Un verano con su hija 6
Una fiesta un poco nostálgica da lugar a nuevas confidencias y a que empiece a romperse el hielo entre padre e hija.
Hola, de nuevo. Gracias por todos los comentarios y las valoraciones. Mientras no se diga lo contrario, seguiré respondiendo en los propios comentarios. Lo que empezó siendo un pequeño divertimento veraniego está sorprendiendo a la propia empresa, así que seguiré haciéndoos sufrir una semana (a los que os gusta): cuando vuleva al trabajo, ya veremos si aguanto el ritmo.
Pasarse una mañana de verano tirado en una tumbona no era el concepto que tenía Carlos de un día de vacaciones. Pero, esa mañana, aquello iba acompañado de un espectáculo poco habitual: las evoluciones de cuatro chicas en bikini dentro y fuera del agua.
El verano anterior o solo cuatro días antes, no hubiera hecho mucho caso de aquel jolgorio, incluso se habría refugiado en la tele o en el ordenador para estar más tranquilo. Ahora, en cambio, todo había cambiado en su visión de la vida y ya no tenía demasiado interés en volver a la anterior.
Las chicas habían vuelto poco después del polvo con Sonia. Ella había corrido a la cama rápidamente para disimular. Él se estaba tomando una ducha rápida cuando llegaron a la casa. Cuando salió al pasillo, llevando solo puesto un albornoz, Marta y Paula, que justo estaban subiendo las escaleras, pasaron corriendo a su lado, riendo. Lucía, que iba detrás, las persiguió a paso rápido sin siquiera darle los buenos días.
Les preparó a todas un desayuno a base de cereales, tostadas y mermelada. Paula y Marta, bajaron casi enseguida. Llevaban el cabello mojado y pensó que se habrían duchado juntas. Aunque ninguna de ellas le atraía demasiado, imaginarse la escena le hizo suspirar. Marta llevaba un bikini a rayas que realzaba un poco sus someros pechos. Era bastante guapa, de cabello castaño y expresión inteligente. Paula, delgada y casi plana, llevaba un bikini rosa y se pasaba todo el rato explicando ocurrencias más o menos divertidas.
Lucía bajó poco después, con el cabello también húmedo y una camiseta sin mangas que a duras penas disimulaba sus formas. Estaba más alegre que el día anterior y rio las bromas de sus amigas más de una vez.
Cuando ya acababan el desayuno, apareció Sonia, sin rastro de la jaqueca que parecía haber curado la sesión de sexo con el padre de su amiga. Le sonrió pícaramente, le guiñó un ojo y se puso a comer una tostada inundada de mermelada de frambuesa.
Las otras tres no tardaron en dirigirse a la piscina para tomar el sol mañanero. Una vez solos, pudieron hablar:
—Con estas por aquí va a ser difícil repetir.
—Si te tranquiliza un poco, ya hace años que me hicieron una vasectomía.
—Ya lo sabía. Lucía me lo cuenta todo, ya sabes.
—Pues no creo que nunca se lo haya explicado.
—Habrá sido su madre. ¿Qué te pareció? ¿Te gustó?
—Decir que me gustó sería quedarse muy corto.
—Jeje, a mí también. Hacía tiempo que no me corría así. Oye, que me pone mucho hacerlo contigo, pero lo de poner a Lucía por el medio, me pone mucho más.
—¿Desde cuándo tienes este tipo de intereses?
—No te lo vas a creer, pero nunca me había parado a pensar demasiado en ello. Pero ahora, no sé, igual porque es con vosotros dos, porque sois gente concreta que me gusta, que me excita mucho todo esto.
—Sabes de sobra que este tipo de relaciones están muy mal vistas, ¿no?
—Por eso me deben dar tanto morbo. Es que, además, los dos sois tan guapos… Bueno, tú eres guapo, tu hija es un pibón. Imaginaros juntos, buf, es que sería la hostia. Y ya te dije que, si se lo ponemos fácil, Lucía va a caer. Pero habrá que esperar a que se vayan esas dos, si no, no habrá manera.
Él pensó que la presencia de Paula y Marta le podrían servir para tener una prórroga para acabar de decidir si dejaba a su hija como acicate de sus fantasías perversas y de sus relaciones con Sonia o se atrevía a ir un paso más allá.
Ahora, tomando el sol en la tumbona, recreaba la mirada en los cuerpos jóvenes y la prórroga empezaba a parecerle demasiado larga. Se habían puesto a hacer una sesión de zumba, con Paula, la más deportista, dirigiéndolas. Le daban la espalda y él se dedicaba a disfrutar de sus culos: el de Paula, atlético y fuerte; el de Marta, un poco fondón pero que se tragaba los bajos del bikini con gula; el de Sonia, un poco ancho pero que hacía un buen juego con sus contorneadas caderas; y el de Lucía, el más hermoso par de nalgas que había visto en su vida, a duras penas contenidas en un bikini negro que contrastaba de maravilla con su piel cada vez más bronceada.
Luego se giraron y ya no hubo color. Los pechos de Lucía eclipsaban a los de todas las demás y la agitación que los movía con cada nuevo paso provocaban en su padre una incómoda sensación en las ingles. Se tumbó boca abajo para disimular el inicio de una erección y esperó que las gafas de sol disimularan a dónde dirigía la mirada.
Acabada la sesión, volvieron al agua y estuvieron un rato debatiendo sobre sus cosas apoyadas en el borde de la piscina. Él aprovechó que no miraban para tirarse al agua para refrescar su excitación. Después de unos cuantos largos, Lucía apareció a su lado, saliendo súbitamente del agua. Allí, la piscina hacía pie y ella sacó los pechos por encima de la superficie del agua, acabar flotando y parecer aún más grandes.
—Papá, ¿pueden quedarse Paula y Marta esta noche? Queremos recrear el viaje de fin de curso de cuarto.
—¿Qué pasó en ese viaje? —preguntó concentrándose en mirarla a los ojos.
—Que compartimos habitación, ¿ya no te acuerdas?
Qué se iba acordar, si ni recordaba a las otras dos. Sonia también apareció a su lado.
—No la dejes, papi. No te vamos a dejar dormir.
—Solo es una noche, tonta. Y así papá podrá volver a dormir en una cama.
—¿Qué tal cocinan?
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque pongo una condición: que nos preparen una buena cena.
—Paula es una cocinillas y Marta, no, pero será una buena pinche, ya verás.
—De acuerdo. Que se queden. Una noche.
—¡Gracias, papá! —y le dio un besote en la mejilla.
Lucía se fue con las noticias y Sonia se quedó con él.
—¿Por qué le has dicho que sí? Así no vamos a poder a hacerlo otra vez. Y a mí ya no me quedan muchos días por aquí.
—Está suspicaz. Quiero ablandarla un poco.
Ella sonrió.
—Estás hecho un picarón. ¿Tienes claro que en esas noches se bebió mucho? Marta puede parecer una mosquita muerta, pero llevaba alcohol para tumbar a media docena de guiris ingleses.
—No nací ayer. Y, a lo mejor, eso nos da alguna oportunidad interesante.
Le miró con una mirada divertida.
—¿Cómo decía aquella película antigua? Esto puede ser el inicio de una gran amistad.
Y también le dio un beso, un poco más largo que el de Lucía, lo que provocó unos aplausos del otro lado de la piscina.
Esta vez comieron una paella en un restaurante medio bueno y Carlos se entretuvo escuchando la palabrería inacabable de las chicas. De vez en cuando, metía baza y hasta las hacía reír con algún chiste. Lucía estaba más alegre y cariñosa y le cogía del brazo, le daba algún que otro besito y apretujaba algunas veces sus cálidas tetas contra su lado, sobre todo cuando, al otro lado, Sonia hacía lo mismo mientras se carcajeaba con algún chiste, por malo que fuera. Contra toda probabilidad, se sentía en su salsa, un viejo macho que reclama la atención de las jóvenes hembras de la manada.
Que una de aquellas hembras jóvenes fuera su hija, ya casi no tenía importancia, hasta le empezaba a parecer natural su atracción por ella, como si fuera una necesidad genética. Pensó en los faraones egipcios y sintió que tenía algún derecho lógico. O quizá la lógica la proporcionaba la sangría.
Después de comer, las acompañó al súper a hacer la compra. Él se fue a casa a echarse una siesta de campeonato. Un rato más tarde, le llamaron para que las recogiera. Iban cargadas como para dar de comer a un batallón. Paula había decidido preparar la cena y parte de la comida de los siguientes días.
—Os vais a poner las botas, ya veréis.
Estuvieron toda la tarde entre salsas, ensaladas, hummus, guacamole y hasta tres tartas diferentes. Paula acabó dirigiendo a las otras tres. De vez en cuando, Sonia salía de la cocina a respirar un poco el aire fresco y aprovechaba para restregarse un poco con él y para que le sobara un poco las tetas. La última vez que salió puso cara de conspiración:
—Tengo un plan para esta noche. Con un poco de suerte, tus deseos empezarán a hacerse realidad.
Él no le preguntó. Prefirió quedarse con el enigma.
La cena fue realmente espléndida. Luego de cenar, las chicas se fueron a charlar a la piscina. Habían sacado unas cervezas y unas bolsas de patatas. Pero el aperitivo no duró demasiado porque casi enseguida subieron a la habitación, sin casi disimular las bolsas de plástico que tintineaban en cada escalón. Le habían pedido usar su habitación porque la cama de matrimonio era lo bastante ancha para dormir las cuatro bien apretujadas, si es que lo acababan haciendo. Él se instaló en la habitación de las chicas. Antes de hacerlo, Sonia le dijo al oído que estuviera muy atento al móvil.
Una vez allí, colocó el móvil sobre una mesilla de noche, se desnudó y no tardó en explorar la cesta de la ropa sucia. Allí, entre mallas y camisetas, encontró el sujetador de deporte de su hija junto a unas bragas negras lisas. Cuando los tuvo en las manos, se tendió en la cama, olisqueando el ligero aroma a flujo de su hija mientras paseaba el suave sujetador por su dura verga un rato. Luego, casi sin querer, se durmió.
No sabía cuánto rato había pasado. El móvil estaba sonando con el tono de una videollamada. Era Sonia y eran más de las tres de la madrugada. Deslizó el dedo por la pantalla y la imagen le mostró el techo de la otra habitación. Enseguida se oyeron las palabras:
—…pero el mío no está nada bueno. ¡Si está hecho un cerdito! (esa era Paula, que tenía la voz más aguda).
—Yo también voto por el de Lucía. (esa era Marta, la voz más grave) ¿No os habéis fijado esta tarde en la piscina? ¡Vaya pectorales!
Lucía : Pero también está un poco barrigón.
Paula : Muy poco. Tú no has visto la barriga de mi padre. ¡Parece que esté embarazado!
Rieron con risa bastante alcohólica. Así que hablaban de padres. ¿Qué hacían, un concurso? Suponía que Sonia había sacado de alguna forma el tema y la bebida había inspirado a las demás.
Marta : ¿Y el paquete? ¿A que lo tiene grande?
Lucía : ¡Deja ya el vodka, tía, que estás hablando de mi padre!
Marta : Mira, me importa poco quién sea, mientras esté bueno. Además, es un tío majo, ¿no?
Paula : Simpático. ¿Tiene novia?
Lucía : Que yo sepa, no.
Marta : ¡Me ofrezco voluntaria!
Volvieron a reír. Bueno, Lucía quizá no. En ese momento habló la voz de la experiencia.
Sonia : Los tíos maduros son mejores amantes. Saben lo que le mola a una tía. Me parece que el próximo tío que me ligue por lo menos va a tener treinta años.
Marta : Pues tienes uno por aquí cerca. Y necesita compañía.
Lucía : Te he dicho que dejes de darle al vodka. Te estás pasando.
Marta : Vamos, Lucía, no me dirás que no tendría morbo que Sonia y tu padre se liaran.
Silencio.
Sonia: A Lucía no le haría ninguna gracia, ¿verdad, Lucía? ¡Que somos como hermanas, parecería un incesto!
Por fin alguien había nombrado la palabra tabú.
Marta: Hablando del tema. No os lo vais a creer. ¡Hace poco pillé a mi hermano meneándosela!
Sonia: ¡ Cuenta, cuenta!
Marta: Bueno, estaba tumbado en la cama con la tablet en una mano y con la otra se iba pajeando tan a gusto. Yo entré en la habitación sin darme cuenta hasta que lo vi. ¡Se pegó un susto! Dejó la tablet tirada en la cama, se subió los pantalones a toda prisa y salió corriendo. Desde ese día que no se atreve a mirarme a los ojos.
Sonia: ¿La tiene grande?
Lucía: ¡ Mira que eres cerda!
Sonia: ¿Qué pasa? Solo es curiosidad.
Marta: Creo que no, casi no se la vi. Pero, ¿a que no adivináis qué hice cuando se fue por patas?
Sonia: Yo hubiera mirado el historial.
Marta: Exactamente.
En sus tiempos, su hermana también le había pillado, pero en su caso fue con su colección de Playboys. Eran otros tiempos.
Paula: Con lo friki que es, vete a saber qué miraba.
Marta: Pues imagínate. Era una web de manga porno. Y la mayoría de los que había mirado eran de líos entre hermanos.
Sonia: ¡Vaya con tu hermanito!
Marta: Tía, estoy segura de que es virgen, pero si le van esos rollos, ¡al igual un día de estos lo desvirgo yo!
Lucía: ¡Estás loca!
Marta: ¡Es broma, tía! ¡Si es muy feo, el pobre! Joder, toda esta conversación me ha puesto cachonda. Me parece que me voy un rato al baño a desahogarme.
Paula: Yo estoy muerta. Me pongo a sobar pero ya.
Oyó la puerta de la habitación abrirse y cerrarse y luego la del baño. Aún le sorprendía el desparpajo que tenían algunas chicas de esa generación. Esa Marta, era casi peor que Sonia. O sin el casi.
Sonia: Yo tengo mucho calor. Me apetece darme un baño en la piscina. Luci, ¿me acompañas?
Lucía: Sí, no sea que te ahogues.
Sonia: Va, un ratito, porfi, y luego te dejo el extremo de la cama para ti sola.
Lucía: Bueno, un ratito. A ver si nos ayuda a pasar un poco el pedo. Pero los bikinis están todos en nuestra habitación con papá.
Sonia: ¿Para qué quieres un bikini?
Lucía: Vale, pero no hagas ruido. No sea que se despierte.
Sonia: Tranqui.
Y, de pronto, Sonia apareció en la pantalla y le guiñó el ojo.
¡Puta manipuladora! Se levantó de la cama y observó por las rendijas de la persiana. No tardaron en aparecer las dos chicas. Las dos vestían una camiseta y unas braguitas. Sonia no tardó en desnudarse, su cuerpo brillando a la luz de la luna casi llena. Miró hacia la ventana unos segundos, expectante, como preguntándose si él realmente las estaría observando. Se metió en el agua por la escalerilla. Lucía dudó un poco más. Como la ventana estaba abierta las pudo escuchar.
—¿Está fría?
—¡Está de puta madre!
Lucía se desvistió lentamente. Se quitó la camiseta, mostrando los pechos que tan loco le volvían que, con aquella luz, parecían los de una diosa nórdica. Luego se bajó la braguita y pudo contemplar de nuevo las esferas de su rotundo trasero. Carlos sudaba a mares, completamente empalmado. Lucía siguió a su amiga y se metió en el agua.
Por un instante, se planteó ir al baño y comprobar si Marta realmente le deseaba o era una bocazas. Pero al verlas nadar desnudas, una al lado de la otra, la polla cogió el mando.
Desnudo como estaba, salió discretamente de la habitación. Tras la puerta del baño escuchó unos suaves gemidos que le pusieron aún más a cien. Bajó las escaleras como en trance, sin imaginarse qué pasaría después, pero con una sensación de urgencia absoluta. Atravesó el salón, abrió la puerta que daba al exterior y, como un zombie y la verga dolorosamente enhiesta, empezó a andar por el césped.
En aquel momento, las dos chicas estaban apoyadas en el borde más cercano de la piscina susurrando una conversación. Le pareció oír algo sobre hermanos e incesto. Le importó una mierda. Se fue acercando más hasta que Sonia giró la cabeza, levantó la mirada y le vio. Abrió la boca y respingó.
—¿Qué te pa…? —la frase murió en los dulces labios de Lucía cuando también se giró y vio a su padre.
Él siguió andando hasta llegar al borde de la piscina y se sentó en él, metiendo las piernas en el agua. Lucía no dijo nada, solo le miraba la verga con cara alucinada. Sonia se instaló entre sus piernas y le puso las manos entre los muslos.
—¡Esto va a ser la hostia!
Y, ni corta ni perezosa, acercó la boca, sacó la lengua y empezó a lamerle la tensa piel del falo. Carlos seguía mirando a Lucía a la que nunca había visto con los ojos tan abiertos. No decía nada, la respiración cada vez más acelerada, el nacimiento de los flotantes pechos al alcance de la mirada de su padre.
Sonia siguió lamiéndosela arriba y abajo, deteniéndose de vez en cuando en el glande, para reseguir el meato con la punta de la lengua. Luego paró un rato y le cogió la polla por la base. Se giró.
—¿Ves lo gorda que es? ¿Y lo dura que está? Es por ti.
Lucía parecía hipnotizada por el amplio pedazo de carne que salía de entre las piernas de su padre. Carlos no podía imaginar que debería estar pasando por su bonita cabecita, pero si seguía ahí sería por algo. Cada vez tenía la respiración más jadeante. Solo apoyaba una mano en el borde de la piscina y con la otra se tapaba los pechos bajo el agua.
—No te escondas, bonita, tu padre quiere verte.
Lucía no hizo caso a su amiga, pero siguió observando cuando Sonia posó la boca sobre el glande y luego lo absorbió entre sus sedosos labios. Carlos hacía lo que podía para retrasar el orgasmo, que, por los manejos de la chica y lo inconcebible de la situación, empezaba ya a insinuarse. Se resistía, con la esperanza de que Lucía hiciera un paso.
Sonia, como siempre, le ayudó. Dejó de chupársela y volvió a mirar a su amiga.
—¿A qué es magnífica? ¿Por qué no te acercas? —rio y se apartó a un lado, apoyándose en uno de los muslos del hombre. La combinación del alcohol, las conversaciones picantes y la actitud de su amiga debieron ser demasiado para su hija, porque entonces de desplazó entre las piernas de su padre hasta que tuvo la verga delante de su cara, roja como un tomate. También le puso las manos sobre los muslos. Aunque estaban mojadas, a él le parecieron dos puñales de fuego. Levantó la vista, con una mirada mezcla de niñita asustada y de hembra en celo.
—Tócasela. Ya verás qué dura la tiene. ¡Vamos, que no muerde! —rio Sonia, que se desplazó en el agua tras la espalda de su amiga y le levantó los pechos para que los viera Carlos.
—Estas tetas le vuelven loco a tu padre —le dio un besito en la nuca—. Mira qué duros tiene los pezones, Carlos. Está muy excitada.
Y, como para acabarlo de comprobar, abandonó una de aquellas firmes tetas y sumergió una mano debajo del agua. Un segundo después, Lucía se estremeció.
—¡Cómo me pone esto! ¡Vamos, mi niña, tócasela! ¡No ves que es lo que más desea! ¡Dale ese gusto!
Lucía empezó a retorcerse y a clavarle las uñas en los muslos. La polla de Carlos, que llevaba ya un rato abandonada, empezó a moverse en breves espasmos. Lucía la observaba, completamente embelesada. Luego apartó una mano trémula del muslo velludo de su padre y la acercó a la tranca rígida. Sus pequeños dedos se cerraron sobre la piel hirviente.
—¡Oh sí, tía! —Sonia masturbaba a su amiga con aún más fuerza mientras le pellizcaba el rosado pezón. Carlos notó cómo se le ponía la polla aún más dura. Iba a descargar en poco rato y lo haría sobre su propia hija. Sonia dejó de pellizcarle el pezón y llevó la mano a su propio sexo. Lucía seguía contorsionándose y las tetas empezaron a remover el agua cada vez con más fuerza.
Su mano presionó más la verga de su padre mientras las uñas que clavaba en el muslo le hirieron hasta sangrar. Aquello fue el último estímulo para Carlos que sintió un espasmo incontrolable, lanzó un alarido a duras penas contenido y soltó el primer chorro de esperma con tanta potencia que pasó por encima de la cabeza de su hija y fue a impactar contra la cara de Sonia. El segundo, menos intenso, regó con leche blanca el bonito rostro de su hija, desde la frente hasta la mejilla sonrosada. El tercero chocó contra la otra mejilla, al girar Lucía la cabeza, en plenas convulsiones de su propio orgasmo. El cuarto, como leyendo las fantasías de su amo, mojó uno de sus turgentes pechos, pintando con un trazo blanco desde la base del cuello hasta el pezón.
—¡Hostia, puta! —gimió Sonia.
Los últimos espasmos ya no emitieron nada. Lucía seguía cogiéndole el miembro, temblorosa, aún agitada por su propio clímax.
Maniobró para colocarse entre los dos, se apoyó en sus piernas y abrazó a su amiga. Empezó a lamerle la cara, recogiendo los rastros libidinosos que había dejado su padre. Luego se besaron en los labios, compartiendo saliva y fluidos. Ante aquella escena, Carlos sintió un nuevo espasmo en su polla aún erguida y una gotilla de semen surgió para ser la rúbrica de aquel episodio tan absolutamente increíble.
Luego, Lucía, le miró otra vez, con cara avergonzada. Se alejó, salió del agua y, sin recoger la ropa y sin secarse, se fue corriendo a la casa.
—La tenemos en el bote —susurró Sonia, girándose para volver a apoyarse en sus muslos—. Yo aún no me he corrido, ¿me haces el favor?
Él metió la mano debajo del agua, ella se incorporó un poco para ayudarle y, tras unos minutos, Sonia empezó a gemir de placer.
Por cierto, me gusta que los párrafos no empiecen en el mismo borde pero cuando traspaso el texto del Word a aquí, me pasn cosas raras. ¿Alguien sabe cómo solucionarlo? Si no, señor o señora Todorelatos, ¡manifiéstese!