Una cabaña en la sierra
Cómo su novio se transformó en su Amo...
Una cabaña en la sierra
Ya falta poco, le dijo él.
Llevaban caminando por la montaña unas dos horas, se habían apartado del camino hacía casi una, las fuerzas de Sonia, estaban al límite, cargada como iba con la mochila, y en su interior lo más imprescindible para pasar un fin de semana a solas con su novio.
El plan era excitante, nunca antes habían estado solos, llevaban saliendo juntos casi tres meses.
Ella se sentía fuertemente atraída por él, su sola mirada hacía que sus piernas temblasen de deseo, y sin embargo, entre ellos sólo había habido alguna caricia fugaz y algún beso robado a la luz del día. Era un hombre sensato y cabal a la par que extraordinariamente atractivo.
Sonia seguía avanzando a través de la montaña, siguiendo los pasos de su amante, de vez en cuando sentía por entre sus piernas cómo se le enroscaban las hierbas, algunas de ellas dolorosamente lacerantes. No había prestado atención cuando el día anterior él le dijo que llevase pantalón largo, que iban a caminar por el bosque.
Ella quería parecerle atractiva y se había vestido con pantalón corto, y una camiseta ajustada, pero que no le cubría el abdomen en su totalidad, lo que le produjo algún que otro arañazo en sus zonas expuestas.
No importaba, pensó, merece la pena, él me observará más atractiva si cabe y curará mis heridas al llegar a la cabaña.
Todavía no habían llegado cuando vio que él se detenía, y soltaba su mochila. La cabaña se divisaba ya cerca. Era bonita, aunque escondida en lo más frondoso del bosque y por su flanco derecho discurría un pequeño riachuelo.
Siéntate, le dijo él. Ella se sentó en el suelo mientras él permanecía de pie.
Tengo preparado un fin de semana que no olvidarás en toda tu vida, para ello debes colaborar y prepararte para toda clase de sensaciones desconocidas para ti. Debo decirte que muchas de ellas serán muy intensas, algunas de ellas dolorosas, pero tú decides. Lo que te he preparado va a ser muy importante de hoy en adelante para nuestras vidas, y puede que una tónica habitual, que de vez en cuando tenga que salir a la luz, pues yo lo necesito para sentirme realizado.
Si decides seguir adelante, dímelo ahora, y si desistes, te acompañaré en coche, que tengo aparcado al otro lado de la cabaña hasta tu casa, y no nos volveremos a ver más.
Ella se quedó por unos instantes pensando, pasaron mil idas por su bella cabecita en unos segundos, pero al momento respondió: -te quiero y quiero seguir contigo el resto de mi vida, aceptaré lo que me propongas-.
Él sonriendo le dijo: bien...sabía que sería así, aunque si en cualquier momento no deseas seguir, no tienes más que indicármelo y la experiencia habrá terminado.
Prepárate.
De ahora en adelante no deberás hablar, si lo haces entenderé que no deseas seguir. Serás mi esclava. Y yo te poseeré como desee, incluso cederé tu cuerpo a quien desee.
¿Alguna pregunta esclava?
Ella le respondió con unos movimientos de cabeza indicando negación.
Bien. Empecemos.
Él se sentó. Desnúdate, le ordenó.
Ella se puso en pie y empezó a desnudarse lentamente. Era bellísima. Tenía todo lo que un hombre deseaba en una mujer, belleza y docilidad.
Descálzate. Ella lo hizo. Las piedrecitas del bosque se clavaban en sus plantas. Ella le miró a los ojos queriéndole indicar la incomodidad que sentía. Él le dijo…podrás quejarte, podrás gritar, pero no deberás mirarme a los ojos ni hablarme ¿está claro?.
Ella asintió con la cabeza.
Te pondré un collar con el que te deberás familiarizar, pues va a ser tu compañero todo el tiempo. Dicho esto sacó un collar de cuero de su mochila adornado con remaches metálicos. Se lo ajustó, y vio cómo también le prendía de él una cadena metálica. Sin mediar palabra le colocó unas muñequeras de cuero, unas tobilleras, y un cinturón todo ello ajustado. Tenían todos ellos arandelas de metal, ella se preguntaba el porqué.
Le dijo…te voy a vendar los ojos, ya no verás nada en muchas horas, ¿lista?.
Ella asintió sin atreverse a mirarle, aunque era lo que más deseaba en el mundo.
Él le cubrió los ojos con un antifaz elástico, ajustándose firmemente al contorno de su cabeza.
Ya no veía nada. Sintió un tirón del collar de su cuello y adivinó que debía ponerse en marcha. Empezó a andar.
Notó las piedras, las hojas, las ramas, las espinas de la vegetación bajo sus pies, pero siguió andando. Se detuvo cuando tras observar la humedad y el barro bajo sus plantas, él se lo indicó.
Métete gateando, le dijo la voz,- métete en el agua-.
Estaba transcurriendo el mes de Julio, hacía un calor insufrible, pero su cuerpo sudado sintió un escalofrío intenso al introducirse poco a poco en el agua helada del riachuelo.
Sus piernas se amorataron y sus pechos sufrieron el brusco cambio de temperatura contrayéndose rápidamente y haciendo endurecer sus pezones dolorosamente.
-Lávate bien, guarra, límpiate bien tu coño de puta-.
Las palabras resonaban en su mente, resultándole más frías que las gélidas aguas que estaba soportando, se sentía humillada. Fielmente se lavó, notando cómo su sexo se congelaba.
Una mano la obligó a introducirse completamente en el agua, ella contuvo la respiración e hizo lo que le proponía. Completamente sumergida en el frío torrente, fue rescatada de entre sus aguas con las dos poderosas manos que habían sido objeto de su devoción, y ahora temor. Tiritaba.
Estaba en la orilla cuando sintió un nuevo tirón de su cadena, que le incitaban a ponerse en marcha. Temblando como una hoja al viento, y sin ver dónde estaba inició su marcha, sin atreverse a pronunciar palabra. Agradeció los rayos del sol que fueron secando su piel y haciéndola tornar en sí.
Una inoportuna espina se clavó en su pie derecho, lanzó un grito y se detuvo del dolor.
La cadena anclada a su cuerpo cayó sobre su abdomen violentamente, su pierna fue levantada como la de una yegua y observada su planta, se le extrajo la espina, y sin pronunciar palabra, él le propinó una fuerte palmada en sus nalgas. Con su pie dolorido siguió andando. Estaba cerca, se olía la madera de la cabaña.
Sonia estaba atemorizada, al tiempo que excitada. Su corazón latía rápido, y allí, pensó, iba a desarrollarse lo que su amante tenía en mente para ella.
El interior era agradablemente fresco, el aire que se respiraba infundía serenidad, pero el inquietante silencio era lo que más le preocupaba, como premonición de una tormenta a punto de desencadenarse.
La tensión de la cadena la obligó a agachar su cuerpo hasta casi tocar el suelo, tuvo que poner las manos en él para no caer de bruces. Él le dijo: -bebe-, y ella, con su cara buscó lo que se suponía debía encontrar…un cuenco en el suelo conteniendo agua fresca.
Bebió como lo hace un cachorro de animal, atragantándose al tener la postura forzada, sacando la lengua al no poder introducir su cara en el recipiente, y finalmente saciando su sed.
Muy bien, perrita, le dijo la voz, acompañando esas palabras con unas suaves palmaditas en sus hombros.
Ahora… ladra en señal de alegría por estar con tu Amo…-le dijo-. Ella emitió tímidamente cuatro onomatopeyas imitando el sonido de la voz de una perra.
Más fuerte, dijo él, o… ¿es que no te alegras de estar con tu dueño? Ella ladró más fuerte…guau, guau, guau, guau, avergonzada por la situación e incrédula por lo que le estaba obligando a hacer.
Ahora, orina como la perrita que eres…delante de tu Señor (le indicó mientras le acercaba un recipiente frío que sintió bajo sus piernas). Ella orinó, no sin esfuerzo, ya que aquello nunca lo había hecho delante de un hombre.
Qué lástima perrita, has orinado fuera del sitio, y le has ensuciado el suelo a tu Amo, deberás limpiarlo con la lengua, siguió. Sonia era incapaz de pensar tan siquiera que tuviese que lamer el orín, y negó con la cabeza.
¿No quieres limpiarlo, perrita? Vas a obligar a tu Señor a castigarte por tu desobediencia…dijo él.
Ella lo lamió.
Demasiado tarde, -dijo él- has disgustado ya a tu Señor.
Sintió nuevamente cómo le tiraba de la cadena, le pasaba una cuerda a través de las argollas de sus muñecas y tobillos, y la colocaba sobre una superficie plana, de madera, boca abajo. Se sintió presa en dicha postura, presa a la merced del hombre que según creía, la amaba. Sintió un varazo en sus glúteos, que la hizo gritar de dolor, le siguió una caricia, luego otro y otro, en total cinco. Sonia gritó pero, al quinto, con menos intensidad (esperaba más).
Notó cómo le eran retiradas las restricciones de sus muñecas y de sus tobillos liberándola.
Estaba confusa, sentía deseos de que siguiese el castigo.
Su amante le retiró el antifaz con sus manos, y, besándole los ojos la apretó contra sí.
Amor de mi vida…le dijo, me has demostrado que por amor serías capaz de todo. De darme tu vida y tu alma, de seguirme por doquiera te llevase, de beber los vientos por mí. Ahora que sé cómo me amas, te pido humildemente que con esta vara con la que he provocado tu dolor, descargues sobre mí todos los sentimientos negativos que puedan haberte hecho daño, augurando con ello, que nuestra relación de hoy en adelante será de igual a igual.
Sonia hizo lo que le decía su amante, fue algo dura con él, pero así debía ser.
Al terminar, los dos fueron a bañarse al arroyo, primero entró él, luego ella.
Se quedaron poco tiempo, pero el suficiente para que los dos disfrutasen en compañía y excitación mutua, de las frías aguas, que al estar juntos rozando sus cuerpos no parecían tan heladas, sino que era la sublime ofrenda que se hacían, y les excitaba sobremanera.
El fin de semana fue un disfrute continuo, ya que al ambiente bucólico que les rodeaba, unido a la intensidad de lo vivido, empezó a hacer crecer en Sonia, una sensación desconocida y dulce a la vez.
Carlos, -le dijo a él- ¿desea ponerle a su perra el antifaz, Amo?.
Él sonrió.
FIN
Fdo.cayena