Una buena hija (2)

Papá siente celos de las cosas que hago con otros machos de su edad, y quiere algo parecido en nuestra casa

UNA BUENA HIJA (2)

Muchas personas me habéis escrito preguntando por mi relación con papá, tras aquella primera experiencia durante el confinamiento. Pues bien, en primer lugar os digo que lo nuestro no ha decaído. Todo lo contrario, se ha estabilizado en el incesto morboso. También me habéis pedido detalles, que cuente alguna cosita más que hayamos hecho… Y hoy me he decidido a hacerlo. Me apetece compartirlo, además valoro mucho vuestro interés.

Ante todo, os digo que nunca me ha follado. Ni por delante ni por detrás. Hacemos otras cosas. Eso sí, se la he chupado más veces. Muchas. A veces sin que la mamada forme parte de algo que se nos haya ocurrido en especial. No, simplemente viene a mí y me pide que se la chupe, porque le apetece. Y yo lo hago con mucho gusto. Soy una buena hija, como ya sabéis. Pero unas veces me trago todo lo que sale y otras lo echa en mi carita. Depende.

Bueno, os cuento por ejemplo otra cosa que hemos hecho, además no hace tanto tiempo. La idea se le ocurrió a él, cuando le conté una de mis experiencias en el hotel, con el señor Pérez, que también conocéis de estas mis confidencias por escrito. Yo le había contado a papá esa vez cuando me sodomizó un desconocido para el placer voyerista del viejo verde Pérez. Bien pagada, claro. Lógicamente, se lo conté con él tumbado en la cama, mientras se la chupaba, dando detalles de todo tipo durante mis lametones y besitos: mi lencería, cómo me la rompió el tipo aquel al que nunca vi, el ventanal abierto para captar espectadores… A él le encantó esta experiencia mía, y cuando se corrió le salió mucho.

Pero en cierto modo, le habían entrado celos de aquella experiencia mía. Yo me di cuenta. Celos morbosos y gustosos. Pero celos, al fin y al cabo. Y quiso probar algo similar. O sea, ver gozar a su querida y única hija. Sin que yo no viera a más persona que a él. No quería perderse algo que había disfrutado otro macho, encima de su edad.

Lo organizó no sé cómo, en los días que yo le dije más convenientes pensando en mi período. Por supuesto, me hizo vestir como a una zorra de lujo, con lencería roja y negra de primera clase y tacones muy altos. Y me situó delante de su sofá favorito, donde se sentaría él.

Cuando llegó el momento, sonó el timbre, abrió y saludó. Desde el salón oí voces roncas y maduras, de varias personas. Y ya empezaron mis nervios…

Luego entró papá, se sentó en su sillón, y se sacó la polla. Ante mí. Estaba muy blanda todavía, y él vestía solo con un albornoz.

Yo abrí las piernas y puse el culito en pompa, tal como él me había pedido. Y papá comenzó a hablar:

  • Bueno, ésta es mi niña. Tiene buena pinta por detrás, ¿verdad?

Nadie dijo nada, pero supongo que asintieron. Obviamente, les había dicho que no hablaran, al igual que hizo el señor Pérez con el macho que me sodomizó en el hotel.

  • Como veis, usa lencería de putita cara. Desde siempre le encantó, lo noté de toda la vida.

El hecho de que papá dijera eso de mí, ante contactos suyos que yo no podía ver, me excitó a más no poder.

  • No os imagináis las braguitas que usaba ya, siendo una adolescente. Yo las miraba en su cajón, cuando ella no estaba en casa. ¡Ya tenía el puterío en el cuerpo!

Diciendo eso, se le iba poniendo gorda, sin tocarse.

  • Y este conjunto que veis lo he comprado yo. Adrede para hoy. Para vosotros. ¿Verdad, niña?

  • Sí, papá – respondí, encantada con una situación que cada vez me gustaba más. El saber que me miraban por detrás, unos desconocidos. Papá empalmándose, diciendo esas cosas. Y yo deseando tocarme, pero sin hacerlo al suponer que eso no estaba en el programa.

  • ¿Le sienta bien la lencería de zorra a mi hija, verdad?

Oí asentir a más de un hombre. Y una risita, que podría ser de mujer.

  • Venga, empezad. Da igual quien sea el primero. Nadie se quedará sin sobar.

Unos pasos se acercaron a mi espalda. Pasos de alguien robusto, con respiración pesada. Segundos después, una mano grande comenzó a sobarme toda, sin contemplaciones, por dentro del tanguita y del sujetador. Mi culito, mi chochito, mis pezones, que ya estaban de punta… De arriba abajo, pero sin meter dedos. Estuvo así unos minutos, conmigo suspirando, bien abierta, sobre los tacones.

  • El siguiente – dijo papá, mientras me miraba y comenzaba a tocarse el rabo, que ya estaba gordo.

Otra mano repitió la operación, recorriendo con los cinco dedos mi almejita. Y yo gemí y meneé el culito, entornando los ojos. Qué bien sobaba ese macho…

  • ¿Te gusta, niña?

  • Mucho, papá – respondí, abriendo los ojos un poco, mirándole bien, expresando cuánto gozaba con su idea.

La siguiente mano fue femenina. Lo noté por los dedos y las uñas. Lo hizo mejor que los dos machos de antes. Y eso que ellos no lo hicieron nada mal, sobre todo el segundo. Por cierto, ella me desabrochó el sujetador, que cayó al suelo, dejando al aire mis tetas, ansiosas y erectas.

  • Te toca, Marcos – dijo papá, después de que ella se apartara.

El tal Marcos hizo lo que deseaba para su turno. Y era destrozarme las medias y el tanguita con unas tijeras. Despacio, cuidadosamente, con un gusto fetichista que yo podía captar en su respiración agitada, disfrutando con el miedo que yo pudiera sentir por las tijeras, el contacto del metal frío sobre mi piel… Mis caras de pavor y placer a la vez gustaron en especial a papá, que empezó a susurrar:

  • Qué morbosa eres, amor…

Ya solo me quedaban los zapatos de tacón, el resto de mi cuerpo estaba tan desnudo como el de una perrita. Y mi culito estaba más en pompa que antes, todo lo posible.

Empapada, temblorosa, mi cara se acercó hacia la polla de papá, que estaba enorme, a la vez que sus ojos estaban dilatados de placer perverso…

Entonces, empezaron a tocarme todas las personas a la vez. Había cuatro, o quizá cinco, qué sé yo… No podía contar, de puro éxtasis.

Sentía manos por todas partes. Manos de todo tipo, pero lujuriosas a más no poder, ansiosas. Recreándose en mi cuerpecito joven y apetitoso, sin prisa. Gozando de lo calentorra y morbosa que soy. Unas manos me sobaban de arriba abajo. Otras, me acariciaban en la rajita, el clítoris. Algunas se concentraban en las tetas.

Minutos después, cuando me quise dar cuenta, un hombre me había penetrado con un dedo. Y no lo sacó cuando la mujer me metió dos de los suyos… Enseguida todos esos dedos empezaron a follarme, coordinados muy bien entre ellos.

  • Os encanta mi niña, eh… - preguntó papá a toda aquella gente, que en respuesta asentían, pero sin articular palabra.

  • Es muy buena hija, estoy orgulloso de ella.

La lengua femenina empezó a lamer mi agujerito trasero, mientras a su derecha e izquierda los machos me seguían sobando.

  • Y ya veis lo bien depilada que está… Yo mismo chequeo su depilación, todas las semanas. Y no le perdono ni un pelito…

Al oír eso con tantos dedos dentro, empecé a notar las contracciones femeninas típicas, en mi vagina…

  • Y no podéis imaginar lo bien que me la chupa – añadió – masturbándose a tope.

  • Papá, papá… - gemí, mientras me sostenía a duras penas sobre los tacones…

  • Se lo traga todo, y lo saborea que da gusto… mientras yo le digo lo puta que es.

¡Jamás imaginé que viviría algo así! Un montón de manos de desconocidos invadiendo mi intimidad femenina, ante los ojos de mi propio padre, que contaba nuestras barbaridades mientras se la machacaba. Y esa mujer, qué bien hacía el beso negro…

Entonces, uno de los machos sacó su dedo de mi chichi y me lo acercó a la boca. Siempre por detrás, para que no le viera la cara. Seguro que quiso comprobar lo que comentaba papá de lo buena mamona que soy… Y chupé, vaya sí chupé, saboreando mi juguito íntimo de su dedo, robusto y peludo, grueso y arrugado.

  • Sigue chupando el dedazo de Paco para que lo vea tu papá, Candelita…

Al oír eso casi me corro… Cuánto me gustaba la situación, y cómo le estaba poniendo a él… Marcos, Paco, ya conocía dos. De nombre y por los dedos…

  • Sí, papá, yo chupo lo que tú quieras – dije con el tono más sumiso posible. En mi chichi ya no cabían más dedos, y la señora ahora metía su lengua en mi culito como si fuera el rabo de un machote ansioso.

  • Te gusta lo que te hacen, eh…

  • Mucho, papá… y a ti ver así a tu hija? – pregunté como pude,  meneando, gimiendo, suspirando…

Perdí ya el control de lo que me pasaba, de las manos y los dedos en mi intimidad, en mis zonas calientes. Pero recuerdo que la señora dejó de chuparme el culito y que un dedo bien grueso, de macho, se aventuró en su interior, con tanta habilidad como decisión. Aprovechando la lubricación de la saliva…

Entonces, papá ya no pudo resistir más y empezó a correrse. Al darme cuenta, acerqué la cara todo lo que me permitían los tacones y los dedos en mis agujeritos, inclinándome. Y así conseguí que al menos un poco de semen, caliente y pringoso, salpicara mi rostro. Justo entonces me corrí, mientras papá susurraba...

  • Mi hija… mi niña… mi puta.

A continuación, las manos dejaron mi cuerpo, y aquella gente se fue marchando. Supongo que con la polla dura, ellos, y el chichi húmedo, ella.

Y yo me senté en el suelo, ante el sofá, y refugié mi rostro pringado en la entrepierna de papá, con su polla fláccida y sucia.

  • ¡Qué felicidad! – exclamé para mis adentros, mientras él me acariciaba el pelo.

  • Candy – suspiró él, sin apenas aliento.

  • Te quiero mucho, papá – respondí yo, mientras oía cerrarse la puerta de casa.