Un viaje interesante

Tras huir después de una pelea con su madre, Mar se encuentra haciendo un viaje a la capital con un camionero que hará el trayecto muy interesante

-¿Para qué va a servirte el baile? ¿Para acabar en la calle? ¡Vales para mucho más que eso! ¡Un título universitario! – Las palabras de mi madre resonaban en mi cabeza nítidamente mientras caminaba por la carretera que me llevaría a la capital. – Debes labrarte un futuro mejor, el baile puede proveerte por un par de años, pero no para siempre…

Y más porquerías de ese estilo, por lo que con dieciocho años, he decidido que no voy a quedarme de brazos cruzados haciendo algo que no quiero, por eso mismo cogí una maleta llena de ropa, mis zapatillas de bailar, algo de comer y dinero que había ahorrado durante años, sin móvil, sólo con el reproductor de música viejo y destrozado que aún así, funciona de maravilla, mis pies para llevarme a donde quiera… y un mapa. Un mapa siempre es útil.

El ruido de un motor me sacó de mis recuerdos, claro, como la carretera era tan silenciosa y abandonada y aislada… ¿Por qué me metí por aquí? Oh, claro… porque es un atajo para llegar a la siguiente parada de descanso, donde alguien podría alcanzarme a la capital. Me giré y levante la mano para que la persona que viniera, me viese y con suerte, me diera un aventón, y aun siendo bien entrada la noche… Sé defenderme de cualquier idiota con malas intenciones.

El idiota en cuestión paró al verme dando saltitos al lado de la carretera, un camión rojo con un trailer negro y la imagen de una vaquera sexy – completamente vestida – apuntando la pistola a su propia cabeza.

-¿A dónde vas, preciosa? – Di un paso atrás, su voz ronca y bajo me dio un escalofrío, y me ardieron las mejillas con el cumplido.

-A la siguiente estación de descanso – Le respondí con mi mejor sonrisa - ¿Puede alcanzarme?

El hombre no era viejo, pero tampoco joven, quizás al final de la veintena, principios de la treintena. Y la verdad es que destrozó mi imagen de camionero gordo, mal vestido, pordiosero y mal hablado. Aunque mantenía el cenicero sobre la guantera con restos de un puro. Era amplio de hombros, con brazos fuertes, de una vida cargando peso, y moreno. Ojos penetrantes, estudiosos, de color gris y el pelo negro muy cortito, casi militar, y un poco de barba bien recortada. Pero sin duda, la afabilidad de su expresión venía por completo de su enorme sonrisa de dientes perlados. Para colmo de males tenía un cuerpo… nada muy especial, pero embutido en vaqueros desgastados, botas negras y camisilla blanca… Me ponía mala, no, lo siguiente. Respiré hondo y subí cuando quito la chaqueta negra del asiento del copiloto y encendió la calefacción del mismo.

-Gracias – Supongo que no todo son idiotas, feos, viejos verdes o peludos, o una mezcla de todo, en el mundo del transporte. – Soy Kara.

-Jeremy. ¿Te importa si fumo? – Raro, normalmente el dueño del coche no pregunta ese tipo de cosas, pero no me importaba, por lo que negué y me abroché el cinturón. – Genial.

No sé que tenía el hombre, Jeremy, no era particularmente atractivo, del montón, como se diría, pero mientras lo observaba por el rabillo del ojo, no pude evitar notar que era demasiado sexy para ser humano. Bueno, al menos para mi y respiré hondo para intentar calmarme, porque sólo me esta llevando al siguiente punto y el siguiente punto no está muy lejos.

-¿A dónde vas exactamente? Dudo que una estación de servicios sea la razón de ir caminando en mitad de la noche, sola, con una maleta a cuestas. – Su voz era también atractiva. Y una parte oscura y retorcida de mi pensó si sería tan arrolladora en la cama.

-Voy a la capital, supongo que alguien en la estación me dará un aventón. – Cómo respuesta recibí su profunda risa, que contrajo algo en mi pecho. - ¿Qué es tan gracioso?

-Bueno, de aquí a la capital hay unas doce horas de viaje en coche, y da la casualidad que yo también voy hacia allí. – Indicó la parte trasera del camión, supongo que su carga. – Si no te molesta mi compañía, puedo ‘darte un aventón’. ¿De dónde vienes?

Y así pasaron las primeras horas del camino, Jeremy era bastante tranquilo, bueno escuchando y además atento, me despertó en la estación y me esperó mientras iba al servicio y compraba algo de comida. En el baño, sin embargo, no pude evitar quedarme mirando mi reflejo. Pasé las manos por mis indomables rizos rubio cobrizo y me moje la cara, quizás era por la luz, pero no pude evitar notar que parecía un fantasma de lo pálida que era, aunque tampoco es algo malo si tienes dos ónices por ojos. Realmente no era una preciosidad. Sonreí cuando mi mirada se deslizó hasta mi escote, aunque no soy precisamente un monstruo y tengo bien puestas las cosas. Me di la vuelta para admirar mi culo, no es enorme, pero tengo algo, y mi cintura es perfecta como está, no voy a adelgazar por nadie, porque no me sobra ni un kilo – lo que tiene estar caminando muchas horas al día durante muchos días y además hacer ejercicio/bailando. – y pobre del que diga lo contrario.

-Eres del montón, Kara, pero de la parte de arriba del montón. – Me aseguré y salí con una sonrisa enorme y un buen paquete de galletas con chocolate – Aunque te pierde el vicio. Tienes que dejar el chocolate cuando llegues a ser una gran bailarina.

-¿Hablando sola, preciosa? – Me sobresalté cuando su voz sonó demasiado cerca y al darme la vuelta… podría haber explotado allí mismo, un puro entre los labios que se curvaban en una media sonrisa, y una cabeza más alto que yo, con la envergadura de hombros perfecta y unas caderas para enredar las piernas alrededor… Es lo más cerca que ha estado nadie de mi tipo de hombre ideal. - ¿Ves algo que te guste?

-¡Lo siento! No pretendía… estaba… yo… Lo siento. – Claro, balbucea, eso siempre es la solución. ¿Por qué es más amplia su media sonrisa? Se me tensaron todos los músculos del vientre cuando su brazo pasó por encima de mi hombro para abrirme la puerta.

-No eres la primera adolescente que llevo a algún lado, chica, sube y… mantengamos esto bajo. – ¿Bajo la línea de mis pantalones y los tuyos? Totalmente de acuerdo.

Sin embargo, no era lo que me imaginaba cuando subimos y se puso el cinturón para seguir el trayecto, casi me dieron ganas de darme contra la ventana, fuerte. Una mano fuerte en mi rodilla me devolvió a la realidad. Su mano era enorme, recorriendo lentamente – tortuosamente – el muslo, bajando por la cara interna y me alegré de ponerme unos pantalones cortos – con medias, pero pantalones cortos – cuando el simple calor que irradiaba sus dedos contra mi piel creaba pequeñas oleadas eléctricas que atacaban directamente mi centro nervioso. No subía para nada, de la rodilla a la parte alta del muslo, por fuera, por dentro, un ritmo lento que me iba relajando. Subí la mirada, de su muñeca por su antebrazo y finalmente hasta su cara, su perfil más bien, ya que sus ojos no se despegaban de la carretera. El puro había desaparecido y ahora estaba serio, lo que con su ligera barba pasaba por duro y sin ningún tipo de humor. Me deje llevar y le sujete la muñeca con mi mano, mis dedos no abarcaban todo el diámetro y esa idea consiguió que mis mariposas pasasen a ser pájaros. ¿Estará proporcionado el resto del cuerpo con su enorme mano? Esperaba que sí.

No noté, tan despistada como estaba, que el camión había cambiado de dirección y ahora aparcábamos frente a un hotel de carretera, con un enorme letrero y el dibujo de un ciervo contra la silueta de la luna. Supongo que yo estaba sorprendida y se me notaba porque se rió de nuevo y me dijo.

-Te dije que no eras la primera. – Me bajé tras él y decidí que mantenerme muy cerca era la mejor opción cuando una pareja salía dando traspiés. – Eres mayor de edad, ¿verdad?

-Sí – Extrañamente, no me sentía cohibida, claro que no soy la primera, pero esperaba que al menos esta experiencia si lo fuera. Bueno, medio lo esperaba, ¿tantos días en carretera y sin un anillo en el dedo?

-Ve dentro y alquila una habitación, no des tu nombre auténtico, estrella. – Me dio un billete de cien dólares y una palmada en el trasero. – Atrévete.

Ni siquiera esperé a que me lo repitiera para dar un par de pasos y entrar en el hotel. Tampoco era como me lo esperaba, mugriento y destartalado. Las paredes estaban bien pintadas de un tono azul claro, había un par de mesas de madera clara a la derecha y una barra de bar a juego, justo en frente había unas escaleras que llevaban a las habitaciones y a la izquierda, un mostrador con un adolescente esmirriado y aburrido detrás. Me dirigí con paso seguro y moviendo las caderas con cada paso, haciendo que él, y otros dos hombres que había sentados en la barra del bar, me mirasen. Poder femenino, nene, poder femenino.

-Me gustaría una habitación, por favor. – Sonreí y el chico empezó a buscar en su viejo ordenador. – Para dos personas, cama de matrimonio.

-La 27 está libre, señorita… - Oh, claro el nombre, mi sonrisa se amplio.

-Mar. Señorita Mar. – Y solté lo primero que me vino a la mente, ni siquiera me sonroje ante mi mentira, supongo que estoy más que acostumbrada. Le pasé el billete de cien. – Alguien vendrá a buscarme, dale el cambio a él y una copia de la llave.

Con mi propia llave subí despacio, no quería salir corriendo y parecer nerviosa, que lo estaba, así que esperé hasta estar fuera de vista para buscar alrededor hasta encontrar la habitación 27 y abrí escandalosamente rápido, cerrando de un portazo tras de mí. Guau… esto si que es calidad, para un hotelucho en medio de la nada. Una cama queen-sized con sábanas grises y edredón negro, paredes violeta oscuro, techo blanco, sin manchas de humedad, con dos mesas de noche a ambos lados. Un armario pequeño, de tres cajones, justo debajo de la ventana cerrada con cortinas a juego con las sabanas. Me quité los zapatos – aunque una parte de mi cabeza decía que era una mala idea – y juguetee con la pelusilla de la moqueta negra.

-Interesante – Susurré entrando en el baño, esencial, retrete, plato de ducha y lavamanos, sin más. – No parece un mal sitio para quedarse una temporada.

Por ahora no han salido bichos. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? Me acordé enseguida, ¡no puedo desnudarme con la ropa interior que llevo! ¡Y hace tres días que no me repaso las ingles! Cerré la puerta del baño y me desnude con prisa, pendiente de que nadie entrara en lo que me preparaba y me puse el mejor conjunto de ropa interior limpia que tenía, uno compuesto por un tanga azul y un sujetador en un tono más oscuro, normalmente usaría algo más… complejo, pero deje lo incomodo atrás para ser una bailarina, volvió a vestirse y salió a guardar sus cosas. Mientras cerraba la maleta, unas manos callosas se posaron en su cadera, un agarre fuerte pero no posesivo. Y menos mal que no se quedaron ahí, fueron pasando a la parte delantera y subiendo bajo la camisa por mi vientre tenso hasta el esternón, justo entre los pechos, para desabrochar el sujetador.

-Siempre me han gustado las mujeres que se preocupan por la ropa interior antes de desnudarse. – Aunque su tono era algo irónico, no pude evitar pensar que le había gustado que me molestase en cambiarme. – Prefiero ser yo quien les quite la ropa, sin embargo.

Y con eso dicho, me despojó de la camisa y mi espalda fue a dar directamente con su pecho desnudo. Una pena que no hubiese más superficies reflectantes que la ventana y el espejo del baño en la habitación. No me quedé quieta, puedo tener sólo dieciocho pero no soy totalmente inepta en estos temas, y deje vagar mis manos por su cadera, mientras sus dedos se entretenían acariciando… la aureola de mis senos de una forma tortuosa. Que tendrán esas manos que hacen que pierda el control. Él todavía llevaba los pantalones, y yo quería verlo desnudo, no esperé para desabrocharle la hebilla del cinturón, impaciente por más, pero el se apartó antes de que pudiera hacer lo mismo con el botón y me mantuvo quieta.

-No tan rápido… Mar. – Suspiré y asentí – Déjate llevar un poco, chica.

Su definición de ‘dejarme llevar’ era la siguiente. Mantenerme de cara a la pared, con las manos quietas a ambos lados del cuerpo mientras me raspaba el cuello con la barba y me torturaba con su respiración en la nuca, las manos dibujando la silueta de mis ligeras curvas, y haciéndome desear que esos centímetros que nos separaban desaparecieran. ¡Oh, joder! ¿Desde cuándo le hago caso a nadie? En un impulso me giré y enredé las manos en su cuello, empujándome contra su pecho para, literalmente, comerle la boca en un beso más violento de lo que estoy acostumbrada. Esperaba que se alejara, pero dentro del beso sonrió y me atrajo todavía más contra su cuerpo. De acuerdo, no duró mucho, porque de un empujón, me tiró sobre la cama, ahora él estaba de pie, entre mis rodillas, con una mano arreglándose el pantalón – que no ocultaba que estaba bien armado – y una sonrisa malévola, que sólo consiguió excitarme más.

Esperaba que me arrancara la ropa y luego simplemente me poseyera, pero más quisiera yo, se arrodillo entre las piernas y bajó la cabeza para besarme, pero ignoró la boca y pasó a la mandíbula, desde la barbilla hasta el lóbulo de la oreja con pequeños besos antes de morder justo debajo de la oreja, fuerte, no lo suficiente como para hacerme daño, pero sí para arrancarme un jadeo sorprendido. Sus manos tampoco se estaban quietas, ocupándose de la zona de pecho y abdomen, mientras la rodilla presionaba mi entrepierna. Me mordí el labio y apreté su cabeza contra mi cuello, que todavía estaba siendo sometido a mordiscos de distinta intensidad y duración, a veces incluso estiraba la piel y seguro que mañana estará lleno de pequeñas marcas. Me sorprendí a mi misma bajando las manos por su nuca hasta su espalda y de nuevo hacia arriba, frotando la parte delantera de sus vaqueros con la rodilla y sonriendo como una tonta.

Rodé en la cama hasta acabar sentado sobre sus caderas y pasé las uñas, no muy largas, pero tampoco cortas, por su pecho, dibujando líneas rojas hasta la cinturilla del pantalón, lo miré un segundo y me mordí el labio. Le desabroche los pantalones y los bajé despacio, debajo no llevaba nada y me sorprendí cuando vi que iba ‘comando’.

-Ir sin calzoncillos, el ir sin sujetador del hombre. – Se burló en mi cara cuando me quedé mirando.

No era especialmente largo, ni especialmente grueso, pero me parecía tan… enorme en aquel entonces que me encogí de hombros y no respondí a su pulla. Dejé que volviera a ponerme debajo y tirara los pantalones lejos, luego me arrancó los míos, sin romperlos, pero de un solo tirón salieron volando y luego tiró de mis piernas hasta que rodeasen su cadera y la punta de su miembro fue el siguiente instrumento de tortura, restregándolo en su entrada, por encima de la tela de las bragas.

-¿Normalmente también haces esto?

-No, normalmente soy más… abusivo, pero no quiero asustarte. – Me dieron ganas de gritarle que no era una niña pequeña, ni una virgen estrecha, que estaba dispuesta a experimentar. Pero me callé y sentí las mejillas arder. – No te preocupes. Todo llega.

Para dar el siguiente paso, la siguiente aceptación de lo que va a pasar, me desprendí lentamente de la última prenda de ropa, su mano derecha me mantuvo acostada cuando él fue quien la rompió a la mitad, sólo para que no quitase las piernas de sus caderas, y cuando ya estábamos desnudos, se inclinó sobre mi y me beso, lenta, dulce y tortuosamente, delineando mis labios con su lengua antes de morder el labio inferior, tirar de él y soltarlo, antes de dejarme sin aliento con otro beso, más rápido y crudo.

En su mirada podía leer que quería hacerme muchas más cosas que besarme y acariciarme, yo estaba dispuesta a que lo hiciera, pero supongo que teníamos prisa, una pena. Moví las caderas contra las suyas y me gruñó, con los ojos cerrados, la mano todavía en mi pecho y la otra apretándome el muslo, me va a dejar un montón de marcas. Aunque no me importa demasiado, mientras seguía torturándome. Cerré los ojos, esperando lo siguiente pero no esperaba que me mordiese el pezón – no muy fuerte – y tirase de el antes de succionarlo y repetir la acción con el otro. Más abajo, su mano iba acariciando el monte de Venus, separando los labios mayores y luego los menores, hasta que lentamente, metió un dedo hasta los nudillos. Gemí y levante las caderas, moviéndolas con más energía, el no se estaba moviendo, pero algo me decía que disfrutaba de la forma en la que yo lo hacía todo.

-Oye, si no vas a hacer nada… - Le estaba increpando, me estaba cansando con sus juegos, pero su mirada decía que no estaba haciendo el bobo, se estaba conteniendo. ¿Pensaba que podía hacerme daño? – ¿Soy la única que tiene la cabeza en esto?

-No quiero hacerte daño, pero si es lo que quieres… - No me arrepentí de presionarlo.

Añadió otra falange y los movió rápidamente, no solo hacia dentro y hacia fuera, si no como una tijera que se curvaba y presionaba en el punto exacto en el que los jadeos se incrementaban y arqueaba la espalda, pronto estaba bien lubricada y lista para llegar al primer orgasmo mientras él añadía otro dedo y se abría paso. Cerré los ojos y eché la cabeza atrás, apretando las sábanas entre mis manos y levantando las caderas, una corriente que se centraba en el bajo vientre y me asfixiaba… me mordí el labio para contener el gemido que me iba a escapárseme por mi primer orgasmo de la noche y luego caí laxa en la cama. Él se rió y se separó para ir a por sus pantalones, cerré las piernas y me puse de lado para observar su culito moverse alrededor de la habitación, hasta que volvió a la cama, mástil enfundado en un condón, listo para más acción.

-Quédate así. – Se acostó detrás de mí, yo estaba en la postura de la sillita, pero cogió la pierna que quedaba encima y me hizo doblar la rodilla y subirla hasta que a la altura de mi pecho. – Avísame si te hago daño.

¿Avisarle? No me dio tiempo a coger aire antes de que me la clavase de una sola estocada, por lo que lo que debería haber sido un grito de placer, se quedo en algo ahogado entre gemido y suspiro. Lo noté cogiendo aire y mascullando por lo bajo antes de moverse, tuve que apoyar la mano en la mesa de noche para no moverme de más. Supongo que no le parecía tan divertido unos minutos después porque salió y me gruño algo que, realmente no entendí hasta que me puso de rodillas sobre él, espalda contra su pecho y me ayudo a bajar sobre su erección, esta vez con un poco más de cuidado, pasó los brazos por mi cintura para mantenerme pegada a él y ambos arrodillados en la cama, empezamos a movernos, a diferentes compases, causando que nuestras caderas se encontrasen a la mitad. Yo había perdido la noción del tiempo, el placer me embotaba sentidos y sólo podía murmuras pequeños y ahogados ‘más, más, más…’ mientras me apoyaba en los antebrazos de Jeremy para impulsarme arriba y abajo en su falo. Cansada de ser casi idéntica a una actriz porno cualquiera, y además, más inexperta, se arqueó hacia atrás buscando los labios de su compañero para enredarse de nuevo en un beso. No duró demasiado, pronto me vi de nuevo sujetándome a las sábanas mientras me pasaba a una postura donde, apoyada sólo en las rodillas, era embestida con fuerza animal, detrás de mi, el gemía y jadeaba, casi un perro en celo y no pude, ni quise, evitar reírme ante la comparación.

-¿Algo divertido que quieras compartir? – Negué, todavía con la risa en los labios, y él paró. – No más diversión para ti, ¿qué es tan divertido?

-Sólo lo loco que esto parece – Acabo de conocerlo, ¡pero ya me estoy acostando con él! Y encima lo comparo con un perro en celo, manda narices. – No soy de las que duermen con un chico diferente cada noche.

-Puedes quedarte conmigo, y dormir conmigo cada noche. – Me dio una nalgada, podría pensármelo, pero no habría más noches antes de que llegásemos a la capital. – Es tu decisión, igual que la de moverte.

¿Moverme? No podría… ¡Claro que sí! Empecé con un movimiento lento de caderas, no sólo hacia abajo y hacia arriba (o hacia atrás y hacia delante, según el punto de vista), si no en círculos y en zig-zag, hasta que con la ayuda del torso y manos, empecé a moverme, siguiendo el mismo patrón, mucho más rápido y cada vez que hacía un movimiento que golpeaba justo ese punto dentro de mi cuerpo, ese punto G tan escurridizo, me paraba y lo buscaba de nuevo, con lo que mi amante, me daba un azote o me tiraba de los hombros para que me volviese a mover, y empezaba de nuevo con las profundas embestidas.

-¿Llegando al final? – Me burle, medio ahogada en gemido y escondiendo la cara entre las sábanas - ¿Con esto te basta?

Yo estaba más que servida, de sobra, él no estoy tan segura, es un hombre con experiencia.

-Si decides irte, si, esto me basta para el camino. – Me sonaba a reto, pero a reto del malo, del que tienes que aceptar porque tienes curiosidad y luego te arrepientes. – Pero si quieres quedarte… te enseñaré lo que me basta en la cama.

Su susurró, aunque peligroso, me sonaba tan erótico… que gemí sin venir a cuento – a más cuento – y asentí, aunque no me fuera a quedar con él… quizás si me podría quedar. ¡Así no hay quien piense coherentemente! Tan metida estaba en intentar pensar que no me di cuenta de que empezó a moverse hasta que la mitad superior de mi cuerpo acabo colgando de la cama mientras él seguía a lo suyo, la cabeza hacia atrás, los labios entreabiertos y los ojos entrecerrados, una mano en mi cadera y la otra en la curva de mi hombro y cuello, sujetándome en el aire mientras las paredes de mi vagina se contraían alrededor de su miembro y él no paraba de moverse. Suspiré su nombre cuando el segundo orgasmo me arrastró hasta los bordes de la consciencia – es lo que pasa cuando te expones a mucho placer mientras tienes toda la sangre en la cabeza – pero no fue sólo eso, cuando él dio la embestida final, la que lo condujo a su propio clímax, esa última estocada, penetración, cogida, como quieras llamarlo… entrelazó mi segundo orgasmo, con uno menor pero no menos placentero que me dejo asfixiada. Jeremy no se movió, se quedó quieto por segundos que parecieron minutos y sonreí. No parece satisfecho, pero yo lo estoy.

-No ha estado mal. – Su mano fue lo primero en mover, del hombro al cuello – pánico, pánico… ¡pensé que me ahorcaría! – y de ahí a mi mejilla. – No ha estado mal.

Cerré los ojos, no, no ha estado mal… Nada mal…

Desperté de golpe, sin haberme dado cuenta de que me había dormido, por un momento pensé que todo había un sueño, pero estaba sudada y pegajosa, y llevaba ropa diferente, y Jeremy – que parecía recién salido de la ducha – me miró con una sonrisa y un puro entre los dedos.

-Ya casi estamos llegando a la ciudad. – Tenía razón, ya se podía ver claramente los edificios, a poco más de un kilómetro de distancia – Te dejaré fuera, yo tengo que dar un rodeo, ¿te parece bien?

-Perfecto, es más de lo que esperaba. – Si, al principio del viaje sólo pedía un aventón a una estación de servicio. – Gracias.

-No hay de qué, preciosa. – Se colocó el puro entre los labios y una nueva ola de deseo me recorrió. - ¿Ves algo que te guste?

-Veo mucho que me gusta – La forma en la que los pantalones no le hacen justicia a lo que tiene debajo, y la forma en la que la camisa se le pega al pecho sin parecer muy…. gay. – Y me gusta mucho.

-Bien, hemos llegado. – Frenó justo en la carretera que llevaba a la autovía y me sonrió mientras me bajaba – ¿Seguro que quieres quedarte aquí? Podemos seguir…

Podíamos seguir, pero no me escapé de casa con una maleta con ropa, dinero, comida y mis zapatos de bailarina, sin móvil, sólo un reproductor de música viejo y destrozado que aún servía, y un mapa, para luego no seguir mi sueño de bailar, y menos por un hombre mayor. Negué y le sonreí de vuelta.

-No, ha sido divertido, pero seguiré en la ciudad… si algún día te paras por aquí o pasas… ven a buscarme. – Nos volveremos a divertir. Subí un momento, atraída de nuevo a él y sujetándolo por la nuca, lo besé apasionadamente una vez más. – Nos vemos, Jeremy.

-Nos vemos, Kara. – Y el camión con la vaquera sexy y armada se alejó mientras Kara seguía su camino. – Nos vemos, preciosa.