Un verano con su hija 7

La noche lleva al día y, tras una escapada a la ciudad y más dudas de casi todos, parece que, por fin, las cosas empiezan a quedar claras. O no.

Hola, no repetiré más los agradecimientos a comentarios y valoraciones, los dos se agradecen mucho (sobre todo los primeros). Un lector me ha hecho algunas sugerencias. También se agradecen pero que nadie se lo tome como peticiones que vaya a cumplir. Si me gustan, puede que las siga; si no, pues eso. Ah, y también se agradecen las críticas negativas, de cualquier tipo. Aunque repaso los episodios (cada vez más) se me pueden escapar errores. La lástima es, que una vez publicado, no se pueda editar. Bueno, sin más dilación, el séptimo:

Cuando todo acabó, Sonia le dio un beso en los labios y salió también de la piscina. Recogió su ropa y entró en la casa. Él se quedó ahí un rato, aún alucinado por lo que acababa de ocurrir. Si alguien se lo hubiera dicho solo cuatro días antes, le habría tratado de loco o de enfermo. Pero ahora…

Salió del agua, se secó con una toalla que alguien había dejado tirada por ahí y entró en la casa. Las chicas habían dejado un rastro húmedo hasta la puerta de su habitación. Plantó la oreja sobre la puerta, pero no escuchó nada. Se fue a dormir.

A la mañana siguiente, casi al mediodía, volvió a ser el primero en levantarse. Desayunó un par de tostadas y un café bien cargado. No paraba de darle vueltas a lo que haría cuando volviera a ver a su hija. ¿Y ella? ¿Cómo reaccionaría? Esperaba poder ver antes a Sonia, saber si las dos amigas habían hablado. Parecía mentira que él, que se las tenía por un hombre de mundo, necesitara el consejo de una chiquilla recién llegada a la edad adulta. Una chiquilla que estaba haciendo con él lo que quería. Sonrió. ¿O lo que querían los dos?

Paula fue la primera en bajar. Parecía la única persona sensata en aquel momento en aquella casa. No parecía muy resacosa. Se tomó un zumo de naranja y propuso un almuerzo ligero antes de que volvieran a la ciudad. Tenía una forma de comportarse un poco infantil, con su tono alegre y sus bromas inocentonas. No pudo evitar preguntarse si aún sería virgen.

Marta bajó un rato más tarde. Llevaba puestas las gafas de sol y tenía la apariencia de alguien a quien acabara de atropellar un cercanías. Sin duda, era la que más había bebido, aunque eso no había sido un obstáculo para acabar la fiesta masturbándose en el baño. ¿Qué les daban a algunas chicas en esos días? ¿Serían las hormonas de las hamburguesas o algo así?

La chica no comió nada y solo tuvo ánimos para tumbarse fuera al sol. Paula, mientras tanto, le preguntó si le habían molestado y si había pasado buena noche. Sí, pensó, me han “molestado” dos chicas, una de las cuales es mi propia hija, y me he corrido en sus caras. Supongo que se le puede llamar una buena noche.

Cuando Paula se fue a su vez a tomar el sol, bajó Sonia.

—Aún duerme.

—Qué te dijo anoche.

—Nada. Se había tumbado en el otro lado de la cama, en el pequeño espacio que le dejaba Paula, tal cual, en pelotas. La llamé susurrando, pero se hizo la dormida.

—Estará confusa.

—Ya.

Aprovechando que estaban en un lado desde el que no se les veía desde el exterior, se sentó en su regazo y empezó a morrearle sin miramientos.

—Lo de anoche ha sido lo más excitante que me ha pasado en la vida. ¿Y a ti? —dijo Sonia entre beso y beso.

—No lo sé. Yo también estoy confundido. Ya no sé qué está bien ni qué está mal. Temo perderla.

—No la perderás. De eso me encargo yo.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

—La conozco mejor que nadie.

—Pero no en estas circunstancias.

—No, es verdad. Pero ya la viste ayer. Te desea y cuando se quite de encima los prejuicios, no te la sacarás de encima. Eh, y cuando eso pase, no te olvides de quién lo empezó todo.

—¿Y tú? No te acabo de entender. Eres su mejor amiga y la estás incitando a hacer cosas que la pueden trastornar.

—Ahí reconozco que tienes razón, pero es que no puedo evitarlo. Todo esto me pone como nunca me había puesto. Debe ser por lo que tiene de prohibido. Pero se puede decir más o menos lo mismo de ti, ¿no?

Tenía razón. Vaya padre estaba hecho. Recorrió la suave espalda de Sonia mientras esta volvía a besarle.

—Paro ya o montaremos un espectáculo delante de todo el mundo.

Se bajó y se fue también a la piscina para darse un chapuzón.

Ya habían puesto la mesa cuando bajó Lucía. Llevaba puestas también las gafas de sol y la ropa amplia de dos días antes. No le dirigió la mirada y casi no habló durante toda la comida, aunque Paula y Marta estaban especialmente animadas contando sus futuros planes de vacaciones. Solo una vez se cruzaron sus miradas y se puso colorada. Sonia, mientras tanto, los observaba con la mirada de una entomóloga.

Después de comer las acompañó a la estación del tren. Sonia y Lucía habían decidido pasar la tarde con sus amigas en un centro comercial de la ciudad. Él dedujo que su hija quería poner tierra de por medio. Antes de despedirse, Sonia le hizo un gesto con el móvil mientras le guiñaba un ojo.

Cuando volvió a la casa, tomó una cerveza de la nevera y enseguida se dirigió al ordenador, móvil en mano. Necesitaba saber. Escribió “incesto” en el navegador. Encontró de todo un poco: definiciones y términos legales, noticias de sucesos, pedofilia y violación, análisis antropológicos… No llegó a ninguna conclusión.

No tardó en encontrar lo que corría por el mundo del porno: vídeos, imágenes, webs de relatos más o menos eróticos. Lo que parecía el mayor tabú para la inmensa mayoría, era una de las fantasías más habituales para muchos. ¿Es que gran parte de la sociedad era hipócrita? Como había tenido una vida sexual bastante activa y provechosa, no tenía mucha experiencia con el porno en internet. Y ahora empezaba a darse cuenta de algunas cosas.

Volvió al álbum de fotos familiar y repasó las fotos de Lucía desde que era un bebé. En una imagen de cuando no era más que una niña le besaba la mejilla a una miniSonia, las dos mirando a la cámara, su amiga sonriendo de oreja a oreja. Quién lo hubiera dicho entonces.

Fue pasando rápido las imágenes, viendo cómo crecía Lucía ante sus ojos, convirtiéndose en una joven cada vez más imponente. El amor de padre fue dejando paso a la lujuria, en una mezcla que rozaba el absurdo. Se vio perdido sin remisión.

Volvió a su investigación. Tuvo curiosidad por encontrar los cómics japoneses que eran la fuente de inspiración del hermano de Marta. Había un montón, desde los más cerdos a los que representaban verdaderas historias de amor entre hermanos. ¿Amor? ¿Sexo puro y duro? ¿Las dos cosas a la vez?

Tanto rato entre ese material le había puesto muy caliente y la verga le pedía a gritos que la liberara de su opresión. Iba a hacerlo cuando sonó el tono de una videollamada. Sonia otra vez.

Otra vez la imagen de un techo. Le resultaba familiar.

Lucía : Fue asqueroso.

Sonia : Pero te gustó.

Lucía : Estaba borracha, así no cuenta.

Sonia : No estabas tan borracha.

Lucía : Lo suficiente.

Sonia : El alcohol lo único que hace es desinhibir. Algo había en tu cerebrito que te lo pedía y el alcohol te quitó el freno.

Lucía : Ahora no te hagas la doctora. Fue asqueroso. Él ahí con toda su… cosa… al aire y, tú, como si no tuviera ninguna importancia que yo estuviera delante.

Sonia : No desvíes el tema. ¿Te das cuenta de una cosa? Él ni te tocó. Fuiste tú la que le tocaste.

Touché. Hasta ese momento Carlos no había sido consciente de ello, pero Sonia tenía toda la razón. Se sintió un poco menos culpable. Ellas estuvieron un rato en silencio.

Lucía : Es igual, igualmente fue asqueroso. Un padre no hace esas cosas a su hija.

Sonia : Ya puestos, una hija tampoco se las hace a su padre. Oye, si no quieres, tú quédate. Yo me vuelvo al chalé. Pienso pasar los días que me quedan antes de irme a Mallorca disfrutando con Carlos.

Lucía : ¡Sí, venga! ¡Y dejarte sola con él! O nos quedamos las dos o vamos las dos.

Así que era eso. Lucía había amenazado con no volver. A Carlos la perspectiva le pareció espantosa.

—¿A dónde decís que no vais? —esa voz, no era…

Lucía : Nada, mamá. Sonia, que dice que la peli que quieren ver esas dos no le interesa.

—Pues quedaros aquí. Mientras os decidís, os traigo una merienda.

Sonia : Gracias, Carmen. Ahora lo acabamos de decidir.

Claro, estaban en su casa. Bueno, la que fue su casa hasta el divorcio. Carmen debería haber salido otra vez porque las chicas volvieron a las andadas.

Sonia : Oye, que no somos siamesas. Carlos y yo somos adultos y podemos hacer lo que queramos. Además, ya nos diste permiso, ¿no?

Lucía : ¿Y qué les contarás a tus padres? Oye, papá, que estoy aquí sola en el chalé follando con un tío que me dobla más que la edad. Sabes que, si se entera, te mata.

Sonia : ¿Se lo dirás tú?

Otra vez silencio.

Lucía : Yo no quiero que nos peleemos, Sonia. ¡Pero es que todo esto es tan raro! Tú no eras así. Y él, ya no sé si me quiere.

Carmen volvió a escena.

Carmen : ¿Y que tal en el chalé, Sonia? ¿Carlos os está cuidando bien?

Sonia : De maravilla.

Carmen : Estos días en la ciudad hace mucho calor, ¿crees que a tu padre le importará si me paso pasado mañana por ahí? Tan pocos días y ya te echo en falta, cariño.

Carmen había tenido vacaciones en julio y los habían pasado en buena parte de viaje con su hija.

Sonia : ¡Qué le va a importar! ¡Seguro que le encanta!

Carmen : ¿Tú qué piensas, cariño? Ya no nos peleamos casi, jaja.

Lucía : Tendrás que preguntárselo a él.

Carmen : Pues no se hable más. Luego le llamo, a ver qué le parece. Si queréis más galletas, me las pedís.

Carmen debió marchar porque Sonia volvió a la carga:

Sonia : Ves, ahora no tienes más remedio que venir. Oye, tú te vas a correr por las mañanas y nosotros hacemos nuestras cosas y todo el mundo feliz.

Lucía: Seguro que ayer por la mañana te lo follaste. La jaqueca era una trola.

Sonia : ¿Y qué si lo hice?

Otra vez silencio.

Sonia : Te voy a decir una cosa. ¿Te acuerdas de lo que te peleaste con tu madre para poder estudiar el bachillerato escénico? ¿Quién la convenció?

Lucía : Papá.

Sonia : ¿Y quién te pagó la academia de canto para que te prepararas para el cásting de OT? Mientras, tu madre echando fuego como un dragón.

Lucía : Papá. Ojalá no lo hubiera hecho, ¡vaya fracaso!

Sonia : ¿Y dudas de que te quiere? ¿Y no se merece disfrutar de la vida ese buen hombre, ahora que está tan solo? ¿No hablamos de eso esta semana?

Lucía : Pero es que lo de esta noche…

Sonia : Un accidente. Te juro que nunca más te meto de por medio.

O Sonia era muy buena mintiendo o… no, no había alternativas.

Lucía : Bueno, espero no arrepentirme. Me lo has jurado, ¿eh?

Sonia : Pues claro. ¿Amigas?

Lucía : ¡Qué remedio, idiota!

Sonia : Ven aquí, tonta, que te doy dos besos.

Se oyeron movimientos, vio sombras en el techo y se oyeron unos besitos. Se preguntó si las cosas siempre eran así, si a Sonia le era siempre tan fácil convencer de algo a su hija.

Carmen : ¡Uy, qué monas! ¡Estáis de foto! ¿Qué? ¿Qué hacéis?

Sonia : Nos vamos al cine.

Sonia cogió el móvil y apareció su carita pecosa en la pantalla. Lanzó un resoplido silencioso que le hizo reír.

Un rato más tarde, le llegaba un mensaje.

*lo has oído? ha costado pero la tenemos otra vez en nuestro bando

*Recuerdame que nunca sea tu enemigo

*jajaja mañana lio, tienes ganas?

*Todas!!!

*yo mas!!!!!!!

*Por que le has dicho a Carmen que venga?

*mas lio jajaja!!!!!

*Estas como un cencerro

Fue a buscarlas a la estación. Llegaron con el último tren. Él ya había quedado con su exmujer que vendría a pasar el día ese domingo. De paso, ella, que vendría en coche, se llevaría a Sonia de nuevo a la ciudad donde la esperaba su familia para el viaje de vacaciones a Mallorca.

Lucía, a la que se veía muy pensativa, seguía sin hablar con él. Cuando llegaron a la casa, como las chicas tenían el buche lleno de palomitas, se fueron enseguida a ver la tele sin cenar. Él se hizo un par de bocadillos y se pusieron a ver una serie un poco estúpida con ellas. Lucía no tardó mucho en decir que se iba a dormir. Cuando se fue, Sonia no tardó nada en sentarse en el regazo de Carlos.

—¿Te apetece?

—¿No iba a ser mañana? —preguntó él mientras le acariciaba los suaves muslos desnudos­— Por la mañana estoy más en forma y ella no estará. Además, quiero verte a plena luz del sol.

—Ayer por la noche me pareciste muy en forma, picarón —le dijo ella mientras le acariciaba el vientre por debajo de la camiseta.

—Mañana, cuando vuelva de correr, quiero hablar con ella. Disculparme.

—¿De qué? ¿De que te tocara la polla?

—No tendría que haber bajado a la piscina. Ya la has oído: “asqueroso”.

—Yo te digo una cosa. Si ha vuelto con su padre “asqueroso” es porque en el fondo espera que vuelva a pasar algo. ¿No viste ayer como se corrió en cero segundos? Desde que rompió con Marcos que va muy faltada. Ahora va a disimular, pero cuando yo me vaya, la tendrás a huevo y bien dispuesta. Eso si no pasa antes.

—¿Siempre estás tan segura con ella?

—Es como si la hubiera parido.

La mano de ella había ido bajando hasta el bulto que iba formándose en sus pantalones.

—Me parece que la perspectiva le parece bien a tu socio.

Él a su vez había ido subiendo más la mano hasta posarla sobre su pubis. Empezaba a hacer mucho calor. La besó en la boca, explorando con la lengua el interior húmedo; las dos lenguas se frotaron la una contra la otra al ritmo que marcaban las manos. Luego, él se apartó un poco. La miró. Nunca la había visto tan bella e incitante.

—Mañana. Ya hemos tenido suficiente jaleo.

Subieron las escaleras cogidos de la mano y se besaron casi castamente antes de entrar en las respectivas habitaciones.

Le despertó un toque en el hombro.

—Acaba de irse.

—Dame un minuto.

Ella volvía a llevar la combinación de aquella primera vez. Fue al baño, orinó y se lavó la cara. Luego se miró al espejo.

¡Qué suerte tienes, tío!

Cuando volvió a la habitación, Sonia le esperaba sentada en la cama.

—¿Hoy no hay pase de videos?

—Hoy estamos tú y yo solos. No se lo merece.

Él se acercó lentamente a la cama mientras la observaba. Tenía la respiración ya acelerada, lo que hacía que sus dulces senos siguieran un ritmo cadencioso.

—Me he despertado antes que ella. Llevo ya un buen rato pensando en esto. Estoy muy caliente.

Él se sentó a su lado y la tomó de los brazos. Otra vez empezaron el juego de labios y lenguas. Él quería que esta vez durara más. Aquella chiquilla que le volvía loco se merecía un trato especial. Fue bajando los besos por el cuello hasta llegar a los hombros; luego fue besando el nacimiento de sus pechos, que cada vez estaban más agitados.

Ella se desabrochó el sujetador. Él no tardó en lamer los pezones ya erguidos. Primero uno, luego el otro, mientras las manos de ella le acariciaban la espalda.

—¡Ay, sí, sigue!

¡Qué sensible es! Siguió. Más abajo. Deslizando la lengua por un pecho, llegando hasta la suave piel que había justo debajo. Lamiendo aquella delicia. Luego la tendió en la cama, la lengua paseando por el vientre cálido y fino, deteniéndose un rato en el ombligo, lamiendo, lamiendo.

Ella, que hasta ahora había sido tan activa, se dejaba hacer, solo gimiendo su cada vez más acentuado deseo. Llegó al borde de las braguitas, sin dejar de lamer. Las manos subieron lentamente hasta llegar a los finos pechos. Resiguió los rígidos pezones con los dedos, estirando. Un poco.

—¡Me pones muy mala!

Volvió a bajar las manos hasta la goma de las bragas. Ella levantó el culo para ayudarle. El olor a su sexo se liberó cuando las fue bajando. Por primera vez lo tuvo delante, el vello castaño finamente recortado, los labios de la vulva húmedos e hinchados. Tuvo la tentación de sacar la verga, que ya tenía al máximo, y follar aquel coñito delicioso sin compasión. Se reprimió.

La lengua volvió a entrar en acción. Bajó y subió por un muslo, luego por el otro. Sonia fue recogiendo las piernas y abriéndolas. Los labios de su sexo se separaron un poco, lo suficiente para que una gota de flujo saliera a saludar.

Él siguió lamiendo. La lengua recorrió los dos labios, primero uno, luego el otro, luego los dos a la vez, separándolos. Llegó hasta el clítoris y lo chupó un poco para luego volver a lamer. Su aroma joven le inundaba las fosas nasales, su sabor se deshacía en sus papilas gustativas y sus gemidos, cada vez más intensos, le llenaban los oídos con la música más excitante.

—¡Que me voy a correr!

Él se apartó. Ella se retorcía.

—¿Por qué paras?

Carlos sonrió. Estaba eufórico.

—Hoy mando yo.

Se incorporó y se sacó el pantalón corto. La verga, dura como un palo, apareció en todo su esplendor. Ella lo miraba como si fuera la primera vez que la veía.

—Ponte de rodillas.

Lo hizo. Él se situó detrás. Paseó la punta del glande por la suave piel de sus nalgas. Ella volvió a culear.

—¡Por favor, métemela ya!

Fue a ponerse a cuatro patas, pero la retuvo. Maniobró un poco y consiguió que el glande se introdujera entre sus labios mojados. Ella suspiró profundamente. Luego la fue penetrando lentamente. Pequeñita como era, sin embargo, su vagina sedosa y apretada acogió todo el falo, hasta casi la base.

—¡Cómo me llenas, hostia!

Él le agarró un pecho con una mano y la otra la llevó al clítoris, para seguir las caricias en aquel punto tan sensible. Empezó a moverse con lentas y amplias embestidas. Ella se adaptó a su ritmo y empezó a jadear y a gemir otra vez.

Aceleró el ritmo. Bajó la otra mano hasta el vientre para sujetarla mejor. Cerró los ojos y apoyó la cara en la nuca de la chica, dejándose llevar solo por los sentidos más básicos. Durante unos minutos solo se oyeron los gemidos y jadeos y el sonido húmedo de los sexos emparejados. Se aproximaba al orgasmo y ella parecía que también. Hacía años que no disfrutaba tanto.

De pronto, ella paró el ritmo y se echó para atrás.

—¿Qué pasa?

—Tenemos visita.

Abrió los ojos. Y la vio. En el marco de la puerta estaba Lucía, en su ropa de deporte, apenas sudada. La mirada perdida, los labios entreabiertos, las manos posadas en el interior de sus muslos, frotándolos lentamente.

—Me he dejado el agua.

Nunca se había oído una excusa tan pobre.

Sonia se inclinó para apoyar las manos sobre la cama.

—¿Por qué no te acercas? —dijo, mientras volvía al vaivén de caderas.

No lo hizo, pero llevó una mano a una de sus grandes tetas que, envueltas en un top ajustadísimo, parecía que lo iban a reventar en cualquier momento. La otra mano se acercó más al centro de sus mallas ceñidas.

Carlos de dio cuenta de que le miraba fijamente a los ojos. La visión de aquella belleza sensual y el cada vez más acelerado ritmo de Sonia, le incitaron a seguir. Volvió a embestirla, sin dejar de mirar a su hija. Ella se metió una mano por debajo de la malla y empezó a masturbarse ya sin reparo.

—¡Vamos, bonita, dale! ¡Disfruta tú también!

La voz de Sonia sonaba ronca. Se movían los dos como conejos. Carlos iba a correrse en cualquier momento, otra vez delante de su niña. Sonia empezó a retorcerse y a gemir como una posesa.

—¡Sí, así, qué gusto!

Lucía, sin dejar de mirarlos, se frotó sexo y pecho siguiendo su ritmo desbocado. Aunque no podía ver su cuerpo maravilloso, para Carlos aquella era la imagen más incitante que nunca habría podido imaginar. Notó las contracciones de la vagina de Sonia y eso le llevó al paroxismo.

Se corrió como si fuera la primera vez, como si aún tuviera quince años. Fue tan intenso que cayó sobre la espalda de Sonia, a la que empujó sobre la cama con las últimas embestidas. Mientras tanto, Lucía cerró los ojos y dejó ir un gritito, mientras se retorcía el pecho y elevaba la cara al techo, la boca bien abierta.

Lentamente, se fueron recuperando. Carlos, sobre el cuerpo desnudo de Sonia, la verga aún bien dura y empapada en sus caldos. Lucía volvió a abrir los ojos, jadeante, sonrojada hasta lo imposible. Aún temblando, con mirada avergonzada, se fue, dejando a los amantes tendidos en la cama, exhaustos.