Una buena suegra

Las madres antes que las hijas

Me iba a casar con Irene dentro de quince días, después de casi dos años de noviazgo. Éramos unos novios ‘tardíos’, puesto que ella tenía 28 años y yo 30, lo que quiere decir que la noche de bodas no sería, por supuesto, nuestra ‘primera noche’.

Casi cada día, a eso de las seis de la tarde iba a su casa, unas veces para salir a algún sitio, otras par quedarnos allí viendo televisión a alguna película en el vídeo. Aquel jueves también lo hice, pero Irene no estaba, fue mi futura suegra quien me abrió la puerta.

En este punto he de decir algo de mi suegra: Es una mujer divorciada desde hace 7 años. Se llama Margarita, pero no consiente que nadie la llame así, se hace llamar Margot. Tiene 49 años, más que bien conservados, bien exhibidos, pues es tremendamente coqueta, porque realmente puede serlo. Tiene una figura escultural, pero sobre todo tiene ese algo que suele ‘marear’ a los hombres: cara de viciosa. Siempre he pensado que ojala Irene sea como ella cuando llegue a su edad. Cuando entré me dojo:

-Irene no está y seguramente tardará bastante. Ha tenido que ir a una reunión de la redacción y esas cosas no se sabe cuando acaban. Pero me ha dicho que la esperes de todas formas, si no te importa.

-Claro que no.

-Pues pasa y ponte cómodo. ¿Quieres beber algo?

Le dije que sí, me senté en el cómodo sofá ante el televisor, me trajo lo que había pedido y me dijo:

-Voy a ponerme algo más informal y me siento contigo un rato a hacerte compañía, ¿vale?

-Estupendo.

-Así hablamos de algunos detalles de la boda.

Cuando regresó con algo ‘más informal’ casi se me corta la respiración.

Llevaba un camisón muy corto y muy escotado, pero se adornaba con una especie de chal con un estampado totalmente transparente, como si con él pretendiese, inútilmente, ocultar algo de su impresionante anatomía.

Cuando se sentó a mi lado, con las piernas cruzadas encima del sofá, sentí que, sin quererlo, mi naturaleza empezaba a ‘rebelarse’, y estoy seguro de que ella lo notó, pues vi su mirada fija en mi entrepierna y una tenue sonrisa en sus labios.

-Bueno –Dijo-, os casáis dentro de quince días. Tú sabes que Irene es mi única hija y estoy preocupada por su felicidad. Una de las cosas que me gustaría saber es si la puedes satisfacer sexualmente.

-¿Qué quieres decir?

-Pues… que quisiera saber que tal amante eres, vamos, como follas.

-¿Y cómo puedes saber eso si no es preguntándoselo a ella?

-¿Tú qué crees? Podrías demostrármelo.

Su mano vino a posarse en mi ya más que enardecido miembro. Desde luego, si ella quería echar un polvo conmigo no iba a ser yo quien se negase.

-Por descontado que podría.

-¿Y te apetece follarte a esta ‘abuelita’?

Empezó a poner posturas provocativas que me calentaron aún más.

La verdad es que alucinaba en colores, pero no iba a dejar pasar aquella oportunidad.

-Por todos los lados que tú quieras.

-¡Um! Vamos a ver como tienes la polla mi niño.

……

Sin más me desabrochó el cinturón y me bajó los pantalones y el boxer dejando mi ya enhiesto pene al descubierto.

-¡Vaya! No está nada mal. Ireneita estará contenta.

Empezó a meneármela con maestría de experta. Yo estaba que reventaba y no sabía ni en que pensar para evitar correrme al momento. Más cuando sustituyó su mano por su boca en una antológica mamada.

No soy ningún novato en estas ‘lides’, pero reconozco que la situación y la persona me tenían un tanto cortado. Tanto que en un momento, sacándose mi pene de la boca, me dijo:

-Nene, yo también estoy cachonda. ¿Qué tal si me tocas algo tú también?

Metí mi mano entre sus muslos; ‘previsoramente’ no se había puesto bragas, y en efecto, sentí que estaba completamente empapada. Le acaricié el coño. Gemía hasta con mi polla en la boca.

-¡Cómemelo cariño! ¡Lámeme el clítoris!

Al momento estábamos en un ‘furioso69’. Pero ella notó que yo estaba haciendo verdaderos esfuerzos para no correrme y me dijo:

-Anda córrete cielo, si no cuando me la metas no me va a dar tiempo ni a notarla dentro del chocho.

Sentí que me ‘iba’ irremediablemente y traté de sacarla de su boca, pero ella, dándose cuenta, me la retuvo allí para que eyaculase dentro. Cuando lo hice se volvió a sentar, escupió mi semen, mezclado con su saliva, sobre sus tetas y se las masajeó con el líquido poniendo una cara de vicio  con tanto morbo que me hizo comprender que yo iba a estar dispuesto para el siguiente  ya mismo.

….

Pero el siguiente ya no iba a ser en el sofá. Me cogió de la mano y me dijo:

-Anda, vamos a la cama, follaremos mucho más cómodos.

-Pero… ¿Y si viene Irene?

-Tranquilo. Te aseguro que no va a venir hasta que te haya dejado bien ‘exprimido’.

¡Dios! ¡Como folla esta mujer! Sabe hacerlo de hecho y de palabra. Me excitaba tanto con sus palabras, sus gemidos, sus gritos de placer, como con los mil recursos que tiene para acelerar o retardar tu eyaculación cuando lo cree necesario.

Fueron no menos de tres horas en las que consiguió que me corriese otras cuatro veces; a pesar del temor latente que tenía a la posible legada de Irene; en todas las partes de su cuerpo. Ni pude llevar por cuenta los orgasmos que tuvo ella.

-Anda –Me dijo tras unos momentos de ‘recuperación’- Vístete, que ya si que tiene que estar a punto de venir la niña.

Nos vestimos; bueno, yo, porque ella volvió a ponerse aquello que la dejaba más desnuda que vestida, y volvimos al salón.

-¿Querrás que repitamos esto? –Preguntó cuando estuvimos sentados.

-Por supuesto que sí. Ha sido estupendo.

-Pues tenemos siete días. La semana antes de tu boda no podremos ni tocarnos. Y después de ella tampoco, por supuesto.

-¡Joder! Pues habrá que aprovechar esta semana a tope.

-Por supuesto que sí. Ya nos pondremos de acuerdo para volver a pasarlo bien los dos.

Diez minutos después de llegar Irene, disculpándose por la tardanza, me marché a mi casa todavía con la sensación de los momentos pasados con Margot.

Al día siguiente, y durante el resto de la semana, nuestro encuentros fueron constantes, incluso dos veces al día, y cada ‘sesión’ era más desenfrenada y placentera que la anterior.

Justo cuando faltaban siete días para la boda, y en nuestro último encuentro, me dijo:

-Ha sido estupendo, y no eres mal amante, pero sabes que a partir de ahora se acabó, como si esto nunca hubiese pasado.

Le dije que sí, pero en el fondo mi pensamiento, mi anhelo, era legar tenerlas algún día a las dos, madre e hija, al tiempo en la cama.

¿Llegaría a suceder?

FIN

© José Luis Bermejo (El Seneka).