Una alumna ejemplar

A veces hay que hacer un esfuerzo para ayudar a una alumna a subir nota.

UNA ALUMNA EJEMPLAR

-Suba a la tarima señorita Gutiérrez. Ordené tajante.

La joven me miró asustada y se dirigió a la tarima que había junto a la pizarra.

Su falda se movía acompasada a sus piernas mientras se acercaba desde el otro extremo de la clase. Me había estado interrumpiendo durante toda la clase de historia y ahora me apetecía darle su merecido.

Subió a la pequeña tarima y se me quedó mirando muy seria.

-Ahora señorita Gutiérrez, enseñe a toda la clase lo que ha aprendido esta semana y escriba en la pizarra la lista de los reyes Godos.

Cogió la tiza y se dispuso a escribir desde la parte de arriba de la pizarra, pero debía medir solo 1,50 m y no llegaba hasta arriba del todo.

-Coja la silla, no se preocupe. Así le será más fácil llegar a lo más alto de la pizarra.

Se subió a la silla, pero se le enganchó un hilo de la falda a uno de los tornillos del respaldo y se le empezó a deshilachar según iba escribiendo. La clase estalló en una carcajada.

-¡Silencio! Ordené. Ella les ha faltado al respeto interrumpiendo mi explicación, pero demostrémosle que tenemos más educación que ella y dejémosla terminar.

La lista iba creciendo y con el rabillo del ojo noté como empezaba a llorar. Aquello era para ella una humillación.

Cuando terminó la lista de los reyes Godos, su falda se había deshilachado en casi la mitad y sus bragas eran visibles para todas las primeras filas. Su vulva rosadita y con poco pelo se adivinaba bajo la tela de las bragas.

Tuve que sentarme porque la visión de ese conejito hizo que mi polla empezara a crecer bajo mis pantalones.

Una vez que terminó de escribir se quedó de pie junto a mi, con las manos cruzadas sobre el regazo intentando tapar sus bragas. Unos lagrimones rodaban por sus mejillas.

-Ande, séquese las lagrimas, le ordené ofreciéndole un clínex.

Ella obedeció y mientras lo hacía, tragaba saliva nerviosa.

-Ahora vuelva a su asiento y espéreme cuando termine la clase.

Sonó la campana del cambio de clase y todos salieron corriendo. Sara, que así se llamaba la señorita Gutiérrez, me esperó sentada en su pupitre.

Recogí los apuntes de clase y guardé los libros en el cajón de mi mesa y me dirigí hacia ella.

Ella miraba a su libro de historia. No se atrevía a alzar la vista. Cuando llegué a su altura dio un respingo.

-Señorita Gutiérrez, dije muy serio agachándome y poniendo mis ojos a la altura de los suyos. No tolero esta falta de respeto hacia mi, ni hacia mi clase. Además, son sus compañeros y también les debe respeto. ¿Qué cree que opinaran sus padres si se enteran de esto?

-Lo siento mucho, profesor. No volverá a ocurrir.

Me alcé y en ese momento no me di cuenta de que mi polla estaba medio erecta aún.

Sara alzó la vista y sin querer la dirigió hacia mi paquete. Ella tragó saliva y volvió a bajar la vista al libro.

-Bueno, tranquilícese, le dije agarrándola del brazo. Por esta vez no le diré nada a sus padres. Pero la próxima vez además de decírselo a ellos, la castigaré.

Ella asintió sin volver a mirarme. Le dije que podía irse. Recogió su libro, lo metió en la mochila y salió de clase casi corriendo.

La visión de su culo bamboleándose al andar hizo que mi polla volviera a empinarse del todo. Cerré el aula y me dirigí a los baños. Me metí en uno cerrado y allí me hice una buena paja con la imagen de la vulva y el culo de la señorita Gutiérrez.

Pasaron dos días y volvimos a retomar la clase de historia donde la habíamos dejado. Ese día Sara no volvió a hablar en toda la clase. Ni siquiera para pedir que escribiera con letra un poco más grande, como había hecho el primer día de clase ya que se sentaba en una de las ultimas filas.

Estuvo todo el rato callada y ni siquiera contestó a alguna broma o consulta que le hicieron su grupo de amigas.

Al salir de clase me dejó el ejercicio que habíamos hecho sobre la mesa y me fijé en su falda bamboleando al ritmo de su trasero y sus piernas. Evidentemente, se había cambiado la falda.

Cerré como cada día el aula. Todos los profesores teníamos orden de cerrar las aulas al final de cada jornada. No es que hubiera cosas de demasiado valor dentro, pero así evitábamos que algún alumno pudiera quedarse dentro y morrearse o montárselo dentro de ellas.

Iba caminando por el pasillo al claustro de profesores, cuando vi a Sara junto con a grupo de amigas. Nuria, Elena, Esther y Paola, la más mayor de todas. Había repetido un par de cursos, pero como sus padres tenían dinero, bastante dinero, podían permitirse que su hija repitiera todos los cursos necesarios. A fin de cuentas el colegio era privado y no ponían ninguna pega, siempre que los padres pudieran permitírselo.

Me acerqué a las taquillas de profesores que estaban junto a donde ellas se encontraban y mientras sacaba la llave y hacía como que no entraba en la cerradura, acerqué el oído para intentar escuchar lo que decían.

-Jo, tía como se pasó el otro día contigo el señor Ramírez. Le dijo Nuria.

Ese era yo.

-Y tu te quedaste toda cortada. Siguió Elena.

-Si. Y luego tía, se te enganchó la falda y casi te quedas en bragas delante de todo el mundo. Y empezó a reírse la tal Esther.

Sara con la cabeza agachada no decía nada.

-Y todas nos descojonamos, concluyó Paola.

-Anda que vaya cuajo tenemos. Ya podríamos haberla defendido. Siguió hablando Nuria.

-Si, claro, continuó Elena. ¿Y qué querías, que nos hubiera castigado y sacado a todas a la pizarra?

-Seguro que se habría puesto cachondo el muy cerdo al vernos a todas así, puestas en fila y con la falda por encima de las rodillas. Terminó Esther.

El colegio tenía una regla muy estricta, la falda del uniforme no podía llegar por encima de las rodillas, pero estas cuatro alumnas se habían pasado por el forro literalmente esa regla y sus faldas llegaban más arriba de las rodillas con el consiguiente enfado del director.

Hablaron otros padres en varias ocasiones con él, pero finalmente no hizo nada al respecto pese a su enfado. Con el tiempo aquello se olvidó y siguieron vistiendo las cuatro así. Quizá el padre de una de ellas habría amenazado con retirar alguna subvención o algo.

A Sara se le cayó un lápiz al suelo y después un cuaderno. Se agachó con la postura que le habían recomendado en gimnasia, nada de encorvar la espalda, sino flexionando y abriendo las piernas, por lo que pude volver a verle las bragas. Como si de Dios se tratase, un rayo de sol se filtró en ese momento por una ventana y fue a atravesar justo la zona de su vulva y pude verla en todo su esplendor.

Nuria la tocó el hombro y me señaló con su dedo índice. Sara se levantó dando un respingo y se arregló la falda. Sus compañeras le ayudaron a recoger sus cosas y se fueron las cuatro murmurando que yo era un guarro y un salido y que iban a darme una lección.

Pasó una semana y no ocurrió nada. Imaginaba que se habían arrepentido de darme esa lección. Entré en clase y al abrir la puerta un cubo de pintura cayó sobre mi empapándome exactamente igual que ocurría en las comedias tontas de los 80.

Cabreado como estaba, me quité la camisa y juré en arameo que descubriría cual de las cuatro habría sido. Estaba claro que Sara me había cogido el suficiente miedo para no ser la responsable de esa broma de mal gusto.

Me limpié bien y luego fui a ducharme. Quedaba todavía una hora para la siguiente clase.

Después de terminar la clase le pedí a Sara que se quedase como ese otro día.

Cuando nos quedamos solos, cerré al aula por dentro, me acerqué a ella y le pregunté directamente:

-Dígame señorita Gutiérrez. ¿Cuál de sus amigas me ha empapado con el cubo de pintura?

Ella no dijo nada y solo se limitó a agachar la cabeza.

Como pasaron unos minutos y siguió sin decir nada, la cogí de la barbilla y la obligué a levantar la cabeza.

Ella me miró entonces. Se la veía asustada.

-Dígame señorita Gutiérrez, ¿Cuál de ellas fue?

-Si se lo digo, me pegaran.

-¿Cómo? Son sus amigas del alma. ¿Cómo iban a pegarla?

-Nadie quiere a los chivatos. Aunque sean su mejor amiga.

-Puedo asegurarle que no diré nada. Las castigaré de otra forma y no podrán saber que ha sido por esa broma.

-No, señor Ramírez. Castígueme a mi si quiere, pero no diré nada.

-Está bien. Si no piensa contarme quien fue, la castigaré a usted.

Giré el pupitre y lo aparté al pasillo.

-Póngase en pie. Le ordené muy serio. Y quítese la blusa y la falda. Al principio se quedó parada, pero enseguida obedeció.

Ahí la tenía. Delante de mi en bragas y sujetador. Podría hacer con ella lo que quisiera.

-Póngase recta. Obedeció y sus pequeños pero bien formados pechos se alzaron un poco.

Unas gotas de sudor caían por mi frente. Di una vuelta alrededor de ella y me fijé en sus braguitas rosas que se ceñían a su trasero y su pelvis como si no llevara nada puesto.

Me he estaba poniendo a mil.

-Ahora vaya conmigo a la pizarra y súbase a mi silla.

Ella lo hizo y le pedí que se diera la vuelta.

-Ahora escriba lo que yo le diga. Le acerqué la tiza y fue escribiendo.

Cuando llegó al extremo de la pizarra al que no alcanzaba, la agarré de sus piernas y así la llevé al otro extremo y fui llevándola de un lado a otro de la pizarra hasta que terminó todo el texto.

Era de anatomía humana y cuando finalizó la ayudé a bajar y se quedó delante de mi en posición de firmes.

-Quítese el sujetador. Estaba tan nerviosa que no se había dado cuenta de que lo que acababa de escribir era un texto de anatomía femenina.

No obedeció, por lo que cogí un antiguo puntero de madera que había en la parte superior de la pizarra, debía de llevar años abandonado allí y le azoté, no muy fuerte, en el trasero.

Entonces reaccionó y de un gesto dejó caer el sujetador al suelo. Lo agarré rápidamente y lo dejé sobre mi mesa.

-No tiré su ropa al suelo, podría mancharse.

Con el puntero señalé primero su pecho izquierdo y luego el derecho.

-Esto es el pecho, aquí está el pezón y esto es la areola.

Ella me miraba, pero seguía sin abrir la boca.

-¿Alguna vez ha tocado sus pezones señorita Gutiérrez?

Agachó la cabeza. Unas lagrimas se escurrían por sus ojos.

-¿Se ha masturbado alguna vez? Dije apuntando a su vulva con el puntero.

Comenzó a llorar desesperadamente.

-Dígame quien de sus amigas hizo la broma y esto terminará ahora mismo

Como veía que no estaba dispuesta a hablar, decidí seguir.

-Quítese las bragas entonces, señorita Gutiérrez.

Se quitó las bragas, le temblaban las manos y las cogí antes de que se cayeran al suelo.

La recorrí de arriba a abajo con la mirada y mi polla empezó a crecer debajo del pantalón como aquel día en clase.

Entonces me bajé el pantalón y el calzoncillo y dejé que viera mi polla que ya estaba casi en erección.

Me acerqué a ella y la besé en la boca. La tenia sonrosada y me llevé el sabor de su saliva mezclada con sus lagrimas.

Agarré después su culo y la atraje hacia mi. Sus pechos estaban pegados y se movían un poco al intentar zafarse de mi.

Le metí el dedo índice en el coñito y la masturbé.

Mi polla rozaba su vulva y no tenía que haber hecho ningún esfuerzo para habérsela metido, pero entonces pensé que aquello habría sido demasiado. No esa primera vez.

Un momento después de haberla sobado lo suficiente, me separé de ella y le dije que se agachara y me chupara la polla.

Ella dijo que no con la cabeza y volví a preguntarle quien había hecho la broma.

Volvió a negarse a decirme nada.

-Entonces por favor señorita Gutiérrez, chúpeme la polla.

La cogí de la muñeca y la obligué a agacharse y tiré de ella hacía mi.

-Abra la boca y hágalo. ¡Es una orden!

Ella trastabilló y cayó sobre mi polla pero con la boca cerrada.

Por fin habló:

-Fue cosa de las cuatro, señor. Paola fue la colgó el cubo y las otras tres la ayudaron. Ahora por favor, déjeme irme. No le diré nada a nadie.

-Estaba convencido de que no abriría la boca. Era demasiado tímida para decir nada. Con las que tenía que tener cuidado era con sus amigas. Si jugaba bien mis cartas podría follarme a Sara primero y tal vez, solo tal vez, luego podría hacerlo con Paola. La responsable que me pringara de pintura.

-Ahora vístase, le dije. Le entregué le sujetador y las bragas y ella obedeció. Terminó de vestirse y vi que seguía con lagrimas en los ojos. Le ofrecí un clínex.

-Gracias, me dijo.

-Límpiese esas lagrimas que no estropeen esa cara tan bonita que tiene señorita Gutiérrez.

Me sonrió y tiró el clínex a la papelera. Intentó abrir la puerta, pero la había cerrado por dentro. La abrí y le ayudé a salir.

-Y recuerde lo que hemos hablado sobre Ramses II, dije elevando la voz para que nadie sospechara lo que habíamos estado haciendo realmente y si alguien nos oía, creyera que estábamos repasando historia de Egipto.

Sara desapareció pasillo arriba con la mochila colgada a la espalda y bamboleando de un lado a otro.

Sin duda alguna, la tenía dispuesta para que hiciera lo que quisiera.

Una semana más tarde, había decidido que pasara al menos una semana para pasar a la acción, estábamos en clase de historia de nuevo, cuando le llamé la atención a Paola la más mayor de las cinco como os había contado.

-Señorita Sánchez, Paola Sánchez se llamaba. ¿Podría decirme que es eso tan importante que esta comentando con sus amigas y podría comentarlo también con el resto de la clase?

-Nada señor. Solo estaba diciéndole a Sara como podría mejorar la redacción que nos había mandado escribir el otro día.

-¿Puede acercarse a la pizarra y contárnoslo al resto?

Puso cara de asco y finalmente se levantó llevando su cuaderno en la mano.

Vi que llevaba algo escrito en el cuaderno y que a fin de cuentas no había mentido en eso de la redacción. Solo que quería que me odiase un poco para plantear mi estrategia de poder follarme al menos a las dos.

-Escriba en la pizarra su redacción y en que mejora la de su amiga Sara.

Se puso a escribir y me senté en la silla de cara a ella mientras terminaba. De repente se le cayó la tiza al suelo y se agachó a recogerla con la consiguiente muestra de sus bragas para mi. Las llevaba color carne y eran bastante bonitas, así como de encaje.

Terminó de escribir y le dije que volviera a su sitio. Leí por encima lo que había escrito y era bastante bueno. No entendí en ese momento porque había repetido curso si parecía buena estudiante. Las clases y esa redacción lo demostraban.

Volví a retomar la clase y esta vez les pedí a las cinco amigas que esperaran al terminar.

Me dirigí hacia ellas y detecté miradas de odio al llegar a su altura.

-Profesor, ¿Qué es lo que le ha hecho Sara para que la tenga tomada con ella?

-Si. Preguntó Elena. Además, ¿Qué es lo que hace con Sara a solas en clase? ¿No estará amenazándola o…?

Terminó la frase Esther:

-¿Abusando de ella?

En ese momento habló Sara:

-El profesor Ramírez solo me está ayudando a subir nota cuando terminamos la clase. Sabe que llevo una buena media en el curso, pero le gustaría que terminara el curso con sobresaliente.

-Así es. Respondí yo. No tengo nada en contra de la señorita Gutiérrez ni tampoco de ustedes. Solo quería hacerles ver que pueden ayudarse mutuamente ya que son sus mejores amigas y no solo yo puedo ayudarla a llegar al sobresaliente. Así que el motivo de hablar con ustedes al terminar la clase era solo ese. En el ultimo examen sacó un 8,5 y por eso

-De acuerdo profesor, dijeron todas no muy convencidas. Sara es una buena chica y queremos lo mejor para ella.

Se levantaron y se dispusieron a salir. Sara se quedó la ultima y aproveché la levantarle la falda y agarrar su culo mientras las otras salían del aula.

-En una hora la espero en el aula de música, le dije al oído a Sara. No lleve ropa interior. Ella se sonrojó pero asintió con la cabeza y me tocó en el brazo en señal de aprobación. Se puso a sudar y cuando vi que las cuatro habían salido ya y no podrían vernos, le toqué la cara con cariño y finalmente ella me sonrió y salió también del aula.

Cerré el aula y me dirigí al comedor de profesores.

Estaba comiendo cuando se sentó a mi lado Luis, el profesor de música.

-Hola, Carlos, ¿Qué has pensado hacer con esas cuatro rebeldes? Me preguntó. Estaba al tanto de todo y de la broma, bueno de la faena que me habían hecho con el cubo de pintura.

-Nada. Solo he hablado con ellas para decirles que solo pretendo ayudar a su compañera y no tengo nada en contra de ninguna.

-Las cuatro son muy rebeldes, continuó. Deberías darles una lección que no olvidaran.

Entonces se acercó a mi oído y me dijo en voz baja:

-Están muy buenas para su edad. La Paola tiene un buen polvo. Tiene unas caderas y un culo que buf…De tetas ni te cuento porque también está en tu clase y ya habrás visto que clase de…

Se calló porque en ese momento llegaba otra profesora. Era Laura de educación física.

-¿Qué hacéis aquí tan apartados? ¿Arreglando el mundo o poniendo a parir al claustro? Jejeje.

-Estábamos repasando a todo el personal y como podríamos mejorar la asistencia a clase, contesté yo.

-Y a algún alumno rebelde a quien deberíamos meter en vereda. Respondió Luis.

-Para eso tu eres el experto, dijo Laura. Bueno, me voy, que me esperan los de educación física. Portaos bien.

Laura se fue y Luis se le quedó mirando el culo ya que iba con mallas.

-También está buena, ¿eh?

Yo no dije nada. En eso la alarma del teléfono sonó.

-Tengo que dejarte. Tengo que llamar al medico y tardaré un buen rato.

-De acuerdo, nos vemos mañana.

Subí las escaleras a la segunda planta. El colegio tenía cuatro plantas y en la segunda había dos aulas a cada lado. No era un colegio demasiado grande.

Abrí el aula de música. Encendí las luces. El aula estaba algo sucia. Limpié un poco la mesa del profesor y me dispuse a recibir a Sara.

Como cinco minutos más tarde tocaron a la puerta.

Abrí solo una rendija y vi que era ella. Quería asegurarme de que no era otra persona.

-Pase señorita Gutiérrez. Me daba morbo seguir llamándola de usted.

Cerré la puerta con llave.

-He hecho lo que me dijo, no he traído ropa interior. No me ha visto nadie subir hasta aquí.

-Perfecto. Me gustaría que subiera nota. Al menos a un 9,5. ¿Recuerda donde nos quedamos el otro día?

-Si, dijo, y asintió a la vez con la cabeza.

Se quitó la blusa y la falda. Desnuda como su madre la trajo al mundo era más hermosa todavía. Su cara era preciosa, pero combinada con su cuerpo era una autentica belleza.

Me bajé el pantalón y el calzoncillo y los dejé sobre la mesa. Me quité la camisa también.

Mi polla ya erecta apuntaba a su ombligo.

Me senté en la silla y ella se arrodilló frente a mi.

-Ahora, le dije para ayudarla, se la veía asustada, haga como si fuera a chupar un helado. Piense en el sabor que más le guste e imagínese que se lo esta comiendo.

Agarró mi polla con la mano derecha y se la metió en la boca.

Comenzó a chupar despacio, con cuidado.

De vez en cuando le daba una arcada. Paraba y volvía a seguir.

Aunque era su primera vez no lo hacía mal. Era una buena alumna. Entonces me di cuenta de que se quejaba con un gesto de dolor. Se estaba haciendo daño en las rodillas con la tarima. No se porqué no habían cambiado esas tarimas con esa madera tan antigua.

Le pedí que parara y saqué un cojín que teníamos en todas las aulas por si en algún momento nos dolía la espalda. Lo puse en el suelo y se subió a el. Ahora ya no le dolían las rodillas y siguió con la mamada.

Me estaba dando mucho gusto pese a lo lento que lo hacía y la nula experiencia. La chica ponía ganas y no tardaría mucho en correrme.

Como cinco minutos después, que tal vez fueran ocho o nueve, no sé, perdí la noción del tiempo, noté que estaba a punto de correrme.

No quería que esa primera vez se tragara mi corrida,  a la pobre podría darle algo, y más con las arcadas que le habían dado antes. No se porqué, ahora sentía piedad hacia ella.

Le pedí que dejase de hacerlo y me masturbé apuntando mi polla a sus pechos. No tuve que seguir mucho más porque enseguida me corrí.

Dos primeros chorros cayeron en sus pechos y un tercero dio en su barbilla.

Sara se quedó como atontada y me miró con esa carita tan dulce.

Me levanté y le limpié el semen que caía por sus pechos y barbilla.

Unas gotas mancharon la tarima. No me importó.

-¿Qué tal profesor? Me preguntó.

-Ha estado muy bien. Le subiré la nota a un 9,5.

-De acuerdo.

-Pero, ¿no le gustará subir a un 10?

-¿Al 10? ¿Es posible?

-Si. Solo le pido un pequeño esfuerzo más.

-Esta bien. Lo haré.

La apoyé contra la mesa y me agaché y separé sus piernas.

Humedecí mi dedo índice y separé sus labios y comencé a masturbarla.

Sara echaba la cabeza hacia atrás de placer, pero no decía nada. No gemía tampoco, solo se mordía el labio inferior.

Continué con la masturbación y luego pasé a su clítoris. Cuando estuvo lo suficientemente húmeda le comí el coño con la boca y entonces si que gimió. Se agarraba a la mesa con fuerza apretando su culo contra ella.

Cogí un condón que llevaba en la mochila y lo abrí sin preocuparme de que estuviera caducado.

Ella me miró mientras lo desenrollaba hasta la base de mi polla. Tenía los ojos muy abiertos.

-¿Es usted virgen señorita Gutiérrez?

-No, no, una vez un chico en el pueblo me…

-No voy a juzgarla, solo quería saberlo, no se preocupe.

La alcé a la mesa y la penetré despacio, con cuidado. El glande entró enseguida y me recreé en esa sensación de estar solo a medias dentro de ella.

Cuando ya no pude más se la metí toda y comencé a bombear.

Se agarraba a los lados de la mesa, pero preferí cogerla a pulso y que me rodeara con sus piernas.

Así lo hizo y agarrados así seguimos follando.

Entonces comenzó a gemir. Y luego sus gemidos fueron en aumento.

-Profesor, profesor, que gusto, que gusto. ¿Qué nota llevo? Aaaaaaaaaah.

-Un 9,70, dije con un hilo de voz, el placer era lo máximo.

-Voy a llegar al 10. Si, si, siiiiiiiiiiiiiii.

Seguí follándomela. Estaba a punto pero quería retrasarlo.

La agarré más fuerte de las piernas y seguí bombeando a tope.

-9,75, decía yo. 9,80, 9,85, 9,90, 9,95…..

-Y dieeezzzzzz, estalló Sara. ¡Aaaaaaaaaah! ¡Me corroooooooooooo!

Como era un aula insonorizada nadie pudo oír el tremendo orgasmo que tuvo.

Su coño se contraía sobre mi polla mientras yo seguía follándomela. Entonces la giré y la apoyé contra la pizarra. La besé en la boca con pasión mientras ella seguía gimiendo. Su coño seguía contrayéndose y dilatándose y entonces ya no pude más y me corrí yo también.

Chorros y chorros salieron de mi polla retenidos por el condón. Seguí un poco más hasta que eché hasta la ultima gota de semen y entonces terminé de convulsionarme y me relajé.

Apoyé a Sara en la mesa y la saqué con cuidado para que no se derramara una gota de semen dentro de ella.

Me senté en el suelo agotado.

-Tiene su 10 señorita Gutiérrez, le dije recobrando la respiración.

-Gracias profesor. Me ha encantado subir la nota con usted.

-Y a mi. Recuerde que cuando necesite subirla yo la ayudaré. Ahora salgamos por separado. Tenemos clase en un par de horas. Allí la espero.

Me levanté y le di un beso en la boca. Estaba preciosa después de correrse.

Nos vestimos y salimos por separado.

Ahora iría a por Paola. Estaba seguro que aunque me costase más, caería antes o después.

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