Una amistad
Es un relato diferente, sólo leanlo.
UNA AMISTAD
L... era un muchacho de mirada triste, muy delicado, particularmente no afeminado, con un cuerpo muy delgado, esbelto, muy bonito, con una cara de facciones delicadas agraciadas, con un cutis muy limpio, voz suave, que caminaba por esa cantina sin ostentación, como con miedo de llamar la atención, aunque a su paso los clientes le decían:
¿Cuánto por el chiquito, mi amor?
Muévelas más y te las compro
Jotito, tráeme una cerveza
Sírveme, pinche puto.
Algunos, más osados lo tocaban en las nalgas, a veces lo sentaban en las piernas e incluso le tomaban la mano y se la colocaban sobre el bulto de sus penes, L... nunca participaba de manera activa de las bromas que le hacían, simplemente aceptaba como un hecho que al estar en ese lugar la bola de imbéciles que asistían de manera regular le harían bromas y proposiciones, le dirían groserías e insultos, de manera continua incluso, recibía proposiciones para tener sexo, por dinero, le ofrecían buenas cantidades, sin embargo nunca aceptó.
Cada que podía Doña Estela, la dueña de la cantina salía en su defensa y sus respuestas a los clientes no dejaban de tener cierta correspondencia con su figura: una imponente matrona, alta, muy robusta, prieta, de rostro poco agraciado, tosco, con una verruga prominente en un lado de la nariz, con un horrible sentido de la moda, igual se ponía pants con huaraches, que vestidos elegantes con chamarras deportivas, en fin sus gritos hacia los clientes cuando observaba como molestaban y se entretenían con L... eran:
Pinche, Roberto, Hijo de la chingada, siquiera tuvieras pito
Ven agárrame esta, pendejo
Le voy a decir a tu vieja que eres mayate
Eh pendejo, no te la miento nomás por respeto a tu chingada madre, ya deja en paz a L...
Y otras por el estilo.
Sin embargo Doña Estela tenía un corazón enorme, que le permitía compartir las penas de sus clientes más íntimos y ayudarlos cada que podía y que había recibido entre sus potentes brazos a un muchacho como L..., dándole el amor y afecto que jamás había tenido en su vida.
La vida de L... había sido como la de tantos chicos huérfanos, había nacido en un rancho del Estado de Jalisco, hijo no esperado de una pareja que ya había pasado de los cuarenta, su hermano más cercano había cumplido los 16 cuando nació L..., y además de él tenía a otros tres, todos ellos a su debido tiempo habían emigrado, como muchos otros, a los Estados Unidos, así que el contacto que mantenían con L... era prácticamente nulo.
Cuando L... había cumplido tres años, la peor desgracia se abatió sobre el, su madre murió en un accidente y su padre completamente devastado lo dejó bajo el cuidado de un hermano y como sus hijos se fue a los Estados Unidos, donde pronto se refugió en los brazos de otra mexicana que como él buscaba nuevos horizontes y si bien, nunca dejó de mandar dinero para el cuidado y manutención de L..., pronto se olvidó de él y pocas veces se interesó por su destino.
En la casa de su tío Ignacio, L... creció en un ambiente opresivo, tenía tres primos mayores, Ismael, que le ganaba 5 años, Fernando, 4 años y César, mayor por 2, quienes criados en un machismo brutal, por su padre, pronto convirtieron al primo "arrimado" en el objeto de todas sus burlas y desprecios.
Si había alguna humillación que los cuatro pudieran hacerle a L..., la hacían, con refinamiento y salvajismo.
Sólo una persona se convirtió en oasis para L... durante su triste infancia, su tía Lucía, que le brindó amor, si bien, como toda mujer de rancho, estaba sometida a la influencia de su esposo, quien de manera continua la golpeaba de manera salvaje, sobre todo cuando tomaba y se volvía furioso cuando observaba en ella una muestra de afecto hacia L....
Sus hijos no iban a la zaga de su padre y con indiferencia trataban a su madre, como si fuera la criada que estaba para su servicio, incluso la trataban con grosería y de manera continua la insultaban si algo de lo que hacía no les agradaba.
Así entre humillaciones, golpes y desprecios transcurría la vida de esos dos seres solitarios, que habían encontrado en la compañía común un alivio a su suerte.
Ignacio tenía una tienda, de la que pronto L... se convirtió en dependiente y criado, desde luego sin sueldo, pronto, ese negocio se aclientó gracias al trato humano y amable con que L... dispensaba a los que habitualmente acudían al mismo.
Sin embargo Ignacio, lejos de agradecer el esfuerzo y éxito que su negocio había alcanzado gracias L..., de manera constante lo humillaba frente a clientes y proveedores, le reprochaba "bajas ventas", lo que no era cierto o le reclamaba dinero faltante, en fin trabajaba como bestia a cambio de nada.
A su debido tiempo L... se convirtió en algo más que el "jotito de la casa", una noche L... tuvo, por decirlo de alguna forma, sexo con César, y a partir de ese momento su vida cambió, porque en cuanto sus demás primos se percataron comenzaron una y otra vez a utilizar a L... para satisfacerse, doña Lucía desde luego se dio cuenta desde el primer momento y como pudo lo ayudó, incluso le dio consejos para que la experiencia no le resultara tan trágica, lo duro sucedió cuando él mismo fue objeto de las atenciones de su tío, quien pronto lo convirtió en su amante, dejándolo después de cada sesión, a sus hijos quienes, incluso a veces, se disputaban sus favores de manera violenta.
Cuando L... cumplió 17 años, su vida cambió por completo pues un día doña Estela dio con la tienda y pronto se convirtió en cliente habitual de la misma gracias a la atención de L..., pronto se percató de la situación del muchacho y observadora como era, intuyó el infierno en que vivía.
En una ocasión, cuando observó rastros de llanto (y golpes) en el rostro del muchacho, bien encabronada, lo invitó a irse a trabajar con ella, en el rancho donde vivía, prometiéndole un buen sueldo.
Al principio, la idea le asustó, ¿irse de la casa? ¿y si su tío y primos lo seguían y lo traían de nuevo a golpes? ¿y que iba a pasar con su tía?, en fin un sinnúmero de dudas lo asaltaban a cada momento, pero cuando volvía a casa y veía la triste condición en que vivía, al observar la humillante resignación de su tía, quien ya tenía dos hijos más pequeños, un niño de tres años, quien recibía educación especial de sus hermanos y padre, y una hija recién nacida, que no recibía sino indiferencia, L... consideró cada vez más el irse.
Se decidió una noche, en que harto de ser la "mujer" de sus primos y tío, recibió una golpiza brutal por parte de ellos, a sus gritos sólo respondía el eco de los golpes que recibía y el triste lamento de su tía, quien tratando de defenderlo también recibió lo suyo.
En un momento dado, cuando ya estaba bien entrada la noche salió de la casa, sólo con lo que traía puesto, con un labio hinchado y la decisión de no someterse más, sin un centavo en las bolsas, pero con el deseo de superarse y salir adelante.
Con infinito miedo, de que sus parientes lo alcanzaran, atravesó el monte, tratando de alejarse de los caminos y se encaminó al rancho donde vivía Doña Estela, cuando llegó al mismo ya bien entrada la noche y con un frío terrible, buscó la cantina y cuando la encontró, con el alma en vilo tocó a la puerta, temiendo que no se le recibiera, Doña Estela, que ya estaba descansando, comenzó a gritar.
No estén chingando cabrones, ya cerré, vengan mañana, hijos de la chingada
Con nerviosismo L... insistió, hasta que prendiendo las luces, Doña Estela fue a abrir la puerta de su negocio, encontrando en la misma a un muchacho a punto del derrumbe que cuando la vio se refugió e sus brazos, llorando incontrolablemente.
Doña Estela no le preguntó nada, lo acunó en sus potentes brazos, lo llevó al interior de su negocio, lo invitó a tomar algún alimento y cuando L... se negó, todavía entre sollozos, lo acompañó a una habitación muy pequeña, donde procedió a desnudarlo y con infinito amor fue curando las heridas que cubrían su cara y cuerpo y después lo acostó arrullándolo hasta que quedó completamente dormido.
A la mañana siguiente ya más tranquilo, L... le contó su vida, sin omitir ningún detalle, cada que un detalle desagradaba a doña Estela, esta decía:
Cabrones
Hijos de la chingada
Que se pudran los infelices, etc.
Terminando su exposición suplicándole trabajo, a lo que Doña Estela, manteniendo su propuesta inicial aceptó, encargándole las tareas de organización y limpieza de la cantina, sin entrar en contacto con los clientes.
La cantina, que incluía billar, era la única distracción para los hombres del rancho y de otras comunidades, estaba atendida por Doña Estela y un número variable de muchachas, que iban y venían de manera constante y que, por lo regular, se prostituían con los clientes, fuera del horario de trabajo.
Generalmente Doña Estela les daba una comisión por cada bebida que vendían, y se puede decir que les iba muy bien a todas, pronto L... se acostumbró al local, si bien evitaba por todos los medios de mezclarse con los clientes, quienes al principio observaban al muchacho con interés y después lo hicieron blanco de sus bromas, si bien Doña Estela lo protegía al máximo.
L... se dedicaba generalmente a limpiar el local, que, desde su llegada lucía impecable, cosa que notaron los parroquianos, quienes no dejaban de felicitar a doña Estela con frases como.
Hasta que limpiaste el baño, cabrona
Esto no parece cantina, sabe que me da miarme, está más limpio que en mi casa, etc.
Doña Estela desde luego sabía contestar a cada una de sus leperadas, sin embargo no dejaba de reconocer el esfuerzo de L..., pagando con generosidad su trabajo.
Su tío y primos se enteraron del destino de L... y en una ocasión llegaron al local con toda la intención de llevarlo de nuevo a casa, cuando se negó, comenzaron a amenazarlo, sin embargo L... los enfrentó y Doña Estela los mandó a la chingada, amenazándolos con una demanda, así que muy pronto dejaron de hostigarlo, aunque cada que iban al local lo insultaban, cada que Doña Estela no los veía, L..., ya repuesto, se burlaba de ellos.
Un día que ninguna muchacha acudió al local, por asistir a las fiestas de otro pueblo, Doña Estela solicitó apoyo a L... para atender a los clientes y fue así como comenzó a atender las mesas, nervioso en un principio, pronto agarró "colmillo" y a los pocos días ya caminaba en el local, soportando las bromas de los clientes, quienes pronto y de manera inconsciente, muchos de ellos, se acostumbraron a su presencia y solicitaban de manera expresa sus servicios.
Desde luego sería injusto decir que todos los clientes bromeaban a L..., muchos de ellos lo trataban con respeto y deferencia, sobre todo don Héctor, quien lo invitaba a sentarse con él, sólo por el placer de platicar con el muchacho, que mucho le agradaba.
De hecho con don Héctor, L... se puso su primera gran borrachera, cuando Doña Estela llevó al muchacho a la cama, no dejaba de regañar a Don Héctor por la peda del muchacho, a gritos delante de sus clientes:
Ya estarás contento, verdad, hijo de la Chingada
Si bien en lo bajito, y sin que los clientes se dieran cuenta, pues Don Héctor y Doña Estela eran grandes amigos, le agradecía el sincero afecto con que trataba al muchacho.
Otros clientes eran respetuosos del muchacho, entre ellos Benjamín, un muchacho de veinte años, huérfano como L..., si bien el había encontrado apoyo en su abuela paterna y sus tíos quienes siempre lo habían ayudado y que se convirtió en un amigo para L..., y le auxiliaba en algunas tareas de la cantina, sobre todo cuando había que cargar bultos o cartones.
A veces cuando L... no tenía nada que hacer, se iba con Benjamín en la camioneta a la cabecera municipal o a otros pueblos y se divertían juntos, incluso L llegó a ser gran amigo de la novia y posterior esposa de Benjamín.
De esa manera transcurría la vida de L..., sin grandes sobresaltos y recibiendo el afecto de Doña Estela, quien llegó a querer realmente al muchacho.
Hasta que llegaron los norteños .
En muchos ranchos y pueblos de Jalisco, por allá en los meses de noviembre y diciembre comienzan a retornar de los Estados Unidos, muchos jóvenes, a pasar los meses de invierno con sus familias, cargados de dólares y ganas de divertirse, y fue así como una noche atravesó las puertas de la cantina, un muchacho de 24 años llamado J..., quien atrajo las miradas y gritos de los parroquianos, quienes lo saludaron con efusividad y pronto lo invitaron a varias rondas de cervezas, hasta que el muchacho completamente borracho abandonó el local en brazos de su padre.
J... era un extraordinario buen mozo, alto, muy atractivo, varonil, con un cuerpo sensacional, fuerte y robusto, donde destacan unos músculos de hierro y un enorme bulto, que era el punto de atracción de las mujeres que lo miraban con admiración y deseo.
A su debido tiempo, ya en sus lejanos catorce años, J... había sido acompañado por su padre a un famoso burdel de la cabecera municipal, donde una prostituta joven y muy experta se encargó de enseñarle los menesteres del amor y a partir de allí había tenido sexo, con una infinidad de mujeres de todo tipo, quienes se habían vuelto locas con los encantos del muchacho, quien por otra parte se dejaba querer por quien fuera.
Cuando L... observó por vez primera a J... quedó prendado de manera inmediata por su fuerte personalidad y magnetismo, todas las miradas del local estaban al pendiente de cada gesto de J..., quien recibió las atenciones especiales de Doña Estela durante esa noche.
Pronto J... se convirtió en parroquiano habitual del local, cuando llegaba todo giraba en torno a él, L... le servía con nerviosismo y desde luego se esmeraba por atenderlo.
En honor a la verdad al principio L... sólo era el mesero para J..., quien incluso lo trataba con todos los prejuicios con que un muchacho heterosexual y machista tenía de un muchacho un tanto femenino como L... y le hacía objeto incluso de frases o palabras hirientes como maricón, putito, joto, etc.
Sin embargo cada que J... entraba al local todo dejaba de existir para L... quien se esmeraba por atenderlo, doña Estela muy experta y observadora pronto se percató de la fascinación que J... ejercía sobre L... y con toda precaución trató de aconsejar al muchacho:
Ten cuidado mijo, no te emociones con J..., no quiero que sufras
L... sereno, le contestaba que no se preocupara y seguía alimentando su adoración por J....
La solicitud que L... brindaba a J... cada que acudía al local, pronto se convirtió en costumbre, así cada que llegaba, J... exigía la atención personal de L..., hasta que poco a poco algo comenzó a cambiar en J....
Poco a poco comenzó a tomar conciencia de la presencia de L..., cada vez más pensaba en él, y sólo de él permitía atenciones en la cantina, en un principio J... se lo explicaba aduciendo que lo atendía muy bien, pero cuando y con cada vez más insistencia pensaba en ese bonito muchacho que lo servía casi con adoración, J... comenzó, al principio con cierto temor, a pensar, si no se estaba volviendo puto.
El caso es que de pronto J... rechazó incluso con violencia la atención de L..., fue grosero incluso, diciéndole que quería la atención de viejas verdaderas y no de putos como él, y solicitaba que alguna de las muchachas le sirviera, incluso acariciándola y atrayéndola hacia sí, todo con el objeto de demostrarse a si mismo que era hombre, cosa que entristecía a más no poder a L....
Doña Estela observó el proceso con cuidado, pero experta no intervino.
Hasta que un día, en que J... se puso una gran borrachera y permaneció en el local hasta que se retiró hasta el último de los parroquianos, invitó a L... a sentarse con él en la mesa para invitarlo a tomarse una cerveza juntos, doña Estela cerró el local y disponiéndose a descansar, apagó casi todas las luces y los dejó para que platicaran.
Cuando quedaron solos J... comenzó una perorata de que era bien hombre y se agarraba el bulto del pene, llamado la atención de L..., de que había cogido con muchas mujeres, pero que ya tenía muchos días que no cogía con nadie, y así una y otra vez, L... solo lo escuchaba y percibía en la miraba de J... una fuerte excitación que se confirmaba cada vez que miraba como J... se tocaba el pene que amenazaba romper el pantalón que a duras penas lo contenía.
En un momento dado, cuando L... fue a orinar J... lo acompañó pudiendo observar como se extraía un pene enorme de entre el pantalón y lo sacudía frente a los asombrados ojos de L....
Cuando parecía que J... se iba a retirar de pronto tomó las manos de L... entre las suyas y dirigiendo su mirada ansiosa le dijo:
Quiero coger contigo, acompáñame a la parcela y coge conmigo
L..., aceptó y al avisarle a Doña Estela que iba a salir con J..., esta le dijo, ten cuidado mijo, ten cuidado.
Cuando iban en la camioneta de J... rumbo a la parcela, éste, completamente borracho, no dejaba de decirle que sólo iba con él porque tenía mucho tiempo que no cogía y que estaba urgido, le exigía que nadie se enterara, pues era bien hombre y le repetía una y otra vez que no era puto, así hasta que llegaron a su destino.
Al llegar a la parcela se dirigieron a un pequeño cuarto que estaba en un extremo, y se introdujeron a la misma, colocando una cobija en el suelo, J..., sin decir palabra alguna, arrastró a L... y con brusquedad, lo acostó en el piso, le bajó los pantalones y encimándose sobre él lo cubrió con su cuerpo.
La penetración inicial fue brutal, no fue el tamaño enorme del pene de J... que le causó dolor a L..., el que lo hizo llorar silenciosamente, mientras aguantaba las duras embestidas de J....
Fue la violencia, el desamor, el rencor que se dejaba notar en los movimientos de J..., su indiferencia ante L..., fue el sentirse de nuevo utilizado, humillado, vejado, el recordar de golpe como sus familiares destrozaron sus sueños de adolescencia y lo utilizaron una y otra vez, sin importar el daño que le hacían.
Lo que lo hizo llorar al fin, fue le comprender que la imagen que se había creado de J..., esa imagen ideal, en la realidad se correspondía con la de un hombre sin sentimientos, que jamás iba a dejar de verlo como lo que mucha gente le había dicho desde pequeño, como un simple puto....
Cuando J... terminó, se acostó de lado y fumando un cigarro le preguntó a L...:
¿Cuánto te debo?
Fue lo último que escuchó L..., sintiendo de golpe toda la rabia contenida, se levantó y sin decirle nada a J... salió del cuarto y caminando se dirigió al rancho, dejando solo a J... con los billetes que le había lanzado como pago de sus servicios.
Cuando llegó a la cantina, Doña Estela lo esperaba sentada en una mesa, sin decirle nada lo cubrió de nuevo con sus brazos, donde L... lloró por última vez, acompañándolo a su cuarto y arropándolo como siempre lo hacía.
A la mañana siguiente L... le abrió su corazón a Doña Estela, le contó su decepción, pero también su decisión de no volver a derrumbarse jamás y salir adelante, estudiar, prepararse, soñar de nuevo.
L... no volvería a ser el mismo, definitivamente.
Durante algunos días J... no se presentó en la cantina, cuando lo volvió a hacer, se dirigió con L... como si no lo conociera, como si nada hubiera pasado, lo cierto es que el recuerdo de lo que había sucedido esa noche estaba presente de manera constante en J..., de pronto se sentía culpable, de pronto se decía que L... no era más que un putito, de pronto se decía que era su abstinencia, su urgencia, su borrachera, su......, buscaba pretextos, la verdad es que sin que se diera cuenta, de manera sigilosa, ese muchachito se había metido muy adentro en su corazón y sin percatarse, un sentimiento muy fuerte comenzó a gestarse, un sentimiento nuevo, incluso extraño.
L... procuraba no atender a J... y J... evitaba que L... le sirviera, sin embargo los dos estaban ahí, en la cantina, siguiendo con la mirada al otro, buscándose y encontrándose con la mirada, sintiendo la presencia y la ausencia.
Todo siguió así durante un tiempo, hasta que se efectuó un torneo de fútbol, en la cabecera municipal, desde luego Doña Estela decidió que ese día, la cantina permanecería cerrada y como mucha gente se fue al pueblo a echarle porras al equipo del rancho.
Desde luego uno de los jugadores que defenderían el honor del rancho era J..., quien al percatarse que en una esquina del campo se encontraban Doña Estela y L... con entusiasmo comenzó a derrochar energía, se comenzó a exhibir, a lucir, todo con la intención de que ese muchachito lo viera, lo observara, lo notara y vaya que L... se concentró en la figura espigada, alta, fuerte, recia de ese hombre que cubría con su presencia toda su mirada.
Desde luego el equipo del rancho ganó el torneo, cuando J... corría alrededor de la cancha cargando la copa se acercó a Doña Estela y entregándosela, le dio un fuerte abrazo y completamente emocionado se dirigió con L..., sonriendo y feliz, le dijo:
¡Ganamos! ¡Ganamos!
L... lo saludó y de pronto toda la historia quedó borrada en la sonrisa que ambos se dirigieron.
Cuando regresaron al rancho, la copa ocupó un lugar especial en la cantina, donde la barra fue libre para todos los jugadores, J... no se emborrachó, en una esquina sentado con L..., tuvieron prácticamente toda la noche para platicar, para conocerse, para compartir.
Cuando todos se hubieron retirado, doña Estela se despidió de los dos y los dejó solos en la cantina, pues esa noche decidió de pronto irse a descansar a casa de unos familiares.
Al quedarse solos, no hubo palabras, con un deseo profundo ambos se dirigieron a la habitación de L..., donde sin prisas, sin violencia, sin temor se entregaron uno al otro, con toda la pasión que dos jóvenes pueden poner en todo lo que hacen, esa noche fue interminable porque ambos recorrieron los cuerpos hasta el cansancio, cubriéndose con el amor recién descubierto.
Pronto fue evidente en el rancho lo que pasaba entre ambos, la gente comenzó a murmurar, a burlarse, a reír, ¿cómo era posible?, se decían las mujeres, que J... hubiera salido puto, tan hombre que se veía.
A J... no le importó, como no le importó enfrentar la furia de su padre, la burla de sus hermanos, los reproches de su madre, tomó lo más indispensable y se trasladó al cuartito, donde por primera vez tuvo entre sus brazos a L....
La relación entre J... y L... transcurría pese a todos los comentarios que surgían, se podría decir que eran completamente felices, doña Estela no dejaba de observar con preocupación como se desarrollaba esa relación, pero los apoyaba y alimentaba.
En una ocasión J... invitó a L... a una fiesta en un rancho cercano, para evitar conflictos L... no aceptó y alentó a J... para que acudiera.
A la mañana siguiente, cuando L... observó a doña Estela, de inmediato supo que algo había pasado...
Ha sido J..., ¿verdad?
Sí
¿Qué sucedió?
Lo mataron
Fue un pleito de borrachos, de estúpidos borrachos, de imbéciles borrachos con armas.
Cuando J... intervino para calmar los ánimos, una bala perdida, una sola, le atinó y lo mató....
Al velorio, acudieron doña Estela y L..., todo el mundo se abrió, murmurando, mientras L... sereno y pálido se dirigió al ataúd y con calma se despedía de J..., su padre quiso evitarlo, pero su esposa e hijos lo tranquilizaron.
En la Iglesia, L... se sentó hasta atrás y en el cementerio se mantuvo alejado, siempre de la mano amiga de doña Estela, nadie, lo vio llorar, ni perder la compostura, únicamente cuando todos se subieron retirado y quedó solo, L... se acercó a la tumba de J... y abrazando la tierra, cubriendo el espacio con su cuerpo, le agradeció a Dios, a la suerte y a J... el haber conocido por un tiempo breve el amor, el afecto y el respeto, doña Estela, a una distancia prudente sentía su corazón desgarrarse ante el dolor de su muchacho.
Salvo las iniciales, que corresponden a los nombres de los personajes de la historia, todos los demás están cambiados, la historia es real, me la contó L... y algunos detalles los completé con los comentarios de doña Estela, me gustaría decirles que la historia de L... tuvo un buen final y encontró la felicidad y en parte ha sido así, pues viajó por varias partes fue a los Estados Unidos, volvió a ver a su padre y hermanos, pero no se quedó con ellos, tuvo otras parejas, con unos le fue bien, con otros no tanto, no volvió a tolerar humillaciones, trabajó mucho, estudió contaduría y llegó a triunfar, en la actualidad es relativamente feliz y sigue con doña Estela y con J...
Hasta pronto
Tuvalu74