Un verano con su hija 9

Carlos vuelve a tener dudas, Sonia se enfada con él pero encuentra la forma de resarcirse.

Para Alexia, lectora pertinaz y compañera de confidencias

Cuando despertó ya se ponía el sol. Sonia no estaba. Lucía estaba tendida a su lado, de espaldas a él, durmiendo profundamente. La visión era espléndida; contempló extasiado la magnífica curva de su espalda y su trasero. Sin embargo, no se excitó. Lo que sintió fue bastante más profundo.

Se levantó, intentado no hacer ruido. Se puso un pantalón corto y una camiseta y bajó al piso de abajo. Sonia estaba en la cocina, poniendo la mesa.

—Tengo hambre. ¿Tú también?

—Ahora sí —dijo estudiando las fuentes que ella iba colocando en la mesa.

Ella se acercó, le abrazó y se estiró para darle un besito en los labios.

—¿Qué tal está mi hombretón? ¿Satisfecho?

—Extenuado.

—Ja, ja. ¡No me extraña! ¡Te hemos dado mucha caña estos días! ¡Pero no me dirás que no ha merecido la pena!

—¿Tú estás bien?

—De maravilla. ¿Preparado para otra sesión esta noche?

—De eso te quería hablar. Casi preferiría que no.

—¿Que no? ¿Que no qué?

—Que lo de hoy ha sido maravilloso, de verdad. Pero me gustaría que la próxima vez estuviéramos Lucía y yo solos.

Ella se apartó un poco, suspicaz.

—Me parece un poco egoísta.

—Lo sé, pero es que es lo que me apetece ahora mismo.

—Oye, ¿no te habrás enamorado de tu hija?

—Bueno, algo así.

Ella se puso a reír.

—¡Qué romántico! ¿Eso ha sido antes o después de follarle las tetas?

—Eso no tiene nada que ver.

—¿Qué pasa? ¿Te da vergüenza reconocer que te pone cachondo? ¿Y lo justificas con romanticismo barato?

—No es eso. Yo la quiero porque es mi hija. Y claro que me atrae físicamente, pero, al mismo tiempo, estoy empezando a sentir algo distinto.

—Me parece que es lo que te quieres creer. Pero, bueno, si es lo que quieres, no me voy a meter. Ya veremos qué piensa ella. Yo mañana me voy y ya os apañaréis con vuestros rollos. Ahora, cuando le pidas que se case contigo o algo, me avisáis, que quiero ser la dama de honor.

—¿Estás celosa?

—¿Celosa? ¿Por ti?

—O por ella.

—Tío, yo solo quiero disfrutar. Y los dos me ponéis a tope. Y, sí, me encantó veros follar y participar, aunque fuera un poco al margen; fue inmenso. Y sí, quiero repetir, hoy, mañana o cuando sea. Y me molesta que me apartes cuando todo me lo debes a mí. ¿Qué es? ¿La crisis de los cuarenta o algo?

—No lo entiendes.

—No, eres tú el que no lo entiende. Este rollo no va de amor, va de sexo, sexo puro y duro. Llevas unos días caliente por tu hija, por ese cuerpazo que gasta, por lo que tiene todo esto de morboso, porque servidora te la ha puesto en bandeja provocándoos a los dos todo lo que ha sabido y más. ¿Que la quieres? Vale, pero ya está, no hay nada más. Solo sexo.

¿Tenía razón? Y si la tenía, ¿eso era bueno o malo? ¿O le estaba volviendo a manipular, algo en lo que parecía haberse convertido en una experta?

—Tío, te acabas de despertar y me parece que le tienes que dar una vuelta a esos pensamientos. Si quieres, hoy nada de nada, mañana me voy y a partir de ahí la luna de miel. Pero te aviso, si algo va mal entre vosotros, luego no me vengas a pedir favores.

Se sentó a la mesa y empezó a pelar una manzana.

—Me sabría mal que nos peleáramos por esto.

—Peléate tú. Yo me voy a comer esta manzana.

No era el momento para seguir discutiendo. Cogió una cerveza y salió al césped de la piscina, hecho otra vez un lío.

Un rato después, Lucía apareció a su lado. Llevaba puesta una camiseta de él que marcaba generosamente sus firmes curvas y que no cubría demasiado de sus muslos torneados. Le dio un beso en la mejilla y le miró con esa mirada inocente que tan bien sabía poner.

—Hola, papi. ¿Has dormido bien?

No le llamaba así desde que era una niña. Le pasó un brazo por los hombros.

—Como un lirón.

—Pobre papi. Debes estar cansado con tanta actividad.

—¿Tú estás bien?

—Claro.

—¿No te arrepientes?

—¿Por qué?

—Bueno, ya sabes, tú y yo y Sonia…

—¡No había disfrutado tanto en la vida!

Volvió a arrimarse a él. Carlos bajó una mano hasta un pecho, masajeándolo suavemente.

—Me ha dicho Sonia que quieres descansar hasta mañana. Que no aguantas más de dos polvos por día.

—¿Eso te ha dicho?

—Bueno, estaba un poco borde.

—Es que estoy hecho un lío. Esta situación me sobrepasa un poco. Necesito pensar.

—Pero no pienses mucho que ya te echo en falta.

Le acarició la barriga, le dio otro besito y volvió a entrar, contoneando las caderas y mostrando buena parte de sus muslos. Así era imposible pensar nada.

La cena transcurrió sin grandes incidencias, entre conversaciones banales y algunas pullas más o menos soterradas de Sonia. Luego, como la noche estaba bochornosa, las chicas fueron a darse un chapuzón. Él las contempló, recreándose en sus formas a la luz de la Luna, mientras se tomaba un whisky que no le sirvió para aclarar las ideas. Cuando se fueron a dormir, las chicas le abandonaron ante su habitación.

—Dejemos a tu padre que duerma solo. Si no, igual le coge un ictus o algo peor.

—No digas burradas, papá está muy en forma. ¿Verdad, papá?

—No tanto. Creo que a partir de mañana me iré a correr contigo.

—Vamos a pasar por alto el doble sentido de esta frase, Carlos.

Lucía se rio y él tampoco pudo evitarlo. Al final, se rompía un poco la tensión. Lucía le dio un beso de buenas noches y se metió en su cuarto. Sonia se le acercó.

—¿A qué hora viene Carmen?

—Temprano. Dice que está harta del calor de la ciudad.

—Ya ingeniaremos algo.

Le costó dormir. No paraba de darle vueltas a los mismos pensamientos, a lo que deseaba y lo que quería, a lo que estaba bien o estaba mal, a que dos chicas a las que más que doblaba la edad le hicieran bailar de esa manera. Casi le aterraba la perspectiva de quedarse solo con Lucía: ¿Seguiría Lucía en el juego, ahora que su amiga no estaría? ¿Se dejaría llevar por sus instintos o sería el padre responsable que nunca había sido? ¿Y Sonia, qué papel jugaría a partir de aquel momento?

Cuando finalmente se durmió, lo hizo mal, con sueños eróticos y pesadillas casi abstractas. En todos salía Lucía, pero Sonia solo en uno, para recriminarle que era un padre horrendo y un amante aún peor.

Le despertó un claxon. ¿Qué hora era? Las diez, ya. El claxon. Debía ser Carmen. Se lavó la cara a toda prisa y se vistió con lo primero que encontró. Cuando llegó abajo, Carmen estaba en el porche, charlando con las chicas. Lucía aún llevaba puesta la ropa de deporte y Sonia llevaba el bikini verde.

—Míralo, el dormilón.

Se dieron dos besos de cortesía. Carmen estaba rutilante, con una camiseta sin mangas que realzaba sus tetas y un pantalón pirata ajustado a sus amplias caderas. Aún conservaba buena parte de la belleza que tanto le había atraído de joven. Belleza y no mucho más, todo había que decirlo.

—¿Cómo estás cuidando a mis dos niñitas?

—Nosotras lo cuidamos a él, ¿verdad, Carlos?

—Nos cuidamos los unos a los otros.

—Si no fuera por nosotras, se habría sentido muy solo, el pobre.

—¿Te marean mucho estas dos dementes?

—Le mareamos mucho, pero se lo está pasando muy bien, ¿a que sí, Luci? ¿A que hacía tiempo que papá no se lo pasaba tan bien contigo?

—Va, para ya. Vamos a enseñarle a mamá dónde cambiarse.

Entraron en la casa. Carlos le lanzó una mirada asesina a Sonia, que replicó con un mohín condescendiente.

—¿No pensarás…?

—No pienso nada. Eres tú el que piensa. Demasiado. No pienses tanto y déjate llevar.

Y siguió a las otras dos.

La piscina volvió a ser el centro de las actividades. Carmen se había puesto un bikini negro casi a juego con el de Lucía. Aunque su cuerpo ya no era el de sus mejores años, aún conservaba buena parte de su atractivo. De hecho, hasta estaba un poco más delgada y fibrosa, seguramente porque volvía a estar en el escaparate. Los pechos, aún más grandes que los de su hija, mantenían cierta firmeza, el vientre solo un poco abombado y las caderas, aunque ensanchadas por la edad y el parto, no desmerecían del resto.

Después de bañarse, se sentaron en las tumbonas a charlar un rato. Madre e hija juntas, Sonia con Carlos:

—¡Qué guapas estáis las dos! ¡A que sí, Carlos, a que están para comérselas!

—Anda, ¡qué exagerada que eres! Lucía es muy guapa, yo ya estoy muy vieja.

—Díselo, Carlos, si parece su hermana mayor.

—Bueno, sí, la verdad es que te ves muy bien —¿se estaba sonrojando?

—Tú también, Carlos, pero ya no somos los chavales que fuimos.

—Pero seguro que aún os va la marcha. Me dijo Lucía que tienes un novio.

—Bueno, casi, de momento no se deja mucho.

—Debe ser idiota. ¿Quién le haría ascos a ese cuerpazo? Igual es gay…

—No creo. No es lo que dicen en la empresa.

—Ah, ¿es de la empresa? ¿tu jefe o algo?

—Tú le conoces, Carlos. Es ese chico que vino al cumpleaños de mi hermana.

Él llevaba un buen rato comparando los escotes de madre e hija y no oyó las últimas palabras.

—¿Carlos?

—Sí, perdón.

—Ves cómo aún estás de muy buen ver. Si hasta tu ex no te saca los ojos de encima.

Carmen pareció un poco azorada.

—No me miraba así los últimos años. De hecho, ni me miraba.

Se hizo un silencio tenso. Carlos se levantó.

—¿Queréis unos aperitivos? Creo que quedan aceitunas y también hay patatas fritas.

—Sí, papá, ve a buscar algo.

Se levantó y se fue a la cocina. Cuando sacó las latas de la despensa, Sonia apareció a su lado.

—Yo no me voy sin una despedida en toda la regla.

—¿Qué…?

Pero antes de que pudiera acabar, ella ya se había arrodillado y le tocaba la entrepierna.

—Llevo más de un día sin probar esto. Tengo el mono.

Lo estuvo frotando un rato. Él no pudo evitar empezar a empalmarse.

—¡Estás loca! ¡Pueden entrar en cualquier momento!

—Se han puesto a charlar de modelitos. Estarán horas. Pero tú vigila, por si acaso.

Le metió la mano en la bragueta del bañador y se puso a recorrer con los dedos la tensa piel de su polla. Desde su posición veía a madre e hija a sus cosas.

—Qué buena está Carmen, ¿verdad? Es toda una MILF. ¿Follaba bien?

Le bajó el bañador y le sacó la verga, ya bien dura. Empezó a recorrerla con los labios, luego con la lengua.

—¿Te la chupaba? ¿Se tragaba la leche o era de las de escupir?

Fuera, Lucía había sacado la crema solar de una bolsa. Carmen se tendió en la tumbona boca abajo, se desabrochó el bikini y Lucía empezó a aplicar la crema sobre la espalda de su madre. Al inclinarse, los pechos de Lucía parecían aún más exuberantes. Ahora sí que la tenía bien dura.

—¿Te corrías encima de ella, en la cara, en las tetas?

Sonia le masturbaba mientras le lamía el glande entre pregunta y pregunta. Lucía siguió masajeando la espalda de su madre, acercándose cada vez más al culo. Levantó la vista, le vio tras el cristal de la ventana y le saludó. Entonces, se aplicó un poco más de crema en las manos y empezó a frotarle las nalgas a su madre. Era como aquel primer día con Sonia, pero mucho más caliente.

—¿Le follabas las tetas? ¿Pensabas en Lucía mientras te la follabas?

Sonia se levantó y miró al exterior.

—¡Joder, qué vistas!

Se bajó la parte inferior del bikini y empezó a restregar el culo contra su polla.

—¡Nos van a ver!

—¡No me importa! ¡Madre mía, qué par de tías! ¿Te imaginas hacerlo con las dos a la vez?

Él la inclinó para penetrarla y para que no se la viera desde fuera. Le metió dos dedos entre las piernas. Estaba bien mojada. Aquella chiquilla era un volcán siempre a punto de la erupción.

Se la metió sin demasiadas contemplaciones y empezó a follarla con fuerza.

—¡Sí, dame duro, papá! —gimió mientras se agarraba a la mesa.

¡Qué locura! Carmen se giró y se puso boca arriba, sosteniendo a duras penas el sujetador del bikini contra sus abultados senos. Lucía le dijo algo y, riendo, se lo sacó de encima. Luego, se embadurnó las manos con más crema y empezó a frotar las tetas desnudas de su madre.

—¡Jo-der!

—¿Qué pasa?

Sonia volvió a levantar la cabeza.

—¡Hostia, puta! —y fue ella la que entonces empezó a menearse con más fuerza—. ¿Carmen… es… bollera?

—¡Que yo sepa, no!

—¡Hos… tia, míralas! ¡Vaya tetazas! ¡Esto es supercaliente!

Las manos de Lucía frotaron los grandes pechos de su madre. Obviaba los grandes pezones oscuros que de lejos parecía que habían empezado a erguirse. Un poco.

Carmen le apartó las manos a su hija, que empezó a deslizarlas por su barriga. Frotando, frotando, hasta llegar al límite de su braguita negra, los finos dedos rozando los pliegues del bajo vientre.

Carmen la apartó, riendo. Lucía también rio y se dedicó con cuidado a los muslos atléticos de su madre.

Los dos que follaban en la cocina estaban ya al límite. Carlos empujó con más ritmo, haciendo que Sonia volviera a plegarse y a desaparecer de la vista de las otras dos. Carmen volvió a tumbarse boca abajo. Lucía levantó la mirada y la cruzó con la suya. Para su sorpresa le hizo un signo de aprobación con los dedos. Luego, se bajó las copas del bikini, se cogió los pechos y se pellizcó los pezones.

Carmen, de espaldas a ella y con los ojos cerrados, pareció no darse cuenta de nada de lo que ocurría a su alrededor. Eso aún le excitó más. Dio tres o cuatro empellones y se corrió dentro del sexo de Sonia, que ya hacía un rato que se retorcía con furia, soltando más humedad por la rosada boca de su caliente vagina.

Se agarró con fuerza a sus caderas, para no perder el equilibrio, y se apoyó en la espalda de la muchacha, que daba sus últimas boqueadas. Los últimos estertores del orgasmo dispersaron más semen dentro de aquella muchacha caliente.

Sonia levantó la cabeza. Lucía al verla sonrió y movió los labios.

—¿Qué dice?

—Déjame algo para mí. ¡Zorrilla!

Lentamente se separaron. Sonia se ajustó la ropa, abrió la nevera y sacó unas bebidas. Él, que casi no se tenía en pie, se encargó de los aperitivos.

Al salir, Lucía les guiñó un ojo.

—Habéis tardado mucho.

—Tu padre, que no encontraba las aceitunas.

Era la más rápida mintiendo a ese lado del Mississippi.

Tras dejar comida y bebida, se echaron al agua, para refrescarse y eliminar aromas sospechosos. Luego comieron alegremente, como una familia normal.

El resto del día pasó plácidamente. Sonia, al parecer satisfecha, había declarado el armisticio. Fueron a comer a la pizzería. Luego de una larga siesta y de que Sonia hiciera rápidamente sus maletas, se preparó para marchar con Carmen.

—¡Qué envidia, Carlos! Me parece que no te pediré permiso para volver otro finde.

—Ven cuando quieras, mamá, serás muy bienvenida.

—Cuida de Lucía, Carlos. Mímala, que lo necesita.

—No sufras, Carmen. La mimará de sobras, ¿verdad, Carlos?

—Papá me está cuidando muy bien, como nunca.

—Eso espero.

Se abrazó a su hija. Él no pudo evitar fijar la mirada en la colisión de sus tetas.

—Venga, vámonos, Sonia, despídete de tu amiga.

Sonia se abrazó a Lucía y le dijo algo al oído. Las dos se rieron. Luego se abrazó a Carlos. También acercó los labios a su oído.

—Cuando te la folles, también piensa en mí.

Se separó, les saludó con la mano y se subió al coche, donde ya la esperaba Carmen. No tardaron en alejarse. Lucía se abrazó a su costado.

—Bueno, papá. ¿Qué planes tienes para esta noche?

Él le miró la carita de muñeca.

—Todos, cariño. Todos.

Hola, de nuevo. Este será por ahora el último episodio de esta serie. A los que habéis llegado hasta aquí, habéis valorado y habéis comentado, muchas gracias. Cuando empecé, no me imaginaba ni de casualidad el éxito de esta empresa (cuando escribo, 205.522 accesos, 303 valoraciones y 41 comentarios). No sé si es mucho o poco pero para mí es importante.

Mañana vuelvo al trabajo y tendré menos tiempo. También quiero dedicarle más a un proyecto de libro de relatos de otro género en el que hace años que estoy trabajando. Aún así, intentaré escribir algo de vez en cuando, de esta serie o relatos sueltos. Ahora hasta me parecería hasta "feo" parar.

De nuevo muchas gracias y hasta la próxima.