Un yerno de sangre caliente.

La historia de Patricio y su suegra Doña Aurelia

“Ni es posible vivir con las mujeres ni sin las mujeres”.

Anónimo (proverbio griego).

Un yerno de sangre caliente

Cuando Patricio llegó a casa después de estar 5 días viajando, le extrañó que el pastor alemán no viniese a recibirle como siempre hacía.

El noble animal se pasaba el día por el amplio jardín que rodeaba el mediano y vallado chalet, ladrando a cualquier ruido viniese de donde viniese. Tenerlo allí era más seguro que disponer de una alarma. Si alguien se acercaba, daba miedo verle enseñar los dientes como si fuera a atacar, pero aquél día este no dio señales de vida.

Cuando entró en casa de dio cuenta que allí no había nadie, ni perro ni mujer que le esperase. Clavado en la puerta, bien visible, una nota escrita con rotulador por su mujer que le decía que se iba para no volver y que no la buscase. A Patricio, desde hacía bastante tiempo que esta le amenazaba con desaparecer, pero él se lo tomaba a broma, aunque sus relaciones no eran buenas no la veía capaz de hacerlo.

Por si su madre sabía algo, la llamó. La madre de ella tampoco sabía nada. Uno de los vecinos de casa le dijo que le había visto subir a una furgoneta de camping con un tipo rarillo, como si fuese alguno de esos hippies, cargados de aros en orejas, nariz y hasta el labio, y tantos tatuajes que parecía la cartelera de un cine. El pastor alemán también se fue con ella y el gachó, que conducía aquél furgón pintado con flores de variados colores.

Un día después, Doña Aurelia, la madre de ella, lo llamó para decirle que la hija también la había llamado para decirle lo mismo, que no la buscasen, que estaba bien y que quería cambiar de vida al lado del pajarito de la furgoneta y que con él era feliz.

Doña Aurelia le rogó a Patricio que pasará por su casa, que quería hablar con él personalmente. Esta vivía a 20 kilómetros de la casa de Patricio y su hija.

Cuando Patricio llegó a casa de su suegra, esta le recibió más contenta que el pastor alemán que tenía (y ahora estaba con la hija).

Lo que no sé es cómo la has podido aguantar tanto tiempo, le confesó Doña Aurelia. Ella siempre ha tenido un carácter muy difícil y yo me quedé sorprendida, de que te casaras con ella, pero como era mi hija, siguió, me lo callé. Si quieres, te quedas aquí conmigo el tiempo que desees que yo te cuidaré como si fueras mi marido, y si tú mientras encuentras otra mujer más joven, me dejas, que yo lo comprenderé.

A Patricio aquella oferta le pareció buena o muy buena. La suegra todo y teniendo veinte años más que él era una mujer hermosa, muy amable y atenta. El reverso de la moneda de la hija. Y como mujer, también estaba más buena que ella, mucho más.

Patricio cuando la conoció, ya se fijó en esta por su calidez, su escote de buenas pechugas y un culo que cuando llevaba pantalones al mirarlo le ponían caliente. Ahora, con unos años más, ella aún estaba sabrosa y Patricio que ya había madurado la veía aún más deseable.

Patricio, desde aquel momento supo que no necesitaría buscarse otra mujer. Su suegra tenía que ser un bollycao y que si lo había llamado no había sido para hablar del tiempo. Él sabía con que sutileza se inventaban pretextos, aquellas hijas de Eva.

Patricio volvió a su casa y recogiendo lo más necesario, lo cargó al coche y se volvió a casa de la suegra.

Allí sabía que en cuanto acabase la semana encontraría lo que muy pocas veces se encontró en la suya viviendo con su mujer. Ropas limpias, comidas bien condimentadas, y algo muy importante, que cuando empezara la semana, lo haría con más ilusión que hasta ahora.

Patricio no se equivocaba, Doña Aurelia era de una generación anterior, en que los maridos se valoraban y sabían gozar con ellos, haciéndoles la vida más amable.

Cuando Patricio volvió, su suegra le esperaba con más ilusión que una novia. Como ella sabía lo que le gustaba a los hombres, se había vestido con unos ajustados pantalones que le remarcaban su voluminoso culo de yegua fondona. La camiseta escotada que llevaba era como un escaparate de tendero ofreciendo los mejores frutos. Al cabo de poco, tenía preparada la mesa como si fuera la de un restaurante de primera línea, con una botella de gran reserva, y en medio de la mesa un pequeño ramo de violetas olorosas .

La suegra sonriéndole, le dijo que desde hacía siglos existía una frase que decía aquello de “a rey muerto, rey puesto”. La comida transcurrió entre bromas, anécdotas que está tenía en cantidad, y algunos chistes subidos de tono. Con ella, Patricio no tuvo tiempo de aburrirse. La botella de vino quedose vacía encima de la mesa y después vino lo de un pastelito hecho por ella, acompañado de unas copitas de Oporto. Cuando terminaron varias horas después, puso un CD con música de bailes de años a y cogiéndose del cuello de Patricio y pegada a éste, ambos fueron bailando lentamente hasta que este terminó. La calidez del momento hizo que sin música continuasen abrazados y bailando con ritmos imaginarios y gozando de sus apretados cuerpos.

Patricio, poco a poco fue bajando su mano hasta ponerla en el culo de ella. Al cabo de poco, este la puso por dentro de sus pantalones donde pude sentir el contacto de su piel y la lujuria que desprendían aquellas deliciosas nalgas de mujer caliente, mientras sus bocas se juntaban y sus lenguas se adentraban gozándose recíprocamente. Aquella suegra besaba como nunca ninguna mujer lo había besado. Haciéndolo gozar como nunca había gozado.

Todo y bailando, Patricio le desabrochó la camiseta, y bajándole el sujetador, con una mano le fue acariciando sus voluminosos pechos. Ella, ardiente como las llamas, le bajó la cremallera del pantalón, y le sacó su duro príapo. Con él en su mano, lo fue acariciando con delicadeza, hasta que logró coger en esta, los gruesos testículos del semental caliente.

En la habitación en penumbra, fueron desvistiéndose el uno a la otra, sin dejarse a ariciciaese y besarse apasionadamente.

Cuando el Patricio cayó de espaldas en la cama, la gozadora suegra lo montó. Y poniendo su polla en su peludo chocho, empezó primero lentamente, una cabalgada hacia una meta aún sin definir. Cuando ya estaba como las llamas de un horno, ella imprimió más cadencia a su lujurioso mientras resoplaban como dos yeguas después de una prolongada carrera.

Después de un receso, y como ninguno de los dos hacía ya tiempo que no era cabalgado, Doña Aurelia como si aquella noche fuese la primera de su boda, despertó a Patricio son suaves y dulces palabras en los oídos y le dijo: Vamos Patricio, que tenemos que recuperar el tiempo perdido, mi amor. Y girándose de culo le indicó donde tenía que meterla.

FINE.