Una batalla perdida (1)

Un hombre ve como un triunfador le arrebata poco a poco. todo cuanto tiene.

Érase una vez, una pequeña empresa en la ciudad de Madrid, España. Nuestros dos protagonistas, que trabajaban en ella, eran Juan y Ramón. Ramón era un hombre tranquilo y sedentario, su vida carecía de emoción. Era un burgués, un hombre de mediana edad, con una calvicie incipiente y una barriga más que incipiente. Estaba casado con Laura, una buena ama de casa, una mujer que se esforzaba para mantenerse guapa, pero a la que la vida sedentaria también le pasaba factura. Laura era más joven y más guapa de lo que Ramón podía aspirar, y ambos lo sabían. Esto convertía a Ramón en una persona insegura y celosa, y a Laura en alguien irritable y orgulloso. Siempre miraba por encima del hombro a todo el mundo, especialmente a su marido. El matrimonio tenía una hija de 15 años, llamada Lorena, una jovencita que no hacía mucho se había iniciado en las artes del sexo con su joven novio, sin que los padres supieran nada, claro.

Por otro lado estaba en esa empresa el joven y prometedor Juan. Proveniente de una familia de dinero, había tenido todas las facilidades en la vida y creedme si os digo que no las había desperdiciado. Dotado de una portentosa inteligencia y de un físico envidiable, ganado a base de gimnasio y esfuerzo, era también un hombre de mundo. Viajaba más en un año que lo que Ramón y su mujer habían viajado desde que se casaron. Presumía de haber follado con cinco mujeres en cada continente como mínimo. Próximo a la treintena, Juan era un auténtico seductor, y en la pequeña empresa pocas mujeres había que no hubiesen probado su amor carnal. Esto carcomía por dentro al pobre Ramón, pues muchas mujeres con las que él sólo podía fantasear, fantaseaban con su compañero. Germinando la envidia en su interior, Ramón hacía lo que podía para sabotear la vida profesional de Juan, aunque lo tenía difícil porque era el ojito derecho del jefe mutuo.

Un día, Juan entró corriendo por la puerta de la empresa y se abalanzó sobre el teléfono. Ramón, servil y cortés como era siempre, le preguntó qué ocurría con falsa preocupación.

Acabó de darle una paliza a un hombre, Ramón, y creo que está gravemente herido.- fue la respuesta del joven. Ramón se asomó por la ventana y observó como, efectivamente, había un hombre en el suelo, sangrando.

Por favor, no cuentes nada de esto, es un asunto privado…- dijo Juan, preocupado. Ramón ya se estaba regodeando en su próximo triunfo.

Por supuesto que no, somos amigos. Pero dime, ¿por qué te has peleado con ese tío?

Pues porque tuve una aventura con su prometida y se ha enterado. – contestó Juan, haciendo que Ramón sufriera el picazón de la envidia otra vez. "Se folla a su prometida y luego le da de hostias, menudo hijo de puta" pensaba, lleno de ira.

La policía llegó pronto y interrogó a toda la oficina, pero gracias al testimonio (falso, por cierto, pues no había visto nada) de una secretaria sobre legítima defensa de Juan y de su preocupación, la cosa quedó en una advertencia y poco más.

Ramón, no tardó en informar a su jefe de la verdadera historia y no paró hasta que se hizo público y Juan tuvo que ser despedido. Ramón estaba henchido de orgullo por su logro, sentía que por fin había justicia en el mundo.

Pero se equivocaba, no hay justicia en el mundo. Meses más tarde, la familia de Ramón paseaban por una zona rica, una zona de chalets muy diferente del suburbio donde vivían ellos, cuando giró la esquina Juan. Vestía elegante, con traje y corbata, tenía un aspecto imponente, las mujeres se giraban para observarlo. Ramón le reconoció al instante, pero para evitar una situación desagradable intentó pasar sin saludarle. Juan tardó en reconocerle, pero cuando estaban cerca lo hizo y se acercó a saludarle amablemente. La mujer e hija de Ramón no apartaban la mirada del semental que estaba ante ellas, aunque él parecía no hacerles caso y dedicarse a preguntarle a Ramón por su vida. Aunque las dos intentaban meter baza en la conversación, Juan las ignoraba o les respondía con monosílabos o sonrisas forzadas. Al parecer, no le había faltado trabajo al joven, incluso parecía considerar un favor que le libraran de esa empresa de mala muerte.

Al final, después de un buen rato en el que Ramón sólo quería irse y Juan no le dejaba, les invitó a cenar a su lujoso chalet algún día. Ramón intentó evadir esa invitación pero antes de que pudiese hacer nada en ese aspecto, su mujer ya había aceptado efusivamente y habían decidido fecha.

El camino de vuelta a casa fue para Ramón estuvo lleno de preguntas y alabanzas para Juan, que había impresionado positivamente, mucho más positivamente de lo que Ramón consideraba apropiado (que era poco), a las mujeres de su familia.

Llegó el día de la cena y Ramón se vistió de forma informal, al contrario que su mujer, que llevó un elegante vestido negro que se ceñía a su cuerpo dejando muy poco a la imaginación. Ante las críticas de su marido por esa forma de vestir, no tuvo más remedio que ceder y ponerse algo menos sugerente. Cuando llegaron, Ramón vio incrementada su envidia hasta un punto que nunca había experimentado. Esa casa era gigantesca, estaba diseñada de forma minimalista pero todo en ella parecía indicar que el dinero no era un inconveniente para su anfitrión. La cena transcurrió de forma aún más humillante para el gordito protagonista: sus intervenciones eran prácticamente ignoradas por su mujer e hija, y sólo Juan parecía escucharle. Tanto fue así que llegó un momento en el que dejó de hablar por completo, y nadie pareció darse cuenta. Sin embargo cualquier cosa que decía Juan era como música celestial para las chicas.

Al llegar a casa, después de otro viaje lleno de elogios, Ramón se sentía totalmente humillado. Pero la trampa no había hecho más que empezar a desvelarse. Juan y la familia siguieron cenando juntos esporádicamente, para dolor de Ramón. Después de cada cena, su mujer hacía el amor con él de forma apasionada, aunque decepcionante.

Así siguieron hasta que un día Ramón, que tenía el coche averiado, tuvo que volver en bus hasta su casa. Cuando llegó ya había anochecido, y la oscuridad parecía ser el abrigo que protegía a dos amantes que en un descampado cercano a su casa estaban intimando. Se acercó, temiendo quienes eran aquellos jóvenes que se besaban, pero sus miedos no eran nada comparado con la realidad. El pensaba que era su hija con su novio, pero no, era su hija con Juan. Ramón se hundió, un dolor le llenó el pecho y sus ojos se llenaron de lágrimas. Su hija se besaba apasionadamente con aquel triunfador, aquel que tenía siempre lo que quería. Lorena manoseaba el paquete de su amante, anticipando lo que iba a pasar. El la agarró del pelo y empujó su cabeza hacia su entrepierna, mientras con la otra mano se desabrochaba el pantalón. Ramón no podía moverse, quería hacer tantas cosas, quería ir y golpearles, quería irse a casa y sufrir en silencio, pero no podía. No podía apartar los ojos de su hija, que obedeciendo a su amante había empezado a chuparle la polla con brío y pasión. La polla apenas le entraba en la boca a la joven, pues era enorme. "¿Hay algo en este cabrón en lo qué no sea mejor que yo?" pensaba llorando Ramón.

Por fin consiguió recuperar el control de su humillado cuerpo y, agachando la cabeza, se dirigió a su casa. Justo en ese momento, Juan parecía haberse aburrido de que se la chuparan y la levantaba para penetrarla. Su mujer no pareció notar lo hundido que se sentía cuando entró y directamente se metió en la cama. Quizás no le importaba.

Su hija llegó horas después, relamiéndose. Por la mañana, Ramón le encaró y le preguntó que cojones hacía anoche.

¡Ya soy mayor y hago lo qué quiero con quién quiero, entiendes!- fue la respuesta que obtuvo.

¿Quieres ser una puta? ¿Eso es lo qué quieres?

¡Nos queremos! Y me gusta follar con él, ¿te queda claro?

Incapaz de imponerse, las cenas se sucedieron y Juan siguió follándose a su hija cuando le apetecía. Un día, Lorena llegó cojeando y gimiendo. Su madre, que sospechaba todo desde hacía tiempo, la interrogó por su cojera. El motivo era que Juan le había desflorado el culo, aburrido ya de follársela en cualquier otra postura. Las cenas se cancelaron en ese momento, pero la aventura de Lorena con Juan continuó.

Continuará.