Un verano en Mallorca (II/V)
De cómo Ana decide por fin disfrutar con el cuerpo de su hijito.
A la mañana siguiente decidí actuar como si no hubiese ocurrido nada. Álex y yo nos pusimos los bañadores, cogimos nuestras cosas y bajamos a desayunar, dispuestos a salir después directamente hacia la playa. Sin embargo, en la cola del desayuno nos volvimos a encontrar con Irina, la chica de San Petersburgo. Desayunamos los tres en la misma mesa y, cuando le comentamos que íbamos a ir a darnos un baño, ella se ofreció a acompañarnos. No era el primer verano que pasaba en ese hotel, y conocía una pequeña playa alejada de las aglomeraciones de gente en la que estaríamos más tranquilos. Accedimos a ir juntos y, tras desayunar, la esperamos en el hall mientras ella subía a su habitación a arreglarse.
Tardó unos quince minutos, pero la espera valió la pena: Irina bajó ataviada sólo con su toalla, un sombrero de ala ancha y un bikini que resaltaba su impresionante figura. Aunque no lo comenté en el relato anterior, Irina tenía cuerpo de modelo. Una cintura estrecha, un vientre liso y unos pechos pequeños pero recios, propios de las chicas que nunca han dado a luz. Se había recogido su larga melena negra en un improvisado moño, y unas gafas de sol cubrían sus radiantes ojos azules. Una pequeña cruz ortodoxa sobre la blanca piel de su pecho realzaba su impresionante figura.
- ¡Ya estoy! ¿Nos vamos?
Observé cómo Álex se ruborizaba ante semejante mujer y bajaba la vista. Los tres salimos al intenso sol de la mañana y empezamos a seguir el camino de arena hacia la playa. Álex, imagino que para hacerse el hombrecito ante Irina, insistió en llevar las bolsas y la sombrilla. Me hizo gracia ver en mi hijo esa actitud tan poco conocida. Cuando llevábamos cincuenta metros caminando bajo el sol Irina nos indicó un camino entre los matojos que se separaba del camino principal. Al cabo de unos quince minutos llegamos a una pequeña playa de arena completamente vacía. Sólo el ruido de las olas del mar y los chillidos puntuales de las gaviotas rompían la calma de aquel lugar. Plantamos la sombrilla, colocamos las toallas, y, tras protegernos adecuadamente con crema solar, mi hijo cogió las gafas de buceo y se lanzó a explorar las azules aguas de aquel lugar paradisíaco.
Irina y yo nos quedamos sentadas en la sombra, en silencio, viendo como la figura de mi hijo se sumergía y volvía a emerger aquí y allá.
- Tienes ya un hombrecito en casa, ¿te has fijado?
Me ruboricé. Lo medité un momento y, finalmente, me decidí a contarle a Irina lo que había ocurrido la noche anterior en nuestra habitación. Cómo mi hijo se había ruborizado al verme desnuda, cómo después había contemplado sin hacer ruido su masturbación y cómo me había excitado todo aquello. Irina me notó avergonzada y me tranquilizó. Me dijo que en Rusia era muy habitual que las madres se sintieran atraídas por sus hijos, y hasta que tuvieran algún tipo de relación sexual con ellos.
- Esta tendencia empezó en los pueblos. Como sabrás, allí los hombres caen rápido en el alcohol o bien se van a trabajar lejos. Por eso no es infrecuente que en pueblos enteros no haya hombres adultos aprovechabes, y que las mujeres tengan que echar mano de los hombrecitos de la casa para calmar así sus necesidades.- Me ruboricé todavía más. Irina se dio cuenta y soltó una risita.- Si lo piensas bien no es nada malo: es natural que una mujer de tu edad todavía tenga ciertas necesidades, y en el fondo tu hijo es la persona que más quieres en el mundo… ¿Hay algo de malo en que los dos disfrutéis un rato el uno del otro? Tu así calmarás tus necesidades, y tu hijo descubrirá de la mano de su madre ciertas cosas que, de no ser por ti, acabaría aprendiendo probablemente en la calle… o en sitios peores.
En eso momento creo que ya estaba completamente roja. No sólo porque las palabras de Irina eran completamente coherentes, sino porque yo misma me sentía dispuesta a abusar del cuerpo de mi hijo. Empecé a tartamudear:
Pero… imaginando que fuese posible hacer esas “cosas” con Álex… es decir, que estuviese dispuesta… Mira tu cuerpo: tú eres una modelo, en cambio yo…
¿Tu? – Irina se bajó sus gafas de sol y me perforó con sus ojos azul celeste – Tu eres la chica más tentadora de las que he visto en el hotel.- Su cara se acercó un poco más y sus labios buscaron los míos. Asombrada, me fue imposible oponer resistencia. Noté cómo se me erizaba el vello de la espalda. Cuando nuestros labios se separaron me fijé enseguida en Álex para comprobar que no se había percatado de lo ocurrido. Irina me pasó la mano por la nuca y me acarició el cuello, dándome un suave masaje que hizo que mis ojos se volviesen a cerrar.
Ahora me voy a ir. Os dejo a solas. Desde aquí donde estamos se puede controlar toda esta pequeña cala, y si viniese alguien lo podríais ver a él mucho antes de que él os viese a vosotros.
Cogió su toalla y se fue. Vi cómo su blanca figura se iba alejando paulatinamente bajo los ya abrasantes rayos del sol hasta que despareció tras una duna. El momento de la verdad había llegado. Lentamente me levanté y me metí en el agua, acercándome sin hacer ruido a mi hijo, que se había acercado a una zona donde los dos hacíamos pie. Al verme, se sorprendió. Se percató de que Irina se había ido y le expliqué que no se encontraba muy bien.
- ¿Qué te parece Irina? ¿Es guapa, verdad?
Álex se ruborizó y contestó con un escueto sí. Después le pregunté si yo le parecía guapa. Se ruborizó aún más y no contestó. Hacía mucho que no nos bañábamos juntos. Cinco años o más. Le cogí de la mano y, con la excusa de darle un abrazo, apreté su cara contra mis pechos. Con mi figura XXL nunca me he atrevido a llevar bikini. Ese verano ocultaba mis curvas como mejor podía con un bañador negro de una pieza, si bien tenía que esforzarme en que mis pechos no se saliesen fuera en cada movimiento brusco. Le susurré algo cariñoso y Álex cerró los ojos, su cara apoyada contra mi escote. Yo le arropé con mis brazos como si no quisiera que nunca se despegara de mí.
- Ayer tenías muchas ganas, ¿verdad?- Álex abrió los ojos e hizo un ademán de alejarse, pero le contuve, imposible escaparse del abrazo de mamá. Volví a apoyar su cara contra mi pecho. - Shhhhh… Tranquilo. Es normal. Estás en la edad en que empiezas a notar algunos cambios… ¿Quieres que mamá te explique en qué consisten?
Álex no dijo nada. Seguía con los ojos cerrados, pero otras partes de su cuerpo hablaban por él. Pegado contra mi cuerpo, noté como su pene volvía a estar erecto y, presionando mi bajo vientre, pugnaba por salir de su pequeño bañador. Lentamente le fui arrastrando hacia la arena y, levantándolo en brazos, lo saqué del agua y lo posé sobre la toalla. Le tumbé boca arriba, y me coloqué junto a él. Álex intentó ocultar con sus manos la evidente erección, pero pronto le tranquilicé y le hice colocar sus manos a lo largo del cuerpo. Bajo su bañador tipo slip el pene no paraba de moverse en pequeños espasmos. Me acerqué para verlo mejor y le pedí que se incorporara.
- Esto ya lo sabes, ¿verdad?- Le señalé su pene erecto- Cuando un chico piensa en una chica que le gusta se le pone su cosita dura. A veces puede que hasta le duela… ¿La sacamos fuera para que esté mejor? – No le di tiempo a reaccionar. Con dos dedos le bajé el bañador y su pequeño pene saltó fuera como un resorte.- Así está mejor… Mira qué duro se te pone. Ya eres todo un hombrecito. Pronto te saldrá pelo y el pene te crecerá… pero ahora eres sólo el juguete de mamá.
Mientras decía eso iba acariciando suavemente el tallo del pene, los testículos… Me contuve para no acariciar también su glande, pues no quería que la diversión acabara antes de tiempo. Álex, incorporado ligeramente, experimentaba todo aquello sin decir nada, con los ojos entrecerrados.
Bueno, creo que ya es hora de ponernos en igualdad de condiciones, ¿no? – Y diciendo esto me quité el bañador y lo guardé en la bolsa. Me quedé sentada de rodillas sobre la toalla e hice que mi hijo se colocara de igual forma frente a mí. Quería que viese bien todo lo que iba a poder disfrutar. Mis pechos enormes colgaban sobre mi tripa y mi sexo rasurado se intuía entre mis piernas. Álex enrojeció cuando le cogí sus manos y se las puse sobre mis pezones, de color rosa y, en aquel momento, duros como piedras, con unas areolas que sus pequeñas manos apenas podían abarcar. Le indique cómo debía hacer los movimientos en pequeños círculos, crucé mis brazos tras la cabeza y cerré los ojos. Bajo la sombrilla de playa una brisa fresca hacía que nuestros cuerpos estuviesen ya casi secos. Sólo una parte de mi cuerpo estaba cada vez más y más mojada, aunque ésta vez no fuese por el agua del mar.- Ven, toca aquí abajo.- Le cogí su manita y se la puse en mi vagina chorreante. Le indiqué también cómo debía tocarla, adelante y atrás. Álex estaba ahora más rojo que nunca y su respiración era cada vez más entrecortada. Me fije en su pene: los espasmos eran cada vez más seguidos y del meato emanaba ya evidentes hilillos de líquido preseminal. Recogí con un dedo uno de esos hilillos y después lo pasé por sus labios. -¿Ves? Tanto los chicos como las chicas nos sale un liquidito cuando nos estamos a punto de correr. ¿Tú te estás a punto de correr mi cielo?- Incapaz de hablar, mi hijo asintió- ¿Y la paja que te hiciste ayer fue pensando en mamá? – Volvió a asentir, emitiendo ya unos pequeños gemiditos.- Qué dulce eres… De rodillas uno frente al otro, levanté con una mano su barbilla y acerqué sus labios hacia los míos. Mi lengua empezó a jugar con la suya como hacía años que no había hecho y mi hijo empezó a gemir más fuerte. No eran gemidos agudos de dolor, sino más bien sordos y lastimeros, más parecidos a los de un cachorrito que ha perdido a su mamá. Sin que yo lo tocase mi hijo estalló en un descomunal orgasmo, mientras notaba cómo sus descargas de semen iban cayendo sobre mis tetas, mi barriga, mis piernas… Finalmente nuestras bocas se separaron y Álex, con los ojos cerrados, cayó exhausto sobre la toalla. Yo me quedé un rato a su lado, acariciándole el pelo y notando como su leche corría lentamente sobre mi piel. Al final fui al mar a lavarme y me volví a poner el bañador. Con una toalla húmeda lavé el semen de mi hijo y, lentamente, le fui besando en la nuca hasta desperezarlo. Nos volvimos a besar en la boca.
Venga mi cielo, vamos al hotel.
Le cogí de la mano e iniciamos el recorrido de vuelta por las dunas. Aunque durante el camino apenas habláramos, en mi cabeza los pensamientos no paraban de bullir, pensando en todo lo que iba hacer con aquel cuerpecito una vez llegáramos a la habitación del hotel.