Un viaje de placer

Relato del viaje de una Cordobecita a Buenos Aires. Escrito en primera persona.

Me gustaría advertirles a los lectores que soy argentina y que este relato está escrito en la forma en la que nosotros hablamos, es decir, tratándonos de "vos". Espero que no les impida y ojalá ayude a disfrutarlo.

Es mi primer relato publicado y voy a agradecer infinitamente sus críticas.

Pasenla bien.

Verano. Acababa de rendir mi último examen final y estaba feliz y ansiosa de empezar mis vacaciones. Las iba a disfrutar al máximo y exprimir cada segundo de ellas; después de todo, eran las últimas antes de comenzar las prácticas en el hospital para terminar mi carrera. Vivo en Córdoba, Argentina. Ciudad hermosa, activa, nocturna ... pero hacía tiempo que quería hacer un viaje a Buenos Aires. Tenía tíos y un par de amigos allá y los quería visitar. Tomé un ómnibus y al llegar fui a dejar mis cosas en la casa de mi tío quien me dió las llaves del departamento y me dijo que me moviera a mis anchas. Ni lerda ni perezosa llamé a Ignacio para ver qué haríamos esa noche. - Vení a casa, viene un amigo a comer asado. Tomamos algo los tres tranquilos. - Yo ya conocía a su amigo. Mauricio, un chico grande, rubio, morrudo, algo pasado en kilos. Ignacio, en cambio, era fibroso, ancho. Moreno, ojos grises y pelo castaño. Teníamos una cuenta pendiente que mi mente excesivamente racional me impidió saldar. - No te vistas muy arreglada - me advirtió Me puse un short blanco y una camiseta rosa claro. Calzados cómodos y me pinté delicadamente. Mi color tostado no necesitó mucho más que eso. Fui caminando hasta lo de mi amigo, que me prometió que cuando terminara la noche él me llevaría de nuevo a lo de mi tío.

11 pm.Departamento de Ignacio - Después de comer, empezamos a tomar según los típicos juegos de castigos: la monedita, el barquito peruano, etc... y así terminamos los tres súper alegres, por decir poco. Los temas pasaron de una charla amena a tonteras de borrachos y de ahí a las charlas hot que hacen subir los colores y la temperatura. Decidí que era hora de irme. - Nacho, me siento cansada... ¿me llevás? - ¡Chechu! ¿tan temprano? Acostate en la pieza de invitados y descansá. Cuando Mauri y yo nos cansemos te despertamos y te llevamos, ¿si? - Me indicó la habitación, apagó la luz y cerró la puerta. - Descansá... en unas horas te levantamos.

Parecieron pasar dos segundos. Bruscamente se abrió la puerta y en el vano se dibujó la silueta de Mauricio, cuan grande era, que entraba a los trompicones. Había dormido tan profundo que no me dí cuenta lo rápido que pasó el tiempo. -¿Qué pasa? - pregunté, confusa - ¿ya nos vamos? Dejame que me arregle - Me había sacado el brassiere para dormir más cómoda. Me senté y extendí la mano para alcanzarlo... pero mi brazo fue doblado bruscamente tras mi espalda y mi cuerpo arrojado con violencia en la cama. Me quejé sin poder articular palabra. - Mmmm Claudia - el aliento a alcohol me golpeó en la cara cuando Mauricio se acercó a mí - Te portás como una puta y después no querés saber nada. Ya te voy a enseñar yo que eso no se hace... ¡No, señor!! Eso conmigo no se hace, - Mientras escupía las palabras con dificultad sus manos se dirigieron rápidamente a mi pantaloncito y le arrancaron los botones con hastío. - No Mauri, no. Te estás confundiendo, no soy Claudia... ¡No! - en vano traté de quitar sus manos de mis caderas, de mis muslos, de mi trasero... - ¡Shhh!! ¡Callate!!! ... Yo sé que esto te encanta... Ahora vas a ver ... - Arrancó mis pantalones en medio de mi histeria y mi confusión y los arrojó lejos de la cama. Mi grito no se hizo esperar "¿Dónde estaba Ignacio? Alguien que me ayude... ¡Ignacio!!! " Nunca me alegré tanto de verlo llegar. Con los pantalones aún desprendidos tomó a su amigo por el cuello y lo arrastró lejos de mí. Mauricio dió una arcada y un resoplido y trató en vano de incorporarse. Yo rápidamente me escapé y huí de su alcance. Ignacio intentaba trabajosamente llevar al otro al baño. - ¡Chechu! ¡No puedo! ¡Ayudame! - imploró - Sin fijarme en mi estado corrí a socorrerlo. Levaba la camiseta de tirantes de cualquier forma, sin brassiere, y debajo sólo la tanga blanca que me cubría escasamente el trasero. Mi pelo debía ser un desastre total y mi cara un espectáculo, pero tenía que colaborar de alguna forma para llevar a ese mastodonte al baño y tratar de recomponerlo. Como pudimos lo arrojamos de cabeza sobre el inodoro y mientras el moreno le daba un masaje al rubio yo lo humedecía mis manos y se las pasaba por el cuello y la cara para tratar de reanimarlo. - Perdoname, no sé en qué momento se puso así. La conversación con vos lo tuvo bastante rato cachondo... y después pasamos al tema de su ex novia, Claudia. Como vi que estaba melancólico decidí que era hora de cortar. Fui al baño y cuando escuché tus gritos me imaginé lo peor. - Me confundió con su ex... ¡me arrancó los shortcitos! - dije con desesperación. La cara de mi amigo reflejaba su sentimiento de culpa y de arrepentimiento. Quiso abrazarme pero apenas lo soltó un poco, Mauricio se deslizó peligrosamente hacia el suelo y tuvimos que esforzarnos el doble para enderezarlo. Ahí estaba yo, en calzones, con todas las pompas al aire, tratando de consolar a uno y de revivir a otro, el cual había estado a punto de violarme. ¡Qué locura! Corrí a la cocina, preparé un café muy cargado y se lo dí a cucharadas a mi ebrio pseudo-violador. Los vómitos no se hicieron esperar y luego siguió el desmayo; con lo cual lo arrastramos de nuevo al cuarto de invitados y lo dejamos dormir. Agitada, caminé hasta el sillón y me desplomé sobre él. - Perdón, Chechu. - Nacho se sentó en la mesa ratona, frente a mí y me tomó las manos. - No tenía idea que se iba a poner así... ¿te rompió los pantalones? - Sus ojos bajaron a la región antes cubierta por la tela y ahora totalmente expuesta. No pudo evitar una mirada lasciva que hizo que me entraran escalofríos. - ¡Hum! No sé... Espero que no, eran muy lindos y cómodos. - Bueno, ahora seguro estás más cómoda, ¿no? Con menos tela - Cuando quise abrir la boca para replicar me atajó incorporándose y corriendo a la heladera - ¡Tengo frutillas!! Te prometí que te iba a comprar cuando vinieses. También hice crema. Las comamos ahora, nos lo merecemos. Volvió con una cazuela grande repleta de esas deliciosas frutas rojas y otra con crema chantilly. La verdad tenía hambre, mi estómago se volvió loco ante la perspectiva de semejante manjar. Rápidamente tomé una, la unté en crema y la metí hasta la mitad en la boca, mordí y me la comí con avidez. - ¡Mmm!!! Están riquísimas... ¡Gracias, nene!! - ¿Viste? Sé elegir las mejores... - buscó una especialmente roja y grande - Mirá, ésta es especial para vos. Dame esa mitad a mí - Abrió la boca y la comió de mi mano sin darme tiempo a pensar. Llenó de crema la propia y extendió su mano a mi boca. - Abrí... Incliné mi cabeza pero él apartó la fruta, jugando conmigo. Lo miré con cara de pocos amigos y volví a intentar. De nuevo la llevó lejos, más cerca de él. Tomé su mano y la acerqué. Suspiró y me dejó morder, pero sólo un pequeñísimo pedacito. Me quejé y volví a atacar, este juego me ponía nerviosa. Luchamos brevemente entre risas maliciosas. Estiré mi cuerpo sobre el de él, que mantenía el brazo extendido hacia arriba. Estaba totalmente apoyada sobre él. Mis pechos se apretaban contra el suyo, mi cadera en su abdomen y mis piernas entre las suyas. Con su otra mano me rodeó la cintura, abrazándome. Bajé los brazos y lo miré con reproche. - Ignacio… - le advertí - Shhh… no digas nada… por favor. – El juego terminó y la frutilla bajó al alcance de mi boca y se introdujo lentamente, suavemente. Cerré los ojos. Sentí su acidez y la disfruté con ganas. Me sorprendió el tacto de la crema en mis labios. Con su dedo índice los separó e introdujo el del medio en mi boca. Rozó mi lengua y el arito que tengo en ella. Lo pasó por mis dientes y fue más adentro. Luego, lentamente lo sacó, haciéndome cosquillas en la parte interna de mis labios que ya estaban bastante hinchados. Me temblaron las piernas, me dejé caer en sus rodillas y su mano bajó hasta mi redondo trasero. Suspiramos. Secretamente sabíamos que esto pasaría, lo estábamos deseando. Empezó a rodearme esa sensación de embotamiento, como si todos los sonidos hubieran sido cubiertos por una manta de niebla y se me empañara la vista. Si tenía que sincerarme, tenía que admitir que estaba muy excitada. Ignacio untó más crema en su dedo. Abrí mis labios y, mirándolo a los ojos lo metí en mi boca lentamente, succionando con gusto y rodeándolo con mi lengua, trazando círculos a su alrededor. Él contenía la respiración, ansioso. Se acercó lentamente a mí mientras dejaba mi boca libre, sus ojos puestos en ella. El primer tacto húmedo me hizo suspirar de gozo. ¿Por qué había postergado tanto este momento? ¡Qué placer!!! A medida que el beso se hacía más profundo los gemidos se hacían oír y las manos de ambos se volvían inquietas. Recorrían su espalda, sus cabellos, su cuello, sus brazos. Mi vientre, mi nuca, mis pechos, mis piernas. Cada vez más rápido, cada vez con más fuerza contenida. - ¡Bebé!! – dijo suspirando agitado y sonriente al separarnos. - ¡Al fin!!! Me estabas matando con ese tanga mínimo. ¡Dios!! ¡Qué rica estás!! Estuve deseando esto desde que te vi. – Exclamó apretando mi trasero con ardor, haciéndome daño. Me moví sobre sus piernas evitando sus manos. Entonces noté la creciente protuberancia en su entrepierna, que latía y me llamaba desde debajo de los pantalones de mi moreno. Debo admitirlo, me sentí totalmente incapaz de controlarme y mi entrepierna se humedeció rápidamente. - ¡Mmm! ¿Ahora ves cómo me pusiste? Esto es todo para vos, bonita. ¿Te gusta? – Asentí mirando a sus ojos con cara de niña buena. - ¿Te gustaría tenerlo en tu boquita? ¿Querés probarla? Es toda tuya, mi amor. Me deslicé hacia el suelo lentamente mientras él abría sus piernas y mi invitaba con la mirada. Desprendí el botón y bajé con cuidado el cierre de la bragueta. Al bajar los pantalones tenía frente a mí una imagen hipnotizante: Bajo los bóxers negros de mi chico se adivinaba la forma de su aparato, apretujado bajo la tela y pugnando por salir. Sin tardar un minuto lo liberé de su prisión y con la punta de mi lengua rocé la cabeza rosada que me rogaba un poco de cariño. - ¡Mmm!!! Me gusta… - dije con voz de nena. Abriendo nuevamente mi boquita comencé a darle besos al glande y al prepucio. Suaves y húmedos besos, cada vez más apremiantes. Mientras mis manos tomaban con cuidado sus huevos y acariciaban esa línea de piel que baja directamente desde la base del pene hasta el perineo. Los gemidos de Ignacio me hacían volver loca, deseando darle todavía más placer y aumentando también la temperatura en mi zona sur. Lamí despacio todo el tronco, desde la base hasta la cabeza que ya brillaba de excitación. Rodeé con mi lengua el glande, trazando círculos alrededor de la punta y metiéndola levemente en el ojo único de mi nueva golosina. Abrí mi boca y con mis labios bien mojados comencé a engullir toda esa verga deliciosa dentro de mí. Bajé mi cabeza hasta la base, apreté los labios y volví a subir, con mi lengua pegada al tronco duro de mi chico, quien no podía emitir una palabra ni mover un músculo. Volví a bajar y repetí la operación de nuevo muy lentamente. Me alejé y observé el miembro empapado por mi saliva. Lo tomé con dos dedos desde abajo y volví a meterlo dentro, pero esta vez lo hice rápido y succionando a la vez que se introducía. Mi cabeza subía y bajaba rápidamente sobre el falo enorme y duro de Ignacio. Una mano rodeaba la base y la otra masajeaba sus huevos y hacía cosquillas sobre el perineo. Cada vez mi velocidad se incrementaba, succionando a veces más fuerte, otras más suave. Girando el cuello para que sienta mis labios moverse alrededor de su cabeza. Y entonces él colocó sus manos en mi pelo y sujetándolo suavemente me obligó a bajar aún más. Llenando toda mi boca con su verga y ejerciendo todavía más presión para que entrara en toda su longitud. Yo sabía que no iba a caber pero me dejé hacer. Lágrimas se escapaban de mis ojos y gotones de saliva de mis comisuras. Su glande tocó mi garganta, y movió mi campanilla, no pude evitar una arcada pero él me impedía escapar dejando que me acostumbrara a su tamaño. Con ayuda de sus manos subió rápidamente las caderas para llegar hasta el fondo y golpeó finalmente el límite. No aguanté más y me aparté de él sin poder evitarlo. Un hilo de baba quedó colgando desde mis labios hasta el extremo de su pene. Algo que a mí me resultó asqueroso pero él festejó. - ¡Ohhh!!! ¡Qué rico!! ¡Mmmm!! Ya llego, bebé… ¿dónde querés que acabe? – Pensé que le encantaría que le pidiera que terminara en la boca. - Quiero tener tu leche en mi boca, Nacho. Quiero sentir tu sabor. ¿Querés dármela de beber? – Dije con cara golosa, mirándolo a los ojos. No me equivoqué. La sola mención fue suficiente para que blanqueara sus ojos, echara la cabeza hacia atrás y con una mano en la base de su falo, dirigiera precariamente sus fluidos hacia mi cara. No apuntó bien y el líquido me golpeó las mejillas para luego sí dar en mi lengua y mi garganta. Los gemidos entrecortados de Ignacio se acallaron lentamente mientras él se dejaba caer. Con cuidado lamí todos los restos de semen de su cuerpo. Con dos dedos limpié lo que quedó en mis mejillas y lo metí en mi boca. Tragué. ¡Qué rico sabía Ignacio! Me relamí. Él me miraba desde arriba. Parecía haberse repuesto. - ¡Qué delicia!! Chechu, sos única. ¡Ahh!! Ahora te toca a vos, princesa. Vení conmigo. – Me alzó en sus brazos y me llevó hasta el sillón, acostándome con cuidado.

Desnudándome por completo, me besó delicadamente, bajando las revoluciones en nuestros cuerpos. Pasó sus manos por mis hombros, mis brazos, mis pechos, mi cintura y caderas. Bajó por los muslos, se detuvo en las rodillas y continuó bajando hasta los talones. Los besó y siguió con su boca el recorrido hacia arriba. Lentamente, cuidadosamente. Acarició mi pubis por encima de la tanga, pero no por mucho tiempo, continuando hacia arriba. Lamió mis pezones con ansias mientras apretaba y acariciaba la piel suave de mis senos. Y entonces al fin comenzó a dirigirse a donde más lo necesitaba. Primero sentí su aliento caliente sobre la tela, me hizo erizar la piel. Sus manos bajaron un poco del tanga, lo suficiente para que su lengua pudiera tener camino libre para apoderarse de mi clítoris que ya clamaba por atención. Mis gemidos no se hicieron esperar, sonando en toda la habitación. Ignacio bajó aún más hasta mis labios mayores y, abriéndolos con sus dedos, lamió todos los jugos que humedecían mi vagina. Una y otra vez recorrió la distancia desde abajo hacia arriba. Entonces, con su lengua en tensión me penetró y volvió a salir, y de nuevo dentro y fuera. Su dedo anular tomó entonces el lugar que antes tenía su húmeda amiga. Llegando más adentro y tocando justo el punto álgido de piel que hacía que viera las estrellas. Con sus labios en forma de "o" succionó mi clítoris suavemente, como un bebé a un chupete azucarado. ¡Ah!! No pude evitar gritar cuando su dedo inició un mete-saca veloz. Rápidamente se sumó otro y con ambos se movió tocando las paredes anteriores de mi vagina. Eso fue el colmo. Elevé mis caderas queriendo que me penetrara, ya al borde del orgasmo. Él me entendió a la perfección e hizo lo propio, moviéndose a gran velocidad con su mano. Sentí que la vista se me blanqueaba, que no podía tomar suficiente aire, la temperatura de mi cuerpo me quemaba y ya no podía controlar mis caderas. Grité sin poder callarme al tiempo que arañaba el brazo de Ignacio y echaba la cabeza hacia atrás, totalmente extasiada. Mi moreno lamió con cuidado todos mis jugos, causándome espasmos que recorrían todo mi cuerpo y hacían que me convulsionara en leves grititos de placer. Hasta que finalmente me relajé dejando mi cuerpo totalmente laxo y sonriente sobre el sillón. Él se recostó a mi lado, esperando a que reaccionara lentamente de mi delicioso orgasmo. Acariciando mi pelo y mi cuello. Abrí lentamente mis ojos y lo observé mirándome. - Hola - Hola… ¿te gustó? - Me encantó bebé, estuvo delicioso. - Me muero por estar dentro tuyo, hermosa. – Dijo mientras su mano bajaba por mi vientre hasta mi pubis lampiño. – Me encanta esta conchita tuya. Me vuelve loco. Mmm – Metió un dedo dentro, haciéndome suspirar. Me levanté del sillón, lo tomé de la mano y lo llevé a la pieza. Su camisa quedó olvidada en el sillón, junto con el resto de la ropa. Lo acosté sobre la cama. Su pene estaba todavía despierto pero no estaba tan duro como a mí me hubiese gustado. Lo iba a hacer mío una vez más. Me arrodillé entre sus piernas y chupé su cabeza gorda. Metiéndola de un sorbo dentro de mi boca. Apretando con mis labios su tronco. Giré mi lengua rodeando rápidamente su falo, dibujando círculos sobre él. Lo tomé con mis manos y comencé a masturbarlo mientras besaba sus huevos y los lamía golosamente. Me encantaba sentirlas en mi lengua, en mi boca. A él también le gustaba que lo hiciera, a juzgar por sus gemidos y jadeos. Coloqué mis labios en su cabeza y moví mis manos arriba y abajo con rapidez. Sacando a veces la lengua para introducirla en su uretra. Ya estaba tan dura como a mí me gustaba. Me incorporé y me subí sobre sus caderas, con su aparato apuntado hacia mi cueva. Lo pasé varias veces para que sintiera el calor que había allí dentro pero no lo dejé meterse. En este juego yo estaba dirigiendo. Llevé su cabeza desde mi clítoris hacia mi trasero y de nuevo hacia el frente, sin dejarlo moverse como él quisiera. - Por favor… quiero entrar… quiero sentirte entera, bebé – Me rogó con la vista clavada en mi conchita. Me encantó que lo hiciera. Abrí mis piernas y bajé sobre su falo, dejándolo penetrarme. Sólo habían entrado unos centímetros, apreté los músculos de las paredes de mi vagina para que la sintiera a toda ella rodeándolo. Y entonces subí. Nuevamente descendí, esta vez un poco más, contraje de nuevo y volví a subir. A la tercera vez me tomó con violencia de las caderas y me obligó a bajar. Lo sentí clavarse sin piedad en mis entrañas. Me arrancó un grito jadeante. Con sus manos en mis caderas volvió a subirme y de nuevo bajar. Coloqué mis manos en su pecho y subí yo mi trasero para seguir con el ritmo que me marcaba. Un, dos, tres, cuatro. Subía y bajaba sin parar y entonces aumentaba la velocidad saltando sobre su pene, gozando cada vez que entraba, para luego disminuir bruscamente las penetraciones, casi deteniéndome. Sabía que le encantaba por su gesto de placer. Elevó las manos hacia mis senos y los masajeó mientras se balanceaban con mi cuerpo. De pronto se incorporó, salió de mi interior y me dejó arrodillada sobre la cama. Me dio la vuelta y se colocó a mis espaldas. Con una mano tomó mi cuello y me obligó a ponerme en cuatro patas, con la otra dirigía su misil hacia mi interior. Ahora él era el que entraba muy despacio, el que controlaba la situación por completo. Y eso me encantaba aún más. Me tomó del pelo, lo enredó entre sus dedos. Jadeaba. Me agarraba la cadera y apretaba mi trasero. Me tenía totalmente dominada. ¡Cómo me encantaba todo eso!!! El hecho de tenerlo detrás. La violencia de cada embestida. El gruñido animal. El olor a sudor y a sexo que llenaba la habitación junto con mis jadeos y gemidos. Nuevamente me sentía elevada en una nube, y una contracción creciente se acumulaba en mi entrepierna. Moví mi trasero para aumentar el ritmo, quería un orgasmo que me quitara la voz. Ante mi ansiedad él pareció encenderse. Golpeó todavía más fuerte mi interior. Sentía sus huevos golpeando mi pubis. El ruido de sus caderas denotaba la violencia con la que entraba… lo iba a sentir más adelante pero eso no me importó. Ahora quería que me taladrara. Que me hiciera llorar de placer. - ¡Más, más fuerte!!! – Imploré – No pares, amor. ¡Dame todo!!! – Como si un mecanismo se hubiera activado en él llevó las embestidas a un ritmo frenético. No pude con la fuerza de sus piernas y se me vencieron los brazos. Caí en la cama, con el trasero en pompa. Me giré y le dí la cara. Abrí mis piernas extendidas y las coloqué sobre sus hombros. Elevé mis caderas. - Esto es todo para vos bebé. Quiero sentir que llegás dentro, ¿si? - Mmmmm… te voy a dar para que tengas, golosa – Su cuerpo sobre el mío me aplastó. No me importó. Sólo prestaba atención al pedazo gigante de carne que entraba y salía de mi interior. Estando yo debajo, él podía entrar más profundamente, llegando hasta lo más interno, rozando el punto más álgido de mi vagina. Lo sentí golpear varias veces. Lo oí gruñir. Sentí cómo su miembro se hinchaba. Él estaba por llegar. Yo también. El orgasmo golpeó mi consciencia. Sentí la leche de mi chico en mi interior, llenándome por dentro. Todo el calor desapareció de mi cuerpo y se concentró en el mínimo punto justo encima de mis labios mayores. Exploté. Mordí el hombro de Ignacio y arañé su espalda sin poder controlarme. No sé cuánto tiempo estuve sintiendo los golpes eléctricos, las convulsiones. Cuando reaccioné él estaba a mi lado, respirando agitado. Me incliné sobre él, dándole un suave beso. Me recosté en su pecho, desnuda y complacida. Me rodeó con sus brazos y me arropó. Nos dispusimos a pasar una de las mejores noches de sueño en mucho tiempo. Mi tío ya sabía que yo iba a dormir "en lo de una amiga".