Un yerno siberiano

Un siberiano

FRANCE, ANATOLE TRIBAULT (1844, 1924)

"Sólo las mujeres y los médicos saben cuán necesaria y bienhechora a los hombres es la mentira"

UN YERNO SIBERIANO

Dimitri, en cuanto cumplió 25 años, cansado de fríos polares y de otras cosas no tan frías, vendió su rebaño de cabras y con unos ahorros más bien pequeños, se lanzó hacia Europa en busca de otros climas y costumbres que, según un amigo que tenía en España, eran totalmente diferentes.

De las cabras que dejó atrás, una de ellas en cuanto la perdió de vista no pudo reprimir unas lágrimas. El pobre animal, en cuanto intuyó que su dueño la dejaba, baló lastimeramente como lo hubiese hecho una amante de los humanos. Para Dimitri, aquella hembra fué algo más. Al pobre animal parecía que una bala de fusil le hubiese atravesado el corazón.

Durante los tres últimos años para Dimitri fue una salida a sus impulsos sexuales, y para la pobre bestia más aún. Este, con un príapo más grande que una maza de mortero, la hacía gozar más que cualquier macho cabrío. En aquellas grandes extensiones siberianas, encontrar a una mujer era una tarea imposible. Allí sólo habitaban hombres capaces de soportarlo todo, y duros como los troncos de aquellos árboles milenarios, que no se doblegaban ni ante intensas nevadas, vientos huracanados o fríos que bajaban a 40 e incluso 60 grados bajo cero.

Tan pronto llegó a la península ibérica se fué en busca de su amigo, que estaba situado en el bajo Ebro, trabajando en el sector agrario. Junto a éste pasó más de medio año en labores de campo mientras aprendía el idioma. En cuanto encontró otro trabajo, dejó a su amigo y se fué a trabajar al sector de la hostelería como camarero. En contacto con los clientes fué perfeccionando el castellano.

Al tiempo ya no necesitaba cabra alguna. Chicas las encontró con facilidad. Su franca sonrisa y su porte atractivo, hacía que las mujeres que trabajaban en el restaurante se fijaran en él, incluso algunas de las clientas algo maduras, trataban de conseguirlo.

Las que entraron en su cama fueron repitiendo, y enseguida se corrió la voz de que aquel apuesto camarero tenía atributos fuera de lo común. Cuando aquello fué un secreto a voces, la dueña del restaurante se interesó por Dimitri. Ya no lo miraba como a un camarero más, sino que se convirtió en el oscuro deseo de la mujer madura que deseaba probar cosas con las que sólo había soñado. Su viejo marido ya sólo vivía para recordar tiempos pasados, pues éste ya llevaba años sin salir de su habitación, en la que era atendido por su sirvienta.

Doña Cristina, la dueña, con 59 años muy bien llevados, no le quitaba los ojos de encima. Más de una noche tenía que ponerse los deditos allí pensando en aquel semental del que todas las damas hablaban elogiosamente. Ya solo faltó que un dia fuese su hija Kristin quien le dijo a su mamá que le gustaría casarse con un tipo así. Para Kristin, el llevarle casi 10 años no era problema, le gustaban los hombres muy jóvenes.

Poco tardó doña Cristina en vislumbrar la solución para tener a Dimitri atado a la familia. Ella sabía cómo convencer a quien fuese y como fuese.

A la primera que convenció fue a su hija:

-Espabilate, que tras este garañón van muchas, y si tu no lo seduces, se te adelantarán. Dile que si quiere te acompañe para no ir sola en un viaje de dos o tres días y que igual se le abonará el salario. Después ya será cosa tuya convencerlo de que aquí en esta familia está su futuro y su felicidad.

-¿Y si no lo convenzo?

-Anda...anda, con lo bonita que tu eres y esas pechugas de Sofia Loren, y un culo como los que esculpe el botero ese de Colombia, podrías convencer hasta a un difunto.

Tal como estaba previsto, al cabo de cuatro días la Kristinita y el Dimitri volvieron. Cuando ella le explicó a su madre lo del viaje, esta no terminaba de creérselo.

-La primera noche ya lo metí en mi cama - le contaba ilusionadisima Kristin - y no veas mamá qué pedazo de polla lleva entre piernas. Cuando me la metió creí que me abría en canal, y después ya no paró en toda la noche. Creo que estoy enamorada como una colegiala.

-¿Y lo de casarse qué? - le preguntó expectante Doña Cristina

-Verás, para que no se diese cuenta del montaje le dije que lo hablaría contigo.

Sólo un mes después Kristin y Dimitri eran marido y mujer. Doña Cristina estaba que no cabía en sí de gozo. Ella sabía que pronto tendría a aquel hermoso yerno en su cama. Sólo de pensar en tener dentro de ella aquel robusto carajo la ponía como la fragua de vulcano, aunque la hiciera ver las estrellas, estando nublado.

Durante los primeres meses de casados, Dimitri sólo tenía ojos para su hermosa pareja, éste como si estuviese aún con sus cabras allí por Siberia. Siempre estaba encima de su Kristin metiéndosela por todas sus cuevecitas que ya se habían ensanchado. Doña Cristina, a la que su hija le contaba como se comportaba su lujurioso yerno entre sábanas, esperaba su momento. Ella sabía que más pronto que tarde estos fogosos sementales gustaban de probar cosas nuevas.

La primera oportunidad se presentó el dia que el viejo marido cerró sus ojos para siempre. Tanto madre como hija lo velaron hasta la madrugada y después fué el yerno quien se turnaba para que ellas pudieran descansar. Eran las 2 del nuevo dia, Dimitri solamente llevaba algo más de media hora de velatorio, cuando una silenciosa sombra entró en la habitación. Era doña Cristina. Ésta, cerrando la puerta con llave a sus espaldas, se acercó al sorprendido yerno y en voz baja, que tanto le daba, le susurró:

-¡Vamos yerno, que ya te llegó la hora!

El pobre Dimitri quedose desconcertado, no entendía lo que allí se estaba cociendo. Doña Cristina, subiéndose su largo y enlutado vestido, se sentó en las rodillas de éste para a continuación desabrocharle el pantalón, que al no llevar bragas, solo instantes después tenía encarado en su chocho el grueso mango de éste.

Como no era fácil que el difunto se enterase de algo, de encima de la silla fueron a parar encima de la gruesa alfombra del suelo. Allí sí supo doña Cristina cómo las gastaban los siberianos en estas cuestiones, cuando en su culo entró aquel mango no es que viese las estrellas, sino que llegó a ver galaxias aún no descubiertas por el hombre.

Lo de aquella noche de velatorio ni doña Cristina lo olvidaria e incluso el bueno de Dimitri. Durante más de dos horas, este la fué cabalgando como si la vida se terminase al amanecer del próximo dia. Doña Cristina llegó un momento en que ya no supo ni el dia en que estaba, ni la hora que era.

Al dia siguiente, doña Cristina no logró salir de su cama. Su hija lo atribuyó al dolor por la muerte del marido, y padre de ella. Cuando llegó la hora del sepelio tuvieron que llevarla cogiéndola del brazo tanto la Kristin como aquel yerno infatigable. La mente de ella habia quedado fijada en el momento en que aquel yerno le clavó su maza de mortero por el culo sin contemplaciones, que después de un intensísimo dolor la hizo correrse como nunca antes lo había hecho. Durante horas se sumergió en un oasis de éxtasis y felicidad nunca antes vivida.

Desde entonces que en su mente ideó la manera de conseguir que aquel yerno se la tirase sin que Kristin se enterase. Poco tardó en encontrar la solución: la cena que hacían los tres juntos al terminar del restaurante. Era doña Cristina quien invariablemente preparaba los cafés, y antes de llevarlos a la mesa le ponía dos gotitas de un producto que nunca fallaba. Tan pronto como Kristin entraba en un profundo sueño, Dimitri se iba a la habitación de doña Cristina, que ya lo esperaba tal y como llegó al mundo, con las piernas abiertas y su peludo chocho en posición. Solo un momento después de ser duramente penetrada iniciaba con rítmica cadencia su viaje a la felicidad.