Un yerno, una suegra y un pito
Vaya tarde para Nicomedes...
UN YERNO, UNA SUEGRA Y UN PITO
“Hay mujeres que renuncian a martirizar a varios hombres y prefieren encarnizarse en uno solo. Son las esposas constantes“ (Capus, Alfred, 1858-1922, comediógrafo francés).
Para el colegiado Nicomedes Aranda, aquel partido sería el último que arbitraria. Aquella tarde sería la última de soplar el pito. Cómo cachondo mental que era, había decidido liarla a lo grande, y despedirse escoltado por los guardias, que rodeaban el campo de juego. Aquello, al Nicomedes Aranda lo ponía en estado de gloria.
Sabía que al día siguiente las prensas del lunes lo pondrían a los pies de los cuadrúpedos. De vez en cuando al trencilla le gustaba, joder la marrana. Esto ya hacía tiempo que no lo hacía, y aquella tarde tenía una verdadera necesidad de liarla. Lo que nadie sabía era que el Nicomedes era un fan del “Quijote”, y que la araña más grande que hizo el famoso hidalgo fue embestir a los molinos de viento con su lanza, y además vencerlos, pues aquella tarde sería la suya. En el fondo de su corazón sentía un gran desprecio hacia todo lo que significaba fútbol. En estos campos que fue pisando en su largo recorrido había visto de todo: peleas barriobajeras, botellas, insultos a su santa madre y otras muchas lindezas que nunca lograría olvidar. El porqué fué porque eran las únicas horas que podía disponer sin tener que aguantar a su mujer. Ella lo tenía como un cero a la izquierda, lo humillaba, le chillaba e incluso ni lo quería en su cama. La primera palabra que le salía de su boca era “inútil”, y tan fuerte que todo el vecindario se enteraba de que el hombre del pito no pitaba, que era lo mismo que decir que no soplaba.
Aquella tarde el pobre Nicomedes se sacaría la espina de una vez por todas.
Tan pronto como puso el balón en el centro del campo para empezar el partido, el Nicomedes empezó a silbar sin parar. Los jugadores, al ver que éste continuaba tocando el pito sin terminar parando el juego, estaban perplejos. Si paró de soplar en algún momento fué porque no le quedaba aire en los pulmones. Entonces indicó a todos los jugadores del campo que se acercasen al centro, y una vez allí reunidos en el círculo les dijo que si no rezaban tres Padrenuestros que no continuaría el partido. Todos ellos, sin llegar a comprender nada, fueron rezando como buenamente podían, aunque algunos no sabían qué era esto del Padre Nuestro.
Los espectadores tampoco sabían nada de lo que allí estaba pasando. Los que tenían cerca a los liniers se se lo preguntaban , pero éstos tampoco lo entendían.
Reanudado el juego, sólo tardó 5 minutos en volverlo a parar y, cogiendo el balón, lo apretó y pidió otro en condiciones, que a ese le faltaba aire.
Vuelto a reanudar el partido, dos minutos después se sentó en el campo al tiempo que paró el juego porque según dijo llevaba una piedrecita en la bota.
Se volvió a reanudar el juego y el delantero local lanzó un fortísimo tiro que rompió la malla de la portería rival. Nuestro inefable árbitro no lo dió por válido porque según dijo el balón no había entrado en la portería, que el agujero en la red lo había hecho un fanático del equipo. Aquello ya fué Troya, el delantero que rompió la red era como un orangután de dos metros de altura, y le envió un puño a la cara y le hizo tragar el pito. El pobre Nicomedes ya no hubo humano que lo salvara. Murió ahogado.
Tan pronto llegó la noticia a casa del Nicomedes, la mujer llamó al yerno que estaba jugando al parchís en un bar y le dijo que viniese rápidamente. Cuando éste llegó se lo llevó al cuarto de invitados y, quitándose la ropa, le dijo en tono autoritario que se la tirase, que después le diría la gran noticia.
El yerno, sin pensárselo dos veces, se bajó la cremallera del pantalón y la emprendió con aquel bosque de pelos enmarañados que llevaba su suegra entre sus piernas, mientras ella se relamía como una yegua al final de una carrera.
No contenta de esta entrada por delante, después le indicó al yerno su cueva posterior.
-¡
Dale por aquí yerno, que esto hay que celebrarlo!
El pobre yerno cumplió como de él se esperaba, y en cuanto terminó la enculada, la suegra le dió la noticia
-
No veas yerno cómo le han hecho tragar el pito a aquel inútil. Por lo que me han dicho se lo tragó todo y allí mismo se quedó sobre la hierba
-¡Pobrecito! -
sólo se le ocurrió decir al pobre yerno
-
¡Ni pobrecito ni narices! Ahora ya tenemos el camino despejado tu y yo. A mi hija le diré que se busque otro, que ya tiene edad para espabilar. Allí donde trabaja hay un tío que la pretende, es decir, que tú no le harás falta. Ya verás como conmigo gozarás más, mi soberbio culo me pide guerra continuamente, y tú serás el que lo tranquilice.
El pobre yerno no tuvo otra opción que decir amén - ¡cualquiera le llevaba la contraria a aquella mujer que debía pesar casi cien kilos! Con toda la experiencia que adquirió en su juventud, trabajando en un burdel cerca del puerto, ahora ya era una maestra. Al pobre yerno lo aleccionó tanto que se convirtió en un experto. Así aquella suegra volvió a la senda de la felicidad. Aquel yerno no tenía un pito, más bien una pata de elefante algo curvada que le hacía sentir todos los goces. Con él entre sus piernas gozaba locamente. Aquella suegra, para que éste no se escapase no lo dejaba salir ni para trabajar. Ella volviendo a su actividad de la juventud lo mantenía como un rey. Solo un més después, en aquella casa ya se había olvidado del pobre Nicomedes. Los únicos que no lo olvidaron fueron los espectadores de aquella funesta tarde de fútbol.
Ya eran las 5 de la tarde cuando Nicomedes despertó de la borrachera del día anterior. Durante un tiempo estuvo intentando recordar aquel largo sueño de suegra, pitos y mujer. Pero los varones del alcohol aún no se habían disipado, y abriendo un bote de cerveza apagó la sed de la resaca, y dándose la vuelta volvió a emprender otro sueño, pero esta vez corriendo detrás de unas negritas, a las que nunca podía alcanzar. Mientras ellas se pitorreaban de aquel europeo que corría y corría sin conseguirlas. De repente se le apareció el brujo de la tribu que viéndole tan agotado y sediento le dió una botella de 1.5 litros de Coca-Cola, pero le requisó el reloj de oro que llevaba. Compadeciéndose le dijo: “Si sigues recto llegarás a África del sur, si vas hacia el este a Gambia, y al oeste Camerún. Al norte no estoy seguro, pero creo que a Gibraltar”.
Entonces el brujo le dijo que si le daba la cadenita que colgaba de su cuello le daría un pito que se dejó un árbitro que por allí pasó perdido entre palmeras. Fue entonces cuando el pobre Nicomedes despertó totalmente y sin un destino determinado se fue gritando: “¡Pitos noooo!”