Una aventura en Pontevedra (1)

Una andaluza fogosa que descubre el placer de los trios gracias a Internet.

Los que me conocéis ya sabéis quién soy, así que no volveré a entrar en eso. Pero tengo que transcribir mi última entrevista. Fue con una bonita andaluza a la que bajé a ver personalmente a Granada y que me contó una experiencia que tuvo hace poco, de la cual ha obtenido una gran amistad y de la que está plenamente satisfecha. Por supuesto, y como es habitual en mi, iré intercalando lo que ocurrió durante los días que pasé con Susana, que así se llama la granadina, para disfrute de mis lectores. Como nota adicional, decir que me pidió que lo contara en tercera persona, pues ha leído mis relatos (no eróticos, nos conocemos desde hace años en realidad), y le pone mucho ser la protagonista de una de mis historias. Espero que os guste.

Susana era una joven granadina de treinta y ocho años que conservaba a esa edad una esbeltez fuera de la norma. Era madre de un adolescente de catorce años y estaba separada desde hacía cinco. La vida le había enseñado que había que tomarse las cosas con calma, pero al mismo tiempo, de vez en cuando, y sin saber muy bien por qué, se convertía en una persona impulsiva que dejaba su madurez a los pies de la cama.

Hacía apenas un par de meses, a medias entre el juego y a medias entre la búsqueda de probar sensaciones nuevas, había conocido a un matrimonio de Pontevedra a través de Internet. No es que fuera buscándolo de forma activa. De hecho fue algo casi casual, pues estaba buscando en eBay un posible regalo para su hijo cuando saltó en pantalla uno de esos anuncios sobre sexo, en los que se anuncian páginas de contactos y clicó encima de ella.

Al ver la cantidad de mensajes que había, y las descripciones y fotos de los mismos, le entró cierto morbo y decidió suscribirse. Recibió en poco tiempo muchas ofertas masculinas, y algunas femeninas, pero no había ninguna que la convenciera realmente. Sin embargo a los pocos días recibió una que le llamó especialmente la atención: "Somos una pareja cuarentona y bien parecida de Pontevedra. Me gustaría darle una sorpresa a mi marido y cumplir su fantasía con dos mujeres. Mi correo de contacto es..."

Susana pensó que era sólo una oferta más, pero de forma impulsiva guardó el mensaje. Eso había sido por la mañana, y no había conseguido quitársela de la cabeza en todo el día. Cuando llegó a casa por la noche ya había decidido que no sería mala idea ponerse en contacto con esa chica que decía llamarse Raquel, así que le envió un mail con un mensaje muy corto: "Me llamo Susana y tengo treinta y ocho años. Soy de Granada y me gustaría hablar contigo. Mi dirección de messenger es susi...".

Se asombró al ver que en sólo unos minutos una tal raquel..., le pedía permiso para agregarla al programa de mensajería instantánea. Susana no dudó en aceptar. Enseguida se abrió la ventana del chat y en la foto vio a una chica con el pelo castaño y rizado que incluso aparentaba ser más joven que ella. Se comparó con aquella chica gallega mirando su propia foto, tan distinta: una chica de sonrisa tímida, morena y muy del montón; al menos era así como ella misma se veía.

Susana tenía los ojos negros, mientras que Raquel los tenía de un azul oscuro atardecer. La boca de la andaluza era fina, mientras que la de la gallega era carnosa y sensual. El rostro de Raquel era de aquellos que inspiraban confianza. Empezaron a chatear de inmediato.

Raquel: Hola!

Susi: hola

Raquel: No estaba muy seguro de que fueras a contestarme.

S: bueno..., en realidad fue un impulso

R: Tienes experiéncia con parejas?

S: no quiero mentirte, la verdad es que nunca he participado en un trío.

R: No te preocupes por eso. Nosotros tampoco, pero tenemos muchas ganas de probar.

S: me da un poco de corte

R: Yo creo que lo importante es pasárselo bien.

Aquella noche estuvieron charlando durante horas, conociéndose, sabiendo una de la otra. Se cayeron bien. Susana pensó que si no llegaban a concretar nada, al menos seguro que Raquel podría ser una buena amiga.

Después de aquello hablaron cada noche sin interrupción durante semanas. A veces hablaban de sexo, y Raquel le contaba sus experiéncias, mientras que Susana le contaba las suyas propias. Otras noches hablaban de cualquier otra cosa. Ambas sentían que una buena amistad empezaba a surgir entre ellas.

Poco tiempo después se dieron los teléfonos, y empezaron a llamarse varias veces al día.

-Oye, Susana.

-Dime -le contestó una tarde que salió pronto del trabajo.

-¿Te gustaría conocer a mi marido?

-Claro -contestó Susana-, me encantaría.

-¿Por qué no te conectas esta noche y así conoces a Alberto? Le he hablado mucho de ti -dijo Raquel poniendo una voz pícara-. Está deseando conocerte.

-No me ha gustado tu tono... -contestó Susana con una sonrisa-. ¿Qué le has contado? No habrás sido mala..., ja, ja, ja.

-No seas tonta. Le he dicho que eres una mujer atractiva y que estoy segura de que le encantaría follarte.

-Ja, ja, ja. Qué bruta eres -contestó Susana riéndose.

-Venga, pues esta noche te conectas y le pondremos un poco nervioso entre las dos -dijo Raquel divertida.

-Hasta esta noche entonces.

Cuando colgó, a Susana le entró un hormigueo en el estómago. Raquel le había contado algunas cosas de Alberto, y tenía que reconocer que a veces se había excitado con ello. Supo inconscientemente que se acercaba el día en que los tres se conocieran en persona.

R: Susana, Alberto va a pedirte que le aceptes en el messenger. Está con el portátil a mi lado.

Raquel giró la cámara para que tanto ella como Alberto quedaran dentro del encuadre. Así la andaluza podía verles a los dos. Al hacer esto pudo ver que Raquel estaba sólo con un picardías puesto que le hacía unas bonitas formas, mientras que Alberto llevaba puestos unos pantalones cortos de deporte.

Susana no se había cambiado y llevaba unos pantalones vaqueros ajustados y una blusa blanca que dejaba entrever un canalillo provocador. La andaluza admiró el torso no muy peludo de Alberto, y no muy musculoso. Sus brazos parecían fuertes, y era de un atractivo especial. No era un Richard Gere, pero estaba bien para tener cuarenta y cinco.

Alberto: eres muxo más guapa de lo que esperaba.

El gallego no se molestaba en seguir las normas ortográficas en el chat.

S: no seas malo que Raquel se pondrá celosa.

R: para nada, chica. Eso me pone.

S: te pone que tu marido piropee a otras chicas?

A: sabe que a la única que me voy a tirar es a ella.

R: Oye! Ese lenguaje, que es mi amiga.

S: jajaja no me molesta raquel, tranquila.

Así estuvieron esa noche, conociéndose un poco más. A veces el tono subía un poco, pero Raquel siempre se ocupaba de irlo enfriando cuando era necesario.

Esa noche Susana se excitó mucho pensando en encontrarse algún día con aquel matrimonio gallego. Tanto que se masturbó llegando a un orgasmo como hacía tiempo que no tenía.

Al día siguiente, como era habitual, la llamó Raquel bien entrada la tarde.

-Ahora que ya has visto a Alberto -empezó la gallega-, ¿qué opinas?

-Que tienes mucha suerte. Está bueno.

-Ja, ja, ja -rió Raquel de forma jovial-. Ya sabía que te iba a gustar. ¿Por qué no te vienes a pasar unos días con nosotros?

-No sé... -contestó Susana indecisa. Había llegado el momento, pero la morena andaluza no quería parece ansiosa.

-No te hagas la remolona -dijo rápidamente Raquel-. Además, no tiene por qué pasar nada si tú no quieres -la gallega hizo una pausa, como buscando las palabras adecuadas.

Al no haber respuesta de su amiga continuó:

-Susi, cariño. Vente un par de días. En plan amigos. Te enseñaremos Pontevedra. Si crees que no estás preparada no te preocupes -las palabras de Raquel parecieron reconfortar a Susana.

-Me da un poco de miedo -se decidió a hablar la andaluza-. ¿Y si no estoy a la altura?

-¿A la altura de qué? No hagas planes, cielo, y lo que tenga que ocurrir, déjalo que ocurra. Lo que no, pues no. No le des más vueltas.

Dicho y hecho. Esa conversación tuvo lugar un martes, y el viernes por la noche estaba desembarcando en el aeropuerto de La Coruña.

Susana salió por la puerta de llegadas cargada con una maleta de mano, bien vestida, bien maquillada, y con un delicioso olor a rosas. A pesar de los nervios sonrió a Raquel y a Alberto que la esperaban fuera. Este fue el primero en saludarla con dos suaves besos en la mejilla.

-Estás espléndida -le dijo mientras cogía la maleta de sus manos. Luego le tocó el turno a Raquel, cuyos dos besos se acercaron peligrosamente a la comisura de sus labios.

-Tiemblas como un flan, cariño -le dijo Raquel a su amiga en un susurro.

Susana y ella habían intercambiado muchas fantasías en aquellos dos meses, incluídas las lésbicas, y eso hizo que la andaluza se sintiera aún más nerviosa.

-Vayámonos a casa a dejar la maleta. Así la ves, y luego nos vamos a cenar, que nos queda mucho camino por delante -dijo Raquel.

Los gallegos vivían en una urbanización de chalés a las afueras de Pontevedra. Era una casa no muy grande, pero era bonita y acogedora.

-Me encanta vuestra casa -dijo la andaluza.

-Gracias -contestó Alberto-, lo nuestro nos ha costado.

Susana dejó la maleta en la habitación que le habían asignado y volvieron a meterse en el coche. Raquel se sentó en los asientos traseros con su amiga.

-Qué ganas tenía de verte -dijo Raquel dándole un beso en la mejilla a la andaluza, mientras se dirigían a un restaurante de Pontevedra que resultó ser una marisquería.

Alberto miraba continuamente por el retrovisor y las dos se dieron cuenta de que lo hacía con lascivia. Se sonrieron, Susana ya más tranquila, y Raquel le guiñó un ojo a su amiga. La andaluza asintió adivinando la idea y dejó que Raquel la besara en los labios. Susana respondió dejándose hacer y ambas empezaron a darse el lote, intercambiando lengua y saliba en similares proporciones. Eso excitó mucho a Susana.

-Alberto, mira la carretera -le dijo Raquel a su marido sonriendo.

-¿Cómo quieres que lo haga con el espectáculo que me estáis dando ahí detrás?

-Ja, ja, ja -rieron las dos amigas.

Dejaron el coche en el aparcamiento y Alberto cogió del talle a las dos mujeres mientras se encaminaban despacio hacia la puerta del restaurante. Pero antes de llegar a la puerta, ya tenía las manos en las nalgas de ambas mujeres, lo cual excitó aún más a Susana. Raquel le sonreía, con lo cual se dio cuenta de que aprobaba lo que hacía Alberto.

Durante la cena no ocurrió nada más, y al acabar la cena Alberto dijo:

-¿Os apetece ir a tomar una copa?

-¿Por qué no nos la tomamos en casa? -preguntó Raquel. Tanto Alberto como Susana asintieron conformes.

Al llegar a casa, Alberto preparó tres copas de vino mientras Raquel ponía música lenta y bajaba un poco las luces. Estuvieron charlando un rato como amigos, y luego Raquel sacó a bailar a su marido mientras Susana les observaba. Vió cómo la gallega le decía algo a Alberto al oído y luego se sentó. Alberto entonces sacó a bailar a Susana. Poco a poco, Alberto empezó a apretarla contra sí y la andaluza sintió un bulto duro apretarse contra su vientre. Eso la excitó sobremanera, y de espaldas a su amiga, cogió las manos de Alberto y las puso en sus nalgas. La fiesta comenzaba, y lo hacía bien.

Raquel se levantó después de acabarse su copa y se puso detrás de Alberto. Bailaron así los tres juntos unos instantes, entonces la gallega empezó a desabrochar la camisa de su marido, y Susana aprovechó para acariciar su torso. Luego Raquel le desabrochó el cinturón y los pantalones, haciendo que estos cayeran al suelo. Alberto se deshizo de ellos de una patada y ambas pudieron apreciar la verga erecta que se apreciaba a través de la tela del slip. Ambas acariciaron aquel bulto mientras Alberto suspiraba de placer.

Entonces Susana lo empujó hacia el sofá donde quedó sentado y empezó a besar a Raquel mientras le quitaba el vestido a esta bailando de forma sensual. Raquel se quedó con el sostén y un diminuto tanga que apenas le cubría su pubis depilado.

Luego le tocó a Raquel desnudar a su amiga, que también se quedó en sostén y tanga, pero la gallega fue más lejos, liberando también los pechos de su amiga, y empezando a lamer sus pezones, que habían adquirido dureza. Mientras la gallega succionaba y acariciaba los pechos de Susana, esta vio a Alberto en el sofá, que estaba totalmente desnudo, mirándolas con lascivia y acariciándose una verga erecta y de buenas proporciones.

Raquel también le vio, así que terminó de desnudarse sola y le quitó el tanga a su amiga con la boca.

-Susana, ¿te gustaría probar la polla de Alberto?

Susana no dijo nada, y arrodillándose en el suelo ante el gallego, se la fue introduciendo poco a poco en la boca, mientras le acariciaba los testículos con la mano. Al momento sintió las manos de Raquel acariciándole las nalgas y pasando un dedo desde el culo hasta su coño.

-Cariño, estás empapada -le dijo Raquel.

Sin más, esta introdujo dos dedos en el coño de su amiga, que dio un suspiro de gusto, y aumentó el ritmo de la mamada que le estaba haciendo a Alberto. Susana enseguida notó algo húmedo y caliente en el culo. Era Raquel, que al mismo tiempo que la follaba el coño con los dedos, le lamía el agujero del culo con la lengua. Así llegó el primer orgasmo de la andaluza.

Alberto no se hizo esperar. Aquella visión fue demasiado para él, y cogiendo la cabeza de Susana con las manos, descargó dos chorros de leche caliente y espesa que la andaluza no tuvo más remedio que tragar.

Susana nunca había recibido una corrida masculina en la boca, pero le gustó, y exprimió la verga de Alberto hasta dejarla flácida.

-¿No iréis a dejarme ahora así, no? -preguntó Raquel.

-Siéntate en el sofá con las piernas abiertas -dijo Alberto.

Susana entendió y empezó a lamerle el coño a su amiga, que rezumaba de flujos como una perra en celo. Alberto se unió al festín, y sintiendo las dos lenguas paseándose a un tiempo por su coño, Raquel llegó a un increíble orgasmo gimiendo escandalosamente.

Quedaron los tres exhaustos en el sofá, hasta que Susana dijo:

-Será mejor que vayamos a dormir.

-Duerme con nosotros, cielo -le dijo Raquel, dándole un suave beso en los labios. Susana aceptó, y Alberto sonrió a su mujer.