Un yerno egipcio

Yerno egipcio

UN YERNO EGIPCIO

‘’ Un diplomático es aquel hombre que siempre se acuerda del cumpleaños de su mujer, pero nunca de su edad’’. Frost, Robert (1874-1963) Poeta estadounidense.

Doña Carolina hacía ya muchísimos años que no iba a la playa, ya que no recordaba ni cuando fue la última vez. Desde que enviudó, su tiempo lo pasaba entre las lecturas de historia que a ella le encantaban y las películas, que podían ver en el canal satélite, aunque fuesen en idiomas que no entendía. Si de cuando en cuando daban alguna cargada de erotismo entonces si recordaba que en medio de sus piernas tenía un puntito que contentar.

Tal como iban pasando los años más notaba que le hacía falta un buen revolcón, que la vida se le iba acortando. Y que de ella bien poco había sacado, durante largos años los pasó cuidando tanto a los familiares de su difunto marido como a su madre que le vivió hasta los 102 años. Después aquella casa se convirtió en un silencio total. Le faltaban pocos días para cumplir 57 años cuando la única hija que tuvo la llamó por teléfono para decirle que estaba preparando un viaje a España y que durante 20 días estarían juntas, añadiendo que no vendría sola, sino acompañada por su novio, y que este tenía muchos deseos de conocer el país, y también de conocerla a ella.

Solo tres días después llegaron la hija y su novio desde Australia. Doña Carolina, cuando conoció a la pareja de su hija, sin saber el porqué, se sintió atraída por aquel ejemplar, que transmitía unas extrañas sensaciones de sensualidad desbordante, de ser posesivo, y en extremo lujurioso. Este dijo, en un castellano dificultoso que se llamaba Okalan y que era egipcio. Sus modales eran los de un señor, pero su mirada era la de un depredador.

Cuando llevaban menos de una semana en casa de doña Carolina, a Carol, la hija, le llegó una llamada al teléfono en que se le pedía que cogiese el próximo vuelo para volver a Sídney, que la empresa donde trabajaba, tenía un grave problema que era necesaria su presencia allá sin falta.

  • Tú quédate aquí con mamá, yo tan pronto pueda volveré, no es necesario que rompas las vacaciones por mí.
  • Yerno, una cosa que me gustaría hacer desde hace mucho tiempo es ir a la playa, y si te parece bien nos vamos los dos que en menos de una hora podemos estar allí.
  • Si es su deseo, vamos a la playa Sra. Carolina. - le contestó este con su cultural acento de voz y medias palabras.

Cuando llegaron a la playa ya era la 1 de la tarde de un día laborable con apenas bañistas y estos quedaban muy apartados.

  • Ahora tendrás que volverte, para ponerme el bañador, querido yerno. ¡Pero no te vuelvas!
  • No la miraré, estese tranquila.

Aquel yerno que sabía más latín que el papa de Roma en vez de girarse se puso delante de sus ojos.

Ella que se dio cuenta le regaño como si fuese su hijo.

  • ¿No habrás sido capaz de espiarme? - le dijo sin demasiada convicción.
  • No la he espiado suegra, pero me he quedado con las ganas. - le dijo sonriéndola.
  • Con los kilos que tengo de más no te gustaría. - le dice ella también sonriéndole con coquetería.
  • Tiene que saber que a los hombres de allá, de Egipto, le gustan las señoras un poco rellenitas, y yo no soy una excepción.
  • Así, ¿Yo también te gusto?
  • Muchísimo querida suegra, la encuentro muy apetitosa.
  • Y si te lo pido, ¿Me enseñarías a nadar? Es que sé muy poco.
  • Suegra, sus deseos son órdenes para mí, a más que será un placer.

Ya dentro del agua y con un nivel hasta los hombros aquel atractivo yerno de pelo en pecho la puso en horizonte y con una mano bajo su vientre y la otra en medio de sus piernas para poder sujetarla en el agua. El contacto con aquella parte hizo que el yerno se le pusiera el miembro más erecto que el palo de una bandera.

Poco tardo en que la boca y la nariz se le llenase de agua salada y revolviéndose se abrazó al pecho de este. Poco a poco fue recuperándose.

  • Casi me ahogo, yerno. No sé si lograre aprender, tengo miedo.
  • ¿Volvemos a probarlo?
  • No, no, dejémoslo para más tarde.

Durante unos segundos, continuo atragantada contra el pecho de este.

Cogiéndola del brazo la acompaño a la orilla, tumbándose encima de la esterilla. El yerno hizo lo mismo a su lado.

  • Me ha gustado mucho tenerla en los brazos querida suegra.
  • A mí también. - le dijo ella sonriéndole ya recuperada.
  • Lo que sique he notado al apoyarme en tu pecho es que por abajo tenías una cosa muy dura, no será que estés herniado querido yerno.
  • De eso nada, suegra, pero al poner mi mano entre sus piernas se me ha puesto la cosa como un hueso de caballo.
  • No podía imaginar que a mi edad despertase estas pasiones, yerno, en este caso tendremos que volver a entrar en el agua para que me enseñes a nadar. - le dijo ella con sonrisa pícara.
  • Lo haré gustosamente, suegra… Pero esta vez no respondo de mí.
  • No dejarás que me ahogue. - le dijo ella riendo abiertamente.

Esta vez el yerno, no se anduvo con tantas contemplaciones, y poniendo su mano izquierda en el vientre de ella, la derecha la puso en el mismo centro de sus piernas con la palma hacia abajo entrando en contacto con su húmeda cuevecita que daba la impresión de estar esperándola. Con la prueba dio resultado, la inquieta suegra empezó a mover sus brazos y piernas como si ya quisiese mantenerse a flote. Pero el yerno no la dejo que volviese a beber agua salada como la vez anterior. La siguió manteniendo a flote hasta que aprendiese. La mano que tenía en medio de sus piernas no la apartó, más bien la apretó más sobre aquel escondido bosque que todo y estando cubierto por el bañador lo sentía latir por su mano. Esta vez y al dejar que ella pusiese sus pies en el suelo recobrando la verticalidad y sin intercambiar palabra, ella puso sus brazos alrededor del cuello de aquel fogoso yerno y lo besó en la boca con toda su pasión, sus lenguas se engarzaron lujuriosas, mientras la mano del yerno se sumergió en el agua en busca de aquel tupido bosque hasta que logro meter sus dedos entre el bañador y su piel para entrarle dentro como si fuese un príapo. Mientras continuaban con aquel encendido beso, el yerno los fue moviendo en una entrada y salida como si quisiera que le llegasen a fondo.

Al no tener a ningún bañista a la vista, continuaron dentro del agua gozando como dos animales en plena naturaleza.

El placer de lo prohibido no tenía límites. Doña Carolina, perdió el norte, se entregó a aquel garañón con las ansias de una adolescente, sin prejuicios sé ninguna clase, con aquel yerno estaba conociendo sensaciones nunca antes sentidas, voces que la encendieron como una yesca, deseos, que inconscientemente no terminasen nunca aunque llegasen otros bañistas cerca. Cuando llegó al orgasmo no pudo contener el gritar como un simio en plena selva. Su semental, no se quedó atrás, rugiendo como un felino en disputa por una pieza.

Una hora más tarde llegaban a casa y doña Carolina cerrando la puerta a sus espaldas se llevó al fogoso yerno a su habitación. Ambos, sin intercambiar palabra y precipitadamente se despojaron de las ropas y tal como vinieron al mundo, se lanzaron a un sesenta y nueve con las ansias de mentes perturbadas, mientras ella se le comía los testículos y su siniestro príapo, el yerno le refrescaba la lengua en su clítoris, mientras con el dedo de su mano derecha se la metía en el ano. Los resoplidos que daban, parecían dos caballos en su fina de carrera desbocados. En la posición que estaban quedaron dormidos tras aquel titánico esfuerzo de lujuria descontrolada. El orgasmo fue la apoteosis final.

Al despertar, doña Carolina continuo con aquel sueño hecho realidad, el grueso príapo del yerno que le llamaba a boca lo fue saboreando como si no pudiese convencerse de que era para ella. Cuando ya lo tuvo otra vez duro como una maza de mortero, se subió encima y se lo clavo en el chocho.

  • ¡No pares yerno, no pares, quiero sentirte dentro de mí, hazme gozar como una zorra!

El yerno, cogiéndola de los 2 poderosos muslos la fue moviendo adelante y atrás suavemente para ir aumentando la cadencia progresivamente. A medida que ella le respondía a aquel envite con todas sus ansias de hembra lujuriosa.

  • Métemela más adentro, métemela más! - le rugía presa de un frenesí desconocido hasta entonces.

El yerno, al notar que ella estaba lanzada para un cercano desenlace le empezó a dar palmetazos en el muslo con su mano izquierda mientras que con su derecha le metía el dedo en el ano tan profundamente como le entro.

Cuando el orgasmo estaba por llegar, la suegra, con palabras entrecortadas, le fue repitiendo.

  • ¡Hazme un bebe! ¡Meteme toda tu leche! ¡Hazme un bebe!
  • ¡Toma zorra! ¡Toma toda mi leche caliente para quedarte preñada! ¡Asi... así… tómala…!

Esta vez, la lujuriosa suegra se quedó inerte encima del yerno sin dejar que se le escapase su aun duro príapo, mientras ronroneaba como una gata satisfecha.

Esta vez el reposo duro un poco más, pero igual que el polvo anterior fue la suegra quien se recuperó primero. Gozadora como estaba le hizo cambiar de posición quedando frente a ella su peludo culo de macho, y abriéndole sus glúteos, metió su boca dentro para con la lengua lamerle el ano con avidez. Poco tardo este en responderle borracho de lujuria le fue repitiendo:

  • Metémela toda dentro! ¡Putona! Metémela… !

Como después de las dos montadas, ya no logró un tener orgasmo, y se le quedó la polla como un mango de azada cambiaron de posición, la monto por delante, mientras su lengua se ensarzaba con la de ella saboreando lujuriosamente, mientras su polla bombeaba acompasadamente su amegado y peludo chocho.

Las horas fueron pasando sin que sus cuerpos se rindiesen a aquellos acalorados y lujuriosos combates, hasta que al día siguiente una llamada telefónica trunco aquellas ansias de poseer y ser poseído. Cuando la suegra volvió a la cama le dijo al yerno que era la hija y que pasado mañana estaría allí con ellos.

  • Sabes querido yerno. - le dijo ella sonriente y feliz - que nos quedan dos días y dos noches para continuar haciendo lo que hacíamos, ¿2 podrás aguantar, querido?
  • ¿Pero comeremos algo mientras? - le dijo este incansable yerno egipcio.