Una aventura inesperada
No suelo responder a los mails que me envian los lectores, pero esta vez hubo algo que me llamó la atención.
Hoy os contaré algo curioso que me ha sucedido este verano, y que tiene que ver con los relatos de mis experiencias que he ido mandando a esta colección. Es curioso, porque nunca esperé que esta actividad de escribir tuviese otro efecto que el de compartir con otras personas mis recuerdos, de manera que, si yo me excitaba poniéndolos por escrito, mis lectores hiciesen lo mismo al leerlos. La sola idea ya me ponía algo caliente, y las sesiones de escritura, alternando mis manos en el teclado y en el interior más profundo de mi ser, han sido, y son, maratonianas sesiones de la autosatisfacción más placentera.
Pero, como he dicho, mis ambiciones como escritora no van más allá. No me imaginaba, al empezar, que pudiera tener alguna relación con mis lectores. De vez en cuando llegaban correos electrónicos en los que algún tarado me invitaba a añadir su dirección en mi Messenger, como si no tuviese nada mejor que hacer. Más agradables eran los mensajes de aliento, en los que algún lector me decía que había disfrutado leyendo mi historia. Sólo por eso, merecía la pena.
Lo que no me esperaba era que la cosa fuese más allá. Por principio, no contestaba nunca, porque no se puede saber qué hay al otro lado de la red. Pero un día recibí un e-mail que, en principio, sonaba igual que los demás:
Ola, me yamo Juanjo y e leido todos tus relatos. Me e echo grandes pajas a tu salud, y kreo ke eres una de las tias mas kalientes de las ke escriben aki. Podriamos konocernos, porke se ke te gustan los tios komo yo, y a mi me ban las guarras komo tu.
En fin, poco más, aparte de darme su dirección de Messenger para que le agregase. Lo de siempre, incluyendo esa afición al insulto que, no es que me disguste, pero que en un e-mail resulta difícil saber cuándo responde a un deseo de excitar o cuándo se trata de la grosería de un palurdo que se cree el ombligo del mundo sólo porque nació con pene. Me encanta que me digan cosas sucias en la cama, y yo tampoco soy manca a la hora de dedicar apelativos cariñosos a mis amantes, como "cabrón", "marica", "hijo de puta", etc., etc., mientras ellos hacen lo mismo conmigo "zorra", "guarra", "puta" pero digamos que eso forma parte del juego sexual. Pero, sin haber entrado en ningún tipo de relación, que me vengan de buenas a primeras con esas lindezas, me extraña. No me ofende al fin y al cabo, cuando una escribe este tipo de cosas, ya sabe a lo que se expone, pero tampoco me excita. Más bien me deja fría.
Pero no era de esto de lo que quería hablaros. Lo que ya no me dejó fría era lo que acompañaba al mensaje. Lo había leído con el mismo deleite de siempre, ya que el tío reconocía al menos que había disfrutado de mis relatos, y estaba a punto de tirarlo cuando me fije que iba acompañado de un archivo, una fotografía en concreto, que aparecía en una ventana diminuta debajo del texto. Aquello no podía estar sucediendo. Era la foto de un chaval de dieciséis o diecisiete años que aparecía casi desnudo. Descargué rápidamente el archivo, lo abrí, y me dediqué a contemplarlo durante varios minutos, casi sin atreverme a respirar.
No era particularmente guapo. Su cuerpo, del montón, ni excesivamente delgado ni excesivamente musculoso. La cara, más bien vulgar si estás leyendo esto, Juanjo, espero que no te moleste demasiado. Era la forma en que se había retratado lo que me ponía a cien: tumbado en un sofá, tan sólo llevaba un slip azul con rayitas blancas bajo el que se adivinaba un paquete de grosor medio. La tela del slip resistía el embate de lo que parecía una polla bastante dura. El chico había llevado una mano a su abdomen y levantado un poco el elástico de forma que se podía atisbar algo de vello. Y el chico sonreía con pícaro desparpajo, como si invitara a alguien a descubrir lo que aquel slip ocultaba.
Confidencialmente, me va más el erotismo que la pornografía. La foto de una polla no deja de ser la foto de una polla, y ya he tenido ocasión de comprobar que, salvo diferencias de tamaño, grosor, forma, etc., todas son iguales. Entendedme, lo que quiero decir es que en foto, una polla es para mí similar a cualquier otra. En la cama, no. En la cama, cada polla debe recibir un trato propio, y sólo así es posible gozar con ella. Pero en las fotos, las pollas no suelen excitar mi deseo.
En cambio, la sugerencia de lo erótico sí que lo logra. Cuando veo un tío en calzoncillos, no resisto la tentación de averiguar qué es lo que esconde. ¿Será grande y avasalladora? ¿Será pequeñita y juguetona? ¿Será de tamaño medio y adaptable a todos mis huecos? Mmmmmmmmmm, sólo de pensarlo ya me pongo caliente.
Menos es más. Lo erótico consiste en llegar hasta el límite. Por eso me ponen enferma los tíos que se ponen esos bañadores que les llegan hasta las rodillas, tipo bermudas, o los que usan calzoncillos tipo boxer, por muy ajustados que los lleven. Tan malo es no dejar nada a la imaginación como dejarlo todo.
Juanjo había dado en mi punto débil. Mostraba todo su cuerpo como una promesa de los más sensuales deleites, pero se detenía allí donde el misterio se convertía en lo más incitante. Os aseguro que me corrí varias veces con esa foto.
Empecé a obsesionarme con ella. Me decía a mí misma que no era más que la foto de un chaval más, de los que a mí me gustan, de los que tengo a patadas cada vez que salgo de caza. Los fines de semana por las tardes, el centro de Madrid se llena de jóvenes desocupados que están deseando echar un polvo, y no necesito mucho tiempo para entablar conversación con alguno de ellos y llevármelo a la pensión en la que satisfago mis necesidades. Por otra parte, ellos se quedan encantados: follan, y encima les sale gratis.
Pero la maldita foto me estaba sacando de quicio. Al principio, no contesté: una norma es una norma. Pero al fin tuve que rendirme. Tenía que tener a Juanjo ante mí, con ese mismo slip, para arrodillarme ante él, bajárselo y darle una sesión de todo lo que me gusta hacerles a los penes de mis amantes.
Por fin, cedí. Le agregué al Messenger, estuve un par de tardes esperando a que se conectase, lo hizo y me di a conocer. Estuvimos hablando unas cuantas ocasiones. Con sus diecisiete años, era un chico más majo de lo que podía parecer al principio. Tenía las ideas claras, aunque estaba obsesionado con el tema del sexo, al que volvía una y otra vez. Era virgen y quería dejar de serlo. ¿Qué podía hacer yo? Aquel deseo coincidía con el mío, de modo que el pasado diecisésis de septiembre hice la maleta y me marché a Sevilla, donde vivía el candidato a hombre de pleno derecho.
No me detuve con preliminares. Me había dado el número de su móvil, de modo que le llamé, le di la noticia y le ordené que viniera a mi hotel. No se hizo de rogar: a la media hora ya estaba allí, jadeando por la carrera que acababa de hacer. La foto le hacía justicia: ni muy guapo, ni muy atractivo, ni nada de nada que pudiera despertar por sí solo el interés de una mujer lo siento, Juanjo, aunque sé que algún día encontrarás a una mujer que verá en ti al más especial de los hombres. En realidad, era un poco más bajo de lo que me había parecido al verlo tumbado en el sofá apenas me llegaba al hombro. Pero yo estaba lanzada.
¿Estás dispuesto? le pregunté mientras cerraba la puerta de la habitación.
Sí se limitó a contestar él.
Pues fuera la ropa dije mientras comenzaba a desvestirme. Me quedé sólo con mis braguitas negras de encaje, mientras él se quitaba la camiseta y los pantalones. Me decepcionó que no llevase el slip de la fotografía: llevaba unos calzoncillos blancos de corte clásico. Soy la primera en reconocer que son un poco cutres, pero también me parecen muy masculinos, con esas costuras para sacar la polla. Juanjo estaba a punto de quitárselos cuando me acerqué a él.
Déjamelo a mí le susurré con toda la sensualidad que pude reunir.
Me agaché y comencé a darle piquitos en el cálido bulto que cubría el algodón del slip. Juanjo se estremeció, y su polla se hinchó más, si es que parecía posible.
Venga, puta, chúpamela jadeó.
Puta lo será tu madre, ¿te enteras? le respondí poniéndome de pie. El niño merecía una lección.
Vaya si lo fue. Se quedó de piedra, sin saber qué responder.
Mira, si quieres follar, de acuerdo. Follamos y pasamos un buen rato. Pero si lo que quieres es insultar, tendrás que buscarte a otra.
Era un farol, claro está. Yo tenía las bragas chorreando, y mi mayor deseo era ampliar el contacto que había tenido con aquella polla que, incluso en aquella situación, seguía luchando contra la tela del slip para ser libre cuanto antes. Pero Juanjo seguía sin decir nada, pálido como la muerte y mirando al suelo.
Me dio tanta pena
¿De acuerdo, entonces? pregunté mientras me volvía a agachar.
Sí se limitó a contestar. Pero sus ojos resplandecían de gozo. Ya no hubo necesidad de decir más. Nos bastaba con oír nuestros jadeos, gemidos, suspiros, gritos
Le bajé los calzoncillos y su rabo apuntó al techo como si toda su atención estuviese puesta en la lámpara. Pero no era así. Mi lengua fue recorriendo aquel trozo de carne de arriba abajo durante unos minutos. Nada más, porque quería que su primera corrida fuese dentro de mi coño. Me quité las bragas y me las llevé a la nariz, aspirando su penetrante olor por unos segundos. Eso le puso a mil. Me tumbé en la cama.
¿Quieres que me ponga una goma? me preguntó dubitativo.
Si te apetece le respondí. Pero no lo hagas por mí. Yo ya he tomado mis precauciones.
Dejó de rebuscar en sus pantalones y se lanzó sobre mí. Tuve que guiar su polla hacia mi coño, pero una vez que la tuve dentro, ninguno de los dos permitió que saliera. A mí la postura que más me gusta sigue siendo el misionero, y Juanjo estaba tan flipado por la situación que no se le ocurrió cambiar en ningún momento. Pocos minutos después de que sintiera cómo su pene se abría paso en mi chocho para iniciar así un movimiento de vaivén de su pelvis, Juanjo dejó caer su primera eyaculación en la vagina de una mujer. Es decir, que se corrió, que me llenó el coño de esperma como a mí me gusta: caliente, espeso, oloroso .
Pero eso no quiere decir que terminara, aunque su polla no tardó en salirse, ya morcillona. Desde el momento en que había entrado dentro de mí, Juanjo se había concentrado en sobarme, lamerme, morderme, pellizcarme y acariciarme las tetas. Allí estaba yo, abierta de piernas sólo para él, y lo único que veía era un par de tetas a las que dirigía toda su atención. Bueno, aquello no me molestaba demasiado, y me permitía hacer lo que a mi me gustaba: meterme un par de dedos en el coño y pasear la otra mano por todo el cuerpo de mi amante, deteniéndome en su culo, en sus huevos y en su rabo. Me di cuenta de que este último empezaba a despertar, por lo que le distraje un poco en su tarea y le indiqué que podía metérmelo otra vez. Lo hizo sin ayuda el chico aprendía deprisa y volvió a lo que más le gustaba, mis tetas, mientras yo le abrazaba por la espalda y movía mis caderas arriba y abajo para que me penetrara lo más profundamente posible.
Esta vez la cosa duró más, y me corrí unas cuantas veces, gritando "¡me voy!" como una loca cada vez que lo hacía. Eso parecía gustarle a Juanjo, de manera que cuando le llegó su turno, también se puso a gritar como un descosido. Tanto me gustó que la tercera vez lo hicimos juntos, y en recepción me advirtieron que algunos vecinos se estaban quejando.
Ya eran las doce, y Juanjo tenía que marcharse a su casa. Pero teníamos el fin de semana por delante, y él se inventó una excusa para que sus padres le permitieran pasar la noche del sábado fuera. Estuvimos follando como posesos los dos días, y al fin le permití algunas licencias verbales que sirvieron para excitarme más. Juanjo aguantó como un jabato todas mis perversiones: bebimos juntos su propio semen y nos morreamos saboreándolo, disfrutó el beso negro y me regaló sus calzoncillos para que me los pusiera mientras yo le chupaba la polla.
Cuando me marché de Sevilla, me acompañó a la estación. Me preguntó si volvería, y le respondí que no. Pero su foto sigue estando en mi ordenador, y cuando la miro, vuelvo a sentir ese cosquilleo que me dice que en el interior de esos calzoncillos hay una promesa de sexo salvaje a la que no me puedo negar. Si tan sólo me hubiera enseñado su polla, toda la magia habría desaparecido. Pero, tal como lo veo ahora, sólo puedo imaginar que debajo de su slip se esconde el paraíso.
Te llamaré un día de éstos, Juanjo Ponte lo que me gusta.