Una aparición inesperada
Mi mente no terminaba de entender que hacía allí esta aparición, totalmente desnuda y caminando despreocupadamente entre las camas ordenadas y vacías del enorme recinto, la cuadra de alojamiento de una base militar.
Mi mente no terminaba de entender que hacía allí esta aparición, totalmente desnuda y caminando despreocupadamente entre las camas ordenadas y vacías del enorme recinto, la cuadra de alojamiento de una base militar.
UNA APARICION INESPERADA
Algún ruido debió despertarme. La luz del sol ya penetraba entre las camas de la cuadra. Como siempre, nadie se ocupaba de mantener las cortinas de lona bien cerradas y así los rayos se filtraban por las hendijas de las ventanas. Todavía soñoliento me sorprendió la imagen, como cuando un sueño persiste aún después que despertamos.
-¡Ese es Javier!... Pero, no, no es posible... -pensé despabilándome. Me froté el ojo que asomaba sobre la almohada.
-Claro, ¡si seré boludo! ¿Cómo podría serlo, si el suertudo hijoeputa se salvó de este infierno?
Pero la asociación era muy razonable. La silueta que ahora observaba detenidamente parecía idéntica a la de mi más persistente obsesión. Pero quién sería este anormal, paseándose así, como el Creador lo trajo al mundo (por cierto cuando asisto a tales ejemplos estoy tentado a abandonar mi despreocupado agnosticismo). Ante mí se presentaba un gemelo del 'David' de Michelangelo, o sino un efebo griego en vivo y en directo... Imaginen, por favor, queridos lectores un machote alto, con el pelo corto pero ensortijado sobre la frente, hombros anchos, redondeados, brazos largos y bien torneados, un torso todo armónico, levemente marcado aquí y allá, con dos pezoncitos paraditos, deliciosos... todo sobre un par de piernas en proporción aúrea. Alguna vez dijo Oscar Wilde que la Naturaleza imita al Arte (resumiendo en la frase algo así como que el ojo entrenado en percibir objetos artísticos busca luego esa belleza en sus percepciones cotidianas) y este David de carne y hueso hasta poseía el esperado aire rústico, campesino, del personaje mítico.
Mi mente no terminaba de entender que hacía allí esta aparición, totalmente desnuda y caminando despreocupadamente entre las camas ordenadas y vacías del enorme recinto, la cuadra de alojamiento de una base militar. Era evidente que se trataba de un colimba, como yo, pero jamás lo había visto antes (¡cómo olvidarlo sino!). El caso es que allí estabamos, solos, los dos. Yo había terminado mi guardia de la noche a las 6:00 AM y tenía descanso hasta el mediodía... y mi bello compañero era una incógnita.
Había buscado algo en la taquilla y se alejaba ahora hacia la zona de los sanitarios. Caminaba por el pasillo moviendo acompasadamente sus muslos y el culo paradito, apenas más blanco que el resto de su piel, se destacaba irresistible al reflejar cada rayo del sol que interceptaba. Hasta pude apreciar un fino vello dorado, que se acentuaba un poco más en los muslos y pantorrillas. Cuando desapareció me acomodé un poco mejor, esperando el regreso. Instintivamente llevé mi mano bajo la sábana. Sí, tenía un empalme de aquellos y la verga me palpitaba, húmeda ya. ¡Tampoco soy yo de madera, joder!
Pero mientras esperamos el regreso del efebo, les cuento de Javier, mi Javito.
Calculo que en esos momentos estaría en clase, en la facultad o estudiando en su departamento, en la cercana Bahía Blanca. Habíamos compartido los seis años de la secundaria, en la escuela industrial de mi pueblo. Él había hecho la primaria como yo en una escuela rural e igualmente llegado al pueblo para completar sus estudios. Y hasta planeamos en el último año del colegio después encarar juntos ingeniería, pero los planes fallaron, a menos para mí.
Nunca olvidaré la noche del sorteo: estábamos con todo el grupo en un quiosco de la calle Florida esa madrugada, esperando que llegaran los diarios. Habíamos viajado a Buenos Aires en una excursión planeada con tres de nuestros profesores, una especie de viaje de egresados, pero ese día estuvimos pendientes del sorteo de la conscripción obligatoria. Se jugaba un año entero de nuestras vidas: el servicio militar o la excepción por número bajo.
Y llegado el momento saqué el 982 ¡Me esperaban 14 meses de Marina! (una verdadera cagada, pensé) y mi platónico amorcito, el ojetudo, levantó la mirada del listado de números sin sonreír.
-Según parece tengo el 066... -dijo.
-¡¿Cómo?!... ¡¡Entonces te salvaste, huevón!! -le grité exultante. Pero el loco no festejaba.
-Sí, pero vos...
-Y yo, ya está. Era cara o cruz, ¿no? Además, así por lo menos unos de los dos permanecerá en la civilización... -le sonreí.
-Mejor que lo tomes así. Es que después de todo lo que hablamos... de nuestros planes para la facultad... Y justo vos que sos el que de los dos más aborrece a los milicos. Ya sabés, mi viejo siempre repitiendo que me va a hacer bien un poco de rigor... yo casi estaba resignado.
-De tu viejo mejor ni hablo. Yo estoy hecho mierda... ¿querés que te mienta? Pero algo me decía que me preparara, que de todos modos seríamos muchos en la misma...
-Bueno, no te des más manija. Si te dejan en Puerto Belgrano vamos a estar cerca.
Y de allí nos habíamos ido a un bar y luego al hotel, consolándonos y cargándonos, unos a otros, entre balones de cerveza. Y en la habitación nos habíamos tirado en las camas, muertos, después de un día con tantas emociones. Eramos tres, Javier, el Negro Venegas y yo. Javito dormía en una cama doble que estaba en la habitación pegada al cuarto de baño, y el negro y yo en camas sencillas en la otra, que daba a la puerta de salida al pasillo y al ascensor. Una habitación doble, para cuatro personas, pero nos había tocado así, después del reparto de cuartos ubicando al contingente. El hotel era antiguo, sobre la Avenida de Mayo y a metros de una entrada al subte. Por la noche los cimientos del viejo edificio de tres plantas temblaban al paso de los trenes.
El Negro, como todas las noches anteriores, empezó a roncar ni bien apoyó la cabeza en la almohada. Y yo, pasado de rosca, no lograba pegar un ojo. Me levanté al baño con cuidado, para no molestar a Javier. Había bastante claridad ya que la ventana se ubicaba justo a lado del foco de la calle y la persiana no cerraba del todo. Me eché una meada voluminosa, no quería provocar tanto ruido pero las cervezas habían sido muchas. Volvía a mi cama cuando escucho la voz de Javier:
-¡Qué chorro, loco, despertaste a todo el hotel! -me susurró y encendió un velador.
-¡Shhh! Pensé que dormías...
-Con el Negro otra vez serruchando... No sé cómo hacés vos para dormir ahí.
-No creas, anoche roncó así por unos veinte minutos pero después bajo el volumen a la mitad... No es para tanto.
-¿No querés quedarte acá? Hasta podemos cerrar la puerta. Lo peor que puede pasar es que si se levanta medio dormido al baño nos despierte, dándose un mamporro. Je.
No creo que mi Javito sospechara lo que implicaba tal propuesta. Sería largo aquí de relatar la historia de mis fantasías desde el momento en que nos conocimos. Casi desde el primer encuentro me había atraído su sonrisa, su voz y su cuerpo. Y en esos casi seis años de escuela había sido testigo de cómo había pasado de ser un muchacho algo esmirriado, rústico como yo, recién llegados al pueblo, a convertirse en un machote exquisito, que se la pasaba cambiando de noviecitas. Hasta tenía una moto rutera, no tan comunes por aquellos años, la que algunas veces me había invitado a montar, oportunidades que yo no había desaprovechado para palparle concienzudamente con la excusa de que era medio bestia manejando, con tantas frenadas y aceleradas, que así no bastaba con sostenerme del apoyo trasero. Y en premio a mi acoso no faltaron excusas para juntarnos, ofreciéndome gustoso a ayudarle en algunas materias y afianzando nuestra amistad.
Pero nunca me dio indicios de sentir por mí más que un sincero compañerismo.
La mejor observación de sus atributos la había logrado cuando nos convocaron a revisión médica para el servicio militar, hacía ya unos seis meses. Viajamos junto a los otros muchachos del pueblo al hospital del 5to. Cuerpo de Ejército en Bahía Blanca y allí nos habían hecho quedar en calzoncillos y en fila de a uno, entre varios milicos de uniforme y un médico.
-A ver, ¡atención, mirando al frente!... esta fila, ¡bájense los calzones!
Nos miramos de reojo, aunque ya nos habían comentado lo que vendría.
-¡Cuándo el teniente les indique, se me agachan un poco y me abren las cachas! ¿Entendido?
-Sí, señor -respondimos al unísono.
El médico avanzaba dando un ligero golpe en el hombro a cada uno. Te agachabas y tomabas con una mano cada glúteo, separándolos para dejar bien visible el ojete. Un gran muestrario de ojetes a la vista del médico y de los milicos, que se fueron ubicando atrás estratégicamente, para aumentarnos la humillación. La otra fila de muchachos, entre asustados y jocosos, se ubicaba unos metros más allá, de frente a nosotros, pero sin atreverse a desviar la vista de algún punto sobre nuestras cabezas. Y allí estaba Javier, confirmándome lo que sospechaba, su cuerpo había madurado bastante más armonioso que el mío y en la entrepierna florecía una verga y unos cojones de ensueño, que a pesar de la situación (para nada favorable a la excitación), se veían de un tamaño interesante, lejos de lo mío, que estaba como a la salida de una ducha helada...
Después, de nuevo en calzoncillos y en fila india, nos esperaba la enfermera, una vieja decrépita con unas jeringas y que a medida que nos vacunaba iba esterilizando las agujas en un mechero de laboratorio. Sí, así como les cuento, mis queridos lectores, de terror...
Y ahí estaba ahora Javier, tentándome...
-¿Te parece? La otra noche cuando llegamos te abalanzaste en esa cama diciendo que te gustaba despatarrarte.
-Sí, pero hoy es diferente. Aparte el Negro chupó tanta cerveza que va a roncar el doble. ¿No escuchaste el clorazo que se echó antes de acostarse?
-Sí, pero me había creído que había soltado el agua del depósito... Es una bestia...
-Bueno, cerrá esa puerta y vení.
Obedecí y me metí entre las sábanas.
-¿No querés un pucho? Creo que me desvelé -me señaló un atado y el cenicero, que estaba en la mesa de luz de mi lado.
-Bueno, y después nos dormimos, ¿eh?
Encendí un cigarrillo y él me lo quitó como sin pensarlo de la boca. Encendí otro.
-¿Sabés que me estaba acordando de la revisión médica? ¡Qué boludo! ¿no? -le dije.
Me miró pero no contestó nada. Se quedó pensativo mirando a la brasa del pucho.
-Disculpame. Creo que ahora me toca a mí... -y se levantó hacia el baño. Recién ahí me anoticié de que estaba totalmente en bolas.
Y tuve así un cercano panorama de su culo, firme y apetitoso, cubierto apenas por fino vello. Tenía un par de lunares bien visibles, uno en medio del glúteo izquierdo y otro más pequeño casi en el centro de la cintura.
Volvió despacio, rascándose los pelitos de la barriga. Me dejó tiempo para completar en mi mente el mapa de su cuerpo de ensueño. Pitó un par de veces buscando el cenicero y paseando su gruesa verga con sus dos edecanes alrededor de la cama.
Bajo mi slip ajustado la mía pedía por aire...
Apagamos los cigarrillos y Javier volviendo a la cama, apagó la luz.
Pasó un rato, comencé a sentir su respiración pausada mientras mis ojos se acostumbraban a la luz que entraba desde la calle. Yo ya no pensaba en dormir. Me acerqué hasta sentir el aroma de su respiración y con una mano sin tocarlo, la tibieza que emanaba cerca de su cadera. En eso giró dejándome toda la espalda y el comienzo de su culo a la vista. Fue suficiente. Sentí que estaba a punto de explotar; al acercar una mano tocándome involuntariamente, me inundó un disparo de semen empapando el slip. Esperé a que disminuyera un poco la excitación, me lo quité, me limpié con el mismo lo mejor que pude y permanecí de espaldas intentando dormirme.
Debí entredormirme un poco y luego sentí que la cama se movía. Javier se había apoyado nuevamente de espaldas pero en un par de patadas había tirado la sábana. Y además tenía una erección completa, podía ver cómo la cabeza de la verga le latía llegándole casi hasta el ombligo.
Dirigió la mano derecha hacia la verga y la apretó suavemente, exhalando un gemido y luego giró la cabeza hacia mí, abrió los ojos, encontrándose con los míos.
Bajó la vista y se incorporó un poco al descubrir que yo también estaba con mi pedazo al palo.
-No dormís, ¿no? Y mirá cómo nos hemos puesto...
Yo no atiné a decir nada.
-Yo creo que soñaba con... no, parecía el culo de mi novia... pero en la fila de culos había uno que me obsesionaba, un culo de macho y cuando giraba... era el único que giraba, aparecía una verga cabezuda, unas bolas poco separadas, como vos... como las tuyas.
Y alargó una mano para tocármela. Mi mano acompañó a la suya, guiándola. Y me acerqué besándolo.
-¡Shhhh! -le susurré cerca del oído.
Se incorporó y me metió un beso de lengua interminable. Después nos fuimos acomodando, primero para degustar nuestras vergas. Él se arrastró ubicándose hacia los pies. Mientras tanto, por la ventana la luz iba aumentando lentamente. Estaba amaneciendo en la ciudad.
Me ocupé de su pedazo aterciopelado, surcado por venitas azules, mientras sentía las embestidas de Javier, tragándose todo y masajeando mis huevos. Después se puso en cuatro sobre mí ofreciéndome su culo. Comencé a lamérselo intentando meterle la lengua.
-¡Uff! Pará un poco... a ver, yo también quiero -me dijo al rato.
Intercambiamos y me empezó a sobar con la lengua. Yo ya estaba con el ojete húmedo, sus certeras lamidas me provocaban espasmos de placer, pero volví a ocuparme de su pija.
Comenzó un leve temblor y se detuvo, volviendo a besarme. Habíamos mezclado todos los sabores, de nuestras vergas y de nuestros culos. Me incorporé tomando ambos pedazos en mis manos y tras un breve pajeo, noté que su verga expulsaba un chorro caliente respondiendo la mía casi al mismo tiempo. Siguieron un par más de erupciones que salpicaron leche caliente hasta que los dos miembros se agotaron. Javier se incorporó y manteniendo nuestras pijas hermanadas y las piernas entrelazadas, prolongamos por un rato los besos.
Nos interrumpió un golpe fuerte en la puerta. Me escabullí hacia el baño y abrí el grifo de la ducha. Escuché al Negro que se embroncaba con la puerta y entraba presuroso, levantando con un golpe la tapa del inodoro. Después una sonora meada y el agua que corría. Y luego de nuevo silencio. Salí envuelto en un toallón.
Le tiré un besito a Javier y me dirigí hacia mi cama. Al rato escuché el agua de la ducha. ¡Cómo deseé encontrarme allí con mi machote! Pero ya habíamos arriesgado demasiado. Después regresamos al pueblo y al poco tiempo Javier se fue a la ciudad y a mí me llegó la cédula de incorporación, así que nos debíamos un segundo encuentro...
Ahora todo aquel recuerdo caliente volvía a mi cabeza de la mano de esa inesperada aparición. Y mi corazón bombeó aún más rápido cuando observé que el efebo regresaba, permitiéndome una vista cachondeante de su verga balanceándose cual péndulo entre sus muslos a medida que avanzaba con un andar felino por el pasillo. Una verga algo más gruesa en la base del tronco y coronada con un tupido monte de vellos. Debajo colgaban, algo desparejos en altura, dos huevos de buen tamaño, deliciosos. El vello se extinguía al alcanzar el ombligo y luego reaparecía apenas en el pecho. Al llegar a su lugar en la cuadra, buscó algo y al rato comenzó a forcejear con la taquilla:
-¡Qué lo parió! ¡Hay que ser boludo! -escuché que decía.
Cada uno de los colimbas disponía de una especie de cajón metálico de tamaño algo mayor al de un colchón y sobre el que éste descansaba. Abriendo esa tapa se guardaban sus pertenencias y se trababa con un pasador y un candado.
Y en eso se dirigió hacia mí.
-¡Ey, flaco! ¿Estás dormido? -me zamarreó.
-Sí... no... ¿qué pasa?
-Disculpame, che, ¿no me das una mano? Vení.
Me descolgué de mi cama. No había forma de ocultar mi erección bajo aquellos blancos bóxers marineros de rústico algodón.
-¡Uff! ¡Qué mañanita tenemos hoy! -dijo mirándome el paquete, como si andar en pelotas como él fuera lo más natural del mundo-. Soy un pelotudo. Cerré el candado pensando que la llave estaba bajo la almohada, como hago siempre al ir al baño, pero parece que está dentro de la taquilla -me informó.
-Entre los dos tal vez podamos levantar una punta de la tapa y pasás una mano -le propuse.
-Sí, sí, en eso pensaba -me sonrió.
Y comenzamos a forcejear con la dichosa tapa reforzada de la taquilla. No tenía más remedio que apretujarse contra mí para lograr entre cuatro brazos que el metal cediera. Lo intentamos varias veces cambiando las posturas hasta lograr un espacio por el que pudo deslizar una mano y llegar a las llaves. Terminamos los dos empapados en sudor y él mostrando una semierección, quizás producto del contacto pronunciado entre nuestros cuerpos.
-Ajá, por ahí también pasa algo -le dije mirando su verga y guiñándole un ojo.
-Ja, vamos a las duchas, estamos los dos sudados como unos chivos.
Me alargó un toallón y tomó la jabonera. Abrimos los grifos de dos duchas contiguas y él comenzó a enjabonarse, sin quitarme los ojos de encima mientras me sacaba los boxers y la camiseta. Mi erección apenas había disminuido. Se sonrió cuando levanté la vista hacia él.
-¿Me pasás un poco el jabón? -le solicité, alargando la mano.
-Sí, ahí va...
Pero en vez de prestármelo, dio dos pasos hasta donde yo estaba y comenzó a enjabonarme la espalda. Giré y me estampó un beso profundo. Largó el jabón al piso y nos fundimos en un abrazo, nuestras vergas se enderezaron aún más al tocarse.
-¡Ojo! Tenemos que estar atentos al ruido de la puerta del frente, alguien podría entrar a la cuadra -le dije.
-Si, en ese caso volvemos rápido a nuestras duchas, aunque no sé cuánto nos llevará bajarnos éstas -me respondió, atrapando en su mano derecha las dos vergas y descubriendo los glandes con un suave movimiento.
Se agachó y empezó a darme una irresistible mamada, lamiéndome todo el tronco y las bolas. Subiendo hasta la cabeza morada por la excitación, atrapando con la punta de la lengua las gotas de fluido salado que iba generando. Había volcado abundante saliva, que se mezcló con mi lubricante.
-¡Ahh! ¡Tenés un sabor delicioso!
Se incorporó y abrió las piernas, llevando mi mano hacia su ojete.
-¡Mira cómo me pusiste! ¡Tengo el culo picante! Vas a tener que ocuparte...
Se agachó un poco sosteniéndose de los grifos. Apenas apoyé la cabeza lubricada en el orificio, éste pareció abrirse para recibirla. Ayudado con un empujón de su cola lo había ensartado más de la mitad. Mi compañero de cuadra dio un gemido de placer. Empujé mi verga hasta el fondo sintiendo cómo se acomodaba a su caverna y con la derecha busqué su pedazo que palpitaba a punto de venirse. Él apoyó una mano en mis glúteos acompañando mi mete saca. Sentía el delicioso roce de mi verga con las paredes estrechas de su recto y él acompasaba sus movimientos siguiendo mis embates, mi verga parecía crecer aún más dentro de aquel nido jugoso. No pude resistir mucho tiempo tanto placer y con un avance furioso enterrándome hasta los huevos, lo inundé con varios chorros. Al sentir mi caliente ofrenda mi compañero expulsó un voluminoso chorro de semen que se estrelló derramándose sobre la pared de azulejos. Al retirarme suavemente su tranca volvió a expulsar leche con otro espasmo. A los dos nos temblaban las piernas por la excitación.
-¡Ahhh! Nunca tuve una acabada como ésta -gimió buscando mi mirada.
-Y yo no esperaba sentirme tan gustoso en este lugar de mierda -le sonreí.
-¿Y nos arriesgaremos a repetirlo?
-No dentro del cuartel. Sabés que nos pueden dar cárcel y recargo de servicio si nos pescan culeando.
Asintió, me comió la boca con un beso profundo y se alejó hacia su ducha para enjabonarse.
Cuando volvió a mirarme para alargarme el jabón, agregué:
-Pero tengo un amigo en Bahía Blanca que nos recibirá encantado en su departamento. Sólo tenemos que esperar al primer franco de fin de semana. Además, no vas a creerme pero ustedes se parecen mucho, como dos hermanos gemelos.
Y ya no pude parar de sonreírme fantaseando con aquel futuro encuentro. Está de más confesarles, mis queridos lectores, que tengo los mejores recuerdos de mi paso obligado por la Armada Argentina...
Espero que le guste este relato. Escríbanme. R.