Un verano especial (1)

Estábamos mi primit a y yo muy aburridas, hasta que a mi prima se le ocuurió la forma de que no olvidara este verano

Un verano especial.

Me llamo Pamela. Tengo dieciocho años y estudio primero de psicología. Soy una chica alta, de 1,70. Pero 68 kilos. Soy pelirroja, de pelo largo muy rizado y ojos verdosos, achinados. Tengo la nariz respingona y la boca grande y de labios gorditos. Mi cara es redonda. Una cara sensual. Tengo el cuello, como las piernas y los brazos, largos y delgados, al igual que los pies y las manos. Muy elegantes. Mi cuerpo está bien proporcionado. De cintura estrecha y con la espalda y las caderas anchas, tengo los muslos contorneados y el culo y los pechos bien puestos.

A pesar de esto, soy un poco tímida y no he tenido mucho éxito con los chicos. Este verano tenía pinta de ser uno de esos veranos aburridos programados por mis padres para martirizar mi existencia. Mis tíos invitaron a mis padres a hacer un largo viaje para festejar su veinte aniversario. Las dos parejas se casaron juntas. A mi me abandonaron en casa de mis tíos, con mi prima Eva. Una niña que nada tenía que enseñarme. Para colmo, nos dejaron en un régimen de semi-reclusión: No salir a más tarde de las once, no fiestas, no chicos, no nada.

Para cuidarnos se había quedado Pepa, la vieja criada de la casa, que con sus cincuenta y tantos años, res peor que nuestros padres. Los primeros días estaban siendo un coñazo. Las dos nos aburríamos como ostras. Jugábamos al parchís y esas cosas.

Eran las cuatro de la tarde. Estábamos "cazando moscas". Pepa nos había puesto un cocidito calentito en pleno verano. La digestión era pesada. Las dos estábamos en el salón, una frente a la otra. Las dos llevábamos puestas unos vaqueros, unas zapatillas playeras y una camiseta. Eva me miraba y repetía

-¡Que coñazo!-

-¡Ay! ¡Deja de repetirlo! ¡me cabrea pensarlo!-

-Ellos se lo estarán pasando bomba…-

Eva me miró. -¿Quieres jugar al parchís?- Me dijo

Estoy harta de parchís, de damas, de ajedrez…-

Eva calló durante un instante. Parecía dudar en hablar, pero cuando lo hizo, me miró con cara de pilla. Cara de hablar escondiendo algo. – Si quieres, podemos jugar a un juego que me enseñaron cuando estuve en Irlanda-

-¡Bueno! Si es divertido.-

  • Sí. Es divertido y excitante.- Me dijo con voz templada – Lo que ocurre es que tenemos que subir, al desván.-

Eva es morena y tiene el pelo liso y corto. Es un poco más baja que yo y un poco más delgada, y tiene menos tetas y menos culo, aunque tiene un tipo igual de elegante. Yo soy bastante más morena de piel. Tiene los ojos marrones y la cara alargada, con la barbilla en forma de pico. Tiene una boca de labios cortos pero delgados y la nariz recta. Es vaga e inteligente.

Eva se adelantó a mí por la escalera. Cogió una llavecita el marco de una ventana que encontramos al paso. No entendí para qué puesto que la puerta del desván estaba abierta. No es uno de esos desvanes abandonados de las películas. Está solado y amueblado como un salón enorme, en el que hay puestos mejor o peor todo tipo de muebles. Eso sí, tiene algo de polvo. Está dividido en tres compartimentos separados pero con una gran apertura para comunicarse, que hacen un ángulo.

Eva cerró la puerta con llave. Fui a preguntarle pero simplemente me indicó con un gesto que me callara. –Pepa nunca sube aquí y ahora duerme la siesta, pero nunca se sabe-

Me llevó hasta el extremo del desván. El más desordenado de todos, ya que allí almacenaban los trastos viejos. Eva me miró a los ojos y con un rictus serio me dijo –El juego consiste en que tu te das la vuelta y pones las manos detrás, cruzadas –

¡Qué tontería! ¡Si eso era el juego!. La obedecí mecánicamente, y cuando noté que me ataba las manos con algo suave que sólo podía ser el pañuelo que ella usaba como cinturón decorativo, alrededor de la cintura del vaquero, pensé que se trataba de una bromita más de mi primita. Ni siquiera me resistí, aunque le pedí, con tono fatigoso, que se dejara de bromas. Eva se rió y me dio la vuelta.

La miraba sin mostrarme enfadada. Ella me miraba pícaramente, con superioridad.- ¡Vaya, vaya! ¡Ahora eres mi prisionera! ¿Qué voy a hacer contigo? ¿Qué rescate me vas a dar?-

-Suéltame ya, que me enfado-

Eva tenía que demostrarme que aquello era un juego, pero que se jugaba de verdad, como al póquer con dinero. Tiró de mi pelo. Me hizo girar la cabeza. Entonces me sentí a su merced. Me estremecí.-¡Vamos a ver si llevas algo en los bolsillos!-

Eva metió las manos en los bolsillos de mi vaquero. Era una sensación extraña. La tenía a mi espalda, con una mano agarrando los pelos de mi nuca y la otra deslizándose por mis ingles, sin mayores pretensiones en principio. –No llevas nada ¿Cómo me vas a pagar?-

-No se- Le dije abrumada, aturdida, sin saber que decir, qué sentir, qué pensar.

Eva metió la mano por entre la camiseta, en mi espalda y manipuló el broche de mi sujetador, que en realidad era la parte de arriba del bikini. Lo desabrochó. – Tal vez me quede con esto-

-¡Te estás pasando!- Le dije subiendo el tono de voz. Eva me miró como sorprendida.

-Está bien. No te está gustando el juego. Te suelto pero me tienes que dar un beso.-

-Bueno-

Yo esperaba que Eva me pusiera la cara, pero en lugar de eso, se acercó mostrándome sus labios pronunciando la U. –Eres tonta- Le dije, pero como no apartaba la boca, le dí un piquito corto. Eva sonrió y me cogió la quijada y restregó sus labios por los míos varias veces. -¡Suéltame ya! – Le dije al final, con la respiración acelerada.

Me soltó y salimos juntas del desván. Buscó mi mano y yo se la dejé. Estaba confuso. Me temblaba el cuerpo entero y sentía un pinchazo suave en mi nunca. No podía decir que el juego no me hubiera gustado, por que no había tenido tiempo de planteármelo. O me sentía a gusto siendo llevada de la mano por Eva, por si para vosotros eso puede significar algo.

Eva estuvo pesada y peguntosa todo lo que quedó de tarde. Sólo cuando Pepa asomaba de vez en cuando llevada a la parte de la casa en que nos encontráramos por su quehacer, Eva se separaba discretamente de mi lado. Era más insoportable, si cabe, por el calor del verano.

A media tarde bajamos a bañarnos a la piscina de la casa. Estuvimos persiguiéndonos la una a la otra, por que Eva se había inventado el juego de bajarme la parte de abajo del bikini. Las dos nos entregamos a ver quien conseguía bajarle más el bikini a la otra. Habíamos jugado otros días, pero no con tanta saña. También intentábamos quitarnos el sostén, aunque esto era más peligroso, por que si Eva estaba atenta, podría ver desde más allá del borde de la piscina, si lo hacíamos, y entonces, tendríamos que aguantar una regañina y darle explicaciones.

Después cenamos una cena ligera y echamos unas manos de cartas, en el cobertizo que da al jardín, donde está la piscina. Pepa veía la tele, y sólo cuando se fue a dormir, Eva empezó a apostarse su ropa contra la mía, y aunque no nos la quitábamos llevábamos buena cuenta de si me debía quitar el sostén o me lo tenía que devolver. Al final abandonamos el juego cuando yo debía entregar toda mi ropa a Eva.

Eva me sugirió la idea de bañarnos desnudas. Me parecía una locura, pero el agua estaba tan rica, en una piscina limpia, iluminada. La única persona que podría vernos era Pepa, que seguro que dormía. Nos quitamos los bañadores dentro del agua y los dejamos en el borde de la piscina. Nuestros pechos flotaban. Eva tenía unos pezones más pequeños y más claros que los míos, del color del chocolate claro. Pude ver su monte de Venus de color moreno, frente al mío, de color cobre.

Jugamos como si fuéramos sirenas, y Eva me agarraba de las cinturas. Me rozaba con su cuerpo, y yo, si bien no buscaba su roce, tampoco lo rechazaba, hasta que acorralada contra la esquina de la piscina, escuché entre el ruido del agua que chocaba contra la pared, un susurro – Bésame –

Me escapé de aquella esquina, aunque Eva me atrajera hacia ella tirando de mi tobillo, mientras nadaba. Pronto volví a verme atrapada. Eva cerró el cerco entorno a mí tde manera que sus brazos se me metían debajo de las axilas, apretándome contra la esquena, rozando mis pechos con los suyos. Metió su pierna entre las mías y me enredó el tobillo. No pude resistir otro de sus "bésame". Me entregué a un beso como el que me había dado en el desván, aún mejor, en cuanto que mi boca se convirtió en una alcoba en la que nuestras lenguas se solazaban como dos lesbianas enamoradas. Y todo ello, con la grata sensación del agua iluminada conteniendo nuestros cuerpos.

Eva se separó de mí de pronto. Me dejó caliente, pero aunque yo deseaba seguir besándome con mi prima, me tenía que hacer la estrecha, tomar ese papel pasivo que tanto nos gusta a las mujeres, hacerme cortejar. Pero Eva Se puso el bikini y salió de la piscina. Yo la seguí al cabo de un ratito, pero cuando fui a echar mano a mi bikini, Eva me lo había quitado. Jugaba con él, haciendo girar la parte de abajo en su dedo -¿Buscas esto? Es mío, lo he ganado a las cartas -

Le supliqué que me lo diera. -¡Por favor!- Y sólo después de mucho rogarle pareció ceder.

-¿Y que me das a cambio?-

-No te puedo dar nada-

-¡Está bien! ¡Toma esto! Ya pensaré algo con que compensarme.-

Me tiró sólo la parte de abajo y yo me la puse. Me daba un poco de vergüenza pasearme en tetas por el jardín, a pesar de tener la certeza de que nadie me veía, pues la casa de mis tíos es un chalet dentro de una finca grandecita. Eva estaba detrás de mí. Había clavado sus ojos en mis pezones, erizados por el frío, y ahora me miraba las nalgas. Me sentía observada. Presentía que me observaba, y pese a todo, no esperaba que al meterme dentro del cobertizo me agarrara de los pelos y me llevara por as malas junto a una columna.

-¿Dónde te crees que vas, chochito?-

me puso contra la columna y comenzamos a besarnos de nuevo. Con una mano me sujetaba la cabeza por el pelo, a la altura de la nuca, con la otra, intentaba acariciar mis pechos, pero yo me resistía, interponiendo ambas manos. Después de besarme intensamente, se separó de mí y me dijo con la mandíbula encajada -¡Eres una calientapollas!-

-¿Por qué?- le dije extrañada. No me contestó. Subió al cuarto y yo la seguí después de unos minutos. Cuando llegué, ella se hacía la dormida y yo, aunque tardé en dormirme, hice lo mismo

Solíamos levantarnos y bajar a desayunar rápidamente. Esa mañana Eva ya se había levantado, así que bajé en camisón. Me senté en la mesa de la cocina, en un lateral junto a Eva. Mientras desayuno, siento su pié, delicado, tierno y elegante sobre el mío. No es raro que estuviera descalza, pues sólo nos calzábamos con unas chanclas. Pensé que era un descuido, pero lo hacía a posta. Quité mi pié disimuladamente, pues Pepa rondaba alrededor de nosotras. Eva me miró de reojo y me sonrió. No estaba enfadada.

Volvió insistentemente a sobar mis pies con los suyos. Me inquietaba esa sensación. -¿No te gusta?- me dijo al fin.

  • No se. Seguramente sí.- Le respondí sin querer decir abiertamente que me ponía cachonda.

Fuimos, cuando nos vestimos, como nosotros solíamos, con unos vaqueros recortados, a mitad del muslo, y una camiseta, al bosquecito que hay al extremo de los muros de la casa, a unos veinte metros por detrás de la piscina. Es un grupo de unos veinte árboles, que esconde una caseta pegada al muro, donde mi tío guarda las herramientas del jardín. Eva me había dicho, casi exigido que no me pusiera sujetador. Como ella tampoco se lo puso y la verdad es que hacía calor, pues no me pareció mal.

No pudimos entrar en la caseta, por Eva no llevaba la llave, pero en el muro lateral de la caseta, un espacio solado de un par de metros cuadrados, Eva comenzó de nuevo. Poco a poco me llevó a la esquina y me rodeó con sus brazos -¡Dame un beso!-

-No- Le dije muy convencida, pero Eva acercó su boca a la mía. NO quería seguir con la historia, pero me faltó la voluntad. Esos labios frente a mí eran como un bombón. Cerré los ojos y dejé que me metiera el bomboncito, y estuve saboreándolo mientras duró, aunque de nuevo Eva y yo forcejeábamos por que su mano recorría mi cuerpo deseando encontrar una rendija por donde colarse y sobarme las tetas. Se separó de mí, y con una sonrisa complaciente, esta vez sin mostrarse enfadada me dijo flojito al oído –Calientapollas- Y entonces sentí la sensación húmeda de su lengua dentro de mi oído. Sentí reavivarse el cosquilleo de mi vientre y de mis pezones.

-Suéltame- Le dije cuando acabó de lamerme, con la voz temblando

-Enséñame las tetas- Me dijo.

Tiré del cuello de la camiseta para que Eva mirara dentro, mis pechos liberados. Volvió a forcejear conmigo para tocarme, pero me escapé, dando una ligera carrerita hasta salir al borde del bosquecillo.

Me hice la remisa esa tarde para subir al desván.

-¿Vamos arriba?-

-Es que no tengo ganas hoy-

Me cogió dulcemente de la mano, pero de manera segura y me ayudó a levantarme del sillón. Pasamos por delante de Pepa, las dos, cogidas de la mano, ella conduciéndome. Quise soltarme. No me dejó. Su mano me apretaba con fuerza, y ya sólo me soltó para dejarme subir primero, seguro que para verme el culo. -¿Por qué lo has hecho?-

-¿El qué?-

-Agarrarme delante de Pepa-

-¿Es que te avergüenzas de mí?-

Tarde en contestar un instante. - Es que no quiero que se lo diga a tus padres-

Eva abrió la puerta y puso una mueca. Yo había subido a mi cuarto a ponerme un sujetador a mitad de la mañana.-¡Quítate el sujetador! ¿Por qué no me obedeces? En esta habitación, tú eres mi sierva.-

En esa habitación yo me sentía a su merced. La obedecía de una forma mecánica. No me planteé por qué, ni para qué. Sin quitarme la camiseta me deshice del sujetador. En un gesto liberado lo tiré por o alto hacia detrás, girando mi muñeca, como dando a entender que hacía lo mismo con mis prejuicios.

Eva me arrastró hasta la última de los tres habitáculos, el que quedaba más apartado. Es el más desordenado, pro que están, metidas en cajas, las ropas, zapatos y las cosas de la casa que ya no se usan y dan pena tirarlas, y fuera de las cajas, la bicicleta vieja, una máquina de coser de rueda y cosas así. Eva me pidió que pusiera las manos detrás. No las puse. Permanecí quieta mientras ella tomaba la iniciativa y amarraba mis manos por la espalda con su pañuelo. Sólo con notar como me ataba, comencé a notar mis pezones excitados.

No deseaba sentir aquello, no jugar, pero tal vez por aquel hastío veraniego, tal vez por la curiosidad de sentir cosas nuevas, algo me impulsaba a continuar. Miré a los ojos a Eva. Me sonreía sardónicamente mientras estaba tensa, al darme cuenta, una vez más de que atada estaba a su merced. Su boca se dirigió hacia mis labios y nos besamos. Nos dimos un beso de lengua que Eva remató tirando de mi labio inferior, mordido por los suyos.

Eva metió su mano por dentro de mi camiseta. Era inevitable. Lo había estado buscando todo el día y yo ya no podía hacer nada. -¡No lo hagas!- Le dije en tono asertivo como última oportunidad.

No me respondió. Simplemente subió mi camiseta hasta la altura de las axilas. Eva descubrió mis pezones enormes, oscuros y excitados. -¿Y esto? ¡De manera que te va este royo! ¿No?-

Por respuesta recibió mi respiración acelerada, mis pulmones tomando aire y soltándolo a pleno rendimiento. -¡Pues si te va este royo, podemos seguir! ¿No?-

Mi prima me desabrochó los vaqueros. Sonreía mientras tiraba de ellos hacia abajo. Yo ya estaba tan excitada que no podía decir que no. Os digo que en desván, en ese mundo aparte y con la seguridad de que nadie os descubriera, Eva era mi dueña. Cuando me vio con aquellas bragas de corte tradicional, se rió -¡Pareces una monja!- Y terminó de quitarme los pantalones, que quedaron abandonados en el suelo. Sólo entonces se acercó a mí, abrazándome. Y sintiendo bajo la tela de su camiseta, sus pechos rozar los míos, y sus manos clavarse en mis nalgas, mientras yo me entregaba a un muerdo apasionado.

Ella no se quitó la camiseta, ni las zapatillas. En cambio yo, sólo conservaba las bragas. Me miraba y me ordenaba que me girara sobre mi misma, y que anduviera. Me observaba y se complacía de verme obedecerla sumisamente. Después me llamó -¡Ven!-. La obedecí y fui hacia ella, que una vez a su alcance puso su mano en mi nuca y me atrajo hacia ella agresivamente para besarme de nuevo. Aquellos arrebatos de Eva me excitaban.

Fue entonces cuando sentí su mano, la palma de su mano acariciar mi pecho, y luego sus dedos. Me intenté zafar de la situación, pero sólo encontraba una lengua y unas manos más impetuosas. Entonces cometí el error de hacer una amago de mordisco. Eva pegó un rebote, y se apartó. Me miró con cara pensativa, pero sin borrar de su cara la medio sonrisa entre pícara y sardónica que tanto adoro.

Entonces, Eva da un par de vueltas alrededor mía a un metro, sin apartar su mirada, y cuando está detrás mía, me coge y siento su cuerpo pegado al mío. Sus pechos en mi espalda, sus ingles en mi trasero, su vientre cerca de mis manos. Me coge los pechos con las dos manos. Me los coge a tope, me los amasa, me los sube y me los baja, mientras me susurra al oído –no seas una chica rebelde, o te tendré que castigar. Unos azotes bien dados y se acabaron las tonterías. ¿Ok.?- Y cuando dice esto, me coge los pezones y me los pellizca. Siento mis pechos arder de dolor, y como no le respondo, me vuelve a repetir la pregunta -¿Ok?- Apretando más mis pezones y sacudiéndome los pechos de arriba abajo.

No le respondo. Al revés, he estirado la mano hacia abajo y le he apretado el conejo. Se ha llevado un susto que me ha servido para respirar unos segundos. Pero no se ha dado por vencida. De un rápido vistazo ha descubierto un matamoscas, como una rasera flexible y plana, en una estantería. La coge y se dirige hacia mí, golpeándose la mano con ella, probando que tal resulta. Vuelve a dar un par de vueltas alrededor mía. Con la punta del matamoscas toca mi barbilla y luego mis pezones, aunque yo me muevo para evitar esa humillación, de un lado a otro, y girando sobre mí misma.

Cuando está mis espaldas, siento un zumbido y ¡Zasss! Es un palmetazo en mis nalgas. Veo las estrellas y aunque el dolor pasa rápidamente, no tardo en sentir otro que me hace más daño aún. Protesto -¡Ay!- Pero no sirve para evitar el tercer palmetazo, que esta vez, además, he intentado evitar con la mano extendida, por lo que me ha dado de lleno en plena palma.

-¡Basta!- Atino a gritar al fin.

-¿Vas a ser obediente?-

-Bueno, pero sin pasarse.-

Noto a Eva aproximarse y acariciar mis muslos, mientras aparta mi palo del cuello y me besuquea. Entonces sus dedos cogen el borde de mis bragas y tiran de ellas hacia abajo. Me rebelo de nuevo, intento darle una coz mientras repito -¡He dicho sin pasarse!-.

Eva se para, pero de repente, con la boca sobre mi hombro, más bien sobre la clavícula, siento sus dientes clavarse y hacer me daño. Se separa y da otra vuelta. Esta vez, el impacto ha sido terriblemente doloroso. Miro mi pecho que se ha quedado de color rosa. No es que me haya dado con fuerza, pero me ha dolido. Me rindo. Cuando se vuelva a acercar, ya no me voy a rebelar.

Eva se acercó de nuevo y bajó mis bragas hasta más debajo de las rodillas. Pensé que actué como una tonta, por que el tacto de sus manos en mis nalgas tenía un efecto balsámico. Me hacían sentir mejor. Dejé que me acariciara mientras tiernamente me decía que no tenía que ser mala, que tenía que cooperar. Terminé de convencerme cuando sus dedos suaves acariciaron mi pecho. Eva me pidió perdón. Yo asentí, con ganas de llorar, con un gesto y entonces nos volvimos a besar, por mi parte, hecha un mar de dudas, sin saber si gritar o abrirme de piernas para ella.

Eva se acordó de que el armario enorme, una antigüedad, tenía un espejo interior. Si abría este armario, Nos veríamos en él, pues estaba frente a la apertura de esta estancia. Lo abrió y me colocó de manera que yo me viera en él. -¿Te gustas?-

Me callé y me miré. No sabía que contestar. Eva se colocó detrás de mí. La imagen mía, desnuda y con las bragas bajadas era excitante, pero con Eva detrás de mí, cogiéndome los pechos, hacía que chorreara, y más aún cuando me lamía el agujero de la oreja. Su mano dibujaba en el espejo una trayectoria descendente. Cerré los ojos para evitar verla, pero no pude dejar de sentirla. Respiré cuando al fin me dijo –No me gusta ni tus bragas ni tu coñito peludo, así que mañana no quiero ni bragas de monja ni pelitos en el coño! ¿Vale?-

-Vale-. Yo ya había aprendido la lección. No volvería a contradecir a Eva, al menos mientras estuviera en su desván o atada. Me quedé allí, frente al espejo, por orden suya, mientras ella registraba en las cajas del desván, y sacaba unos pantis de lana negros, unas botas altas, un camisón transparente, y un montón de cosas que apartaba. Después de un rato se acercó a mí. Sin contemplaciones me besó. Yo la correspondí. Ya no me sentía tan dolida.

A través del espejo me veía poseída por Eva, que acariciaba mis pechos mientras besaba mi cuello y mi boca. Miraba de vez en cuando por que cada vez estaba más caliente y más participativa. Eva había introducido una de sus piernas entre las mías, separadas todo lo que de sí permitían las bragas puestas en mis tobillos. Su muslo estimulaba mi sexo. Sus labios mordían mi cuello donde antes sus dientes me habían hecho un moratón. Sus dedos hacían delicias en mis senos. Le pedí que me tocara.- ¡No! Todavía no, hasta que no te lo depiles-

Estiré mi mano por detrás de mi espalda y alcancé a meter levemente mi dedo en mi sexo. La tela áspera de sus vaqueros, los hilos que prendían de sus bordes deshilachados, la suave piel de sus muslos. Me sentía caliente y húmeda. Miré al espejo. Estaba caliente y dócil como una perra. Doblé un poco las rodillas y arqueé la espalda y comencé a restregarme contra el muslo de Eva, que me comprendió al instante y apretó su muslo contra su sexo, sus pechos contra los míos y sonrió cuando al buscar mis manos, las encontró deslizándose entre mis nalgas hacia mi sexo. Me besó apasionadamente y apretó sus manos contra la mía para que llegara mejor. Y me puse a jadear y a gemir de placer, manchando el muslo de Eva con la humedad de mi sexo.

Por la tarde, hasta que nos fuimos a dormir, Eva buscó mi boca y siempre la encontró, entregándome a ella y sus caricias. Su mano se introducía furtiva dentro de mi camiseta y me acariciaba los pechos que antes le estaban prohibidos, y cuando notaba su pierna acomodarse entre las mías, me relajaba, aunque no mucho.

Eva seguía con la manía de los pies. Se pasó la tarde con sus pies encima de los míos, o enredando sus dedos con los de los míos. Era una sensación nueva y me resultaba viscosa. No sé.

Por la noche, en la piscina, hicimos top-less y nos besamos. Le dejé que me tocara las tetas tanto como quisiera, ya sabiendo que Pepa no podía vernos. Luego salimos y de nuevo me obligó a atravesar el jardín semidesnuda, y nos fuimos a nuestra habitación directamente. Me quité l aparte de abajo del bañador y me sequé, para ponerme una de aquellas bragas de monja que tanto detestaba Eva. Sonreí al verle hacer un mohín de desaprobación. Pero antes de que me colocara el camisón, la tenía encima de mí. La puerta del dormitorio estaba cerrada con un cerrojillo.

No opuse ninguna resistencia cuando Eva tomó una de mis manos y la ató, con su pañuelo, a uno de los barrotes del viejo cabecero de la cama. Luego hizo lo mismo con la otra mano. Quedé sentada en la cama con los brazos en cruz. Se puso en mi colchón, de rodillas, mientras extendía una mano sobre mi sexo, indefenso, pues no podía cerrar las piernas al tenerla a ella en medio. –No me gustan nada estas bragazas- me dijo acariciando suavemente mi sexo por encima de las bragas.-Ni los pelos-.

Eva me besó la boca y me sobó los pechos con decisión y fuerza. Entonces su boca bajó hasta mis pezones. Comenzó a lamerlos con la lengua, haciendo surcos alrededor de la aureola y luego, sobre la punta. De nuevo me sentía imposibilitada físicamente para actuar. Esa era mi coartada que me repetía a mi mismo para no hacer nada. De hecho, deseaba que me acariciara el sexo, que me quitara las bragas y me masturbara, pero ella recorría lentamente el camino, y yo me desesperaba. Peor ella sabía que mientras más me desesperara, más la dejaría luego avanzar. Cuando notó mis pezones excitados, a punto de reventar, cuando notó la tela de mis bragas mojadas, me dio las buenas noches y me dejó así, caliente, atada y sentada en la cama.

El sueño me venció, y a media noche, Eva me despertó. Me estaba desatando y yo se o agradecí, pues de esta forma podía tumbarme y descansar mejor. A la mañana siguiente ví en mi cuello la marca del mordisco recibido durante la tarde anterior. Era un moratón que me evocaba su castigo y me producía un extraño y profundo placer.

Eva jugaba con sus pies sobre los míos mientras desayunábamos. Me di cuenta por un gesto de Pepa que se había dado cuenta de esto, pero en realidad, no podía significar nada más que un juego sin importancia entre dos primas que se llevaban bien. A pesar de todo, recogí los pies para evitar el juego de Eva.

Eva terminó de desayunar y subió a la habitación. Cuando yo subí a vestirme, esperaba encontrármela allí, pero no estaba. La vi bajar por la escalera que viene del desván. Era clara que tramaba algo, más aún, por que esa mañana, Eva se perdió varias veces, y pienso que siempre iba a nuestro cuarto y al desván. Durante las mañanas, nos dábamos vueltas por la finca, sin alejarnos demasiado de la casa. A veces traspasábamos los muros del jardín interior, aunque los alrededores no nos interesaban en realidad para nada, ya que era tierra, fundamentalmente, de pastos. En cambio, en la intimidad del bosquecillo, Eva se sentía a sus anchas, y aunque rara vez nos paráramos a besarnos, ella me pellizcaba el culo continuamente. Este día Eva fue explícita -¡Pamela! ¡Pam! ¡Ven aquí!-

Cuando estaba delante de ella me dijo -¡A ver, desabróchate la cremallera del pantalón y ábrete la cremallera!- La obedecí. Tomo el borde superior de mis bragas y tiró hacia ellas -¡Tal como suponía! ¡Aún no te has depilado y tienes de nuevo puestas una de esas bragas de monja!- Eva me hizo un gesto despectivo y me soltó.

Eva iba unos metros delante de mí. Yo estaba decidida. La cogí del brazo y le dije al oído – Me voy a depilar para ti.-

-Ya es tarde.- Me dijo fríamente. No sabía que significaba aquello. Pensé que ya no deseaba que me depilara, pero aún así quise darle el capricho y fui a buscar una cuchilla a mi neceser. No había ninguna, lo que me resultaba muy extraño. Busqué en el armarito del cuarto de baño, entre las cosas de Eva. Nada. Cuando Eva me cogió de la mano para llevarme al desván, pensé que se iba a llevar una decepción por lo desobediente que era y me calentaría el culo con una correa.

Eva me quitó la camiseta antes de atarme. Eso constituía una novedad, por que significaba mi entrega a ella, mi disposición a participar. Yo no se lo impedí. AL revés, le ayudé con los codos. Después sí, me quitó la falda y me descalzó.

Eva empezó a dar alrededor mía esas vueltecitas que significaban que algo tramaba. Entonces me tomó del borde de las bragas por delante y me atrajo hacia ella con fuerza. -¡Ya te dije que no quería que te pusieras más estas bragas!- Y a y hinca sus dedos en la tela hasta atravesarla, y tira de ella hacia arriba y la tela empieza a ceder, no sin hacérmela sentir deslizarse tensa por mi sexo.

Me ha roto las bragas. Aún conservo unos guiñapos alrededor de mi cintura mientras estoy atrapada entre su mano y su boca. Me muerde la boca con impetuosidad mientras atrapa mis nalgas y mete su pierna entre las mías. Me entrego dulcemente en cuanto he visto que su rabia se ha convertido en pasión por besarme, por abrazarme, por tenerme en su poder.

Pero se separa de nuevo y me mira el sexo -¿Y eso?- Me dice mientras señala mi sexo.

-Es que fui a depilarme y no encontré cuchillas.-

-Bueno, no importa. Ahora mismo voy a solucionar eso.-

Y la veo sacar de una cajita de cartón la espuma de afeitar de su padre y una cuchilla desechable. Me consuela ver que es de las que usamos las mujeres, pero a pesar de todo grito -¿Qué vas a hacer? ¿Estás loca?-

-¡No chilles! ¡Vas a conseguir que Pepa se entere!-

-¡Pues no me hagas eso! ¡Deja que yo me depile!-

-Te he dado veinte oportunidades…- Me dijo en voz baja mientras ponía la mano en mi boca.- ¿Vas a ser buena?-

-¡No!-

Pero es inútil oponerse. De dentro de una caja saca un palo de una escoba. A ambos lados del palo, muy bien atados, por los tacones, ha colocado dos zapatos de tacón de aguja, dos zapatos de esos que sólo consisten en unas tiras que se cruzan una y otra vez hasta que se amarran a la pantorrilla. Me introduce el pié en uno de ellos y luego en el segundo. Cuando me doy cuenta mis piernas están inmovilizadas y separadas y como tengo las manos atadas a la espalda, me cuesta guardar el equilibrio, así que aunque hablo a voces más que chillo, no me suelta ni desiste.

Eva lo ha calculado todo muy bien. Sabe que pepa está medio sorda y que sólo oiría un gran chillido desde la tercera planta, y a mi no me sale. De todas formas, Eva está harta de oírme quejarme y termina de romperme las bragas para obligármelas a mantenerlas entre mis labios. -¡Abre la boca y no sueltes esto hasta que no acabe!- Y presiona de mis hombros hacia abajo.

Haciendo mil equilibrios he conseguido sentarme en el suelo sin caerme. Estoy mirando mi sexo en el espejo de la estancia continua. Me miro mientras Eva se prepara. Se pone de rodillas frente a mí. El pliegue de mi vientre le estorba, así que me tiende en el polvoriento suelo. Entonces siento sus finos dedos extenderme la espuma por todo mi sexo y mi monte de Venus.- Cariño, abre bien las piernas-

Han sido unos minutos eternos En cualquier momento pensaba que iba a sentir la sensación cortante de la navaja en mi sexo, pero al final nada de esto ha ocurrido. Luego me ha limpiado la espuma con una toallita higiénica perfumada, y entonces he sentido algún leve picor en el pubis. Eva me miraba entusiasmada. Ha sido muy excitante ver mi sexo a través de un espejito que Eva tenía preparado. Ha sido especial. Me ha dejado sin ningún pelo. Luego me ha obligado a observarme a través del espejo de la estancia de al lado -¿A que estás divina?-

Entonces se coloca a mi lado y comienza a magrearme los pechos y el vientre mientras me besa. Su mano se desliza hasta mi sexo, pero lo pasa superficialmente para mi decepción, y la retira rápidamente. Yo no sé de donde he sacado la poca vergüenza para decirle-¡Por que no me haces tuya de una vez?-

-Muy fácil, por que tú sólo vas a aceptar ser mía a medias-

-eso no es cierto-

-Ya veremos si es cierto o no. Si quieres ser mía, serás mía, pero cuando a mí me apetezca.-

Mis bragas están en el suelo hechas un harapo. Eva me ha liberado del improvisado cepo de los pies y sigue con esas caricias que van impetuosamente de mis pechos a mi vientre y se introducen levemente en mi sexo, hasta que de repente, sus dedos entran entre los labios de mi sexo como un tridente. Tiene su mano en mi sexo un tiempo que me parece interminable, quieta, palpando mi temperatura mientras me mira con las mandíbulas encajadas, sin pestañear. Entonces empiezo a sentir la lema de sus dedos deslizarse por mi rajita y acariciar mi clítoris, que deba asomar como una crestita, como el moco de un pavo.

Busco el contacto de su cuerpo, el calor de sus pechos bajo su blusa. La encuentro fría, aunque su respiración me demuestra que está excitada. Sólo consigo rozar mi cuello con el suyo, reproduciendo la forma en que las jirafas se cortejan. Entonces su mano apoya mi cabeza sobre su hombro- A partir de ahora, cuando te masturbe, quiero que te pongas siempre de esta manera.-

Estoy de pié, desnuda y con el cuerpo sobre el de Eva y la cabeza sobre su hombro. Acabo de sentir como las piernas me temblaban después de que Eva haya pasado su dedo tantas veces por mi sexo que al final haya terminado corriéndome. Eva me besa la cabeza, pero no me permite que me separe aún de ella ni para besarla. Luego si nos hemos besado. Eva me ha entregado unas bragas que me han parecido muy chicas. Me ha confesado que son suyas, de hace un par de años.

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