Una buena vaca

Ya llevo unos días en mi nuevo trabajo, y las doctoras me han recomendado que recoja por escrito mis experiencias.| Ciencia ficción

¡Buenas a todos, y feliz Navidad! Este relato lo primero que publico aquí fuera de la sección de Poesía erótica, y se trata de la culminación de una serie de ideas que me han rondado la cabeza mucho tiempo. Como resultado, es extremadamente auto-indulgente, y sospecho que un pelín algo más raro que lo que se suele publicar aquí. No tengo ni flapa de en que categoría podría encajar, así que lo voy a poner en Otros Textos, pero es básicamente una historia BDSM ambientada en un mundo de ciencia ficción en el que la modificación genética está a la orden del día. Y como yo soy yo, también incluye sissyfication (que quiero usar para explorar la identidad de género del personaje principal) y alguna mención por encima al tema watersports, y cosas que no se como mencionarlas ni con spanglish (¿tiene sentido decir que este es un relato hyper si menciono tetas del tamaño de sandías? ¿Va alguien a entender eso?). Es basicamente un ejercicio accidental de ver cuantos de mis fetiches puedo meter en un solo relato a la vez, so si hay alguien ahí fuera con gustos sospechosamente similares a los míos, probablemente le guste.

Ah, y este relato es mucho más corto de lo que tengo en mente. Se está haciendo tarde, y creo que lo que he escrito hasta ahora se sostiene tanto por si solo como de prólogo a una historia mucho más larga. Si me da por ahí, es perfectamente posible que continúe, pero, si os gusta, no vayáis con esperanzas de que la secuela aparezca pronto, porque esto de que escriba dos mil palabras así a lo tonto a las tres de la mañana no pasa todos los días.

Dicho esto, disfrutad el relato si es de vuestro rollo y felices fiestas ^^

Ya llevo unos días en mi nuevo trabajo, y las doctoras me han recomendado que recoja por escrito mis experiencias. Aunque estoy aquí porque quiero, me esperan unos meses bastante duros, y llevar una cuenta diaria de mis impresiones como nueva incorporación me ayudará a poner mis pensamientos en orden cuando sienta que el cansancio me puede. También quieren entender la evolución psicológica de sus sujetos; por un lado me da miedo ser un conejillo de indias, pero mentiría si dijera que no es, de algún modo, emocionante.

Llegué temprano; cuando me bajé del autobús algo mareado, el sol apenas había salido y una niebla espesa y fría cubría los árboles a ambos lados de la carretera. Tenía bastante miedo de perderme, pero siguiendo Google Maps confirmó lo que decían los emails: en medio del bosque había un edificio ancho, blanco y cubierto de hiedra, diseñado para fundirse con el entorno; parece que haya brotado de las rocas. Tenía algunas ventanas, y siendo todas de espejo, al igual que la puerta, era imposible ver el interior. Asegurándome de que lo llevaba todo, me armé de valor y abrí la puerta.

No se que esperaba, pero “hospital pijo” no era la estética que imaginaba, exactamente; aunque echando la vista atrás, tiene sentido. La recepción, con una decoración basada en el color crema y el blanco, casi podría haber pasado por la de un centro sanitario normal, o quizás una facultad de ciencias, si no fuera por algunos detalles; colgaban de las paredes fotos de algunas trabajadoras tamaño poster, y no pude evitar sonrojarme nada más verlas; parecían escogidas a propósito para ahuyentar a la gente normal.

Detrás del mostrador de recepción había una chica de veintitantos, con el pelo negro recogido en una coleta y un aro en la nariz; llevaba una bata blanca y una etiqueta con su nombre. Yo debía de tener cara de pulpo en un garaje, porque no tardó en hacerme un gesto para que me acercara y explicarmelo todo con tono amigable.

—Oh, ¿vienes por el anuncio, verdad? Jo, pero qué cuco, ¿asumo que nunca has hecho nada así? Ven, que te explico como va todo…

La chica se levantó de su silla y me llevó a una sala de espera, adornada con más posters en los que intentaba no fijarme, algo que, claramente, le hacía mucha gracia. Me confirmó que en nada vendrían a buscarme, y charlamos un momento mientras tanto.

—¿No estabas ocupada? —le pregunté.

—Oh, qué va, esto es un muermo. Hemos tenido poquitas caras nuevas por aquí; me pagan por estar con el móvil, básicamente… Aunque currar aquí tiene sus ventajas. A veces abandono mi puesto y le echo un vistazo a tus compis de curro.

Tenía una sonrisa picarona, y evidentemente pretendía avergonzarme más; deseé que no se le diera tan bien cuando entró por una puerta de vidrio opaco una doctora de pelo castaño y rizado a buscarme; con más de uno ochenta de altura, me sentí bastante intimidado.

—¡Buenas! Soy la Doctora García, y tú debes de ser…. —empezó a rebuscar mi nombre entre una serie de documentos—. Ah, ya te veo. Perfecto, ¿me lo dejas, Sonia?

—¡Claro! Todo suyo, jefa, tú pásatelo bien, ¿eh? —me dijo, antes de darme casualmente un cachetazo en la nalga y reírse mientras se alejaba. En ese momento me quedé helado, sobre todo por la reacción de la Doctora, que se limitó a suprimir mal una carcajada.

En cualquier otro trabajo eso habría sido razón suficiente para salir por la puerta y poner una denuncia, pero yo sabía que esto no es un trabajo normal, y ellas también.

La Doctora García se mostró cortés antes que nada, si bien se notaba que le parecía adorable lo nervioso que estaba. Me acompañó a su despacho, que podría haber pasado por una clínica común si no fuera por lo específicos que eran los diagramas e instrumentos que colgaban de las paredes. Me senté en frente suyo, y puso cara de enternecerse.

—Oye, ¿estás bien? Tal y como hablamos por correo, si en cualquier momento pasa algo que no te gusta, lo dices, ¿vale? El consentimiento es de lo más importante para nosotros.

Me pareció que estaba siendo sincera, y eso me ayudó un poco.

—...gracias. Estoy bien, de verdad. De hecho me… ha caído bastante bien. Esa tal Sonia, digo.

La Doctora sonrió mientras buscaba un montón de papeles que enseñarme.

—Me alegra oírlo. Ya sabes en qué consiste el trabajo, aunque supongo que no iría mal un repaso… —dijo, disfrutando cada palabra mucho más de lo que debería, para mi tormento—. Pero antes, tómate tu tiempo y échale un vistazo a tu contrato y a toda la información legal y médica. Es bastante tocho, pero creo que te valdrá la pena.

Me leí los documentos, algunos más en diagonal que otros. Era una mezcla surrealista de argot legal de manual con descripciones, temas y un vocabulario que harían sonrojarse a una escritora de novelas eróticas. La avisé cuando había acabado, y ella, satisfecha de ver que no me había echado atrás, dejó sobre la mesa un caja negra metálica. Enfriaba el aire a su alrededor, y al abrirla sacó de su interior dos botellas, que dejó al lado de esta.

Eran botellas de vidrio idénticas a las que se usan para la leche de vaca, con tapones hechos de corcho. Sujetó cada botella unos segundos, moviendo su muñeca para remover el líquido en cada una. La primera botella se podría haber confundido fácilmente por una botella de leche normal; estaba llena de un líquido blanco y heterogéneo. La segunda botella, por otra parte, no daba muy bien el pego: la “leche” en su interior era… espesa, viscosa y pegajosa, y la Doctora no podía contener su sonrisa mientras, por primera vez en mucho rato, yo pasaba de estar colorado a estar pálido como la nieve a la par que cruzaba las piernas.

—Esto —dijo sujetando cada botella en ambas manos con cierto orgullo—, es lo que se espera de todas nuestras trabajadoras. Lo que se esperaría de ti. ¿A que es bonito? —dijo, alzando la segunda botella bajo la luz de una lámpara. —Es el fruto de mucho trabajo por parte de todo el mundo, sobre todo de ellas. Oye, ¿quieres probar un poco?

Esta última pregunta casi hace que me caiga de la silla, lo que, evidentemente, era su intención. No tenía claro del todo si se estaba riendo en mi cara o no. Bueno, reirse se estaba riendo, pero vi en su cara… cierta sinceridad. Como quien cuenta una historia con resignación, sabiendo que pocos la van a entender.

Por supuesto, yo vine aquí enteramente a sabiendas de lo que iba el tema, pero verlo en persona era muy distinto a leer sobre ello.

—...ejem, g-gracias, pero, creo que no tengo sed.

Era la justificación más boba posible que podía montar mi cerebro en cinco segundos, y tenía miedo de incitarla a burlarse de mí, pero parecía tan contenta como entretenida con mi respuesta.

—Muy bien. Como ya te he dicho, no harás nunca nada que no quieras. Dicho esto, ¿te queda alguna duda grande? ¿Algo que me quieras comentar?

Me quedé unos segundos con la mirada perdida entre mi regazo y el borde de la mesa, antes de mirarla a los ojos.

—...¿Duele?

Se mostró comprensiva mientras dejaba las botellas en la caja de nuevo.

—El proceso involucra algún pinchazo, pero no es nada inaguantable. ¡Y damos piruletas a quienes sean valientes!

Pensaba que se estaba quedando conmigo, hablándole a un recién graduado así, pero, aunque lo decía con cierta ironía, no mentía al señalar el vaso de plástico lleno de piruletas con forma de corazón.

Aún con lo absurdo de la situación, no me vi capaz de desconfiar de ella. Estiré los hombros y la mandíbula y le pregunté,

—¿Tienes un boli?

El montón de papeles incluía, entre otros, varias copias del contrato en sí, varios acuerdos de renuncia de responsabilidad por parte de la cooperativa, información sobre todos los procedimientos médicos, y una lista larga de palabras que me parecería correcto que usaran para referirse a mi (algo que rellené deprisa, sin querer que se notara lo vergonzoso que era). Cuando acabé de firmarlo todo me dolía la muñeca, y la Doctora tuvo la decencia de darme un vigoroso apretón en la otra mano, mientras me decía:

—Bienvenida a bordo, compañera.

Miré a un lado, subiéndome cierto rubor. Esa parte no era negociable; todos sus estudios les decían que mejoraba la calidad del producto, y mentiría si dijera que me molestaba.

Murmuré alguna afirmación sin procesar realmente lo que me estaba diciendo, más allá de los morfemas femeninos, y me pilló algo por sorpresa la primera orden que recibía.

—Cielo, quítate la ropa y ponte de pie en esa balanza.

Me alcé y comencé a desnudarme de manera algo torpe, una voz en mi cabeza gritándome que me diera la vuelta y huyera, mientras otra voz, mucho más seductora, me animaba a seguir adelante. En nada me quedé en calzoncillos y me dispuse a subir a la balanza cuando la Doctora me chistó.

—Quítate toda la ropa, cari. Venga, que no tenemos todo el día.

Por supuesto, yo ya estaba roja como un tomate, como el corazón a mil. A penas habíamos empezado y ya me costaba seguir órdenes básicas. Pero sabía que no me harían daño ni me impondrían nada que yo no quisiera, y eso me envalentonó. Quería probarla.

—Es que… me da vergüenza.

Evidentemente, la Doctora había lidiado ya con muchas nuevas incorporaciones, y no se despeinó al levantarse, caminar hasta pararse en frente mío, y sujetar mi barbilla mientras me observaba fijamente, como a una rata de laboratorio.

—¿Ves bien? —dijo, clavando sus pupilas en las mías—. ¿Problemas de dislexia en tu familia?

La miré temblando mientras tragaba saliva.

—N-no.

Le gustó mi respuesta, y, sonriendo, señaló a una serie de pósters en el otro lado de la habitación.

—Leelo en voz alta, por favor.

El primer póster tenía una fotografía de una de las trabajadoras, fácilmente reconocible por sus atributos desproporcionados, prácticamente inhumanos, con pechos grandes como sandías y un miembro que le llegaba hasta las rodillas, desnuda y rodeada de gente que la señalaba. Abajo ponía algo en letras grandes.

—...”U-Una vaca avergonzada es una buena vaca”.

La Doctora me puso una mano en el pelo y comenzó a acariciarme.

—Muy bien. ¿Puedes leer el siguiente?

Vi que en el póster de al lado salía otra trabajadora, con un cuerpo igual de exagerado, que parecía haberse meado encima. Por supuesto, estaba rodeada de gente riéndose de ella.

—...”Una vaca h-humillada es una buena vaca”.

Me empezó a acariciar la nuca, mientras señalaba al último poster.

—¿Y qué dice este último?

Salía una trabajadora en el suelo, atada de pies y manos, llorando mientras una doctora le pisaba uno de los pechos.

—...”Una vaca denigrada es una buena vaca”.

Volvió a agarrarme la barbilla fijamente con una mano mientras me acariciaba el pelo con la otra, hundiendo su mirada en la mía.

—¡Muy bien! Lo entiendes, ¿verdad? Da igual que algo te de vergüenza o no. Lo tienes que hacer. Y, de hecho, se que lo vas a hacer, porque para eso has venido, ¿no? Es uno de los beneficios de trabajar aquí. La gente os trata como ganado, como objetos. Y a vosotras eso os pone mucho, ¿verdad? Y no tiene nada de malo. He visto antes que intentabas hacer ver que no estabas cachondisima, y tengo buenas noticias para ti, cariño: no tienes por qué fingir. Ambas sabemos que te gusta que te traten así, que quieres pasar vergüenza. Así procesáis el bullying que habéis sufrido en el pasado. No hay peligro real, no os vamos a herir gravemente ni a marginar. Y por muy mal rato que paséis, tarde o temprano vais a hacer lo que os digan; por supuesto, podéis iros en cualquier momento, y hay gente que lo ha hecho, algo que respeto mucho. Pero tú, solo porque te diga que me enseñes la polla, no te vas a ir. ¿Me equivoco?

Sentía como me venían lágrimas a los ojos y me costaba respirar con normalidad. No había estado tan excitada, ni tenido tanto miedo, en toda mi vida.

—...N-no s-se equivoca.

Solté un chillido cuando me tiró del pelo de golpe.

—No se equivoca, ¿qué?

Me di cuenta de mi error y tragué saliva.

—No se equivoca, D-Doctora.

Parte de mi esperaba otro castigo por alguna razón arbitraria, pero lo que hizo la Doctora García fue abrazar mi cabeza contra su pecho y besar mi frente.

—Buena vaca… buena vaca… así me gusta… bueba vaca...

Estaba completamente inmobil. Mi cerebro gritaba con docenas de impulsos contradictorios, del pavor a la angustia al alivio a la alegría a la libido. Apenas me dio tiempo a reaccionar cuando se separó de mí y caminó hasta su escritorio, reposando su dedo sobre un botón de su teléfono.

—En esta planta trabajan muchas Doctoras y asistentas. Si pulso este botón les haré saber que les conviene venir a echar un vistazo, a ver como de cuqui estás desnuda. ¿Quieres que lo haga?

El “No, por favor, Doctora” salió de mis labios mucho antes de lo que mi cerebro pudo procesarlo. La Doctora parecía muy contenta con la situación.

—¡Bien! Me alegra oirlo. Se un cielo y súbete a la balanza desnuda, vaquita.