Un viaje para tres

El viaje de una pareja toma tintes diferentes con la incorporación de un joven

Mientras conduzco mi pequeño utilitario sonrío y pienso que estoy deseando llegar. Voy a recoger a mi novia. Qué buen viaje nos vamos a dar. Hace un mes decidí sorprenderla. A los dos nos encanta viajar, salir de lo habitual, dejarnos llevar por unos días sin rutina. Pensé que cualquier lugar me apetecía, con la condición de estar cerca del mar. Con suerte, el sol nos acompañará y podremos dejarnos caer en la playa toda una mañana. Calor, agua, arena… y el cuerpo de mi novia, Sara, al lado. Es el postre perfecto para este viaje.

Pero mis planes han sufrido una pequeña modificación. Bruno, el hijo de unos amigos de mis padres, nos va a acompañar. ¿Por qué? Bueno, sus padres tienen trabajo en Estados Unidos y pasarán esta semana allí. Y su niño no puede quedarse solo. Dos días sin sus padres y el bueno de Bruno andará sin rumbo y sin comida por la casa. Y eso que tiene 20 años y mide lo mismo que yo. Qué remedio, acepté la súplica de sus padres y lo incorporé al viaje. Y ahora viaja conmigo en el coche.

- Seguro que molesto. Tu novia me odiará.

-No te preocupes, Bruno.  Ella está encantada. Me lo ha dicho.

-¿Seguro que quiere? Me temo que no va a estar cómoda. Ella pensaba tomarse unos días contigo, a solas…

-No seas tonto. Iremos a la playa, visitaremos el pueblo por la noche y haremos alguna excursión. Sara y yo queremos que te lo pases bien. Y, recuerda: no molestas.

Me va costar convencerlo. El chico es muy tímido y creo que le impone estar solo con una pareja. Piensa que es una molestia y que Sara estará incómoda. Y la verdad es precisamente la contraria. Mi novia Sara es abierta y simpática. Y lo que es mejor, es bastante juguetona y morbosa. Para ella siempre es buena idea fantasear con alguna situación, inventarse una historia o hablar sobre cualquier cosa que aporte morbo. De hecho, la conversación que tuvimos cuando le descubrí la sorpresa del viaje y la compañía de Bruno fue jugosa. Voy pensando en esto cuando alcanzamos un área de servicio. Es buen momento para descansar y tomar un refresco. Y, de paso, me apetece releer la conversación que tuve con Sara. Son unos cuantos mensajes escritos por teléfono:

-Sara, amor, recoge tus cosas. Mañana paso a buscarte al trabajo y nos vamos.

-¿Qué dices?

-Eso, que nos vamos a pegar unos días en la playa

-¡No me lo creo! ¿No me engañas?

-Claro que no. Ya he reservado el apartamento. Salimos mañana.

-¡Sí! Me encanta. Me apetece un montón.

-Ya, bueno, escucha. Solo una cosa. Una pequeña mala noticia. Tenemos que llevarnos a Bruno, el hijo de los amigos de mis padres. No hay más remedio. Ya te contaré.

-¿Brunito? Pero bueno, no pasa nada. De hecho… mmmmmmm

-¿De hecho, qué? ¿Qué es ese susurro?

-Pues…. ¿vamos a tener espectadores? Ya no podré pasearme en tanguita por el apartamento. A no ser que…

-¿Qué? Ya te voy conociendo.

-A lo mejor podemos alegrarle el viaje. Mmmmmm, ya veremos.

-Estás loca, mi amor.

Cierro el último mensaje con una sonrisa. Me gusta que sea tan morbosa. Pero en un apartamento no podremos tener mucha intimidad. Y el pobre Bruno lo pasará mal con Sara paseando al lado suyo. Cierro los ojos y recuerdo las formas de su cuerpo. Piernas torneadas, con muslos llenos; cintura y culo bien servidos, con cantidad para agarrar; espalda suave y bien dibujada; cuello presente, estilizado; pelo largo, negro; cara redonda, con facciones agradables. Y las tetas. Siempre han sido mi rincón favorito. Siempre están ahí, visibles, llenas, grandes, bamboleantes. Es un placer verlas moverse cuando ella anda. Mantienen la dureza y están bien situadas, formando siempre un canalillo delicioso, sugerente, muy morboso. Ella lo sabe, y juega con estos detalles. Cuando quiere provocarme, viste escotes mareantes. Sabe que me atrapa. Camisas de botones, camisetas ajustadas… sus tetas le permiten un vestuario excitante que ella utiliza cuando desea. Y a mí me encanta.

En esos pensamientos ando cuando aparece Bruno con un refresco.

-Ya podemos seguir, Hugo.

Pongo en marcha el motor y salgo disparado. Mientras, pienso en la tímida reacción de Bruno cuando vea aparecer a Sara. Sí, no está mal. Con ella podemos pasar un interesante viaje.

-¡Aquí, chicos! ¡Ayudadme!

Giro la cabeza y ahí está. Radiante. A sus 33 años está maravillosa. Mientras señala con sus manos su mochila, la observo. Pantalones vaqueros ajustados, zapatillas de deporte azules y camiseta blanca.

- Vamos a ayudar, Bruno.

-Claro

Tras un sonoro beso en la boca, Sara me sonríe.

- Por fin llegáis. Estaba deseando. ¿Me das un besito, Bruno?

-Ehhh, sí. Si me das tu mochila… bueno, después…da igual.

Bruno duda y no sabe qué hacer. La escena resulta simpática.

- Pero,  ¿serás tímido, pequeño? Ven aquí, anda.

Sara se acerca y le planta un beso en la mejilla.

- Me alegro de que vengas. Lo pasaremos bien.

Mientras sonrío, observo la camiseta de Sara. Sabe cómo comenzar un viaje de placer de la mejor manera. Lleva dos botones desabrochados y el canalillo se presenta a la vista de Bruno y mía. Entramos en el coche. Me encanta esta sensación: conecto la radio, selecciono la música que me apetece, y disfruto de mi acompañante. Sara sonríe, se pone las gafas de sol y dice: ¡adelante! Y yo me siento bien.

El viaje pasa entre la cháchara de Sara, los comentarios tímidos de Bruno y la música que escuchamos. Poco a poco ganamos confianza y se rompe el hielo entre Bruno y nosotros. Y a Sara le falta poco para bromear.

-Me encanta viajar con mis chicos. Espera, Hugo. Ahora voy con mi novio y mi noviecito. Hugo y Bruno, mis dos chicos. Uno de 36 añitos y otro de 20. Mmmmm, ideal.

Miro por el espejo retrovisor y Bruno baja la mirada con una sonrisa esquiva. Enrojece un poco y no responde. Intervengo.

-Vale, me gusta. Pero los besos solo para mí. Y ese cuerpo, ¿qué? Sonrío mientras zanjo: esas curvas no se pueden compartir, amiga.

- Bueno, al menos podrá mirar, ¿no? Que esto no se puede ocultar.

Mientras dice estas últimas palabras, Sara balancea ligeramente las tetas y se las mira. Vuelvo a buscar la reacción de Bruno y, tras verlo mirando por la ventanilla trasera rojo como un tomate, nos reímos a carcajadas. Y, de paso, noto que mi entrepierna despierta con fuerza.

Unas horas después llegamos al apartamento. Descargamos el equipaje y nos instalamos. Bruno dormirá en el salón, en un sofá-cama. Sara y yo en la habitación. El resto del apartamento consta de una cocina y un baño. Decidimos salir a recorrer el pueblo y a tomar unas cervezas. Mientras miramos un escaparate de zapatos, recorro con mi mano el culo de mi novia con una caricia descuidada. Ella no me lo impide, se deja con gusto. Me encanta ese carácter cariñoso de Sara. Bruno va a nuestro lado, y seguramente me ha visto. Pero el nivel de confianza y naturalidad con el que Sara y yo actuamos establece un clima de normalidad. Me miro en el reflejo del escaparate: más alto que Sara, delgado, algo fibroso, con vaqueros y camiseta; a mi izquierda, el cuerpo espigado de Bruno; a mi derecha las curvas de Sara. Me encantaría agacharme, situarme detrás de Sara, bajar sus pantalones hasta descubrir su culo y besar sus cachetes. Mordisquearlos un poco y aplicar un ligero azote. Y, sinceramente, creo que Sara estaría encantada porque es algo exhibicionista. Lo es solo en ocasiones controladas, y cuando se siente confiada y juguetona

Mientras disfrutamos de una cerveza en una terraza con vistas a la playa, recuerdo una tarde en mi casa. Sara, una amiga suya y yo. Los tres descansábamos en el sofá después de comer un buen plato de pasta. En el salón fluía un ambiente de pereza y modorra muy agradable. Sara estaba incómoda y dijo que se quería quitar los vaqueros. Yo pensé que se marcharía a la habitación para ponerse cómoda. Pero no. Sara se levantó y, delante de su amiga y de mí mismo, se bajó los vaqueros y se los quitó. Un tanga amarillo relució y su culo quedó expuesto. Me empalmé de inmediato. Sara nos miró, sonrió y preguntó a su amiga por el tanga. Después, caminó hacia la habitación, no sin antes pasar por mi lado y acariciarme la cara con un sensual gesto en la cara. No me recuperé en todo el día.

Llegamos al apartamento sobre las 10 de la noche. Tras ayudar a Bruno a hacer su cama, pasé por la cocina a preparar algo de cena. Sin embargo, una vocecita reclamó mi atención. Era Sara, que susurraba mi nombre desde la habitación. Pasé a ver. Lo que me esperaba era un bonito final para este morboso día: Sara de pie, vestida con un tanga azul y un sujetador blanco de encaje. Sus tetas se transparentaban y rebosaban por todos lados. Su cara estaba dominada por una sonrisa radiante.

- Esta noche te vas a tener que conformar con lo que yo te diga.

-Pero, Sara. Bruno está aquí al lado. No se ha acostado aún.

-Calla. Tendremos que hacerlo en silencio. Come.

Mientras me ordenaba silencio, se bajaba el tanga y me señalaba su bonito coño. Limpio, fresco, depilado y con los labios asomando, estaba ahí para ser acariciado, besado y lamido. Se tumba en la cama y se abre de piernas. Y yo se lo como sin prisa, en silencio y con gusto. Diez minutos después, Sara comprime su abdomen, estira sus piernas, tensa su cuello y sus brazos, agarra mi pelo y se corre. Tras unos segundos, me sonríe y me levanta. Se sienta en la cama y me baja los pantalones y los calzones. Mi pene aparece inhiesto, duro. Me mira a los ojos y, con movimientos suaves, se quita el sujetador. Sus tetas aparecen ante mis abiertos ojos. Llenas, carnosas, redondas, grandes. Sus pezones marrón claro parecen pequeños en comparación con ellas. Sara se pone una mano en cada teta y las junta. Las levanta hasta acomodarlas alrededor de mi rabo. Después, abre la boca. Con una mirada muy sexi se acerca y se lo come. La mamada se alarga unos minutos, mientras yo acaricio su pelo y disfruto. Cuando me tenso y el rabo palpita, ella lo saca y acaba con una paja. Apunta a su pecho y una corriente alcanza todo mi cuerpo. Descargo sin contemplaciones. Cuando abro los ojos, me espera su sonrisa y mi leche desperdigada por sus tetas y sobre su mejilla derecha. Estoy en la gloria. Podría morir ahora mismo tranquilo, sin reproche alguno a la vida. Sara se levanta y así, sin limpiarse, completamente desnuda, dice:

-¿Crees que debo salir así a buscar papel? ¿Qué crees que pensará Brunito?

Los primeros rayos de sol entran en la habitación. Me despierto poco a poco, somnoliento. Giro la cabeza y miro a Sara. Su cuerpo descansa relajado. El color blanco brillante de las sábanas y el tono rosadito y cálido de su piel contrastan sensualmente. Acaricio su cuello y bajo despacio, por la espalda, hacia su culo. Me encanta acariciarla el culo. Me levanto, me visto y salgo a hacer el desayuno. Bruno está despierto, mirando la televisión.

-Buenos días.

-Hola, Hugo.

Mientras caliento leche para el café, aparece Sara. Solo viste con unas braguitas y una camiseta larga, suelta y ancha. Sus tetas se bambolean a cada paso. Vamos al salón y nos sentamos junto a Bruno. Cuando ella se inclina hacia la mesa, el inicio de sus bragas quedan a la vista. Bruno parece esquivar esa visión. Su timidez lo domina, y a mí me entra la risa con la situación. Pobre. Me voy a sentar y Sara, descuidadamente, me acaricia el culo y me da un cachete. Sus tetas se mueven maravillosamente bajo la camiseta cuando anda, y yo empiezo a empalmarme. Nos sentamos para desayunar. Sara está relajada charlando y riendo, y no es difícil vislumbrar sus braguitas cuando separa un poco las piernas. Bruno está asistiendo a un espectáculo. Poder ver ese cuerpo femenino, voluptuoso, con las piernas descubiertas y la entrepierna asomando impúdicamente, tiene que ser muy excitante para él. Y Sara está en su salsa. Relajada, feliz, y coqueteando con su exhibicionismo: ahora separa un poquito las piernas, ahora se inclina y deja ver las braguitas, ahora se estira y el perfil de sus tetas nos deja sin habla, ahora me acaricia y me besa bajo la mirada de Bruno…

Y nos vamos a la playa. No quiero ni pensar en el bikini. Sara entra en la habitación, se cambia y sale vestida. Pantalón vaquero corto, deportivas y camisa ancha. Un par de revistas, unas cervezas en mi mochila y salimos. Sin hora de vuelta, sin playa definida. Solo un coche, el gps y las ganas. Me encanta esto.

Llegamos a una cala bonita, poco transitada y de difícil acceso. Sara sonríe y habla con voz pícara:

-Tendréis que ayudarme, chicos. Vuestra novia no puede bajar ahí solita.

Bruno se sonroja y se presta a bajar por el sendero para indicar posibles dificultades. El camino resulta empinado y algo resbaladizo. Sara podría bajar sin mayor problema pero se deja ayudar por nosotros. Bruno alcanza su mano cada vez que considera que existe peligro y la acompaña unos metros. Ya en la arena, buscamos un rincón para acomodarnos. Nos gusta uno bajo la copa de un árbol, en un rincón de la cala, con vegetación detrás. Ella nos agradece la ayuda con un besito en la mejilla y un espectáculo visual: estira su toalla y empieza a desnudarse. Se desprende de sus zapatillas, baja lentamente sus vaqueros, se los quita y los guarda en la mochila. Bruno y yo observamos sin disimulo. A ella le gusta y nos lo está ofreciendo. Mirando al mar, como si no estuviéramos delante, Sara se quita la camiseta. Y aparecen. Aprisionadas por un pequeño bikini azul brillan sus tetas. Parecen aún más grandes y pesadas. Parecen querer escapar por los lados y por arriba, formando un canalillo divino. Sara se sienta en la toalla y nos mira, divertida.

-Fuera ropa, chicos. Quiero ver esos cuerpos.

Nos quitamos la ropa y nos sentamos, mirando al mar. Bruno está algo avergonzado. Miro a Sara y lo señalo con un gesto. Ella comprende.

-Bruno, amor. ¿Lo estás pasando bien? Espero que no te sientas incómodo por estar con una parejita. Recuerda que tú eres… cómo decirlo… mi segundo novio.

-Gracias.

-Gracias a ti por ayudarme a bajar. Me he sentido como una diosa, ayudado por mis dos hombres.

-Bueno. ¿Puedo hacer algo más por ti?

Sara abre la mochila, saca sus gafas de sol y se las pone. Se reclina un poco y apoya sus manos en la toalla, manteniéndose con el tronco erguido. Su tripa lisa recibe los rayos del sol, y sus tetas caen pesadas y algo separadas hacia los lados.

- Puedes mirarme.

Bruno traga saliva, visiblemente emocionado. Y se atreve a seguir con la conversación.

-Eso sí. Pero nada más. Yo no sabría qué hacer contigo. Eres mucha mujer para mí.

Bruno baja la cabeza con una media sonrisa.

-Ohhh, mi amor. Pues me harías lo que cualquier chico haría a su pareja. Unos besitos, unas caricias, y… algún que otro polvo.

Bruno no puede más. Enrojece, se levanta y, con una disculpa, se aleja hacia el agua.

-Uy, creo que no se siente bien.

-Claro, Sara. Lo has puesto a mil.

-Mmmmm, pobre. Estará sufriendo. Me tiene en casa en bragas y aquí en bikini.

-Y tú con ese cuerpo. Y hablando de polvos.

Sara me mira y se acaricia disimuladamente el escote. No hay mucha gente pero sí la suficiente como para que puedan verla.

-Me quitaría el bikini si estuviéramos solos.

-Y a Bruno lo matas.

Abro una cerveza y pego un buen sorbo.

- A Bruno le dejaría sobarme las tetas.

Escupo el trago sin compasión. Sara se parte de risa.

-Sara, por Dios, ¿Quieres que me atragante?

-Mmmmm, tú procura no empalmarte, guapo. Que hay gente mirando.

Cuando Bruno sale del agua y llega a nuestro rincón, la escena resulta divertida. Sara sentada, un poco reclinada y con las piernas estiradas; Bruno llegando cabizbajo, sin mirarnos directamente, con timidez. Sara sonríe.

-Tendremos que comer, ¿no?

Dejamos las toallas y nos vamos al coche. Nos ponemos en marcha para buscar un restaurante bonito y con vistas al mar donde comer. Yo ando caliente, por supuesto. Tener a Sara juguetona a mi lado es un placer. Vamos tanteando restaurantes de carretera, seleccionando lo que nos gusta de cada uno. Sara pone su mano en mi pierna izquierda. Mientras habla distraída me acaricia. Por un momento sube demasiado la mano y alcanza mi entrepierna. Pego un pequeño brinco y sonrío, mirándola de reojo. Ella me mira de soslayo, disimuladamente. Una media sonrisa aparece en su boca. Yo acelero para encontrar un lugar donde comer. Estoy hambriento y caliente. Mal plan. De repente, Sara señala un camino a la derecha. Miro para observarlo pero pasamos de largo. Y algo me llama la atención. Miro y... no puede ser. Sara lleva la teta derecha descubierta. Se la ha sacado del bikini y está al aire. Grande y redonda, se bambolea con cada movimiento del coche. Miro a mi novia con la boca abierta. Bruno va en el asiento trasero del coche, y podría mirar hacia delante y ver esa teta sin dificultad. Sara está jugando conmigo, está tanteando el riesgo de la exhibición. Sé que la encanta. El momento es mágico, y es muy excitante.

Por desgracia, elegimos un restaurante y estacionamos el coche. Y Sara decide que se acaba el juego. Se cubre con el bikini, se viste con su camiseta y salimos.

Comemos, regresamos a la playa y, cansados, solo nos bañamos y dormitamos en las toallas. Sara continúa con su recital y nos regala posturitas, sonrisas, algún que otro beso –en la mejilla a Bruno- y las mejores vistas de su escote. Yo miro sin ningún recato, alcanzo la mano hasta tocarle un cachete y, de vez en cuando, me coloco el paquete. El ambiente es relajado, abierto. Sensual. De hecho, si Bruno se hubiera bajado el bañador y se hubiera bañado desnudo no habría pasado absolutamente nada: una ligera sonrisa de Sara, un comentario picante… Pero el único que se quitó el bañador fui yo. Me sentía cómodo y me apetecía provocar a Sara. Así que me lo quité y lo guardé en la mochila. Después, guiñando un ojo a mi novia me levanté y anduve hasta la orilla. Y Sara no se puede callar.

- Pero bueno…. mmmmm, qué vistas. ¿Nos quieres calentar, amor?

No respondo y me baño. Al salir me dirijo como mi madre me trajo al mundo a mi toalla. Sara me espera sentada, con las piernas estiradas. Se baja un poco las gafas de sol y sonríe.

-Vaya rabo me traes. Me encanta así, morcillona.

Bruno se hace el loco y mira para otro lado. Yo lo prefiero, no tengo interés en mostrarme así delante de él. Solo quiero provocar a mi novia. Recupero el bañador y me visto. Sara se dirige a nosotros.

-Creo que nos vamos a casa, chicos. Es tarde y me voy a dar una bonita ducha. Y tú, Hugo, vas a tener que pagar esta travesura.

-¿Cómo?

-Mmmmm, ¿quieres saberlo? ¿Qué te parece… una sabrosa mamada?

Yo no pensaba que Sara iba a llegar a tanto delante de Bruno. Vaya, se ha calentado de verdad. Creo que estamos torturando demasiado al pobre Bruno. Lo miro y está blanco, con la cabeza medio escondida. Pero esta vez no deja de mirar a Sara.

-O quizá quieras otra cosa… Mira, tengo dos buenas tetas para que las disfrutes.

Sara las mueve de lado a lado. Su movimiento es hipnótico. De pronto, mi novia se dirige a Bruno.

-¿Qué te parecen, Bruno? Tú eres mi segundo novio, deberías aprovecharte. Quizá… no sé… ¿y si os dejo tocarme una a cada uno? Mmmmm, sería divertido. Mis dos novios acariciándome a la vez

Sara dirige su mano a su teta derecha. Acaricia la tela del bikini y me mira. Después, mira y sonríe a Bruno. Este está completamente empalmado y ahora ya no lo oculta. Aunque no se atreve a decir nada, mira a Sara con entrega. Nos tiene en sus manos, ahora podríamos ser sus esclavos. Hacer lo que ella quisiera. El momento es excitante y la tensión aumenta. Sara baja unos milímetros la tela del bikini y casi se vislumbra la sombra del pezón. Ya es tarde y no hay nadie a nuestro alrededor. Solo un par de parejas a lo lejos. Sara lo sabe, y su vena exhibicionista está fuera de control.

-Hugo, ven conmigo.

Sara se levanta y me coge la mano. Se dirige a Bruno.

-Lo siento, Brunito. Tendrás que esperar. Me llevo a Hugo un ratito.

Sara me arrastra hacia un saliente con unas rocas. Escalamos sin mucha dificultad unas piedras situadas en un alto y bajamos por la otra cara. Allí, en completa soledad, encontramos una diminuta cala. No hay nadie, y está lo suficientemente protegida por rocas y vegetación. Sara está animada y caliente. Me apoya contra una pared rocosa y se agacha. Me baja el bañador y me agarra el rabo. Me acaricia y empieza a pajearme despacio, con suavidad. Se desabrocha el bikini y deja libres sus tetas. Yo alargo un brazo y agarro una con la mano. La amaso y la sostengo. Siento su pesadez y su suavidad. Ella empieza una mamada lenta, suave, mirándome a los ojos. Yo disfruto de este momento. El mar azul oscuro a un lado, una pared de piedras y vegetación al otro, arena limpia y desierta delante y Sara, aquí abajo, haciéndome gozar. Noto cómo aumenta la velocidad y cómo disfruto, pero no quiero que la fiesta acabe aún. Con un suave gesto de mi mano, aparto ligeramente a Sara y la incorporo. La siento en una piedra lisa y bajo sus braguitas. Con un lametón profundo descubro que está empapada. No hay tiempo que perder.

-Levanta. Te quiero a perrito.

Sara se incorpora y se coloca de rodillas, con las manos apoyadas en la piedra. Su cara mira al mar y su culo me mira a mí. Me mira sonriente.

-Adelante.

La meto poco a poco, con suavidad, disfrutando de la sensación. Su jugoso coño me aloja con calor. Empiezo a bombear y ella sigue el ritmo. El movimiento, los gemidos, sus tetas bamboleando libres… Yo intento visualizar la escena desde el exterior: en una cala solitaria, al amparo de rocas y vegetación y bajo un potente sol, una pareja está follando acompasadamente. Los pies de él pisando la arena, las manos de ella sobre la templada roca.

-Pero… ¿quién es ese?

Sara apunta con la mirada a un saliente de las rocas, allá en lo alto. Miro y veo una cabecita medio escondida. Sara detiene el movimiento y entorna los ojos. Sonríe.

-Pero si es Bruno. Qué cabrón, nos está espiando.

-Vaya. Le estamos dando un buen espectáculo. ¿Qué hacemos?

Sara no me contesta. Me mira con ojos picantes y se muerde la lengua.

-Voy a llamarlo.

-¿Qué? Pero… ¿y si baja?

-Pues que baje. Que disfrute un poco, ¿no?

Sé que el lado exhibicionista de Sara disfrutará con esto. Solo le falta que Bruno mire para que se caliente más.

-¡Brunito, cariño! Baja aquí. No tienes que ocultarte.

La cabecita del chico asoma y duda. La vergüenza de haber sido descubierto lo retiene.

-¡Baja!, insiste Sara. ¿No te apetece ver esto más de cerca?

Sara se agarra una teta con toda la mano y la mueve. Yo sigo dentro de ella pero no me muevo. Bruno se levanta y, tímidamente, empieza a bajar. Cuando está a unos cuatro metros, Sara empieza a moverse. Poco a poco mete y saca mi rabo de su interior. Según se acerca acelera el ritmo y lo mira directamente a los ojos. Bruno se acerca ya a menos de dos metros con la cabeza gacha y los ojos huidizos.

-¿Te gusta, cariño? Estamos solos y nos apetecía hacerlo.

Sara intercala gemidos sostenidos entre sus palabras.

-¿Qué estabas haciendo?

Bruno no responde. Necesita algo más que una pregunta para perder la vergüenza.

-Ven, acércate.

El chico adelanta una pierna y se queda a menos de un metro de mi novia. Nosotros seguimos follando, y él mira absorto. Sara detiene el movimiento. Yo ya no voy a poder aguantar mucho mi explosión. De pronto, me convierto en un espectador. Sara sale de mí, me sonríe y baja a la arena, junto a Bruno. Sus tetas aparecen ante el chico como dos manjares de la naturaleza, ahora exhibidos impúdicamente ante él. Sus pezones están de punta. Bruno las mira atolondrado. Sara adelanta su brazo y coge suavemente una de las manos del chico. La lleva hasta su teta derecha y la posa allí.

-Disfruta.

Bruno amasa suavemente la teta, deteniéndose en el pezón. La mueve de un lado a otro, la sopesa, la levanta, la suelta y la deja caer. Y vuelve a amasarla. Está alucinando con su tamaño y su dureza. Yo observo la escena con curiosidad y excitación. Sara detiene la mano de Bruno, me mira y sonríe dulcemente. Me llama. Yo acudo sumiso. Se inclina y pone su chochito, húmedo y caliente, a la altura de mi entrepierna. Yo se la meto sin contemplaciones. Ella, acompasada por el bombeo, baja el bañador de Bruno y se mete su rabo en la boca. Follada y mamada. Mientras yo trabajo por detrás, ella lleva al paraíso a Bruno con la boca. No vamos a aguantar mucho. La escena es bastante sensual y a los dos nos va a costar no derramarnos. Pero Sara acelera y una descarga recorre la línea que forman su culo y su cuello. Se corre. Yo no puedo más y la saco. Descargo con ansia en su culo. Ella se agacha y ofrece sus generosas tetas a Bruno. Lo ayuda con una enérgica paja y el chico se corre. La leche se desliza por su canalillo y cubre sus pezones.

Así acaba el día. Tumbada sobre la arena, Sara descansa. Nosotros nadamos relajadamente, con renovada complicidad.