Una apuesta perdida
Cuando vas borracha nunca deberías hacer una apuesta a la ligera, no siendo que pierdas, como me pasó a mí.
Si quieres un consejo, nunca hagas una apuesta cuando vayas borracha. Yo la hice, y cuando cosas que ves como seguras las pierdes, no te queda sino cumplir tu parte. Era un sábado por la noche a mediados de verano, y había bebido bastante, pues me apetecía disfrutar y olvidar las preocupaciones, así que cuando el amigo de mi hermana me dijo que qué me apostaba a que se bebía el cubata de un trago, yo, mas chula que nadie, le contesté: Si te lo bebes de un trago hago lo que te de la gana. Mi cara 30 segundos después era un poema, y con tres testigos, no tenía escapatoria.
Así que el lunes siguiente allí me encontraba yo, a la puerta de su casa, vestida como me había ordenado, ya que si no, me dijo mis amigos y yo haremos que te arrepientas de haber apostado. Llevaba una minifalda negra ajustada, la mas corta que tengo, y que normalmente me suelo poner con leggings, salvo que esta vez tenia ordenes de no hacerlo, y resulta bastante incomodo. Más de una vez tuve que pararme a comprobar si no se me había subido e iría enseñando las nalgas. También llevaba una camiseta negra anudada al cuello y bastante escotada, y que resulta un incordio ya que al no llevar ropa interior me daba la sensación de que todo el mundo me miraba por la calle. El cuadro lo completaban unos zapatos negros de charol con un gran tacón de aguja.
Nada más llamar me abrió la puerta, se me quedó mirando el escote y tras unos instantes me hizo pasar al salón, donde me dijo que esperara. Trajo un par de vasos y me ofreció whisky, el cual apenas probé de lo fuerte que estaba. Me preguntó que que iba a hacer, y le dije que no tenía ni idea. Se me quedo mirando y me intentó besar, pero aparté la cara. No me hacía ninguna gracia que me besara en esa situación.
-Recuerda que me debes hacer todo lo que quiera, era tu apuesta. - Me dijo mirándome a los ojos.
-No. Me pediste que me vistiera así, y ya he cumplido. Ahora me marcho a mi casa.
-De acuerdo princesa, espera dos minutos que hago una cosilla y te dejo que te marches. - Me dio un beso en la mejilla y subió las escaleras.
Al cabo de unos minutos apareció, y me dijo que mirase una cosilla por la ventana. Me acerqué a mirar. No vi nada extraño y, cuando me iba a dar la vuelta para preguntarle, de repente me vi tirada en el suelo. El muy cerdo se había acercado por detrás sin que le oyera, y me había derribado, lo cual no le costó demasiado esfuerzo por los tacones que llevaba puestos. Una vez inmovilizada en el suelo me dijo: Vas a hacer todo lo que yo quiera, te guste o no. Un instante después tenía las muñecas esposadas a la espalda y me llevaba en brazos al sofá.
Comenzó intentando besarme, lo que antes le había prohibido, y aunque puse resistencia al principio, me dominaba de forma que acabe por no poder ofrecer resistencia alguna. Al cabo de cinco minutos me había devorado la boca completamente sin poder hacer nada por evitarlo. Entonces fue cuando comenzó a sobarme. Comenzó por mis pechos sobre la camiseta, sobando y masajeando, mientras yo intentaba escapar sin conseguirlo. Lo peor es que el hecho de que jugase así conmigo me estaba excitando, y no estaba dispuesta a dejar que lo supiera bajo ningún concepto.
Comenzó a desanudarme el top, y me quise revolver, pegarle una patada o algo, pero no conseguí más que perder los zapatos y que me atara los pies entre sí. Finalmente accedió completamente a mis pechos y comenzó a chuparmelos, recorriendo la aureola con sus labios y mordiéndome los pezones hasta dejármelos muy duros. Entonces pasó a mis muslos, los acarició y comenzó a subir, hasta llegar a mi coño, que ya estaba bastante mojado. Fue entonces cuando soltó una exclamación de victoria, y me dijo: ¡Mira a la putona como disfruta!, mientras yo cerraba los ojos y me moría de vergüenza.
Entonces me subió la falda a la cintura y comenzó a frotarme mi coño húmedo mientras me resistía por no darle el placer de conseguirlo, pero es muy difícil resistirse a algo así, y cuanto más me resistía mucho peor me ponía, hasta que llegó un momento en que no pude resistirme más, se me escapó un gemido y con él el orgasmo más violento y ruidoso que haya tenido jamás. No quería gemir, quería tenerlo en silencio, pero fui incapaz de ahogar uno solo de mis chillidos, mientras me contraía violentamente de placer. Y mientras el me miraba con su sonrisa de satisfacción, sabiendo de sobra hasta que punto me había humillado, pues muchas veces había rechazado tener nada con el, y ahora me había obligado a darle lo que mas deseaba que no tuviera. Había conseguido arrebatarme mi placer y cuanto más me retorcía para acabar, más se alargaban mis gemidos, mis gritos, mis espasmos...
Cuando por fin acabé, me miro sonriente y me dijo: Desde hoy me perteneces. Y yo mientras lloraba de humillación, por haberme quitado todo. Me desató los tobillos, y me pidió que le pajeara con mis pies. No dije nada, simplemente me negué, así que volvió a atármelos y se fue a la cocina. Cuando volvió, traía un bote de tabasco, me abrió la boca y me echo unas gotas. La boca me comenzó a arder, mientras le suplicaba agua, y entonces cogió, me desató los pies y me dijo: si quieres beber, extrae tu el líquido. Y en ese momento perdí la razón y me puse como loca a pajearle con los pies, con tal de que me dejara beber un poco de agua. No pensaba, simplemente puse mis pies en su polla y comencé a moverlos lo mas rápido que pude.
Cuando estaba a punto de correrse cogió uno de mis zapatos, y entonces lo puso bajo su pene, y así al correrse, toda su leche cayó en uno de mis zapatos sudados. Entonces lo puso sobre mis labios y me dijo: Bebe. Y yo, que ya no podía soportar más el picor, me lo bebí de un trago y hasta rebañé, con tal de quitarme el picor de la boca. Tenía un sabor muy fuerte y desagradable, jamás había hecho algo así, pero no era dueña de mis actos.
Finalmente me cogió en brazos, me sacó al portal, me desató y me dejó tirada a la puerta de su casa, desnuda, con la ropa en un montón a mi lado. Me dijo que había prometido hacer todo lo que el quisiese, y que me había grabado todo el rato, por si no cumplía mi promesa hecha a la ligera. Dijo que nos volveríamos a ver y cerró la puerta. Me vestí lo más rápido que pude para evitar que nadie me viera y, descubriendo que se había quedado con mis tacones, me fui descalza y con la boca sabiendo a semen hasta mi casa.