Un verano en Mallorca (III/IV)

De cómo madre e hijo disfrutan el uno del otro en la habitación del hotel.

Al llegar a la habitación del hotel y cerrar la puerta detrás nuestro los dos sabíamos que todo iba a ser diferente. Tanto yo como Álex nos desnudamos sin ningún pudor el uno frente al otro. Le cogí de la mano y los dos entramos juntos en la bañera para quitarnos el salitre. Primero Álex me enjabonó a mí, y pude comprobar cómo había perdido ya toda vergüenza: no tenía reparos en agarrarme bien las tetas, frotarme el culo y pasar la mano una y otra vez entre mis piernas. Cuando fue mi turno me sorprendí al ver como su pene volvía a estar erecto. Le dije que qué suerte de tener un amante tan joven, que así nunca me iba a quedar insatisfecha. Los dos nos reímos y nos volvimos a besar en la boca.

Yo salí la primera del baño mientras mi hijo se acababa de enjuagar.  Estaba en la cama, secándome el pelo, cuando sonó el teléfono. Era Irina.

  • ¡Hola preciosa! ¿Qué tal fue con tu hijito?- Disimulando, cerré en silencio la puerta del baño y bajé la voz para que Álex no me oyera.

  • Fue delicioso. Me tocó y nos besamos, y al final se corrió sin que yo le tocara. Hacía tiempo que no había visto algo así...A hora nos hemos duchado juntos y ya volvía a estar erecto.

  • Vaya… Así que hoy será el gran día, ¿no? – Le pregunté extrañada a qué se refería.- A si hoy vas a hacer que Álex pierda la virginidad.

Me ruboricé de sólo pensarlo, pues dicha idea jamás había pasado por mi mente. Consideraba que jugar un poco con mi hijo era normal, incluso necesario, pero que perder la virginidad era algo que debía reservar para más adelante. Irina se rio.

  • ¿Pero qué dices? Es evidente que Álex te excita y que tú le excitas a él. Acostaros juntos es lo mejor que podéis hacer el uno por el otro. Lo que cambiará realmente vuestra relación. – No quise seguir por ese camino y se lo dije.- Ok, pero prométeme una cosa: que si después de acabar con tu hijito todavía tienes ganas de más mi habitación es…

Tuvimos que colgar pues Álex había salido ya del baño. Me preguntó que quién era y le contesté que el servicio de habitaciones. Me tumbé en la cama y le invité a sentarse a mi lado. Se había puesto una toalla del hotel anudada a su cintura, pero se la arranqué en el mismo momento que su espalda tocó las sábanas. Me abalancé sobre su boca y volvimos a besarnos. Estaba muy excitada con la idea de volver a tener sexo después de tantos años, la verdad es que recordando lo que ocurrió aquella tarde la verdad es que hasta me avergüenzo de mi comportamiento. Mi cuerpo desnudo aprisionó al de mi hijo sobre la cama y, poco a poco, fui bajando mi lengua hacia su cuello, sus pezones, su ombligo… Acercándome cada vez más a aquel pene erecto que volvía a palpitar. Estaba ansiosa por gozar de aquel cuerpo y no me molestaba en disimularlo. Mientras tanto Álex apenas se movía, no sé si por vergüenza o porque realmente era tal el placer.

Fui un poco mala. Recurdo que le abrí bien las piernas y que empecé a darle besitos por sus testículos, subiendo con mi lengua por el pene pero sin llegar a tocar su glande, tal y como ya había hecho en la playa… Su respiración se hizo más entrecortada, pero mi hijo seguía sin moverse, dispuesto a soportar todas mis torturas. Finalmente opté por darle su premio: mis labios se cerraron sobre su glande y mi lengua empezó a jugar con él como si fuese un caramelo. Con mucha lentitud empecé con la cabeza un movimiento de delante a atrás, levantando de vez en cuando la vista para ver como mi hijito se ponía cada vez más rojo. Confieso que quería hacer durar aquel momento. En parte para ver disfrutar a mi Álex, y en parte porque dos de mis dedos habían bajado hasta mi vagina y jugaban con mi clítoris, dándome placer allí abajo. No quise sin embargo llegar a correrme: ese era un día para estar con mi hijo, y tenía que darle a él esa oportunidad.

Decidí acabar primero con Álex. Dos dedos de mi mano derecha agarraron la base de su pene y empezaron un suave movimiento arriba y abajo, mientras mi mano izquierda empezó a acariciar sus testículos. Apreté más fuerte mis labios sobre su glande y a los pocos segundos volví a oír aquellos gemiditos de la playa, seguidos de unos chorros de semen tan abundantes como antes, pero que esta vez me tragué con avidez.

Me situé junto a Álex y los dos nos besamos. Se sorprendió al notar el sabor del semen en mi boca y me preguntó si me lo había tragado, si no le había dado asco. Yo me reí.

  • Mi amor… ¿Cómo quieres que me de asco? Es natural. Es la leche de mi niño.

Nos volvimos a besar y estuvimos un rato abrazados. Mi hijo estaba en la gloria. Creo que hasta se durmió un rato y todo, su carita entre los enormes pechos  de su mami y oyendo las olas del mar. Sin embargo su mamá no estaba tan tranquila. Entre mis piernas mi excitación fluía sin que pudiera hacer ya nada para evitarlo e iba dejando un charquito en la cama.

Empecé a besar a Álex en la nuca hasta que despertó y le pregunté si quería ahora él tocar a su mamá. Me dijo que sí. Sin pensarlo dos veces me senté apoyada contra el cabezal de la cama y separé bien mis piernas. Creo que mi hijito se sorprendió al ver lo mojada que estaba. Me preguntó algo pero esta vez era yo la que no podía hablar mucho. Le cogí dos deditos y se los metí allí dentro, enseñándole dónde tenía que apretar. Álex era un buen alumno, y al poco rato supo encontrar mi punto G y los fluidos empezaron a manar todavía con más intensidad, empapando las sábanas. Yo entrecerré los ojos y me apoyé bien contra la cama, concentrándome para llegar al orgasmo.

  • Mamá… ¿Me dejas lamerte?

Álex formuló la pregunta tímidamente. No sabiendo si se lo iba a conceder o si le iba a reprimir por semejante atrevimiento. La verdad es que después de todo lo que habíamos hecho no me podía negar. Con mis manos me separé mis gruesos labios mayores y le presenté el clítoris y los labios menores. Ver la carita de mi hijo hundiéndose en mis profundidades es algo que nunca olvidaré. Al principio su lengua intentaba reproducir el movimiento de sus dedos, entrando y saliendo de mi vagina pero sin lograr alcanzar ningún punto específico. No fue hasta que localizó mi clítoris que no empecé a gemir de verdad. Álex debió de darse cuenta puesto que empezó a castigar con más empeño aquella parte de mi cuerpo, lamiendo y sorbiendo como si su vida dependiese de ello. Yo estaba en el cielo, deseosa durante años de conseguir un orgasmo como aquel.

En el momento de llegar al clímax mis gritos debieron de oírse desde varias plantas de distancia,  moviendo mi trasero arriba y abajo coincidiendo con él máximo placer. Debo decir que, a pesar de eso, mi Álex no dejó en ningún momento de lamerme, dedicado en cuerpo y alma a la tarea de satisfacer a su mamá.

Finalmente, ya tumbada sobre la cama, le acaricié el pelo para indicarle que parara y que me abrazara. MI hijo subió a mi lado y, casi sin aliento, me preguntó si me había gustado. Yo me sonreí. Mis flujos le habían mojado toda la carita y hasta el pelo, bajándole por la barbilla en gruesas gotas que reflejaban todo mi placer.

Le tumbé sobre la cama junto a mí y me dispuse a lamer todo aquel fluido que cubría la carita de mi niño. Imaginé la imagen vista desde fuera: mi enorme cuerpo a cuatro patas inclinado sobre el de mi hijito indefenso, y me recordó al de una gata que lame con ternura a su cachorro recién nacido. Mientras lamía mis fluidos noté como mi hijo volvía a estar erecto. No me lo pensé dos veces: mi mano derecha empezó a frotar su cosita arriba y abajo hasta que, en pocos segundos, mi hijito volvía a eyacular en lo que sería su tercer orgasmo de aquella mañana.

Cuando nos hubimos recuperado cogí a Álex y los dos nos duchamos juntos para limpiarnos bien de aquellos restos de flujo y de semen. Mientras nos duchábamos no paramos de besarnos y de reír, y yo le decía que a partir de ahora siempre que quisiéramos íbamos a jugar a aquellas cositas tan ricas, que no tenían nada de malo. Sin embargo, mi hijo me abrazó y me sorprendió con la siguiente pregunta:

  • Mamá, ¿me dejarás que te folle?

Creo que mi hijo debió de notar como me ruborizaba porque el mismo se ruborizó y apartó su vista de la mía. Salimos de la ducha, nos secamos y me senté frente a él.

  • Cariño, yo pienso que perder la virginidad es algo muy importante, que debes hacer con la persona que realmente quieres…- MI hijo me interrumpió-

  • ¡Pero yo te quiero!

No supe que responder. Le abracé y le dije que ya hablaríamos de eso más adelante. Ambos nos vestimos y bajamos al hall del hotel, aunque ya no cómo madre e hijo, sino como amantes.