Una bella mujer y su tío, Insana admiración Cap I
Una bella mujer se ve obligada a recibir en su casa al tío de su marido. Todo va bien hasta que descubre los insanos deseos que despierta en él.
UNA BELLA MUJER Y SU TÍO
CAPÍTULO 1
Cristina, a quien todos llamaban Cris, era una mujer de treinta y seis primaveras muy bien llevadas. Tenía dos hijos, de nueve y doce años, y estaba casada con Miguel, el amor de su vida. Ella era dentista y él economista; mantenían un pasar económico bastante bueno para sus respectivas profesiones y sus vidas eran de lo más normales en todos los sentidos, hasta que todo esto ocurrió.
Cris repartía su jornada diaria entre el trabajo y sus labores de madre. Toda la mañana, hasta la hora de almuerzo, se dedicaba a atender pacientes en su consulta particular. Luego, dependiendo del día y de sus ganas, decidía si almorzaba con sus padres, con Miguel, con amigas o simplemente sola en casa. Después se dedicaba a hacer ejercicio, spinning casi siempre, además de ir a nadar los martes y jueves. Ocasionalmente se tomaba la tarde libre y salía de compras. Recién, cerca de las seis de la tarde, llegaba a casa para esperar a los niños que llegaban del colegio, los ayudaba con sus deberes y les preparaba algo rico para cenar todos juntos en familia cuando llegaba Miguel.
Era libre en todos los aspectos; no tenía jefe, se debía solo a sus pacientes, además, ella misma había restringido sus horarios de atención para tener la tarde desocupada. Su marido no era un hombre celoso por lo que no tenía que estar dando explicaciones, menos pedirle dinero pues ella manejaba sus ingresos con total independencia.
Aparte era muy atractiva, tanto por su aspecto físico como por su carácter e inteligencia; cualidades que habían hecho a Miguel seguirla por tres años en la universidad hasta que ella aceptó salir con él. Era una mujer alta y sus medidas no tenían nada que envidiarle a ninguna modelo. No era raro que los hombres se voltearan a mirarla, sobre todo cuando cruzaba la piscina enfundada en su traje de baño de colores llamativos. Poseía un abultado busto, por lo demás muy bien cuidado después del paso de dos bebés. Se enorgullecía de mantenerlos con una forma y textura que envidiaría cualquier quinceañera. Y qué hablar de sus posaderas, voluminosas y firmes a un nivel que solo su respeto y amor por el ejercicio podían lograr.
Nunca le gustó hablar de su intimidad, ni siquiera con sus mejores amigas, por lo que nadie sabía a ciencia cierta como era su vida marital en esos aspectos tan secretos.
Miguel, su marido, había perdido trágicamente a sus padres en un accidente automovilístico a la temprana edad de catorce años. Al quedar huérfano, se fue a vivir con la hermana de su padre y su marido, quienes, al no tener descendencia propia, lo criaron como a un verdadero hijo hasta que salió de la universidad. Su tía de sangre se convirtió en una madre sustituta excepcional y su tío en un amigo insuperable.
La vida de Cristina bruscamente cambió cuando la tía de Miguel falleció. Su marido, preocupado porque tío Antonio se quedara solo, le pidió encarecidamente admitir a su padrastro como parte de la familia. Cris no tuvo el corazón para negarse y aceptó recibirlo en la casa para que viviera con ellos. La idea no le molestó, pensó que sería bueno tener otro adulto responsable en casa, los niños tendrían a su abuelo cerca y Miguel un compañero con el cual compartir las transmisiones de los partidos de futbol y las películas de acción.
Así fue como tío Antonio fue instalado en el dormitorio de visitas.
El hombre pasaba los sesenta años y los aparentaba, pues tenía una barriga algo descuidada y una calvicie propia de su edad. Sin embargo, era un abuelo muy activo, los niños lo pasaban muy bien con él, los sacaba a pasear y les compraba todo cuanto quisieran; se notaba que los quería mucho. También Miguel disfrutaba de tenerlo en casa, se enfrascaban en largas charlas de múltiples temas y no era raro que compartieran una copita de vino en la noche, antes de acostarse.
Todo anduvo a las mil maravillas los primeros meses. Cristina ya se había acostumbrado a la presencia de tío Antonio cuando empezó a notar algo extraño. Su dormitorio, cuando llegaba en la tarde, parecía diferente a como ella lo dejaba en las mañanas, como si alguien hubiera hurgueteado en sus cosas; y lo más raro, en el cajón de su ropa interior. Ella era muy cuidadosa con sus prendas íntimas y recordaba muy bien el orden en que la dejaba. Las dudas la desconcertaron a tal punto que decidió hacer una prueba: dejó un diminuto hilo estratégicamente acomodado en el borde del cajón en cuestión, de tal forma que fuera imposible abrirlo sin que la pequeña fibra se callera. Si alguien llegaba a abrirlo ni se percataría de la trampa, pero ella sabría a ciencia cierta si sus sospechas eran fundadas o no.
Al día siguiente, luego de llegar del gimnasio, se fue directo a comprobar el cajón y el estado del hilito, si estaba en su posición o no. Efectivamente, alguien había caído en la trampa y Cris, inteligente como era, supo de inmediato que el único culpable posible tenía que ser tío Antonio. Pero, ¿cómo se lo decía a Miguel? No quería un escándalo y le afligía sobre manera el daño que podría provocar en su marido una acusación tan grave. Después de pensarlo mucho optó por mantener todo en secreto, por lo menos hasta conseguir pruebas más contundentes o una explicación que le devolviera la confianza en su suegro.
Cristina, pesé a las esperanzas de aclarar todo sin lastimar la mancomunidad de su hogar, ya no veía con los mismos ojos a tío Antonio. Es más, comenzó a distanciarse, mostrándose fría con él. También, sin ser plenamente consciente de ello, empezó a vigilar sus movimientos. Así se dio cuenta de muchos detalles en los cuales no había reparado antes.
Por ejemplo, siempre cuando ella hacia ejercicio en casa, tío Antonio estaba en el living, ojeando el diario o leyendo un libro. Cristina se dio cuenta que él la observaba como disfrutando de su cuerpo envuelto en su ajustada tenida deportiva; casi podía sentir su mirada en su trabajado trasero y en sus voluminosos pechos. Claro, era la oportunidad perfecta, no estaban los niños ni Miguel, podía mirar a sus anchas. También notó que cuando ella llevaba falda, él se sentaba en frente, como buscando la oportunidad de ver su ropa interior, de “cuartearla” como se dice vulgarmente. Las sospechas de Cris llegaron a tal grado que cuando entraba al baño, a ducharse, no podía evitar pensar que tío Antonio estaba detrás de la puerta, espiándola por la cerradura.
Así paso el tiempo. Las cosas siguieron así y Cris, de tanto cuestionarse si todo eso sucedía en realidad o era producto de su imaginación, termino poco menos que acostumbrándose a la situación. A cada momento veía o se imaginaba a tío Antonio tratando de ver un poco más allá o comiéndosela con la mirada.
Su tío suegro ya llevaba casi un año viviendo con ellos cuando todo empezó a agravarse.
Un viernes en la noche, Cristina y Miguel tenían invitados a cenar, así que durante el día Cris decidió dedicarse a preparar la cena y bocadillos para hacer la velada de lo más amena para sus amigos. Siempre que había este tipo de actividades su marido la ayudaba, pero esa noche a Miguel le fue imposible llegar temprano, por lo que tío Antonio tomó su lugar. Ella le indicó todo lo que debía hacer para asistirla y él, como un obediente sirviente, acató todas sus instrucciones. De pronto Cris se sintió culpable pues se dio cuenta que el pobre hombre nunca se había mostrado sin respeto ni confianzudo con ella, al contrario, siempre, como en esos momentos, se portaba amable, simpático y servicial.
Cuando estaban en mitad de los preparativos, Cristina comenzó a lavar los utensilios que habían ocupado y sin darse cuenta se salpicó un buen chorro de agua en el pecho. Apenas traía una delgada blusa sobre un brassier bastante liviano, así que cuando la tela traslucida se pegó a sus senos, dejó en completa evidencia las costuras de su ligera ropa interior y la forma de sus encantadores pezones.
Era una visión espectacular. Cristina tenía el pelo tomado en una cola, vestía unos jeans ajustados que destacaba su escultural trasero y, para colmo, se anudó la blusa mojada bajo sus pechos para que la humedad no escurriera más abajo, dejando su cintura desnuda.
Cuando Cris se dio cuenta del espectáculo que estaba dando ya no había nada que hacer. Pensó que no tenía mucho sentido taparse o irse a cambiar puesto que tío Antonio ya la había visto; incluso llegó a decirse que no había nada de malo en darle un pequeño premio por su ayuda en la cocina.
Su suegro, como había terminado con lo que le había encomendado, se dedicó a preparar un aperitivo, que era su especialidad. Apenas lo tuvo listo, le ofreció a probar una copa. Estaba exquisito. Entusiasmada se lo hizo saber y le pidió la receta. Él se la dio con mucho gusto y comenzaron a hablar muy animadamente sobre tragos y otros temas que tío Antonio conocía muy bien
En ese momento Cris recordó que él era en realidad una persona muy agradable, lo que ella había bloqueado por todo lo que pasó con su ropa interior y sus miradas indiscretas. La culpa la invadió con fuerza, así que decidió que desde ese momento no le daría más vueltas al tema y se comportaría como en un principio con el tío de su marido.
Luego de aquella animosa charla, colocaron la mesa y Cris se fue a su habitación a ducharse y arreglarse para la cena; sin pensar siquiera que eso era precisamente lo que esperaba su suegro.
Tío Antonio en pocas semanas cumpliría un año viviendo con Cristina. En ese tiempo había podido ver la ropa íntima de sus cajones, olido su ropa sucia, admirado sus elegantes y finos movimientos al hacer ejercicio y había podido ver su entrepierna bajo su falda en algunas ocasiones. Eso era lo que más le excitaba, estar sentado al lado de su sobrino mientras disfrutaba de alguna descuidada y erótica posición del cuerpo de su hermosa nuera.
Incluso, en un memorable golpe de suerte, la había visto desnuda por unos extraordinarios segundos. Repetir ese increíble momento es lo que lo llevo a maquinar el plan que pretendía poner en práctica en esos precisos instantes.
Lo tenía todo pensado: estarían solo los dos, pues los niños estaban en casa de los amigos que venían a cenar y Miguel en el trabajo. Ya tenía listo el orificio que con sumo cuidado había hecho entre el closet de la habitación de Cris y su baño. Era la única forma que había encontrado, pues la ventana no dejaba ver nada, la cerradura le daba un ángulo muy restringido de visión y subirse al entretecho era muy bullicioso y arriesgado. No, la mejor manera era esa, un orificio fácil de ocultar dentro del closet, calculado de tal manera, que salía justo detrás de un espejo que él hábilmente preparó para que fuera transparente desde su lado.
Cristina, ya en el baño, colocó el seguro de la puerta, cosa que antes de la llegada de tío Antonio no hacía. Comenzó por sacarse la blusa, luego los jeans y se quedó en ropa interior.
Tío Antonio sentía que aquella diosa era la mujer más bella que había visto en su larga vida. Lo volvía loco, estaba haciendo cosas que nunca se imaginó, pero no lo podía controlar, el deseo que despertaba Cris en él nunca antes lo había sentido. Era como si estuviera embrujado.
Cuando su nuera se desnudó por completo, casi eyaculó. Estaba en éxtasis total, pero se controló y siguió con su plan, inmortalizó esos momentos con la cámara fotográfica digital que le había regalado Miguel. Luego Cristina entró en la ducha. La sensación de esperar a que descorriera la cortina mientras sentía el agua correr, imaginando como sus manos recorrían su cuerpo para asearse, lo tenían al borde de un ataque de nervios. Cuando por fin salió, nuevamente la visión de su sublime anatomía lo dejo en las nubes. Le sacó varias fotos más.
Tío Antonio, pese a la emoción que lo embargaba, se mantenía casi congelado para evitar cualquier ruido que lo delatara. En un momento quiso modificar el zoom de la cámara; se maldijo al no encontrar la función en la oscuridad y levantó el aparato para usar la luz del orificio para encontrar el botón adecuado. Su sorpresa fue mayúscula cuando, al volver a mirar dentro del baño, se percató que Cris ya tenía su bata puesta y se disponía a salir. El viejo voyeur se dio cuenta que debía salir lo más rápido posible del closet y del dormitorio. Pero sus nervios lo traicionaron, el apuro por salir lo llevó a tropezarse con unos zapatos y enredarse con la ropa que colgaba; cayó al suelo dándose un fuerte golpe.
Cristina, al sentir el estruendo, salió rápidamente del baño y encontró a su suegro tirado en el piso, con medio cuerpo en el closet y medio cuerpo en su habitación. Profirió un gritó de la impresión. Tío Antonio se puso de pie como pudo.
―¿Qué está haciendo aquí, tío? ―preguntó Cris, enojada. Él se quedó callado sin saber que responder.
―¡¿Qué diablos está haciendo aquí, tío Antonio?! ―repitió aún más enojada.
Tío Antonio sabía que podía inventar cualquier cosa que lo sacara del apuro, las dudas quedarían pero al fin podría desentenderse. Sin embargo, ya estaba aburrido de ocultar su afición, de mantener en secreto la verdad que había sido el motor de su vida durante el último tiempo. Tomó aire, como buscando el valor y la seguridad que no sentía, y se desahogó:
―Te estaba espiando, viendo cómo te bañabas… Viéndote desnuda y fotografiándote.
Cristina quedó helada. Realmente no sabía que decir. Aparte se sintió muy incómoda apenas cubierta con la bata ahí en frente de él. Le pidió que saliera de su habitación y que la esperara en el living, apenas se vistiera tendrían una seria conversación. Cuando se quedó sola en su dormitorio se sintió muy confundida, ¿cómo podía estar pasando esto?, ¿cómo su tío, o suegro, le estaba haciendo eso?, y por sobre todo a Miguel. Trató de ordenar sus ideas, ¿cómo enfrentaría a tío Antonio? Esto ya se había escapado de sus manos. Y más aún, tenía la certeza de que él no iba a parar hasta lograr algo más que verla desnuda.
Ya vestida, no encontraba el valor para salir de su habitación, pero apenas tenía una hora antes de que llegara Miguel, los niños y los invitados. Sabía que debía hablar con tío Antonio antes de que ellos llegaran. Se sentó en la cama y pensó por qué él estaría haciendo algo así. Siempre había sabido que era una mujer atractiva, desde adolescente tuvo que vivir con el acoso de los hombres, con varios de sus novios tuvo que terminar porque lo primero que querían era hacerle el amor, también varios profesores la acosaron, afortunadamente siempre tuvo buenas notas y por ello no pudieron aprovecharse de eso para llevarla a la cama. Miguel había sido distinto, casi un mes antes de casarse habían intimado por primera vez; y fue cuando Cris perdió su virginidad. Él la trató con mucho cuidado, fue todo un caballero y lo seguía siendo.
Luego, ya en su consulta, varios pacientes la habían invitado a salir. Se acordó de aquel muchacho de unos quince años, gordito y pecoso, que sentado en el sillón dental y acomodado para su revisión, había colocado su mano a un costado. Ella, al acercarse a examinarlo, sin querer había puesto su pierna junta a esa mano intrusa, la había notado de inmediato, pero no quiso hacer nada, pensó que era solo casual, además que le dio vergüenza que su asistente se diera cuenta de la situación. Siguió como si no pasara nada, pero el chico no pensó lo mismo y comenzó a mover su mano, ella seguía pensando en que hacer y no encontró nada mejor que dar por terminada la revisión. Había sido la primera vez que dejaba un tratamiento así de inconcluso, pero la situación la estaba complicando mucho.
Luego de eso se dio cuenta que otro paciente hacía lo mismo, colocaba su mano de tal forma que pudiera tocarla. Este era un señor de unos cincuenta y tantos años, el señor Reyes, más bajo que tío Antonio, pero más gordo. Recordó que apenas había sentido el toqueteo se levantó para ir a buscar algo que realmente no necesitaba, y al volver a sentarse se alejó para no ser alcanzada por esa mano intrusa.
El muchacho gordito había vuelto unos meses atrás, se llamaba Freddy; pero ahora las cosas eran diferentes: ella ya conocía el jueguito y además su asistente se había ido, ya que se casaba. Cris pensó que al estar sola podría controlar la situación sin problemas. Se sentó un poco alejada para que no pudiera alcanzarla; no obstante, cuando estaba en mitad de su trabajo, sintió el muchacho la estaba tocando. Algo pasó, pues no se movió, siguió trabajando y cuando término el joven paciente retiró su mano. No había pasado realmente nada malo, pensó ella, solo había puesto la mano en su pierna y nada más.
Estas situaciones nunca las habían conversado con Miguel, ni las muchas veces que en la calle le tiraban piropos, o cuando un tipo en un centro comercial la siguió durante todo el recorrido que hizo en una tienda por departamentos.
Pero ahora tenía que salir y hablar con tío Antonio, esto no podía seguir pasando. De pronto se acordó de la cámara, ¿cuentas fotos le habría sacado en el baño?, ¿la habría fotografiado antes?, ¿cuántas fotos tendría de ella? Tomó aire y salió. En el living se encontró con tío Antonio sentado, casi se diría que relajado, a diferencia de ella que era un atado de nervios. Se sentó en el sofá, lo más alejada que pudo, y dijo lo que tenía que decir.
―Tío, esto que está pasando es muy grave, no puedo seguir en esta situación… Hoy le contaré a Miguel lo que ha sucedido.
Él la miró muy sereno.
―Yo creo que estas exagerando, Cris ―dijo de pronto―. Los dos somos adultos y entendemos lo que pasa. Pero, ¿de verdad piensas que le haría bien a Miguel saberlo? Te pido que no te compliques, yo solo quiero aprovechar cuando te tienes que desnudar y admirar tu belleza, ¿qué tan grave puede ser? ―terminó preguntando como si hablara de una tontera.
―Pero, tío Antonio, ¿no te das cuenta que lo que hiciste es propio de un degenerado? ―lo increpó Cristina perdiendo la compostura―. Lo siento, pero debo contarle a Miguel.
―Si esa es tu decisión… ―declaró al levantarse. Se aprontó a retirarse pero antes se volvió hacia ella y le dijo―: Yo por mi parte no diré nada.
Cris sopesó esas palabras y entendió un significado oculto.
―¿Y qué podría usted decir de mí? ―lo increpó.
―Nada. Pero si tú le cuentas toda la verdad, tarde o temprano Miguel terminara viendo las fotos y puede que piense que algo debes de haber hecho tú también.
A Cris, las palabras de su suegro le cayeron como una granizada. Se paró y empezó a caminar nerviosa por la habitación.
―Pero yo no hice nada ―dijo luego de un momento.
―Yo solo digo ―le soltó tío Antonio antes de salir al jardín. A ella, estas últimas palabras, le sonaron tan vánales como amenazantes. Le sorprendió la capacidad del viejo para sembrar incertidumbre en situaciones tan complejas.
Fuera de la casa, respirando con intensidad el aire fresco del atardecer, tío Antonio meditaba sobre lo sucedido. Las fichas estaban tiradas; había apostado todo a la verdad, ya no había mentiras entre él y su nuera, ella al fin estaba en conocimiento de su insana admiración. Ahora solo quedaba esperar y ver si Cristina se atrevía a soltarle esa bomba a su marido o no. Pensó que había tenido un par de aciertos al quitarle importancia al asunto, mostrándose tranquilo durante la tensa charla y al hacerle ver a Cris, sin que pareciera una amenaza, los riesgos inherentes de contarle todo a Miguel.
Realmente las fotos no tenían nada que comprometiera a Cris. En la gran mayoría aparecían ella en ropa deportiva en algunas poses algo sugerente, pero que eran fácilmente explicables dado los ejercicios que practicaba. Algunas mostraban la ropa interior que se veía bajo su falda, claramente sacadas sin su conocimiento. También estaban las que acababa de tomar, donde salía totalmente desnuda y se veía claramente su rostro. No obstante, tenía la prueba del orificio en el closet, que si no había sido descubierto ya, lo seria apenas Cristina o Miguel dedujeran como había podido tomarlas.
Pero tío Antonio tenía en su poder algunas realmente comprometedoras. Eran aquellas que por mera casualidad había sacado. Una mañana de sábado debió ir a dejar a los niños a una actividad deportiva al colegio. Le dijo a Cristina y a Miguel que él los esperaría y los llevaría a almorzar para que ellos pudieran tomarse el día libre. Sin embargo, al dejar a los niños, se dio cuenta que había olvidado la billetera en otra chaqueta, por lo que volvió a la casa a buscarla. Entró sin hacer ningún ruido y, cuando estaba por irse, escuchó que alguien estaba en la cocina. Casi por instinto tomó su cámara, se dirigió raudo y sigiloso hacia el living y se escondió entre el sofá y una frondosa planta que Cris mantenía en un macetero junto al ventanal. Apenas se posicionó en su escondrijo, la vio aparecer desde la cocina. Cristina estaba totalmente desnuda, solo con zapatillas de levantarse y un vaso de jugo en la mano. Presuroso, fue capaz de tomar cerca de diez fotos del grandioso espectáculo; desde que venía casi de frente, con sus tetas balanceándose en forma majestuosa, hasta que iba de espaldas hacia su dormitorio, con su esplendoroso culo rebotando sobre sus pasos. Tío Antonio había supuesto de inmediato que ella y Miguel debían estar en una tórrida sesión de sexo, por lo que salió al jardín a ver si podía captar algo más desde la ventana; lamentablemente para él todo estaba cerrado y no pudo ver nada más.
El voyeur recién descubierto meditaba sobre la reacción de su sobrino si Cristina lo delataba y se veía obligado a mostrar aquellas fotos, cuando vio llegar el vehículo de los invitados a la cena.
Cris aún estaba sentada en el living, reflexionando sobre las fotos que su suegro podía tener de ella. No sabía que pensar; de pronto se le ocurrió la posibilidad de que tuviera fotos trucadas, ¿sería capaz de algo así? El timbre la sacó de su ensimismamiento.
La cena fue de lo más normal y para variar tío Antonio fue el centro de atención. Sus historias y manera de narrarlas los entretuvo a todos, menos a Cris, que se martirizaba tratando de decidir qué hacer. Cuando sus amigos se retiraban, Sandra, su amiga, le dijo lo afortunada que era de contar con su suegro, resaltando sus dotes de narrador y otras virtudes. Para sus adentros ella pensó que no pensaría lo mismo si estuviera en su pellejo.
Al irse a acostar y comentar con Miguel la velada no tuvo el valor para contarle lo sucedido. Tenía una mezcla de miedos, no quería lastimar a su marido con algo tan grave, seguramente se sentiría vilmente traicionado. ¿Y si él no le creía?, si llegaba a ver aquellas fotos, ¿dudaría de ella?, ¿volvería algún día su matrimonio a la normalidad?
A la mañana siguiente se levantó y fue directo en busca de tío Antonio, él ya se había levantado y estaba tomando desayuno en la cocina, solo.
―Tío, lo he pensado y tomé una decisión ―dijo luego de cerrar la puerta para asegurarse que nadie los fuera a escuchar―. No le contaré a Miguel lo que paso, no quiero lastimarlo. Él está muy feliz con usted aquí y si se llegara a enterar de lo sucedido no tendría más alternativa que pedirle que se fuera. Pero le advierto que no toleraré ni un incidente más, ¿me entendió? ―terminó con un tono que no admitía ninguna discusión.
―Claro, Cris, lo que tú digas ―se apresuró a responderle tío Antonio. Se notaba aliviado y Cristina también sintió cierto sosiego al darse cuenta que a él también le preocupaban mucho las consecuencias de sus acciones.
―Pero debo pedirle algo.
―Dime.
―Quiero ver las fotos que usted tiene de mí.
Tío Antonio la miró sorprendido.
―Sí, no hay problema ―respondió al fin―. Solo que debemos esperar hasta el lunes, cuando estemos solos, para verlas en el computador del estudio.
Cris se espantó.
―¡Pero, tío! ¿Cómo puede guardarlas en el PC que ocupan todos?... Hasta los niños hacen sus tareas en él.
―Tranquila, no te preocupes, no están ahí. Las tengo en un disco duro externo.
Ella se calmó, hizo un gesto de asentimiento y salió de la cocina.
Tío Antonio se sintió aliviado, había salido bien librado de esa. Sin embargo, le preocupó que Cris quisiera ver las fotos. Qué pasaría si se daba cuenta que no tenían mucho de comprometedoras. Si bien tenía varias donde aparecía tal como Dios la echó al mundo, también era cierto que en ninguna foto se podía deducir sin lugar a dudas que ella había tenido alguna participación, posando o permitiendo de alguna manera que se las sacaran. De todas formas nunca había sido su idea chantajearla, lo insinuó porque era lo único que se le había venido a la cabeza. Pero le preocupaba que cambiara de opinión si se daba cuenta de su pequeño ardid. Solo disponía de dos días para pensar en algo. Decidió que no debía correr riesgos; dos cabezas pensaban mejor que una, como él mismo solía decir, así que terminó de desayunar y fue a ver a su amigo Gustavo, al cual respetaba mucho pues era un viejo zorro muy astuto.
Al rato, tío Antonio estaba sentado en un bar con su amigo. En poco tiempo lo puso al tanto de todo lo que estaba sucediendo.
―Extraordinario, Antonio, recuerdo a Cristina. El año pasado, cuando la vi en el funeral de tu difunta esposa, casi me da un infarto. No quise decirte nada en esos tiempos puesto que no era tema para un velorio, pero después de todo lo que está pasando supongo que no te molestara que te diga que es un mujerón, una de las mejores hembras que he visto en mi vida ―le dijo Gustavo cuando terminó de contarle―. En tu lugar, estaría en los mismos pasos.
―Me tiene enfermo, hueón. Cada vez que la veo se ve más hermosa.
―¿No estarás medio enamorado?
Tío Antonio se espantó ante la pregunta de su amigo.
―¡No seas estúpido!, si es la mujer de Miguel… Pero me tiene muy caliente, como nunca en realidad.
―¿Y qué piensas hacer ahora?
―No lo sé. Para eso venía a verte, ¿tú qué dices? ― le consultó tío Antonio, contento de que Gustavo propiciara tratar acerca de su dilema.
―Eso depende. Yo en tu lugar me jugaría el pellejo por encamarme con ella ―dijo Gustavo, en un tono que irradiaba envidia―. Pero tu caso es distinto: Miguel es como tu hijo, lo quieres como tal. ¿Estarías dispuesto a violar… su confianza? ―terminó preguntando con una pausa estratégica.
Tío Antonio no respondió de inmediato. La palabra “violar” en la pregunta lo distrajo y lo hiso meditar. Su amigo era zorro, ya lo conocía, y entendió los dos cuestionamientos planteados por él. Al fin se dio cuenta que no podía mentirse a sí mismo, era el momento de la verdad.
―No quiero morirme sin hacerle el amor a esa mujer ―dijo de pronto en forma contundente―. Pero a la fuerza no, no podría, no soy de esa clase de hijo de puta. Además, quizá no estabas tan equivocado, algo de sentimiento hay; no es amor, pero la quiero, ¿me entiendes? Te sonara a locura, pero tiene que ser con su consentimiento. No sé cómo; tampoco pretendo que se enamoré de mí ni mucho menos, pero alguna forma debe de haber.
―Por lo que me contaste, yo creo que podrías conseguirlo sin mucho esfuerzo ―opinó Gustavo.
―¿Qué dices? ―rio tío Antonio, entre divertido y esperanzado.
―Eso. Yo sé cómo puedes gozar de Cristina ―le aseguró su amigo bastante serio.
Tío Antonio lo miró expectante.
―Guau, esa mirada me dice que no es ningún juego para ti. De verdad te la quieres follar ―dijo Gustavo, con una avispada sonrisa―. Bueno, estoy dispuesto a darte la fórmula de la felicidad si me subes al carro.
―¿De qué hablas?
―Pues fácil: si te digo mi idea y te la llevas a la cama, luego me la entregas en bandeja para que yo también pueda tirármela ―le lanzó sin más.
Por un instante, tío Antonio pensó que estaba bromeando y se vio tentado a reírse. Sin embargo, el semblante de Gustavo, pesé a la extraña media sonrisa que mantenía, reflejaba un creciente interés. Comprendió que su amigo le planteaba aquel acuerdo de forma muy seria. Se mantuvo sin decir nada por unos momentos. Estaba sorprendido por la propuesta y extrañado de sí mismo por considerarla. ¿De verdad estaría dispuesto a compartir a Cristina, la mujer de su hijo, a cambio del mapa del tesoro que lo llevaría a cumplir sus mórbidos deseos? Reconoció que la posibilidad de negarse, y renunciar a sus sueños, era tan o más dolorosa que imaginarse obligado a entregar a su hermosa nuera a su vil amigo. Analizó rápidamente que tan viable era que la astucia de Gustavo pudiera granjearle paso libre al cuerpo de Cris. Concluyó que era tan factible como la probabilidad de que él, luego de poseerla, cumpliera con su parte del trato.
―Pues te aseguro que si consigues que se meta a la cama conmigo, estaré tan agradecido que no podré negarte nada, amigo mío ―mintió al fin.
―Jaja. ¡Trato hecho! ―Gustavo le tendió la mano y se la estrechó efusivamente. A tío Antonio le dio la impresión que acababa de hacer un trato con el diablo.
―Bueno, ¿y cuál es el plan?
―Antonio, tu nuera es una mojigata. Me acabas de contar que ella nunca ha estado con otro hombre que no fuera Miguel. El muy suertudo la desvirgó cuando se casó con ella, o poco antes ―dijo Gustavo como si estuviera más claro que el agua―. Debes hacerla conocer nuevas sensaciones, obligarla a ver por la ventana del placer todas las exquisitas experiencias de las que se ha privado casi toda su vida.
―Pero, ¿Cómo?
―Con metodología y paciencia, hueón. Te acaba de perdonar que la estuvieras espiando. Se acaba de volver tu cómplice, ¿qué no lo ves?
Tío Antonio asintió lentamente.
―Tú piensas que quiere ver las fotos para asegurarse que no la comprometen y así poder contarle todo a Miguel sin correr ningún riesgo ―continuó Gustavo―. Yo pienso que si fuera así, te hubiera exigido verlas antes de decirte que guardaría el secreto. Puede ser que sea simple curiosidad, o que las quiera ver para descartar quien sabe qué cosa; pero ya se comprometió contigo, no te delatará. Aprovecha la oportunidad, alimenta su ego de mujer hermosa diciéndole lo bella que sale en las fotografías, convéncela que tú no eres un pervertido, sino una víctima de sus encantos. Muéstrate dócil, hazla sentirse segura dentro de la burbuja del secreto que compartirán, y te conducirá al paraíso…
Tío Antonio decidió caminar a casa. Estaba entusiasmado por la conversación que había tenido con Gustavo. Este le había hecho ver todo desde una perspectiva completamente insospechada para él; y lo más increíble era que mientras más lo pensaba, más se convencía de que todo podría resultar en hacer realidad su anhelado sueño, intimar con su hermosa nuera.
Luego de mucha charla, donde Gustavo trataba de darle un significado conveniente a las decisiones de Cristina y lo vulnerable que la volvía el estilo de vida recatado y recto que mantenía hasta el momento, los dos amigos habían estructurado un plan que, en primera instancia, simplemente constaba de hacer creer a Cris que tío Antonio solo tenía la necesidad de mirarla sin tapujos, y que solo eran los sueños de un viejo viudo el verla desnuda o con prendas que la hicieran ver más hermosa y atractiva. Si todo salía bien, y conseguía que ella mantuviera todo en secreto, vendría la etapa de hacer salir el lado oculto que toda mujer tenía dentro de sí, fomentar el exhibicionismo y el morbo que le provocaría estar mostrándose ante alguien que no era su marido y, más encima, hacerlo casi en sus narices. Finalmente, después de un trabajo constante, donde tío Antonio ganaría su confianza, y una vez que estuviera tan metida en el juego que le fuera imposible dar marcha atrás, sería el momento de convencerla y lograr que diera ese pequeño paso de probar lo prohibido. No sería nada fácil y mucho menos rápido; como había dicho Gustavo, sería un trabajo basado en estricta metodología y paciencia.
Tío Antonio pensó que para eso tenía todo el tiempo del mundo, así que esbozó una gran sonrisa y enfiló hacia la casa, el hogar de su querido sobrino y su deseada Cristina.
Llegó el lunes, Cris ya estaba por llegar de su consulta. Tío Antonio había meditado sobre su discurso, y no iba a ser el de un arrepentido, sino el de un viejo viudo solo y desesperado, que la admiraba desde que la había visto llegar del brazo de Miguel, lo que por supuesto no era mentira, ya que entre los cientos de fotos que tenía habían muchas de esa época, de cuando aún estaba de novia con él. Se disculparía por las molestias que le estaba provocando, pero recalcaría que no podía controlarlo. Todo tenía algo de verdad, pero tenía que dramatizarlo para conmover a Cris. Se comprometería a no mostrar sus fotos a nadie, pero le confesaría que le resultaba imposible no seguir espiándola, eso era casi como dejar de vivir. Casi se rio la primera vez que lo dijo, lo encontró tan cursi, pero podía resultar.
Cristina llegó más hermosa que nunca. La estaba esperando sentado frente al computador, cuando ella entró y ni siquiera se dignó a saludarlo, solo le pidió que le mostrara todo lo que tenía de ella. Él, sin mostrar su nerviosismo, insertó el dispositivo en el puerto USB del ordenador, luego eligió la carpeta "Mi Diosa". La había nombrado así solo hacía unos minutos, solo para hacerla ver lo mucho que la idolatraba.
―Empezaré por el principio ―dijo con tono pesaroso.
Se inició el desfile de cientos de fotos. Cris no tardó en sorprenderse, algunas tenían más edad que sus hijos, y ella aparecía en todas las poses y perspectivas imaginables.
―¿Cuánto tiempo lleva tomando esas fotos, tío? ―le preguntó asombrada.
―Siempre has sido la razón de mi afición a la fotografía ―confesó él. No había tenido necesidad de inventar eso.
Ella no daba crédito a la cantidad de fotos que tenía en su poder. Llevaban más de media hora viendo esas imágenes, cuando ella lo interrumpió.
―Muéstreme las fotos en donde salgo desnuda ―le pidió.
Tío Antonio empezó por mostrarle unas que había tomado hace algunos años, cuando todavía estaba su esposa viva. Él había preparado el baño y programado la cámara para fotografiarla durante una visita a su casa. En estas fotos se veía algo de su trasero, pero no muy bien, pues lo que había usado para esconder la cámara cubría la mitad del lente. Luego siguió con otras similares, hasta llegar a las que le había tomado desnuda en la cocina y terminó con las capturas que hiso en el baño hacía unos días, cuando lo sorprendió.
Cristina se sentó, su cabeza daba vueltas, ¿cómo no se había dado cuenta antes de lo que pasaba? Si hubiese sido así nunca habría permitido que tío Antonio llegara a vivir a su casa.
―Ay, Cris, lo siento, de verdad lo lamento mucho. Sé que esto es un gran peso para ti ―dijo tío Antonio vehementemente. Se había sentado frente a ella―. Pero no puedo controlar mi deseo de mirarte y admirarte.
―Lo siento, tío, lo mejor es que se vaya y olvidemos todo esto.
Él se puso de rodillas. Su rostro irradiaba desesperación.
―No me pidas eso, por favor. Estar lejos de ustedes, de ti… Mi vida perdería todo sentido ―imploró con angustia―. Tú me das las ganas de vivir, de respirar. La admiración que siento hacia ti es todo lo que me queda. ―Cristina se mantuvo impávida, observando los ruegos del pobre viejo. Este silencio lo convenció de que aún tenía oportunidad―. Por favor, Cris. Mi único pecado es venerarte, jamás haría nada para lastimarte. Nunca nadie sabrá de estas fotos. Te juró que esto será un completo secreto entre los dos.
Cris no quería conmoverse, pero el pobre viejo casi lloraba ante la posibilidad de que lo echara de la casa; al final las palabras de tío Antonio despertaron su compasión.
―Escúcheme, tío ―dijo Cris―. Quizá es exagerado que usted se vaya de la casa, pero no puedo permitirle seguir con todo esto ―sentencio, refiriéndose con la mano al ordenador que aún mantenía una foto de ella desnuda en la pantalla.
Antonio comprendió que había ganado un valioso punto, ya no estaba en cuestión su permanencia en la casa. Supo que las defensas de su nuera estaban bajas, la había conmovido y tenía que aprovechar el momento, luego podría ser demasiado tarde.
―Pero, Cristina. ¿Qué tiene de malo que yo rinda culto a tu cuerpo inmortalizando tu belleza?, un culto secretísimo por lo demás ―preguntó tío Antonio manteniendo la angustia en la mirada. Sabía que en esos momentos dependía de la lástima que pudiera despertar en Cris, pero también intuía que la fascinación que él sentía por su atractivo físico no le era indiferente; creyó notarlo en la extraña pose con que su nuera se acomodó luego de oír hablar de su hermosura―. Es solo la afición de un pobre viejo, que deleita sus últimos años de vida admirando a la mujer más bella que conoció en su banal existencia.
Ella no sabía que responder. Los cuestionamientos de tío Antonio no dejaban de ser válidos, ¿a quién le harían mal? A Miguel, siempre que no lo supiera, no le afectaría en lo más mínimo; al contrario, si su padrastro decaía de ánimo, se entristecería mucho. Por otro lado, ella no lo había notado en años, ¿cómo lo tomaría ahora que sabía en qué pasos andaba su suegro?, no le hacía mucha gracia ser el objeto de admiración de un voyeur. Sin embargo, las suplicas de aquel pobre hombre le habían llegado y, por qué no decirlo, la candorosa admiración que juraba profesarle y la forma en que lo expresaba alteraron su egolatría de una manera muy extraña.
―Tío, déjeme pensarlo un poco ―dijo al fin―. No quiero darle una respuesta ahora, dejemos el tema hasta aquí. Yo le comunicaré mi decisión, lo que sí, por favor le pido que suspenda sus… “observaciones” hasta que hablemos nuevamente.
Él sabía que ya había logrado mucho. Que ella cambiara su postura tan rígida era un gran logro. Se paró con la decadencia de un hombre martirizado hasta lo más profundo; luego, como sacando fuerzas de flaqueza, aspiró hondo y le dijo:
―Estas fotos representan lo más importante para mí. No tengo copias y las guardo en un lugar que nadie podría encontrar. ―Su voz adoptó un aire marcial, llena de convicción y fanatismo―. Nunca dejaría que cayeran en otras manos. Estas fotos son solo para mí y nadie más podrá verlas, jamás. Solo te pido que no me prives de ellas, son mi gran tesoro.
Cristina se sintió muy conmovida pero no le dijo nada, solo lo vio salir de la sala.
¿Realmente podrían vivir con ese pacto?, se preguntó. Si había otra solución no veía cual pudiera ser sin provocar problemas o explicaciones que afectaran a Miguel. De todas formas, se sentía extrañamente tranquila, dueña de la situación, estaba en sus manos decidir. La sinceridad y arrojo que había tenido tío Antonio la habían sorprendido. La imagen de su suegro distaba mucho del monstruo depravado que había adoptado cuando ella se acababa de enterar de todo aquello. De alguna manera, ahora veía a tío Antonio como una víctima más de las virtudes de su belleza, y eso le complació.
Al día siguiente en la mañana le comunicó a tío Antonio que aceptaba el arreglo entre ellos.
―Pero aún no sé si está bien que usted me siga espiando, tío ―le dijo incomoda e indecisa.
―Toda foto que tomé de ahora en adelante te la mostraré sin excepción ―se apresuró a alegar tío Antonio―. Es más, si a ti no te gustan las borraré ahí mismo delante de ti.
Cristina lo pensó. Su bello rostro era un amasijo de dudas. Aún todo le resultaba incomodo, pero no encontró excusa plausible.
Así que aceptó.
Desde ese día, cada nueva foto que tío Antonio sacaba la guardaba en una carpeta llamada “revisión” y le avisaba a Cris que había nuevas fotos para aprobar. Para eso le dijo donde guardaba el disco duro externo y le dio las claves para que pudiera acceder a darles el visto bueno, así luego él podría pasarlas a la colección permanente.
Al principio las revisaba ella sola. Sin embargo, no tardaron mucho en empezar a verlas juntos. Esta nueva situación era todo un placer para él. Ella, por su parte, de a poco se comenzó a relajar. Antes todo le parecía sospechoso, pero al ver las fotos nuevas se dio cuenta que no eran nada especial; sí, eran tomas que realzaban su figura, pero nada que no pudiera estar en un spot publicitario, en ningún caso una imagen que se catalogaría de pornográfica, ni mucho menos.
Paso el tiempo, meses. Cristina volvió a estar tranquila pues todo volvió a estar como antes, excepto claro, por esa nueva relación que tenía con tío Antonio. Se reunían un par de veces a la semana, cuando estaban solos, y revisaban las nuevas fotos que él había tomado. Ella le pedía que le contara como hacía para tomarlas sin que se diera cuenta, pues siempre estaba alerta, pero muy pocas veces lo había sorprendido.
Se estaban haciendo muy buenos amigos; incluso Cris no podía negar que había empezado a disfrutar de aquel juego secreto. Le gustaba ver el gozo con que tío Antonio le mostraba su arte, le encantaba cuando le decía que ella era su musa para luego llenarla de halagos. Todo esto estaba empezando a hacerla sentir cosas nuevas, raras para ella; estaba disfrutando de ver las fotos con él y, además, ahora, cuando andaba en la calle y alguien la piropeaba, se sentía bien; tan bien que esas noches buscaba a Miguel para tener una buena sesión de sexo.
Un buen día su paciente, el señor Reyes, volvió a su consulta. Ella seguía sin asistente y no se esforzaba en buscar una dado que ya se había acostumbrado a trabajar sola. Él puso su mano nuevamente en posición para alcanzar a tocar su pierna. Esta vez ella no se alejó, al contrario, se acercó lo más posible. Cuando sintió su mano cerca de su pierna, un gran escalofrío la estremeció; Cristina supo que significaba, se había excitado, y con el tacto de un hombre que no era su marido, y que no tenía ningún atractivo. Luego de terminar su trabajo, y de que el señor Reyes gozará tocando parte de su pierna ―imprudencia que ella misma también había disfrutado― despidió a su paciente y se sentó a pensar en lo sucedido, ¿Qué le había pasado?, todo eso no era normal.
Esa misma tarde, al llegar a casa, se encontró con que tío Antonio había preparado su plato preferido y disfrutó de un delicioso almuerzo con él. Las charlas entre ambos se habían vuelto muy entretenidas y lo pasaba bien; de hecho, ahora se sentía acompañada durante todos esos momentos en que antes se encontraba sola en casa. Ya en la sobremesa, él le ofreció una taza de café, la que ella aceptó gustosa. Él se paró y se la sirvió. Fue en ese momento, con ella distraída en una revista y disfrutando de la aromática bebida, cuando él la sorprendió.
―¿Te gustaría posar desnuda para mí? ―le preguntó con la mayor naturalidad del mundo.
Cristina escuchó muy bien la pregunta, pero hizo el gesto como si no hubiera escuchado o entendido.
―Me gustaría tomarte unas fotos. ¿Te gustaría posar desnuda para mí? ―repitió sin inmutarse.
Esta vez ella levantó la vista y lo miró fijamente. En su cabeza revoloteaban un sinfín de negativas. Sin embargo, dijo:
―Y, ¿dónde las tomaría, tío? ―Su voz era un claro disfraz de naturalidad.
―Pues aquí en la casa, ¿dónde más? ―se apresuró a responder tío Antonio. No pudo disimular el explosivo entusiasmo, lo que a Cris le resultó tierno y extrañamente cautivador―. Podríamos tomarlas ahora mismo.
Ella apartó la mirada, ¿de verdad lo estaba considerando?
Tío Antonio interpretó su aptitud como un sí y se paró.
―Voy por mi cámara ―anunció.
Ella lo tomó del brazo a la pasada.
―No sé si es buena idea, tío. Me da un poco de pudor y… miedo ―dijo Cris en un tono muy raro en ella, faltó de toda seguridad.
El viejo estaba extasiado por lo cerca que estaba de convencer a su bella nuera, sabía que sus próximas palabras podían significar el paso al paraíso.
―Querida Cris, sabes que puedes confiar en mí. Lo único que haremos será sacar unas fotos, iguales a todas las demás, solo que esta ves posaras para mí ―le dijo tranquilizadoramente―, más hermosa que nunca.
Ella volvió a sentir ese cosquilleo que le indicaba que estaba excitada. Su mente trabajaba a mil por hora. Sabía que no estaba bien, pero ¿acaso ese juego secreto lo estaba?; en el fondo ella sabía que no y lo había jugado por meses. Ahora todas las preguntas tomaban curso a una sola, ¿quería hacerlo?... ¡Sí!, acabo respondiéndose en su cabeza, ella deseaba posar desnuda, y lo haría.
―Está bien ―acabó aceptando con una calma exterior completamente opuesta al nerviosismo que sentía en su interior. Soltó a tío Antonio―. Lo haremos en mi habitación, que es el lugar que considero más seguro de la casa ―le dijo antes que saliera por su cámara. El entusiasmo de tío Antonio enardecía sus propios deseos.
Como sincronizados se encontraron en la puerta de su dormitorio. Los dos entraron. Ella se sentía muy rara, se estaba excitando pensando en la idea de posar desnuda para él.
Tío Antonio se puso a correr las cortinas y todo quedó oscuro.
―Esta luz es ideal para tu belleza ―acotó.
Ella se sentó en el borde de la cama con la cara de una colegiala que sabe que va a hacer una travesura con ineludibles deseos de cometerla, aunque sus movimientos delataran inseguridad y temor. Tío Antonio tomo su cámara, se fue a parar a un rincón de la habitación y adoptó una pose de fotógrafo, con la máquina a escasos centímetros de su rostro.
―Ok, Cris, empecemos ―le dijo a su nuera con una sonrisa indescifrable.
Cristina dudó.
―Deme un minuto, tío. Necesitó arreglarme un poco.
―Claro, no hay problema. ―Ella se paró nerviosa y se encerró en el baño.
Tío Antonio no cabía en sí de gozo, no podía creer lo que estaba a punto de pasar. Al principio había sido una pesadilla, siempre con miedo a que se arrepintiera y cortara el acuerdo de las fotos secretas. Luego, cuando empezó a compartir de forma más amigable y vio el interés de Cris en su colección, empezó a ilusionarse pensando que su amigo Gustavo podía estar en lo cierto con todo eso del despertar sexual de una mujer reprimida. Ahora, a pocos minutos de ver el cuerpazo desnudo de aquella diosa, que no era nada menos que su recatada nuera ―expuesto por su propia voluntad―, no podía más que sentirse extasiado como nunca en su miserable existencia.
Cuando Cristina salió del baño, él sintió que el corazón se le iba a salir. Estaba preciosa, se había cambiado la blusa por una polera deportiva ajustada y sus pechos estaban que explotaban de las prendas que los sujetaban. Tío Antonio solo comenzó a tomar fotos sin decir nada. Ella se sacó hábilmente la camiseta blanca, dejando a la vista un fino sostén con un maravilloso escote, luego se deshizo de su pantalón. Se quedó solo con su ropa interior; su brassier era color rojo al igual que su calzón, hacían un juego exquisito de colores sobre su piel canela en la penumbra de la habitación.
―Te verías increíble con unos tacones altos, Cris ―dijo tío Antonio. Para su sorpresa, Cristina lo entendió como una petición, se acercó al closet, se puso unos tacos muy altos y empezó a desfilar como una modelo.
Cuando su nuera se dio vuelta el viejo se quedó de piedra, el calzón de Cristina era tipo tanga y se escondía entre las nalgas de aquel portentoso trasero como un accesorio que tenía el único fin de realzar su sensualidad. Bendijo su comentario de los tacos, pues el exuberante calzado realzaba el contoneo del cuerpo de su hermosa musa en forma inaudita.
La sensación de extremo libertinaje que sentía Cristina al mostrarse casi desnuda frente a su suegro, despertaba ardientes llamas de excitación en su exquisito cuerpo. Sabía que eso no estaba bien, pero sentía tanta confianza en tío Antonio que no podía dejar de adoptar provocativas poses y ver como el pobre hombre, hambriento de inmortalizar su belleza, sacaba fotos de todos los ángulos; parecía que le faltaban dedos para apretar el clic de la máquina. Era una cámara moderna, digital, pero tenía una función que hacía que con cada foto sonara el clásico sonido del paso del rollo de un aparato antiguo. A Cristina le sorprendió que ese sonido tan común pudiera generarle sensaciones tan excitantes. A veces, seguramente por la contraluz o la ausencia de esta, un sorpresivo flash iluminaba la habitación, poniendo en evidencia la insana sesión de arte que se llevaba a cabo en su dormitorio. Ella sabía que estaba en la frontera de lo permitido, pero se tranquilizaba pensando que todo eso era un secreto, nunca nadie sabría de ese sabroso juego que mantenía con tío Antonio. Recordó el comentario de su amiga Sandra, acerca de lo afortunada que era de tener a ese simpático señor en su casa, ―si supiera ―pensó. Por culpa de ese dichoso señor estaba viviendo lo más excitante que había vivido en su vida y lo estaba disfrutando.
―Sácate el sostén ―le pidió de pronto tío Antonio. El pobre hombre no daba más de la desesperación. Tener a flor de piel a aquella mujer que lo había vuelto loco tanto tiempo, exponiéndose a él por propia voluntad, lo hicieron sentirse dueño del mundo por un momento. Olvidó todo recato, todo consejo de paciencia de su amigo Gustavo, y le pidió que se desnudara, apenas ocultando su ansiedad.
Cristina siguió modelando. Hasta ese momento no había echo mucho más de lo que hacía en la piscina, donde se paseaba en su traje de baño de dos piezas que, aunque le cubría bastante más, no dejaba de ser una prenda similar a lo que traía en ese momento. Ahora tío Antonio le pedía que realmente destapara uno de los rincones más íntimos de su cuerpo, una parte de su anatomía que ella solo había revelado a Miguel, a ningún otro hombre. No sabía cómo reaccionar. No quería molestarse, eran momentos placenteros que quería alargar un poco más. Asimismo, la congoja con que se lo había pedido su suegro le resultaba sobrecogedora. Sería posible que sus formas, su atractivo, su esencia sensual pudieran despertar aquellas inexplicables reacciones en otros machos. Se sabía bella, estaba al corriente de las atenciones indeseadas que atraía su físico, pero nunca imaginó que pudiera llegar a tanto. Tío Antonio era prueba viviente de su poder, se había enfrentado a todo lo socialmente correcto para llegar a esas instancias con ella. Cristina pensó que quizá era justo que ella aportara con un granito de arena al sabroso juego del que eran cómplices.
Muy despacio, guío los tirantes de su brasier sobre sus hombros, dejándolos deslizarse por sus brazos. Luego dio unos pasos más, para que tío Antonio se diera cuenta que era la propia firmeza de sus senos la que mantenía la prenda en su posición.
―¡Sublime! ―le escuchó exclamar. Y decidió que su suegro merecía ver sus pezones.
Cristina se sacó el sostén y lo tiró a la cama. Siempre se había sentido orgullosa de sus pechos que, abultados, firmes y redondos, causaban envidia en el camarín del gimnasio o de la piscina. Sintió un cosquilleo ardoroso en la punta de sus pezones. Instintivamente llevó sus dedos a acariciarlos para aplacar la sensación, al tacto los encontró erectos y duros, jamás los había tenido así, no tan así. Levantó la vista de ellos justo cuando tío Antonio daba un paso hacia ella.
―No se acerqué ―dijo automáticamente.
―Solo un primer plano de esas bellezas…, por favor ―le pidió el entusiasta fotógrafo.
A ella la tranquilizó la innata obediencia de su suegro. Se sintió tranquila, se convenció de que todo estaba bajo control.
―Está bien, regáleles la mejor foto, tío ―le dijo tomando sus tremendas ubres entre sus manos, acomodándolas para inmortalizarlas de la forma más sublime posible.
Tío Antonio se sentía en el cielo; apenas creía que estaba a un metro de las desnudas tetas de su hermosa nuera, retratándolas en toda su majestuosidad. Entre foto y foto se daba un segundo para apartar la cámara de su línea de visión y se deleitaba viendo esas simétricas y tiernas formas de carne, que mantenían como única interrupción de su inmaculada piel a aquellos dos cañoncitos de base aureolada.
Cris se imaginó cómo saldrían aquellas fotografías de sus senos. De pronto se dio cuenta que al revisarlas necesitaría verse retratada en otras zonas de su cuerpo y que se arrepentiría de no haber aprovechado la oportunidad que se le daba en ese momento. Así que, sin que se lo pidieran, procedió a bajarse delicadamente los tangas rojos para quedar completamente desnuda frente a su suegro, orgullosa de sus formas de mujer.
Tío Antonio se congeló. Dejó de tomar fotos y se quedó pegado viendo como Cris terminaba de despojarse de su calzón. Sintió unos deseos salvajes de pedírselos para olfatearlos profundamente, sabedor de que esa tela estaría impregnada de un fresco aroma a intimidad de mujer, y no cualquier mujer, sino de ella, su nuera querida.
Luego de un momento, en que los dos se quedaron pasmados, él reaccionó y volvió a tomar fotos agitadamente. Ella también siguió el juego, contenta que tío Antonio no hubiera reaccionado mal. Por un momento pensó, al ver la cara de estupefacción que tenía, que si no caía muerto de un ataque podía tratar de hacer algo indebido. Pero se había mantenido a la altura, así que decidió premiarlo con la mejor foto, aquella que coronaria su colección.
Cristina se sentó primorosamente en la cama, con sus piernas juntas. Luego, después de respirar profundamente, se hizo de valor, se recostó de espaldas y abrió descaradamente sus piernas. Le mostró a tío Antonio en todo su esplendor su cuidada y delicada intimidad.
―¡Dios mío de mi alma! ―escuchó exclamar a su suegro―. Tienes el cuerpo más hermoso que he visto en mi vida. Cristina… ¡Eres una Diosa!... ¡Una Afrodita!
Las palabras de tío Antonio calaron no solo en sus oídos, sino también en su piel. Temió que él viera humedad en su entrepierna, pero, pese a la vergüenza que sintió, fue incapaz de privar a la lente de su toma más valiosa. A Cristina le pareció que el sonido de la cámara y la explosión de los flashes adoptaban forma física y se abalanzaban entre sus piernas, haciéndole el amor como un ente sobrenatural deseoso de poseerla. Esta sensación le provocó escalofríos que resultaron en tímidos movimientos de caderas.
La exuberante escena había superado todas las expectativas de tío Antonio. No podía creer la sublime belleza de su nuera. Cristina estaba modelándole como una diva erótica, sensual y candorosa. Sacó fotos a escasos centímetros del húmedo coño que le ofrecía. Si no tuviera la certeza de que Cris era madre de dos hijos, habría asegurado que ese encantador fruto era inmaculado, pues era intensamente tierno y sus labios vaginales eran delicados y tersos. El tenue cambio en el brillo de aquellas delicadas zonas rosadas evidenció el casi imperceptible pero rítmico movimiento de aquel maravilloso cuerpo. ―No es posible, ¿está caliente? ―pensó el asombrado voyeur.
Sin previo aviso la máquina dejo de sonar y tío Antonio lanzó un improperio angustiado.
―Maldición… esta mugre se llenó. ―Tenía programada la cámara en máxima calidad, lo que bajaba el número de fotos que podía almacenar en la memoria.
Cris, libre del hechizo de aquellos sonidos, se incorporó y se quedó sentada en la cama. Sintió un repentino rubor y llevó los brazos a cubrir sus senos. No le dijo nada a tío Antonio cuando se sentó a un metro de ella, sobre el mismo colchón.
―Haz estado genial ―la alabó su suegro.
Ella no alcanzó a responder. Sonó el teléfono.
Era Miguel que avisaba que llegaría con amigos a cenar.
FIN CAPÍTULO 1.