Un viaje alucinante

Yo ya había quitado la verga. Le levanté la falda a mi madre. Ella se sentó en mi regazo buscando con su chocho mi capullo. Le entró con una suavidad exquisita...

Voy a contar esta historia en primera persona como si fuera mi amigo Javier y viviera  en los años setenta en una aldea gallega.

Fermín, mi padre, era un mal nacido. Maltrataba a mi madre un día sí y otro también. Cuando no era una ostia con la mano abierta era un empujón, y cuando no era un castigo corporal era verbal. Le llamaba de todo, y lo más suave era "puta". El putero era él, y por gastar el dinero en mujeres de mala  vida más de una vez pasamos sin comer.

Yo era el mayor de cinco hermanos y me llevaban los demonios al ver a mi padre zurrándole a mi madre, pero aunque era corpulento, alto y fuerte, mi padre era el doble de ancho que yo y tenía unas manoplas como palas que más de una vez había probado.

Un lunes por la tarde sentimos un coche pitar delante de nuestra casa. Salimos a mirar quien pitaba mis hermanas Sara, Celia, María, mi  hermano Carlos y yo. Era mi padre el que pitaba. Estaba dentro de un Seat 600. ¿Qué coño hacía mi padre con un coche si no teníamos para comer? Mis hermanas y mi hermano fueron corriendo junto a mi padre, les abrió la puerta y se sentaron en el asiento trasero. Mi padre me miró y me preguntó:

-¿No vienes a dar una vuelta, Javier?

Tenía la voz tomada. Estaba borracho. Le respondí:

-En otro momento.

Mi padre, mi hermano y mis hermanas se fueron. Entré en casa y le pregunté a mi madre:

-¿De dónde sacaría papá el dinero para comprar ese coche?

-Heredó de una tía de Segovia.

-¿Y no había mejores cosas en que meter el dinero?

-Sabes que siempre hace lo que le da la gana.

-Pena que no se comprara una moto... Puede que así se partiera los cuernos.

-No se los puse, hijo.

-Pues debías.

-Ganas no me faltaron.

-Aún estás a tiempo.

-Supongo que sí, pero si me zurra sin metérselos, si se los meto, me mata.

-¡Un día lo clavo!

-¡Ni se te ocurra! No arruines tu vida por un desgraciado.

Miré a mi madre. Estaba muy delgada. No era ni la sombra de aquella morenaza, gordita y guapa que se podía ver en las viejas fotografías, pero aún tenía su puntito. Sus tetas eran grandes y su culo redondo no lo tenía decaído. Supongo que miré demasiado para donde no debía, ya que mi madre me dijo:

-No me mires para las tetas, hijo.

-Las tienes bonitas, pero no me atraen.

-¡No mientas! No me extrañaría que cuando te doy la espalda me mires para el culo.

-Miro, madre, pero no me atrae.

-¡Serás caradura! En fin, estás en esa edad en la que no sabes si vas o si vienes.

-¿Y tú lo sabes?

-Lo único que sé es que tu padre hace tres años que no viene a mi lado.

-Las putas.

-Sí, hijo, sí, las putas me las hacen pasar putas.

-Y el putero, más.

Mi padre,  mis hermanas y mi hermano, volvieron a casa. El Seal 600 desentonaba delante de una casa de alquiler, y más para el tendero al que mi madre le debía el gasto del mes.

Estábamos en la cocina sentados alrededor de una mesa redonda. Mi madre puso delante de mi padre una botella de vino blanco y un vaso, (si no lo hacía la armaba) y le preguntó:

-¿Cuándo le vamos a pagar al tendero?

-¿Cuánto se debe?

-1.728 pesetas.

Mi padre sacó del bolsillo una cartera de piel repleta de billetes de mil pesetas. Le dio dos billetes a mi madre, y le dijo:

-¿Será por dinero?

Sara, mi hermana pequeña, al ver los billetes, exclamó:

-¡Somos ricos!

Mi madre sabía que aquel dinero se lo iba a pulir en putas. ¡En putas! Y ella con 42 años llevaba tres sin sexo. Se levantó y fue a la tienda a pagar lo que debía.

Hubo paz tres días. Al cuarto día le dijo mi padre a mi madre:

-Mañana vamos todos a Segovia a ver la casa que heredé. Si os gusta podemos ir a vivir allí.

Mi madre le preguntó:

-¿Y vas a dejar el trabajo?

-De zapatero se puede trabajar en cualquier sitio.

-Yo no voy.

A mi madre le cayó una ostia.

-¡Tú vas!

Mi madre estaba asustada, aún así le dijo:

-No hay sitio pra siete en ese coche tan pequeño, Fermín.

-Se hace. Y no iremos siete, iremos ocho, Pedro quiere conocer Segovia. Iremos por la noche. Hay menos tráfico.

-Ese borracho...

Mi padre levantó la mano. Esta vez no se lo iba a permitir. Me levanté y le dije:

-¡Bájala si tienes cojones!

Mi padre me miró. Mi cara le debió decir que le iban a caer las del pulpo. Estaba borracho y no se atrevió a volver a pegar a mi madre, pero me las iba a guardar. Cabreado, exclamo:

-¡¡¡Todo dios para cama!!!

Mi hermano y mis hermanas salieron en estampida. Tras ellos fuimos mi madre y yo.

Al día siguiente, por la noche,  en el asiento trasero del 600  estaba yo con mi madre sentada en mi regazo. (Era el castigo por haber desafiado a mi padre) Sara y María y Celia y Carlos, apretados, nos flanqueban. En el asiento delantero, con toda la comodidad del mundo, iba mi padre y su amigo Pedro, un borracho que lo mismo le daba al vino que al anís. No pararían de hablar en todo el viaje, y siempre de lo mismo, de fútbol.

Mi padre arrancó el coche y emprendimos el viaje. Al coger el primer bache, el culo de mi madre chocó con mi polla dormida. Aquel iba a ser un viaje movidito, puesto que la carretera estaba llena de baches. Al quinto o sexto bache, ya no lo recuerdo bien, mi polla se puso dura. Mi madre, que llevaba tres años sin sentir nada duro entre las piernas, acomodó sus nalgas a mi verga, y con ella en medio, cada vez que llegaba un bache apretaba hacia abajo con su culo y lo movía hacia delante y hacia atrás. Aguanté unos 5 kilómetros, pero en uno de estos baches, eyaculé. Mi madre sintió como me corría y yo sentí como ella se estremecía, fue como si de repente le hubiera cogido el frío.

Unos veinte baches más adelante se me volvió a poner dura. Mi madre siguió com el ritual, bache, apretón y movimientos... Depués de uno de ellos, mi madre me preguntó:

-¿Te cansas, cariño?

-No.

Saltó el cabrón de mi padre.

-¡Y si te cansas te jodes!

El borrachín de Pedro le daba por el palo.

-¡Con dos cojones! Que se note quien manda.

Unos kilómetros más adelante mis hermanas y mis hermano ya se quedaran dormidos. Mi madre se quitó una orquilla del pelo, hizo que se le caía, y dijo:

-Se me cayó una orquilla. No creo que la encuentre.

Se agachó. Me cogió las manos y me las puso en  las tetas.  Se las magreé. Casi me vuelvo a correr, ya que estuvo agachada más de un minuto. Al fimal se levantó y se puso la orquilla en el pelo. Acercó su cara a la mía. Sentí que la tenía hirviedo. Me susurró al oído:

-Cuando me levante saca la polla.

Se levantó,  y poniendo el cuerpo entre los dos asientos, se estiró, echó una mano a la guantera y con la otra mano se bajó las bragas. Mi padre se puso furioso.

-¡¿Qué coño haces?!

-Puse ahí un paño y le quiero limpiar con él  los mocos a Sarita.

-Dale el puerco paño, Pedro.

Pedro  le dió a mi madre lo que encontró, un trapo viejo.

Yo ya había quitado la verga. Le levanté la fada a mi madre. Ella se sentó en mi regazo buscando con su chocho mi capullo. Le entró con una suavidad exquisita... Ahora mi madre al llegar el bache subía,  bajaba y le daba al culo alrededor... Como era mi primera vez, al sentir bajar el flujo vaginal de mi madre por mi polla llena de semen y aguadilla, pensé que una mujer al metérsela no paraba de correrse, pero en uno de esos baches, sentí como se corre una mujer... El chocho de mi madre, que estaba temblando, se cerró y apretó mi polla, se abrió y expulsó flujo, se volvió a cerrar, apretó mi polla, se abrió y expulsó flujo, se cerró, apretó mi polla... Me estaba pidiendo leche, y se la dí. Nuestras corridas se mezclaron. Mi madre, al sentir mi leche dentro de su chocho, apretó mis manos con las suyas, acercó su cara a la mía, cerró los ojos, y se hizo la dormida. Mi padre, me preguntó:

-¿Duerme tu madre?

-Sí. ¿Cuánto falta para Segovia?

-Horas. Vas a llevar horas a la muerta encima.

Otro bache me dijo que aquel viaje iba a ser alucinante.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.