Una buena follada

Como buena sumisa, seduzco a un chico para que me reviente como quiera.

Él era alto y musculoso, de unos treinta años, y yo me había estado insinuando en el gimnasio, mostrándole mi generoso escote, apoyando mi mano en sus caderas, con algún toque travieso, frotándome de vez en cuando contra él al turnarnos en las máquinas, y dejándome tocar todo lo que quiso cuando cogió confianza. Al final una mañana, al llegar al gimnasio, en vez de entrar fuimos a su casa.

Estábamos en la cama, él encima de mí, besándome, yo aún vestida, pero dispuesta, con las piernas abiertas. Sacó mis grandes pechos por encima del top que había elegido y empezó a agarrarlos, a masajearlos, a besar y a morder mis pezones. Se ocupó de lamer mis tetas por completo, apretando cada vez más, retorciendo y pellizcando mis pezones sin piedad. Notaba su erección contra coñito, cada vez más húmedo. Quizá lo notó por como me frotaba contra su polla, con mis piernas rodeándole su espalda; se desembarazó de mi agarre y me arrancó con violencia los shorts y el tanga que llevaba, dejando mi vagina completamente expuesta para él, con mis pechos por fuera del top, que las mantenía bien erguidas para él.

Bajó hasta mi coñito, me levantó las piernas bien abiertas y comenzó a lamer. Notaba su lengua recorrer toda la superficie de mi vagina, parando para chupar y morder suavemente mi clítoris. No pude más, le cogí de la cabeza y, desesperada, le pedí que me follara con fuerza.

Me agarró de las rodillas, manteniendo mi espalda contra la cama y asegurándose de mantenerme las piernas bien separadas, y me penetró con fuerza. Notaba su enorme polla dentro de mí, entrando cada vez más hondo con cada embestida, mi coño lubricado aceptando la penetración de un rabo tan grueso a duras penas. Yo gemía con fuerza, retorciéndome ante su follada, cada vez más intensa, con mis tetonas moviéndose arriba y abajo en su cara. Relajó el ritmo durante un minuto, y aprovechó para volver a manosearme las tetas que tanto gustan a la gente, usándolas como su juguete personal, y para decirme lo guarra y pervertida que era.

Me puso de lado, follándome con calma mientras me apretaba y azotaba las nalgas sin piedad. Con el tiempo empezó a subir el ritmo, poco a poco, hasta que estaba dándome con fuerza, apoyándose en mi cintura para mantenerme en el sitio.

Al final no pudo más, me puso a cuatro patas, me agarró del pelo con fuerza y empezó a reventarme. Su polla destrozaba mi coñito, mis enormes pechos bamboleando ante sus embestidas. A la vez, yo golpeaba mi culo contra él, para ser penetrada hasta el final, apretando su rabo con mi vagina. Y entonces paró, me cogió con firmeza de los brazos, y se puso a destrozarme con más fuerza que nunca. No podía moverme, con los brazos aprisionados, mis enormes tetas botando libres. No podía pensar, su polla entraba hasta el final con cada embestida, violando mi coño sin piedad. Tiraba de mis brazos hacia él con fuerza, y yo no podía agarrarme a la cama, ni a mis tetas. Subió el ritmo de pronto, yo ya no veía ni pensaba en nada que no fueran sus embestidas, empecé a chillar con fuerza, y finalmente acabé, apretando aún más su polla con mi coño, gimiendo con fuerza y dejándome caer sin fuerza, con él aún sujetándome por los brazos y embistiendo. Segundos después paró, con su polla bien dentro de mí, y noté su líquido calentito llenándome, mientras él se relajaba contra mis tetas, apretando y chupando como quería.

Yo había satisfecho mi vena sumisa, y él había disfrutado de la jovencita que le llevaba pidiendo una buena follada. Y vaya si me la había dado. Esto luego iría a más, pero eso quedará para otro momento...