Una broma mal llevada
Hasta una corazonada puede decir mucho.l
UNA BROMA MAL LLEVADA
Reconozco que soy una persona algo peculiar. Sí, por ejemplo, soy tremendamente visceral, empatizo, quizá en exceso, con los personajes que forman parte de las historias que leemos. Y eso fue precisamente lo que me ocurrió cuando tuve la oportunidad de leer el precioso relato que os indico a continuación
https://www.todorelatos.com/relato/147161/
Barça – psg, escrito por parejabcn2
Por eso no tuve más remedio que crear mi historia al hilo de la anterior, porque reconozco que me angustió la imagen de lo vivido por esos personajes. Que conste que no he pretendido enmendar nada. La historia es la que es y está maravillosamente bien contada, por eso pido disculpas si alguien no lo entiende así, si la escribí es porque esa situación me angustiaba.
Un beso enorme por vuestra comprensión.- Cristina
-Vamos, a la cama, que estoy cansada. Ha sido un día agotador.
-Sí, sí, ahora mismo, cuando mire esto, quiero ver si me han llegado unos correos que estaba esperando. Ve, tú, en seguida iré yo.
Y ahí me tienes, con una cara de bobalicón que tira de espanto, acababa de vivir la experiencia más extraña y dura de mi vida, mi mujer acostándose con otro, y como premio una mamada de impacto.
Me estaba dando un bajón de impresión, ese estado extraño en el que viví todos los acontecimientos pasados ahora me estaba pasando factura, no sé si para bien o para mal, comenzaba a poner los pies en la tierra y a ser consciente de todo aquello que había ocurrido. Sí, mi mujer, por la que sería capaz de dar mi vida, se había acostado con otro en mis narices y sin embargo no fui capaz de reaccionar, ni tan siquiera supe decir sí o no, bien o mal, si pasas esa línea te parto la cara o me la rompes tú a mí… No, no fui capaz de decir ni de hacer nada, mi cuerpo fue incapaz de responder y ahora, que presumiblemente todo ha terminado, qué tengo que hacer, porque sinceramente no lo sé, estoy perdido en esta maraña que el destino ha tejido a mis pies.
No sé si realmente lo deseaba ella, si ha disfrutado, si está dispuesta a repetirlo, no sé en qué lugar estuve esta tarde y en qué lugar he de quedar para mañana. Lo único cierto es que mi cabeza es un horno a punto de estallar, que me duele horrores, que tengo ganas de vomitar, que estoy cansado pero que al mismo tiempo me niego a cerrar los ojos, no quiero ni puedo y sin embargo qué he de hacer. No lo sé, de verdad; de verdad que no lo sé.
Termino por levantarme del sofá, de ese extraño espacio de confort, el de todas las noches, el de todos los días en los que mi hogar era mi refugio, pero hoy no reconozco nada, ni nada me ata, por lo que termino por levantarme y con paso cansino, con la sensación del mareo de aquel que ha bebido o fumado en exceso, dirijo mis pasos hacia la habitación donde mis sueños se han roto. Sin embargo no llego pues es tanta la sensación de malestar que termino por dirigirme al cuarto de baño donde abrazado al inodoro acabo por echar todo lo que mi estomago acogía y hasta aquello que ya no estaba, por eso el intensísimo dolor en el pecho.
Sentía una intranquilidad, unos nervios, que no me dejaban descansar ni tan siquiera sosegar mi maltrecho espíritu, intenté en más de una ocasión cerrar los ojos, echarme aunque fuera sobre el sofá pero no lo conseguí, incluso llegué a entrar en la habitación, venciendo todas las repulsiones imaginadas puesto que sólo quería estar con ella, no necesitaba ni su boca ni su pecho ni su coño, necesitaba estar con ella para vencer los miedos que poco a poco me atenazaban cuando sufrí un golpe de realidad en toda la boca del estómago, al entrar ella dormía y lo hacía no sólo en el colchón que había servido como campo de batalla sino que no se había dignado, ni tan siquiera, a cambiar las sábanas.
Así que de de la misma forma que me decidí a entrar, me marché al cuarto de invitados y tal y como iba me acosté, no tenía fuerza ni ánimo para desnudarme y así vi morir la noche y nacer el día, con los ojos abiertos como platos, con el cansancio en lo más profundo de mis entrañas.
Desesperado por la falta de sosiego me decidí por levantarme e irme a la calle, Ana no había dado aún señales, imagino que lo que había vivido al mismo tiempo que le produjo un inmenso placer también debió de producirle un grandísimo cansancio. La casa estaba en un silencio que dolía, sufrí un profundo escalofrío cuando de forma insistente venían a mis oídos los sonidos que se escucharon, desesperado, tal y como me había acostado, vestido, así salí a la calle, con la ropa arrugada e imagino que con la cara destrozada por las horas, por las imágenes, por los testigos… Esa es otra historia, ¿cómo me verán mis amigos?, ¿cómo el cornudo? ¿Sentirán lástima de mí? ¿Sentirán pena o envidia por ella? No lo sé, la verdad es que tampoco pretendía abrir un nuevo frente en estridente sonrisa, en mi atormentado cerebro, en lo que quedaba de aquel alegre personaje del día anterior.
Sin ilusión por nada pero con la necesidad de tomar algo de energía, entré en una cafetería, hasta el bullicio de la gente me atormentó, destrozaba mi pecho, angustiaba mi mirada, me sentía morir y no quería. ¡Diosssssssssssssssssss!, gritaba en mis adentros, por qué me tuvo que tocar a mí, ¿por qué no fui capaz de reaccionar a tiempo?, no me lo perdonaré nunca.
Y hasta me asusté cuando sin esperarlo, comenzó a sonar el móvil, cuando ese estridente sonido me sacó de mi pesadilla, era Ana, lógicamente, ¿quién habría de ser si no? Miraba el móvil, miraba la foto que anunciaba su llamada pero mis brazos estaban paralizados, congelados en una imaginaria escena, mis dedos no acertaban a abrir la conversación y así terminaron todos los tonos de esa maldita melodía que la identificaba pero siendo consciente de que no tardaría mucho en volver a sonar, opté por silenciarlo. Qué bien entró el café, mi estómago que estaba tan abotargado se sintió resucitar y de esa forma envió a mi cerebro una orden sencilla pero machacona, descansa, descansa, descansa. Y con ello entré en una niebla de silencio.
Adormilado, distraído por ese duermevela, unas manos se posaron sobre mi hombro para interesarse si me encontraba bien. Miré con ojos aturdidos, desconcertado por la intromisión en mi mundo privado, el de los sueños, el de las sensaciones, el de los deseos y hasta el del dolor. Porque realmente no sabría decir qué momento estaba viviendo en esa cafetería. Di las gracias, pagué y me dispuse a seguir mi vacilante destino.
Con las manos en los bolsillos continué con mi errático y desconcertado camino de muchas horas, no sabía a dónde ir pero necesitaba estar activo, cansar aún más mis piernas, mi cuerpo, mi mente. Calle arriba, calle abajo, plazas, alguna parada en un banco de la calle. Hubo un momento en el que ya no podía seguir más pues me faltaba hasta el aire. Paré un taxi, -¿dónde?-, tardé en responder, destino, la que hasta ahora había sido mi casa, pensé.
Cuando crucé la puerta del piso, Ana, se abalanzó sobre mí llorando, estaba histérica, desesperada, casi gritaba de alegría al verme, a veces lloraba. Habían pasado muchas horas y sí que es verdad que yo no volví a mirar el móvil aunque en todas las horas que habían pasado nunca dejé de pensar en ella, en el comedor estaban los invitados de esa nefasta noche, también se levantaron, también acudieron formando un coro alrededor de mi mujer mientras que en mi estómago, al verlos, no pude reprimir el sentir nauseas por lo que apresuré el paso hasta el baño. Ana me hablaba, me preguntaba de forma casi compulsiva, yo la miraba y los miraba sin ser capaz de decir nada y sin embargo sentía una inmensa repulsión por todos ellos. Estaba muy cansado, tanto como para cerrar los ojos y pedir que nunca más pudiera abrirlos.
Cuando pude controlar mis impulsos de odio, me encaminé hacia el cuarto de invitados y tal y como estaba me dejé caer sobre la cama, note que unas manos sacaban mi ropa, quitaban mis zapatos, me arropaban, bajaron la persiana, cerraron la puerta y se hizo el silencio hasta en mi alma.
Todos los amigos permanecieron alrededor de Ana durante un buen rato, nadie decía nada, ninguno se atrevía a romper el silencio porque en el fondo, en todos ellos sobrevolaba la imagen de lo vivido la última noche. Según me contaron, Luis participó poco, manteniendo siempre un rostro indefinido, por el contrario ellas sintieron envidia, lo de ellos quizá fuera un amargo recuerdo, sin embargo quizá no sería justo reprocharle nada ¿acaso era culpable de algo? ¿Quién no lo era en ese momento?, Ana iba y venía continuamente a la habitación donde me encontraba, arrimaba el oído a la puerta, como mucho, se asomaba. Otra vez se iba otra vez volvía, el ambiente estaba demasiado enrarecido, demasiado cargado, por lo que al decidieron salir de allí, todos abandonaron poco a poco la casa, ellas abrazaban a Ana, ellos posaban sus manos sobre sus hombros y espalda, quizá el abrazo más intenso fue el de Luis y sin embargo a ella, en ese momento, le quemaba. Muchos días después llegué a preguntarme, ¿en algún momento tuvo ella, se cruzó en ella la sensación de arrepentimiento?
Y pasaron las horas e infinitos fueron los paseos del salón a la habitación y de la habitación a la cocina, un vaso de agua, una galleta que crujía en su boca pero que con dificultad pasaba.
Por fin, serían las nueve de la noche cuando salí de ficticio escondite, estaba como drogado por la ausencia de ruidos, por el desconcierto de no saber en qué día estaba, la hora que era, las palabras que se resistían, los sentimientos desaparecidos, la angustia en la garganta. Cuando Ana oyó el ruido de mi despertar salió corriendo abrazándose como una desesperada, lloraba, reía, hablaba. Fui yo quien rompió el oscuro silencio de la aflicción de Ana, le dije que iba a la ducha, que estaba aturdido, que incluso tenía sensación de mareo. Ella me acompañó, sacó nuevas toallas, le dio al grifo del agua caliente y como a un niño pretendió limpiar mi cuerpo de los malos espíritus, por eso mismo le pedí que me dejara un ratito solo, que lo necesitaba.
Ella no dejó de llorar, estaba tremendamente nerviosa, se sentía culpable de no sé qué o de saberlo, sin querer admitirlo. Se fue corriendo a la cocina y terminó por preparar una exquisita cena, adornó la mesa, abrió una botella de buen vino, encendió unas velas aromáticas y por último fue a nuestro dormitorio donde sacó ropa limpia para mí y ella se vistió de fiesta.
Cuando salí del baño y entré en el dormitorio para buscar mi ropa limpia, fue inevitable volver a ver aquella cama que por unas horas fue mi tormento, la pesadilla que nunca imaginé vivir, el delirio nunca imaginado, me sentí morir, y es verdad, en nada responde a una frase hecha, por dentro y por fuera estaba destrozado. Con la tranquilidad del merecido descanso y con la angustia permanente por mi cobardía dirigí mis pasos hacia el salón donde Ana me esperaba con una sonrisa, alargó sus brazos, yo estreché sus manos, ella pretendió darme un beso a lo que respondí acercándole mi mejilla, de la cara de ella volvió a desaparecer la sonrisa.
-¿Qué celebramos esta noche?
-Celebramos que estamos juntos los dos, eso es más que suficiente
No dije nada, pero ella no podía dejar de mirarme.
-Por favor, Antonio, ¿qué te ocurre?
-Nada, Ana, es sólo que me encuentro muy mal pero no sé el motivo real.
Y aguantando la respiración soltó esas palabras que le quemaban
-¿Acaso tiene algo que ver lo de anoche?
-No lo sé, de verdad que no lo sé, aunque es muy probable, es casi seguro que así sea.
-Ayer comenzamos un juego, quizá absurdo pero un juego que tu alentaste, tuviste la oportunidad de pararlo y sin embargo no llegaste a hacerlo y ahora me haces sentir culpable.
-No, de forma rotunda, NO, en absoluto, yo no te he dicho nada de eso, nada.- Respondí de forma violenta, ella me miraba con desconcierto.
-Por qué no viniste anoche a la cama conmigo
-Ni siquiera tuviste la decencia de cambiar las sábanas
-Esta mañana me di cuenta, no lo hice adrede, fue algo tan simple como que estaba tan cansada que me eché unos minutos antes de quitarlas y lo que pasó es que me quedé dormida de seguida
-Sí, supongo que había motivo más que suficiente para estar cansada
-Por favor, Antonio, no me lo recuerdes más, sucedió y ya está. Volvamos a ser lo que éramos, yo te dije que te quería muchísimo más que antes de hacerlo. Créeme que es así como lo siento.
-Y te creo, pero Ana, siento una angustia permanente. Mañana tiras el colchón y esas sábanas, es la única forma de que pueda volver a entrar en esa habitación
-Lo haré, no te quepa la menor duda pero por favor, no me rechaces como lo has hecho esta noche cuando has rehusado mi beso
-No puedo olvidar que esa boca estuvo hace unas horas besando otra boca, lamiendo otra polla, llenándose con la leche de otro.
-Por favor, Antonio
Y se levantó abrazándome con tanta fuerza que a punto estuvo de tirarme de la silla.
Era el momento que tanto temía, el llegar a verla sufrir por algo de lo que en el fondo, yo mismo tenía tanta culpa o más que ella. No podía permitir que eso fuera a más porque de otra forma se haría un surco tan grande que terminaría por arruinar nuestra vida en común. Así que consentí en abrazarla y dejarme besar aunque yo poco participara, para ella era obtener un premio, premio al amor que con total seguridad sentía por mí. Y dormimos los dos en la habitación de invitados, ya habría tiempo al día siguiente de tirar ese colchón y comprar otro que estuviera puro para comenzar de forma simbólica una nueva vida.
Y así fueron pasando las horas, los días y se estaba acercando nuevamente el fin de semana. Los amigos no dejaban de llamar, yo los atendía sin que fuera de una manera efusiva pero al menos seguía participando. Como todas las semanas dijeron de juntarnos todos los matrimonios pero yo estaba reticente a hacerlo, esa sensación de vergüenza no me abandonaba por tal motivo volví a alegar que no me encontraba totalmente recuperado. Ana no era consciente de lo que yo estaba pasando, esas luchas internas por mi amor propio, por mi dignidad, ese desconsuelo por la humillación sufrida que me destrozaba. Ella me animaba a salir, a quedar con ellos, a que me diera el aire y me distrajera. Yo le volví a insistir que no me apetecía, que estaba cansado casi de forma continua pero le dije que fuera ella, pero Ana no quería separarse de mí, temía que pudiera distanciarme si el silencio llegaba a hacerse mi amigo. Y así era, a veces necesitaba de la ausencia de ella y por el contrario que fuera la soledad mi refugio.
Yo no podía olvidar pero reconozco que aún con todo mi maltrecho ánimo, intentaba que todo volviera a la normalidad, mi amor por ella lo merecía, así que aquella noche decidimos pasarla tranquilamente sentados viendo una película, yo, sin pretenderlo pero al mismo tiempo sin poder evitarlo, con la mirada perdida, con la mente en aquella noche, en lo que había ocurrido realmente en aquella habitación, lo que se habían dicho o lo que llegaron a sentir…, algo que deseaba conocer con firmeza y que a la vez me provocaba un auténtico quemazón, ella no dejaba de observarme. En ese momento sonó el timbre de la puerta, nos extrañamos pero fuimos a abrir y cuando lo hicimos nos encontramos con todos nuestros amigos que habían decidido venir a hacernos una visita, y de paso traer las cosas necesarias para comer allí mientras, como tantas otras veces, reíamos, jugábamos o veíamos la tele.
-Hombre, Antonio, deja los achaques que te vas a hacer un viejo prematuro.
Ana reía con ellas pues en el fondo le dio mucha alegría de que estuvieran nuevamente juntos.
A mí por el contrario, la cara me cambio en décimas de segundo cuando volví a encontrarme con todos ellos, sobre todo porque con ellos también vino Luis. Por lo que de forma impulsiva y tajante
-Nadie te ha invitado a esta casa, así que largo de aquí
-¿Antonio, por dios, qué dices?
Fue la respuesta de Ana. La mirada con mi pareja no dejó lugar a dudas de una firme determinación
Me di la vuelta, todos pretendieron retenerme con ellos, quitarle hierro al asunto, pero fui inflexible.
Entré en la habitación, saqué del armario/trastero que había allí mi vieja maleta de soltero, ni siquiera quise llevarme la nueva, metí toda la ropa que pude de forma impulsiva y totalmente anárquica, cuando entró Ana casi se cae al suelo
-Por favor, Antonio, ¿qué haces?
-Ya lo ves, tampoco hay que ser muy listo para darse cuenta de ello, lo que parece es que el único gilipollas, además de cornudo, que hay aquí soy yo, me has humillado más de lo que ya me lo estaba haciendo yo mismo
-Antonio, no hagas una locura, yo no he pretendido…
-No puedo, Ana, y lo que ha pasado ahí fuera por tu parte no lo aguanto
-Yo no he hecho nada, Antonio
-Ese hombre no debería de haber vuelto nunca a esta casa, yo lo he echado y tú me has desautorizado, me voy, de esa forma puede entrar en ella quien tú quieras
-Antonio, yo….
-No, no te preocupes, hablaremos dentro de unos días, hasta entonces no sé dónde estaré, no quiero que me llames ni intentes localizarme, dentro de unos días hablaremos y veremos qué solución tiene esto si es que la tiene
De esa forma abandoné mi casa, sin ser capaz de levantar los ojos del suelo, ateridos por el frío de la noche, envueltos en lágrimas.
No, no fueron mejor los días para Ana, eso es seguro. Con los ojos doloridos de tanto llorar y envuelta en una manta se pasaba las horas y los días en el sofá, esperando oír cómo la puerta de la casa se abría y aparezco de nuevo pero dejé de ir al trabajo, me debían algunos días y me los tomé, no tenía más remedio que hacerlo, pero eso se demoró en el tiempo. Dejé de atender las llamadas de mis amigos, la vergüenza por la humillación que sentí tanto la noche en la que ella se acostó con Luis como de esa otra en la que Luis volvió a mi casa se había convertido en una pesadilla, en una permanente congoja de la que no conseguía salir, para colmo, yo amaba profundamente a Ana.
Cuando salí de casa, me llevé lo imprescindible, pero faltaba aún lo más importante, y ahora dónde. Esa noche la pasé en el coche, sentí frío, una inmensa soledad, la ausencia de hogar. Me estaba volviendo loco, no sé lo cigarros que quemé aquella noche, en un momento dado era tal la angustia que sentía que no tuve más remedio que salir a la calle, comenzar a recorrer sus angostos espacios, sus solitarios destinos. Ya comenzaba a despuntar el día cuando me encontré con el único lugar que había encontrado abierto, era un bar de copas.
-Lo siento, cerramos dentro de media hora.
-Suficiente.
-Qué desea.
-Lo más fuerte que tenga.
Y realmente era duro, yo que no estaba acostumbrado a beber, por lo que cuando aquello entró pensé que me quedaba por dentro, mis ojos se abrieron como si realmente hubieran llegado al infierno.
-Otro.
-Tranquilo machote, no tengas prisa, que aun no cerramos, jejej…
-¿Me invitas a un trago? –Me extraño la pregunta, cuando volví la vista me encontré con un ser realmente hermoso, sin que por ello su cara no reflejara un deje de tristeza y del paso del tiempo.
-Por supuesto, aunque no creo que esta noche sea la mejor compañía para nadie.
-¿Un día duro?
-Un día para borrar de mi existencia, lo malo es que nunca podré hacerlo.
-Todos hemos tenido que pasar por alguno de ellos, para comenzar tómate esos tragos con más tranquilidad porque de lo contrario añadirás otro problema al que ya tienes.
-Quizá tengas razón, la misma que yo he perdido esta noche.
-Me llamo Lourdes, ¿me quieres decir tu nombre?
-Antonio, quizá sea lo poquito que queda de mí.
-Vamos, Antonio, no te martirices más, deja correr el tiempo, al menos no eches mano de lo que queda de esta noche que ya estamos viendo que no es la mejor para nada importante. Tómate la copa y vete a tu casa.
-¿A qué casa?
Y así fue como comencé mi confesión, no sé si era justo o no que yo le estuviera trasladando mis problemas a una desconocida que aunque tarde, aunque pudiera tener la esperanza de pasar una buena noche o de conocer a alguien interesante, y sin embargo se había acercado a la persona menos indicada. Pero allí estaba ella, escuchándome con atención, sin juzgar, sin aumentar mi dolor sino todo lo contrario, mitigando sus efectos tan adversos.
-Lourdes, siento mucho no ser la mejor compañía para nadie esta noche, agradezco la tuya, pero quizá fuera lo mejor que te fueras con tus amigos o con quien hayas venido.
-No te preocupes por eso, yo estoy aquí para dar calor a los cuerpos fríos, a las almas maltratadas, a los espíritus perdidos. –la miré con desconcierto, fue entonces cuando me di cuenta de que ella estaba trabajando, su presencia allí no era casual.
-Yo, Lourdes, no deseo nada esta…
-Antonio, calla, no me mires con recelo, estaba a punto de irme a mi casa cuando te vi entrar, son demasiados los días en este antro o en otros parecidos, simplemente con vuestra mirada sé la pesada carga que arrastráis. Si me acerqué a ti fue consciente de que me necesitabas. Vete a descansar, no sigas bebiendo.
-Voy a buscar una pensión, llevas razón, necesito descansar en un sitio que me de calor, independientemente de frío que le rodee.
-Mi casita es muy pequeña y humilde pero si quieres puedes dormir en el sofá hasta que mañana, con más tiempo, puedas buscar algo decente.
-No quiero molestar.
-Antonio, si no te lo ofreciera de corazón, no lo haría.
Y así se encaminaron hacia un destino, hacia lo desconocido, sin miedo.
Cuando llegamos, me indicó dónde estaba el baño y la cocina, me animó a que tomara algo mientras buscaba una manta. Cogí su mano y la besé, la besé como reconocimiento al calor recibido, calor humano, calor sin pedir nada a cambio. En sus ojos se reflejaba no sólo el cansancio por el largo día sino por una vida a veces más dura de lo que pensáramos, todo el mundo tiene una historia que contar y un pasado por olvidar.
Serían cerca de las dos de la tarde cuando dimos señales de vida, Lourdes apareció con un pijamita con dibujos infantiles y con una sonrisa, por mi parte reconozco que me costó dormir pero cuando lo hice fue una bendición. Cuando terminó de ducharse me pidió que lo hiciera yo, que me sintiera como en mi casa el tiempo que necesitara estarlo. Y en agradecimiento la invité a comer fuera, ella me dijo que estaba cansada de la calle, que no le apetecía salir pero que podíamos pedir comida y hacerlo allí. Y de esa forma iniciamos una tarde de confidencias donde dejé de ser el protagonista para centrarnos en ella, una preciosa criatura a la que la vida le había empujado al mundo de la prostitución. Mis manos rodearon las suyas, las cubrieron de aliento y cariño, mis dedos secaron las lágrimas que de forma abundante recorrían sus mejillas, mis labios sellaron su frente. Aquella noche dormimos en la misma cama, arropados cuerpo a cuerpo, abrazados como si nos fuera la vida en ello, ni ella quiso nada más ni yo pretendí hacerlo, fui feliz aquella noche y pienso, honestamente, que la hice a ella. La vi sonreír, nunca, en lo que me quede de vida, podré olvidar esa mirada tan dulce.
- Antonio, sabes que aquí tienes tu casa para lo que necesites pero realmente tu hogar no es este sino el que está junto a la persona que siempre ha demostrado quererte con toda su alma, Ana, según tú me has dicho. Vuestro único camino es sentaros y hablar, estar uno frente al otro y no dejar de hacerlo, no salir de esa habitación hasta que no lleguéis a tener claro qué pasó esa noche y qué solución tiene vuestro problema. Una vez identificado el mismo, afrontarlo. Sí, así como suena, enfrentaros a él hasta destruirlo, porque no es justo que tú la hagas culpable aunque ella es consciente y estará arrepentida hasta el día que se muera de lo que hizo, no volvería a repetirlo nunca, nunca, nunca… Pero lo hizo y tú, en broma o en serio, pero tú alentaste y tú no lo detuviste, y vives con esa maldita culpa. Habladlo y comenzar desde cero, coged el camino que queráis pero hacedlo con todas las consecuencias, si es preciso nueva ciudad, nuevo trabajo, nuevos amigos…., pero si es necesario seguir aquí hacedlo pero sin mirar constantemente al pasado.
-Siento que me desgarro por dentro tan sólo con imaginar que entregó su cuerpo, que entregó sus deseos a otro, me desgarro por dentro por imaginar lo que pasó en aquella habitación pero al mismo tiempo sin saberlo, me desgarro y me desangro aunque la quiero, la quiero con locura.
-Llámala, habla con ella, escucha sus miedos y sus deseos, que te diga hasta dónde llegas y a dónde no alcanzas.
Dos días habían pasado de aquella sincera conversación siendo ya de madrugada, Antonio abrió el móvil, en él aparecieron infinidad de desgarradores mensajes, infinidad de llamadas perdidas de Ana. Él entró en el wasa y además de pedirle disculpas por no haberle podido contestar antes, le preguntó si podían hablar al día siguiente. Ella le contestó casi sobre la marcha puesto que estaba despierta.
-Sí, claro, vente mañana a comer, a las dos.
Y a las dos menos cinco estaba llamando al timbre de la puerta
-Pero Antonio, ¿por qué no has abierto con tus llaves?
-Lo siento, me las he dejado sin darme cuenta en donde estoy viviendo. -Fue lo primero que se me ocurrió puesto que las llaves estaban en mi bolsillo, me sentía un extraño en mi casa.
-Bueno, no pasa nada, entra y te tomas una cerveza mientras termino de preparar la mesa.
Estaba nervioso como un adolescente en su primera cita, no dejaba de mirar como un desconocido cada cosita que adornaba el pasillo, el salón, la cocina…
-Coge la cerveza y te pongo una tapilla.
Me miraba con ojos escrutadores, la miraba con dulzura y con miedo a que ahora fuera ella la que no quisiera volver conmigo.
Estaba francamente asustado, los días habían sido demasiado duros lejos de ella y de la seguridad y el confort que representa un hogar.
-Siéntate
-He hecho carne en salsa que sé que te gusta tanto
-Sí, es verdad, gracias,
-¿Has comido bien estos días?
-Bueno, regular, no me entraba nada
-Brindemos, gracias, Antonio, por querer hablar conmigo. Son tantas las imágenes que martillean mi cabeza que pensé que entraría en el mundo de la locura, luego sin saber dónde estabas ni cómo.
-Quizá he de comenzar por pedirte perdón, es cierto que esa maldita apuesta la comenzamos los hombres, pero nunca dejó de ser una broma, pero una broma que vosotras las mujeres convertisteis en realidad, nunca llegue a imaginar que estabais hablando en serio, nunca imaginé que la haríais verdad. Y luego ese cabrón de Luis, al que se le abrió la puerta de todos nosotros y él aprovechó el momento para robarnos a los que le brindamos nuestra amistad y por último, es cierto que tuve en mi mano pedirte que no lo hicieras y sin embargo no lo hice, no tengo por ello excusa por encontrarme en estado de shock, no, no era excusa.
Me ahogaban los minutos una vez que aquello se materializó, quizá lo que peor llevé fue la vergüenza, la humillación ante los demás pero…
-No digas nada más, Antonio, de verdad que es un clavo que llevo dentro, es algo que desde el maldito momento en el que sucedió me está corroyendo por todo mi cuerpo, destrozando mi alegría y mis ganas de vivir. Aquello sucedió y ya es imposible borrarlo, no sé si recurrir a algo tan manido como es pedirte que te acuestes con quien quieras, que yo estoy dispuesta a pagar por mi pecado. Yo sólo te puedo decir que mientras viva, nunca más se volverá a repetir lo que vivimos esa noche, que estaré siempre a tu lado, que me lavaré hasta con lejía si es preciso mi boca y mi coño para que vuelvas a sentir que está limpio para ti, que solo es tuya y tuyo, que me perdones, que quiero que vuelvas a llenar el lado de tu cama, a sentir tus brazos rodeando mi cuerpo, a notar tu aliento dormido mientras yo velo por tu descanso.
-Ana, necesito saber qué pasó en esa habitación esa noche.
-Antonio, por dios, no nos hagamos más daño.
-NO, NO, necesito que me lo cuentes, por favor.
-Vale, de acuerdo, supongo que tienes derecho a saberlo y yo a pagar por mi pecado.
-¿Disfrutaste?
-Sí.
-¿Te entregaste?
-Sí.
-¿Te sigues acordando?
-Sí.
-¿Mucho?
-Antonio, por favor, no sigas por ahí.
-¿Y yo dónde estaba esa noche para ti?
-En mi corazón.
-Qué mal mientes, eso no es lo que yo quiero.
-Admito que por momentos desapareciste pero te puedo asegurar que siempre estuviste a mi lado.
-Y al final, te abriste a él contándole nuestras flaquezas, mis miserias
Bajó, los ojos, por mi parte con esa actitud recibí un baño de realidades por lo que eso significaba.
-Antonio, yo
-Ana, soy consciente de que en mi cabeza algo se cruzó para llegar a hacerme tanto daño. Sólo te prometo que intentaré con todo mi alma estar siempre a tu lado, dejar de mirar al pasado, aunque no sé si seré capaz de superarlo o terminaré por entrar en el mundo de la locura, por ahora no me pidas que volvamos a tener las reuniones con los amigos, por ahora sólo quiero estar contigo y ten por seguro que no por ello te prohibiré que tú vayas con ellos, ni crearé fantasma.
-No es esa mi preocupación mayor, eso tenlo por seguro.
Y poco a poco se instauró la normalidad en nuestras vidas, en nuestro día a día, la sonrisa jamás desapareció de nuestros rostros, cuesta, cuesta mucho, pero he aprendido a vivir con esa mancha en mis recuerdos. Lo que costaba aún más era retomar el contacto con los amigos, ellos lo intentaron por activa y por pasiva, me prometieron que Luis no estaría en las reuniones pero yo no me veía con fuerza para enfrentarme a las miradas de ellos y menos aún a la de ellas, me daba auténtico pavor sólo imaginarlas. Y así pasaban las semanas hasta que viendo que Ana necesitaba volver a sentirse querida entre sus amigos, decidimos ir a una cena organizada por una de las parejas, estarían todos, lógicamente, Luis no asistiría.
Pasado el primer momento en el que todos estábamos algo descolocados, nadie sabía cómo romper el hielo, poco a poco, quizá ayudó mucho la cerveza y el vino, se fueron relajando los estómagos y las bromas volvieron a surgir con fluidez. A altas horas de la madrugada volvimos cada uno a su casa.
Nuestras vidas eran fruto de la normalidad, se podría decir que hasta de la divina rutina, Ana estaba entregada a mí y yo me desvivía por ella. Trabajo, casa, paseos, cine, alguna cervecita en una terraza…
Un día, Ana no pudo acompañarme en el paseo que deseaba dar así que decidí hacerlo solo, llevaba mis cascos por si me aburría poner la radio. La tarde era preciosa, hacía poquito que había llovido, el cielo estaba limpio de nubes y de contaminantes, la intensidad del azul, deslumbraba. Entré en el parque, me encantaba mirar a los niños jugar, su algarabía me enternecía, no habíamos tenido hijos y ese era un vacío que a veces nos costaba llenar.
-Hombre, el cornudo.
Volví la cara como si me hubieran pinchado con tan fina daga que cayera al instante fulminado.
-Con que no quieres que vaya a vuestras reuniones.
-Luis, me parece que estás entrando en terreno con demasiado barro. Aquello pasó, lo asumo, pero sigue tu camino que yo seguiré el mío.
-Ya, por eso tuve que encargarme de tu mujer, a la que tenías desatendida. Bueno, más que desatendida que no puedes atenderla porque te falla la escopeta, según me dijo.
-Me parece que te estás pasando.
-Qué pena que no se quedara preñada porque igual entonces estarías jugando con “tu niño”, jejej…, en este parque. Porque lo hicimos a pelo, lo sabes, ¿verdad? jajajaj…
-Vete a la mierda.
-Quien sabe, igual todavía estoy a tiempo, porque entre otras cosas, ella follaba como los ángeles, es más, aquella noche le hice prometer que algún otro día tenía que ser mía y lo prometió llenándome de besos y comiéndome la polla con desesperación, decía que tenía que aprovechar hasta que se diera la próxima ocasión. Aún no lo ha cumplido pero la llamaré para reclamarle lo que dijo que era mío.
-Tuyo no es nada, cabrón.
-Me parece que el único cabrón que hay aquí eres tú. Por eso llevas bien puestos los cuernos.
Ya no pude más y una rabia impropia en mí hizo que perdiera los papeles y la razón, me volví agarrándole del cuello, pero Luis, que imagino que ya esperaba aquella reacción, quizá por eso me provocó, supo salir airoso de ese envite y me propinó de forma tan guarra un certero golpe con la rodilla en los huevos. Caí fulminado al suelo, la vileza de aquel hombre no tenía fin, iba a ser mi pesadilla para el resto de mis días. Y así, desprotegido, con los ojos cerrados por el intensísimo dolor que sentía volví a recibir una nueva descarga con todo el puño cerrado cual maza, en mi mejilla, para rematar la jugada una certera patada en mis costillas y una risa histriónica que aderezó mi humillación.
Cuando al fin pude recuperarme, manchado por el barro, sangrándome la cara, dolorido en el costado, los testículos inflamados, con los ojos hinchados por las lágrimas, por la rabia, por el odio y la humillación, volví a casa. Ana sintió auténtico pánico cuando me vio, no comprendía qué había pasado pues de mi boca no salía nada. Me duché, pedí un paracetamol y un antiinflamatorio, le dije que necesitaba acostarme para calmar el dolor, no consentí en tomar nada de alimento. Cuando ella pensaba que me dirigía a nuestra habitación, observó que por el contrario entré en la de invitados. Cuando me preguntó que por qué hacia eso, le dije que estaba tan dolorido que tenía miedo de que al estar los dos juntos pudiera rozarme ella sin querer. No llegó a creérselo pero tampoco tenía elementos para no hacerlo, sin embargo se instauró en ella una enorme inquietud, aunque el auténtico desasosiego estaba en mi magullada dignidad por lo que comencé a desconfiar de todo, de las malditas palabras que aquel malnacido me había dicho, de la humillación de haberlo visto acostarse con mi mujer e imaginar que en cualquier momento podría volver a hacerlo, la vergüenza de la pelea y de los golpes recibidos.
En los días siguientes, Ana no paró hasta que consiguió sacarme el motivo de aquel estado tan lamentable en el que llegué a casa, se lo describí con todo lujo de detalles, y fui especialmente incisivo describiendo lo que Luis me dijo de aquellos besos, de aquella promesa, de desvelar un secreto. De ver que en aquella habitación hubo algo más que sexo. Ella cambió de color, no se esperaba que saliera a luz lo que quizá por la borrachera como consecuencia del exceso de excitación, en un momento determinado se habló o se prometió, cuando en realidad no significaba nada, volvió a repetir que sólo fue sexo.
-Antonio, ya no puedo más con esa carga, fue algo que pasó, que los dos consentimos, ¿por qué me culpas continuamente de aquello? Yo no sé ya cómo quieres que te demuestre que tú eres lo único, que no puedo borrar mi pasado como tú no puedes hacerlo con el tuyo. Por favor, cierra esa página y escribamos una nueva los dos juntos, tú y yo.
Ana, volvió a retomar el contacto con sus amigas, con sus maridos no tanto, más bien eran ellas quienes comenzaron a llevarla de tiendas, alguna cervecilla, muchas conversaciones y sobre todo, chismorreos. Mientras, Antonio, seguía su vida al margen de sus antiguas amistades, nada encontró en ellos tras los sucesos, la vergüenza le impedía retomar el pasado.
Y así fue como se enteró Ana de que una de las amigas, Paula, estaba más bien mal con su marido Pablo, que se tuvo que enfrentar a él por los sucesos de Luis y de Ana y por ende, lo que estaba pasando Antonio. Y es que ella defendía a Antonio frente a Luis admitiendo como auténtico valor el dejar que su mujer se acostara aquella noche con otro hombre en pago de una apuesta mal llevada, el valor que seguro les faltó a ellos pues estaban tan acojonados que alguna de sus mujeres pudiera ser la afortunada que tenían preparadas las imaginarias navajas para abrirlas si era preciso contra Luis o contra ellas. Sin embargo, admiraron el valor de Antonio para aceptar el destino, el destino que ahora se estaba cobrando su salud y su matrimonio.
Y así también se enteró de que Luis seguía haciendo de las suyas, entrando en cama ajena, destrozando parejas, o arreglándolas porque también se comentaba que gracias a su intervención en cama necesitada muchos matrimonios volvieron a encontrar la pasión que les faltaba. Pero fue un comentario algo descuidado lo que hizo que el corazón de Ana se desbocara y era que según Paula, su cuñado, Luis, estaba obsesionado con una mujer.
Todas intervinieron con el afán de sacarle una confesión a Paula pero no pudieron conseguirlo, ella decía que eran meras conjeturas que le había dicho en la intimidad Pablo, su marido, pero que como no había nada seguro, que prefería callarse hasta conseguir más información, pero les prometió que cuando supiera algo ya más cierto, ellas serían las primeras en saberlo.
Y se deshizo el grupo al darse cuenta de lo tarde que era y de que la cena estaba sin hacer, así que cada una se fue por donde vino salvo Paula y Ana que al llevar el mismo camino, se fueron juntas. Nada más alejarse de las demás fue Paula la que le hizo insinuaciones de que la persona que ella creía que se acostaba con Luis, estaba en nuestro circulo de amigas.
Cuando ella escuchó esa confesión, se le demudó el color de su cara por temer que fuera ella, a pesar de todo, lo extraño, fue que al mismo tiempo sintió una fuerte punzada en su coño. Otra vez volvía Luis a entrar en su vida, o quizá fuera más lógico decir que no había forma de que la abandonara.
-Anda, Ana, vuelve a contarme cómo es Luis en la cama.
-Ay, Laura, qué quieres que te diga si ya lo sabéis todo, pues una máquina de fabricar orgasmos, jejej…
-Me da algo de vergüenza preguntarte esto pero ya que estamos solas, dime, ¿te has llegado a masturbar pensando en aquella noche? Anda, guarra, dime la verdad
-Bueno, he de reconocer que fue algo maravilloso pero me ha traído tantos problemas en mi matrimonio que me da miedo hasta de imaginar escenas porque pienso que Antonio me las estará descubriendo, que acabaran reflejadas en mi cara.
-Anda, no me seas paguata. Luis está como para volver a hacerle un favor, si yo pudiera sería la primera en la lista pero no quiero que Pablo se mosquee.
-Bueno, se acaba el camino pero tenemos que seguir hablando de esto, no sé si te lo creerás o no pero toda esta conversación me pone. No te puedes hacer ni idea de las veces en las que imaginé que fui yo la elegida aquella noche en vez de haberlo sido tú.
-Ojalá hubiera sido verdad.
-Anda, no digas tonterías, que tu cuerpo se llevó un buen alegrón y estoy segura que más porque tú no quieres.
-Va, va, dejemos las cosas tal como están, no quiero ni bromear con el tema, que Antonio no hay forma de que supere ese momento.
-Mañana que estaré sola, si quieres vente a mi casa y seguimos charlando. Que te voy a contar a la que se ha follado esta semana, me lo dijo Pablo ayer, casi me caigo cuando soltó el nombre
-¿A quién?
-Ya no da tiempo, mañana lo hablamos.
En el camino que le quedaba a Ana, apareció una sonrisa en su rostro fruto de la imaginación que le llevaba hasta su cama en esa extraña noche.
Cuando entró, encontró a Antonio viendo la tele, últimamente lo veía algo descuidado pues tenía ella que decirle que se aseara, que se cambiara la ropa, que se peinara, que no comiera con la boca abierta ni hablara cuando aún no estaba vacía. Antonio levantó la mirada y le dio un ligero piquito
-¿De dónde vienes?
-He estado con mis amigas.
-¿A quién habéis destripado hoy?
-No, está la cosa muy tranquila, jejej… y tú, ¿qué has hecho?
-Pues nada, olgazaneando
-Antonio, tienes que salir y hacer algo de ejercicio, aunque sólo sea pasear
-Ya, ya
Cuando entró en su cuarto, al desvestirse frente al espejo, Ana observó ese cuerpo maduro pero casi perfecto, acarició sus pechos, su cuello, su cara. Llevó sus manos a sus glúteos, deslizó sus dedos por los muslos hasta posarlos dentro de su sexo. Tembló como hacía tiempo que no lo había hecho. Apagó la luz y se tumbó boca abajo sin sacar los dedos de su encharcado coño, pellizcó sus pezones y un temblor dejó a oscuras su nublado pensamiento, en imágenes, Luis había vuelto para quedarse envistiéndola con furia desmedida, recordando la batalla de sexos que vivió en esa cama. Sacó una mano para meter la otra y los mojados dedos fueron a parar a una boca que los limpiaba como si de la miel más golosa se tratara.
Al día siguiente, tal como habían quedado, se presentó en casa de su amiga Paula. Estaban solas por lo que se abrieron como amapolas en los trigales verdes, como dice la canción. Paula no tardó en sacar el tema de Luis.
-Venga, dime con quién se ha acostado.
-Conmigo. Me ha follado a mí
Ana, se quedó con la boca abierta. Los ojos parecía que se iban a salir de sus órbitas
-¿Quééééé?
-Schiiiiiiiiii, calla, que las paredes pueden oír, jajajaj…
-Me estás tomando el pelo, eso es mentira
-Te lo juro por lo más sagrado.
-Pero, es tu cuñado, el hermano de tu marido
-Chiquilla que eso lo sé desde hace muchos años, no es nada nuevo, jajajaj…
-¿Cuándo ha sido eso?
-Lo llevamos haciendo desde hace unos veinte días.
-Ya se te notaba distraída.
-Cómo no iba a estarlo si cada vez que me veía con vosotras ya iba bien servida, jejeje… Me decía que quería que fuera llena de su leche para que su olor os inundara, a ver si de esa forma espabilabais. Siempre decía que estabais mal folladas.
-Qué cabrón, y eso, ¿cómo surgió?
-Bueno, la verdad es que desde que te folló
-Joder, Paula, no hables así.
-¿Es que no fue eso lo que te hizo?
-Vale, vale, sigue..
-Pues eso, que desde que te folló no se me va de la cabeza, aquella noche deseaba con toda mi alma ser yo la agraciada pero ya ves no pudo ser. Cuando estabais dentro y se oía con total nitidez vuestros quejidos de placer, yo me derretía en mi interior. Y para colmo, yo lo tenía aquí a todas horas, en la casa.
-Supongo que debió ser algo duro y difícil de llevar.
-Intenté insinuarme de la forma más sutil posible pero no había nada que hacer. Supongo que intentaba respetarme por ser la mujer de su hermano o simplemente porque estaba en mi casa. Pero yo no cejaba en mi empeño y así le fui dejando pequeñas señales como por ejemplo olvidaba las braguitas sucias en el baño o mis ropas de casa dejaban ver muchas veces más de lo necesario, o le hacía bromas que implicaban algún contacto físico…, así hasta que ya estaba tan alterado que rompió sus votos de castidad, jejej…, me empotró contra la encimera de la cocina, sin casi preámbulo, me subió la falda y me folló por primera vez de forma salvaje. No hizo falta nada, estaba tan lubricada que corría su polla mejor que si la hubiera metido en aceite, jejej…
-Me dejas sin habla
-Y así llevamos ya muchos días, es insaciable y yo no me canso por más que me pida pero lo más curioso me sucedió hace poco menos de una semana, mientras me follaba de la forma más amorosa que te puedas imaginar, o quizá no, porque a veces olvido que tú lo disfrutaste toda una velada, pues como te decía, mientras me follaba dijo tu nombre en vez de el mío, yo hice como que no había oído nada pero sí que aquello significaba algo y estaba dispuesta a descubrirlo. Así que cuando estábamos en el fragor de nuestra batalla amorosa, le pregunté por cómo fue vuestra famosa noche y me contó, con todo lujo de detalles, cómo te lo hizo, lo que me hizo ver o descubrir, al mismo tiempo, que se había enganchado a ti. Y así me trasladó sus deseos, quería que te convenciera para que fueras suya una vez más.
Yo no salía de mi asombro, las piernas no estaban quietas de los nervios que me dieron, he de reconocer, al mismo tiempo, que mis braguitas estaban empapadas pero no, no podía aceptar esa propuesta como tampoco llegué a entender por qué ella se prestaba a ello, ¿tan enganchada estaba a ese cretino? Pues parece ser que sí porque su insistencia no tenía fin aunque tuviera que actuar como una depravada sexual como comprobé cuando sus manos entraron bajo mi falda y su boca buscó la mía.
Corrí, corrí como alma que se lleva el diablo, necesitaba llegar al refugio que suponía mi hogar. La llave no entraba, no conseguía acertar y cuando por fin pude hacerlo cerré con extrema fuerza la puerta apoyándome sobre ella, mis piernas dijeron basta y poco a poco me fui dejando caer al suelo, me senté y lloré, lloré de rabia por dos cosas, supongo, primero por el profundo deseo que se apoderó de mí, y segundo por el daño que podía producirle a Antonio si por efecto del demonio llegase a enterarse de algo. Mis nervios me agotaron por completo, la fiebre se manifestó en mí y busqué consuelo en la cama. Antonio, me arropó, ponía compresas de agua fría sobre mi frente, me obligó a tomar algo de alimento y por último veló mi sueño, de eso fui consciente.
Mi mal no terminaba, porque a un día le siguió el siguiente, llamó al médico, no encontrando nada relevante, sólo fiebre. En ese momento decidí hablar con Antonio.
-Antonio, te quiero con locura, más de lo que nunca imaginé que pudiera hacerlo por nadie. Maldigo mil veces la famosa noche porque es una losa que nos aplasta, ya no sé qué hacer, dónde está la solución para nuestros males, por favor, busquémosla entre los dos, si eso supone que abandonemos esta ciudad, hagámoslo, dejemos atrás esta maldita estampa que nos ahoga.
-Ana, me estás asustando.
-Hace unos días quedé con Paula para tomar un café, me dijo que allí me descubriría a la persona que se estaba acostando con Luis, no sé qué importancia podría tener eso para mí pero lo cierto es que fui, lo que me dijo esa tarde me dejó sin habla por dos razones, la primera porque a la que se estaba follando era a ella, a su cuñada, y la segunda cosa es que me dijo que Luis estaba obsesionado con llevarme a su cama.
Observé que Antonio no manifestaba ni asombro ni enfado ni tristeza ni rabia ni nada. En sus ojos había un rictus de amargura, como ocurría habitualmente desde que pasó lo de la famosa noche, pero nada más.
Él cogió un vaso de agua, me lo dio, se lo agradecí y me pidió que durmiera un rato, que todo se arreglaría, que no me preocupara. Me dio un beso, apagó la luz y por último se ausentó de la habitación para que pudiera descansar.
Ya bien entrada la noche me llamó para cenar, me ayudó a vestirme, me llevó cogida del brazo, por mi manifiesta debilidad, hasta la mesa donde comimos. Yo quise volver a manifestar mi angustia por el tema de Luis pero él no me lo permitió, me dijo que lo olvidara que seguro que ya no volvería a molestarme. Le dije que cómo lo sabía, a lo que él respondió
-Es una corazonada.
Y efectivamente ya nunca más volvimos a saber nada de Luis, su hermano y cuñada lo buscaron con auténtica desazón y nerviosismo por todos lados, denuncia incluida a la policía, al final era como si la tierra se lo hubiera tragado, ninguna pista, ninguna señal que diera luz al desconsuelo que especialmente instaurado en su cuñada, se manifestaba,.Por tal motivo, pasado un tiempo prudencial, la policía dio el caso por cerrado.
Mención especial debe de tener Lourdes, es mujer que apareció en mi vida en un momento crucial, cuando estaba al borde de la locura o del suicidio, ella me dio la luz que necesitaba para iluminar mi alma, por eso nunca la abandonaré. Desde ese día la ayudé a salir de la ciénaga de la prostitución, buscamos un trabajo digno, una vivienda confortable y a mi siempre me tendría a su lado. Muchas veces besé sus labios, acaricié sus mejillas, limpié sus lágrimas, en este caso, de felicidad. Encontró un buen hombre que la quería y que envolvió en el recuerdo a los fantasmas de su duro pasado.