Una aventura en Pontevedra (2)
Continúan los polvos del fin de semana entre Susana y el matrimonio gallego.
Los tres estaban agotados, así que durmieron toda la noche de un tirón. Cuando se despertó Susana, Alberto no estaba en la cama, y Raquel dormía placidamente. Un delicioso olor a tostadas impregnaba el ambiente, así que la andaluza se levantó y se dirigió al baño en suite que los gallegos tenían en su habitación.
Cuando salió del baño, fue a su habitación y se vistió. Se dirigió a la cocina y vio a Alberto desayunando; no se había molestado en vestirse.
-Buenos días preciosa -dijo el gallego sonriendo.
-Buenos días, Alberto -contestó ella intentando no mirarle. Se dio cuenta de que la situación volvía a excitarla-. Me encantan las tostadas por la mañana.
-Pues sírvete, he hecho para un regimiento.
Raquel apareció desnuda por la puerta desperezándose y miró a su amiga con una sonrisa.
-Cielo, desnúdate y ven a darte un baño conmigo a la piscina -dijo la gallega.
Susana se desnudó allí mismo, sin importarle que estuviera Alberto. Se sentía pícara y liberada, así que puso su tanga delante de Alberto, el cual lo cogió y lo lamió delante de ellas.
-Relájate -le dijo su mujer viendo cómo el gallego sufría una erección-, tienes guerra que darnos hoy.
Tras esto, cogió a Susana de la mano y se la llevó a la parte de atrás de la casa, donde se encontraba la piscina. Nadaron un rato y Raquel le dio un beso a su amiga.
-Me he levantado muy caliente.
-Ja, ja, ja -rió Susana-, eres insaciable. Yo también, pero ha sido después de ver a Alberto en la cocina.
-Mira, ahí está -dijo Raquel.
El gallego se tiró de cabeza a la piscina y se acercó a ellas nadando.
-Os tengo que confesar que sólo de pensar en vosotras ya me empalmo -dijo-. ¿Me ayudáis a quitarme la calentura?
-Venga, tunante, siéntate en el borde -dijo Raquel.
Así lo hizo Alberto, con su verga mirando al cielo. Parecía que palpitaba. La gallega empezó a hacerle una mamada mientras Susana les observaba. Al momento se acercó por detrás de Raquel y la abrazó masajeando sus tetas de forma que Alberto lo viera.
-Joder, qué dos zorritas he tenido la suerte de poderme follar hoy -dijo Alberto.
-¡Oye! -exclamó la andaluza. En el fondo le gustó que el gallego utilizara ese lenguaje, así que le siguió el juego-. Pues esta zorrita te va a dar para el pelo.
Salió de la piscina y se abrió de piernas delante de él. Alberto no perdió el tiempo. Agarró las nalgas de Susana y empezó a comerle el coño con fuerza. La andaluza empezó a gemir y casi llega a un orgasmo, pero Alberto la forzó a sentarse sobre él. Raquel dirigió su poya directamente al coño de su amiga. La verga del gallego la penetró con fuerza, y Susana empezó a cabalgarle como si la vida le fuera en ello.
Raquel se acercó al oído de Susana.
-Para, cariño. No querrás que se corra todavía...
La andaluza se levantó rápidamente y cogió la mano de su amiga.
-Vamos al dormitorio, le vamos a dar a tu marido un buen espectáculo -dijo Susana.
-Tú siéntate en la silla y míranos -le dijo Raquel a su marido-, y ni se te ocurra tocarte.
Alberto asintió mientras veía cómo las dos amigas empezaban a frotarse la una con la otra. Luego se pusieron en un sesenta y nueve y empezaron a comerse el coño como posesas.
El gallego sudaba mientras hacía tremendos esfuerzos por controlarse y no tocarse el miembro con aquel espectáculo. A los pocos minutos llegó el orgasmo de Raquel, que comenzó a gemir y a suplicarle a su amiga que no parase. Luego llegó Susana gimiendo casi tan fuerte como su amiga. Alberto no pudo aguantarse más y se levantó de un salto. Cogió a Susana del pelo y la penetró corriéndose en ese mismo momento, con lo que consiguió prolongar aún más el orgasmo de la andaluza. El semen del gallego resbalaba por los muslos de Susana con las últimas embestidas, y Raquel lo lamió todo, no dejando que se perdiera ni una gota del blanco manjar.
Así quedaron los tres exhaustos, en aquella especie de bocadillo humano, hasta que la verga del gallego adquirió su flacidez habitual abandonando el coño enrojecido de Susana.