Una botella de vino, el desquite y adiós
Cuando alguien te rompe el corazón, no hay mejor manera de desahogarte que haciéndole lo mismo a otra persona.
Antes de abotonarse la camisa, Mauricio roció un poco de perfume, de ese que tanto le agradaba a su pareja, sobre su bronceado y lampiño pecho. Quería estar lo más presentable para su amor, hacerle sentir orgullo de andar con él. Esa noche cenarían en uno de los restaurantes de moda, de esos en los que tienes que reservar tu lugar con semanas de anticipación y donde los platillos cuestan más y llenan menos. Ellos estaban muy lejos de pertenecer a la clase de gente que visita esos lugares, pero por única vez, aparentarían serlo. Una vez vestido con las prendas necesarias para lograr ese objetivo, salió de su casa. Subió al carro que había rentado para la ocasión y arrancó con dirección a la casa de su novio.
Durante el trayecto, Mauricio se dio cuenta de lo que significaba ser una persona importante, alguien con dinero. Por el simple hecho de conducir tan costoso automóvil, la gente lo miraba de otra manera. Varias chicas hermosas, conduciendo sus propios vehículos o caminando por la calle, le coquetearon. Una de ellas incluso le mostró sus senos, como premiándolo por ser tan exitoso. Los hombres lo veían con envidia, tanto por la ostentosa máquina sobre la que andaba como por las reacciones que ésta provocaba sobre las mujeres. Sí, un simple auto, el más caro y lujoso de ellos pero al fin y al cabo un simple auto, le regaló veinte grandiosos minutos a su ego.
Muchas veces, al toparse con los ejecutivos de la empresa en la que trabajaba y verlos acompañados de rubias despampanantes o amigos que los llenaban de adulaciones, se decía a sí mismo que no le gustaría ser uno de ellos. Le parecía muy triste la vida de esa gente, sin saber cuando un cumplido es verdadero y no a causa de su dinero. Unas cuantas cuadras arriba de ese coche le hicieron cambiar de opinión. Todas esas frases bonitas, tanto las que le fueron expresadas como las que no, se sentían igual de bien aún siendo tan falsas. Por primera vez en su vida, deseó ser dueño de una mansión y tener mil cuentas en el banco, sueños que olvidó en cuanto se estacionó y el motor de su majestuoso vehículo rentado se apagó. Ahí, a unos cuantos metros, se encontraba la mayor de las riquezas: el amor.
Se miró por última vez al espejo para confirmar que su peinado continuara intacto y bajó del coche. Caminó hasta la puerta y presionó el timbre. Desde adentro, escuchó la voz de su amado pidiéndole unos segundos, después de los cuales finalmente abrió. Mauricio entró a la casa y se sorprendió al encontrar a su novio en fachas. Iván, como se llamaba éste, usaba una bata de baño, llevaba su pelirrojo cabello despeinado y ni siquiera se había rasurado. Contrario a lo que habían acordado, no estaba preparado para salir. La molestia del reciente aspirante a millonario, no se hizo esperar.
Me prometiste que estarías listo cuando pasara por ti. ¿Por qué no te has cambiado? - Preguntó Mauricio, en un tono más alto de lo acostumbrado que evidenciaba su enojo.
No te pongas así. Si no estoy arreglado es por una buena razón. - Respondió Iván de lo más calmado, y dándole la espalda a su pareja.
¿Una buena razón? Si no te atreves ni a mirarme a los ojos, no ha de ser tan buena como dices. - Aseguró el de piel bronceada.
Pues...tú dímelo. - Dijo de manera sugestiva el desaliñado joven, tirando al suelo la bata que lo cubría.
Mauricio paró con los reclamos. Sus ojos se clavaron en el cuerpo de su amor, dejando de lado la molestia y los gritos. La vista que tenía enfrente no era como para seguir con los tonos altos y las manos al aire. Ese cuerpo, tan blanco como perfecto, de ancha espalda y nalgas pronunciadas, era capaz de desaparecer todo a su alrededor. Después de todo, la razón resultó ser más que buena. Sin duda, una noche en los brazos de aquel macho sería mejor que una cena en el más elegante de los restaurantes. Su mente lo pensó y su entrepierna, a juzgar por la protuberancia que mostraba, estuvo de acuerdo.
- ¿Qué me dices? ¿Aún crees que no tenía una buena razón? - Lo cuestionó Iván, dando media vuelta y ofreciéndole con ambas manos su endurecida y gruesa verga.
Mauricio no pudo contestar esa pregunta, su boca estaba llena de saliva por aquel apetitoso manjar. Decidió que mejor era actuar. Sin pronunciar palabra, se acercó a su amante y se hincó frente a él. Reemplazó las manos de éste con las suyas y comenzó a acariciar de manera suave el palpitante miembro. Moviendo la derecha en dirección contraria a la izquierda, recorrió cada centímetro, bajando de vez en cuando a los testículos, mucho más peludos y oscuros que el resto del cuerpo. Como si se tratara de un ritual, el moreno y embobado hombre se tomó su tiempo. Era como si sus manos no pudieran despegarse de aquel trozo de carne. No lo hizo hasta que las primera gotas de lubricante brotaron de éste, momento en el cual levantó la mirada para encontrarse con la de Iván.
- ¿Qué esperas? Platillo más delicioso no encontrarás en la ciudad. Es todo tuyo. Come. - Lo invitó el pelirrojo.
Mauricio no necesitó escuchar aquello dos veces. De inmediato, se dispuso a gozar de su cena. Primero disfrutó del transparente y dulce aperitivo. Utilizando solamente la punta de su lengua, lamió el rojizo y regordete glande y tragó todo lo que de éste brotaba, preparando a su estómago para el plato fuerte, el cual llegó un par de minutos después. Su lengua volvió a ocultarse dentro de su boca y ésta se abrió de par en par para tragar el enorme salchichón. Centímetro a centímetro, la venosa carne se fue perdiendo dentro de la húmeda cavidad. La punta chocó con la garganta y al adentrarse un poco más, los labios del moreno sintieron el cosquilleo provocado por el alfombrado pubis.
Mauricio sabía muy bien que para merecer el postre debía hacer méritos, por lo que en cuanto sintió la virilidad de su amor alojada por completo en su boca, empezó un sube y baja en ocasiones furioso en ocasiones delicado, acompañado de un ágil movimiento de lengua que pronto cosechó frutos. Iván tenía sus dedos hundidos en la cabellera de su pareja, los empujaba de vez en vez para ayudarlo con su tarea. Sus ojos estaban cerrados, su cabeza un tanto inclinada hacia atrás y su boca entreabierta, lo suficiente para dejar escapar los gemidos y suspiros producto de tan dedicada mamada.
Los labios y la lengua de Mauricio no pararon de complacer al dueño de tan majestuoso falo, ni siquiera cuando llegaron los primeros calambres. Gozaba con el sabor de esa carne y le encantaba escuchar que su amor disfrutaba también. Sus pantalones estaban mojados de lo excitado que estaba. Al sentir que la verga de Iván se hinchaba cada vez más, liberó la suya apresuradamente y comenzó a masturbarse al mismo tiempo que seguía con su tarea oral. Los sonidos de placer del pelirrojo aumentaron en volumen y su miembro estalló en una lluvia blanca y espesa. Cuando el bronceado joven recibió su postre, esa abundante descarga en su boca, se vació manchando el piso y las piernas de su amante.
Habiéndose ambos liberado de la tensión, se separaron y cada uno limpió parte del desastre. Mauricio recogió el semen derramado sobre el mosaico e Iván pasó un trapo húmedo por sus pantorrillas. El pelirrojo levantó la bata con que al principio ocultaba su desnudez y se la puso de nuevo. Su novio, con el pene aún firme y fuera del pantalón, se le acercó por la espalda y lo abrazó. Lo rodeó con sus brazos y lo apretó hacia él, haciendo que su enhiesto instrumento se acomodara entre ese par de redondos y blancos glúteos, protegidos únicamente por la tela de la bata. Simulando que lo penetraba, se movió de arriba abajo, al mismo tiempo que besaba el cuello de quien parecía ya no tener ánimos de sexo.
Yo ya tuve mi cena, pero la suya está toda en el plato, caliente y lista para que la comas. ¿No quieren probarla? - Preguntó Mauricio, llevando sus manos al trasero de su novio y sin dejar de frotar su endurecida verga contra éste.
No, no la queremos. - Contestó Iván de manera tajante.
Después de decir que no, el pelirrojo se apartó de su pareja. Ante tan cortante y contundente actitud, Mauricio enmudeció otra vez. No entendía porque su amor reaccionaba de esa manera a sus insinuaciones. Le parecía ilógico que se negara, cuando había sido él quien cambió los planes por una noche a solas. Trató de adivinar la razón. Repasó lo sucedido, desde su llegada hasta ese momento, intentando averiguar lo que había hecho mal, pero no encontró algo tan grave como para recibir esa evasiva de parte de su amante. Estaba confundido y lo estaría mucho más, al escuchar lo que a continuación vendría.
Quiero que te vayas. Lo nuestro se acabó. - Exclamó Iván.
¿Qué? Déjate de bromas. ¿Cómo que lo nuestro se acabó? - Lo interrogó Mauricio.
No es ninguna broma. Mañana viajas a Europa y lo mejor es que terminemos de una vez con esto. Se que te prometí alcanzarte en un año, cuando tú estuvieras bien establecido y yo hubiera arreglado todos mis pendientes, pero me di cuenta de que hacerlo sería un error. Yo... - el pelirrojo hizo una pausa para tragar saliva, como si lo que estaba por decir le doliera en demasía - ya no te amo.
Esas cuatro palabras bastaron para derramar el más profundo dolor. Entraron por los oídos de Mauricio y viajaron hasta su corazón, lo atravesaron inundando su cuerpo con desdicha. Su verga, que hasta segundos antes se levantaba orgullosa, perdió su majestuosidad en un instante. Sus ojos, que momentos atrás brillaban por la felicidad que le producía satisfacer a su amado, se llenaron de lágrimas. Sus rodillas, esas sobre las que apoyó su peso mientras le proporcionaba la mejor de las mamadas a quien representaba su mundo, se doblaron sin fuerzas para seguir sosteniéndolo. Esas cuatro palabras, bastaron para echar por la borda cinco años de alegría, cinco años de amor.
¿Qué estás esperando? No pienses que me vas a conmover con tus lágrimas. Cuando el amor se acaba...ya no hay nada que se pueda hacer. Es mejor que te levantes y te vayas. - Pidió Iván.
Es que no puede ser. Si es verdad que ya no me amas, ¿para qué ésta noche? ¿Por qué lo de hace un momento? Yo te escuché gozar, te sentí vibrar de placer. No puedes decirme que se acabó el amor. - Afirmó Mauricio.
Creo que estás confundiendo sexo con amor. El que haya disfrutado lo de hace un rato, no significa que siga sintiendo lo mismo por ti. No puedes culparme por haber hecho lo que hice. De haber estado en mi lugar, de seguro habrías actuado igual. La verdad es que nadie como tú para el sexo oral. No pude resistir la tentación de una última vez. - Confesó con cinismo el pelirrojo.
Escuchar esa revelación fue demasiado. El sentirse usado, un simple juguete sexual, fue más de lo que Mauricio pudo soportar. La tristeza que sentía era tanta, que comenzó a transformarse en rabia. Tuvo ganas de lanzarse contra su antes pareja y cobrarle con golpes cada uno de los instantes de placer a su lado, pero logró contenerse. Ya no tenía caso. Se puso de pie y secó sus ojos. Guardó sus cosas y subió el cierre de su pantalón. Salió de aquel lugar que ya no hacía más que lastimarlo, destrozado, rezando por fuerzas para continuar en el camino. Cuando la puerta de su casa se cerró, Iván tomó una fotografía donde ambos sonreían y se abrazaban. La apretó contra su pecho y miró al cielo, tal vez pidiendo perdón o quizá rogando por las mismas fuerzas que su ex novio. Enseguida escuchó el motor de un automóvil que, poco a poco, se fue apagando. Una vez en soledad, acompañado del insoportable sonido del silencio y de los lastimosos recuerdos de momentos bellos, derramó una lágrima. Se dirigió a su recámara y se refugió bajo las sábanas, esperando que fuera verdad eso de que el tiempo lo cura todo.
Mientras tanto, Mauricio pensaba en una vía para desahogar todos esos sentimientos que le hacían añicos el estómago, pero en esos momentos su cabeza no daba para mucho. Luego de conducir sin rumbo por un rato, se detuvo en una vinatería y compró la más cara botella de vino. Hombre después de todo, decidió ahogar sus penas en el alcohol. Con un poco de suerte, terminaría en el fondo de un barranco o estampado en la fachada de algún negocio.
La botella se fue vaciando y con ésta, las ganas de morir en un accidente automovilístico. El espacio que esa idea llenaba en su cabeza, fue ocupado por otras intenciones. De repente, la rabia y las copas de más, hicieron que el desconcertado joven sintiera la necesidad de desquitar todo el sufrimiento que Iván le había causado. De pronto, fijó su rumbo en dirección al centro de la ciudad. La cabeza comenzó a darle vueltas e hizo un gran esfuerzo para no impactarse. Finalmente, llegó a un modesto complejo de departamentos. Bajó del coche y entró al edificio. Tomó el elevador y subió hasta el sexto piso. Caminó unos cuantos metros y, al mismo tiempo que llamaba a una tal Patricia, tocó a la puerta del número veinte.
Nadie abrió. Al no obtener respuesta, Mauricio siguió tocando y gritando aquel nombre. Era casi la medianoche, por lo que habitantes de otros departamentos empezaron a quejarse por el escándalo. El despechado y un tanto tomado hombre estaba a punto de iniciar una pelea, cuando una muchacha lo jaló del brazo para meterlo a su hogar. Era Patricia, la dueña del departamento número veinte, quien se mostró sorprendida y molesta por la inesperada visita.
¿Qué rayos haces aquí, tomado y a estas horas? Sabes muy bien que puedes traerme problemas. - Reclamó Patricia.
Perdóname, pero no podía esperar hasta mañana. Tengo algo muy importante que decirte. - Se justificó Mauricio.
No te entiendo. Hace unos días me pediste que no volviera a buscarte y ahora eres tú, el que no puede esperar unas cuantas horas para verme. ¿De qué se trata? ¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme? Dímelo de una vez. - Ordenó la chica.
Que yo también te amo. - Exclamó el muchacho, intentando sonar lo más convincente posible.
Patricia no supo que hacer ni que decir. Un par de días atrás le había confesado su amor a Mauricio. Él argumentó no sentir lo mismo por ella, incluso le pidió que no lo volviera a buscar ya que sería mejor para ambos no verse de nuevo, pero ahora estaba ahí, diciéndole que correspondía a sus sentimientos. Ella había empezado a acostumbrarse a la idea de que nunca estarían juntos, no en la forma en que lo deseaba, pero él venía a echar por tierra esos avances. Por una parte se sentía sumamente feliz, pero por la otra estaba aterrorizada. No quería hacerse ilusiones, no si lo que escuchaba era mentira. Su cabeza le advirtió que de dejarlo entrar en su vida sufriría, pero su corazón y su entrepierna le rogaban porque así lo hiciera. Estaba en una encrucijada, una de la que salió cuando él se atrevió a dar el primer paso.
Tomándola por la cintura, Mauricio la besó apasionadamente y ella se entregó a ese beso. Sus lenguas se buscaron la una a la otra y se entrelazaron, necesitadas ambas de cosas muy distintas, pero en la misma ruta. A pesar de no haber puesto resistencia, Patricia aún no estaba segura de ir más allá, pero se olvidó de toda duda en cuanto él tocó su seno y una corriente eléctrica la recorrió entera. Unas cuantas caricias más, y su raja se humedeció. Ya no había vuelta atrás. Se abandonó a la ocasión.
Los dos comenzaron a desnudarse con desesperación. Sus prendas volaron y cayeron por toda la sala. A Patricia le excitaba descubrir el cuerpo que tantas noches había deseado, tenerlo junto al suyo. A Mauricio lo encendía la idea de sacar toda esa rabia contenida. Por razones distintas, las manos de uno se movían por la anatomía del otro y sus sexos se convirtieron en fuentes. Él no estaba para delicadezas ni detalles, no quería detenerse a estimularla oralmente o decirle cosas bonitas. Lo que necesitaba era poseerla lo antes posible. A ella no le disgustaba la idea. Había anhelado por tanto tiempo ese momento, había imaginado tantas veces lo que sería tenerlo dentro, que estaba lo suficientemente mojada para saltarse los preámbulos. Se sentó en el respaldo del sillón y abrió las piernas de par en par, ofreciéndole su tibia cueva. Él tomó su erguida verga por la base, para acomodar la punta en la entrada de esa por meses inexplorada gruta. Se apoyó en los muslos de la ansiosa mujer y la penetró hasta el fondo, sin contemplaciones.
Patricia sintió que sus músculos se desgarraban por tan violenta arremetida. El grosor de la herramienta que la atravesaba, así como su falta de actividad, hicieron que el dolor fuera mucho más intenso. A pesar de eso, su sueño se estaba cumpliendo y no se quejó. Mauricio no pensó ni por un segundo en la posibilidad de estarla lastimando. En cuanto la cabeza de su ardiente miembro tocó fondo, empezó un furioso vaivén que estaba muy lejos de expresar amor. Para fortuna de su víctima, el placer no tardó mucho en llegar. Un par de minutos de mete y saca y ella jadeaba sin cesar.
El sudor se hizo presente y empapó a ambos. Sus pieles se tornaron coloradas en algunas partes de sus cuerpos. Sus respiraciones se aceleraron y sus músculos, poco a poco, se contrajeron. Él nunca bajó el ritmo de su cogida. Su cada vez más inflamada verga, salía entera de aquel coño para inmediatamente después hundirse de nuevo. Ella ayudó a que la rudeza de cada una de las embestidas se incrementara, moviéndose para recibir aquel pedazo de masculinidad.
La primera en tener un orgasmo fue ella. A pesar de no haber contado más que con el placer de la penetración, el cual pocas veces es suficiente para llegar al clímax, de su vagina se desprendió una intensa sensación que la llenó por completo. Sus gemidos se volvieron gritos, haciéndolo sentir a él como el mejor de los amantes y dándole el último empujón para venirse también. La fuerza con que eyaculó fue tanta, que el alcohol escapó junto con su semen devolviéndole plenitud a sus sentidos. Ambos cayeron sobre el sofá, cansados. Para Mauricio, todo el tiempo que duró el encuentro significó olvidarse de la desdicha causada por Iván. Para Patricia, representó los minutos más felices de su vida.
Habiendo recuperado las energías, Mauricio se levantó y se vistió para marcharse. Patricia quiso impedirlo pidiéndole que se quedara a su lado, pero no lo hizo. Se creyó la mujer más estúpida del planeta por haber creído en sus palabras. Era obvio que él no la amaba, no si actuaba de esa forma, no si la dejaba sola después de haber hecho el amor. Esforzándose para no llorar, optó por esconder su rostro entre sus piernas hasta que él saliera. Antes de que eso pasara, sintió un beso en su cabeza.
Lo que acaba de pasar fue hermoso. En verdad siento mucho no poder quedarme, pero debo levantarme temprano para arreglar algunos asuntos de trabajo. ¿Qué te parece si desayunamos mañana a las once en el "Café"? Así tendremos oportunidad de charlar con más calma. - Propuso el chico.
Está bien. - Aceptó ella.
Te amo. - Dijo Mauricio, dándole un beso de despida.
Yo también te amo. - Respondió Patricia, más tranquila y ansiosa de la mañana siguiente.
El plazo se cumplió y se dieron las once. Patricia arribó puntual al lugar de la cita, vistiendo sus mejores ropas. Buscó con la mirada a su amor, pero éste aún no llegaba. Pidió una mesa y se sentó a esperar, recordando que una de las características de quien creía su hombre era la impuntualidad. Ese detalle era verdad, pero no la razón por la que él no se encontraba en el "Café". A esa misma hora y sin que ella lo supiera, él abordaba el avión que lo llevaría a París, donde se integraría a las filas de una importante empresa transnacional. Mientras ella esperaba ilusionada verlo de nuevo, Mauricio ocupaba el asiento que le correspondía. Tenía el corazón roto, pero se sentía satisfecho al saber...que no sería el único.