Una azafata en el bus
Os relato un nuevo capítolo de mi vida, en este caso de cuando tenía 19 años, pero ante todo real y vivido o sufrido por mi.
Recuerdo que por aquella época yo tendría aproximadamente 19 años, por entonces hacía mis pinitos de modelo y de vez en cuando también pequeños trabajos de azafata, gracias al "enchufe" de una conocida de mis padres. El caso es que por aquella época yo era bastante cortada y no precisamente muy experimentada en cuestiones de sexo y de hombres. Cierto que había tenido mis novios, pero también lo era que carecía de gran experiencia en "la corta distancia" con el género contrario. Recuerdo que por entonces era una buena niña, una hija deseable por cualquier padre, pues además de bonita era disciplinada y de buen carácter, jeje, con ello no quiero decir que ahora no lo sea, jeje.
El caso es que por norma cuando al principio iba a algún trabajo me solía llevar mi padre en coche, si bien, pasado algún tiempo a modo de demostrar su confianza en mí, dado que ya era mayor de edad, era yo solita la que me desplazaba a los lugares de trabajo, recogiéndome él en la estación para llevarme finalmente hasta casa. Lógicamente, yo llevaba habitualmente mi bolso y también otro macuto para llevar cosas de maquillaje, alguna otra ropa, etc , si bien, casi siempre llevaba puesto el uniforme de azafata.
Recuerdo que en la fecha en que sucedió lo que os voy a narrar era verano, por ello llevaba puesto una blusa blanca bastante fina, con escote en pico que dejaba a la vista el inicio de mi ya, por entonces, incipiente tetamen, con la cual si me agachaba ligeramente dejaba a la vista mis tetas, las cuales a duras penas cubría un sujetador blanco. La falda tubo era azul marino, se ceñía totalmente a mis caderas, tensándose y arrugándose un poquito cuando caminaba dado lo muy ajustada que me quedaba, pues en la empresa en cuestión me dieron el uniforme que más se ajustaba a mi talla. Dicha falda llegaba hasta la rodilla, teniendo apertura en el muslo derecho hasta la mitad de éste. Finalmente, llevaba unos zapatos negros de unos doce centímetros de tacón, que si bien eran muy bonitos, muy sexy, y me quedaban de fábula, cuando llevabas unas horas con ellos acababas agotada y con los pies destrozados.
Recuerdo que por entonces llevaba el cabello suelto, alisado, con maquillaje no excesivo, aunque sugerente, pues mi labios invitaban a comérselos con el sexy carmín utilizado para aquellas ocasiones.
Recuerdo que hacía bastante calor y cargada con mi bolso así como de una bolsa de deporte me acerqué hasta la parada del bus. Había gente pero sinceramente no reparé en ninguno de los alli presentes, pues ninguno me atraía para nada. He de deciros que en aquellos tiempos, no tan lejanos, yo era un poquito engreída y creída, pues sinceramente considero que estaba de "toma pan y moja", jaja, como me decían mis amigos, realmente era la típica chica con éxito con los hombres y con la envidia de las chicas, por lo que en casos como el que ahora os cuento, no solía fijarme en el resto de los mortales.
A los pocos minutos, llegó el bus de línea urbano, el cual iba bastante lleno de gente, en la cola entré junto al resto, tras validar el billete traté de llegar a la plataforma central para al menos poder agarrarme a un asidero, pues sentarse era realmente imposible. Avancé a duras penas hasta que cuando accedía a un lugar situado junto a la ventanilla de la plataforma se me enganchó la correa de la bolsa de deporte en uno de los posa-manos de un asiento, con lo cual estuve a punto de caerme de culo, una vez estabilizada traté de tirar de la bolsa, justo en el momento en que levante la mirada para hacerlo pude ver como un hombre me miraba, era el tipo que estaba sentado en el asiento, debido a que éste iba sobre la rueda esa zona de los asientos era más elevada y por ello tenía ante sus ojos, a poco más medio metro, mi escote, pudiendo ver ampliamente y casi en su totalidad, dada posición encorvada, los dos voluminosos tetones que me cuelgan del pecho. Joder, yo tiraba de la maldita correa del bolso y trataba de disimular, aunque la operación tardó un rato, segundos durante los cuales no me quitó ojo. Finalmente, pude desengancharla y medio cabreada, medio ruborizada, me fui al hueco que seguía libre en una esquina de la plataforma.
Sinceramente, en momento alguno cambié mi cara altiva, pero he de reconoceros que en mi interior me sentía bastante humillada, más exactamente me notaba rara pues una no estaba acostumbrada a enseñar sin conscientemente proponérselo. Además, aquel tipo no era ni mucho menos de mi gusto, empezando por el hecho de que era octogenario, lo que has oído, tendría bien los setenta u ochenta años, con lo que ello conlleva, rechoncho, calvo, con gafas y bajito, pues yo bien le llevaba más de una cabeza. Lo que creo recordaré de aquel viejo durante toda mi vida es su mirada, pese a ser mayor y pese a sus gafas, tenían un brillo especial que hoy en día reconocería sin ningún género de dudas como la de la lujuria, la del típico viejo verde que tanto otras veces he visto en distintos sitios, siempre atravesando mi cuerpo.
Parece mentira el calor que puede llegar a sentirse en un autobús atestado de gente. Además, es simplemente un agobio sentir que a cada bandazo del bus alguien se te viene encima de pronto, pisándote o casi aplastándote, así como también con peligro de ser tu el objeto que vaya a machacar los pies ajenos. En esas estábamos cuando me sentí mas presionada por todos los lados, iba apoyada en los brazos y con las tetas sobre la barra, mirando a través de la ventanilla, en pie y con los dos bultos en el suelo a mis pies. Cuando de pronto sentí que una de las presiones era continuada sobre mi muslo derecho, no dándole en principio excesiva importancia, hasta que pasó un buen rato en el que además de no retirarse parecía que estuviera frotándose.
Miré como pude a ese lado, girando mi cuello más de noventa grados, quedando estupefacta al comprobar que quien allí estaba era el tipo octogenario, joder, a mi derecha y detrás del hombro veía su calva y gafas. Entonces noté que además ese hombre respiraba haciéndolo directamente sobre mi brazo y hombro, joder, sentía el resuello de aquel salido, resultando algo caliente y asqueroso.
A cada rato yo iba girando mi cara para atrás, mirándolo nerviosa, pues notaba que él seguía frotándose, pudiendo alcanzar a ver que empujaba su cadera contra mí, si bien, dada su corta estatura el frote se hacía aproximadamente en la mitad inferior de mi muslo. El tío me miraba de reojo y al momento volvía a bajar la mirada. Ostia, no sabía que hacer, estaba enfadada pero muy nerviosa por lo que sucedía, joder estaba rodeada de gente y ni me atrevía a pedir ayuda, era como si fuera la única mujer en el mundo rodeada de salidos. Es una extraña sensación que he vivido en ocasiones, es la típica en la que te quedas helada, sin saber como reaccionar ni que hacer, temiendo que si haces algo se vuelva contra ti. Pues acaso, quien iba a creer que un abuelito iba a hacer algo así a una chica de pinta impresionante, joven y que evidentemente puede defenderse solita.
Notaba en mi garganta que estaba como muda, como si no pudiera decir palabra, perdonad pero no se explicarlo mejor. El caso es que el viejo, que tenía la despejada frente perlada de sudor, supongo que por el calor y por la excitación, se veía a cada momento más enrojecido y más alocado, pues el movimiento de cadera aunque cadencioso era más rápido por momentos. Joder, nadie se daba cuenta, pues el puñetero autobús daba unos bandazos impresionantes, además había demasiada gente con cuyos movimiento disimulaban los de el salido aquel.
No se di por el calor o por lo que estaba vivienda, me sentía a punto de desvanecer, en serio, era algo extraño aquello, sentir como él se frotaba como un perro con mi muslo, cada vez más fuerte y más rápido, sin decir palabra así como tampoco lo hacía yo. Debido al frote mi falda, que en ese muslo tenía abertura lateral, fue subiendo poco a poco, con lo cual pude notar sobre mi piel una inicial y rara sensación de humedad, la cual fue a más, joder sentía que el tío aquel iba ralentizando los movimientos a la vez que sentía más la cálida humedad, viendo de reojo que el tipo estaba todo enrojecido y discretamente jadeaba respirando profundamente por la boca, notando también su cálido aliento sobre mi brazo. Casi tenía ganas de llorar solo de pensar que ese cerdo se acababa de correr sobre mi piel, sin que hubiera llegado a verlo, no sé como aguanté pues ahí es cuando casi me caigo desmayada.
Recuerdo que a los pocos instantes de terminar aquello el bus llegó a una parada y el viejo rápidamente y empujando a cuantos había a su paso, salió de allí perdiéndose por una calle. Me sentí aliviada sinceramente, nadie fue testigo de aquello, por lo que con disimulo saqué de la bolsa de deporte una toallita húmeda con la que me frote y limpie el muslo de la humedad de aquel guarro. Me limpie mirando al frente, para que nadie se diera cuenta. Seguí la ruta y trabajé como si nada, aunque dentro de mi estuve mal bastante tiempo.
Os he de reconocer que pasado ya mucho tiempo, años después, recordándolo me llegué a excitar, hasta que un día en que me sentí muy salida, en la soledad de casa, me masturbé recordándolo sintiéndome posteriormente muy avergonzada, lo cual no evitó que posteriormente en varias ocasiones lo repitiera.
Nunca nadie a sabido de este capítulo de mi vida. Gracias por dejarme compartirlo con vosotr@s. Besos mil.