Un viaje al campo - Partes 1 y 2

Durante un viaje al campo, un hombre insatisfecho en su matrimonio encuentra en su madre y en su hermana las amantes perfectas.

Autor: Salvador

**Dirección: [email protected]

// <![CDATA[ !function(){try{var t="currentScript"in document?document.currentScript:function(){for(var t=document.getElementsByTagName("script"),e=t.length;e--;)if(t[e].getAttribute("data-cfhash"))return t[e]}();if(t&&t.previousSibling){var e,r,n,i,c=t.previousSibling,a=c.getAttribute("data-cfemail");if(a){for(e="",r=parseInt(a.substr(0,2),16),n=2;a.length-n;n+=2)i=parseInt(a.substr(n,2),16)^r,e+=String.fromCharCode(i);e=document.createTextNode(e),c.parentNode.replaceChild(e,c)}t.parentNode.removeChild(t);}}catch(u){}}() // ]]>**

Un viaje al campo

1: En el auto

Cuando decidimos visitar a mi hermana Mirtha, nuestras vidas sufrieron un vuelco radical, pues durante esos días mi madre y yo descubrimos las delicias del sexo y mi hermana me hizo revivir nuestro secreto de juventud, viviendo una pasión increíble.

Mirtha recién había terminado su matrimonio, y estaba sola en el campo, por lo que mis padres decidieron ir a acompañarla unos días. Y como yo estaba de en medio de mis vacaciones, me uní al grupo. Mi padre y yo decidimos  turnarnos en el manejo, mientras mi madre dormitaba todo el camino en el asiento trasero.

Debo aclarar que Laura, mi madre, es una mujer de 48 años, muy bien conservada, de unas formas exquisitas y que aparenta unos cinco años menos. Es delgada, pelo castaño, busto bien desarrollado sin ser exagerado, piernas bien torneadas, blancas y una figura esbelta. Toda una belleza, que durante mucho tiempo fue objeto de mis ocultos deseos juveniles. Y ahora que estaba de paso en la casa paterna, sentí que ella seguía tan apetecible como antes y mi deseo se reanudó.

Vivo un matrimonio mal avenido, en que la indiferencia es lo que más nos distingue y por ello es que Nidia y yo hacemos vidas separadas desde hace un par de años. Es como si estuviera nuevamente soltero, tal vez por ello  cuando llegué a la casa de mis padres, al ver a mi madre sentí renacer el deseo por ella, tal vez por el hecho de que hacía más de un mes que no había follado. La cosa es que andaba muy excitado cuando me uní a ellos para ir a visitar a Mirtha.

Durante los días con mis padres, en más de una oportunidad me topé con mi madre en el pasillo y me puse a un costado para que pasara, lo que me permitió percibir el exquisito aroma del perfume que usaba cuando su cuerpo me rozaba. Y en todas esas oportunidades intenté que mi cuerpo estuviera lo más cerca suyo, hasta que en una mañana, cuando ella andaba en bata de levantar preparando el desayuno, mi cuerpo se apegó al suyo y mi virilidad la rozó al pasar.

Ella no dio muestras de haberse percatado de lo sucedido, pero a partir de ese momento en mis ratos a solas me masturbé varias veces pensando en las redondeces de Laura, sus entornadas piernas, ese exquisito perfume que exhalaba y sus ricos senos que se mostraban de tanto en tanto cuando algún movimiento suyo permitía que el vestido o la blusa se abrieran para regalarme el exquisito espectáculo del nacimiento de sus redondeces. Y ella parecía disfrutar con ello, aprovechando cualquier circunstancia para excitarme, pues en todo momento estaba mostrándome parte de sus senos o de sus piernas o ese hermoso culito levantado. Incluso, cuando estábamos sentados, habría sus piernas o levantaba una para ponerla sobre la otra,  lo que me permitía a preciar la esplendidez de sus muslos, incluso hasta la blancura de su calzoncito al final de estos. Esta situación se me hizo insostenible y pensé que había llegado el momento de aprovechar las circunstancias y mostrarle el tipo de hombre al que estaba calentando.

Una mañana, mientras esperábamos que mi padre volviera de comprar el pan, estábamos en la cocina y ella buscaba unos platos en el mueble,  yo me puse detrás suyo,  con el pretexto de buscar unas fuentes que había en la parte superior. Al hacerlo, mi cuerpo se apegó al suyo y mi virilidad apretó contra sus nalgas, lo que me produjo una inmediata erección. Mi madre en ese momento se agachó a tomar algunas cosas del cajón inferior, con lo cual su exquisito culo se apegó a mí, logrando que mi verga se pegara a su entrepierna, produciéndome una sensación increíble que casi me hace acabar. No contenta con ello, mi madre empezó a buscar en el cajón, con lo que su culito empezó a moverse, permitiendo que mi verga se adentrara entre sus nalgas.

Ante esta situación, que no dejaba dudas respecto a lo que ella estaba intentando, me saqué la herramienta y subiendo su falda, se la levanté y le bajé el calzón, poniéndola a la entrada de su vulva.

¿Qué haces, Raul?

Preguntó sin hacer ningún movimiento por rechazarme o huir del ataque.

¿Qué crees? Te voy a culiar, mami

Pero….

Su cuerpo se echó hacia atrás, tragándose gran parte de mi verga. Ni corto ni perezoso, la tomé de la cintura y le hundí el resto, para luego empezar a bombear desesperadamente.

Apúrate antes que llegue tu papi, mijito.

Entusiasmado por sus palabras, me aferré a sus senos, los apreté suavemente y aceleré mis embestidas, para acabar lo más pronto posible. No era cosa que mi padre llegara antes de que acabáramos. Y nos sorprendiera.

Qué rico, mijito, siiiiii

Mamiiiiiiiii, ricaaaaaaaaa

Dale, daleeeeeeeeee

Mijitaaaaaaaaaaa

Aghhhhhhhhhhhhhh

Más pronto de lo que hubiera deseado, mi semen inundó la vulva materna y de ahí se escurrió por sus piernas al suelo, mientras yo intentaba recuperarme apretado aún a sus exquisitos senos.

Ella se enderezó y salió de ahí como si no se hubiera dado cuenta de lo sucedido. Pero yo sabía que eso no era así y que todo lo que había pasado frente al mueble de la cocina no quedaría ahí. Ya llegaría el momento en que ambos nos entregáramos a completar lo habíamos iniciado. El deseo campeaba entre ella y yo y  la chispa para encender nuestra hoguera ya se había encendido, faltando solamente aumentarla. Esa mañana el desayuno fue en silencio, excepto las furtivas miradas que nos dábamos mi madre y yo.

Una sonrisa bailaba permanentemente en los labios de mi madre, que no me dijo nada pero que en su mirada había un brillo que era fácil de comprender para mí: deseaba repetir lo sucedido en la cocina. Y mientras yo manejaba el coche rumbo a la casa de Mirtha, sus miradas furtivas a través del espejo retrovisor me decían a las claras que deseaba de mí. Y yo le devolvía esa mirada llena de promesas con unos ojos en que se leía a las claras el deseo que me poseía por volver a incursionar en su exquisita concha.

Era cerca de medianoche cuando dejé el volante a mi padre y pretextando cansancio me fui a sentar en el asiento trasero, junto a mi madre, la que se mostró recatadamente contenta de hacerme compañía. Quería sentirla cerca y el roce con su cuerpo sería una rica experiencia que quería vivir. Después de un rato de conversación, ambos abrazados, ella me dijo que tenía frío y que deseaba dormir. Algo desilusionado le alcancé una manta y yo me apropié de otra, en tanto mi padre escuchaba música y seguía manejando, con la vista clavada en el camino.

Mi madre tomó la manta, se envolvió en ella y se acurrucó en el asiento, recogiendo sus piernas y regalándome, a la luz de los faroles de la carretera que cada cierto rato penetraba el interior del auto,  la espectacular visión de sus dos nalgas, separadas por la transparente y suave seda de su calzoncito, espectáculo que desaparecía cuando las sombras volvían a reinar afuera y dentro del coche. Con ojos desorbitados miraba taladrando la oscuridad a la espera de un nuevo rayo de luz que iluminara las piernas encogidas y el culito al aire de mi madre, que en un último gesto  acomodándose me dijo:

Disfruta el paisaje, que yo voy a dormir.

Increíble, mi madre me estaba diciendo abiertamente que lo que hacía no era por descuido sino que estaba deliberadamente pensado para calentarme con sus nalgas al aire, las mismas que había gozado antes en la cocina.

Me tapé con la otra manta, no por el frío ni por el sueño, sino para ocultar el hecho de que tenía mi verga fuera del pantalón y estaba iniciando una suave paja con la intermitente visión del par de globos que mi madre había puesto frente a mí. Después de un par de kilómetros Laura se acomodó, al parecer cansada de tener los pies encogidos y los puso en el piso, dejando su hermoso culito más cerca de mí aún. Y no estaba dispuesto a desaprovechar la ocasión, por lo que me puse en posición fetal, pero en la dirección de ella, con lo que mi cuerpo se apegó al suyo, con mi verga en ristre, apuntando directamente a las nalgas maternas.

Si mi madre quería que disfrutara del paisaje, bueno, lo haría a plenitud.

Poco a poco, y aprovechando los baches del camino, acerqué mi pelvis al cuerpo dormido de mi madre hasta que mi trozo de carne quedó apuntando entre los dos globos de carne, separados por la suave tela del calzón y  con esa cavidad que se produce al inicio de los muslos, lo que semeja a un túnel por el cual es fácil meter la verga, semejando una vulva. Me abracé a ella por la cintura, teniendo cuidado de no colocar mi herramienta por temor a despertarla, ya que podríamos ser sorprendidos, con las graves consecuencias que ello acarrearía. Así estuvimos unos minutos, hasta que poco a poco a empecé a acercar mi pedazo de carne, que parecía hervir por la calentura que sentía, hasta ponerlo contra la tela y empecé a moverlo. Mi verga en la cavidad de sus muslos y rozando la seda del calzón de mi madre, daba la sensación de estar culiándola. Me movía solamente en la zona del calzoncito de mi madre, evitando con ello cualquier movimiento que pudiera despertarla, pero el roce de la tela era tan exquisito que me sentía follando a mi madre, sin que ella se percatara. Era como culiarla, sentir toda la sensación de sentir su culito contra mí, con ese espacio que se me antojaba como si fuera una zorrita, mientras mi verga entraba y salía, pero sin que ella se diera cuenta. Era lo más parecido a estar follando con ella y mucho más rico que las interminables pajas que le había brindado a solas en mi pieza pensando en ese culito que ahora tenía para mí, para disfrutar con él a mi placer. No obstante lo que sucedía bajo las mantas, la visión exterior era de madre e hijo intentando dormir, tapados con las mantas.

No obstante mis cuidados, no pude evitar que mi cuerpo hiciera contacto con el suyo en más de una oportunidad, lo que me sobresaltó cada vez que ello ocurrió, pues lo que estaba haciendo era demasiado audaz y ella podría rechazarme. Mi estómago pegó más de alguna vez a sus nalgas, pero en cada oportunidad me detuve y quedé a la espera de que no hubiera ninguna reacción de parte de mi madre, para, vuelta la calma, volver a seguir metiendo mi verga entre las nalgas maternas, rozando su calzoncito, que me producía increíbles sensaciones en el tronco de mi instrumento.

Fue en una de esas oportunidades en que mi estómago golpeó suavemente las nalgas de mi madre, por lo que me había detenido para comprobar que ella no había despertado y estaba quieto esperando que nada pasara, mi madre estiró uno de sus brazos por entre la manta y se metió entre sus muslos, llegando hasta la separación de sus nalgas, donde tomó su calzoncito y poniéndolo de lado, dejándolo de manera que mostrara toda su vulva y se quedó quieta. Y ahí estaba frente a mí, con su mano tomando la seda del calzón y los labios de su chucha expuestos. No había nada que decir, todo era claro: mi madre quería que lo hiciéramos de verdad. A pesar del peligro de que mi padre estuviera ahí mismo, ella me estaba dando la pasada para que la follara nuevamente, como en la cocina.

Sin pensarlo mayormente, tomé mi pedazo de carne, parado a más no poder, y lo puse a la entrada del chochito que se me entregaba. Mi madre hizo un movimiento con su cuerpo y se tragó la mitad de mi herramienta. Me abracé a ella y la apreté con fuerza de sus nalgas, completando la unión de nuestros cuerpos. Ella se movía con un ímpetu increíble y yo tenía dificultades para seguir su ritmo, pero al poco rato nos empezamos a acoplar perfectamente y empezamos a culiar de manera armoniosa.

Como estaba cerca de su rostro, ella movió su cabeza y me dijo en un susurro:

Ricoooooo

De pronto sentí que un calor intenso me abrazaba interiormente y que una corriente de semen pugnaba por salir. Ella pareció darse cuenta que estaba por acabar y sus movimientos se intensificaron más aún, hasta que ambos terminamos acabando casi al mismo tiempo.

A pesar de la intensidad de lo que sentíamos, nuestros movimientos no se traslucían y nada delataba lo que estábamos haciendo. Pero a pesar de ello, ella nuevamente me susurró:

Ricooooooo

Estaba por retirar mi pico del interior de la zorra de mi madre pero uno de sus brazos me tomó fuertemente, indicándome sin palabras que nuestro encuentro no había terminado. Empecé a moverme con suavidad y lentamente, hasta que al cabo de un momento mi verga volvió a tomar dimensiones de guerra y reanudamos nuestro coito incestuoso, que esta vez duro más y fue más intenso. Cada cierto rato, ella acercaba su rostro al mío y repetía:

Mijito, ricoooooooo

Mientras metía y sacaba mi verga de su zorra, uno de mis dedos se apoyó en su nalga, cerca del hoyo de su culo, y empezó a presionar. Ella pareció sentirlo y en lugar de rehuir aumentó la intensidad de sus movimientos, como diciendo que mi dedo aumentaba su calentura. Así, con movimientos intensos de metida y sacada  y mi dedo presionando en su culo, nos vino el segundo orgasmo, en el que mi madre, con movimientos contenidos unió sus jugos a mi semen y ambos cubrimos parte de la tela del asiento. Todo esto sucedió en silencio, sin que mi padre se enterara de lo que sucedía en el asiento trasero, ya que nuestros movimientos sigilosos fueron acompañados por los saltos que el coche daba en el camino.

Satisfecho, saqué mi herramienta  y me la guardé, mientras mi padre al volante seguía manejando en la oscuridad del camino rural, sin  percatarse de nada de lo sucedido entre su esposa y su hijo en el asiento posterior. Mi madre se acomodó y siguió “durmiendo” como si nada hubiera pasado y yo me sumergí en un sueño profundo, mecido por el vaivén del coche.

Era casi de madrugada cuando llegamos a nuestro destino.

2: En la casa de mi hermana

Mirtha nos recibió feliz, ante la perspectiva de que tendría compañía varios días, pero desafortunadamente mi padre tuvo que volver a los dos días debido a unos negocios que debía concretar y mi madre tuvo que acompañarlo.

Pero en esos cortos días en que estuvimos los cuatro reunidos, mi madre logró en tres oportunidades que estuviéramos a solas, cuando me pedía que la acompañara de compras al pueblo. Tomando un café me confidenció lo desdichado de su matrimonio y la falta de apetito sexual de mi padre, lo que había causado que buscara en mí una salida.

¿Crées que esos encontrones en el pasillo fueron casuales?

Me explicó que ella se había dado cuenta que en mi juventud ella había sido mi objeto de fantasía y que ello le había agradado, pero que mi visita de ahora había despertado en ella un deseo incontenible de tenerme como hombre, pues veía en mí la única salida a su actual situación: necesitaba sexo y no podía andar buscándolo con cualquiera. Yo parecía lo más adecuado para satisfacer sus necesidades en ese plano.

Tienes razón, mami. Y yo te deseo desde que entré a la pubertad.

Por eso es que busqué esos encontrones en el pasillo, para incitarte.

Y lo lograste, pues varias veces me masturbé pensando en ti.

Sí, y yo te espiaba furtivamente cuando en el dormitorio pronunciabas mi nombre antes de acabar. Sabía que esto tenía y debía suceder.

Pero en la casa no era posible nada, a pesar de lo sucedido en la cocina.

Esa fue una oportunidad única, que difícilmente se repetiría, pero fue exquisito sentirte aunque fuera por un rato tan corto.

Es decir, quedaste con ganas de más.

Si, por eso aproveché el asiento trasero del auto para que me hicieras feliz nuevamente.

¿Y lo  fuiste? ¿Fuiste feliz?

Ni te imaginas, querido. Hacía muchos años que no gozaba como gocé esa noche en el asiento trasero.

¿Te gustaría que lo repitiéramos?

Por mí, encantada, apenas volvamos a la ciudad.

Buscaremos un motel y podremos hacerlo como corresponde, ¿te parece?

De esas tres oportunidades, solamente una logramos hacerlo nuevamente. Fue  contra un árbol, mientras anochecía, cuando venían de vuelta del pueblo y poco antes de llegar a casa.

Mami, aprovechemos aquí,  ¿quieres?

¿No nos iran a pillar?

Hagámoslo rapidito para que no nos vean, como cuando lo hicimos en la cocina, ¿te parece?

Se levantó el vestido y haciendo a un lado su calzoncito, apoyada contra el árbol, espero que le metiera mi verga, que se hundió fácilmente por entre las paredes húmedas de su muy lubricada vulva, que se lo tragó completamente. Estábamos en lo que se conoce como paraguaya, ya que se hace con la pareja de pie.

Ay, mijitooooooo, qué ricooooooooooooooo

Rica, Laura, ricaaaaaaaa

Más, más, dame más, mijitooooooooo

Asíiiiiiiiiiiiiii, mijitaaaaaaaaaaaaaa

Aghhhhhhhhhhhhhhhh, mijitooooooooooooooo

Mamitaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Tal vez por la premura y por la sensación de peligro, nuestra acaba fue apoteósica y los jugos, mezclados, cayeron por las piernas de mi madre, mientras nuestros cuerpos parecían desplomarse por la sensación vivida, completamente agotados por el esfuerzo desplegado por los dos en nuestro afán de lograr pronto el orgasmo tan anhelado. Recuperados, volvimos a casa con la promesa de un futuro encuentro en toda la regla, en un motel.

Al día siguiente nuestros padres partieron y Mirtha y yo quedamos solos en casa. Nuestros días los pasábamos rememorando nuestra niñez y poniéndonos al día en cuanto a nuestras vidas de adulto. Le conté de mi matrimonio, que no era tal y ella me contó del suyo, que terminó por los celos de su marido, que ella no aguantó más.

Una noche, al acostarnos, mi hermana fue a verme al dormitorio a continuar una conversación que habíamos empezado en la mañana y que se refería a su matrimonio, pues yo le había dicho, en broma, que tal vez los celos de su marido se debían a algo.

Volviendo a lo que me dijiste sobre los celos de Mario….

No seas perseguida, mujer, si solamente era una broma

Es que los celos eran justificados

¿Cómo así? ¿Lo engañabas?

Bueno, no fueron más de tres hombres, te lo aseguro.

Imagino que buscabas en ellos lo que no tenías en casa, ¿o no?

Cierto. Me reconozco una mujer ardiente y Mario era muy frío en materia de sexo.

¿Te acuerdas la vez que lo hicimos?

Si, ¿por qué?

Ahí me dí cuenta que ibas a ser una mujer ardiente, como dices tú.

¿Por qué como digo yo?

Porque la manera correcta es decir una mujer caliente.

Jaaa jaaa, es cierto.

¿Te acuerdas nuestros juegos de cosquillas?

Cómo no, si siempre te ganaba.

Es que en esa época me ganabas porque yo era muy chico

Ahora, ¿Cómo reaccionarías?

Ahora soy mucho más fuerte que tú, asi que….

Mirtha no me dejó continuar. Sentada a horcaja sobre mí, reía como una niña. Reía como lo hacía cuando ambos éramos niños y jugábamos a las cosquillas, juego que ella siempre ganaba.

Con su pelo castaño cubriendo su rostro, empezó a hacerme cosquillas como cuando niña. Recordaba que yo no podía resistir las cosquillas, especialmente en las costillas y que quedaba indefenso cuando ella atacaba esa región de mi cuerpo. Y al parecer ella no lo había olvidad pues lo primero que hizo fue mover sus dedos entre mis costados, lo que hizo que me moviera enloquecido de una lado a otro en la cama.

Lo que no habíamos previsto era que, aunque estábamos en ropa de dormir, como cuando  niños, ya no lo éramos. Ahora los dos éramos adultos, pues cuando ella se subió a mi cama a jugar, no tuvo en cuenta que vestía una negligé trasparente, bajo la cual tenía solamente un calzoncito de seda  y que yo vestía solamente el pantalón de un pijama. A poco andar nos dimos cuenta de nuestro error, pero cuando ello sucedió era tarde para echar pie atrás.

Quién diría que el mismo juego que disfrutábamos niños ahora sería el vehículo para que el deseo se apoderara de ambos, cuando ella tenía 33 años y yo 31. Una pareja adulta, ambos casados e insatisfechos sexualmente en sus respectivos matrimonios, los ingredientes perfectos para que esa

noche el sexo nos convirtiéramos de hermanos a amantes.

Cuando ella se enderezó a descansar en medio de risas, sintió sin lugar a dudas que algo duro se pegaba entre sus muslos, golpeando la seda de su calzoncito, precisamente en la zona que tapaba su vulva. Comprendí que mi involuntaria erección la había pillado por sorpresa y quedó un instante como sorprendida, pero su reacción posterior fue como si nada hubiera sucedido y volvió a inclinarse para seguir con sus cosquillas.

Después de un rato, su frente estaba perlada de sudor, su cabello caía cubriendo gran parte de su hermoso rostro y su risa ahora me pareció más nerviosa que juguetona. Pero seguía jugando, aunque ahora había un dejo de sensualidad en sus movimientos.  El caso es que me tomé de su cintura y apreté mi verga contra el calzoncito que cubría la vulva de mi hermana, a la espera de su reacción.

Ella dejó las cosquillas, pero siguió inclinada sobre mí, con sus piernas abiertas y con mi verga empujando su entrepierna. Dejó de reír, con su rostro muy cerca de mí, me miró seria y mirándome largamente, me dijo:

¿En serio?

Me apreté a su cintura y mi verga empujó más aún la tela que cubría la zorrita de mi hermana.

Si, en serio .

Ella nada dijo, pero levantó una de sus piernas y se quitó su calzoncito, el que quedó colgando de la otra. Me miró intensamente, anhelante, esperando mi reacción. Y mi reacción fue meterle la cabeza de mi herramienta en la entrada de su zorrita y le devolví la mirada. Ella se dejó caer y completamos la unión. Con mi pedazo de carne hundido en la vulva de Mirtha, la tomé de la cintura y le pregunté:

¿Realmente quieres hacerlo, hermanita?

Sí, Raúl

Entonces, cabálgame, mijita

Y mi hermana empezó a subir y bajar su cuerpo, extasiada, como si hacía mucho tiempo que deseaba sentir un pico dentro. Y el mío era de dimensiones respetables, lo sabía, por lo que imaginaba que Mirtha estaría encantada siendo empalada por su hermano.

Qué rico volver a sentirse penetrada

¿Te gusta hacerlo?

Ufff, ni te imaginas

¿Qué te parece la verga de tu hermanito?

Es impresionante lo grande que es. Te lo tenías guardado

Y me encanta culiar, mijita

Así, mijito, dale, daleeeeeee

Muévete, Mirtha, muévete

¿Así, mijitoooooooooooo?

Síiiiiii, asíiiiiiiiii

Aghhhhhh, Ralllllllllllllllllllll, acaboooooooooooooooo

Mijitaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Una vez que acabaron, sus cuerpos reposaban uno al lado del otro, felices por lo sucedido, esperando reponerse para volver a hacerlo.

Eres exquisita, Mirtha

Y tú te gastas una herramienta de miedo, Raul

Pero parece que todos adolecemos del mismo mal: no somos comprendidos por nuestras perjas.

¿Lo dices por tu matrimonio y el mío?

Y por nuestros padres.

Sí, también me dí cuenta. Mami no es feliz en la cama, eso es evidente.

Le hace falta una buena herramienta que le de en el gusto.

Mirtha quedó en silencio, sopesando las implicancias de lo que su hermano había dicho, pero en lugar de continuar la conversación, prefirió continuarla en un momento más oportuno.

Bueno, ¿seguimos, hermanito?

Encantado, hermanita. ¿A lo perrito?

A como me pidas. . . y lo que me pidas.

Raul la miró con la boca abierta.

¿Incluso por el culo?

Ya te dije, lo que me pidas

Mirtha se puso en cuatro pies y abrió las piernas para facilitar la penetración de su hermano, que con el pico en la mano, lo puso a la entrada de la vulva aun chorreante de ella y empujó sin contemplaciones, hasta que sus nalgas chocaran contra su estómago. Y ambos empezaron a moverse, como si fueran una pareja de perros copulando.

Mijitaaaaaa

Asiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, mijitooooooooooooo

Ricaaaaaaaaaaa, qué ricaaaaaaaaaaaaa

Lo haces rico, mijitoooooooooooo

Tomaaaaaaaaaaaaaaa, ricaaaaaaaaaaaa

¿Te gusta la chucha de tu hermanita?

Mmmmmm, es exquisito, hermanitaaaaaaaaa

Sigue, sigue, dale más, mijito

Si, mijita, siente como te lo meto, hermanita

Mirtha creyó llegado el momento oportuno para volver por el tema de su madre.

Te gustaría hacerlo con la mami?

Siiiiiiiiiiiiiiiii

Ricooooooooooo

Aghhhhhhhhhhhhhh

Ricooooooooooooo

Raul quedó encima de su hermana, con su instrumento aún hundido en la chucha mojada de ella, que goteaba hasta consumir todo lo que los hermanos habían expulsado en su reciente acabada. Cuando ella se hubo recuperado, su hermano sacó el pedazo de carne, que había vuelto a recuperar sus dimensiones de combate, y lo puso a la entrada del culo de Mirtha, donde lo dejó reposar.

¿Quieres por el culo, hermanita?

Encantada, hermanito

Pero antes, dime ¿Por qué me dijiste eso de mamá?

Porque cuando te referiste a ella se te paró más aún el pico

Pero eso fue porque estábamos culiando.

Raul,  tenías tu pico dentro mío y sentí bien como aumentó de tamaño cuando la nombré

No, pudo ser idea tuya.

¿No? ¿Y esas salidas al pueblo de ustedes dos?

¿Qué hay con ello?

Pueblo chico, no lo olvides. Se sabe todo

Pero si no había nada que pudieran decir

La gente no es tonta, hermanito. Además….

¿Si?

Primero métemelo, ¿ya?

Raúl no se hizo esperar y hundió poco a poco su instrumento en el hoyo posterior de su hermana, que aguantó estoicamente el pedazo de carne hundiéndose en sus entrañas. Cuando se hubo acostumbrado a la herramienta de su hermano dentro de su culo, empezó un leve movimiento que poco a poco se fue haciendo más intenso, mientras el gozo la invadía.

Mientras metía y sacaba el pico del culo de su hermanita, continuó preguntándole

¿Qué ibas a decirme de  la mami?

Seamos sinceros: ¿te gusta?

El recuerdo de su madre le dio más bríos a Raul, que aumentó sus embestidas sobre el culo de su hermana.

¿Ves? El sólo nombrarla te calienta. Es evidente que el pensar en ella cuando estás culiando conmigo te calienta. No lo niegues.

Bueno, sí, me gusta

¿Te gustaría comértela?

Raul calló un momento ante la pregunta. Era evidente que el pensar en su madre mientras estaba culiando era lo más erótico que podría suceder y la situación le parecía de un morbo increíble, por lo que decidió seguir el juego de su hermanita: culiarla y hablar de la mamá.

Sii

¿Te gusta que te hable de ella cuando culiamos?

Es rico. ¿Quieres que te hable de papá mientras te lo meto?

No, no vale la pena. No me interesa por ahora.

¿De quién quieres que te hable para que te calientes?

De ella.

¿Mamá?

Si, ella

Raúl se detuvo, con la verga metida hasta el fondo del culo de Mirtha. No comprendía las intenciones de su hermana, solamente que la cosa giraba en torno a su madre, pero no atinaba a imaginar sus alcances.

Dime, ¿por qué?

Porque también me gusta

No me digas. Esto sí que es sorpresa. Pero….

¿Pero qué?

No creo que a ella le atraigan las mujeres

Eso es lo que tu crees

¿Tu y ella?

¿Te gustaría saber detalles?

Sí, debe haber sido increíble.

Te vas a calentar más aún

Ricooo, sabes como calentar a un hombre, mijita.

Si, a un hombre degenerado como tu

Quien lo dice

Es cierto, pero ahora termina de encularme, hermanito.

Y la herramienta de Raul volvió al juego de entrar y salir, mientras las tetas de Mirtha se movían enloquecidas al compás de los movimientos que el cuerpo de ella había tomado, enloquecida por el pedazo de carne en su culo.

Rica, mijita. Qué culitoooooo

Es tuyo, mijitoooooo. Daleeeeeeeeee

Asíiiiiiii, mijitaaaaaaaaaaa, Ricoooooooooooooooo

Dame más, más, duro, mijito. Asiiiiiiiiiiii

Síiiiiii, cositaaaaaaaaaa

Qué ricooooooooo, yaaaaaaaaaaaaaaa

Síiiiiiiiiiiiiiiii, mijitaaaaaaaaaaaaaa

Cuando hubieron acabado y sus cuerpos sudorosos descansaban uno al lado del otro, Mirtha decidió contarle a su hermano cómo  había  de hija a ser amante de su madre.