Un verano con su hija

El deseo que empezó a sentir por la amiga de su hija le llevó a un final inesperado.

Este relato está basado en personas que conozco excepto por algunos detalles. Obviamente, nombres y apellidos están cambiados.

Se preveía un verano muy caluroso. Por lo menos, aquel primero de agosto así lo parecía. Carlos Moreno abrió la nevera y se sirvió la tercera cerveza del día para huir de la canícula que imperaba en el exterior. El primer sorbo le refrescó la garganta asfixiada. Tras el segundo empezó a notar cómo el alcohol empezaba a subírsele a la cabeza.

Se fijó en la hora. Las once y cuarto.

No deberías beber tanto de buena mañana.

Pero ¡qué coño! era el primer día de vacaciones y bien se merecía relajarse tras un ejercicio especialmente duro en la empresa. Además, las chicas aún no se habían levantado. Nadie iba a notar nada.

Pronto iban a quitarle la razón. Mientras sacaba una lata de aceitunas del armario de la cocina para acompañar la cerveza, una figura atravesó como una exhalación el panorama que se observaba desde la ventana. Era Sonia, la amiga íntima de su hija Lucía que iba a pasar unos días con ellos.

La chica corrió por el césped hasta la piscina, tendió de cualquier forma su toalla sobre la hierba verde y se despojó en un santiamén de la camiseta de tirantes que llevaba sobre el bikini. Sin darse cuenta de su presencia no tardó en echarse al agua.

Carlos envidió aquella energía juvenil. Y, al mismo tiempo, quizá por culpa del alcohol que llevaba encima, se preguntó si no sería interesante observar a Sonia desde una posición más ventajosa.

Salió de la cocina con la cerveza y sin las aceitunas. Desde la ventana del baño de la planta baja había una buena vista de la piscina y sus alrededores. Dudaba que Lucía quisiera utilizarlo, teniendo el de arriba. Allí se dirigió. Cerró el pestillo, le dio un sorbo a la cerveza y se puso a espiar tras la persiana entreabierta.

En aquel momento, Sonia nadaba al estilo braza. Era una chica bastante mona, de cara pecosa y sonrisa pícara, un poco más bajita que Lucía, redondita de formas, aunque compacta. Nunca le había despertado una especial atracción así que atribuyó lo que estaba haciendo a la combinación del alcohol, el calor y el largo período de sequía que llevaba en su vida sexual.

Hacía dos años que se había divorciado de su mujer, Carmen, y, entre el trabajo y las preocupaciones para pagar la nueva hipoteca y la manutención de su ex y su hija, su vida sexual había sido un páramo desierto sólo punteado por algún ligue rápido en un bar de copas con divorciadas poco interesantes.

Pero aquel año las ventas en la empresa habían ido bien y Carlos se llevó una importante prima. Con ella, había alquilado aquel chalé en la sierra y así había podido alejarse del ruido de la ciudad y descansar por fin. Bueno, eso si aquel par de locas que eran su hija y su amiga le dejaban un poco tranquilo durante el mes que Lucía pasaría con él.

El panorama no había cambiado demasiado mientras reflexionaba sobre aquello. Sonia seguía nadando pausadamente, pero, cuando ya empezaba a pensar que lo de esconderse en el baño había sido una estupidez, la chica se acercó a la escalerilla y surgió del agua.

Pudo fijarse entonces en su figura. Parecía más esbelta de lo que la recordaba. Llevaba un bikini rojo que resaltaba sus pechos respingones y que envolvía sucintamente sus anchas caderas. Se estiró ante su mirada, marcando con ello las turgentes formas propias de su juventud. Luego meneó la melena mojada con un movimiento que puso en marcha todas sus curvas. Recogió la toalla y empezó a secarse el pelo.

Carlos fue notando cómo gradualmente empezaba a hinchársele el pene mientras contemplaba aquella chica joven y tierna. Más lo hizo cuando empezó a frotarse el cuerpo con crema solar. Los dedos de la chica recorrieron lentamente la cara, el cuello, la nuca, el inicio de sus suaves senos, el vientre terso y plano, los muslos fuertes y suaves. Cuando acabó y se tendió sobre la tumbona para tomar el Sol, la verga de Carlos ya estaba en su máximo esplendor y pugnaba por salir de su propio bañador.

Se quitó la prenda rápidamente y se la agarró con la mano derecha. No tardó en acariciársela lentamente. La posición de la tumbona era inmejorable. Sonia estaba tendida encarada hacia él, las piernas ligeramente entreabiertas. El bikini a duras penas escondía el pubis de Sonia; el monte de Venus se marcaba claramente y los labios de su joven vulva se insinuaban en la tela roja. Más arriba, la parte baja de sus firmes pechos aparecía levemente bajo el sujetador.

¡Qué bonito espectáculo le proporcionaba aquella chiquilla! Los movimientos de su mano derecha se fueron haciendo más rápidos, mientras con la mano izquierda se agarraba los grandes testículos y les daba unos apretones intermitentes.

Quizá hacía más de una semana que no se masturbaba y la excitación lo estaba volviendo loco. Bajó el ritmo para no correrse demasiado rápido, aunque le costó una barbaridad. Ella, de vez en cuando, se acariciaba alguna parte de su cuerpo, como si le estuviera provocando. Ahora se rascaba un pecho, luego un muslo, luego frotaba levemente el vientre sinuoso…

Empezaba a notar que, a pesar de sus esfuerzos, el orgasmo se aproximaba cuando, de pronto, alguien nuevo apareció en escena. Era su hija Lucía, que se aproximó a su amiga enfundada en un sucinto bikini negro. Mientras lo hacía, emborrachado en su propia excitación, Carlos no pudo dejar de observar la increíble belleza de su hija. Rubia natural, guapa como una diosa, los pechos que parecían querer escarparse de las copas negras eran grandes y turgentes como lo habían sido los de su madre; más abajo, un vientre perfecto era la antesala de unos muslos atléticos que englobaban el más profundo de sus secretos.

Mientras se acercaba a su amiga, pudo recrearse a placer en su forma de guitarra, con aquel culo que parecía pedir a gritos unas manos que lo amasaran sin compasión.

¡No, cómo puedo pensar así de mi hija! pensó Carlos, que se dio cuenta que no había dejado de manosearse la polla mientras la miraba. La tenía tan dura que parecía a punto de reventar.

Debe ser el alcohol, sí, y la excitación que me ha provocado Sonia.

Dejó de tocarse, pero no pudo dejar de mirar a las dos chicas. Sonia se había girado para ponerse boca abajo, mostrándole casi todas las redondas nalgas. Lucía se montó a horcajadas sobre su amiga y empezó aplicarle crema solar en la espalda. Al inclinarse de aquella forma, el culo de su hija se puso en pompa y pareció aún más macizo. En aquel momento, Lucía empezó a dejar de ser su hija para ser un objeto de profunda atracción y deseo.

Sus manos volvieron a acariciar verga y huevos, mientras pensaba Sólo es una paja, no estoy haciendo nada malo con ella, una paja sólo… mientras las manos de Lucía empezaron a recorrer las abultadas nalgas de su amiga, sin parar de frotar.

¡Madre mía! ¡Esto es insoportable! El ritmo de su mano derecha empezó a ser frenético cuando las manos de su hija empezaron a deslizarse por los rollizos muslos de su amiga. Con la mano izquierda se apretaba los testículos cada vez más cargados. Aquello ya no podía durar demasiado más.

El colofón, lo que le llevó al clímax más intenso, llegó cuando Lucía dejó a su amiga, se levantó y, como si supiera que aquel maduro macho necesitado la estaba espiando, se desperezó de cara a él, plegando los brazos hacia atrás en la pose más sensual que pudiera imaginarse. Su padre, al borde del infarto, vio aquellas hermosas tetas adelantarse como obuses de carne. Ya no vio más.

Cerró los ojos cuando el orgasmo más intenso que había tenido en siglos le atravesó como una lanza al rojo vivo. Un chorro compacto de semen escapó del extremo de su erecta polla; otro, aún más poderoso fue a estrellarse contra el marco de la ventana.

Las manos de Carlos siguieron manoseando sus genitales mientras otros sucesivos borbotones le dejaban seco y le hacían estremecer con el placer más poderoso y oscuro. Finalmente, se apoyó en el marco de la ventana, agotado, mientras las últimas gotas de crema seminal abandonaban el glande de su propietario.

Volvió a abrir los ojos, levantó la vista para ver que Lucía y su amiga se habían tirado al agua y jugaban a salpicarse mutuamente. Se sintió conmocionado, culpable por haber sentido aquel deseo por aquellas chicas tan jóvenes y, aún peor, siendo una su propia hija.

Necesitaba una ducha para limpiar cuerpo y alma. Decidió alejarse de ahí para ducharse en el baño de la primera planta. Mientras recogía el bañador notó que aún le temblaban las piernas. Lentamente, salió y empezó a subir las escaleras.

¡Si queréis más, solo tenéis que pedirlo!