Una bonita historia de decadencia, 1.
Mi novia Susana y yo nos internamos en el mundo liberal por primera vez. Primero con fantasías y luego con actos, hasta llegar a una situación que cambiará nuestras vidas para siempre.
Encendí el ordenador para masturbarme. Nada nuevo ni nada que no hayas hecho tú en alguna ocasión. Introduje en la barra del navegador la dirección de un chat y esperé a que cargara. Es algo que se retrasa un poco, pero eso sólo aumenta el hambre y el deseo. Cuando se hubo cargado, entré en la sala y una cascada de líneas, anuncios en cierto modo, se desplegó constante ante mis ojos. Gente buscando gente, gente buscando aventuras. Hombres sobre todo, alguna mujeres. Entonces, escribí: “Busco un tío morboso y dominante para hablar sobre mi novia”.
¿Cómo había llegado a esto?
Unos meses antes, viendo la tele con mi pareja, alguien habló sobre las relaciones liberales. Yo nunca había sentido interés por ese mundo, en cierto modo nunca le había dedicado pensamiento alguno: sabía que hay gente que lo practica y no tenía una opinión al respecto, me limitaba a vivir y dejar vivir. Pero cuando ese tema salió en la tele, mi chica y yo tuvimos que comentarlo.
Yo nunca he sido nada celoso, pero aunque tampoco tenía ninguna inquietud cornuda, hablar del tema despertó algo en mi. Fuimos desglosando las amplias posibilidades que el mundillo liberal ofrece y cuestionándonos el uno al otro: “ ¿Irías a una orgía?”, “No, no creo que me sintiera cómoda”. “Yo tampoco: incluso en el sexo liberal necesitaría intimidad”. “¿Un trío con una chica?”, “Sí, yo sí”. “Claro, cómo no, pues yo no”. “Anda, no seas así”. Y nos reímos los dos. “ ¿Exhibicionismo? La verdad que me da morbo, no sé cómo no lo hemos hecho a estas alturas”. “Hagámoslo, ¿en vivo o por webcam?” “Mejor webcam”. Entonces, surgió la cuestión que cambiaría nuestra vida: “ ¿Y un trío con un chico?”, “Pues si te soy sincera, sí. Me gustaría mucho”.
Me quedé callado un rato. Evalué mis sentimientos y hablé:
- Sabes, creo que yo también. No soy celoso, si fuera sólo sexo y estuviera totalmente seguro de que no iba a afectarnos como pareja, creo que lo haría. Me daría morbo verte disfrutar y comer pollas y entregarte a otro tío.
En adelante, en nuestras sesiones de sexo el tema se convirtió en un recurrente: de un modo u otro, la cuestión acababa saliendo a colación durante nuestras cabalgadas. A veces ella me lanzaba un “ ¿Te gustaría que mientras me follas así yo estuviera chupándole la polla a un tio?” y yo me volvía loco. Otras veces, era yo quien le decía “ ¿No sería genial que entrara ahora un macho y nos turnáramos para follarte sin piedad?” e inevitablemente eso aceleraba su orgasmo. Nos dejábamos llevar por la imaginación en todos los sentidos respecto al tema, y así nuestros tríos imaginarios eran a veces sexys y pausados y otras veces acelerados y furibundos. El tono de nuestras palabras también evolucionó: ella pasó a ser una puta o una putita; yo, un cornudo; el amante imaginario, un macho, un semental o un corneador. Sobrepasar esas líneas nos excitaba, era como avanzar hacia una meta.
Convertimos todo aquello en algo más que parte del sexo. Nos mandábamos mensajes por teléfono haciendo mención al tema. A veces cómicos, otras provocadores. Una noche que ella salió con sus amigas, me escribió uno en que decía que estaba en la discoteca rodeada de tíos y que le estaba costando decidir con cuál iba a acabar encerrada en el cuarto de baño. Yo sabía que no era cierto, pero me resultó muy morboso. Le contesté que no tenía que encerrarse en los baños con uno solo, podían ser dos o tres.
Pronto empezamos a ponerle cara a los amantes imaginarios. Ya no eran un tío , sino el camarero de la otra noche o el profesor de spinning o el vecino del segundo . Eso lo hacía más emocionante, porque encontrarse al vecino en el portal se convertía de pronto en una situación morbosa sin él saber nada, sólo porque mi novia fantaseaba con que se la follara.
Fueron unos meses muy excitantes en que disfrutamos de esta fantasía sin que ninguno de los dos verdaderamente pensara en llevarla a cabo. Pero un día quise más.
Y ahora estaba en internet buscando un tío para tener una conversación caliente sobre mi novia.
En los chats es complicado. La mayoría de los mensajes que recibes rozan la mala educación. Van muy a saco y no pretenden compartir un momento de excitación, sino que buscan la autosatisfacción. De ese modo, una cantidad alta de éstos son pidiendo fotos o directamente preguntándote la dirección para venir a casa a follarse a tu novia, dándolo por hecho. Como digo, es complicado, pero también es muy fácil: los ignoras y punto. Uno entra a un chat y sabe que la mayoría de las interacciones valdrán bien poco, pero a veces pasa que te cruzas con otro ser humano y hay una conexión más que aceptable: esto es una persona que comparta tus morbos y a la vez esté dispuesta a respetar tus límites. No es poca cosa.
Esa mañana, tuve mi primera interacción con Javier. Él me escribió describiéndose como un hombre dominante y con experiencia con parejas, morboso y discreto. Todo cualidades positivas. Yo le expliqué que estaba en el chat para masturbarme hablando de mi novia, pero que no tenía intención alguna de enviarle fotos ni las fantasías que compartiéramos iban a hacerse realidad. Para mi sorpresa, ni pareció decepcionado ni dejó de hablarme por ello.
Hablamos un rato de nuestros morbos y fetiches, de fantasías y experiencias. Él se había metido en la cama de tres parejas ya, y con todos guardaba una buena relación, aunque sólo repetía regularmente con una. Me explicó que eran buenas personas y gente admirable por su apertura de miras y tolerancia. Contesté que yo también siento admiración por la gente que tiene la valentía de dar el paso de compartir a su pareja. Hay que ser muy valeroso para hacerlo sin dudar y que no te afecte ver las fantasías hechas realidad. Le dije que ojalá mi novia y yo algún día diéramos ese paso. Añadí que ella y yo fantaseamos mucho con el asunto, pero que no creía que fuera a materializarse.
Entonces, él me preguntó que cómo es ella.
- Se llama Susana -dije-, y es una chica abierta, divertida y muy inteligente. Tiene 35 años. Es muy atractiva, bajita, delgada pero no es vientre plano, con curvas, tiene mucho pecho y un buen culo. Y es pelirroja.
- ¿Natural o de bote? -preguntó Javier.
- Natural.
- Entonces, los pelos de ahí abajo ¿los tiene rojos?
- Más bien castaño claro -contesté.
- Espero que no te haya molestado que te lo preguntara.
Me agradó esa precaución. Entre tanta mala educación, Javier resultó ser una rosa en un estercolero. Le expliqué que estaba precisamente en el chat para morbosear sobre ella, así que la pregunta no estaba fuera de lugar. Era una manera de darle pie a llevar la conversación unos grados por encima: menos cordialidad, más calentura. Y captó la indirecta. En adelante hablamos de cómo es ella en la cama, de qué cosas pide y cuáles son sus límites. Susana es una chica muy caliente y sumisa sin llegar a los extremos. Le gusta que se lo hagan duro la mayoría de las veces, y tiene algunos fetiches que van más allá de los gustos de la mayoría de las mujeres, como que le escupan o lamer las axilas y el ano de su pareja.
Aquello agradó a Javier. Me dijo que una mujer sumisa es un regalo del cielo, que en una relación sexual alguien tiene que dominar y alguien tiene que ser dominado, y que es mejor cuando una persona se deja llevar por voluntad. Además, añadió que él es muy dominante, así que le gustan especialmente las mujeres que son así.
- Te gustaría Susana, créeme -comenté.
- Sabes, según mi experiencia, cuando una pareja se encuentra con un macho corneador, suele darse una relación de dominio de él hacia la pareja -me dijo-. Domina al marido porque lo convierte en un cornudo consentidor dispuesto a cualquier cosa por ver a su mujer con un buen macho. Y la domina a ella a través del placer. De hecho, a veces pasa que el cornudo está dominado pero su mayor fantasía es ver a su mujer más dominada aún. ¿Es tu caso?
Reflexioné un rato y después respondí afirmativamente: para mi, ninguna idea es más excitante que la de ver a mi novia entregándose a otro hombre que la haya llevado a tal nivel de placer que ella esté dispuesta a todo por satisfacerlo.
- Si algún día nos conocemos -dijo él muy seguro de sí mismo-, verás que yo soy ese hombre.
Pasamos el resto de la conversación fantaseando con un hipotético encuentro de los tres y cómo él y mi novia lo harían dejándome mirar como un perro hambriento mira a sus dueños comer. Cuando todo hubo terminado, quise despedirme, pero él me propuso intercambiar direcciones de correo electrónico. Aquello me pareció bien, porque lo cierto es que es difícil encontrar a alguien de fiar y que respete y con quien haya complicidad, así que acepté y le pasé mi correo.
Luego volví a mi vida.
Es posible que a estas alturas te preguntes si mi novia sabía algo de mis sesiones de chat. Las respuesta es no. Ella no lo sabía, pero yo nunca intercambio imágenes, y menos de ella, así que en cierto modo sólo era fantasear, crear un pequeño universo de ficción para dar rienda suelta a unos deseos que me consumían. Ella y yo seguíamos fantaseando habitualmente con el trío, pero para mi era un subidón muy fuerte sentir que otros la desean.
De hecho, durante esos meses, la animé a comprarse ropa cada vez más provocativa. Al principio sólo se la ponía en casa para nuestras actividades sexuales, pero una noche la convencí de salir con ella a la calle. Era verano y estábamos en un pueblo de la costa de vacaciones. Habíamos comprado un vestido muy especial para esa primera vez. Era negro y muy ajustado, corto y con curva por la parte de abajo, y arriba tenía un escote monumental que con las enormes tetas sin sujetador de Susana se veía decadentemente obsceno de un modo maravilloso.
Salimos a la calle con risillas nerviosas. Susana caminaba con tal indecisión que sus tetas botaban en libertad. Bajamos la calle que iba de nuestro apartahotel a la calle de los pubs y nos cruzamos con varios grupos. Los hombres la miraban con deseo y las mujeres con una mezcla de envidia y escándalo, aunque me sorprendió ver que algunas mujeres también tenían lujuria en sus miradas cuando la repasaban.
Cuando llegamos a donde los pubs, entramos al primero que vimos. Hacía mucha calor y el sitio era muy oscuro, sólo iluminado por luces de neón que dibujaban palmeras y puestas de sol. Me dio la impresión de que no habían cambiado la decoración del sitio desde los ochenta. Al fondo estaba la barra y detrás de ésta un montón de botellas. El sitio estaba bien de gente, ni rebosando ni vacío, y la edad de las personas oscilaba entre los 20 y 40, un rango muy aceptable. Al principio pasamos bastante desapercibidos porque el sitio estaba oscuro, pero cuando nos acercamos a la barra para pedir, noté como varios pares de ojos se posaban sobre el cuerpo de Susana. Ella también lo notó y me miró con una sonrisa cómplice. El camarero se acercó con prisa y cara de agobio. Prácticamente pedimos y nos sirvió sin vernos. Hubiéramos podido ser extraterrestres verdes con tres dedos y no se hubiera percatado. Eso fue muy decepcionante: los camareros de pubs/discotecas siempre han sido uno de nuestros elementos de fantasía primordiales, y sentir que el tío deseaba a Susana hubiera estado muy bien.
Volvimos al fondo de la pista de baile y bebimos nuestras copas charlando y moviéndonos un poco. La música no estaba mal. La visita a la barra había surtido efecto y el voluptuoso cuerpo de Susana había atraído a varias personas a nuestro alrededor. Varios hombres en realidad. Había un par de chicos de unos 40 por un lado y un grupo de seis chicos de entre 20 y 25 por otro. Todos se pusieron a bailar cerca nuestra y con mayor o menor disimulo no le quitaban ojo a Susana mientras bailaba, aunque mantenían unas distancias respetuosas que personalmente deseé que no existieran.
Para mi sorpresa, ella no se sintió incómoda por la atención que aquellos machos le demostraban. De hecho empezó a dar botecitos siguiendo el ritmo de la música con una media sonrisa pícara, y sus tetas la siguieron. Aquello me pareció maravilloso, que estuviera tan lanzada, y de verdad era muy erótico, pues el escote no daba para mucho, y el movimiento del maravilloso cuerpo de mi novia se lo estaba poniendo difícil al vestido para sujetar las tetas en su interior.
Los chicos miraban y comentaban entre ellos, pero ninguno se atrevía a hablar con ella, pues obviamente ya estaba acompañada. De hecho, fruto de la excitación que aquellas miradas lascivas nos provocaba, Susana y yo nos dimos más de un morreo lujurioso que dejó claro que somos pareja. Yo estaba que me subía por las paredes, y ella como poco estaba disfrutando del deseo que suscitaba entre aquellos hombres. Es así, en ese momento yo me sentía como si no hubiera nada más en el mundo aparte de nosotros y aquellos tipos salidos que se morían por follarse a mi novia como una perra. La oscuridad del local contribuía a dar una sensación de irrealidad, como si flotáramos en el vacío.
Después de la tercera copa y con un calentón considerable, necesité ir al baño. Agarré a mi chica del culo, la apreté contra mi y le planté un morreo de despedida como si fuera un adiós para siempre y me dirigí hacia las letrinas. Allí hice lo que tenía que hacer, me lavé las manos y volví a salir. No lo había planeado, pero por supuesto no me sorprendió que en mi ausencia alguien se hubiera acercado a ella. Yo hubiera apostado por los cuarentones, pero eran los chicos jóvenes los que la tenían rodeada y le hablaban todos a la vez interrumpiéndose los unos a los otros. Ella respondía y ellos le devolvían otra respuesta haciéndola reír y sentirse cómoda. Me paré un segundo a unos metros de ellos, respiré hondo y luego me acerqué con mi mejor sonrisa. Intenté que no se sintieran incómodos ni rechazados por mi, por lo que prácticamente entré en el grupo estrechando manos, sonriendo y diciendo “¡Soy Sergio! ¡Soy Sergio!”, pero sí que noté que les estaba cortando el rollo: algo inevitable. Aún así un par de ellos más lanzados siguieron dándole conversación a Susana, sin ser hostiles hacia mi, pero prácticamente haciendo como que yo no existía. Ella les seguía el rollo amablemente y divertida. Me guiñaba un ojo y flirteaba con ellos con cierta picardía pero sin dejar de lado la elegancia. Fue maravilloso.
El resto de la noche estuvo bien. Tomamos un par de copas más acompañados del grupito y cuando ya daban más o menos las cinco de la mañana, nos despedimos de ellos y nos marchamos. Íbamos achispados, pero los dos dentro de nuestros cabales. Salimos del pub con una enorme sonrisa. Susana estaba pletórica: imagino que llevaba un subidón de autoestima de estar con todos aquellos hombres deseándola, convirtiéndola en el centro de su mundo durante una noche. Nos detuvimos en la puerta y la besé con pasión.
- Eres la mejor: los tenías a todos locos -dije-. Hoy van a caer unas cuantas pajas pensando en ti, no te quepa duda.
Ella se rió:
- Pues yo también voy a pensar en ellos mientras lo hacemos, no te quepa duda a ti.
La besé y tiré de ella en dirección hacia nuestro apartahotel, pero ella se negó a moverse.
- ¿Qué pasa, quieres volver con ellos? -pregunté.
- Si.
- Sabes que llevo mucho tiempo deseando que pase, así que si estás preparada y quieres, por mi perfecto si quieres traerte a alguno a nuestra cama.
Ella volvió a reírse.
- Sabes que no estoy preparada para eso -me dijo poniéndome la mano en el pecho-. Pero querer, quiero. Y también quiero que nos vayamos a la playa ahora. Está cerca, prácticamente al final de esta calle, y a estas horas no debe haber nadie allí.
- ¿Quieres follar en la playa?
- Sí.
- ¿Quieres que le diga a los chicos que vengan a mirar?
Asintió.
- ¿Entro y se lo digo?
Volvió a asentir.
- Voy.
Me giré y me encaminé hacia el interior del pub, pero no llevaba ni un paso cuando ella me agarró de la muñeca y me detuvo:
- Mejor vamos solos.
Asentí, la agarré por la cintura y juntos nos encaminamos hacia el mar besándonos sin parar y relatándonos lo que hubiera podido pasar si los chicos hubieran venido con nosotros. Fantaseábamos con que ella les chupara las pollas y ellos le magrearan cada centímetro del cuerpo, turnándose para besarla y lamerle el rostro y el cuello y el pecho y el coño y el culo. Yo llevaba una erección descomunal que me costaba disimular, pero es que tal era mi calentón que me daba igual. Nos cruzabamos con gente por la calle y ni nos molestábamos en disimular que yo tenía una mano dentro de su escote o que ella me estaba agarrando la polla por encima de la tela. ¡Daba igual! Sólo queríamos llegar a la arena y que quien quiera que fueran aquellos desconocidos pensaran lo que quisieran pensar. No nos importaba en absoluto.
En el paseo marítimo había una brisa considerable. El sonido de las olas aplacaba el ruido lejano de la música de los pubs de más allá. El sol no tardaría mucho en asomar entre los bloques, y eso se notaba porque la noche ya no era del todo negrura y porque algunas aves ya emitían sus sonoras llamadas matutinas. Caminamos con pesadez hasta casi la orilla, sujetándonos el uno contra la otra y besándonos con lascivia. Al llegar a un sitio que creímos adecuado, allí donde la arena se inclina hacia el agua y no se te ve desde el paseo marítimo, nos tumbamos, ella con su aspecto de diosa sobre la arena, el pelo maravilloso extendido en todas direcciones, los ojos brillantes, los labios carnosos llamándome; y yo sobre ella, decadente y pervertido, deseando descargar en su interior.
Entonces la besé. Y aunque no habíamos parado de besarnos en todo el trayecto, el beso supo a nuevo, a victoria y a promesas. Primero fue un beso calmado, como midiendo los límites, pero luego tuve un arranque de desvergüenza y metí mi lengua hasta el fondo de su boca a la vez que liberé las tetas de ese escote que no debió haber existido en toda la noche. Me aparté y las miré y se me puso incluso más dura. “¿Qué crees que dirían los chicos si las vieran?” me preguntó Susana. Y volví a besarla, pero esta vez no en la boca, sino en los pezones, que devoré con hambre mientras la agarraba con fuerza de la cintura para que no se separara de mi. Deslicé mi mano izquierda entre sus muslos y me alcanzó la frustración cuando noté su tanga, así que lo arranqué con vehemencia y lo lancé tan lejos como pude, hacia el agua, para no volverlo a ver. Luego introduje dos dedos en su interior y ella se retorció de placer. En esto inicié un dentro fuera para masturbarla mientras ella gemía de placer y miraba hacia el cielo aún estrellado. Con la otra mano apretaba casi con crueldad sus tetas, una y otra, haciéndola alcanzar esa frontera entre el dolor y el gozo, donde está el verdadero placer, y ella me agarraba del pelo para guiar mi boca aquí y allá, justo donde en cada momento deseaba.
Tras un rato, me incorporé y la miré: el pelo perfecto, la mirada de deseo, el pecho turgente sobre un cuerpo de fantasía, el vestido remangado y las piernas bien abiertas, el coño húmedo. Como si planeado, empezamos a masturbarnos a la vez, mirando al otro.
- Estás buenísima.
- Y tú.
- Ojalá vinieran los chicos del pub y se turnaran para follarte. ¿Los aceptarías ahora?
- Sí -respondió-. Me arrepiento de no haberles dicho que vinieran.
Me dejé caer sobre ella y la penetré. Ella reaccionó a mi presencia en su interior acomodándose para que mi pene fuera más adentro. Cuando llegué todo lo profundo que podía, inicié el típico movimiento en la postura del misionero mientras nos devorábamos.
Estuvimos un rato así hasta que me pidió ponerse ella encima para buscar el orgasmo. Me incorporé para tumbarme en la arena y entonces lo vi. “¡Hostias, Susana! Hay un tío mirándonos”. Efectivamente, a unos ocho o diez metros había un hombre de pie en la arena sin quitarnos ojo. Debía rondar los 55 años. Era bajo y muy delgado y fibroso. Su cara reflejaba años de mala vida, pero a la vez su expresión era tan neutra que era imposible leer qué pasaba por su cabeza. Simplemente estaba allí de pie, observándonos. A juzgar por cómo iba vestido, seguramente era un pescador que estaba a punto de irse a faenar y se había encontrado con el espectáculo.
Susana se incorporó y miró hacia donde estaba el hombre. Sus tetas brillaban ensalivadas bajo la luz crepuscular y se alzaban a cada respiración llenas de voluptuosidad. No he visto nada más deseable en mi vida. Al principio, su expresión fue de sorpresa, pero pronto se relajó y me dijo:
- ¿No es lo que siempre hemos querido? Déjalo que mire.
Me empujó hasta que estuve totalmente tumbado y se subió encima mía. Agarró mi pene y lo introdujo en su interior y empezó a cabalgar. Pronto noté un cambio de actitud: ya no estaba tan pendiente mía ni de si misma, cada movimiento lo hacía para que aquel hombre silencioso la viera. Se agarraba las tetas y las sobaba mirándolo a él. Agarraba mi mano y llevaba mis dedos a su boca mirándolo a él. Incluso cuando gemía lo hacía lo suficientemente alto para que él la oyera por encima de las olas. Su cabalgada cada vez era más furiosa, y estaba cubierta de sudor. Era un espectáculo verla. Pagaría por saber qué pensaba ese hombre.
- Estoy cachondísima -me susurró al oído-: ¿me dejas chuparle la polla?
- Claro que sí.
- ¿No pensarás que soy una puta si lo hago?
- ¿Y qué si eres una puta? -respondí yo con otra pregunta-. Esto es para que disfrutemos tú y yo.
En ese momento se corrió. Tuvo un profundo orgasmo estrujándose las tetas con la mano derecha mientras su izquierda apretaba mi cuello. “¡Joder, sí!” exclamó, y luego se dejó caer como un peso muerto sobre mi, que la abracé y besé con amor.
- Voy a comerme una polla, pero no la suya. Quiero comértela a ti -dijo muy decidida.
Y se deslizó hacia abajo hasta que mi polla quedó a la altura de su rostro y la engulló de una vez mientras con las manos me acariciaba los testículos. La agarré por los pelos para dirigir la mamada, follándole la boca sin piedad a veces, otras metiéndosela despacio pero hasta el fondo y haciéndola aguantar unos segundos hasta sacarla de golpe. Cuando lo hacía así, ella gritaba y tomaba aire como si acabara de salir de estar un minuto debajo del agua. Luego, volvía a su labor.
- Eres una puta y una chupapollas y te mueres de ganas de comerle la polla a ese viejo -le dije yo lleno de excitación, y ella asintió con la boca llena de carne-. ¿Quieres que vea que eres una buena mamona? Demuéstraselo.
De un tirón del pelo, le saque mi polla de la boca y la obligué a bajar hacia mi culo, que empezó a lamer con lujuria mirando fijamente a los ojos de nuestro espontáneo. A la vez, me masturbaba. Movía su cabeza con lujuria y lamía desatada gimiendo de excitación: estaba disfrutando de aquello más que yo. Luego, la agarré de los pelos y volví a follarle la boca. Estuvimos así cinco minutos hasta que noté que me venía el orgasmo, cosa que le hice saber:
- ¡Susana, me voy a correr en tu boca!
- ¡Espera! -gritó ella.
Se puso en pie y tiró de mi para ayudarme a levantarme. Luego me agarró de la mano y me llevó andando al lado del espectador. El tipo nos miró sin cambiar la expresión de su rostro. Susana se puso de rodillas al lado del tío, y empezó a masturbarme y a chuparme la polla mirándolo a los ojos. El tipo no hizo nada. Noté un cosquilleo que recorría mi cuerpo desde la espina dorsal hasta la polla y entonces exploté descargando todo mi semen en el interior de su boca. A la vez que recibía mi disparos, ella gemía y se acariciaba la vagina, haciendo un ruido gutural al tragarse mi semilla.
El tipo no se movió ni un poco. Sólo observaba en calma como ella limpiaba las últimas gotas de semen mientras mi polla se iba desinflando. Cuando hubo acabado y se puso en pie sonriente, mirándolo fijamente a él, el tipo se llevó la mano al bolsillo, sacó un paquete de tabaco y nos ofreció un cigarro con un gesto.
- Gracias: no fumamos -dije yo estúpidamente.
Entonces, él simplemente se dio la vuelta y se alejó.
Hasta que conocimos a Javier en persona, esa fue nuestra aventura más excitante y más cercana al mundo liberal. Pasarían meses hasta que todo aquello cambiara. Meses escribiéndome correos con él en que nos contábamos experiencias y fantasías. Meses para pensar en trazar un plan para convencerla de dar el paso. Meses que no supe que anticipaban un cambio total no solo en mi vida sexual, sino en mi relación de pareja.