me encantaría que te pusieras. Mis gustos son un poco singulares, pero muy divertidos, ya lo veras.
Perdóname de nuevo. Te deseo, Javier”
Cuando se sentaron a cenar dejamos las notas, las cajas y unas flores en sus habitaciones y a las doce menos cuarto ocupamos nuestras posiciones en las cuadras.
Las cuadras estaban formadas por tres habitaciones grandes, de las cuales una servía de paso, que era la que ahora se utilizaba de garaje, para acceder a las otras dos. Las puertas entre las habitaciones eran de las partidas por la mitad para que no saliera el ganado. Dentro de las habitaciones del fondo se mantenían las yuntas y las argollas para atar a los animales. La idea era encerrar a Lola en una de las habitaciones finales y a Vanesa en la otra, de forma que estuvieran separadas, pero pudieran oír lo que les pasaba a cualquiera de ellas. Habíamos colocado las luces como focos mirando desde la habitación exterior a las interiores para deslumbrarlas cuando mirasen. Nos situamos todos menos Javier en el exterior de las cuadras disfrazados con unos trajes de caza, unos pasamontañas y con unas armas de juguete tipo Rambo en las manos.
A las doce y diez, cuando ya creíamos que tendríamos que pasar al plan B (secuestro por las malas), entró Vanesa. Por primera vez, aparentemente, no iba medio desnuda, sino que llevaba una gabardina larga. Al ver a Javier dejó caer la gabardina al suelo y pudimos comprobar que se había puesto el equipamiento de la caja: una especie de body formado por cordones y remaches, que la dejaba completamente desnuda, unas anillas en los tobillos y las muñecas unidas también por cordones en sentido vertical, un antifaz sobre el pelo y unos tacones como escaleras. Había que admitir que, la joía tenía un polvo guarrón. Javier avanzó hacia ella sin dejar de mirarla y comenzó a magrearla, no sin que antes ella le hubiera echado la mano a la entrepierna. Javier tenía un bulto como una banana gorda, desde luego le había crecido bastante desde que se lo vi por última vez.
- Te quedaste muy corta en tu descripción –me susurró Mónica al oído. Sin duda se había percatado también del bulto de Javier-.
Vanesa cogió una mano de Javier y se la llevó a su chocho.
- Mira como estoy. La mierda esta no absorbe lo que sale de mi coño. –Dijo Vanesa y continuó- Estas arrepentido de tu mariconería y del tiempo que hemos perdido estos días –y le soltó un bofetón que le tuvo que doler-. Hoy vas a ver lo que es bueno y le apretó el bulto con todas sus ganas.
O actuábamos ya o nadie podría asegurar que Javier pudiera ser padre algún día. Lo hicimos según lo previsto. Entramos los cuatro dando voces en un supuesto albanés o rumano o yo que sé que, del que habíamos cogido el tono en una película de Internet. Javier se abalanzó contra papá que lo paró de un golpe en el cuello con la culata del fusil y cayó supuestamente muerto o desmayado al suelo. Nosotras tres nos fuimos contra Vanesa, le marcamos algunos golpes, la inmovilizamos sin gran resistencia física por su parte, pero si con muchos gritos, le bajamos el antifaz y la amordazamos con cinta americana. Al terminar el asalto, vimos que se había meado de miedo encima de Javier que, por cumplir su papel, no se había movido. La llevamos a empujones al cuarto de la derecha, la echamos boca abajo en un caballete y le atamos los pies y las manos a unas anillas del suelo. Temblaba como un flan cuando la dejamos con el culo en pompa y las tetas y el pelo colgando.
Javier estaba fuera sentado en el suelo maldiciendo a Vanesa. Tuvimos que contener la risa y volver a nuestras posiciones. Cinco minutos antes de la hora de la cita apareció Lola, como se notaba la distinta valoración que hacían su hija y ella de las oportunidades que ofrece la vida. Antes de entrar en las cuadras se quitó el albornoz con que se cubría y también pudimos comprobar que le había gustado el regalo de la cajita. En este caso se trataba de un minitraje de doncella, que debido al volumen de sus tetas era imposible que cerrase y las llevaba al aire, y que también le dejaba medio culo, sin bragas, a la vista. Completaba el atuendo un liguero con medias negras y unos zapatos de tacón. Desbordaba por todas partes, pero no se podía negar que se mantenía bastante bien.
Al entrar vio en el suelo los cuerpos de Javier y de papá, que se había quitado el disfraz momentáneamente, dio un grito y trató de salir, pero entre las tres la redujimos y la metimos en la habitación de la izquierda. Allí, una vez había visto nuestras vestimentas y mientras gritaba como una histérica, la pusimos en la misma posición que a Vanesa, pero con la cabeza y las manos atadas a un yugo que mantenía su torso en horizontal, la amordazamos y le tapamos los ojos.
Salimos a la habitación de fuera y desde allí las contemplamos a placer sin que ellas pudieran vernos. Javier, por fin, pudo cambiarse y ponerse el traje de caza y papá se volvió a colocar el suyo. La primera fase del plan había resultado perfecta. Mónica besó a Javier susurrándole que era un monstruo.
Pusimos en un reproductor de CD un montaje que habíamos hecho con la banda sonora de una película de la guerra de Kosovo, que la verdad era que impresionaba, y le quitamos la mordaza a Vanesa. Antonia con una voz impostada y simulando el acento ruso de las películas de espías le largó una patada en el culo a Vanesa de mucho cuidado y le preguntó:
- Putita ¿Dónde están el dinero y las joyas?
- ¿Qué dinero? ¿Qué joyas? Si yo soy una estudiante.
- ¿Es que no has oído hablar de nosotros? –Esta vez fue papá, que tras arrearle otra patada en el culo continuó con la misma farsa.- Alguien debe tener dinero en esta casa y o nos lo dais u os vais a enterar.
- Le juro por Dios que yo no tengo. Igual tiene algo mi madre, pero seguro que los del bajo tienen mucho. Vayan a por todos ellos y déjenme a mí.
Como premio a su delación se llevó un latigazo en el culo que le propiné yo con una fusta que había por allí, que le tiene que haber dejado marca.
Mónica fue con Lola y le quitó la mordaza. Aquello no era una persona suplicando que dejaran a su hija y amenazando a esta que, como salieran de allí, le iba a enseñar a callarse y a no señalar a su madre.
Javier, haciendo como que entraba en la habitación, gritó que arriba no quedaba ya nadie, que lo había registrado todo y que no había ni dinero ni joyas. Papá le ordenó que atara y amordazara a los dos heridos y que se los llevara de allí.
- Sin duda esto es un prostíbulo o una casa de citas, sino que hacen estas dos con estas pintas. –Intervine yo-.
- Debes tener razón –dijo Mónica-. Tenemos dos posibilidades o las matamos directamente o las follamos y probamos: si sirven, las vendemos a un bar de alterne de carretera y si no las matamos de todas maneras.
Ninguno entendimos lo que quiso decir Lola mientras oía a Mónica, pero fue algo así como que le habían echado el mal fario y que no tenía forma de echar un polvo decente sin que terminara atada, cegada y golpeada y que si salía de allí se enclaustraba.
Fingimos una especie de conciliábulo en la habitación exterior, una vez que las teníamos completamente aterrorizadas, y finalmente Antonia, dando paso a la venganza real, dijo:
- Vamos a follarlas primero, por lo menos nos divertimos algo. Aunque en verdad ninguna vale una mierda y no se si es mejor matarlas directamente.
- ¡Follar, Follar, Follar! –Gritaron madre e hija a dúo y tuvimos que hacer auténticos esfuerzos para que no oyeran nuestras risas-.
Antonia y papá se pidieron a Lola y se fueron hacia donde estaba. Nosotros tres nos fuimos a ver a su hija. Vanesa estaba recitando un “tantra” como si estuviera rezando el rosario. Le dimos varias vueltas para que fuera consciente de nuestra presencia, tantas vueltas que aquello empezaba a ser como una película de indios. Paré en seco y miré a Mónica y a Javier. Ellos no iban a dar el primer paso. Idear el plan, ponerlo en marcha, incluso completarlo en su primera fase era fácil o relativamente fácil, lo que restaba no lo era para ellos que se estaban tanteando, por si podía surgir algo. Miré a Vanesa, lo cierto es que estaba muy buenorra y en esa posición con el culo para arriba, las piernas estiradas, las tetas colgando del revés, completamente dominada y temblorosa, con el bicho que había sido, me ponía bastante cachonda. Decidí hacerme un favor y hacérselo a ellos. Me desnudé completamente, sintiendo como me observaban Mónica y Javier y cogiendo a Vanesa por la melena le ordené que me comiera el coño, mientras se lo metía en la boca. Al principio se resistió un poco, pero cuando lo probó y probó también los dos cachetes que le di en el culo, comenzó una carrera de chupetones que ni un niño con un polo. La situación prendió a Mónica que se desnudó igualmente, se colocó una polla de tamaño descomunal con unas cinchas que habíamos comprado esa mañana, la embadurnó de vaselina y se la metió por el coño a Vanesa de un tirón, mientras le zurraba en el culo con la fusta. La escena fue demasiado para Javier, que bufando como un toro se bajó los pantalones y sacando una polla más grande que la falsa se la metió por detrás a Vanesa. ¡Bien! Pensé para mí, a ver que hace ahora con la gilipollas de su novia. A las pocas embestidas de Javier Mónica estaba gritando como una loca y endiñándole todavía más fuerte a Vanesa, que por simpatía me lamía a mí con más ahínco. Nos corrimos los tres ¿cuatro? a la misma vez. Mónica cayó al suelo todavía con la polla de Javier dentro y yo me derrumbé sobre el culo de Vanesa, que por cierto lo tenía rojo como un tomate del castigo que le había dado Mónica.
Al recuperarme, Javier seguía clavado a Mónica, que le había cogido el gusto y estaba empezando de nuevo con el meneo. Verla con aquella polla artificial me devolvió la energía, me incorporé, me tumbé delante de ella y le dije que me follase. Fue a coger la vaselina y le dije que no hacía falta. Me la metió estando yo boca arriba. Podía ver las caras de los dos sintiendo el placer, lo que me producía a mí aun mayor placer, si era posible.
- Hay que ver como sois los primos. –Susurró Mónica y luego continuó- Apriétame las tetas ¿Es qué no tienes manos ni boca?
Vanesa, entre gemido y gemido, preguntaba qué pasaba, si lo había hecho bien y podía salir con vida, aunque fuera a un bar de alterne. A los pocos minutos nos corrimos otra vez los tres.
Me saqué la polla falsa como pude, ya que Mónica no respondía por mucho que la empujase. Javier, sin sacarla, pretendió ir por el tercero, pero Mónica se lo quitó de encima diciéndole que “ni tanto ni tal calvo”, que guardase algo para su medio novia, a lo que Javier le respondió que ya no tenía medio novia, sino una entera, tratando de meterla otra vez.
En la habitación de al lado no se oía nada. Mónica dijo que saliéramos para ver si había algún problema. Nos vestimos mientras decíamos que aquella tía, por Vanesa, no servía ni para limpiar los servicios del “Nomo feliz” y que lo mejor era liquidarla allí mismo. Al oír lo que decíamos Vanesa gritó que probáramos otra vez, que igual no había cogido el ritmo. Javier le dio un par de cachetes en su maltrecho culo, le dijo que se callara, que teníamos que pensar qué hacer con ella y salimos.
Antonia y papá ya estaban en la habitación de la entrada y se estaban besando, como si fuera el último beso que el ser humano fuera a dar sobre el planeta Tierra. Mónica y yo cruzamos una mirada de inteligencia. Al percibir nuestra presencia se separaron y Antonia dijo que si queríamos seguir con Lola, ellos ya estaban cansados y pasaban de la estirpe de las “okupakatres”. Mónica y Javier coincidieron con ellos en que estaban hartos de ellas. Estaba claro que ambas parejas querían irse a seguir follando solos y que a mí me tocaría hacerme una paja y, además, no podría vengarme de la que había creado aquella historia turbia sobre papá, así que les dije que yo sí quería seguir, a lo que mi primo exclamó: ¡Esa es mi prima! Les pedí diez minutos que me concedieron sin discutir, total iban a morrearse mientras tanto.
Lola estaba en la misma posición en que la había dejado hacía un rato. ¿Qué proceso debe seguir una persona, que ahora parecía una inocente maltratada, para convertirse en un bicho malo? Me daba cierta pena en ese momento, hasta que intuyendo que había alguien dijo:
- ¿Es qué a mí no me va a follar nadie? ¿Todo va a ser para esa mala hija que encima me delata?
Era genio y figura hasta la sepultura. Entonces no sabía que habría pasado entre Antonia, papá y ella, pero fuera lo que fuese le había sabido a poco. Quería más y yo estaba dispuesta a dárselo.
Pese a haberme corrido ya dos veces en esa noche, el saber que me quedaba descolocada de aquel grupo al que tanto quería, me producía unas necesidades que la actitud todavía guerrillera de Lola sacó fuera. Me coloqué detrás de ella y comencé a sobarle los muslos, las nalgas, el coño y el agujero del culo, mientras que con la fusta le daba golpecitos en las tetas y el vientre. Cada vez que la rozaba saltaba como un resorte y si coincidían los golpecitos en las tetas con tocarle el coño o el agujero del culo vibraba como si le hubiera dado una descarga eléctrica. Al rato de jugar con ella le dije que se habían acabado las contemplaciones. Ella no sólo no se arredró, sino que me espetó que entre todos no había cojones allí que le bastasen.
Sus baladronadas me hicieron cambiar de estrategia, cogí la polla falsa que había usado Mónica y sin mediar palabra ni contemplaciones se la metí entera por el culo hasta el final, afiancé las correas al caballete para que no pudiera expulsarla y comencé a sobarle con fuerza las tetas y el coño. En menos de un minuto se estaba corriendo, pero no paré, sino que seguí así durante otros cinco minutos más durante los que se estuvo corriendo sin parar y hasta se meó encima. Entonces suplicaba que la dejase, que si quería que la matase, pero que no podía más. Pero yo ya no estaba dispuesta a dejarla y seguí masturbándola, magreándola y dándole cachetes en el culo hasta que momentáneamente perdió el conocimiento. Cogí entones otra polla falsa de las que habíamos comprado, me desnudé, me la coloqué y empecé a follarla sin sacarle la otra hasta que se volvió a correr y definitivamente perdió el conocimiento y yo me corrí por tercera vez en la noche.
No sé si Lola podría con más, yo desde luego no. Como pude me quité la polla, le saqué la otra la polla del culo, me vestí y salí. Cuando crucé la puerta los demás me miraron con cara de terror como si fuera a hacerles a ellos lo mismo, hasta que Javier me abrazó y al oído me dijo: ¡Esa es mi prima! Mi padre se unió al abrazo y me susurró: menos mal que no te pareces a tu madre.
El resto fue sencillo. Las convencimos de que tenían dos opciones o ser degolladas por que no valían ni para los bares de alterne o salir pitando en su coche y no decir ni pío nunca porque sabíamos como localizarlas para aplicar la primera opción. Tal y como estaban se montaron en el coche. Conducía Vanesa, a Lola la tuvimos que meter entre todos detrás porque las piernas no podían sostenerla, y desde entonces nada más se ha sabido de ellas.
Desmontamos el tinglado y volvimos a casa. Papá propuso tomar una copa para celebrarlo, pero lo miramos como si estuviera loco. Me dormí y no me levanté hasta pasados dos días.
A los pocos días leí en la prensa que habían detenido a una banda de Albano-Kosovares que iba ciega buscando a otra banda de paisanos que al parecer les estaba ocupando el territorio.
En el resto de las vacaciones leí, escuché música y me hice trabajos manuales hasta hartarme. Javier le mandó una carta a su medio novia excusando la visita y a Antonia y a papá casi no les vi el pelo.
Años después Antonia me contó que no habían tocado a Lola aquella noche, que como ella era un poco exhibicionista, como yo debía saber desde aquella noche de hacía años, se había dedicado a masturbarse tumbada en la espalda de Lola delante de papá. Me quedé muerta. Pero más muerta me quedé un día que fui a ver a mi abuela materna a la residencia y cuando me crucé con la monja que la cuidaba creí reconocer a Lola.