Una cabaña en el bosque

Sentada en el suelo, en una postura despreocupada, Janet daba lentas y pesadas caladas a un cigarrillo de marihuana, con la mirada perdida en el techo de la habitación, cuyos rincones estaban plagados de telarañas.

La situación había degenerado hasta límites insospechados, y yo comencé a sentir dudas. Sentada en el suelo, en una postura despreocupada, Janet daba lentas y pesadas caladas a un cigarrillo de marihuana, con la mirada perdida en el techo de la habitación, cuyos rincones estaban plagados de telarañas. Su sola visión tenía una mezcla de crueldad, pasión, vicio y erotismo difícil de resistir, pero las dudas comenzaban a aflorar en mi mente. Cómo era posible que aquella pequeña criatura de aspecto tan inocente pudiera ser tan ridículamente sádica? Sus labios carnosos se cerraron en torno al canuto y succionaron profundamente. Tras unos segundos de tensa espera, exhaló una bocanada de humo claro. Cuando quise darme cuenta, sus ojos se clavaban en mí de forma intensa.

  • En qué piensas?

No supe qué contestar. Todo aquello hacía tiempo que me había sobrepasado, y no sabía cómo aún no me había derrumbado, asediado por mi propia culpa y los remordimientos. No pude soportar sus punzantes ojos negros y bajé la mirada hacia sus generosos pechos desnudos, sucios bajo una mezcla heterogénea de sangre y semen, que se erguían con una turgencia inusitada. Tenía que soltarlo, no podía aguantar más.

  • Janet... no sé si estoy preparado para esto.

Dejé que las palabras fluyeran por su propio peso, sin emoción ninguna, simplemente cansancio. Y culpabilidad. Se mezclaron con el humo del porro menguante, exhalado por Janet. Su respuesta fue contundente y fría.

  • Entonces largo de aquí.

Nada de mimos ni consuelos, nada de palabras comprensivas, ni rastro de algún sentimiento que pudiera hacerme pensar en un futuro a su lado. Para Janet no había futuro, vivía el día a día al máximo, con todas sus consecuencias. Las cicatrices de sus muñecas le recordaban todas las mañanas lo cerca que había estado de morir tres años atrás, fruto de un desamor que había vaciado por completo su corazón. Janet estaba viva, pero su corazón era frío como el hielo, para ella no existía ningún propósito en la vida, salvo extrujar cada segundo de la misma, sin importar nada ni nadie más. No esperaba que intentara retenerme, ni que intentase darme alguna razón para lo que acábabamos de perpetrar en aquella solitaria casa abandonada, o tal vez sí, y por eso me sentí aún más frustrado. Y sin embargo, su propia frialdad me reconfortó en cierto modo, y me dio fuerzas.

  • No quiero irme. No quiero separarme de ti - esperaba que al menos viera la sinceridad de mis palabras, aquello era casi una declaración de amor.
  • No intentes cambiarme. Fracasarás.
  • Yo... en realidad soy yo quien intenta cambiar... pero es duro.

Me pareció ver un ligero atisbo de afecto en su dura mirada, como si hubiera encontrado cierta conexión conmigo, como si por un instante hubiera sentido empatía con alguien, una sensación que no vivía desde hacía mucho tiempo. Pero ese sentimiento fue rápidamente perseguido, capturado, encarcelado, torturado y, finalmente, exiliado a los más recónditos rincones de su mente. Aquello no era una democracia.

  • Tú decides, pero debes saber que no habrá vuelta atrás. O estás conmigo o contra mí.

Arrojó la colilla a un rincón, donde fue a reunirse con otros restos de cigarrillos artesanales, un par de latas de cerveza y una verga amputada. Janet recogió el cuchillo que tenía a su lado y se puso en pie. La visión era esperpéntica. Andó lentamente hacia el otro extremo de la habitación, donde dos cuerpos yacían exánimes. Uno, desangrado, probablemente inerte; el otro, también inmóvil, aún respiraba, pero seguía en estado de shock. Sus pies descalzos no impedían el crujido de la madera podrida con cada paso. Ese sonido tan característico y hogareño se tornaba en terrorífico. Agarró de los pelos a la chica inconsciente y le dio sonoras hostias con la mano. Esta abrió los ojos lacrimosos y comenzó a sollozar de nuevo, en cuanto recordó lo sucedido. Sus intentos de gritas pidiendo auxilio eran en vano, teniendo la boca tapada por sus propias bragas. Al principio había sido divertido, dos parejas liberales que deseaban disfrutar de un rato divertido de buen sexo desenfrenado. Pero las cosas empezaron a ponerse feas cuando Janet comenzó a golpear a Radek.

Así introducía Janet en su mundo a sus folladores. Les cabreaba con golpes, insultos y humillaciones, les llevaba hasta el punto de odiarla para que se ensañaran con ella. Disfrutaba particularmente cuando intentaban asfixiarla por el cuello. Si eso coincidía con su orgasmo, se meaba literalmente por las patas abajo. Su particular batalla me permitía a mí controlar a gusto a la otra muchacha, una alta rubia de pechos exhuberantes que ofreció poca resistencia, dócil como una gatita. Solo comenzó a resistirse cuando le metí el rabo por el culo, pero para entonces ya tenía las bragas en la boca y su novio estaba camino del segundo polvo con Janet. Y entonces todo se precipitó y se fue por el retrete. Se oyó un enorme quejido agudo a mis espaldas que me hizo girarme al momento para contemplar una situación sin precedente alguno.

En la mano derecha de Janet, un cuchillo de 20 centímetros; en su mano izquierda, un pedazo de carne unos cinco centímetros inferior; y delante de ella, un surtidor de sangre que empapaba su torso. Pero lo más inquietante era la expresión de su cara, con una media sonrisa aterradora y un extraño brillo salvaje en sus ojos. Al poco rato, el surtidor perdió presión y el dueño del mismo cayó al suelo como un saco de patatas, provocando un ruido sordo. Me percaté de que su novia se había desmayado.

Después de eso, Janet sintió el irrefrenable deseo de follarme. A pesar del shock mental al que me vi sometido, su dominio sobre mí era mayor aún, me cabalgó y me condujo hasta los límites de una serie de orgasmos de los que fui incapaz de disfrutar.

Y ahora estaba de pie, desnuda, abofeteando a la muchacha rubia, que aún se creía inmersa en una terrible pesadilla. Una vez despierta, la soltó de nuevo y se volvió hacia mí.

  • Y bien?

Esperaba una respuesta, y yo no sabía cuál darle. Sentía una profunda mezcla de miedo, amor, compasión, repugnancia, asco y excitación. Dio unos pasos hacia mí. No puedo decir que no sentí miedo y temí por mi vida, porque así fue, pero paso de largo, hasta llegar a la puerta de la cabaña. La abrió y salió al frío exterior. Debía hacer como cinco grados. El sonido ronroneante del bosque llegó hasta mis oídos. Al minuto, apareció Janet en el marco de la puerta. La luz del sol naciente le daba un aspecto tétrico, brillando a sus espaldas y ofreciendo un contraste de colores irreales. Su pelo enmarañado, sus ojos negros, sus pechos turgentes, el pubis asilvestrado, y manchas de sangre y esperma por doquier. En la mano derecha llevaba un hacha. Entró en la casa y se puso a mi altura, frente a frente. Cerré los ojos durante un instante, oí crujidos de madera y cuando los volví a abrir, no estaba delante de mí.

Ni siquiera miré atrás. Salí por la puerta, incrementado el ritmo a medida que me alejaba. Cuando estaba a unos cincuenta metros, escuché unos aullidos femeninos procedentes de la casa donde había pasado la noche. Tampoco miré atrás entonces, ni lo volví a hacer en varias horas de paso apresurado por el bosque. Aquello nunca pasó, todo fue producto de mi imaginación... o eso quiero pensar.