Una ardiente mañana 2
Es una continuación de mi relato anterior. Aquí, podremos ver como las dos mujeres maduras avanzan en su relación
Una mañana ardiente. Segunda parte.
Dos mujeres de algo más de cuarenta años están sentadas, frente a frente, en una mesa situada en una terraza de verano. Sobre la mesa, varios platos y una botella de buen vino. En torno a ellas, otras mesas, parejas, familias, camareros, en fin, todo el trasiego típico de una terraza en pleno verano, con la salvedad de que, en esta tarde en concreto, no hay mucha gente, al menos, no demasiada. La luz solar está en declive, y cubre con una tonalidad amarillenta y suave todo lo que toca, incluso las caras de las dos mujeres, que sonríen, evidentemente felices. A lo lejos, tras ellas, en un marco que parece irreal, espejea un río y unas montañas azuladas compiten para acoger al Sol en su irrefrenable caída.
Una de las mujeres, cuyo nombre es Laura - delgada, elegante- lleva una blusa de buena calidad, algo ceñida, realzando así un busto no muy grande. Además, lleva una falda corta de color oscuro, extendida sobre unas piernas cubiertas por unas medias gruesas y opacas de tela negra. Las piernas son largas y bien formadas, aunque se adivine con facilidad la blandura de unos muslos y unos músculos que ya no tienen firmeza. Unos zapatos de color vino, de tacones de media altura, abrazan unos pies de tamaño medio, aparentemente también muy bien formados. La blusa es de manga corta y los brazos de la mujer- largos, blancos, de piel suave- descansan sobre la mesa. Unas manos también muy blancas, con venas visibles debido a la edad, de dedos largos y finos y uñas muy cuidadas, coronan los delgados brazos. Un rostro de forma oval, con unos hermosos ojos grandes y de un profundo gris cielo, con una nariz pequeña y respingona y una boca de labios finos completan un conjunto, si no de una increíble belleza, si de cierto atractivo, sobre todo teniendo en cuenta la edad de la mujer, ya en plena madurez.
Frente a ella, sonriendo también, estaba la otra mujer. Su nombre es Almudena y es aún más delgada que Laura. También tiene cuarenta y pocos años y…ahí se acaban las semejanzas. Almudena no es bella, ni siquiera un poco atractiva. Es, sinceramente, fea. Pero no es desagradable, a pesar de la tristeza que, aún en plena sonrisa, vela sus ojos, saltones y nada bonitos, protegidos tras unas gafas de diseño anticuado... Su frente abombada y demasiado grande, su pelo ralo, teñido- mal teñido- de rubio y su boca grande de gruesos labios, componen un conjunto poco agraciado. Si a ello añadimos que su cuerpo es más bien desgarbado, sin cintura, con un trasero plano y unas piernas sin muchas curvas, más bien rectas , antes que sensualmente moldeadas , y unos pies grandes, embutidos en zapatos planos, tenemos el esbozo de una mujer que , precisamente, no levanta pasiones amorosas a su paso. Si es que alguien se fija en ella, puesto que Almudena suele vestir, como ahora hace, con ropa elegida de tal modo que su dueña parece querer mimetizarse con el entorno y pasar desapercibida. Totalmente desapercibida. Y lo logra, pues, aunque su ropa es de calidad, los pantalones de perneras anchas color tostado oscuro que lleva, asi como su blusa blanca de manga larga y sus zapatos negros, no destacan ni lo más mínimo. Laura, en cambio, elige la ropa no para pasar desapercibida, sino para intentar destacar con estilo, para intentar decirle al mundo: “¡eh, mundo, estoy aquí! Puede que esté soltera, puede que no tenga amigos, puede que mis compañeros de trabajo me consideren una fracasada por no estar ya casada y con hijos, pero aquí estoy. Todavía estoy en pie, todavía puedo luchar.”
En eso piensa Laura ahora mismo, mientras mira como sonríe, tímidamente, Almudena. Laura también sonríe, sintiéndose feliz, sintiendo que se le ensancha algo muy adentro, algo que ya ni siquiera recordaba que tenía. Además, se da cuenta de una cosa curiosa: la primera vez que vio a Almudena, esperando un taxi, bajo la lluvia, le pareció fea. Ahora, sin embargo, no es asi. No le parece fea en absoluto. No sabe si es por su sonrisa triste, por su mirada tierna y perdida, o por su forma de caminar, algo encorvada, como teniendo miedo de algo. No sabe lo que es, pero si sabe que Almudena ya no le parece nada fea; al contrario, incluso,- aunque intenta acallar este extraño sentimiento -, se siente atraída por ella. Antes de conocerla, sus noches eran profundas y negras, tristes y sin sentido. Se daba vueltas y vueltas en la cama, intentando en vano dormir. Muchas veces, solo lo conseguía después de masturbarse de forma frenética, sin pensar en nada, casi llorando de soledad. Ahora, en cambio, puede conciliar el sueño de forma armónica. Y cuando su mente vuela libre, la imagen de Almudena se le presenta y la reconforta. En ocasiones, incluso, esas imágenes de Almudena llevan consigo connotaciones sexuales que Laura intenta reprimir. Le parece rastrero, sucio, pensar en Almudena de esa forma y enseguida aparta las imágenes que su mente congrega, imágenes de Almudena con poca o ninguna ropa encima.
-¿En que piensas?- le pregunta Almudena, mirándola a los ojos-Te veo algo, no se, algo triste.
-¿Triste? No, al contrario, Almudena. Yo…no estoy triste. Estaba pensando…estaba pensando en lo bien que me siento, en lo que me gusta estar aquí contigo, en este lugar, ahora, en este momento. Es algo maravilloso, sentirse tan bien.
Almudena sonrió y Laura siente que algo se le derrite por dentro.
-Yo también me siento bien, Laura. Muy bien. Me gusta estar contigo…quiero decir, me gusta que seas mi amiga…no tengo muchos amigos. Siempre he estado un poco sola.
-A mi también me gusta que seas mi amiga, Almudena- le contesta Laura. Y Almudena roza con una de sus manos, sin querer, una mano de Laura. El contacto se prolonga durante unos instantes tan solo, pero es suficiente como para que ambas mujeres sientan que algo más allá de todas sus previsiones está ocurriendo. Almudena baja los ojos, avergonzada, y Laura retira la mirada, perdiéndola en el río lejano. Luego, las dos intercambian algunas palabras sin importancia y llaman al camarero para pedir la cuenta. Poco después, tras un viaje corto en el coche de Laura, están paseando por la orilla del río, por un pequeño paseo arbolado sobre el que el Sol abate sus últimos rayos.
Pasean despacio, resonando sus pasos en el suelo polvoriento. Miran al frente y a los lados y, a veces, sus ojos se encuentran, de modo fugaz.
-¡Mira!- exclama de pronto Laura, con una plena sonrisa en la boca-¡El último rayo de sol! Es precioso. El último rayo de Sol del día siempre ilumina todo de un modo mágico, melancólico. Como si quisiera, con su luz, embellecer nuestro mundo de un modo especial, como si fuera la última vez. Y ahora, nos ilumina a nosotras. ¿Que te parece?
-Es muy hermoso. Y las cosas que dices son tan bonitas…- dice Almudena, mirando a Laura...
-Oh, gracias, no es nada, es solo que, siempre he apreciado ese último destello y quería compartirlo contigo- contesta Laura, mirando también a su amiga. Pero pronto ambas bajan la mirada y hablan de otras cosas, cosas del día a día, menudencias. El sol ya se ha ocultado y aunque aún queda algo de luz, es evidente que durará poco.
-Hace frío- dice Laura- pero este sitio es tan bonito…me quedaría aquí toda la vida. Sobre todo en esa casa tuya tan hermosa, Almudena.
-Mi casa es tu casa, Laura, ya te lo he dicho.
-Si, lo se, eres muy buena conmigo. Mira, yo…antes dijiste que estabas sola, que siempre has estado un poco sola. Y la verdad es que yo también he estado casi siempre un poco…bueno, un mucho, si se me permite decirlo asi, sola. Siempre sola. Pero ahora no. Ahora, tengo una amiga.
Y Laura mira a Almudena de un modo especial, como queriendo comunicarle con la mirada algo que con palabras es muy difícil de describir. Algo que tiene que ver con la soledad, con la amistad reencontrada cuando ya parecía todo perdido, con la belleza del atardecer, y con ese algo extraño y profundo que desde que se encontraron las está envolviendo a las dos, de un modo silencioso, pero pertinaz.
Almudena bebe todo eso en la mirada de su amiga y, rápidamente, se fija además en su rostro: Laura le parece ahora más bella que nunca antes y lo que siente por ella está a punto de desbordar todas las limitaciones que se ha auto-impuesto. Y siente una honda pena por Laura, por lo que sucedió dos días atrás. Aquella mañana, Laura se desnudó en el jardín, creyéndose en soledad, y empezó a masturbarse, casi sin querer. Almudena, por pura casualidad, la vio. Pero no dijo nada. Subyugada por la belleza de Laura, dominada por la pasión que sentía al ver desnuda a su amiga, al verla masturbándose, Almudena siguió mirando hasta el final, sintiéndose realmente excitada. Luego, fingió que acababa de regresar a casa. Laura, al escuchar ruido en la cancela, huyó con rapidez, sin sospechar nada, sin sospechar que en realidad la han visto y que su más íntimo acto ha sido contemplado por otra persona. Almudena se siente mal por eso, puesto que, además, es su intención seguir espiando a su amiga, regresando con antelación secreta de sus compras, para asi tener la oportunidad de verla de nuevo. De verla desnuda. De verla masturbándose. No quiere intervenir, no quiere sorprenderla y forzar nada, pues piensa que no tiene ninguna oportunidad y que Laura, horrorizada, la rechazará. Se contenta con la ilusión de que mañana, tal vez, pueda ver de nuevo a Laura desnuda. Y eso la excita. No puede luchar contra ese deseo, contra esa excitación, a pesar de sentir, por otra parte, que está traicionando a su amiga, espiándola en un momento de suma vulnerabilidad e intimidad, un momento que nadie debería conocer.
-Yo también tengo ahora una amiga. Y no quiero perderla por nada del mundo.- susurra Almudena, pensando que tal vez se ha excedido, que tal vez ha sido un poco cursi, o ha ido demasiado rápido. Pero la mirada de Laura le indica que no debe temer nada. Realmente, es su amiga. Comprendiéndolo, Almudena siente como las lágrimas de agradecimiento acuden a sus ojos y tiene que desviar la mirada.
-¿Te ocurre algo, estás mal?- le pregunta Laura, sinceramente preocupada.
-No, no es nada. Debe ser el frío. Por la mañana, calor, y, por la tarde, frío. ¡Que sitio, eh!-contesta Almudena, intentando desviar la atención de Laura.
-Es precioso. Un lugar que nunca olvidaré. Y todo gracias a ti. Mira, allí hay un muro. Podemos sentarnos en él y esperar un poco, a que te recuperes. Me pareció que te indisponías un poco.
-No, si no hace falta, yo…estoy bien…-
-Nada, a sentarnos, y no hable más. Además, tengo ganas de ver como se va yendo la luz y las sombras envuelven poco a poco el río y los árboles.
Convencida, Almudena se deja llevar y ambas se sientan en un muro derruido, que parece tener siglos de antigüedad. Como si siempre hubiera estado allí, contemplando el río, construido hacía mucho tiempo por hombres olvidados, en un mundo muerto y desaparecido.
Se sientan juntas, rozándose. No hablan, solo se dejan llevar por los sonidos de la naturaleza que se apaga y de la noche que se enciende. Cada una oye y siente la respiración de la otra y se sienten unidas, envueltas por algo superior que no requiere palabras. Laura balancea las piernas. Y en un momento dado, uno de sus zapatos cae al suelo. Hay todavía luz suficiente, y Almudena contempla, arrobada, la belleza del pie desnudo de Laura, cubierto por la media negra y gruesa, pero del que puede atisbar con facilidad el contorno de los dedos y la armonía del tobillo. Laura inclina hacia adelante el pie, adoptando, sin quererlo siquiera, una postura muy sexy. A Almudena el corazón le tiembla de emoción, y de pronto, se fija en el zapato. El zapato de Laura ha ido a caer cerca de ella, justo a sus pies. Baja del muro con rapidez y alza el zapato en una mano, victoriosa.
-Oh, Almudena, déjalo, ya puedo yo sola….no soy tan niña…- dice Laura, sonriendo.
-Vamos, vamos, Princesa, yo te podré el zapato…- le dice Almudena, devolviéndole la sonrisa y adoptando un tono de voz teatral.
-¿Era una Princesa? ¿No era una Cenicienta, o algo así?- dice Laura, riendo ya francamente.
-Cenicienta, Princesa… ¡que se yo!- asiente Almudena, que ha cogido con una de sus manos el pie descalzo de Laura. Durante unos segundos, o incluso menos, lo acaricia desde el talón hasta la parte baja de los dedos, y luego, pasa la mano por la parte superior, aleteando sobre las uñas y más arriba. Para finalizar, lo sostiene agarrándolo con delicadeza por el tobillo, y lo inserta en el zapato.
-Oh, gracias- dice Laura, que solo ha sentido una leve caricia que se ha posado sobre su pie. Pero para Almudena no ha sido solo eso. Ha sido un mundo de sensaciones, condensado en unos segundos, durante los cuales, se sintió terriblemente excitada y agradecida, por poder estar ahí, acariciando el pie de Laura.- ¡Espera! ¿No era el Príncipe Azul el que le ponía el zapato correcto a la Cenicienta? ¡Entonces, tú eres mi Príncipe Azul!
Laura rió su ocurrencia, aunque no se le escapaban sus implicaciones. Almudena también rió y luego, asintió, mientras, por sorpresa, acariciaba por última vez el tobillo de Laura:
-Bueno, en todo caso, debo ser tu Princesa Azul, ya sabes…- contestó, mirando a través de los cristales de sus gafas a Laura. Fue una mirada sostenida por ambas mujeres durante unos instantes. Luego, los grandes y bellos ojos de Laura y los más vulgares de Almudena, tomaron rumbos diferentes, visiblemente alterados por lo que parecía haber estado a punto de ocurrir.
El frío es cada vez más intenso y la oscuridad está avanzando a marchas forzadas. Las dos amigas saben que deben irse de allí. Sin hablar, inician el camino de regreso al coche, que no está aparcado muy lejos. Las dos miran al suelo y de cuando en cuando se miran a la cara, furtivamente, evitando prolongar demasiado la mirada.
-Hace frío, eh- dice Laura, por decir algo.
-Oh, si, mucho, ya te lo dije, aquí ocurre eso con frecuencia.- contesta Almudena, sin saber ni siquiera muy bien lo que dice.
Al fin en el coche, el calor las hace más habladoras y, sonrientes, comentan la comida en el restaurante, lo que piensan hacer mañana…
Por cierto- dice Laura, como de pasada- mañana… ¿también vas a ir a hacer la compra al pueblo?-
Si, si, tengo que ir mañana sin falta, Laura, nos estamos quedando sin reservas- contesta Almudena, mirando de reojo a su amiga. Está nerviosa, como si estuviese cometiendo un delito. Pero también se siente exultante: si Laura lo ha preguntado, es que seguramente pretende tumbarse desnuda de nuevo en el jardín. Y ella regresará justo a tiempo para disfrutar de esa maravillosa visión.
-Almudena, ya sabes que puedo ir contigo, si quieres, no me gusta que siempre lo hagas tu todo, como si yo fuera una reina.-
-Eres mi invitada, Laura, y yo haré las compras. Tú disfruta de la tranquilidad, relájate, pasa el tiempo como quieras. No has venido aquí para perder el tiempo haciendo la compra. Eso es cosa mía y no hay más que hablar.- dice Almudena, dejando las cosas claras, pero sin perder la sonrisa. Laura asiente, sonriendo a su vez, y sintiéndose, también, aliviada. Ahora es seguro que mañana podrá tumbarse de nuevo a tomar el sol, totalmente desnuda. Almudena siempre se toma su tiempo para hacer la compra.
-Laura…mira…la verdad es que mañana, además de hacer la compra, tengo que ir a arreglar un asuntillo en el Ayuntamiento. Lo digo para que no te preocupes si tardo mucho, y estés tranquila.
Almudena ha dado el golpe de gracia. Al decirle esto a Laura le ha indicado con claridad meridiana que dispone de mucho tiempo para hacer lo que quiera en la casa…por ejemplo, masturbarse desnuda en el jardín. Y Laura así lo comprende y se alegra por dentro.
-Bien, pero no tardes, Almudena, que me aburro mucho sola en tu gran casa.
-Haré lo posible, pero ya sabes como son esas cosas en el Ayuntamiento…papeleo, más papeleo, en fin, que es posible que tarde bastante, asi que…tú, tranquila y disfruta de la soledad.
-Lo haré, si no tengo más remedio- contesta Laura. Y el coche continúa acelerando, en dirección a la casa. Laura sonríe mientras conduce, anticipando ya lo que hará mañana, en cuanto se encuentra a solas. Almudena también sonríe. Todo está saliendo bien. Demasiado bien.
Por la noche, en la casa, después de una película en la televisión y una charla sin mucha importancia en el salón, las dos mujeres se despiden hasta el día siguiente y cada una se va a su habitación. Las dos duermen en el piso de arriba de la casa, en habitaciones no muy alejadas entre si. Laura, una vez cierra la puerta y se encuentra a solas, se pone a rememorar el día transcurrido y no deja de tomar nota del roce con la mano de Almudena, y del modo tan delicado y suave en que su amiga le cogió el pie. Y sobre todo, toma nota de las sensaciones extrañas, abruptas y avasalladoras que irrumpieron entonces en su mente. Sensaciones de placer, de alegría.
-¿Qué me está pasando?- susurra Laura mientras se quita la ropa, hasta quedarse solo con las medias, las bragas y el sujetador, todo ello de color negro oscuro. La mujer madura siente que un calor intenso le sube desde el bajo vientre y que siente deseos de apagar ese calor.-Estoy excitada…y no dejo de pensar en Almudena.
De nuevo, casi sin su concurso, su mente convoca para ella imágenes ficticias en las que aparece Almudena, totalmente desnuda. Laura intenta resistirse, pero esta vez es inútil. Necesita aplacar el intenso océano de calor que inunda su cuerpo. Se tumba sobre la cama, boca arriba, se abre de piernas- unas deliciosas y bellas piernas, cubiertas hasta medio muslo por unas medias negras opacas- y se introduce una mano debajo de las bragas. Laura se masturba sin quitarse las bragas, tan solo se las baja un poco, dejando a la vista la parte superior de su velluda entrepierna y la parte superior de su trasero. Sus dedos hacen el trabajo. Un trabajo rápido. Laura quiere correrse pronto, terminar pronto. No le gusta masturbarse allí, en la casa de su mejor- y única- amiga, le parece una aberración. Y peor le parece imaginarse a Almudena desnuda, pero no lo puede evitar. Ya no. Se acaricia el sexo con rapidez e intensidad y al poco tiempo, Laura alcanza el orgasmo y ahoga un profundo gemido de placer. Un maravilloso orgasmo estalla en su sexo; Laura aferra con violencia las sábanas con la mano que le queda libre, mientras se corre, mordiéndose los labios, luchando para no gritar de placer. Aún así, un audible y suave gemido emana de su boca, a la vez que una abundante profusión de jugos cremosos inunda sus bragas.
Luego, Laura, exánime, deja colgar los brazos por fuera de la cama. La cuarentona permite que sus efluvios mojen por completo sus bragas negras. Satisfecha, descansa por unos minutos. Luego, despacio, para no hacer ruido, se quita las bragas mojadas y las tira al suelo. Siente frío y humedad en la entrepierna. Y es que no solo se han mojado sus bragas; siente la humedad en sus muslos, en su sexo, y, también, en parte de su trasero, pues sus jugos, abundantes, como siempre, se han deslizado hasta allí, alcanzando incluso sus nalgas. Se pasa una mano por sus partes más íntimas y secretas, secándose todo lo que puede. Luego, permanece quieta, boca arriba, sobre la cama de sábanas arrugadas, sintiéndose sucia, muy sucia. Las lágrimas acuden a sus grandes ojos: no ha sido capaz de contenerse, y se ha imaginado a Almudena totalmente desnuda. Y eso la ha excitado. Doblemente turbada- definitivamente, se ha excitado imaginando desnuda a otra mujer, y lo que es peor, esa otra mujer es su mejor y única amiga – Laura llora, en silencio. Y mientras lo hace, se quita el sujetador con rabia, lo lanza también al suelo y, vestida tan solo con las medias negras, se tumba de lado, en una protectora posición fetal y continua llorando, rogando por que el sueño llegue pronto. Ni siquiera se cubre con las sábanas y permanece en la misma postura, con el trasero al aire, sintiendo una terrible congoja que atenaza su corazón, creyéndose una pervertida, una viciosa que no se merece la amistad de Almudena. Con el último destello de su mente consciente antes de precipitarse en el sueño reparador, Laura toma la determinación de no masturbarse mañana, cuando Almudena la deje sola. No, nada de eso, ni siquiera va a desnudarse para tomar el sol, a pesar de todo lo que le gusta eso. No puede arriesgarse, no puede perder la amistad de Almudena. Si ella la viera, si ella la descubriera, allí, tirada, masturbándose desnuda, ni siquiera puede imaginar lo que sucedería.
Poco a poco, el sueño la vence.
En la otra habitación, no muy lejos, Almudena, completamente desnuda, permanece muy quieta sobre su cama, tumbada boca arriba. Ha escuchado los chirridos producidos por el colchón de Laura- a pesar de todas las precauciones que ésta ha tomado para ser lo más silenciosa posible-. No puede estar segura, pero cabe la posibilidad de que Laura se haya masturbado. Eso piensa Almudena, casi sin atreverse a respirar. Incluso le pareció oír claramente un gemido de placer, aunque ahora ya no está tan segura. De lo que si está segura es de que va a masturbarse, ahora, sin más dilación. Todo su cuerpo se lo pide a gritos, no puede ignorarlo más. El recuerdo de las piernas de Laura, con aquellas medias tan sexys, el recuerdo del tacto de su pie, su mirada, sus maravillosos y grandes ojos, el roce de su mano…todo eso acude a Almudena de sopetón y la empujan al placer solitario. No se ha abandonado a dicho placer desde hace mucho, y le molesta, le duele, hacerlo ahora, pensando en su mejor amiga, Laura, que está tan sola como ella y que confía en ella. Lágrimas de impotencia y de culpa acuden a los ojos de Almudena. No solo va a traicionar mañana por segunda vez a su amiga, espiándola, sino que ahora va a masturbarse recordándola desnuda, tal y como la vio hace dos días. Laura, la bella, vulnerable y solitaria Laura, allí, desnuda, masturbándose, indefensa, inocente, creyéndose a salvo y sola, llena la mente de Almudena y la empuja a la masturbación .La cuarentona delgada, desgarbada y fea, desnuda y excitada, se abre de piernas y deja a la vista su sexo, sonrosado y ya mojado. Se lleva una mano a la delicada abertura y empieza a tocarse, con suavidad, mientras su mente le presenta evocadoras imágenes de Laura, desnuda, junto a ella. En su ardiente fantasía sexual, Laura y ella están juntas en una cama, y se besan, y se acarician la una a la otra, con suavidad, con ternura. Ella, Almudena, se deleita ahora imaginando lo hermoso que debe ser cubrir de besos el cuerpo de Laura, de la cabeza a los pies, y ofrecerse por entero a ella, para que Laura, a su vez, la haga suya por completo. Almudena gime de placer, agitando las piernas en el aire, moviéndose a un lado y a otro, hundiendo uno de sus dedos en su sexo hambriento y humedecido. La excitación que siente es cada vez más intensa. Emulando la postura que adoptara Laura dos días antes, se sitúa boca abajo y luego se pone de rodillas, alzando el trasero desnudo hacia arriba y arqueando la espalda hacia abajo, hundiendo la cara entre las sábanas. Se abre de piernas al completo, y, con su trasero y su sexo expuestos y en alto, Almudena intensifica sus caricias, mientras, en su fantasía, se ofrece en cuerpo y alma a Laura.
-Te daré placer…te daré todo el placer que quieras, Laura, del modo que quieras, cuando quieras, donde quieras…soy tuya…soy tuya…tómame, por favor…- susurra Almudena, en voz casi inaudible. La excitación y el placer que arden en su entrepierna son ya imparables. Almudena se corre, mojándose en abundancia, pronunciando, entre gemidos, el nombre de Laura.
-Laura…Laura…Laura…Laura- no cesa de repetir, bajando cada vez más la voz, hasta hacerse inaudible. Luego, una vez pasa el orgasmo, Almudena permanece largo rato boca abajo, jadeando, recuperándose, intentando no pensar en nada, rogando por que el sueño llegue pronto y con él, la mañana reparadora.
La mañana está ya avanzada, cuando Laura, descalza y vestida tan solo con un ligero traje corto de tela blanca, sin mangas, entra en el cuarto donde se amontona la ropa ya sucia de ambas mujeres, lista para lavar. La cuarentona tiene las piernas al descubierto, pues el traje solo le cubre hasta muy poco por debajo de las partes más íntimas. Laura, bajo el traje, solo lleva unas braguitas finas de color blanco y nada más. En una de sus manos, la mujer empuña las bragas negras y el sujetador que usó el día anterior. Quiere deshacerse rápido de ellos, sobre todo de las bragas, pues están impregnadas de su perfume sexual, ya que, no en vano, la noche anterior se corrió en ellas. Sus pechos desnudos, casi visibles bajo la ligera tela del traje, se mueven a un lado y a otro conforme avanza. Sus nalgas también están casi a la vista bajo el traje, porque las braguitas que lleva puestas son un modelo tanga que en la parte posterior tan solo llevan una fina tirita de tela. Está casi desnuda, pero no le importa, porque Almudena no está. Ha salido a hacer la compra- le dejó una simple nota recordándoselo- y Laura sabe- o cree saber- que dispone de tiempo suficiente para ella sola. Anoche se juró a si misma que no volvería a masturbarse en esta casa, la casa de su mejor amiga, pero ahora no está tan segura. Se ha levantado un poco excitada y dicha excitación ha ido en aumento conforme avanzaba la mañana.
Tira las bragas y el sujetador usados a una cesta, la suya, y se dispone a irse. Entonces, vislumbra algo blanco saliendo de entre la ropa de Almudena. Se acerca y, con el corazón palpitándole deprisa, comprueba que son unas bragas, unas bragas de su amiga Almudena. Las agarra con dos dedos y las saca de entre el amasijo de ropa sucia. Son unas bragas normales, ni muy grandes, ni tampoco del tipo tanga. Blancas. De encaje. Laura nota que el simple contacto con aquella tela que no hace muchas horas contuvo las partes más intimas de Almudena la excita. Incluso le parece que aún están calientes. ¿Las usaría Almudena anoche? Sin pensar en lo que hace, Laura se lleva las bragas a la nariz y las huele largamente. Huelen a sexo. A sexo húmedo y caliente.
-Oh, Almudena, perdóname, perdóname- susurra Laura, aspirando en profundidad el olor de las bragas de su mejor amiga. Sin soltarlas, excitada más allá de toda prevención, Laura se quita el traje, sacándoselo por la cabeza. Sus pequeños y colgantes pechos se mueven a uno y otro lado, sorprendidos.
-No puedo…no puedo…evitarlo…perdóname- vuelve a susurrar. Y Laura se baja las bragas, dejándolas caer hasta los pies desnudos. Luego, respirando entrecortadamente, lleva las bragas de Almudena hasta la entrepierna y se frota el sexo con ellas, suavemente. La desnuda mujer madura gime de placer, sintiéndose más sucia y pervertida que nunca. Se acuclilla, con las piernas bien separadas, y se vuelve a pasar las bragas de su amiga por el sexo, rozándolo apenas, lo suficiente para sentir el delicioso y prohibido contacto. Sus gemidos de placer son cada vez más intensos y audibles. Laura está muy excitada y empieza a mojarse. Y moja las bragas de Almudena con sus jugos, mientras, una vez más, vuelve a frotarse el sexo con la íntima prenda.
-No puedo ser tan…tan…sucia- gime Laura, y, haciendo un titánico esfuerzo, se levanta y separa las bragas de su sexo caliente.- No puedo serlo. Almudena es tan dulce, tan ingenua, tan buena. Ella no se merece esto, no se merece a una pervertida como yo.
Con las bragas de su amiga en la mano, Laura, de espaldas a la puerta abierta del cuarto de la ropa sucia, en el cual se encuentra, recibe en la cara la luz del día, tamizada por el grueso cristal inamovible de la única ventana existente allí.
-¿De…de verdad soy tan dulce?- se oye a su espalda la voz de Almudena.
Almudena.
Ha estado mirando a su amiga desde hace rato. Cuándo llegó- silenciosa, como la vez anterior- no vio a Laura en el jardín. Decepcionada, buscó por toda la casa, casi sin hacer ruido. Hasta que unos gemidos ahogados la encaminaron hacia el cuarto de la ropa sucia y las lavadoras. Allí, con el corazón latiendo deprisa, descubrió a su amiga. Laura estaba en cuclillas, totalmente desnuda, masturbándose de nuevo. Masturbándose con unas bragas de la propia Almudena, como ésta pudo comprobar con un simple vistazo. Las grandes y blanquísimas nalgas de Laura, su deliciosa espalda, las plantas desnudas de sus pies descalzos, con los talones ligeramente agrietados por la edad y el tiempo, excitaron a Almudena. Y al ver que su amiga se pasaba una y otra vez las bragas por la entrepierna, acariciándose el sexo con la tela, esa excitación aumentó hasta límites casi inconcebibles para Almudena. Por eso, apartando a un lado todos sus miedos, decidió intervenir. Decidió hablar. Sorprender a Laura. Y dejarlo todo en manos del destino.
A Laura el corazón le da un vuelco. Con la cara enrojecida de absoluta vergüenza y humillación, se vuelva hacia la voz de su amiga. Lo hace tapándose, pudorosamente, los pechos y la entrepierna, mirando, con los grandes y bellos ojos arrasados en lágrimas, a Almudena. Su amiga Almudena está allí, de pie, tras ella. Atropelladamente, Laura piensa que ha debido regresar demasiado pronto, que algo ha salido terriblemente mal y que ahora, está perdida sin remedio. Almudena la echará de la casa. Y de su vida. La perderá para siempre y ni siquiera podrá saludarla en el trabajo o por la calle. Será como si nunca se hubiesen conocido, será el fin.
-Por…por favor, Almudena…yo…ya se que no tengo perdón, ya se que lo he echado todo a perder…es horrible que esté aquí, sin ropa… ¡y con tus bragas en la mano!...es horrible…pensarás que soy una pervertida, una…no se ni como llamarme. ¡Y tienes toda la razón, no merezco siquiera mirarte a la cara! Pero no me odies, por favor…no me odies…
Laura empezó a llorar.
Almudena, enternecida y a la vez temerosa, pues sabía que ahora ya no había vuelta atrás y que debía mostrar sus sentimientos a aquella mujer que se derrumbaba ante ella, se acercó a Laura. Y ante el asombro de ésta, empezó a desnudarse, quitándose el ligero suéter de manga corta que llevaba puesto y luego, sin solución de continuidad, bajándose los pantalones oscuros y descalzándose, todo a la vez, con enérgicos y decididos movimientos que no se correspondían con su mirada temerosa.
-¿Qué…que estás haciendo, Almudena?- susurra Laura, sin comprender nada. Almudena, con gran fuerza de voluntad, se quita la ropa y se queda en bragas y sujetador delante de su amiga, mirándola con los ojos bien abiertos y temerosos, a través de los cristales de las gafas.
-Yo…también tengo algo que decirte, Laura. Te vi. el otro día, cuando estabas en el jardín…Estabas desnuda y …bueno…estabas…estabas…masturbándote.
-Oh, no, no puede ser… ¡Me viste!¡Me viste!...¡Se que no tenía ningún derecho a desnudarme en tu casa, a tus espaldas, y mucho menos, a…a…masturbarme allí!¡Soy…soy una…una…
-Ssh…- la obliga a callar Almudena, empezando a quitarse la ropa interior- no digas nada más. Me gustó mucho verte. Eres muy bella y tienes un cuerpo perfecto, Laura.
-¿Te gustó? Es decir…¿te gusté?¿Eso quiere decir que no está enfadada conmigo por ser tan…pervertida?- poco a poco, Laura empieza a relajarse. Después de todo, Almudena se está quitando la ropa. Así, aparta sus manos y sus brazos y se muestra desnuda por completo ante su amiga. Almudena se quita el sujetador y sus pequeños pechitos caen hacia abajo, temblando, con los pezoncitos erectos. Sin parar, se baja las bragas y se queda también desnuda.
-Yo te espié- dice Almudena- te miré y te miré mientras tú te masturbabas sin saber que te estaba mirando. Me excité demasiado para irme, para romper el sortilegio que me mantenía atada allí, mirándote. Eres tan bella, tan preciosa…Tus pechos, tu estómago, tus piernas, tu sexo…Todo me atrae en ti, Laura. Te deseo. Te necesito. Y decidí espiarte hoy también, segura de que irías al jardín a desnudarte y a masturbarte, como el otro día. ¡Por eso regresé pronto, para verte, para disfrutar viéndote!
Almudena avanza y cae de rodillas ante Laura.
-Yo soy la pervertida, Laura. Yo lo soy. Me masturbé anoche pensando en ti y mojé mi cama pensando en ti. Perdóname. No te vayas. Ya se que soy fea, que soy horrible, pero no puede evitar sentirme atraída por ti. No te merezco. Pero si no te vas, si me aceptas, te prometo que no te arrepentirás.. Haré todo lo que tú quieras, te daré placer de todas las formas posibles y tú no tendrás ni que tocarme. Haré cualquier cosa por ti, cualquiera…
Sorprendida, Laura no sabe qué hacer. Almudena, aún con las gafas puestas aunque totalmente desnuda, se aferró a la cintura de su amiga y la empujó hacia atrás. Laura retrocedió y tropezó con la lavadora. Almudena continuó empujando y Laura, sin saber bien como, se encontró de pronto sentada sobre la lavadora, con las piernas muy abiertas, sintiendo sus nalgas presionadas por el metal del electrodoméstico.
-Al…Almudena, no es necesario, no lo es, yo…yo…- no podía ni pensar. Almudena le estaba lamiendo los pies y la sensación era maravillosa, sensual, sublime.- Aahh…mmh...
Laura quería decirle a su amiga que no era necesario que hiciera nada, que podía levantarse y…pero ninguna palabra salía de su boca. Solo gemidos. Almudena, decidida a darle placer a su amiga, le lame los pies, uno tras otro. Eso la excita mucho y no puede evitar empezar a masturbarse con una mano.
-Tus pies, Laura, son tan bonitos…y huelen tan bien…mmmh- Laura gime de placer, confundida, sin decidirse a actuar de ningún modo, pues la lengua de Almudena, lamiéndole los pies, le causa un delicioso placer... Solo deja que Almudena haga lo que tenga que hacer. Y Almudena actúa. Después de lamer y chupar los dedos de los pies de su mejor amiga, decide dar un paso más e introduce su cabecita entre los muslos de Laura. Allí, el olor a sexo es intenso. Presiona la cabeza contra el estómago de Laura y mira hacia arriba, arrobada.
-Oh, Laura, te deseo tanto, y eres tan buena por no marcharte, por no rechazarme…te lo mereces todo.- susurra Almudena.
-No…hace falta que hagas nada, Almudena, yo…soy tu amiga…no me voy a ir y nooo….- no puede continuar. Almudena, con los ojos muy abiertos tras los cristales de las gafas, ha abierto bien la boca y con la lengua está lamiendo, despacio, los labios de la vulva de Laura.
-Almu…Almudena…Almudena…- gime Laura, extasiada de placer. La lengua de su mejor amiga le lame el sexo, por toda la superficie exterior. Un sexo que, como comprueba Almudena, ya está muy mojado y hambriento. Tímidamente, Almudena penetra unos milímetros con su lengua dentro del sexo de Laura. Unos profundos y sensuales gemidos de placer le confirman que va en el buen camino y que a Laura le ha gustado. Asi pues, penetra aún más profundamente, lamiéndolo a fondo y luego, alzando la lengua hacia arriba, hasta alcanzar el clítoris erecto. Ahí hace una parada y le dedica al botoncito endurecido unas suaves y tiernas lamidas. Los cristales de las gafas se le empañan, pero sigue lamiendo y Laura sigue gimiendo y jadeando de placer, mojando cada vez más y más intensamente la boca de su amiga. Almudena lame ahora con decisión todo el sexo de Laura, por dentro y por fuera, y algunos pelos de la entrepierna de su amiga se le meten dentro de la boca.
-Almudena…ahhh…ahhh- jadea Laura, que ya no se puede contener. Un chorro de jugos calientes sale despedido de las profundidades sexuales de Laura y sorprende a Almudena, mojando toda su cara- manchando sus gafas- y su boca, llegándole incluso hasta la garganta. Almudena, agradecida, traga los jugos calientes de su amiga y lame durante unos instantes más el inundado sexo de Laura. Luego, saca la cabeza de entre aquellos muslos adorados y contempla, excitada, como Laura termina de correrse entre espasmos de placer, agitando todo su cuerpo, aquel cuerpo que ella tanto venera. Sonriente, una certeza se abre camino en su mente: “¡Le he lamido el sexo a Laura. Se lo he lamido y le ha gustado. Se ha corrido en mi cara!
-¿Lo…lo he hecho bien, Laura?- pregunta Almudena, con timidez, sin atreverse a mirar de frente a Laura.
-Ha sido…ma…maravilloso, Almudena, maravilloso…hacía mucho, muchísimo tiempo que no tenía un orgasmo tan intenso, tan delicioso, tan perfecto…Pero yo… ¡que vergüenza!...lamento haberme corrido tan fuerte y…te he manchado la cara…no quería…llenarte con mis jugos, pero es que cada vez que me corro, lanzo esos chorros y no puedo evitarlo. Sobre todo cuando estoy muy excitada. Perdóname, por favor.
- Oh, no te preocupes por eso, no me importa, al contrario, me gusta .Si quieres, Laura, te lo puedo lamer otra vez, y todas las veces que quieras. Tu solo ordénamelo y yo te lo chuparé. Haré cualquier cosa por ti, cualquier cosa, Laura, mi amor.- ofrece Almudena, sonriente.
-No, no es necesario, ya te dije. Yo no quiero que tu…-contesta Laura, bajando la mirada y sonriendo.
-Oh, Laura, no sigas, no sigas….Yo… ¡Mira, me puedo pasar todo el día lamiéndote el sexo, sin parar! No tendrías ni que decirme nada. Me pasaría la vida entera entre tus piernas, Laura, yo…no me eches de tu lado, por favor.- dice Almudena, pensando que la negativa de Laura es un rechazo total y definitivo.
Laura se incorpora y se sitúa frente a Almudena. Con un gesto, sonriendo, le indica que se levante ella también. Almudena lo hace, pero no mira de frente a su amiga. Tiene miedo de lo que vaya a decir, tiene miedo de que ahora Laura la rechace. Almudena se siente fea y no apetecible y aunque le ha lamido el sexo a Laura, piensa que ésta ahora se va a despedir de ella para siempre. Unas lágrimas asoman a sus ojos tristes.
-No te vayas, Laura, no me dejes sola. No merezco nada, pero si te quedas, me pasaré el día entero dándote placer, te lo aseguro.- dice, suplicante, la desnuda, delgada y desgarbada mujer de cuarenta y pocos años.
-Ven aquí- le susurra Laura, sonriendo ahora con calidez, tomándola por la cintura y atrayéndola hacia ella con dulzura. Los pechos de ambas mujeres se tocan, y la mano de Laura se desliza de la cintura a las nalgas de Almudena.
-Oh, Laura, Laura, yo…- musita Almudena, fascinada por la sonrisa y los grandes ojos de Laura.
Laura la besa en la boca. Un beso de amor largo y mojado, un profundo beso de lenguas entrelazadas como el destino de aquellas dos solitarias mujeres. Almudena queda exánime, casi sin fuerzas, con los brazos colgando a ambos lados de su cuerpo, derritiéndose de amor hacia Laura. Y Laura continúa besándola, manchándose con sus propios jugos. Aparta su boca un momento y vuelve a besarla, esta vez más largo e intenso, hundiendo sus manos en las nalgas desnudas de Almudena.
Las bocas ansiosas se separan de nuevo. Y Laura, sin dejar ni un instante de acariciar el trasero de Almudena, le dice, mirándola a los ojos:
-No quiero que te sometas a mí, no quiero que seas mi esclava. –
-Pe…Pero yo…Laura, yo haría todo lo que tu quisieses, con gusto. Solo deja que…
-Sssh…calla, y déjame terminar. No quiero que seas mi esclava. Lo que yo quiero, lo que yo deseo, lo que yo necesito, es que seamos amantes. Amantes, Almudena. Iguales. Me ha gustado mucho que me lamieras el sexo, lo admito. Ha sido mi mejor orgasmo en años, y me gustaría que volvieras a hacerlo. Y también me gustaría mucho lamer todo tu cuerpo y lamer tu sexo, como tú has hecho conmigo. Y darte placer hasta que caigas extenuada y feliz. Porque quiero hacerte feliz.-
-Oh, Laura, Laura…Eres…eres una diosa que ha venido a la Tierra. ¡Soy feliz simplemente estando a tu lado, mi amor!-
-Antes dijiste que eras fea, Almudena. No vuelvas a decirlo nunca más, y ni siquiera te atrevas a pensarlo, porque no es verdad. Eres la mujer más hermosa que jamás he visto. Eres bellísima. Eres preciosa.-
-¡Laura, Laura, Laura, mi amada Laura!- jadea Almudena, derretida de placer. Mojada de excitación, sintiéndose en una nube de felicidad. Se estrecha contra su amiga y aplasta sus pechitos contra los pechos más grandes de Laura y la acaricia. Acaricia a su amiga, deslizando sus manos agradecidas por su espalda y por sus nalgas, las grandes y hermosas nalgas de Laura.
-Almudena, anoche mojé mis bragas pensando en ti. Me masturbé pensando en ti, y tuve un fuerte orgasmo. Y hoy, me has lamido el sexo y he vuelto a experimentar otro orgasmo, aún más fuerte y delicioso que el de anoche. Ahora, simplemente, quédate muy quieta y separa un poco las piernas. Te lo mereces, te lo mereces todo.
Laura se arrodilla ante su amiga, sin apartar sus manos de las nalgas de Almudena.
El olor a sexo caliente es más que evidente y Laura, excitada, abre la boca, saca la lengua y penetra con ella en el santuario rojizo y ya mojado. Empieza a lamer el sexo de Almudena, arrancándole gemidos de placer con cada lamida.
Almudena cierra los ojos y gime de placer, hundiendo ambas manos en el pelo alborotado de Laura, empujando la cabeza de ésta hacia adentro, hacia sus entrañas, hacia su ardiente entrepierna. Laura recorre todo el sexo de su amiga, penetra en él y lame con intensidad el clítoris erecto. Almudena empieza a retorcerse de gusto, y a mojarse en abundancia. Laura, entonces, se detiene.
-Date la vuelta, mi amor, apoya tus brazos en la lavadora y ponte de espaldas a mi…y no te olvides de abrirte bien de piernas.- dice Laura, sonriendo con picardía- Quiero lamer tu trasero. Si a ti te parece bien, por supuesto…
-Oh, claro que si, mi amor…pero... ¿de verdad quieres hacerlo? ¡Jamás pensé que una mujer como tu quisiera lamer mi cuerpo, y menos aún…mi trasero!- contesta Almudena, sofocada por la excitación, pero dándose la vuelta, obedeciendo la insinuación de su amiga.
-Almudena, Almudena, por favor, créeme, eres muy bella, y deseo lamer todo tu cuerpo, amor mío, por favor, por favor…- susurra Laura, arrodillada detrás de Almudena, a su espalda. Y no le miente. Si bien cuando la conoció pensó para si misma que Almudena era una pobre y desgraciada mujer fea, ahora, ya no piensa así, y realmente, le parece hermosa. Encuentra que hay algo así como una luz que circunda el cuerpo de su amiga y que la atrae hacia ella. Cada uno de los defectos de su cuerpo le parece una maravillosa perla de atracción y Laura desea con toda su alma lamer y besar el cuerpo de Almudena.
Y lo consigue. Almudena adopta la postura indicada por su amiga y se sitúa de espaldas a Laura, abierta de piernas, apoyados los codos en la lavadora, mirando de reojo hacia atrás, y levantando un poco indecentemente el plano y blanco trasero desnudo. Laura se acerca, despacio, con la lengua un poco fuera de la boca y planta un suave beso en una de las nalgas de Almudena.
-Ooooh, Laura- susurra Almudena, sonriente y excitada- Laura, Laura, Laura.
Despacio y con ternura, Laura cubre de besos de amor las nalgas de Almudena. Después, durante un maravilloso instante, Laura lame con suavidad el ano de Almudena, arrancándole intensos gemidos de placer. Y luego, desciende con su lengua fuera hasta el sexo rojo y mojado que se abre ante ella y lo lame durante unos maravillosos instantes. Almudena siente como la lengua de su adorada Laura penetra profundamente en su sexo y no puede resistirlo más.
-Laura…yo…ahh…me…corro…ah…- Almudena se corre, mojando con sus efluvios la cara y la boca de Laura. Es un largo y delicioso orgasmo que hace que Almudena traspase las puertas del placer más intenso. Se corre como nunca antes se ha corrido, y se derrama con fuerza sobre su amiga. Laura no aparta la cara y recibe con la boca abierta los cremosos y calientes jugos de su amiga. Cuando los profundos jadeos de placer de Almudena empiezan a remitir, Laura se pone en pie y se acopla a su amiga, pegando todo su cuerpo a ella. La acaricia y la besa en la espalda y luego le acaricia los pequeños pechos, mientras pasa a besarla en el cuello y en el pelo.
Durante varios minutos ambas mujeres permanecen así, acopladas, jadeando al unísono, sonriendo como tontas, felices, satisfechas. Laura acerca sus labios a una oreja de Almudena y le susurra:
-Es hora de levantarnos, Almudena, el jardín nos espera. Hace un día espléndido y podemos pasarlo muy, pero que muy bien allí fuera, sobre la hierba, juntas, abrazadas, desnudas, dándonos placer la una a la otra hasta agotarnos.
-Laura, mi amor, cuanto deseaba oír eso que acabas de decir. Vamos, si, vamos al jardín.
Se levantan, cogidas de la mano y se sonríen la una a la otra, como amantes complacientes. Laura le quita las gafas a Almudena, con una sonrisa de amor. Y luego, cada una acariciando el trasero de la otra, se dirigen al jardín.
Ya no hay temor, ni nada que esconder y, como sílfides en medio de una floresta primordial, las dos mujeres maduras, desnudas, henchidas de felicidad, satisfechas consigo mismas, se tumban boca arriba sobre la hierba, bajo el Sol de la mañana y se cubren de besos la una a la otra, jadeando de placer. El mundo entero puede esperar.
Una mañana ardiente. Segunda parte.
Dos mujeres de algo más de cuarenta años están sentadas, frente a frente, en una mesa situada en una terraza de verano. Sobre la mesa, varios platos y una botella de buen vino. En torno a ellas, otras mesas, parejas, familias, camareros, en fin, todo el trasiego típico de una terraza en pleno verano, con la salvedad de que, en esta tarde en concreto, no hay mucha gente, al menos, no demasiada. La luz solar está en declive, y cubre con una tonalidad amarillenta y suave todo lo que toca, incluso las caras de las dos mujeres, que sonríen, evidentemente felices. A lo lejos, tras ellas, en un marco que parece irreal, espejea un río y unas montañas azuladas compiten para acoger al Sol en su irrefrenable caída.
Una de las mujeres, cuyo nombre es Laura - delgada, elegante- lleva una blusa de buena calidad, algo ceñida, realzando así un busto no muy grande. Además, lleva una falda corta de color oscuro, extendida sobre unas piernas cubiertas por unas medias gruesas y opacas de tela negra. Las piernas son largas y bien formadas, aunque se adivine con facilidad la blandura de unos muslos y unos músculos que ya no tienen firmeza. Unos zapatos de color vino, de tacones de media altura, abrazan unos pies de tamaño medio, aparentemente también muy bien formados. La blusa es de manga corta y los brazos de la mujer- largos, blancos, de piel suave- descansan sobre la mesa. Unas manos también muy blancas, con venas visibles debido a la edad, de dedos largos y finos y uñas muy cuidadas, coronan los delgados brazos. Un rostro de forma oval, con unos hermosos ojos grandes y de un profundo gris cielo, con una nariz pequeña y respingona y una boca de labios finos completan un conjunto, si no de una increíble belleza, si de cierto atractivo, sobre todo teniendo en cuenta la edad de la mujer, ya en plena madurez.
Frente a ella, sonriendo también, estaba la otra mujer. Su nombre es Almudena y es aún más delgada que Laura. También tiene cuarenta y pocos años y…ahí se acaban las semejanzas. Almudena no es bella, ni siquiera un poco atractiva. Es, sinceramente, fea. Pero no es desagradable, a pesar de la tristeza que, aún en plena sonrisa, vela sus ojos, saltones y nada bonitos, protegidos tras unas gafas de diseño anticuado... Su frente abombada y demasiado grande, su pelo ralo, teñido- mal teñido- de rubio y su boca grande de gruesos labios, componen un conjunto poco agraciado. Si a ello añadimos que su cuerpo es más bien desgarbado, sin cintura, con un trasero plano y unas piernas sin muchas curvas, más bien rectas , antes que sensualmente moldeadas , y unos pies grandes, embutidos en zapatos planos, tenemos el esbozo de una mujer que , precisamente, no levanta pasiones amorosas a su paso. Si es que alguien se fija en ella, puesto que Almudena suele vestir, como ahora hace, con ropa elegida de tal modo que su dueña parece querer mimetizarse con el entorno y pasar desapercibida. Totalmente desapercibida. Y lo logra, pues, aunque su ropa es de calidad, los pantalones de perneras anchas color tostado oscuro que lleva, asi como su blusa blanca de manga larga y sus zapatos negros, no destacan ni lo más mínimo. Laura, en cambio, elige la ropa no para pasar desapercibida, sino para intentar destacar con estilo, para intentar decirle al mundo: “¡eh, mundo, estoy aquí! Puede que esté soltera, puede que no tenga amigos, puede que mis compañeros de trabajo me consideren una fracasada por no estar ya casada y con hijos, pero aquí estoy. Todavía estoy en pie, todavía puedo luchar.”
En eso piensa Laura ahora mismo, mientras mira como sonríe, tímidamente, Almudena. Laura también sonríe, sintiéndose feliz, sintiendo que se le ensancha algo muy adentro, algo que ya ni siquiera recordaba que tenía. Además, se da cuenta de una cosa curiosa: la primera vez que vio a Almudena, esperando un taxi, bajo la lluvia, le pareció fea. Ahora, sin embargo, no es asi. No le parece fea en absoluto. No sabe si es por su sonrisa triste, por su mirada tierna y perdida, o por su forma de caminar, algo encorvada, como teniendo miedo de algo. No sabe lo que es, pero si sabe que Almudena ya no le parece nada fea; al contrario, incluso,- aunque intenta acallar este extraño sentimiento -, se siente atraída por ella. Antes de conocerla, sus noches eran profundas y negras, tristes y sin sentido. Se daba vueltas y vueltas en la cama, intentando en vano dormir. Muchas veces, solo lo conseguía después de masturbarse de forma frenética, sin pensar en nada, casi llorando de soledad. Ahora, en cambio, puede conciliar el sueño de forma armónica. Y cuando su mente vuela libre, la imagen de Almudena se le presenta y la reconforta. En ocasiones, incluso, esas imágenes de Almudena llevan consigo connotaciones sexuales que Laura intenta reprimir. Le parece rastrero, sucio, pensar en Almudena de esa forma y enseguida aparta las imágenes que su mente congrega, imágenes de Almudena con poca o ninguna ropa encima.
-¿En que piensas?- le pregunta Almudena, mirándola a los ojos-Te veo algo, no se, algo triste.
-¿Triste? No, al contrario, Almudena. Yo…no estoy triste. Estaba pensando…estaba pensando en lo bien que me siento, en lo que me gusta estar aquí contigo, en este lugar, ahora, en este momento. Es algo maravilloso, sentirse tan bien.
Almudena sonrió y Laura siente que algo se le derrite por dentro.
-Yo también me siento bien, Laura. Muy bien. Me gusta estar contigo…quiero decir, me gusta que seas mi amiga…no tengo muchos amigos. Siempre he estado un poco sola.
-A mi también me gusta que seas mi amiga, Almudena- le contesta Laura. Y Almudena roza con una de sus manos, sin querer, una mano de Laura. El contacto se prolonga durante unos instantes tan solo, pero es suficiente como para que ambas mujeres sientan que algo más allá de todas sus previsiones está ocurriendo. Almudena baja los ojos, avergonzada, y Laura retira la mirada, perdiéndola en el río lejano. Luego, las dos intercambian algunas palabras sin importancia y llaman al camarero para pedir la cuenta. Poco después, tras un viaje corto en el coche de Laura, están paseando por la orilla del río, por un pequeño paseo arbolado sobre el que el Sol abate sus últimos rayos.
Pasean despacio, resonando sus pasos en el suelo polvoriento. Miran al frente y a los lados y, a veces, sus ojos se encuentran, de modo fugaz.
-¡Mira!- exclama de pronto Laura, con una plena sonrisa en la boca-¡El último rayo de sol! Es precioso. El último rayo de Sol del día siempre ilumina todo de un modo mágico, melancólico. Como si quisiera, con su luz, embellecer nuestro mundo de un modo especial, como si fuera la última vez. Y ahora, nos ilumina a nosotras. ¿Que te parece?
-Es muy hermoso. Y las cosas que dices son tan bonitas…- dice Almudena, mirando a Laura...
-Oh, gracias, no es nada, es solo que, siempre he apreciado ese último destello y quería compartirlo contigo- contesta Laura, mirando también a su amiga. Pero pronto ambas bajan la mirada y hablan de otras cosas, cosas del día a día, menudencias. El sol ya se ha ocultado y aunque aún queda algo de luz, es evidente que durará poco.
-Hace frío- dice Laura- pero este sitio es tan bonito…me quedaría aquí toda la vida. Sobre todo en esa casa tuya tan hermosa, Almudena.
-Mi casa es tu casa, Laura, ya te lo he dicho.
-Si, lo se, eres muy buena conmigo. Mira, yo…antes dijiste que estabas sola, que siempre has estado un poco sola. Y la verdad es que yo también he estado casi siempre un poco…bueno, un mucho, si se me permite decirlo asi, sola. Siempre sola. Pero ahora no. Ahora, tengo una amiga.
Y Laura mira a Almudena de un modo especial, como queriendo comunicarle con la mirada algo que con palabras es muy difícil de describir. Algo que tiene que ver con la soledad, con la amistad reencontrada cuando ya parecía todo perdido, con la belleza del atardecer, y con ese algo extraño y profundo que desde que se encontraron las está envolviendo a las dos, de un modo silencioso, pero pertinaz.
Almudena bebe todo eso en la mirada de su amiga y, rápidamente, se fija además en su rostro: Laura le parece ahora más bella que nunca antes y lo que siente por ella está a punto de desbordar todas las limitaciones que se ha auto-impuesto. Y siente una honda pena por Laura, por lo que sucedió dos días atrás. Aquella mañana, Laura se desnudó en el jardín, creyéndose en soledad, y empezó a masturbarse, casi sin querer. Almudena, por pura casualidad, la vio. Pero no dijo nada. Subyugada por la belleza de Laura, dominada por la pasión que sentía al ver desnuda a su amiga, al verla masturbándose, Almudena siguió mirando hasta el final, sintiéndose realmente excitada. Luego, fingió que acababa de regresar a casa. Laura, al escuchar ruido en la cancela, huyó con rapidez, sin sospechar nada, sin sospechar que en realidad la han visto y que su más íntimo acto ha sido contemplado por otra persona. Almudena se siente mal por eso, puesto que, además, es su intención seguir espiando a su amiga, regresando con antelación secreta de sus compras, para asi tener la oportunidad de verla de nuevo. De verla desnuda. De verla masturbándose. No quiere intervenir, no quiere sorprenderla y forzar nada, pues piensa que no tiene ninguna oportunidad y que Laura, horrorizada, la rechazará. Se contenta con la ilusión de que mañana, tal vez, pueda ver de nuevo a Laura desnuda. Y eso la excita. No puede luchar contra ese deseo, contra esa excitación, a pesar de sentir, por otra parte, que está traicionando a su amiga, espiándola en un momento de suma vulnerabilidad e intimidad, un momento que nadie debería conocer.
-Yo también tengo ahora una amiga. Y no quiero perderla por nada del mundo.- susurra Almudena, pensando que tal vez se ha excedido, que tal vez ha sido un poco cursi, o ha ido demasiado rápido. Pero la mirada de Laura le indica que no debe temer nada. Realmente, es su amiga. Comprendiéndolo, Almudena siente como las lágrimas de agradecimiento acuden a sus ojos y tiene que desviar la mirada.
-¿Te ocurre algo, estás mal?- le pregunta Laura, sinceramente preocupada.
-No, no es nada. Debe ser el frío. Por la mañana, calor, y, por la tarde, frío. ¡Que sitio, eh!-contesta Almudena, intentando desviar la atención de Laura.
-Es precioso. Un lugar que nunca olvidaré. Y todo gracias a ti. Mira, allí hay un muro. Podemos sentarnos en él y esperar un poco, a que te recuperes. Me pareció que te indisponías un poco.
-No, si no hace falta, yo…estoy bien…-
-Nada, a sentarnos, y no hable más. Además, tengo ganas de ver como se va yendo la luz y las sombras envuelven poco a poco el río y los árboles.
Convencida, Almudena se deja llevar y ambas se sientan en un muro derruido, que parece tener siglos de antigüedad. Como si siempre hubiera estado allí, contemplando el río, construido hacía mucho tiempo por hombres olvidados, en un mundo muerto y desaparecido.
Se sientan juntas, rozándose. No hablan, solo se dejan llevar por los sonidos de la naturaleza que se apaga y de la noche que se enciende. Cada una oye y siente la respiración de la otra y se sienten unidas, envueltas por algo superior que no requiere palabras. Laura balancea las piernas. Y en un momento dado, uno de sus zapatos cae al suelo. Hay todavía luz suficiente, y Almudena contempla, arrobada, la belleza del pie desnudo de Laura, cubierto por la media negra y gruesa, pero del que puede atisbar con facilidad el contorno de los dedos y la armonía del tobillo. Laura inclina hacia adelante el pie, adoptando, sin quererlo siquiera, una postura muy sexy. A Almudena el corazón le tiembla de emoción, y de pronto, se fija en el zapato. El zapato de Laura ha ido a caer cerca de ella, justo a sus pies. Baja del muro con rapidez y alza el zapato en una mano, victoriosa.
-Oh, Almudena, déjalo, ya puedo yo sola….no soy tan niña…- dice Laura, sonriendo.
-Vamos, vamos, Princesa, yo te podré el zapato…- le dice Almudena, devolviéndole la sonrisa y adoptando un tono de voz teatral.
-¿Era una Princesa? ¿No era una Cenicienta, o algo así?- dice Laura, riendo ya francamente.
-Cenicienta, Princesa… ¡que se yo!- asiente Almudena, que ha cogido con una de sus manos el pie descalzo de Laura. Durante unos segundos, o incluso menos, lo acaricia desde el talón hasta la parte baja de los dedos, y luego, pasa la mano por la parte superior, aleteando sobre las uñas y más arriba. Para finalizar, lo sostiene agarrándolo con delicadeza por el tobillo, y lo inserta en el zapato.
-Oh, gracias- dice Laura, que solo ha sentido una leve caricia que se ha posado sobre su pie. Pero para Almudena no ha sido solo eso. Ha sido un mundo de sensaciones, condensado en unos segundos, durante los cuales, se sintió terriblemente excitada y agradecida, por poder estar ahí, acariciando el pie de Laura.- ¡Espera! ¿No era el Príncipe Azul el que le ponía el zapato correcto a la Cenicienta? ¡Entonces, tú eres mi Príncipe Azul!
Laura rió su ocurrencia, aunque no se le escapaban sus implicaciones. Almudena también rió y luego, asintió, mientras, por sorpresa, acariciaba por última vez el tobillo de Laura:
-Bueno, en todo caso, debo ser tu Princesa Azul, ya sabes…- contestó, mirando a través de los cristales de sus gafas a Laura. Fue una mirada sostenida por ambas mujeres durante unos instantes. Luego, los grandes y bellos ojos de Laura y los más vulgares de Almudena, tomaron rumbos diferentes, visiblemente alterados por lo que parecía haber estado a punto de ocurrir.
El frío es cada vez más intenso y la oscuridad está avanzando a marchas forzadas. Las dos amigas saben que deben irse de allí. Sin hablar, inician el camino de regreso al coche, que no está aparcado muy lejos. Las dos miran al suelo y de cuando en cuando se miran a la cara, furtivamente, evitando prolongar demasiado la mirada.
-Hace frío, eh- dice Laura, por decir algo.
-Oh, si, mucho, ya te lo dije, aquí ocurre eso con frecuencia.- contesta Almudena, sin saber ni siquiera muy bien lo que dice.
Al fin en el coche, el calor las hace más habladoras y, sonrientes, comentan la comida en el restaurante, lo que piensan hacer mañana…
Por cierto- dice Laura, como de pasada- mañana… ¿también vas a ir a hacer la compra al pueblo?-
Si, si, tengo que ir mañana sin falta, Laura, nos estamos quedando sin reservas- contesta Almudena, mirando de reojo a su amiga. Está nerviosa, como si estuviese cometiendo un delito. Pero también se siente exultante: si Laura lo ha preguntado, es que seguramente pretende tumbarse desnuda de nuevo en el jardín. Y ella regresará justo a tiempo para disfrutar de esa maravillosa visión.
-Almudena, ya sabes que puedo ir contigo, si quieres, no me gusta que siempre lo hagas tu todo, como si yo fuera una reina.-
-Eres mi invitada, Laura, y yo haré las compras. Tú disfruta de la tranquilidad, relájate, pasa el tiempo como quieras. No has venido aquí para perder el tiempo haciendo la compra. Eso es cosa mía y no hay más que hablar.- dice Almudena, dejando las cosas claras, pero sin perder la sonrisa. Laura asiente, sonriendo a su vez, y sintiéndose, también, aliviada. Ahora es seguro que mañana podrá tumbarse de nuevo a tomar el sol, totalmente desnuda. Almudena siempre se toma su tiempo para hacer la compra.
-Laura…mira…la verdad es que mañana, además de hacer la compra, tengo que ir a arreglar un asuntillo en el Ayuntamiento. Lo digo para que no te preocupes si tardo mucho, y estés tranquila.
Almudena ha dado el golpe de gracia. Al decirle esto a Laura le ha indicado con claridad meridiana que dispone de mucho tiempo para hacer lo que quiera en la casa…por ejemplo, masturbarse desnuda en el jardín. Y Laura así lo comprende y se alegra por dentro.
-Bien, pero no tardes, Almudena, que me aburro mucho sola en tu gran casa.
-Haré lo posible, pero ya sabes como son esas cosas en el Ayuntamiento…papeleo, más papeleo, en fin, que es posible que tarde bastante, asi que…tú, tranquila y disfruta de la soledad.
-Lo haré, si no tengo más remedio- contesta Laura. Y el coche continúa acelerando, en dirección a la casa. Laura sonríe mientras conduce, anticipando ya lo que hará mañana, en cuanto se encuentra a solas. Almudena también sonríe. Todo está saliendo bien. Demasiado bien.
Por la noche, en la casa, después de una película en la televisión y una charla sin mucha importancia en el salón, las dos mujeres se despiden hasta el día siguiente y cada una se va a su habitación. Las dos duermen en el piso de arriba de la casa, en habitaciones no muy alejadas entre si. Laura, una vez cierra la puerta y se encuentra a solas, se pone a rememorar el día transcurrido y no deja de tomar nota del roce con la mano de Almudena, y del modo tan delicado y suave en que su amiga le cogió el pie. Y sobre todo, toma nota de las sensaciones extrañas, abruptas y avasalladoras que irrumpieron entonces en su mente. Sensaciones de placer, de alegría.
-¿Qué me está pasando?- susurra Laura mientras se quita la ropa, hasta quedarse solo con las medias, las bragas y el sujetador, todo ello de color negro oscuro. La mujer madura siente que un calor intenso le sube desde el bajo vientre y que siente deseos de apagar ese calor.-Estoy excitada…y no dejo de pensar en Almudena.
De nuevo, casi sin su concurso, su mente convoca para ella imágenes ficticias en las que aparece Almudena, totalmente desnuda. Laura intenta resistirse, pero esta vez es inútil. Necesita aplacar el intenso océano de calor que inunda su cuerpo. Se tumba sobre la cama, boca arriba, se abre de piernas- unas deliciosas y bellas piernas, cubiertas hasta medio muslo por unas medias negras opacas- y se introduce una mano debajo de las bragas. Laura se masturba sin quitarse las bragas, tan solo se las baja un poco, dejando a la vista la parte superior de su velluda entrepierna y la parte superior de su trasero. Sus dedos hacen el trabajo. Un trabajo rápido. Laura quiere correrse pronto, terminar pronto. No le gusta masturbarse allí, en la casa de su mejor- y única- amiga, le parece una aberración. Y peor le parece imaginarse a Almudena desnuda, pero no lo puede evitar. Ya no. Se acaricia el sexo con rapidez e intensidad y al poco tiempo, Laura alcanza el orgasmo y ahoga un profundo gemido de placer. Un maravilloso orgasmo estalla en su sexo; Laura aferra con violencia las sábanas con la mano que le queda libre, mientras se corre, mordiéndose los labios, luchando para no gritar de placer. Aún así, un audible y suave gemido emana de su boca, a la vez que una abundante profusión de jugos cremosos inunda sus bragas.
Luego, Laura, exánime, deja colgar los brazos por fuera de la cama. La cuarentona permite que sus efluvios mojen por completo sus bragas negras. Satisfecha, descansa por unos minutos. Luego, despacio, para no hacer ruido, se quita las bragas mojadas y las tira al suelo. Siente frío y humedad en la entrepierna. Y es que no solo se han mojado sus bragas; siente la humedad en sus muslos, en su sexo, y, también, en parte de su trasero, pues sus jugos, abundantes, como siempre, se han deslizado hasta allí, alcanzando incluso sus nalgas. Se pasa una mano por sus partes más íntimas y secretas, secándose todo lo que puede. Luego, permanece quieta, boca arriba, sobre la cama de sábanas arrugadas, sintiéndose sucia, muy sucia. Las lágrimas acuden a sus grandes ojos: no ha sido capaz de contenerse, y se ha imaginado a Almudena totalmente desnuda. Y eso la ha excitado. Doblemente turbada- definitivamente, se ha excitado imaginando desnuda a otra mujer, y lo que es peor, esa otra mujer es su mejor y única amiga – Laura llora, en silencio. Y mientras lo hace, se quita el sujetador con rabia, lo lanza también al suelo y, vestida tan solo con las medias negras, se tumba de lado, en una protectora posición fetal y continua llorando, rogando por que el sueño llegue pronto. Ni siquiera se cubre con las sábanas y permanece en la misma postura, con el trasero al aire, sintiendo una terrible congoja que atenaza su corazón, creyéndose una pervertida, una viciosa que no se merece la amistad de Almudena. Con el último destello de su mente consciente antes de precipitarse en el sueño reparador, Laura toma la determinación de no masturbarse mañana, cuando Almudena la deje sola. No, nada de eso, ni siquiera va a desnudarse para tomar el sol, a pesar de todo lo que le gusta eso. No puede arriesgarse, no puede perder la amistad de Almudena. Si ella la viera, si ella la descubriera, allí, tirada, masturbándose desnuda, ni siquiera puede imaginar lo que sucedería.
Poco a poco, el sueño la vence.
En la otra habitación, no muy lejos, Almudena, completamente desnuda, permanece muy quieta sobre su cama, tumbada boca arriba. Ha escuchado los chirridos producidos por el colchón de Laura- a pesar de todas las precauciones que ésta ha tomado para ser lo más silenciosa posible-. No puede estar segura, pero cabe la posibilidad de que Laura se haya masturbado. Eso piensa Almudena, casi sin atreverse a respirar. Incluso le pareció oír claramente un gemido de placer, aunque ahora ya no está tan segura. De lo que si está segura es de que va a masturbarse, ahora, sin más dilación. Todo su cuerpo se lo pide a gritos, no puede ignorarlo más. El recuerdo de las piernas de Laura, con aquellas medias tan sexys, el recuerdo del tacto de su pie, su mirada, sus maravillosos y grandes ojos, el roce de su mano…todo eso acude a Almudena de sopetón y la empujan al placer solitario. No se ha abandonado a dicho placer desde hace mucho, y le molesta, le duele, hacerlo ahora, pensando en su mejor amiga, Laura, que está tan sola como ella y que confía en ella. Lágrimas de impotencia y de culpa acuden a los ojos de Almudena. No solo va a traicionar mañana por segunda vez a su amiga, espiándola, sino que ahora va a masturbarse recordándola desnuda, tal y como la vio hace dos días. Laura, la bella, vulnerable y solitaria Laura, allí, desnuda, masturbándose, indefensa, inocente, creyéndose a salvo y sola, llena la mente de Almudena y la empuja a la masturbación .La cuarentona delgada, desgarbada y fea, desnuda y excitada, se abre de piernas y deja a la vista su sexo, sonrosado y ya mojado. Se lleva una mano a la delicada abertura y empieza a tocarse, con suavidad, mientras su mente le presenta evocadoras imágenes de Laura, desnuda, junto a ella. En su ardiente fantasía sexual, Laura y ella están juntas en una cama, y se besan, y se acarician la una a la otra, con suavidad, con ternura. Ella, Almudena, se deleita ahora imaginando lo hermoso que debe ser cubrir de besos el cuerpo de Laura, de la cabeza a los pies, y ofrecerse por entero a ella, para que Laura, a su vez, la haga suya por completo. Almudena gime de placer, agitando las piernas en el aire, moviéndose a un lado y a otro, hundiendo uno de sus dedos en su sexo hambriento y humedecido. La excitación que siente es cada vez más intensa. Emulando la postura que adoptara Laura dos días antes, se sitúa boca abajo y luego se pone de rodillas, alzando el trasero desnudo hacia arriba y arqueando la espalda hacia abajo, hundiendo la cara entre las sábanas. Se abre de piernas al completo, y, con su trasero y su sexo expuestos y en alto, Almudena intensifica sus caricias, mientras, en su fantasía, se ofrece en cuerpo y alma a Laura.
-Te daré placer…te daré todo el placer que quieras, Laura, del modo que quieras, cuando quieras, donde quieras…soy tuya…soy tuya…tómame, por favor…- susurra Almudena, en voz casi inaudible. La excitación y el placer que arden en su entrepierna son ya imparables. Almudena se corre, mojándose en abundancia, pronunciando, entre gemidos, el nombre de Laura.
-Laura…Laura…Laura…Laura- no cesa de repetir, bajando cada vez más la voz, hasta hacerse inaudible. Luego, una vez pasa el orgasmo, Almudena permanece largo rato boca abajo, jadeando, recuperándose, intentando no pensar en nada, rogando por que el sueño llegue pronto y con él, la mañana reparadora.
La mañana está ya avanzada, cuando Laura, descalza y vestida tan solo con un ligero traje corto de tela blanca, sin mangas, entra en el cuarto donde se amontona la ropa ya sucia de ambas mujeres, lista para lavar. La cuarentona tiene las piernas al descubierto, pues el traje solo le cubre hasta muy poco por debajo de las partes más íntimas. Laura, bajo el traje, solo lleva unas braguitas finas de color blanco y nada más. En una de sus manos, la mujer empuña las bragas negras y el sujetador que usó el día anterior. Quiere deshacerse rápido de ellos, sobre todo de las bragas, pues están impregnadas de su perfume sexual, ya que, no en vano, la noche anterior se corrió en ellas. Sus pechos desnudos, casi visibles bajo la ligera tela del traje, se mueven a un lado y a otro conforme avanza. Sus nalgas también están casi a la vista bajo el traje, porque las braguitas que lleva puestas son un modelo tanga que en la parte posterior tan solo llevan una fina tirita de tela. Está casi desnuda, pero no le importa, porque Almudena no está. Ha salido a hacer la compra- le dejó una simple nota recordándoselo- y Laura sabe- o cree saber- que dispone de tiempo suficiente para ella sola. Anoche se juró a si misma que no volvería a masturbarse en esta casa, la casa de su mejor amiga, pero ahora no está tan segura. Se ha levantado un poco excitada y dicha excitación ha ido en aumento conforme avanzaba la mañana.
Tira las bragas y el sujetador usados a una cesta, la suya, y se dispone a irse. Entonces, vislumbra algo blanco saliendo de entre la ropa de Almudena. Se acerca y, con el corazón palpitándole deprisa, comprueba que son unas bragas, unas bragas de su amiga Almudena. Las agarra con dos dedos y las saca de entre el amasijo de ropa sucia. Son unas bragas normales, ni muy grandes, ni tampoco del tipo tanga. Blancas. De encaje. Laura nota que el simple contacto con aquella tela que no hace muchas horas contuvo las partes más intimas de Almudena la excita. Incluso le parece que aún están calientes. ¿Las usaría Almudena anoche? Sin pensar en lo que hace, Laura se lleva las bragas a la nariz y las huele largamente. Huelen a sexo. A sexo húmedo y caliente.
-Oh, Almudena, perdóname, perdóname- susurra Laura, aspirando en profundidad el olor de las bragas de su mejor amiga. Sin soltarlas, excitada más allá de toda prevención, Laura se quita el traje, sacándoselo por la cabeza. Sus pequeños y colgantes pechos se mueven a uno y otro lado, sorprendidos.
-No puedo…no puedo…evitarlo…perdóname- vuelve a susurrar. Y Laura se baja las bragas, dejándolas caer hasta los pies desnudos. Luego, respirando entrecortadamente, lleva las bragas de Almudena hasta la entrepierna y se frota el sexo con ellas, suavemente. La desnuda mujer madura gime de placer, sintiéndose más sucia y pervertida que nunca. Se acuclilla, con las piernas bien separadas, y se vuelve a pasar las bragas de su amiga por el sexo, rozándolo apenas, lo suficiente para sentir el delicioso y prohibido contacto. Sus gemidos de placer son cada vez más intensos y audibles. Laura está muy excitada y empieza a mojarse. Y moja las bragas de Almudena con sus jugos, mientras, una vez más, vuelve a frotarse el sexo con la íntima prenda.
-No puedo ser tan…tan…sucia- gime Laura, y, haciendo un titánico esfuerzo, se levanta y separa las bragas de su sexo caliente.- No puedo serlo. Almudena es tan dulce, tan ingenua, tan buena. Ella no se merece esto, no se merece a una pervertida como yo.
Con las bragas de su amiga en la mano, Laura, de espaldas a la puerta abierta del cuarto de la ropa sucia, en el cual se encuentra, recibe en la cara la luz del día, tamizada por el grueso cristal inamovible de la única ventana existente allí.
-¿De…de verdad soy tan dulce?- se oye a su espalda la voz de Almudena.
Almudena.
Ha estado mirando a su amiga desde hace rato. Cuándo llegó- silenciosa, como la vez anterior- no vio a Laura en el jardín. Decepcionada, buscó por toda la casa, casi sin hacer ruido. Hasta que unos gemidos ahogados la encaminaron hacia el cuarto de la ropa sucia y las lavadoras. Allí, con el corazón latiendo deprisa, descubrió a su amiga. Laura estaba en cuclillas, totalmente desnuda, masturbándose de nuevo. Masturbándose con unas bragas de la propia Almudena, como ésta pudo comprobar con un simple vistazo. Las grandes y blanquísimas nalgas de Laura, su deliciosa espalda, las plantas desnudas de sus pies descalzos, con los talones ligeramente agrietados por la edad y el tiempo, excitaron a Almudena. Y al ver que su amiga se pasaba una y otra vez las bragas por la entrepierna, acariciándose el sexo con la tela, esa excitación aumentó hasta límites casi inconcebibles para Almudena. Por eso, apartando a un lado todos sus miedos, decidió intervenir. Decidió hablar. Sorprender a Laura. Y dejarlo todo en manos del destino.
A Laura el corazón le da un vuelco. Con la cara enrojecida de absoluta vergüenza y humillación, se vuelva hacia la voz de su amiga. Lo hace tapándose, pudorosamente, los pechos y la entrepierna, mirando, con los grandes y bellos ojos arrasados en lágrimas, a Almudena. Su amiga Almudena está allí, de pie, tras ella. Atropelladamente, Laura piensa que ha debido regresar demasiado pronto, que algo ha salido terriblemente mal y que ahora, está perdida sin remedio. Almudena la echará de la casa. Y de su vida. La perderá para siempre y ni siquiera podrá saludarla en el trabajo o por la calle. Será como si nunca se hubiesen conocido, será el fin.
-Por…por favor, Almudena…yo…ya se que no tengo perdón, ya se que lo he echado todo a perder…es horrible que esté aquí, sin ropa… ¡y con tus bragas en la mano!...es horrible…pensarás que soy una pervertida, una…no se ni como llamarme. ¡Y tienes toda la razón, no merezco siquiera mirarte a la cara! Pero no me odies, por favor…no me odies…
Laura empezó a llorar.
Almudena, enternecida y a la vez temerosa, pues sabía que ahora ya no había vuelta atrás y que debía mostrar sus sentimientos a aquella mujer que se derrumbaba ante ella, se acercó a Laura. Y ante el asombro de ésta, empezó a desnudarse, quitándose el ligero suéter de manga corta que llevaba puesto y luego, sin solución de continuidad, bajándose los pantalones oscuros y descalzándose, todo a la vez, con enérgicos y decididos movimientos que no se correspondían con su mirada temerosa.
-¿Qué…que estás haciendo, Almudena?- susurra Laura, sin comprender nada. Almudena, con gran fuerza de voluntad, se quita la ropa y se queda en bragas y sujetador delante de su amiga, mirándola con los ojos bien abiertos y temerosos, a través de los cristales de las gafas.
-Yo…también tengo algo que decirte, Laura. Te vi. el otro día, cuando estabas en el jardín…Estabas desnuda y …bueno…estabas…estabas…masturbándote.
-Oh, no, no puede ser… ¡Me viste!¡Me viste!...¡Se que no tenía ningún derecho a desnudarme en tu casa, a tus espaldas, y mucho menos, a…a…masturbarme allí!¡Soy…soy una…una…
-Ssh…- la obliga a callar Almudena, empezando a quitarse la ropa interior- no digas nada más. Me gustó mucho verte. Eres muy bella y tienes un cuerpo perfecto, Laura.
-¿Te gustó? Es decir…¿te gusté?¿Eso quiere decir que no está enfadada conmigo por ser tan…pervertida?- poco a poco, Laura empieza a relajarse. Después de todo, Almudena se está quitando la ropa. Así, aparta sus manos y sus brazos y se muestra desnuda por completo ante su amiga. Almudena se quita el sujetador y sus pequeños pechitos caen hacia abajo, temblando, con los pezoncitos erectos. Sin parar, se baja las bragas y se queda también desnuda.
-Yo te espié- dice Almudena- te miré y te miré mientras tú te masturbabas sin saber que te estaba mirando. Me excité demasiado para irme, para romper el sortilegio que me mantenía atada allí, mirándote. Eres tan bella, tan preciosa…Tus pechos, tu estómago, tus piernas, tu sexo…Todo me atrae en ti, Laura. Te deseo. Te necesito. Y decidí espiarte hoy también, segura de que irías al jardín a desnudarte y a masturbarte, como el otro día. ¡Por eso regresé pronto, para verte, para disfrutar viéndote!
Almudena avanza y cae de rodillas ante Laura.
-Yo soy la pervertida, Laura. Yo lo soy. Me masturbé anoche pensando en ti y mojé mi cama pensando en ti. Perdóname. No te vayas. Ya se que soy fea, que soy horrible, pero no puede evitar sentirme atraída por ti. No te merezco. Pero si no te vas, si me aceptas, te prometo que no te arrepentirás.. Haré todo lo que tú quieras, te daré placer de todas las formas posibles y tú no tendrás ni que tocarme. Haré cualquier cosa por ti, cualquiera…
Sorprendida, Laura no sabe qué hacer. Almudena, aún con las gafas puestas aunque totalmente desnuda, se aferró a la cintura de su amiga y la empujó hacia atrás. Laura retrocedió y tropezó con la lavadora. Almudena continuó empujando y Laura, sin saber bien como, se encontró de pronto sentada sobre la lavadora, con las piernas muy abiertas, sintiendo sus nalgas presionadas por el metal del electrodoméstico.
-Al…Almudena, no es necesario, no lo es, yo…yo…- no podía ni pensar. Almudena le estaba lamiendo los pies y la sensación era maravillosa, sensual, sublime.- Aahh…mmh...
Laura quería decirle a su amiga que no era necesario que hiciera nada, que podía levantarse y…pero ninguna palabra salía de su boca. Solo gemidos. Almudena, decidida a darle placer a su amiga, le lame los pies, uno tras otro. Eso la excita mucho y no puede evitar empezar a masturbarse con una mano.
-Tus pies, Laura, son tan bonitos…y huelen tan bien…mmmh- Laura gime de placer, confundida, sin decidirse a actuar de ningún modo, pues la lengua de Almudena, lamiéndole los pies, le causa un delicioso placer... Solo deja que Almudena haga lo que tenga que hacer. Y Almudena actúa. Después de lamer y chupar los dedos de los pies de su mejor amiga, decide dar un paso más e introduce su cabecita entre los muslos de Laura. Allí, el olor a sexo es intenso. Presiona la cabeza contra el estómago de Laura y mira hacia arriba, arrobada.
-Oh, Laura, te deseo tanto, y eres tan buena por no marcharte, por no rechazarme…te lo mereces todo.- susurra Almudena.
-No…hace falta que hagas nada, Almudena, yo…soy tu amiga…no me voy a ir y nooo….- no puede continuar. Almudena, con los ojos muy abiertos tras los cristales de las gafas, ha abierto bien la boca y con la lengua está lamiendo, despacio, los labios de la vulva de Laura.
-Almu…Almudena…Almudena…- gime Laura, extasiada de placer. La lengua de su mejor amiga le lame el sexo, por toda la superficie exterior. Un sexo que, como comprueba Almudena, ya está muy mojado y hambriento. Tímidamente, Almudena penetra unos milímetros con su lengua dentro del sexo de Laura. Unos profundos y sensuales gemidos de placer le confirman que va en el buen camino y que a Laura le ha gustado. Asi pues, penetra aún más profundamente, lamiéndolo a fondo y luego, alzando la lengua hacia arriba, hasta alcanzar el clítoris erecto. Ahí hace una parada y le dedica al botoncito endurecido unas suaves y tiernas lamidas. Los cristales de las gafas se le empañan, pero sigue lamiendo y Laura sigue gimiendo y jadeando de placer, mojando cada vez más y más intensamente la boca de su amiga. Almudena lame ahora con decisión todo el sexo de Laura, por dentro y por fuera, y algunos pelos de la entrepierna de su amiga se le meten dentro de la boca.
-Almudena…ahhh…ahhh- jadea Laura, que ya no se puede contener. Un chorro de jugos calientes sale despedido de las profundidades sexuales de Laura y sorprende a Almudena, mojando toda su cara- manchando sus gafas- y su boca, llegándole incluso hasta la garganta. Almudena, agradecida, traga los jugos calientes de su amiga y lame durante unos instantes más el inundado sexo de Laura. Luego, saca la cabeza de entre aquellos muslos adorados y contempla, excitada, como Laura termina de correrse entre espasmos de placer, agitando todo su cuerpo, aquel cuerpo que ella tanto venera. Sonriente, una certeza se abre camino en su mente: “¡Le he lamido el sexo a Laura. Se lo he lamido y le ha gustado. Se ha corrido en mi cara!
-¿Lo…lo he hecho bien, Laura?- pregunta Almudena, con timidez, sin atreverse a mirar de frente a Laura.
-Ha sido…ma…maravilloso, Almudena, maravilloso…hacía mucho, muchísimo tiempo que no tenía un orgasmo tan intenso, tan delicioso, tan perfecto…Pero yo… ¡que vergüenza!...lamento haberme corrido tan fuerte y…te he manchado la cara…no quería…llenarte con mis jugos, pero es que cada vez que me corro, lanzo esos chorros y no puedo evitarlo. Sobre todo cuando estoy muy excitada. Perdóname, por favor.
- Oh, no te preocupes por eso, no me importa, al contrario, me gusta .Si quieres, Laura, te lo puedo lamer otra vez, y todas las veces que quieras. Tu solo ordénamelo y yo te lo chuparé. Haré cualquier cosa por ti, cualquier cosa, Laura, mi amor.- ofrece Almudena, sonriente.
-No, no es necesario, ya te dije. Yo no quiero que tu…-contesta Laura, bajando la mirada y sonriendo.
-Oh, Laura, no sigas, no sigas….Yo… ¡Mira, me puedo pasar todo el día lamiéndote el sexo, sin parar! No tendrías ni que decirme nada. Me pasaría la vida entera entre tus piernas, Laura, yo…no me eches de tu lado, por favor.- dice Almudena, pensando que la negativa de Laura es un rechazo total y definitivo.
Laura se incorpora y se sitúa frente a Almudena. Con un gesto, sonriendo, le indica que se levante ella también. Almudena lo hace, pero no mira de frente a su amiga. Tiene miedo de lo que vaya a decir, tiene miedo de que ahora Laura la rechace. Almudena se siente fea y no apetecible y aunque le ha lamido el sexo a Laura, piensa que ésta ahora se va a despedir de ella para siempre. Unas lágrimas asoman a sus ojos tristes.
-No te vayas, Laura, no me dejes sola. No merezco nada, pero si te quedas, me pasaré el día entero dándote placer, te lo aseguro.- dice, suplicante, la desnuda, delgada y desgarbada mujer de cuarenta y pocos años.
-Ven aquí- le susurra Laura, sonriendo ahora con calidez, tomándola por la cintura y atrayéndola hacia ella con dulzura. Los pechos de ambas mujeres se tocan, y la mano de Laura se desliza de la cintura a las nalgas de Almudena.
-Oh, Laura, Laura, yo…- musita Almudena, fascinada por la sonrisa y los grandes ojos de Laura.
Laura la besa en la boca. Un beso de amor largo y mojado, un profundo beso de lenguas entrelazadas como el destino de aquellas dos solitarias mujeres. Almudena queda exánime, casi sin fuerzas, con los brazos colgando a ambos lados de su cuerpo, derritiéndose de amor hacia Laura. Y Laura continúa besándola, manchándose con sus propios jugos. Aparta su boca un momento y vuelve a besarla, esta vez más largo e intenso, hundiendo sus manos en las nalgas desnudas de Almudena.
Las bocas ansiosas se separan de nuevo. Y Laura, sin dejar ni un instante de acariciar el trasero de Almudena, le dice, mirándola a los ojos:
-No quiero que te sometas a mí, no quiero que seas mi esclava. –
-Pe…Pero yo…Laura, yo haría todo lo que tu quisieses, con gusto. Solo deja que…
-Sssh…calla, y déjame terminar. No quiero que seas mi esclava. Lo que yo quiero, lo que yo deseo, lo que yo necesito, es que seamos amantes. Amantes, Almudena. Iguales. Me ha gustado mucho que me lamieras el sexo, lo admito. Ha sido mi mejor orgasmo en años, y me gustaría que volvieras a hacerlo. Y también me gustaría mucho lamer todo tu cuerpo y lamer tu sexo, como tú has hecho conmigo. Y darte placer hasta que caigas extenuada y feliz. Porque quiero hacerte feliz.-
-Oh, Laura, Laura…Eres…eres una diosa que ha venido a la Tierra. ¡Soy feliz simplemente estando a tu lado, mi amor!-
-Antes dijiste que eras fea, Almudena. No vuelvas a decirlo nunca más, y ni siquiera te atrevas a pensarlo, porque no es verdad. Eres la mujer más hermosa que jamás he visto. Eres bellísima. Eres preciosa.-
-¡Laura, Laura, Laura, mi amada Laura!- jadea Almudena, derretida de placer. Mojada de excitación, sintiéndose en una nube de felicidad. Se estrecha contra su amiga y aplasta sus pechitos contra los pechos más grandes de Laura y la acaricia. Acaricia a su amiga, deslizando sus manos agradecidas por su espalda y por sus nalgas, las grandes y hermosas nalgas de Laura.
-Almudena, anoche mojé mis bragas pensando en ti. Me masturbé pensando en ti, y tuve un fuerte orgasmo. Y hoy, me has lamido el sexo y he vuelto a experimentar otro orgasmo, aún más fuerte y delicioso que el de anoche. Ahora, simplemente, quédate muy quieta y separa un poco las piernas. Te lo mereces, te lo mereces todo.
Laura se arrodilla ante su amiga, sin apartar sus manos de las nalgas de Almudena.
El olor a sexo caliente es más que evidente y Laura, excitada, abre la boca, saca la lengua y penetra con ella en el santuario rojizo y ya mojado. Empieza a lamer el sexo de Almudena, arrancándole gemidos de placer con cada lamida.
Almudena cierra los ojos y gime de placer, hundiendo ambas manos en el pelo alborotado de Laura, empujando la cabeza de ésta hacia adentro, hacia sus entrañas, hacia su ardiente entrepierna. Laura recorre todo el sexo de su amiga, penetra en él y lame con intensidad el clítoris erecto. Almudena empieza a retorcerse de gusto, y a mojarse en abundancia. Laura, entonces, se detiene.
-Date la vuelta, mi amor, apoya tus brazos en la lavadora y ponte de espaldas a mi…y no te olvides de abrirte bien de piernas.- dice Laura, sonriendo con picardía- Quiero lamer tu trasero. Si a ti te parece bien, por supuesto…
-Oh, claro que si, mi amor…pero... ¿de verdad quieres hacerlo? ¡Jamás pensé que una mujer como tu quisiera lamer mi cuerpo, y menos aún…mi trasero!- contesta Almudena, sofocada por la excitación, pero dándose la vuelta, obedeciendo la insinuación de su amiga.
-Almudena, Almudena, por favor, créeme, eres muy bella, y deseo lamer todo tu cuerpo, amor mío, por favor, por favor…- susurra Laura, arrodillada detrás de Almudena, a su espalda. Y no le miente. Si bien cuando la conoció pensó para si misma que Almudena era una pobre y desgraciada mujer fea, ahora, ya no piensa así, y realmente, le parece hermosa. Encuentra que hay algo así como una luz que circunda el cuerpo de su amiga y que la atrae hacia ella. Cada uno de los defectos de su cuerpo le parece una maravillosa perla de atracción y Laura desea con toda su alma lamer y besar el cuerpo de Almudena.
Y lo consigue. Almudena adopta la postura indicada por su amiga y se sitúa de espaldas a Laura, abierta de piernas, apoyados los codos en la lavadora, mirando de reojo hacia atrás, y levantando un poco indecentemente el plano y blanco trasero desnudo. Laura se acerca, despacio, con la lengua un poco fuera de la boca y planta un suave beso en una de las nalgas de Almudena.
-Ooooh, Laura- susurra Almudena, sonriente y excitada- Laura, Laura, Laura.
Despacio y con ternura, Laura cubre de besos de amor las nalgas de Almudena. Después, durante un maravilloso instante, Laura lame con suavidad el ano de Almudena, arrancándole intensos gemidos de placer. Y luego, desciende con su lengua fuera hasta el sexo rojo y mojado que se abre ante ella y lo lame durante unos maravillosos instantes. Almudena siente como la lengua de su adorada Laura penetra profundamente en su sexo y no puede resistirlo más.
-Laura…yo…ahh…me…corro…ah…- Almudena se corre, mojando con sus efluvios la cara y la boca de Laura. Es un largo y delicioso orgasmo que hace que Almudena traspase las puertas del placer más intenso. Se corre como nunca antes se ha corrido, y se derrama con fuerza sobre su amiga. Laura no aparta la cara y recibe con la boca abierta los cremosos y calientes jugos de su amiga. Cuando los profundos jadeos de placer de Almudena empiezan a remitir, Laura se pone en pie y se acopla a su amiga, pegando todo su cuerpo a ella. La acaricia y la besa en la espalda y luego le acaricia los pequeños pechos, mientras pasa a besarla en el cuello y en el pelo.
Durante varios minutos ambas mujeres permanecen así, acopladas, jadeando al unísono, sonriendo como tontas, felices, satisfechas. Laura acerca sus labios a una oreja de Almudena y le susurra:
-Es hora de levantarnos, Almudena, el jardín nos espera. Hace un día espléndido y podemos pasarlo muy, pero que muy bien allí fuera, sobre la hierba, juntas, abrazadas, desnudas, dándonos placer la una a la otra hasta agotarnos.
-Laura, mi amor, cuanto deseaba oír eso que acabas de decir. Vamos, si, vamos al jardín.
Se levantan, cogidas de la mano y se sonríen la una a la otra, como amantes complacientes. Laura le quita las gafas a Almudena, con una sonrisa de amor. Y luego, cada una acariciando el trasero de la otra, se dirigen al jardín.
Ya no hay temor, ni nada que esconder y, como sílfides en medio de una floresta primordial, las dos mujeres maduras, desnudas, henchidas de felicidad, satisfechas consigo mismas, se tumban boca arriba sobre la hierba, bajo el Sol de la mañana y se cubren de besos la una a la otra, jadeando de placer. El mundo entero puede esperar.