Un verano en Mallorca (IV/V)
De cómo finalmente Álex perderá la virginidad a manos de Irina y sus amigas.
Los ruidos de los turistas saliendo en procesión hacia la playa me despertaron e hicieron que abriera los ojos. Me incorporé lentamente. A mi lado, Álex dormía aún un sueño plácido. Su pecho desnudo subía y bajaba al compás de su respiración. Me hizo gracia ver cómo su pequeño pene erecto parecía seguir también ese compás, subiendo y bajado como si se hubiera desperezado antes que él. Ahora hacía ya 5 días que habíamos empezado a disfrutar de nuestros cuerpos. De cara al exterior nos seguíamos comportando como madre e hijo, y nadie hubiese sospechado nada. Pero de puertas adentro todo era diferente. Habíamos juntado las dos camas para poder dormir abrazados, y siempre que nos apetecía (lo cual resultaba ser casi siempre que teníamos la oportunidad) no dudábamos en besarnos y en acariciarnos hasta conseguir el deseado placer. Dormir desnudos era sólo un detalle más de esta relación de amantes.
Sin hacer ruido bajé hasta su miembro y lo empecé a besar, pasando mi lengua por el tallo del pene y mojando con mi saliva la punta. Mi hijo se sobresaltó al principio, pero en seguida se relajó y me dio los buenos días. Yo no contesté. A modo de respuesta cerré mis labios sobre su glande mientras que con una mano empecé a darle un suave masaje en los testículos. En unos segundos empezaron los gemiditos, y a los pocos minutos ya me estaba tragando su leche caliente. Desde hacía unos días esa felación matinal se había convertido en algo tan habitual como el beso de buenas noches. Me acosté a su lado y ambos estuvimos un rato abrazados, dejando pasar el tiempo.
En estos días Irina nos había acompañado alguna vez más a la playa y, aunque siempre nos habíamos mostrado prudentes frente a ella, no pude evitar contarle todo lo que estaba pasando entre Álex y yo. Ella me felicitó, ya que veía todo aquello como algo perfectamente natural. Sin embargo, me regañó por no haber hecho aún el amor con mi hijo.
- Pienso que Álex en el fondo quiere poseerte, y que si no se lo concedes acabará frustrándose. Él mismo te lo pidió.
Coincidí con Irina en que era posible que mi hijo deseara hacer el amor, pero le expliqué que debía reservar eso para alguien especial. Irina se rio y me acusó de ser demasiado romántica. Me preguntó si Álex tenía muchas amigas en Letonia y le confesé que no, que prácticamente todos sus amigos eran chicos y que nunca hablaba de chicas en casa.
- Entonces, ¿cómo quieres que tu hijo tenga novia si ni siquiera sabe cómo se trata a una chica?- Reconocí que tenía razón. Mientras ambas contemplábamos cómo Álex buceaba a lo lejos, Irina se colocó detrás de mí y me bajó los tirantes del bañador. Se puso crema en sus manos y me la empezó a extender por la espalda, en unos movimientos que me hicieron entornar los ojos.- Mira, mañana vendrán unas amigas mías de San Petersburgo a pasar unos días en el hotel. Son unas chicas más jóvenes que nosotras, y de mentalidad bastante abierta para ser rusas. Seguro que todas comprenderán la relación que tenéis tú y Álex, y creo que puede ser muy interesante intercambiar opiniones.
Mientras decía todo esto Irina había acercado sus labios a mi oído, y las últimas palabras fueron susurradas con suavidad. Hipnotizada por aquella chica, no pude más que asentir.
Y aquel día había llegado. Al bajar a desayunar con el resto de turistas nos encontramos con Irina y sus amigas sentadas en una mesa apartada. Se presentaron como Masha y Anya. Ambas debían tener poco más de 20 años. Masha era alta, de figura estilizada y muy delgadita. Su pelo rubio largo lo llevaba recogido con varias horquillas, y lo que más llamaba la atención de ella eran sus ojos, de un azul muy claro, casi transparente, que hacían que no pudieses apartar los ojos una vez clavados en ellos. Anya por su parte era bajita y algo rellenita, pelirroja con el pelo hasta la cintura y grandes pechos. La piel de ambas era blanca como la leche y, como Irina, todas lucían en su escote la típica cruz ortodoxa. Estuvimos hablando y comentaron que las tres se habían conocido en la universidad, y que ésta era la primera vez que venían a Mallorca. El desayuno transcurrió apacible, si bien Álex, poco acostumbrado a tratar con chicas, prácticamente no abrió la boca. Al final Anya y Masha nos invitó a todos a tomar algo a su suite.
Evidentemente las chicas tenían dinero. La suite donde se alojaban era más grande que nuestro piso en Letonia, con la habitación separada del salón, un baño enorme y un jacuzzi sólo para ellas. Desde su amplio balcón se tenían unas inmejorables vistas de la bahía. Los cinco nos sentamos en los sofás del salón y una de las chicas nos ofreció champán. Empezamos a hablar de cuestiones intrascendentes, hasta que Irina sacó el tema del amor filial en Rusia. Álex y yo nos ruborizamos sin saber qué decir, pero tanto Masha como Anya trataron el tema con total normalidad: ambas conocían amigas que habían sido amantes de sus hijos y estos habían crecido sin ningún problema, ahora tenían novia e hijos y llevaban una vida completamente normal. La conversación siguió avanzando en estos términos, pero la verdad es que yo ya no me sentía cómoda. Quizás fuese por el champán antes del almuerzo o quizás por tener sentado a mi lado al objeto de mi deseo, pero la verdad es que deseaba salir de allí cuanto antes. Irina se percató, me cogió de la mano y pidió que nos disculparan. Entramos en la habitación y allí le expliqué lo incómodo de la situación tanto para mí y, pensaba, también para Álex. Ella me tranquilizó y me dijo que no me preocupara.
- Al principio es un poco incómodo, pero al final siempre sale bien. Créeme.- Abrió un armario muy amplio y me pidió que me escondiera dentro.- Vamos a decirle a Álex que tuviste que salir a arreglar unos papeles de la tarjeta de crédito. Tú sólo espera aquí dentro y disfruta del espectáculo. Ya verás lo bien que se lo pasa tu hijo.
Fui a replicarle algo pero no me dio tiempo. Sus labios se juntaron con los míos y nuestras lenguas empezaron a jugar. Centrada como estaba en la relación con mi hijo, no quería darme cuenta de que aquella chica me estaba obsesionando tanto o más que él. Y lo que es peor, anulaba completamente mi voluntad. Cuando nuestras lenguas por fin se separaron no pude sino entrar en el armario mientras Irina cerraba la puerta por fuera.
Una vez encerrada, Irina salió al salón y le explicó a mi hijo que me había tenido que ir. Al principio oí cómo él también quiso irse, pero finalmente le tranquilizaron y le convencieron, diciéndole que no tardaría en volver. Durante unos minutos no pude seguir la conversación, e incluso pensé que me habían dejado sola, pero de pronto aparecieron por la puerta. Las tres chicas con la botella de champán y las copas guiaban a Álex de la mano y le invitaron a sentarse en la cama. Irina se sentó junto a mi hijo y le pasó la mano por la cintura, mientras Anya, sentada al otro lado, le iba rellenando la copa con champán y la otra amiga se colocaba tras él y le acariciaba la nuca. Las tres lo miraban como si fuese un bocado apetecible a punto de ser devorado, pero era Irina la que llevaba la iniciativa. Empezó a decirle lo guapo que era, la suerte que tenía yo de tener a este hombre en casa… Mi hijo estaba aturdido y contestaba con monosílabos, creo que en parte por la situación en sí pero en parte también por el alcohol. Tal como me había seducido a mí en la playa, Irina fue acercándose a Álex a medida que hablaban, hasta que finalmente sus labios se juntaron en un apasionado beso. Las amigas emitieron una risita mientras ambos disfrutaban sin prisa de aquel momento. Tras unos minutos la chica rubia situada tras él le quitó la camiseta e Irina le empujó sobre la cama. Mientras seguían besándose la otra amiga le fue quitando poco a poco el bañador hasta que mi hijo quedó completamente desnudo entre aquellas panteras. Sin embargo era Irina la única que podía acariciarle mientras las dos amigas esperaban pacientes su turno.
De esta forma los labios de Irina fueron bajando por el pecho y el pubis de mi hijo hasta llegar a su pene, que se encontraba terriblemente erecto. Empezó a hacerle una lenta pero intensa felación mientras la chica pelirroja le preguntaba quién se lo hacía mejor, si ella o mamá. La otra amiga soltó una risita pero mi hijo no respondió, absorto como estaba en las caricias de aquellos labios. Yo, mientras, me había bajado las braguitas y había empezado a masturbarme contemplando cómo mi hijo disfrutaba como nunca a manos de aquella diablesa que tanto me excitaba. Era una masturbación silenciosa pero muy intensa, consciente de que cualquier ruido estropearía lo que estaba viendo.
Ni siquiera hice ruido cuando Irina se incorporó y desnudándose por completo se colocó a horcajadas sobre las piernas de mi hijo, rozando su sexo con el de mi hijo. En esta posición bajó su cara hacia la suya y le agarró los mofletes con una mano.
- ¿Quieres follar con tía Irina mi amor? ¿Quieres follar conmigo ya que mamá no ha querido?
Álex asintió. Un simple movimiento de caderas bastó para que su pene entrara sin dificultad en su sexo rasurado. Ya estaba: aquella chica con cuerpo de modelo le estaba concediendo lo que yo no me había atrevido a darle. Encerrada en el armario se me escaparon unas lágrimas de rabia por mi cobardía, pero eso no evitó que siguiera masturbándome aún más fuerte.
Sobre mi hijo Irina empezó un movimiento con su pubis adelante y atrás acompasado con sus respiraciones, y con cada vaivén la pequeña cruz ortodoxa saltaba entre sus pechos como si tuviese vida propia. Fue muy dulce con él: le invitó a que lamiese sus pechos y, de vez en cuando, bajaba su cara hacia la suya para besarlo y luego continuar. Creo que fue por eso que mi hijo pudo contener tanto tiempo el orgasmo. Cuando su respiración empezó a acelerarse los movimientos de Irina se hicieron también más intensos, hasta que mi hijo empezó a aullar de placer como nunca lo habían hecho.
Tras el orgasmo mi hijo quedó inmóvil sobre la cama, pero ahora era el turno de las otras dos chicas. Ansiosas como animales, esperaron a que Irina se levantara para ir al baño para abalanzarse al unísono sobre su presa. Abriéndole las piernas una le lamía los testículos mientras la otra intentaba exprimir alguna gota de semen que hubiese quedado rezagada. Aquellas atenciones consiguieron que el miembro de mi hijo no perdiese la erección y, tras una breve discusión, Masha, la chica de los ojos azules, decidió ser la siguiente. De un tirón se quitó vestido y braguitas y colocó su estilizado cuerpo sobre el suyo, besándole en los labios e introduciendo su pene en su vagina. Una vez dentro se incorporó y volvió a repetir los movimientos de Irina. Ésta, que ya había vuelto del baño, se tumbó junto a él y empezó a jugar con su lengua mientras los vaivenes de su amiga iban en aumento. Al cabo de unos pocos minutos unos nuevos gemidos, ahora más apagados, indicaron que mi hijo se había vuelto a correr. Las dos amigas felicitaron a Masha mientras que ahora era el turno de la última chica.
Anya, la chica pelirroja, se desnudó mostrando un cuerpo algo más parecido al mío, con unos grandes pechos y un jugoso trasero para poder agarrar. Bajo ella también hasta el pene de mi hijo, pero esta vez éste no respondió a sus caricias ni tampoco a su lengua. Desde mi escondite veía como Álex estaba agotado y respiraba con dificultad, pero aun así, aquellas chicas querían exprimirle hasta la última gota de su jugo. Molesta con aquello mientras su amiga se reía, Irina la tranquilizó y le indicó que se acomodara bocarriba sobre el colchón. En esta postura Irina cogió a mi Álex y lo colocó sobre aquella chica exuberante, apoyando su cara entre sus enormes pechos, y su miembro flácido contra su sexo rasurado. Anya le empezó a acariciar el pelo pero mi Álex no respondía, y la chica bromeó diciendo que la próxima vez debían escoger a alguien un poco menos joven.
Fue entonces cuando Irina se colocó tras mi hijo y, tras asegurarse el pelo con una goma, separó bien sus nalgas y bajó su lengua hasta su ano. Álex reaccionó abriendo los ojos. Tras unos segundos de esas caricias Anya comentó a sus amigas que su miembro volvía a funcionar, notando sus espasmos contra su sexo. Irina decidió ir un poquito más lejos, y, untándose bien un dedo con lubricante, lo introdujo hasta el nudillo en el ano de mi hijo. Este se incorporó sorprendido y la chica aprovechó para introducir el pene nuevamente erecto en su vagina. Instintivamente, mi hijo empezó un movimiento con la pelvis que, al mismo tiempo que daba placer a aquella chica, hacía que el dedo de Irina entrara y saliera de su ano. Al final ninguna de las chicas tuvo que moverse. Fue sólo mi hijo el que con sus movimientos espasmódicos se corrió por cuarta vez aquella mañana y, ahora sí, caía desfallecido rodeado por aquellas chicas.
Cuando se aseguró de que se había dormido, Irina fue hasta el armario y abrió la puerta para que saliese. Las chicas se rieron al verme: se notaba que había llorado, pero también que me había corrido con cada uno de los orgasmos de mi hijo ya que, sin poderme limpiar, el flujo había manchado mi vestido y mis piernas.
- Aquí tienes a tu niño mamá. ¿Ves qué fácil era? Ahora ya no es virgen… y además por partida triple – Las chicas rieron.- Así que no creo que haya ningún problema en que lo tengas sólo para ti.
Avergonzada por todo aquello, me acerqué a mi hijo que dormía exhausto en la cama. Le besé en la mejilla, le puse su bañador y, tomándolo en brazos, le llevé a nuestra habitación evitando que se despertara. No me despedí de Irina ni de sus amigas. Era evidente que nos habían utilizado para sus perversiones y que yo había caído como una tonta, pero aún me dolía más el hecho que, pudiendo haber parado todo aquello en cualquier momento, hubiese preferido masturbarme mientras contemplaba como abusaban del cuerpo de mi hijo.