Un verdadero cuento de hadas
Después de esta experiencia, lo pensaré dos veces antes de hacerle caso a una rana que habla.
Un día como cualquier otro, iba yo caminando por la calle, pensando en todo y en nada. Era una tarde fría de invierno. El cielo estaba cerrado, sin duda iba a nevar. Abstraído en mis pensamientos, me pareció oír una voz tenue. Era una voz joven que gemía con particular tristeza. Voltee a mi alrededor pero no vi a nadie, por lo que seguí mi camino, pensando que habría sido mi imaginación. Un par de pasos más adelante, volví a escuchar el mismo sonido triste: una voz que no parecía encontrar más remedio para su pena que sollozar melancólicamente. Volví a mirar a mi alrededor con más cuidado, y distinguí una rana parada en la orilla de la banqueta. Era una rana verde con manchas negras. No mediría más de 5 centímetros de largo, y estaba allí, quieta, quieta como una roca. Cuál sería mi sorpresa al darme cuenta que los lamentos provenían de aquel batracio.
Llevado por la curiosidad, me acerqué a esta rana melancólica, con mucho cuidado para no asustarla. Al verme, lejos de correr, la rana volteó a verme y me dijo: "ayudame por favor, ayudame". Fue tal la tristeza con la que la rana pronunció estas palabras, que lejos de asustarme por oír una rana hablar, me sentí lleno de compasión y me acerqué un poco más a ella.
-¿Necesitas ayuda?
-Sí, por favor. Soy una pobre rana. Mi estanque se congeló y ahora no tengo donde pasar la noche. ¿Me puedes ayudar?
-Lo haría con todo gusto, pero la verdad es que no sé dónde haya otro estanque por aquí. ¿Tú lo sabes?
-No, no lo sé. Pero no me dejes aquí, en medio de la calle. Llévame contigo a casa.
Un poco corto en mi cuenta de caridades recientes, me pareció que sería una buena idea llevar a la rana a casa si eso pudiese aliviar el dolor que la pobre sentía en ese momento. Aceptando su petición, me la metí con cuidado a la bolsa de la camisa, y emprendí el camino a mi hogar.
Siempre me he preciado de mis dotes de conversador social; sin embargo no me sentí muy inspirado en sacarle plática a una rana. No sabrá nada de fútbol o política, pensé, ni hablar de preguntarle sobre su familia y amigos. Por lo tanto, me limité a consolarla, y asegurarle que en la casa, con calma, encontraríamos una solución a su problema. Mis palabras tuvieron algún efecto en mi verde amiga, que pronto dejó de sollozar ante la esperanza de resolver su problema.
Llegamos a la casa, y me dijo, todavía con tono triste: "Tengo hambre" Rápidamente, busqué en la alacena algo que se pareciera a unos mosquitos, encontrando solamente un frasco de caviar que alguien me había regalado la navidad pasada. Abrí el frasco, se lo serví en un plato de porcelana que encontré y lo llevé a la sala. La verdad es que no tuvo muy buen recibimiento de su parte. Aparentemente, no todas las bolas negras saben a mosca.
Sin embargo, la sal del caviar le causó cierta sed a la rana, por lo que volviendo a apelar a mis buenos sentimientos me dijo "Tengo sed". Corrí a la cocina por un poco de agua. Para mi desgracia, me encontré con que no salía agua del fregadero. "La tubería del fregadero se habrá congelado", concluí. Sin pensarlo un momento, me dirigí al refrigerador y saqué una botella de vino, de la cual ofrecí un poco a mi huésped, mientras me servía yo mismo un trago en otra copa. Tomó un poco, pero tampoco pareció agradarle demasiado.
Habrá sido la baja temperatura de la noche o el frío del vino, el caso es que empecé a ver que la rana temblaba, como una hoja al viento. "¿Estas bien, ranita?" Le pregunté. "Tengo frío" Me contestó, todavía con cierta melancolía. Dispuesto a hacerle la velada más llevadera, saqué el tapete de oso que tengo guardado en el armario, y la invité a que se tirara sobre de él un rato, mientras prendía el fuego de la chimenea.
Pensando que habría hecho suficiente por mi desamparado huésped, me retiré a mis habitaciones, no sin antes desearle buenas noches. Me desvestí, como todas las noches, y me metí dentro de las sábanas, pensando en que el siguiente día sería un día largo para mí.
Supongo que pasaron solamente unos minutos cuando oí una voz del pié de la cama. Era la misma voz triste que decía: "Sigo teniendo frío, dejame dormir en tu cama". Con la conciencia un poco intranquila por la cena que le había ofrecido, pensé que no tendría más remedio que permitirle que subiera a mi lecho. Me agaché, la tomé en mis manos y la deposité en la almohada junto a la mía. "Buenas noches, verás que mañana es un mejor día", le dije esperando poder conciliar pronto el sueño.
"No puedo dormir", dijo la rana tristemente; "Extraño a mi mamá". Conmovido por tan dulce comentario, me acerqué y di un tierno beso en la parte superior de su cabeza. "Todo va a estar bien", repetí.
Como por arte de magia, la rana empezó a transformarse, quedando convertida en un apuesto jovencito que yacía junto a mí en la cama, completamente desnudo. Era un verdadero Adonis adolescente: Su cara era la de un muchacho de no más de 18 años con pelo negro, nariz deliciosamente afilada, boca grande y carnosa pero perfectamente proporcionada. Sus ojos, de un verde profundo, hacían impecable armonía con el resto de sus facciones. Apenas tuve tiempo de percatarme de su escultural figura: joven, alto, esbelto, de piel apiñonada, suave y limpia. Alcancé a notar su pecho suave y firme, unas piernas completamente lampiñas, duras y musculosas, que remataban con un miembro limpio, grande, adornado con dos pelotas magníficamente lampiñas. Los únicos vellos de su cuerpo se ubicaban por encima de tan perfecto conjunto, debajo de un ombligo que coronaba un abdomen plano, liso pero musculoso.
Todavía atónito por el suceso, oí la puerta de entrada que se abría, y una voz que alegremente decía: "Querido, ya estoy en casa"
En ese momento la realidad me cayó de golpe: Caviar vino fuego tapete ¡¡Un chico desnudo en mi cama!!!
Oí pasos en la escalera, y el rechinar de las bisagras de la puerta de la recámara. Casi paralizado por la situación, solamente alcance a balbucear: "Mi amor, no me vas a creer lo que pasó..."