Un verano en Mallorca: capítulo final (V/V)

De cómo Irina decide aprovecharse también de la mamá, y de cómo esta acabará haciendo el amor con su hijo.

Nuestras vacaciones en Mallorca habían tocado a su fin, y tanto Álex como yo nos esforzábamos en meter en las maletas toda aquella ropa de verano que sabíamos que tardaríamos años a volver a usar. Lo hacíamos en silencio y casi sin mirarnos, ya que desde el incidente con Irina y sus amigas nuestra relación había dado un giro radical.

Hacía ya una semana de aquel día fatídico. Cuando Álex despertó por fin de su sueño y me vio a su lado no pudo sino empezar a llorar recordando todo lo que había pasado. Yo intenté consolarle, pero él me rechazó. Dijo que se avergonzaba de todo lo ocurrido, que lo que hacíamos era sucio y repugnante, y que por favor le perdonara. De nada sirvió que le asegurara que todo estaba olvidado, que nunca más volveríamos a cruzarnos con esas chicas. Álex decidió no volver a tocarme, y apenas volvió a dirigirme la palabra: cuando me dirigía a él me contestaba sólo con monosílabos, lo cual me hería terriblemente. Por supuesto nada le dije de que había contemplado toda la escena de su violación, y mucho menos lo mucho que me había excitado. Era esa excitación sufrida la que me atormentaba por dentro, la que me hacía sentir culpable y la que, al fin, hizo que me decidiera a no volver a tratar a mi hijo como un amante.

Las maletas casi estaban hechas. Eran las nueve de la mañana y en tres horas debíamos abandonar la habitación. Le pregunté a Álex si me acompañaba a darnos un último baño. Me contestó que sí. Ambos bajamos a nuestra cala particular, pero apenas estuvimos una media hora. Lo justo para darnos un chapuzón y volver al hotel. Era como si aquella isla de ensueño se hubiera convertido en una pesadilla de la que los dos queríamos despertar en nuestra casa de Letonia. De vuelta al hotel comprobé como algunos turistas hacían ya cola para realizar el check-out, por lo que mandé a Álex a recoger la habitación mientras yo me paraba a comprar unas botellas de agua para el camino.

Cuál sería mi sorpresa cuando, al abrir la puerta de mi habitación, me esperaba Irina sentada sobre la cama. Intentando mostrarme imperturbable le pregunté qué hacía allí y dónde estaba Álex. La chica de San Petersburgo se levantó despacio para que pudiera contemplar su cuerpo en todo su esplendor. Sus pechos turgentes y sus largas piernas habían adoptado un maravilloso bronceado durante estos días. Sólo unos shorts i una fina camiseta cubrían aquella figura. Se acercó despacio hasta mí y, susurrándome al oído, me contó que había sido Álex quien la había abierto, que le había dicho que teníamos que hablar y que él había accedido a irse  una hora fuera. Diciendo esto deslizó una mano tras de mí y corrió el pestillo de la habitación. Yo contuve la respiración: allí estaba, sola a merced de aquella chica que tanto me excitaba y, a la vez, tanto daño me había causado.

  • ¿Qué me dices? ¿No vas a aprovechar esta hora?

Entonces algo explotó dentro de mí. No sé si fue el deseo que sentía por Irina o la necesidad de volver a notar unas manos recorriendo mi cuerpo, pero el hecho es que me abalancé sobre ella y ambas caímos sobre la cama. Prácticamente le arranqué aquella camiseta mientras nuestras lenguas se entrelazaban en un tórrido beso. Irina se rio y me quitó a la vez mi ropa. Apenas hablamos. Ella sabía que yo no la había perdonado y que seguía odiándola por todo lo que nos había hecho.  Lo que estábamos haciendo era algo instintivo, ajeno a cualquier razonamiento lógico. La tumbé sobre la cama y levanté la vista para volver a contemplar aquella figura: de nuevo desnuda, de nuevo ansiosa, con sólo la pequeña cruz ortodoxa entre sus pechos subiendo y bajando al ritmo de su respiración jadeante. Bajé la cabeza y me abalancé contra su clítoris. Jamás había hecho aquello. Jamás había deseado tanto hacerlo. Irina estaba muy excitada: apenas mi lengua empezó a jugar con su sexo empezó a emitir unos gemidos que a los pocos minutos culminaron en un terrible orgasmo. Sus chillidos y sus flujos goteando por mi barbilla eran la prueba de ello.

Pero aquel diablo era incansable, y su orgasmo no significaría ni mucho menos una tregua. Ávida de sexo, Irina se abalanzó sobre mi boca para probar el sabor de sus jugos. Tal como unos días antes había hecho con mi hijo, me tendió sobre la cama y empezó a jugar con mi cuerpo sin que pudiese oponer resistencia alguna. Con los ojos cerrados, sentía impotente cómo sus manos se apoderaban de mis enormes pechos mientras su lengua recorría sin prisa la areola de mis pezones. Cuando por fin bajó su cara hasta mi sexo mis flujos manaban de una forma completamente impúdica, empapando por completo mis nalgas. Irina se rio al darse cuenta.

  • Vaya. Parece que lo que le gusta al hijito le gusta también a la mamá.

Abrí los ojos al oír aquello. Iba a decir algo pero me fue imposible: un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando noté la lengua de aquella chica jugando con mi sexo, sorbiendo mi clítoris, bebiéndose aquel mar de jugos que ella misma me provocaba. Fue entonces cuando más lo noté: cómo junto con mis flujos, Irina se estaba bebiendo mi voluntad. Ya no me estaba permitido hablar, tampoco moverme. Sólo gemir. Y mis gemidos eran cada vez más intensos a medida que su lengua castigaba cada vez con más fuerza mi clítoris, siempre con sus enormes ojos azules fijos en los míos. Cuando un mechón de pelo le tapaba la vista ella misma se lo apartaba sin dejar de lamerme un instante, consciente del efecto que aquellos ojos causaban sobre mí.

Así fue como al cabo de unos minutos empecé a aullar de placer, moviendo mis caderas con cada espasmo mientras  Irina se aferraba a mi sexo como quien intenta domar un potro salvaje.  Al final los espasmos cesaron y yo me quedé tendida sobre las sabanas húmedas de sexo y sudor, intentando recuperar el aliento. Irina subió hasta mí. Su pelo enmarañado y el sudor que cubría su piel no hacías más que acrecentar aquella belleza salvaje. Las dos nos besamos y esta vez fui yo la que pasé li lengua por su cuello y su barbilla para intentar limpiarla.

Al cabo de un rato Irina empezó a hablar. Dijo que sentía mucho lo que había sucedido hacía una semana, que su intención no había sido en ningún momento hacernos daño ni a mí ni a mi hijo. Que sólo quería romper con algo que para mí era tabú, demostrándome que no hay que tener miedo a lo que uno siente. Vertí unas lágrimas oyendo aquellas palabras, aunque no sé si de tristeza o de rabia. Mientras hablaba, la mano de Irina fue bajando de nuevo hasta mi sexo.

  • ¿Te acurdas cuando veías cómo jugábamos con tu hijito? ¿Cómo lo vistes todo desde el armario?– Asentí, cerrando los ojos y centrándome en sus caricias.- Bien… ¿Y te acuerdas que hacías mientras tu hijo disfrutaba? ¿Qué es lo que hacías?-  Las caricias aumentaron de ritmo, cada vez más placenteras. Respondí en un susurro.

  • Me masturbaba.

  • ¿Qué? Dilo más fuerte mamá, que no te oigo.- Lo dije más fuerte.- ¿Ves? Mamá se masturbaba mientras veía disfrutar a su hijito. No hay nada de malo en eso. Sólo significa que quieres mucho a tu hijo y deseas lo mejor para él.- Sus dedos empezaron a frotar con fuerza mi clítoris mientras notaba como un nuevo orgasmo se aproximaba.- Dime mamá, ¿te gustaría follarte a tu hijo?

  • Sí. Álex te quierooo…. – Las palabras salieron de lo más hondo de mi corazón mientras de nuevo el placer recorría mi cuerpo. Irina me abrazó y ambas nos besamos. Cuando nos separamos, la chica se levantó y fue hasta el armario que había frente a la cama. Lo abrió y de él salió mi hijo Álex. Tenía los ojos rojos. Se notaba que había estado reprimiendo fuertemente el lloro para que no le descubriese.

  • Espero que me perdones, pero era la única forma de que tu hijo supiera lo que realmente sientes por él. – Irina se colocó detrás de Álex y le bajó el bañador, quedando desnudo frente a mí con una tremenda erección.

  • Pienso que estas todavía pueden ser unas vacaciones especiales, si ambos confesáis realmente lo que sentís el uno por el otro, ¿no os parece?

Ambos estuvimos mirándonos un rato en silencio, sin saber qué decir. Al final entendimos que sobraban las palabras. Álex se abalanzó sobre mí y ambos nos besamos como nunca, deseosos de demostrarnos lo que realmente sentíamos. Mientras Irina se quedaba discretamente en un segundo plano, Álex empezó a acariciar mi cuerpo, aparentemente ajeno al sudor y los flujos que lo cubrían y que le daban una textura un tanto pegajosa. Eran las mismas caricias de cuando jugábamos solos en la playa, de cuando por la mañana nos despertábamos abrazados con el murmullo de las olas. Con lágrimas de alegría en los ojos decidí no hacerle esperar. Cogí su miembro con la mano y lo dirigí hacia mi sexo. Cuando Álex notó su pene en mi interior levantó la cabeza y me miró con lágrimas en los ojos. -  Mamá, te quiero.

Yo le abracé con mis piernas mientras mi hijo iniciaba con su pelvis unos instintivos movimientos que nunca nadie le enseñó. Duró muy poco. Al cabo de unos segundos inundó mi vagina con su leche y, exhausto, quedó tendido con su carita entre mis pechos. Yo le acaricié el pelo mientras notaba aquella humedad diferente deslizarse entre mis piernas. Irina se acercó sin hacer ruñido y recogió su ropa. Se vistió y, antes de irse, me besó a mí en los labios y a mi hijo en la frente. Nosotros no podíamos esperar mucho más. Ya casi eran las doce y pronto nos vendría a buscar el autocar que nos conduciría al aeropuerto. Tuvimos el tiempo justo para darnos una ducha y vestirnos.

En el avión de vuelta, mientras contemplaba las nubes por la ventanilla, Álex dormía con la cabeza apoyada sobre mi hombro. Le observé y me embargó una sensación de tranquilidad, mientras fantaseaba en cómo sería nuestra vida a partir de ahora. Aún faltaban unos años para que Álex saliera con chicas, y mientras tanto iba a tenerlo sólo para mí. ¿Por qué no? Pensaba en que dormiríamos juntos en mi cama de matrimonio, y que su habitación sólo la utilizaría para estudiar y poco más. Pensaba en que los fines de semana nos levantaríamos tarde y haríamos el amor mientras veíamos cómo la nieve caía tras los cristales, cómo luego iríamos a comer a casa de los abuelos como si nada hubiese pasado… Tenía muchas esperanzas puestas en el futuro. Un futuro que se auguraba esperanzador gracias a este verano en Mallorca.