Una apuesta es una apuesta

Cuando un chico ama a una chica es capaz de hacer muchas locuras y más si hay una apuesta con un premio muy jugoso de por medio. Espero sus comentarios.

-          ¿Pero qué demonios haces aquí?

-          ¡Pssss!

-          ¡Te van a pillar y se va a liar!

-          ¡Cállate, bebé!

-          ¿Quién te prestó el uniforme? ¡Ese es el antiguo!

-          ¿El antiguo?

-          ¡Siiii! Te lo dije, incluso te enseñé el mío nuevo pero cuando tienes ganas de sexo tú nunca me escuchas... – dijo ella con cierto tono de reproche -. Lo  cambiaron hace unas semanas por este otro. En lugar de atenderme te faltó tiempo para quitármelo y bajarme las braguitas...

El chaval se quedó realmente estupefacto pero pronto reaccionó.

-          ¡Bueno, es igual, tú disimula!

-          Pe…

Lidia no pudo seguir hablando. Fer, su novio la atrapó contra la pared  en un rincón del pasillo de su instituto dándole un beso en los labios que la dejó sin aliento. Ella tardó un par de segundos en rendirse y entregarse a la guerra incruenta de lenguas que su chico le proponía  bajo el hueco de la escalera. Extasiada al sentirse tan deseada, no tardó en  deslizar sus manos tras la nuca del chaval para ser ella la que le besase a él de manera más intensa y profunda. Estaba loca por Fer por mil y un motivos, entre ellos, por  hacer locuras como aquella: colarse en el instituto de la muchacha disfrazado de alumno para estar con ella.  A la vista de cualquiera podía parecer un sinsentido pero a Lidia detalles como aquel le encantaban de su chico. Estaba enamorada de él hasta en el último poro de la piel.

Por eso, cuando las manos del muchacho descendieron por su espalda y acariciaron sus glúteos, la chica no protestó lo más mínimo y se dejó tocar libremente. Incluso separó un poco su cuerpo de la pared para facilitarle la tarea al chaval. Lidia deseaba más que nada en este mundo sentir las manos de su amado recorrer cada rincón su cuerpo y mejor bajo la ropa que sobre ella; Fer sabía cómo hacerla vibrar.  No tardó mucho en ser complacida: en unos segundos, el osado adolescente deslizó sus manos bajo la falda de la chica y ella sintió el calor del joven directamente sobre su piel. Eso hizo que sus vellos se erizasen.

El efecto combinado de las manos acariciándola y la lengua explorando su boca pronto tuvieron la consecuencia habitual: la vulva de Lidia comenzó a lubricar dejando muy claras las necesidades físicas de su dueña.

No obstante la chica no era tonta y sabía que ni el momento ni el lugar eran los adecuados para dar rienda suelta a los instintos sexuales de ambos.

-          ¡Para, loco! – suplicó ella a duras pena, zafándose de la lengua que jugueteaba con la suya -. ¡No sigas…! ¡Aquí no…! ¡No… eso no…!

La dentellada que sintió en su cuello y la ligera succión que la siguió hizo trizas su débil resistencia. Notaba que le temblaban las piernas mientras era lamida en esa parte de su cuerpo de manera tan ardiente como efectiva. Era uno de sus puntos débiles y su novio lo sabía. De manera inconsciente Lidia cerró los muslos pretendiendo frenar inútilmente el ardor que crecía y crecía cada vez más en su entrepierna, pero sólo consiguió aumentar su calentura hasta un punto que se le hizo insoportable.

El timbre que indicaba el final de la última clase les sobresaltó.

-          ¡Joder! – Exclamó él liberando a su presa de repente.

-          ¿Ves? ¡Te lo dije!

De manera torpe ambos intentaron componer su vestimenta, especialmente Lidia, cuya borde inferior de la falda se había subido muy por encima de las rodillas,  y lo hicieron justo en el momento en el que una manada de adolescentes salieron por todos los lados llenando el pasillo del colegio de gritos y risas.

-          ¿Y ahora qué hacemos? – Dijo ella bastante asustada.

-          ¡No tengo ni idea!  Yo sólo pretendía darte un beso y largarme antes de que todos saliesen de clase.

-          ¡Te van a descubrir!

-          No… nadie se dará cuenta.

-          ¡¿Qué nadie se dará cuenta?!  ¡Venga ya!

-          Pero, ¿entonces…? – La angustia del chico crecía por momentos, era algo evidente. Lo había planeado toco minuciosamente pero no reparó en aquel detalle tan importante.

Fue Lidia la que halló la solución al problema, al menos momentáneamente. Recordó que los miércoles el director del centro siempre estaba ausente y que la puerta de su despacho estaba a unos pocos metros de donde ellos se habían cobijado.

-          ¡No te muevas! Estate quieto un instante…

Y ágil como una gatita se dirigió a la puerta de madera maciza con un dorado cartel que indicaba su gran importancia. Lidia cerró los ojos al girar el picaporte, rezando para que este se abriese.  A la puerta le costó ceder ante su empuje pero cuando la chica sintió que esta se abría notó que su corazón volvía a latir.

-          ¡Ven… corre! – le apremió a su chico y este no se lo pensó dos veces y recorrió la corta distancia que les separaba a la velocidad del rayo.

Cuando cerraron la puerta con llave a ambos les entró la risa.

-          Tenemos suerte, el director no volverá hasta mañana…

-          ¡Perfecto!

-          ¡Estás loco! ¿Lo sabes? – Dijo ella entre carcajadas

-          ¡Loco por ti, Gallega! – Replicó él al instante.

De inmediato sintió un ligero golpe en el hombro.

-          ¡Ay! – Protestó de manera evidentemente falsa.

-          ¡No me llames así, sabes que no me gusta!

-          ¿Y cómo quieres que te llame? ¿Españolita?

-          ¡Noooo! Quiero que me digas cariño…

-          ¡Cariño!

-          O amor…

-          ¡Amor!

-          O tesoro…

-          ¡Tesoro!

-          ¡Tonto! – Dijo ella volviendo a golpearle.

-          ¡Tonto! – Respondió él sonriendo.

Los ojos del muchacho chispeaban alegremente.

-          ¡Oye! – exclamó Lidia alarmada -, ¿por qué me miras así? ¿No pretenderás que…?

-          ¡Pues claro que sí! Tenemos un sitio estupendo para nosotros solos – y, señalando la cómoda estancia dónde habían encontrado cobijo, prosiguió - :   buena temperatura, agua, y buenas vistas. Incluso apostaría que hay algo de comer por esos cajones y  ese paragüero parece perfecto para hacer pipí…

-          ¡No te atrevas ni siquiera a pensar hacer eso ahí…! – Dijo ella sin parar de reírse.

-          Pero aún falta lo mejor…

-          ¿Lo mejor?

-          Claro… mira...  ¿Qué ves ahí?

-          ¿Ahí? No sé… ¿Un ventana?

-          Sí… pero no.

-          Una lámpara.

-          ¡Nop!

-          Una mesa…

-          ¡Una mesa! ¡Eso es! Una enorme y espléndida mesa toda para nosotros.

Lidia se quedó boquiabierta al adivinar las intenciones calenturientas de su novio.

-          ¡No! – Protestó negando con la cabeza torciendo el gesto.

-          ¡Sí! – Replicó el otro acercándose a ella lentamente.

-          ¡Que noooo!

La chica intentó zafarse pero más por pudor que por otra cosa. Le encantaba la descabellada propuesta de su novio pero no se atrevía a decirlo abiertamente. Se limitó a  corretear grácilmente por el despacho, como si de una cervatilla se tratase pero pronto cayó en las garras del lobo atrapada sobre la mesa, cosa que a ella no le disgustó en absoluto. Estuvo a punto de perder el sentido de puro placer cuando su novio se puso sobre ella y sus senos fueron sobados contundentemente bajo el uniforme mientras era objeto de nuevo de una intensa lluvia de besos profundos y salvajes.

-          ¡Uhmm! – Gimoteó plenamente satisfecha al sentirse tan deseada por la persona más importante del mundo.

Los botones de su camisa blanca fueron desabrochados con lujuria y pronto sus pequeños pezones vieron la luz. No tardaron ni un segundo en ser objeto del intenso ardor  de un Fer desbocado que se moría por ellos.  Lidia cerró los ojos mientras la lengua de su novio recorría sin descanso sus pequeños senos, abrillantándolos con sus babas, erizando sus puntiagudos botones  hasta endurecerlos como brillantes.

La vulva de Lidia no es que estuviese humedecida: era una olla a presión a punto de estallar. Es por eso que la adolescente abrió sus piernas cuanto pudo, indicando el camino a seguir a su amante. Por si esto fuera poco su boca verbalizó lo que era un secreto a voces gracias a las reacciones de su cuerpo:

-          ¡Hazlo ya! ¡No puedo masss! – Gimoteó suplicando más placer.

Pese a que Fer no era primerizo, le costó desprenderse de los pantalones. Que no fuesen de su talla fue uno de los motivos pero el principal fue la tremenda erección de su falo: se moría por penetrar en aquella potrilla que le quitaba el sentido.

Tenía tantas ganas de entrar en Lidia que ni siquiera perdió el tiempo en desnudarla.  Simplemente le subió la parte inferior de la faldita hasta el ombligo, le separó la prenda íntima de color blanco decorada con topos de alegres colores e introdujo su pene en el interior de la ninfa muy despacito. Aun con las hormonas a flor de piel, el muchacho no olvidó cuánto la  amaba y se lo hizo de una manera firme pero muy tierna… pese a que la lubricación de aquel coñito le indicaba que la chiquilla necesitaba algo más.

Bastó una estocada algo más intensa que las anteriores para que de la boca de Lidia dejase de suspirar y que brotasen de ella gritos de placer cada vez más fuertes. Embriagada por el furor de su vulva enroscó sus piernas tras las de su amado proporcionándole de este modo un mejor ángulo de ataque,  logrando de este modo un intenso cóctel de sensaciones que por poco la hacen perder el sentido. Acompañó con sus brazos el movimiento de sus extremidades inferiores, enroscándose a Fer como una anaconda, clavándole las uñas en la espalda y ofreciéndole su cuello para que este fuera objeto de los excesos de su amante. Le hubiese apetecido besarle pero necesitaba aire para no desmayarse.

Si bien era el muchacho el que llevaba el ritmo de la cópula también Lidia colaboraba a la consumación del acto sexual mediante movimientos pélvicos y contracciones internas que hacían auténticas diabluras sobre el pene de un Fer cada vez más excitado.

Una vez comprobada la total disposición de Lidia a ser montada el muchacho se empleó a fondo follándosela de una manera cada vez más violenta.  Lidia no abrió los ojos en ningún momento, quería concentrarse en las descargas eléctricas que, partiendo de su vulva, descargaban en su cerebro una y otra vez.

-          ¡Agrrrrr! ¡Si… sigue…! ¡Así… así…! ¡Uhmmmmm….!

Lidia se llevó el dorso de la mano a la boca, justo en el instante en el que alcanzó uno de los mayores orgasmos de su corta vida. De este modo, ahogo el desgarrador aullido que partió de su garganta; de haberlo dejado salir libremente sin duda les habrían descubierto al instante. Ella era muy joven per tenía sus necesidades. También había echado de menos a Fer y las caricias nocturnas que regalaba a su sexo, pese a ser prácticamente diarias, no habían conseguido aplacar su calentura, tal vez por eso alcanzó el clímax incluso antes que él y se dejó hacer.

Satisfecha y con el coño bañado en sus propios jugos, volvió a abrirse de par en par, en señal de total sumisión a un Fer que continuaba dándolo todo sobre ella. Al estirar los brazos hizo caer al suelo algunos papeles que descansaban sobre la mesa pero eso a ella le importó más bien poco, sólo le importaba disfrutar del momento.

Los bufidos de Fer y el mayor ímpetu del chaval a la hora de profanar la entrepierna de Lidia eran señal inequívoca de que el final estaba cerca.  En efecto, unos segundos después ella notó cómo un enorme chorro de esperma chocaba contra las paredes de su vagina de manera totalmente descontrolada. El calor de la simiente masculina acompañado de brutales sacudidas de la polla de su amado descargando esperma a diestro y siniestro le proporcionaron otra andanada de orgasmos que si bien no fueron tan intensos como el primero sí que gustaron tanto o más que aquel.

Momentos después los dos compartían posición horizontal mirando el techo del despacho.

-          ¡E… estás loco!

-          ¿No te ha gustado?

-          Idiota… me ha encantado, como siempre…

-          Tenía muchas ganas…

-          Y yo…

-          Te echo mucho de menos…

Como única respuesta Lidia se incorporó y  propinó una sucesión de besitos a los labios de Fer. También ella le echaba en falta.  Fue entonces cuando la joven se percató del desastre.

-          ¡Mira! – Dijo algo conmocionada, señalando los pocos papeles que habían permanecido intactos sobre la mesa.

-          ¿Qué?

Fer se fijó en lo que Lidia le indicaba y vio que, en efecto, varios de los expedientes que todavía permanecían en la mesa estaban manchados de esperma mezclado con flujo vaginal. La braguita de la joven había vuelto a su sitio pero la fina tela fue incapaz de contener todo lo que brotaba de aquella minúscula cueva limpia de vello.

-          ¡Oh, vaya! – Dijo Fer al ver el desaguisado.

-          ¡No te rías! No tiene gracia… - Replicó Lidia con una mueca de desagrado intentando  torpemente limpiar el destrozo pero la risa de su chico tenía en ella un efecto tremendamente contagioso y pronto se unió a él dejando por imposible la tarea.

-          ¡Qué barbaridad! Tenías muchas ganas.

-          ¿Yo? Y tú… ¿qué me dices? Si parecía una fuente lo que te salía de ahí abajo.

-          ¡Tonto! – Rió Lidia bastante avergonzada, era cierto que su eyaculación había sido tanto o más copiosa que la de su joven amante pero se sentía incómoda al reconocerlo.

Fer se incorporó de un salto y, a la velocidad del rayo, sacó de uno de sus bolsillos traseros de su pantalón un teléfono móvil.

-          ¡Abre las piernas y no te muevas!

-          ¿Ya estás otra vez con las fotos? – Dijo ella con una mueca de desaprobación.

Su novio era un fanático de las fotografías siempre y cuando Lidia fuese su modelo. Vestida o desnuda, le era indiferente; estaba realmente obsesionado por ella.

-          Venga… te echo de menos.

-          ¡Pero cariño, si tienes cientos de ellas! ¡Miles, diría yo!

Efectivamente, no había rincón del cuerpo de la chica que no estuviese inmortalizado en el interior de aquel teléfono móvil. A Lidia no le hacía excesiva gracia todo aquel asunto, no por las fotos en sí sino ya que confiaba ciegamente en su novio sino  porque estas pudiesen caer de manera involuntaria en terceras manos. Sin embargo, su veneración por Fer era tal que accedía a todos y cada uno de los deseos sin rechistar, entre ellos el posar para él tal y como su mamá la había traído al mundo. Incluso había accedido a que él hiciese grabaciones de sus encuentros sexuales incluido un primer plano de su primera mamada.

-          Vengaaaa.

-          ¡He dicho que no!

Lidia siempre se resistía un poco, no quería parecer demasiado desinhibida. Fer sabía que su insistencia sería recompensada más pronto que tarde.

-          Por favor, bebita…

-          ¡No insistas!

-          He venido a verte… me la he jugado por ti – continuó él entono mimoso -. No seas mala.

Lidia se encogió de hombros y accedió. ¿Qué otra cosa podía hacer? Estaba muy enamorada de él y todo sacrificio por conservar su amor le parecía poco.

-          ¡Estás loco! Lo sabes, ¿no?

-          ¡Loco por ti, cariño!

-          Eres un cerdo…. ¿lo sabías? – Dijo ella en tono de broma comenzando a quitarse la camisa ya desabrochada durante el acto sexual previo.

-          ¡Oink, oink! – Respondió él imitando el sonido del animal, hecho que provocó la risa de la chiquilla.

Poco a poco, y bajo un constante centellear de flashes, el uniforme de Lidia fue separándose del delicado cuerpo al que cubría.  Los zapatos, calcetines y braguitas de la joven también siguieron el mismo camino. Pronto la adolescente posaba desnuda y sonriente sobre la mesa del director de su instituto. La mayoría de las fotografías eran divertidas, Lidia se tapaba sus zonas erógenas con algún objeto del despacho y sacaba la lengua en actitud burlona pero, conforme se fue caldeando el ambiente, la inocencia inicial se fue perdiendo dando paso a fotos realmente explícitas.  La chica sabía, lo que le más  gustaba a su novio así que ella misma buscaba la manera de mostrar impúdicamente al teléfono móvil las partes más íntimas de su anatomía. En un momento dado Lidia se percató de que el pene de su novio estaba de nuevo erecto y eso la calentó todavía más. Se pasó la lengua por sus labios de forma sensual y abriéndose el sexo completamente con ambas manos le dijo al improvisado fotógrafo:

-          ¿Te gusta así, cariño?

-          Cl… claro. – Balbuceó un cada vez más ruborizado Fer que no perdió el tiempo en inmortalizar tal glorioso momento.

-          ¿Y así? -  Dijo Lidia bajándose de la mesa y recostándose sobre ella, dejando a merced del objetivo la redondez de su trasero.

-          ¡Uff! – Contestó Fer verdaderamente motivado -.Sí!

-          ¿Así mejor? – Prosiguió Lidia utilizando dos de sus dedos para acariciarse el coñito, con las braguitas colgando de su boca y la cara mirando al objetivo. Al hacerlo comprobó algo que ya sabía: su coño estaba húmedo de nuevo.

El tono meloso de su voz y el contoneo de su cadera dejaban muy claro que  Lidia ya estaba lista para un segundo asalto. La aparición de su novio de improviso en su instituto y el asunto de las fotos en aquel lugar prohibido formaban una combinación muy excitante para ella. Pero cuando en esa postura se  abrió de nuevo  el sexo ofreciéndoselo a Fer él  meneó la cabeza.

-          No, no, bebé. Ese no era el trato… una apuesta es una apuesta.

-          ¿Apuesta? – Dijo Lidia mirándole muy extrañada. Se quitó las braguitas de la boca e hizo un ovillo con ellas en uno de sus puños.

-          Y no te hagas la tonta…  - prosiguió Fer en tono burlón -  sabes perfectamente de qué hablo.

Al principio Lidia no comprendió lo que el chico insinuaba pero de repente recordó la conversación que tuvieron ambos tras su último encuentro sexual,  en la casa del chico, la tarde antes de despedirse.

-          ¡No! – dijo ella dándose la vuelta, mirándole estupefacta.

-          ¡Sí!

-          ¡Has venido sólo por eso! – Exclamó ella roja como una frutilla.

-          Bueno… sólo por eso no…

-          ¡Has venido por mi trasero! ¡De eso va todo esto!

Fer se reía a carcajada limpia al ver el rostro descompuesto de su pequeña amada.

-          Bueno bebé… fuiste tú la que hiciste la propuesta, no yo.

-          Pe… pero…

-          “Si quieres mi orto tendrás que venir a verme. Yo misma lo abriré y te lo ofreceré gustosa…” Eso es lo que dijiste, ¿no?

-          ¡Serás….! ¡Serás…!  -

Con las mejillas cada vez más encendidas por la ira, Lidia buscó un insulto lo suficientemente fuerte como para definir la actuación de su chico pero estaba tan nerviosa que no lo encontró.

-          Una a puesta es una apuesta… tú siempre lo has dicho… - prosiguió él con cara de no haber roto nunca un plato.

Lidia apretó los puños pero por mucho que le pesase tenía que reconocer que todo lo que su chico le estaba diciendo era rigurosamente cierto. Una apuesta era una apuesta, ella siempre repetía lo mismo.

-          ¡Huyyyyy, esta me la pagas! -  dijo realmente furiosa -  ¡No dejaré que me hagas ni una foto más!

-          Lo que tú digas…

-          Y se acabó lo de chupártela a cada momento…

Fer se encogió de hombros pero no dio su brazo a torcer.

-          Y…

-          Venga, cariño… cumple  tu promesa. – La interrumpió el chico muy excitado.

-          ¡Te odio! ¿Lo sabes? – mintió ella de forma descarada, no pudo evitar volver a reír al ver la mueca cómica del chaval mirándola con ojos tiernos -. Ten cuidado… ¿vale?

-          Tranquila, lo tendré. Sabes que te adoro.

-          ¡Si me adorases tanto no me harías esto! – Apuntó ella rápidamente.

-          No te vas a librar tan fácilmente. Ese truco es muy malo.

-          ¡Jo! – Protestó Lidia en tono infantiloide.

-          Bebita… cumple tu promesa.  Yo ya hice mi parte.

-          Ya voy, ya voy… me vengaré tarde o temprano… eres malo…

Lentamente Lidia volvió a reclinarse sobre la mesa con evidente mala gana.

-          Venga. Terminemos con esto.

-          No, no. Ese no era el trato.

-          ¿Pero de qué hablas ahora? – Preguntó Lidia en tono airado

-          Tienes que abrírtelo… y ofrecérmelo gustosa, ¿recuerdas? – Dijo Fer en tono burlesco- . Ese era el trato.

-          ¿Quieres que le ponga un lacito?

-          Pues no estaría nada mal…

Lidia apretó los puños, uno de los cuales todavía guardaba su prenda íntima. A punto estuvo de sacarse sangre al clavarse las uñas  pero no dijo ninguna de las barbaridades que se le estaban pasando por la cabeza en ese instante. No quería darle la satisfacción al muchacho de seguir tomándole el pelo.  Se limitó a colgarse las braguitas en la boca para mitigar su más que probable tormento, abrirse los glúteos y murmurar de muy mala gana:

-          ¡Venga… hazlo de una vez!

-          No, no…  así no. Con más amor…

-          “Cariño” – dijo Lidia en tono sarcástico y sacándose la ropa interior de entre los dientes -. “Toma mi trasero… por favor”. ¿Contento?

Como contestación a su pregunta recibió un intenso lengüetazo en la su entrada posterior que la pilló totalmente desprevenida.  La lengua de Fer, golosa e inquieta, jugueteó con su trasero ágilmente. Lidia no pudo protestar, sobre todo porque no había motivo: no era precisamente dolor lo que estaba experimentando sino todo lo contrario. Sintió un cosquilleo inquietante primero, que incluso se tornó agradable después y finalmente pasó a adictivo.  Lidia entornó los párpados al sentir el apéndice bucal de su amado traspasando su esfínter y de nuevo de sus labios partió un gritito que no pudo contener.

-          ¡Agr! – Chilló.

-          ¿Qué tal? – Dijo Fer dejando de chupar un instante, lo justo como para darle un besito en medio del agujerito.

-          ¡Mal! – replicó  ella sin mucha firmeza, la manera de ofrecerse hacía presuponer que mentía como una bellaca.

-          ¿Todavía quieres que lo deje?

-          No… - murmuró Lidia.

-          ¿Cómo dices? No te oigo, bebé.

-          ¡Que continúes, bobo! – Gritó la chica tremendamente caliente, algo molesta por la interrupción.

Fer no quiso tensar más la cuerda; en lugar de seguir provocando a Lidia prefirió utilizar su lengua de otro modo, dándole lo mejor de su repertorio a aquel culito con el que soñaba noche tras noche. Combinó su ataque bucal acariciando el clítoris de su amada con la yema de sus dedos, imprimiendo un ritmo suave primero y progresivamente más contundente después.  Cuando la chica sintió el efecto simultáneo de un par de dedos hábiles y una lengua juguetona explorando su entraña más privada quiso morirse de puro placer.  No sabía cuál de las dos penetraciones le gustaba más pero pronto se decantó por la de su ano. Lo que su trasero le transmitía constituía para ella una gratísima sorpresa; lejos de dolerle o incomodarle su orto le estaba haciendo pasar un muy buen rato.  Estuvo a punto de agarrar  del cabello a Fer y obligarlo a meterle la lengua inclusive mucho más adentro.

-          ¡Uhmm! , ¡delicioso! – musitaba el chico entre lametón y lametón -. ¡Qué culito tienes, bebé!

Ya hacía un rato que Fer, con la mano con la que no estimulaba a Lidia, se frotaba el falo de forma pausada.  Cuando lo notó duro y firme no pudo resistirse más por lo que dirigió su extremo al agujerito trasero de una Lidia tremendamente receptiva. El esfínter de la chavala brillaba gracias al trabajo oral, estaba muy lubricado y lucía una dilatación más que considerable. La chica ayudaba en lo posible abriéndose las carnes tanto como podía.

-          ¿Estás lista?

-          ¡Sí! – contestó la chica muy ansiosa.

-          Vamos allá.

-          Ten cuidado.

-          Tranquila, lo tendré.

La estimulación previa resultó más que efectiva; sin apenas esfuerzo ni dolor, la cabeza del glande atravesó la ranura trasera de Lidia. Fue un antes y un después en su vida; todos sus perjuicios con respecto al sexo anal desaparecieron de un plumazo. Ni dolor, ni malestar ni sufrimiento, más bien todo lo contrario: sencillamente le encantó ser sodomizada.

Los ojos de la estudiante se abrieron de par en par al notar la serpiente reptando por su intestino, sus labios buscaron el aire que comenzaba a  faltar en los pulmones, su corazón palpitaba a todo tren y su vulva inquieta escupía jugos por conforme los centímetros de pene iban adentrándose en su pequeño orificio. Fue un conjunto de sensaciones contradictorias las que se agolpaban desordenadamente en su cabeza, a su mente le costaba aceptarlo, pero la realidad era que estaba disfrutando como nunca con aquella variante del sexo.

-          ¿Qué tal?  - Preguntó el chico al ver la cara de sorpresa de su chica.

-          ¡Oh… Diossss!

-          ¿Te gusta?

-          ¡Sigue, siiiiii!

Lidia  se rindió a la evidencia, cada vez estaba más excitada. Conforme Fer fue bombeando a mayor ritmo, metiendo y sacando acompasadamente una buena porción de pene en su intestino, emergió del interior de la muchacha una desbordante sensación de calor que se manifestó en su boca en forma de ronroneo sordo al principio, gimoteo tímido después y estruendoso grito de placer para finalizar.

Fue el muchacho el que esta vez estuvo rápido y utilizó las bragas  como mordaza en la boca de una Lidia que no dejaba de chillar, loca de placer. Después, agarró los pequeños pechos de la chica y ya no los soltó durante el resto del acto sexual. Sintió que los pequeños pezones de su chica estaban duros como diamantes.

-          ¡Pero no grites! – Dijo él muy nervioso sin dejar de penetrarla.

-          ¡Grrrrr! – Contestó la chica fuera de sí.

Lidia se abrió todavía más, dejando su puerta trasera abierta de par en par a un Fer que no podía creer lo que estaba pasando. Había soñado aquel momento mil veces y ni en el mejor de sus sueños había imaginado llegar tan lejos. Prácticamente ya había metido la totalidad de su pene en el trasero de su amada y esta, lejos de sentirse saciada, meneaba su culito contra su ingle para que él la empalase de manera más intensa y profunda.  El chaval estaba a punto de volverse loco.

El culo de Lidia ardía pero las contracciones de su vulva sofocaban el fuego de manera generosa: chorreaba flujo, literalmente. Fer perdió la compostura al notar las vibraciones en su pene; fuera de sí, se abalanzó sobre la muchacha y ambos acabaron sobre la mesa, unidos por aquel pene erecto como si fuesen una sola persona. Tres o cuatro arremetidas fueron suficientes para que el recto de la chica fuera rellenado de esperma caliente y viscoso procedente de los testículos de un Fer exhausto. El muchacho no dejó de clavársela hasta que el vigor de su pene fue en descenso. Era joven y lleno de energía pero dos coitos intensos, sin apenas descanso, eran todo un reto, reto que superó con buena nota.   Después, sudoroso y satisfecho se  tumbó al lado de su amada, intentando recuperar el resuello.  Lidia por su parte permaneció inmóvil como una estatua, con los ojos cerrados, deleitándose con las últimas sacudidas de su vulva y con el esperma de Fer saliendo a borbotones de su culo. La cantidad de leche fue tal que formó un pequeño riachuelo que, partiendo del orto de la joven, caía por sus muslos hasta formar un pequeño charquito sobre el parquet del despacho.

Tardaron más de quince minutos en comenzar a moverse y, cuando lo hicieron fue para comerse de nuevo a besos.  Después, satisfechos por un encuentro sexual memorable, comenzaron a vestirse lentamente entre risas, caricias y miraditas cómplices.

-          ¿Te he hecho daño?

-          ¿Daño? ¡Qué va! ¡Ha sido genial!

-          Entonces… ¿querrás repetir?

-          ¡Seguro! Pero ahora no…

-          Claro, claro. – Rió Fer.

-          Ahora tendremos que pensar cómo sacarte de aquí.

El gesto de Lidia mostraba una preocupación bien fundada. Era imposible que Fer no fuese descubierto, su uniforme obsoleto destacaría como un lucero en medio del resto de los alumnos.  De repente, una idea loca cruzó por su cabeza. Era tan disparatada que pensó que tal vez podría funcionar.

-          ¡Elena!

-          ¿Elena? ¿Quién es Elena?

-          Elena es una compañera de clase. Es una buena chica, muy tímida; jamás dirá nada.

Dando saltitos de alegría Lidia prosiguió:

-          Creo que le gusto.

-          ¿Le gustas?

-          Sí… ya sabes… le van las chicas…

-          Entiendo.

-          Puedo llamarla y pedirle que te traiga uno de sus uniformes, es una chica muy alta,  incluso más que tú y…

-          ¡Espera, espera! ¿Quieres que me ponga un uniforme… de una chica? ¡Ni hablar! ¡Antes prefiero que me pillen, te lo digo enserio!

-          ¡Pero me expulsarán! Mis papás me  matarán si se enteran de… esto. – Dijo Lidia muy apesadumbrada viendo el estado deplorable del despacho.

Fer estaba realmente alarmado.

-          Pero bebé… ¿no hay nadie más? ¿Algún chico al que puedas pedírselo prestado…?

-          ¡No! – replicó rápidamente Lidia -. Los chicos de mi clase son unos estúpidos, seguro que lo contarían todo o me harían chantaje. ¡Uff! Sólo pienso en la cara de papi cuando se entere, tiene un genio terrible…

Fer tragó saliva y eligió el menor de los males.

Diez minutos después apareció por la puerta del despacho la tal Elena. Tal y como habría predicho Lidia no hizo preguntas, ni siquiera el menor comentario a pesar de que el cabello enmarañado de la chiquilla  y lo descompuesto de su uniforme dejaban bien a las claras lo que había sucedido allí instantes antes.

-          Es una suerte que, con los calcetines altos, apenas se noten los pelitos de las piernas…

-          ¡Sí… una suerte!  - Contestó Fer muy molesto.

-          Además, la falda es muy larga. Casi no se te ven las rodillas.

-          Por favor… cállate. Terminemos con esto de una vez. Si me viesen así mis amigos… me muero. ¿De dónde has sacado esta peluca?

-          Es para una obra de teatro para la función de fin de curso – apuntó Elena muy avergonzada-. Oye, Lidia… estaba pensando… ¿no sería mejor que…?

-          Tenemos que buscar algo para tus pechos…

-          ¿Pechos?

-          Claro. El brasier tiene relleno pero hay que poner algo dentro.

-          Oye, Lidia… ¿Y si…? – Insistió Elena sin el menor éxito.

-          ¡Mis medias! Te las pondremos ahí adentro…

Fer aguató estoicamente las maniobras de su novia. Instantes después lucía unas  generosas protuberancias en el pecho que, unidas a la peluca rubia, el uniforme y los zapatos de Elena le daban una apariencia relativamente femenina.

Al mirarse al espejo, quiso morirse de vergüenza.

-          Ahora, el toque final…

-          ¡Eso sí que no!

-          Es sólo un poco de brillo en los labios y algo de maquillaje. Venga… sonríe… estás muy… “mona”.  – Rió Lidia al comenzar a pintar los labios de su novio que, visiblemente enfadado, la miraba con cara de un odio infinito.

-          Te odio, bebé.

Cuando Lidia terminó la sesión de maquillaje el aspecto del muchacho mejoró bastante. No podía decirse que era un bellezón pero sí que no desentonaría en absoluto entre las otras chicas del instituto. Con un poco de suerte podría abandonar el centro educativo sin contratiempos.

-          ¿Qué te parece, Elena?

-          E… está muy guapo… o guapa, no sé.

-          ¿Ves? ¡Ha sido una idea genial!

-          Si tú lo dices. – Murmuró un Fer que no dejaba de colocarse las tetas de la manera menos incómoda posible.

-          A ver… ¡Sonríe!

-          ¡Oye, nada de fotos!

-          Pero cariño, ¿por qué? Si estás genial. Tú eres el fanático de las fotos, ¿no?

-          Lidia… te estás pasando.

-          Lo que no comprendo es por qué… - Volvió a insistir Elena en decir lo que pensaba pero, una vez más, fue interrumpido por una hiperactiva Lidia.

-          Venga… salgamos ya. El pasillo está lleno de gente y nadie se dará cuenta…

Rápidamente agarró a las otras dos “chicas” y a empujones las sacó del despacho.

En efecto, nadie reparó en aquella adolescente de pelo largo y rubio, generoso busto y rostro ruborizado. Salieron las tres al patio y se encaminaron hacia la puerta de la salida. Cuando por fin estaban a punto de llegar a su destino Elena no pudo contenerse más:

-          Lidia, ¿pero por qué no le has dicho que se pusiera el chándal? No lo entiendo.

-          ¿El chándal?  - Dijo Fer muy extrañado.

-          Claro. Estaba ahí,  en la bolsa. Es el mismo para los chicos que para las chicas. Nadie se hubiera dado cuenta y no hubieras tenido que pasar por todo esto.

Fer miró a Lidia alucinado. Sólo al ver la enorme sonrisa de esta y su cara burlona comprendió que había sido engañado.

-          Te dije que me las pagarías, ¿no? ¿qué creías? ¿qué me la ibas a meter por el culito e irte de rositas?  De eso nada… bebé.

Y, tras recibir una sonora palmada en el trasero, el chaval travestido se vio fuera del centro educativo con las risas de su novia resonando todavía en su cabeza, una cara de enfado considerable  pero con su apetito sexual tremendamente satisfecho.

Fin