Una atractiva profesora llamada Gemma.
Esta historia la escribí en el año 2.009. Espero que guste a mis lectores.
Me llamo Gemma y soy una mujer de cuarenta y dos años de pelo muy claro, aunque desde hace un tiempo con mechas morenas, que me gusta llevar a media melena, ojos marrones, altura normal y complexión más bien delgada. Aunque no me gusta vanagloriarme los hombres siempre han dicho que estoy “para mojar pan” y mis amistades comentan que físicamente soy atractiva y estoy dotada de un tipo muy mono. Como a la mayor parte de las mujeres me gusta la ropa. No pretendo llamar la atención por lo que me agrada vestir de una manera sencilla pero elegante y bastante moderna lo que me favorece ya que, según dicen, no aparento la edad que tengo.
Nací en el seno de una familia normal de clase media y fui la mayor de tres hermanas. Mi vida empezó con algunos problemas puesto que mi madre dio a luz antes de tiempo y aparte de nacer con poco peso, me costaba cogerlo ya que hasta la adolescencia comí mal. Estudié en un colegio femenino de religiosas en el que hubo de todo desde monjas agradables hasta otras llenas de soberbia que siempre actuaban con manifiesta mala leche. Sufrí, como el resto de mis compañeras, un montón de castigos pero ninguno de ellos fue físico ni tan humillante como he leído en otras historias escritas por Alba. Como mis padres no tenían tiempo para ello tuve que ocuparme de ayudar a mis hermanas con sus estudios lo que hizo que desde muy joven me sintiera atraída por la enseñanza. Al terminar mis estudios elementales me matriculé en un instituto. Quizás la edad hizo que me sintiera más cómoda en él a pesar de que llegué a sufrir un verdadero acoso sexual por parte de mis compañeros masculinos que no dejaban de llamarme estrecha y seca por negarme a sus lujuriosas pretensiones sexuales pero, aparte de que ninguno me agradaba, al haber nacido con la raja vaginal estrecha no sentía el menor deseo sexual.
Decidida a convertirme en profesora de educación infantil tuve que dejar el domicilio paterno y separarme de mis hermanas, con las que estaba muy unida, para ir a estudiar la carrera universitaria a otra ciudad en la que me alojé en una residencia femenina. A los diecinueve años tuve mi primer novio formal, Bruno, que era un chico bastante majo pero un tanto alocado al que conocí en la biblioteca a la que solía ir a estudiar con el que me prodigué en hacerle pajas para “aliviarle” sus frecuentes “calentones” y que, pese a que siempre se encontraba con mi oposición, no cejaba en su empeño de conseguir que mantuviéramos relaciones sexuales completas. Siempre he evitado el alcohol pero una noche asistimos a la fiesta de celebración del cumpleaños de dos de nuestros mutuos amigos y todos, pero especialmente las féminas, bebimos más de la cuenta. Como el local en el que se llevó a cabo el acto era un garaje que no disponía de water, un grupo de jóvenes decidimos salir fuera para hacer pis. Después de mear bajo la atenta mirada de los integrantes del sexo masculino muy pendientes de cual de nosotras echaba más cantidad, acabamos bailando totalmente desnudas y restregándonos las unas contra las otras en plena calle hasta que los chicos consideraron que se nos habían unido demasiados mirones y acabaron con el espectáculo haciéndonos vestir. Cuándo terminó la celebración Bruno y yo nos unimos a otra pareja amiga compuesta por Alejandro ( Alex ) y Carla, que era una de mis compañeras de residencia. Según íbamos andando por la calle Alex y Bruno aprovecharon la menor ocasión para meternos mano y tocarnos tanto la almeja como el culo y las tetas hasta que, al llegar a un parque, se sentaron en un banco y bajándose el pantalón y el calzoncillo nos pidieron que le chupáramos la chorra que ambos tenían completamente tiesa. Hasta aquel momento fui tan ingenua que pensaba que las dimensiones del cipote de los hombres eran muy similares pero en cuanto vi el de Alex, gordo, grande y largo y lo comparé con el de Bruno, de lo más normal, me di cuenta de que existía una gran diferencia en el tamaño. Carla se colocó de rodillas sobre el banco para que Alex la metiera la mano entre su corta falda y la braga con intención de tocarla el chocho y comenzó a chuparle el nabo con esmero y ganas mientras que yo sentí arcadas con el fuerte olor a hombre y a pis que despedía el pene de Bruno. Armándome de valor, me la introduje en la boca y empecé a chupársela lentamente. Un par de minutos más tarde observé que Alex eyaculaba con suma rapidez echándola a Carla una gran cantidad de leche en la boca que la chica se tragó. Poco después el semen se convirtió en pis y fue tan abundante que, aunque Carla intentó bebérselo íntegro, una parte se la salió de la boca para caer en las piernas del chico. Sentí tanto asco que devolví y no le eché el vómito a Bruno encima de milagro. Como no me encontraba en las condiciones más idóneas para seguir Carla se ocupó de “sacarle la leche” que, al igual que había hecho con la de Alex, se tragó mientras este, tras bajarla la braga, la masturbaba con dos dedos al mismo tiempo que la hurgaba con otro en el culo. Después nos vestimos y dimos un paseo por el parque hasta que encontramos a una pareja follando detrás de unos matorrales. Alex y Bruno se empeñaron en que permaneciéramos allí mirándolos. Me pareció que ambos se excitaron viendo que la joven se meaba de gusto mientras el chico la echaba la leche en el interior del coño. En cuanto nos separamos de ellos Carla, a la que no había pasado desapercibido el “calentón” de los chicos, se apresuró a tocar la picha a Alex a través del pantalón y le dijo:
“Joder como se te ha puesto viéndoles; la tienes otra vez a tope y me apetece que me folles” .
Alex nos indicó que en el acceso al cuarto de maquina de los ascensores del edificio en que vivía podíamos hacerlo con la debida intimidad y nos invitó a acompañarles. Bruno aceptó de inmediato a pesar de que no me apetecía pero estaba demasiado revuelta como para oponerme. Cuándo llegamos allí Alex y Carla se desnudaron por completo y en cuanto el chico se tumbó en el suelo, Carla le puso un condón, se introdujo su pilila bien erecta en la seta y le cabalgó mientras Bruno, después de quitarse la ropa, me hizo tumbarme en el suelo; me subió la falda; me separó la parte textil de la braga de mi raja vaginal; se echó sobre mí y me penetró vaginalmente haciendo que perdiera la virginidad. Entre la rotura del himen y la estrechez de mi vagina la experiencia me resultó de lo más desagradable y dolorosa. Bruno eyaculó con más rapidez que Alex. El notar caer su leche en mi interior me produjo un ligero placer pero, acto seguido, volví a sentir dolor y muchas molestias. Bruno continuó follándome hasta que vio que, en vez de volverse a correr, perdía la erección. Me extrajo la polla y me recriminó que se hubiera enfriado a cuenta de mi escasa colaboración mientras nuestros amigos demostraban seguir de lo más calientes. Una vez que Alex eyaculó dentro de la almeja de Carla y se quitó el condón repleto de leche, le dijo a Bruno que la joven podía intentar volver a “ponerle a tono” chupándole a conciencia el rabo mientras él se encargaba de comerme el chocho. Antes de que pudiera llevarse a efecto aquel intercambio de parejas y sin preocuparme de ponerme bien la ropa, descendí a toda la velocidad por las escaleras y salí del edificio. Desde aquel día no volví a saber más de Bruno y aquella experiencia me hizo descartar el permitir que otro hombre me volviera a penetrar.
Con el paso del tiempo fui cogiendo confianza con algunas de mis compañeras de residencia que me animaron a unirme a un grupito de chicas, entre las que estaba Carla que no había tardado en romper relaciones con Alex, que mantenía contactos sexuales lesbicos con regularidad. El que me masturbaran y me comieran el coño durante un buen rato me gustó mucho más que la penetración vaginal de Bruno pero la estrechez de mi raja vaginal volvió a convertirse en un problema ya que al no caberme y en el mejor de los casos, más de tres dedos me impidió que, como ellas, pudiera disfrutar de las delicias que suponía “vaciarme” a través de un exhaustivo fisting vaginal. A cuenta de ello y una vez que Carla logró que me acostumbrara a beberme íntegras las meadas de mis compañeras hasta que llegué a saborear su pis con verdadero deleite, terminé asumiendo el papel masculino de la relación para dedicarme a dar placer a las demás y como me agradaba hacerlo comencé a disfrutar de los primeros orgasmos sin necesidad de tocarme y a mearme de autentico gusto mientras las forzaba con mi puño introducido en su seta. Poco a poco se hizo normal que las forzara al límite realizándolas el fisting vaginal a dos manos ó vaginal y anal al mismo tiempo. Cada día llegaba al clímax con más facilidad mientras las veía “vaciarse” totalmente cachondas, sin dejar de moverse; de levantar el culo y de echar flujo, pis y caca en grandes cantidades para, al terminar y cuándo ya no las quedaban fuerzas, echarme sobre una de ellas y juntando nuestras tetas y la almeja, restregarme durante varios minutos hasta que, en pleno orgasmo, me meaba de gusto encima de mi pareja.
No me resignaba a quedarme sin saber lo que realmente se sentía con el puño de otra mujer en el interior del chocho forzándome hasta llegar a traspasar el útero así que aprovechando que tenía que operarme para solucionar las múltiples molestias que el apéndice me estaba causando en los últimos meses y que, al no usarse aún el láser para este tipo de intervenciones quirúrgicas, me iban a dormir por completo decidí seguir los consejos de Carla y aprovechar mi paso por el quirófano para agrandarme la vagina. Para ello me tuvieron que hacer un gran cantidad de pruebas que permitiendo verificar que tanto los ovarios como el útero eran de dimensiones normales pero los médicos no acababan de ponerse de acuerdo sobre la efectividad de aquella operación a la que, no dejaban de recordarme, me sometía voluntariamente. Además de que me costó volver a hacer mi vida normal, la intervención quirúrgica fue un fracaso puesto que, aunque pude disfrutar media docena de veces del tan anhelado fisting, la raja vaginal terminó por contraerse y volvió a ser casi tan estrecha como antes de la operación.
Bastante desilusionada seguí dando gusto a las demás integrantes del grupo, de las que Carla se convirtió en líder, hasta que, a medida que íbamos terminando nuestras carreras universitarias, fuimos dejando la residencia.
El primer año lo pasé haciendo suplencias y dando clases particulares mientras que el segundo dispuse de un contrato temporal para todo el curso. Finalmente, el tercero logré hacerme con una plaza fija en un colegio concertado aprovechando que una de las profesoras de educación infantil se había juntado con tres hijos en muy poco tiempo y había decidido pedir la excedencia para quedarse en su domicilio puesto que, según había tenido ocasión de comprobar, la salía mucho más rentable que el contratar a una chica para que se ocupara de las labores domesticas y de sus hijos mientras ella estaba en el centro escolar.
Al igual que me había sucedido en los otros colegios en los que había estado no tardé en darme cuenta del gran puterío y en aquel al ser más grande acrecentado, que existía entre ciertos padres, madres, críos y crías. Había algunas hembras que hasta con su forma de vestir evidenciaban claramente lo que buscaban e incluso ciertas abuelitas aún potables se acicalaban y vestían como jóvenes para intentar atraer a algún padre con el que mantener relaciones sexuales. Parecía que los progenitores no encontraban satisfacción sexual con sus respectivas parejas y que la buscaban a través de aquellos contactos muchos de los cuales llevaban a cabo en las instalaciones del centro escolar por lo que casi todos los días y sobre todo en los aseos, aparecían en el suelo bragas, tangas y condones usados y en el water público de pago que existe en los accesos al colegio. Me sorprendió que las féminas más jóvenes prefirieran relacionarse con hombres maduros mientras que las hembras de más edad se centraban en buscar a chicos bien dotados y con el menor número de años posible. Pero lo más sorprendente era ver a críos en plena adolescencia inmersos en esta actividad sexual follando con los padres ó madres de sus amigos. Las jóvenes se dejaban tocar hasta la saciedad por los progenitores antes de que llegaran a la masturbación mutua; a chuparles la verga a cambio de que las comieran el coño para, finalmente, llegar a la penetración. Las féminas, por su parte, querían miembros viriles de dimensiones más que aceptables a los que efectuar las oportunas catas con mamadas y pajas antes de que se las cepillaran.
Logré permanecer al margen de todo aquello hasta que una tarde en que estaba en pleno ciclo menstrual me encontraba en un water de señoras del colegio poniéndome un TAMPAX lo que nunca me ha sido fácil y siempre me ha gustado más recurrir a las compresas pero como en aquel momento no tenía ninguna a mano tuve que armarme de paciencia. Acababa de terminar cuándo escuché que la puerta de acceso al water se abría y la voz de una mujer diciendo:
“Pasa sin miedo, cobardica, que aquí no hay nadie” .
La lógica curiosidad femenina me hizo abrir ligeramente la puerta y permanecer lo más quieta que pude en mi lugar. Enseguida pude ver a una mujer minifaldera de poco más de treinta años, muy delgada, con el pelo teñido de rojo y aires muy modernos en compañía de un joven moreno, alto, delgado y de complexión atlética al que le dijo:
“Bájate el pantalón que quiero ver si tu chorra es tan gorda y larga como me ha parecido al tocártela por encima” .
El chico se apresuró a complacerla haciendo que el pantalón y el calzoncillo descendieran con rapidez hasta sus tobillos. La hembra, con su mirada fija en el miembro viril, le tocó durante unos minutos el cipote y los huevos y le dijo:
“La tienes mucho más gorda y larga que mi marido”.
Haciéndole abrir bien las piernas le bajó de golpe toda la piel del nabo y después de recrearse mirándosela en todo su esplendor, le echó un par de salivazos en la abertura y le metió bien profundo un dedo en el culo con el que le hurgó con ganas en todas las direcciones. No sabía que con aquel masaje prostático pretendía lograr una eyaculación más rápida y la salida de una mayor cantidad de leche y pensé que quería que el joven llegara a defecar delante de ella. En cuanto el dedo comenzó a causar estragos dentro del trasero del chico, la hembra le movió el pene con movimientos muy rápidos como deseando que se corriera con suma celeridad. Aunque el chico me daba la espalda, a través del espejo que tenían delante pude observar que tenía una picha de grandes dimensiones y que la mujer no dejaba de pasar el dedo gordo por la abertura. Manteniéndole bajada toda la piel le dijo:
“Supongo que te gustará que te la muevan y que te saquen la leche,¿no?” .
El chico no contestó y la fémina le forzó con más fuerza el culo diciéndole:
“Estoy deseando que te corras, cabronazo” .
Las piernas del joven empezaron a temblar y la mujer le dijo:
“¿Ya te viene?” .
Y por supuesto que le estaba “viniendo” puesto que antes de que pudiera contestarla, sintió el gusto previo a la eyaculación y aunque intentó retener su salida, la leche salió a chorros cayendo en el espejo y en el lavabo mientras la fémina exclamaba:
“Dios mío que pedazo de pilila tienes, la cantidad de leche que sueltas y las ganas que tenías de echarla, so golfo”.
En cuanto acabó de salir el semen la mujer le chupó la polla durante un buen rato. Viendo que la erección se mantenía se colocó detrás de él y tras subirse el vestido y quitarse el tanga, se apretó con fuerza a él y empezó a restregarse contra el trasero del chico al mismo tiempo que le movía la polla con su mano; le apretaba los huevos y observaba a través del espejo. La fémina se puso muy “burra” con aquello por lo que le preguntó que si era capaz de deleitarla con una segunda corrida. El joven la respondió que no lo sabía ya que nunca había eyaculado más de una vez en una misma sesión.
“No tardaremos en saberlo” le dijo la fémina.
Sin molestarse en limpiar el espejo y el lavabo hizo que el joven se despojara del pantalón y del calzoncillo y se tumbara en el suelo muy abierto de piernas antes de que se desnudara y se colocara en cuclillas sobre él dándole la espalda para introducirse el rabo dentro de la seta. Una vez más, le metió uno de sus dedos en el culo y comenzó a cabalgarle. El chico la dijo:
“Como me sigas hurgando en el culo me voy a cagar”.
La mujer le contestó:
“No quiero que te prives ya que me gustará ver como expulsas tu mierda” .
La fémina era una autentica guarra ninfómana que le realizó una cabalgada intensísima mientras el joven la apretaba con fuerza las tetas y ella le tocaba y acariciaba los huevos y continuaba hurgándole en el culo sin dejar de decirle que la estaba dando mucho gusto y que deseaba que la mojara con una espléndida cantidad de leche. El crío no tardó demasiado en sentir el gusto previo a la corrida y la hembra le dijo:
“ Échamela toda bien profunda” .
Y el joven lo hizo de inmediato eyaculando mientras la hembra llegaba al clímax.
“Eres un portento, chaval” le dijo en pleno orgasmo.
La fémina continuó con su cabalgada hasta que se meó con la verga del chico introducida en su almeja cosa que encantó al joven. Después le sacó el dedo del culo comprobando que se lo había impregnado en su caca. Lo olió y se lo chupó mientras observaba que el joven defecaba echando la mierda en forma de bolas. La mujer le dijo:
“Como tendrás ocasión de ver yo suelto folletes y bastante gordos” .
En cuanto la hembra se incorporó se interesó por conocer si el joven tenía ganas de mear y al responderla afirmativamente, le chupó la chorra en espera de su pis. Pero el chico, al no estar acostumbrado a ello, se mostró bastante cortado y tardó unos minutos, hasta que no pudo retenerla más, en echarla la meada en la boca. La fémina, muy complacida, al ver que el cipote se mantenía completamente tieso, le dijo:
“¿Aún tienes ganas de más?. Pues no te preocupes que conmigo podrás vaciar por completo tus huevos dándome gusto y echándome toda la lefa que quieras” .
Le propuso que la esperara hora y medía más tarde en la puerta de acceso al colegio puesto que quería llevarle a un lugar discreto e intimo en el que poder sacar unas cuantas fotografías a su soberbio nabo antes de que la volviera a follar. Le indicó que si accedía a tirársela regularmente se ocuparía de que no se desperdiciara la leche que acumulaba en los huevos y de que siempre tuviera unos cuantos Euros en el bolso. Después de vestirse el joven la pidió dinero para poder comprarse condones a lo que la hembra le contestó que no los iba a necesitar ya que quería que se corriera libremente en su interior y que sería ella la que tomaría precauciones para evitar que la dejara preñada. Una vez que le tocó un par de veces el pene a través del pantalón y le dijo que le iba a convertir en un puto muy vicioso, salieron del water. Cuándo abandoné el compartimento en el que me encontraba pude ver que en el suelo habían quedado medía docena de bolas de mierda y que en el espejo y el lavabo existían un montón de espesos chorros de la leche que había echado el chico evidenciando que, además de tenerla grande, gorda y larga, expulsaba mucha cantidad al eyacular. Más tarde me di cuenta de que al joven no le había visto nunca pero que a la hembra, que tenía dos hijos estudiando en el centro escolar, había tenido ocasión de verla en un par de ocasiones debajo de la ventana del aula en el que impartía mis clases “ordeñando” a un padre con el tanga en las rodillas para que la tocara el chocho mientras le hacía una paja. Por lo visto, ahora la agradaban más jóvenes, muy bien dotados y con una buena potencia sexual.
Desde que presencié aquel contacto sexual y al igual que mis compañeras de educación infantil, empecé a fijarme en el “paquete” que se les marcaba a los hombres en el pantalón dándome cuenta de que, aunque por desgracia era los menos, había algunos realmente impresionantes. Incluso, de cara a las reuniones que mantenía regularmente con los progenitores solía prepararme a conciencia y vestirme en un plan demasiado moderno y sexy para poder lucir mis encantos femeninos, con especial atención a mi busto y mis piernas, mientras mantenía mi vista centrada en la entrepierna de los varones confiando en que alguno se fijara en mí pero, aunque estaba segura de que les gustaba y que a más de uno se le ponía la picha bien tiesa mirándome, se reprimían al considerar que no era correcto el relacionarse sexualmente con la profesora de sus hijos. Sólo uno fue lo suficientemente lanzado como para decirme que se la “cascaba” por la noche pensando en mi y que anhelaba que me prodigara en chuparle la pilila. Decidí complacerle y vi que me deseaba con tantas ganas que se le ponía erecta en cuanto se la tocaba. Nunca le dejé que me echara la leche en la boca y pensé que aquello iba a ser algo ocasional pero, a medida que iba pasando el tiempo, le chupaba la polla con más frecuencia.
Desistí de ello cuándo mis compañeras me hicieron ver que con aquello podía llegar a poner en peligro mi continuidad en la enseñanza y que debería de valorar si realmente merecía la pena exponerme a algo así a cambio de que un hombre me echara unos cuantos polvos y que, cuándo menos, esperara a que sus hijos dejaran de ser alumnos míos lo que haría que, en caso de ser descubierta, la infracción fuera menos grave.
Aunque no logré mi propósito de entablar una relación sexual estable pude observar que cada curso aumentaba el número de embarazos; el de abortos de adolescentes y el de familias rotas para crear otras nuevas. Los grandes perjudicados siempre eran los hijos. Como si con esto no fuera suficiente, la situación empeoró cuándo empezaron a emplazarse en los accesos al centro escolar, a la hora de salida de las clases de la tarde, crías jóvenes que ofrecían sus favores sexuales a cambio de un paquete de tabaco ó una pequeña cantidad de dinero. La policía no quiso saber nada del asunto alegando que no era el único colegio en el que sucedía tal cosa y que con no hacer caso a su demanda la chicas terminarían por desistir mientras los padres veían en ellas una buena, barata y variada forma de satisfacerse por lo que la oferta aumentó al unirse chicas jóvenes, algunas de ellas inmigrantes, que vieron en la prostitución una buena formula para obtener unos ingresos extras con los que poder darse ciertos caprichos.
Pocos meses más tarde todo aquello quedó en un segundo plano al conocer a Esteban, un chico guapo, de pelo moreno, que tenía cinco años más que yo y que, desde el primer instante, fue un autentico caballero al mostrarse respetuoso conmigo. Aunque salimos juntos durante mucho tiempo tardamos bastante en formalizar nuestra relación para, un año después, convertirse en mi marido. Como había llegado “semivirgen” al matrimonio, sin que durante nuestro periodo de amistad y noviazgo hubiera pasado de hacerle pajas, más que el compromiso que había adquirido con nuestro enlace matrimonial me preocupaba la noche de bodas puesto que lamentaba haberme opuesto a mantener relaciones sexuales completas. Debo de reconocer que su rabo era bastante largo pero de un grosor normal por lo que, a pesar de mi temor, me pudo penetrar de una manera un tanto ajustada pero plenamente satisfactoria para ambos. El notarla en mi interior llegando a atravesarme el útero mientras con sus movimientos me excitaba el clítoris y con sus huevos me golpeaba el culo me hizo “romper” y alcanzar el anhelado orgasmo justo en el momento en que me echaba su primer polvo dentro del coño. Esteban es un hombre de corrida muy abundante pero única por lo que, tras la eyaculación, empezó a perder la erección y entre abrazos, besos y tocamientos hubo que esperar casi dos horas para que la verga volviera a ponerse bien tiesa y en buena disposición para echarme más leche. A pesar de aquellos periodos de recuperación que precisaba entre polvo y polvo y de que no era precisamente multiorgasmica ya que con llegar dos veces al clímax podía darme por plenamente satisfecha, aquella noche Esteban eyaculó en cuatro ocasiones mientras que yo superé mis límites alcanzando tres orgasmos. Cuándo finalizó la noche nupcial me encontraba mucho más complacida y menos dolorida que el día en que me penetró Bruno. Una vez pasada la luna de miel y superado el furor inicial, nuestra actividad sexual se fue normalizando para mantener contactos sexuales a días alternos siendo fijos los sábados por la noche. Durante una buena temporada nos acostábamos los domingos y días festivos al acabar de comer para poder hacerlo antes de dormir una buena siesta. Pero lo que más me encantaba es que Esteban se despertara diariamente completamente empalmado y con muchas ganas de mear que se veía obligado a reprimir al máximo ya que me encantaba hacerle una paja lenta antes de que se levantara. Su eyaculación solía ser impresionante sobre todo los días en que, al no poder retenerlo durante más tiempo, la leche se juntaba con su pis.
Durante nuestros primeros años de convivencia en común aprovechábamos los fines de semana, puentes y periodos vacacionales para viajar, cambiar de aires y visitar lugares que nos conocíamos. Pero, como todo, terminó por cansarnos y decidimos permanecer en nuestro domicilio centrándonos en tener descendencia. El tiempo pasaba y como no lograba quedar preñada decidí seguir un tratamiento de fertilización. A los pocos meses quedé en estado de mi hijo, Gerardo y cuándo este tenía diez meses, Esteban volvió a dejarme embarazada de la niña, Blanca Delia. Después de darla a luz empecé a tomar anticonceptivos sin que mi marido lo supiera ya que, a mi entender, había superado la media nacional de hijos por pareja y a pesar de que quería que Esteban continuara follándome, no deseaba tener más descendencia.
Los años fueron pasando y descubrí que Esteban era de costumbres fijas en la cama. Para él no había otra cosa que no fueran las mamadas, las pajas y la penetración vaginal. Aunque realizó algunos intentos para penetrarme analmente, al encontrarse con mi oposición ya que lo consideraba como algo antihigiénico y vejatorio, en vez de continuar intentándolo terminó por desistir. Aquello originó que, manteniendo el habitual “ordeño” matinal, nuestras relaciones sexuales con penetración fueran decreciendo en frecuencia e intensidad hasta el extremo de que, cuándo lo hacíamos, me resultaba tan rutinario que no llegaba a “romper” y lo que deseaba es que me echara la leche cuánto antes para que aquello acabara.
Decidí solventar ese bajón en nuestra actividad sexual con el trabajo. Pero lo que ocurrió es que volví a interesarme por el “paquete” de los hombres y el padre de una de mis alumnas debía de tener una chorra excepcional a la vista del bulto que se le marcaba en el pantalón. El hombre alto, atractivo, de complexión normal y pelo moreno, se llamaba Román y aunque tenía cerca de cincuenta años, estaba de lo más apetecible. Lo malo es que siempre le veía acompañado por Emma, una hembra mucho más joven que él, dotada de unos ojos llamativos y un tipo escultural, que era la madre de dos niñas gemelas una de las cuales era alumna mía y la otra estaba en la otra clase del mismo nivel. La fémina solía vestir en un plan muy juvenil y bastante ceñido para que se la marcaban bien todas las curvas y con faldas tan cortas que, cuándo se sentaba y hasta que cruzaba las piernas, dejaban al descubierto la parte superior de sus robustas piernas y la inferior del tanga.
Intenté obtener información sobre ambos. Con Emma me resultó fácil puesto que, enseguida, me enteré de que sus hijas llevaban sus dos apellidos lo que me hizo suponer que las había tenido antes de casarse. Una compañera, que reconoció que Emma estaba tan sumamente buena que no la importaría que la hiciera alguna “cosita”, me indicó que había oído comentarios en el sentido de que la hembra había logrado su privilegiado cargo laboral como agradecimiento a ciertos favores sexuales que había prestado a dos de los miembros del consejo de administración de la empresa en la que trabajaba.
Mucho más difícil me resultó conseguir información sobre Román aunque logré saber que tenía cuarenta y ocho años y que trabajaba como funcionario siendo muy apreciado por todos sus superiores a cuenta de su manifiesta capacidad y valía. Aunque no se habían casado, vivía con la madre de su hija a la que, como en otros casos que conozco, los médicos habían tardado casi tres años en diagnosticar una importante depresión post parto lo que unido a que empezaba a estar bajo los efectos de una menopausia precoz, hizo que la actividad sexual entre ellos se limitara a hacerle pajas y no con mucha frecuencia. Sentí lástima al pensar que un hombre tan bien dotado tuviera que pasar tanto “hambre” e incluso, llegué a plantearme la forma de acercarme a él.
Una tarde tuve que dejar la clase a cargo de la profesora suplente para ir a la consulta de mi médico de cabecera con intención de que me pusiera en tratamiento puesto que llevaba más de una semana bajo los molestos efectos de una enfermedad muy habitual entre las mujeres: la cistitis. Cuándo regresé al colegio faltaban algo más de tres cuartos de hora para acabar las clases y recordé que, por la mañana, una de mis alumnas me había dicho que se había dejado en el polideportivo la parte superior del chándal durante la clase de educación física, por lo que sabiendo que por la tarde siempre estaba abierto, fui a recogerlo antes de encaminarme al aula. Lo encontré en donde la niña me había indicado. Cuándo me disponía a salir me percaté de que en un vestuario había luz e incluso me pareció oír algo similar a los jadeos femeninos. Me acerqué muy despacio y desde el umbral de la puerta observé que una hembra minifaldera, con el tanga de color negro en los tobillos y las tetas al aire, se encontraba en cuclillas chupando el cipote a un hombre con las piernas muy abiertas cuyo pantalón y calzoncillo estaban depositados en el suelo. En lo primero que me fijé fue en las descomunales dimensiones del nabo. No había visto ninguno tan gordo, grande y largo y la fémina, aunque lo intentaba, no era capaz de metérselo entero en la boca. No tardé en darme cuenta de que el hombre era Román y la mujer Emma que, convertida en una puta, le realizaba y muy entusiasmada, una mamada. Enseguida el hombre, haciendo verdaderos esfuerzos por retener la salida de su leche, la dijo que se iba a correr. La hembra dejó de chupársela y mientras veía como se la “cascaba” delante de ella se apretó las tetas y abrió todo lo que pudo la boca. Del gran pene de Román comenzaron a salir chorros y más chorros de espesísima leche que fueron cayendo en la boca, la cara, el pelo y las tetas de Emma. En cuanto terminó de eyacular, la fémina volvió a chuparle con esmero y ganas la picha mientras Román se ocupaba de extenderla meticulosamente el semen por las tetas. Emma se la sacó un poco después de la boca para que, bien mojada en su saliva, Román la pasara varias veces la pilila por los pezones, poniéndoselos bien tiesos y por el canalillo. De repente, el hombre la dijo:
“Me meo” .
La mujer, quitándose rápidamente el tanga y poniéndose a cuatro patas, abrió bien sus piernas. Román, colocándose detrás de ella, la penetró vaginalmente y la pegó unos cuantos envites antes de echar su pis en el interior de la seta de la fémina que le dijo:
“¡Que rico!. Echamelo todo que me gusta sentir como cae dentro de mí” .
Emma llegó al orgasmo mientras el hombre se meaba en su interior y en cuanto acabó, le incitó a que se la tirara para darla mucho más gusto y poder eyacular dentro de su almeja. El hombre se recreó todo lo que pudo por lo que tardó bastante más que antes en correrse lo que hizo que la mujer hubiera alcanzado su cuarto orgasmo y se estuviera meando de autentico gusto cuándo empezó a recibir la leche del hombre. A Emma la resultó tan gratificante que se lo agradeció llegando, una vez más y con una intensidad excepcional, al clímax. Poco después, Román la extrajo la polla y Emma volvió a chupársela con ganas hasta que comenzó a perder su erección. La mujer le dijo:
“Cada día te superas un poco más, me das mayor placer y hasta te has acostumbrado a echarme dos polvazos” .
Después de asegurarse de que Román no tenía ganas de volver a mear, Emma se incorporó y tras limpiarse con la palma de su mano extendida, le dio una bolsa de plástico en la que le dijo que se encontraba la ropa interior que había usado el día anterior en la que, como le gustaba, había señales bastante evidentes de pis y de que no se había limpiado muy bien al terminar de defecar. Después de restregar su cuerpo con el del hombre, que tenía el rabo “a media asta”, fuertemente abrazados y besándose en la boca, empezaron a vestirse por lo que, con el mayor sigilo e intentando no hacer ruido, abandoné el polideportivo antes de que pudieran darse cuenta de mi presencia. Desde el exterior comprobé que lo tenían todo perfectamente calculado para, al acabar su sesión sexual, poder salir del polideportivo sin que aún hubiera padres esperando a sus hijos; disponer de unos minutos para tomar un café y volver a entrar al patio por separado como si llegaran en aquel momento.
Durante un par de semanas les controlé ausentándome durante unos minutos del aula y excepto los días en que los compromisos laborales de la fémina se lo impidieron, siempre los encontraba en el mismo lugar y llevando a cabo una actividad similar a la que había visto el primer día. Aproveché el día en que tuve que volver a la consulta del médico ya que mi cistitis no mejoraba y la incontinencia urinaria que me producía era cada vez mayor para, al regresar al colegio, entrar en el polideportivo y sin hacer ruido, dirigirme al vestuario donde me encontré a los dos “tortolitos” en plena faena puesto que Emma le estaba chupando la verga a Román.
Pero esta vez no me detuve en la puerta. Entré en el vestuario, me acerqué a ellos y mirando a Emma la pregunté:
“¿Está buena?” .
La mujer me miró un tanto sorprendida y mientras le movía la chorra con su mano me contestó:
“Pruébala tu misma y así podrás juzgar” .
No me lo pensé y poniéndome de rodillas me dispuse a chupar el cipote a Román mientras Emma le tocaba la masa glútea y se masturbaba. La fémina estaba tan húmeda que el agradable sonido de su flujo vaginal me excitó. Pero por más que lo intenté me fue imposible meterme el nabo entero en la boca por lo que, después de mamarle un buen trozo, le chupé el capullo y le pasé la lengua por la abertura mientras le acariciaba los huevos.
“¿Quieres que te moje las tetas con su leche?” me preguntó Emma.
La contesté afirmativamente con la cabeza y olvidándose de su masturbación, se encargó de desnudarme de cintura para arriba con el tiempo justo para que, mientras Emma me apretaba con fuerza las tetas, abría la boca y Román se la “cascaba” delante de nosotras, salieran unos impresionantes chorros de leche que me fueron cayendo en la boca, la cara, el cuello y las tetas. Emma me los extendió por el busto al mismo tiempo que Román me pasaba su enorme pene por el canalillo y los pezones.
Enseguida nos indicó que estaba en disposición de mearse y Emma se apresuró a ponerse en el suelo a cuatro patas para que Román la introdujera entera la picha. El hombre hizo pis a los pocos segundos de penetrarla mientras la fémina se movía como si se la estuviera follando. Emma no tardó en corresponderle echando, al más puro estilo fuente, una larga meada. Después me pidió que la apretara las tetas mientras Román se la tiraba. Una vez más, la segunda eyaculación del hombre tardó en producirse. Emma lo aprovechó para irse “vaciando” con el paso de los minutos hasta que, tras sentir un gran gusto previo, Román la echó una soberbia cantidad de leche con la que logró que la hembra llegara al clímax en dos ocasiones prácticamente consecutivas. Cuándo la sacó la pilila y Emma se incorporó me pude dedicar a chuparle la polla hasta que empezó a perder la erección. Acto seguido, Román se restregó primero con Emma y después conmigo para acabar vistiéndonos tras darnos un beso en la boca. Como era habitual, Emma le dio la ropa interior que había llevado puesta el día anterior y me invitó a que yo hiciera lo mismo aunque solamente se la entregué en ocasiones excepcionales puesto que el desprenderme diariamente de mis prendas intimas me suponía afrontar un gasto importante.
Al salir del polideportivo Emma me preguntó:
“No me negarás que tiene un rabo excepcional con el que reventarnos de gusto a las dos, ¿te ha gustado comérsela?” .
La contesté afirmativamente y me ofreció la posibilidad de seguir relacionándome con él con la intención de que Román se excitara mucho más y consiguiera incrementar su potencia sexual pero consideré que su disponibilidad horaria no era compatible conmigo. Emma me dijo:
“No te preocupes que mañana quedamos y buscamos uno acorde a nuestros mutuos intereses” .
Los tres nos reunimos a última hora de la tarde del día siguiente. Sentados en un banco de un parque público y entre el bullicio de los críos jugando fuimos concretando puntos quedando claro, ante todo, que, aunque buscábamos una relación estable, aquello debía de ser sumamente discreto ya que teníamos hijos y el que nos enrolláramos no debía de interferir en la vida cotidiana con nuestras respectivas parejas. Emma me indicó que la posibilidad de realizar tríos no iba a poder ser todo lo frecuente que deseáramos puesto que sus obligaciones tanto laborales como familiares lo iban a impedir y que, de momento, lo que pretendía era que la supliera los días en que, por una cosa ó por otra, no pudiera acudir a su cita asegurándome que, al menos, dispondría de una sesión a la semana pero siempre fueron de dos a cuatro. Como Román no trabajaba por la tarde decidimos que entre las seis y medía y las ocho de la tarde era la mejor hora para mantener nuestros contactos sexuales y Emma mencionó que ella quería seguir haciéndolo de la misma forma que hasta entonces, es decir, con mamada, “riego” de cara y tetas y penetración vaginal con eyaculación en el interior de su chocho sin descartar que Román la fuera preparando para desvirgarla el culo puesto que, aunque la habían dicho que era una actividad sexual dolorosa a la que costaba mucho acostumbrarse, la gustaría que se fuera convirtiendo en habitual en su relación. Por mi parte comenté que teniendo la raja vaginal tan estrecha era impensable que Román me pudiera penetrar por vía vaginal puesto que si la verga de mi marido, que era mucho menos gorda, me entraba muy justa nuestro nuevo amigo no me iba a poder meter la suya por lo que, aunque también tendría que desvirgármelo y a pesar de que no sentía especialmente atraía por la idea, lo que podía hacer era dejar que me diera por el culo siempre que quisiera a pesar de que con el tamaño de su chorra temía que pudiera desgarrarme el ano.
Román me sonrío y me dijo que había muchas maneras de dar placer a un hombre y que, si con ello me quedaba más tranquila, podía hacerle pajas al mismo tiempo que le hurgaba con mis dedos en el trasero para incrementar su gusto. Su propuesta me hizo recordar lo que había visto tiempo atrás en el water del centro escolar cuándo la fémina “probó” al chico joven de cuerpo atlético entendiendo el verdadero sentido de los hurgamientos anales que le efectuó. Me pareció una idea fabulosa y Román me comentó que, si sabía hacérselo bien, le haría gozar a tope aunque, también, pretendía hacerme disfrutar cada vez que me masturbara ó me comiera el coño.
Hablamos mucho y dejamos concretado casi todo pero nos olvidamos de lo más importante ya que no disponíamos de un sitio en el que mantener nuestro encuentros con la suficiente intimidad puesto que, a esas horas, era impensable tenerla si seguíamos haciéndolo en el polideportivo que estaría ocupado con entrenamientos y confrontaciones deportivas. Emma, que hacía poco tiempo que había cambiado de domicilio, se ocupó de solucionar el problema quedándose con un par de trasteros situados en el sótano del edificio en el que había residido, que era de la propiedad de su padre, mientras Román y yo nos ocupábamos de amueblarlos. Pero hubo que acondicionarlos y entre las obras; instalar un aseo con ducha, inodoro y lavabo; arreglar la instalación eléctrica y poner el mobiliario, que pagó Román pero que compré a mi gusto, compuesto por una gran cama de matrimonio, dos mesillas, un armario y un par de confortables sillones pasaron varios meses en los que, además de hacérselas al aire libre aprovechando las buenas temperaturas de que aún disfrutábamos, solíamos ir con bastante frecuencia al cine buscando películas que llevaran un tiempo en cartel para, unas veces en el water mientras la proyectaban si nos encontrábamos con más gente de la prevista ó en la misma sala si estábamos prácticamente solos, efectuarle las pajas. Me agradaba que me masturbara introduciéndome dos dedos, que eran los que me entraban, por lo que llegué a ir sin tanga y con faldas cortas ó vestidos abiertos que, además de darme un aspecto muy juvenil, facilitaban que me pudiera meter mano. Además y con el mismo propósito, comencé a pasar por su oficina por la mañana antes de acudir al colegio aprovechando que Román llegaba un poco antes de las ocho y que yo no tenía que estar en el centro escolar hasta las nueve y cuarto y a “ordeñarle” en sitios tan morbosos como ascensores ó rellanos de escalera.
Finalmente, nuestro lugar de encuentro quedó muy confortable con los únicos inconvenientes de no disponer de luz natural y de una ventilación adecuada. Lógicamente me ocupé regularmente de su limpieza ya que Emma argumentó que no disponía de tiempo para ello. En pocos días, tras adquirir un completo surtido de “juguetes” y de que Emma y yo lleváramos algunas prendas, sobre todo ropa interior, empezamos a usarlo.
Como habíamos acordado en su día, nos relacionamos con Román por separado y cuándo lo hacía conmigo, se tumbaba en la cama; abría bien sus piernas y dejaba que le acariciara los huevos; le moviera el cipote y que, tras lamerme el ano, le hurgara con ganas y en todas las direcciones en el culo diciéndome:
“Sácame toda la leche y haz que me cague y me mee delante de ti” .
Al principio me puse en las manos guantes de látex sobre todo pensando en su defecación pero pocos días más tarde comprendí que era un gasto inútil ya que podía hacerlo perfectamente sin ellos. Me encantaba “ordeñarle” muy despacio mientras le hurgaba en el culo y a cuenta de ello, logré volver a “romper” y alcanzar dos ó tres orgasmos como a mí me gustaban, intensos y largos, sin necesidad de tocarme. Román eyaculaba con bastante rapidez la primera vez y tras echar la leche, le gustaba que le chupara el capullo para, casi siempre, mearse en mi boca. Los primeros días me pareció repugnante recibir su pis pero no tardé en hacerme y se convirtió en un nuevo aliciente sexual con el que aumentar nuestro placer. Después volvía a efectuarle otra paja con la que me costaba bastante más tiempo sacarle la leche pero, cuándo la echaba, lo hacía inmerso en un gran gusto y soltando mucha más cantidad que la primera vez. Era tan impresionante ver como caían los chorros de semen en su propio cuerpo que siempre llegaba al clímax. Me recreaba mirándole el nabo, con la piel totalmente bajada, tras su descomunal corrida antes de volver a chuparle el capullo mientras notaba como se impregnaban en mierda los dedos con los que le hurgaba en el culo. Cuándo comenzaba a perder la erección le extraía lentamente los dedos del trasero. No me costó hacerme a verle cagar pero sí que fue algo más difícil el acostumbrarme a comer su mierda. Román empezó obligándome a oler y chuparme los dedos en cuanto se los sacaba del culo. Me daba asco y sentía arcadas al hacerlo pero, aunque necesité más tiempo que para habituarme al pis, logré encontrar su punto a la mierda y poco a poco, fui comiendo una mayor cantidad hasta llegar a considerar que el ingerir íntegros sus gordos y largos “chorizos”, según salían por su ano, era algo realmente exquisito.
Una vez que me hice a comer caca, Román no tardó en lograr que me colocara a cuatro patas para provocarme también la defecación, unos días usando sus dedos y otros con un consolador de rosca con estrías, puesto que deseaba verme cagar y poder comerse la mierda según la iba expulsando. Nunca había llegado a pensar que fuera capaz de ponerme tan sumamente “burra” cagándome delante de un hombre y sintiendo que saboreaba la caca como si se tratara del más preciado de los manjares.
Pero Emma, en cuanto se enteró de lo gratificante que nos resultaba aquella actividad sexual, no tardó en disponer de más tiempo libre para poder unirse a nosotros. Al igual que me sucedía a mí, nadie la había penetrado aún por el culo y quería empezar a sentir gusto en su trasero sin necesidad de recurrir a la penetración. Por ello, Román se prodigó en lamernos el ano y en hurgarnos con sus dedos dentro del trasero hasta que conseguía que defecáramos. La caca de Emma solía ser en forma de bolas y al ser una mujer bastante estreñida nos dábamos un atracón impresionante de mierda cada vez que la provocábamos la cagada. Pero Emma quería aprovechar aquello para perder su virginidad anal y un día, según defecaba, le pidió a Román que la diera por el culo. El hombre la metió dos dedos en el ano y la hurgó con ganas en su interior en todas las direcciones haciendo que, aparte de salir mucha más mierda, el orificio dilatara bastante aunque no lo suficiente puesto que cuándo se puso detrás de ella e intentó penetrarla, con Emma a cuatro patas, no logró meterla el pene.
Aquel problema lo resolvió con rapidez ya que haciendo que se acostara boca abajo, la colocó la picha en el ojete y se fue echando sobre ella al mismo tiempo que apretaba. De esta forma y a pesar de que Emma no dejaba de gritar, logró que el orificio dilatara todo lo necesario y que la pilila entrara por completo dentro de su culo. Emma, desesperada por el dolor, se mordía los labios mientras Román introducía las manos por debajo de su cuerpo para poder apretarla las tetas y empezar a moverse con movimientos circulares bastante lentos haciendo que el suplicio de Emma aumentara.
“Me vas a romper el culo, hijo de puta” le dijo.
Pero, poco a poco, se adaptó al dolor y empezó a colaborar moviéndose y oprimiendo la polla con sus paredes réctales.
“No sé hasta donde me la has metido pero creo que me has atravesado el intestino” dijo Emma.
Román fue aumentando progresivamente la intensidad de sus movimientos hasta que, en pocos minutos, la llenó el culo de leche.
“Madre mía, lo que me estás echando” comentó la fémina.
El hombre no sabía si continuar ó sacársela pero Emma le dijo:
“Sigue, sigue, que me está empezando a gustar y quiero que te mees dentro de mi culo” .
Enseguida la complació y Emma alcanzó, casi al mismo tiempo, un orgasmo vaginal y otro anal. Al sentirse plenamente satisfecha empezó a moverse hacía adelante y hacía atrás mientras Román volvió a encularla con movimientos circulares hasta que, de nuevo, eyaculó en gran cantidad en el interior de su trasero. Después de echarla el segundo polvo llegó lo peor puesto que, al ir a sacársela, el hombre se dio cuenta de que el capullo había quedado aprisionado en el intestino de la hembra y no tenía la menor idea de como podía liberarlo. Emma se puso histérica y empezó a decirle que hiciera algo. A base de paciencia y a medida que fue perdiendo la erección logró extraerla el rabo. Emma, en cuanto se tranquilizó un poco, le dijo:
“Vaya susto que me has dado. Pensaba que nos quedábamos así para el resto de nuestra vida” .
Pero ni el aprisionamiento de la verga ni el intenso dolor que tuvo que soportar impidieron que tres días más tarde volviera a poner su culo a plena disposición de Román que logró “clavársela” colocada a cuatro patas. En pocos días me percaté de que, a cuenta de dejarse encular, Emma se estaba haciendo en exclusiva con el hombre. Cuándo se lo eché en cara me dijo que hiciera como ella y pusiera el trasero para poder repartirnos los polvos. Viendo que me había dejado cortada con su respuesta me explicó que a los hombres había que mantenerles estimulados dándoles una gran variedad sexual y que, aunque a Román y a mí nos resultara agradable y placentero que le hiciera pajas mientras le hurgaba en el culo y el prodigarnos en provocarnos la defecación, llevábamos mucho tiempo centrados en aquello y que, aunque ella rompía la monotonía con sus mamadas y la penetración vaginal, había que probar cosas diferentes y era evidente que, en esos momentos, lo más excitante para Román era poder darnos por el culo con mucha regularidad.
Muy a mi pesar no me quedó más remedio que permitir que Román me penetrara analmente con lo que, como me había indicado Emma, se ponía a tope pero no tardé en lamentar aquella decisión puesto que no me acostumbré con la misma facilidad que ella y en mi caso, además de tener que soportar dolores intensísimos y los grandes estragos que la descomunal chorra del hombre causaba en el interior de mi trasero sobre todo durante la penetración, me suponía el acabar inmersa en unos importantes procesos diarreicos que se mantenían varias horas y padecer todo tipo de molestias anales durante días de las que no me había recuperado cuándo, de nuevo, me volvía a dar por el culo. Para colmo y mientras con Emma este problema parecía superado, la punta del cipote de Román solía quedarse encajado en mi intestino y el proceso para liberarlo era cada día más complicado y de mayor duración al mantenérsele la erección durante más tiempo.
Llegamos a practicar el sexo anal a días alternos. Emma, que siempre era la primera en poner el trasero, parecía disfrutar con mi suplicio y no pareció estar a gusto hasta que, un par de meses más tarde, logró que Román me diera por el culo acostada boca abajo con la intención de permitir que ella se echara sobre el hombre para encularlo con la ayuda de una braga-pene. Román me echaba dos polvazos y una larga meada en el interior del ano y aún disponía de un buen rato para seguir dándome por el culo con su nabo totalmente tieso hasta que Emma se cansaba y procedía a extraerle lentamente la braga-pene para que Ramón, a su vez, pudiera proceder a sacarme su miembro viril con lo que se completaba mi suplicio a cuenta del complejo proceso que suponía liberar la punta del pene de su aprisionamiento en mi intestino. Aparte de soportar mucho peor que ella que me enculara, en cuanto me extraía la picha sentía un gran vacío en mi trasero y sin que pudiera hacer nada por evitarlo, liberaba el esfínter y defecaba lo que permitía que Emma y Román se dieran un gran festín comiéndose mi caca sin importarles que, tras el sexo anal, la inmensa mayoría de las veces fuera líquida y maloliente.
Pero Emma comenzó a portarse como la autentica golfa que era y de inicio, me dijo que dejara de realizar mis visitas matinales a Román en su despacho puesto que había acordado con él que, aprovechando que su marido salía muy temprano de casa, la visitara todos los días en su domicilio a primera hora de la mañana para poder chuparle la pilila; cabalgarle y penetrarla vaginalmente colocada a cuatro patas con la comodidad que suponía el hacerlo en una cama. Aquello no me sentó demasiado bien y la dije que, como me encontraba en una situación similar a la suya ya que mi marido también madrugaba para irse a trabajar temprano, consideraba que, al menos, deberíamos de repartirnos las relaciones sexuales matinales pero la muy cerda se limitó a contestarme que hubiera tomado la iniciativa antes. Aparte de enfadarme con Emma, no llegaba a comprender que Román pudiera llegar a su trabajo todos los días alrededor de las nueve y medía de la mañana y que nadie le dijera nada aunque más tarde me percaté de que Emma, a través de sus influyentes amistades, se había ocupado de que los superiores del hombre hicieran la vista gorda ante los continuos retrasos que sufría a la hora de comenzar su jornada laboral.
Unas semanas más tarde se hizo habitual que Román dejara de acudir a nuestras citas. Emma me indicó que un hombre tan bien dotado como él tenía sus compromisos sexuales y que, al llevar bastante tiempo con nosotras, teníamos que comprender que, de vez en cuándo, le resultara grato y necesario cambiar de “yeguas”. A pesar de que cada día me encontraba más incomoda con ella, logró convencerme de que nosotras solas también podíamos pasarlo muy bien y durante un tiempo me prodigué en comerla la seta hasta la saciedad mientras ella se encargaba de penetrarme por vía vaginal con una braga-pene provista de un “instrumento” muy largo que entraba bastante justo en mi almeja y analmente con otra dotada de un miembro mucho más gordo.
Finalmente, una tarde Emma me confesó que las ausencias de Román se debían a que estaban siendo objeto de una especie de chantaje ya que, desde que comenzaron a mantener en su casa el contacto matinal, una de las sirvientas había sospechado que mantenía relaciones sexuales extramatrimoniales en su propio domicilio y en la misma cama que compartía con su marido. Lo comentó con la otra asistenta con la que se repartía las labores domesticas y esta decidió espiarles. Un día entró en la habitación cuándo Emma, que estaba cabalgando a Román, se encontraba en pleno orgasmo y apretándola con fuerza las tetas, la besó en la boca. Emma respondió de acuerdo con lo que la mujer esperaba de ella por lo que, tras llamarla guarra, la cogió de la cabeza y apretándola contra su boca, la fue echando un montón de saliva mientras la besaba para, acto seguido, mamarla las tetas. Desde aquel día la mujer presenció casi todas sus relaciones sexuales puesto que a Román le ponía aún más que estuviera presente llegando a echar tres polvos a Emma que, aunque la molestaba que la sirvienta no dejara de llamarla fulana, guarra y puta, también consideraba que con su presencia aumentaba su placer. Según lo que habían acordado entre ellos, la sirvienta debía de limitarse a mirar pero, además de masturbarse poniéndose cerca de la cara de Román, tocaba a Emma cuándo lo consideraba oportuno y no dejaba de hacer comentarios sobre lo golfa que era y el gusto que tenía que darla la excepcional polla de Román y sus gordos “cojonazos”, como a ella la gustaba llamar a los huevos, llenos de leche. Cuándo se ofreció a grabar sus encuentros, Emma y Román no se opusieron pero aquello se volvió contra ellos ya que la asistenta, amenazándoles con hacer llegar a sus respectivas parejas algunas de las cintas grabadas, logró que Emma la comiera el chocho de dos a tres veces al día y que Román se la tirara diariamente entre las seis y las ocho de la tarde que era cuándo las hijas de Emma, después de haber estado ocupadas con sus actividades extraescolares, regresaban a su domicilio.
No me agradan los chantajes pero debo de reconocer que me alegré por el mal comportamiento que Emma había tenido conmigo. Además, una vez que habían accedido al primero, la asistenta los tenía a su merced y aparte de que consideré que había conseguido ser intocable en su puesto de trabajo, fue logrando todo lo que se propuso hasta el punto de que, aunque no llegó a llevarlo a cabo, Emma se vio obligada a aceptar de buen grado que la asistenta pudiera acostarse con su marido con la intención de darle mayor gusto que ella.
Viendo que la situación se la había ido de las manos decidió recurrir, de nuevo, a sus amistades para hacerse con los vídeos y librarse, de una manera bastante discreta y rápida y a cambio de mucho dinero, de la asistenta pero lo que no pudo evitar fue que su marido se enterara de todo por lo que decidieron darse una tregua para ver si su relación debía de continuar ó era más conveniente que se separaran. Lógicamente, optaron por esta última solución y Emma decidió intentar superarlo viviendo de continuo con Román y centrándose en su trabajo.
Para entonces nuestras relaciones sexuales lesbicas eran cada vez más esporádicas hasta que se rompieron definitivamente cuándo conocí a Judith, la hermana de una de mis compañeras de educación infantil. La hembra era una lesbiana sumamente atractiva dotada de unas tetas maravillosas y un coño muy abierto, húmedo y jugoso que vivía con sus dos “amiguitas”, Fátima y Lidia, unas preciosas estudiantes rubias y muy delgadas con un tipo de lo más sugerente que evidenciaban ser golfas y guarras. Al principio me convertí en una especie de criada para ellas encargándome, diariamente y durante casi dos horas, de darlas gusto a través de la masturbación; de comerlas la seta; de beberme integras sus meadas; de provocarlas la defecación para juntar en un recipiente su caca que solíamos ingerir al finalizar la sesión y de forzarlas al máximo usando unos días unos gruesos consoladores de rosca con estrías y otros mediante un fisting vaginal extremo a dos manos. Como compensación, ellas me solían penetrar con las bragas-pene que Emma había utilizado anteriormente conmigo y las encantaba que, con la ayuda de un embudo, las echara mi pis dentro de la almeja y del culo ó que me meara con una parte de sus tetas introducida en mi vagina.
Como Judith trabajaba como enfermera no la fue difícil hacerse con unos fórceps. Me dijo que si quería podía abrirme el chocho a tope para que pudiera disfrutar plenamente mientras Fátima y Lidia me daban gusto pero sin que tuviera continuidad ya que, aunque tardaría unas horas, en cuanto me los quitara la raja vaginal se contraería hasta volver a su posición inicial. La verdad es que tenía mucho miedo a pesar de que la fémina me comentó que lo más que podía pasarme era que sufriera un desgarro vaginal pero me armé de valor y la permití que lo intentara. Me hizo mucho daño hasta que logró colocarme uno de arriba abajo y el otro en sentido transversal pero logró que mi coño se convirtiera en una espléndida “cueva” de la que las tres hembras comenzaron a sacar un gran provecho obligándome a mear y prodigándose en hacerme fistings vaginales a dos manos que más adelante y tras ponerme un nuevo fórceps en el culo, también fue anal. Aunque a duras penas llegaba al límite de mis tres orgasmos sentía un gusto descomunal y me “vaciaba” completamente por delante y por detrás bajo su atenta mirada hasta que me dejaban completamente exhausta.
La siguiente idea de Judith fue la de filtrarme con un producto que no se había llegado a comercializar en farmacias y que, tras ser inyectado en el clítoris usando una aguja fina y muy larga, no tardaba en hacer efecto provocando un “vaciado” integral. La duración de sus efectos, que oscilaba entre cinco y diez minutos, dependía de la fortaleza de la mujer pero hasta la más frígida alcanzaba un montón de orgasmos consecutivos y vaciaba por completo su vejiga urinaria y la mayoría de las veces, el intestino. En mi caso, además de conseguir que “rompiera” con una facilidad pasmosa y que me “vaciara” sin dejar de levantar el culo y de moverme como si me estuvieran follando, logró que llegara a perder la cuenta del número de orgasmos, todos ellos intensos y largos, que alcancé. Nunca había llegado a pensar que fuera capaz de llegar al clímax tantísimas veces y de una manera tan seguida. Pero el producto no se había comercializado por el montón de contraindicaciones que tiene y yo no me libré de parte de ellas. De inicio, no se aconsejaba inyectar más de una ampolla a la semana y Judith me solía filtrar unas tres veces cada quince días y al finalizar sus efectos, me sentía como una autentica braga, descompuesta, escocida, revuelta e incluso, ligeramente ida. El “vaciado” integral me obligaba a reponer líquidos de inmediato por lo que, en poco tiempo, me bebía un montón de botellas de agua lo que, a su vez, ocasionaba que por la noche tuviera muchas ganas de hacer pis pero por más que lo intentaba no conseguía echar más que unas gotas mientras la vejiga urinaria se seguía llenando hasta llegar a sentir que me iba a explotar lo que me obligó a recurrir a Judith que, metiéndome un par de dedos, me la apretó y me hizo vaciarla. Después de estos periodos en que la fémina se tenía que ocupar un par de veces al día de este menester, venían otros en que el pis se me salía casi de continuo haciendo que cada pocos minutos sintiera una imperiosa necesidad de mear lo que acabó por agravar mis cistitis. Además, cada vez que me filtraban notaba que liberaba con demasiada facilidad el esfínter y que, con meterme un dedo en el culo, era suficiente para que defecara.
Pero Judith y sus amigas estaban dispuestas a convertirme en una golfa tan sumamente guarra como ellas y para lograrlo recurrieron a un pastor alemán que tenía una amiga de Lidia al que había adiestrado para que la lamiera hasta la saciedad y se la follara. Nunca me había fijado en el miembro viril de estos animales pero aquel estaba dotado de un rabo tan gordo y largo como la de Román y parecía muy complacido cada vez que, con la ayuda de los fórceps, me la “clavaba” y me follaba lo que empezó haciendo una vez a la semana para no tardar en meterme su verga a días alternos. Aunque la amiga de Lidia nunca le había dejado eyacular en su interior, al hacerlo conmigo le obligaban a seguir hasta que, en eyaculación única, me echaba una gran cantidad de semen. Judith solía hurgar al perro en el culo con dos dedos cuándo veía que estaba a punto de “explotar” y al animal parecía gustarle aquella manera de ayudarle a correrse con mayor rapidez y en abundancia aunque también solía defecar una buena cantidad de bolas de mierda en cuanto le extraía los dedos. Fátima, por su parte, aprovechaba mi gran “cueva” para meterme junto a la chorra del perro que le ponía en la punta del cipote con intención de evitar que me echara muy profundos los chorros de semen.
Pero aquellos contactos con la zoofilia me hicieron ver que mi estrechez vaginal volvía a ser un problema ya que, sin recurrir a los fórceps, resultaba imposible que el perro de la amiga Lidia me penetrara. Judith me puso en contacto con un especialista que, una vez más, me hizo un montón pruebas antes de animarme a que me volviera a operar asegurándome que me agrandaría considerablemente la raja vaginal. Pero, para poder llevarlo a cabo, me vi obligada a contarle a Esteban, con el que continuaba siendo muy regular en mantener la relación sexual con penetración de la noche de los sábados y en efectuarle pajas lentas al despertarse, que llevaba varios meses manteniendo relaciones sexuales con otras mujeres. Mi marido se mostró mucho más razonable de lo que esperaba y me dijo que mientras no le “pusiera los cuernos” con otro hombre no se opondría a que lo hiciera con ellas y que, siempre que aceptara que fuera el único que “explotara” el lado hetero de mi tendencia bisexual, estaba dispuesto a permitir que Judith y sus amigas vivieran con nosotros con la seguridad de que las respetaría. Judith se lo pensó pero, animada por Fátima y Lidia, terminó aceptando.
Como las cuatro teníamos nuestras ocupaciones y muy poco tiempo libre decidimos repartirnos entre Judith y yo el coste que suponía contratar una criada interna para que se ocupara de las labores domésticas y de la atención a Gonzalo y Blanca Delia, mis hijos. Buscábamos a una persona conocida y de confianza por lo que al enterarme de que Patricia, la hermana mayor de una de mis alumnas, había dejado sus estudios para buscar un trabajo digno en lo que fuera con intención de poder independizarse y no tener que soportar por más tiempo a su madrastra, nos entrevistamos con ella. Nos encantó y especialmente a mí puesto que me sentí atraída por la joven desde el primer momento y además, resultó ser sumamente activa en el desarrollo de su labor. En muy pocos días pude ver que la chica tenía una clara tendencia bisexual por lo que no puso el menor inconveniente para aprovechar cada ocasión que se nos presentaba para, a solas ó acompañadas por Fátima, Judith y Lidia, poder darnos un buen “revolcón” echada la una sobre la otra para restregarnos hasta que, después de varios orgasmos, nos meábamos de gusto. Acto seguido, la realizaba un fisting vaginal extremo viéndola “vaciarse” mientras disfrutaba y sin necesidad de tocarme, alcanzaba un orgasmo tras otro.
Esta vez tuve más suerte y la intervención quirúrgica fue un éxito. Después de pasarme más de dos meses inmersa en un periodo de abstinencia sexual y con el “muelle” regulador de mis meadas demasiado flojo, ahora dispongo de una raja vaginal amplia, muy abierta y con el clítoris abultado lo que me hace excitarme con suma facilidad y llegar al clímax hasta límites que nunca había pensado alcanzar. Este hecho, junto a que Patricia empezó a “sacarle la leche” con las pajas lentas matinales y de conocer mi relación lesbica, motivó que Esteban se pusiera mucho más y me volviera a follar con una mayor regularidad, de dos a tres veces por semana y como hacía bastante tiempo que había dejado de tomar anticonceptivos, actualmente estoy engendrando el que será nuestro tercer hijo. Cuándo me confirmaron que estaba preñada la noticia nos cayó, sobre todo a mí, como una autentica losa pero, tras asimilarlo, lo hemos aceptado y esperamos el nacimiento del nuevo niño ó niña, del que aún no conocemos su sexo, con alegría e impaciencia mientras Fátima, Judith, Lidia y Patricia se han adjudicado el papel de tías del bebé que deberá de nacer dentro de cuatro meses.