Un verano con su hija 5

El día amanece con nuevas revelaciones y con propósitos que difícilmente se podrán cumplir.

Hola, de nuevo. Sigo dando las gracias por las notas y los comentarios. Estoy respondiendo los comentarios también como comentario, pero no sé si los leéis. Si preferís que lo haga aquí al final, por ejemplo, me lo decís. Soy nuevo en estas lides y no sé qué es lo mejor. Por ello también agradeceré las críticas negativas, siempre que sean constructivas.

Espero que esta continuación os guste. Sin prisas, pero sin pausas.

Cuando despertó, le volvía a doler la cabeza. Por un momento, no supo ni dónde estaba. ¿Qué hora era? Consultó el móvil: las doce.

De pronto, le vino a la mente lo que había pasado la noche anterior. Después de correrse por quinta vez en dos días ( ¡Madre mía! ) y descubrir que su hija lo había visto, el mundo se había puesto patas arriba. Lucía se había puesto a chillar como una loca, tachándole a él de viejo verde pervertido y a su amiga Sonia de puta calientapollas. Eso después de incorporarse y de mostrar a su padre, sin darse cuenta supuso, aún más de su maravilloso cuerpo.

Sonia le dijo que se marchara, que ella se encargaba. Así que se subió la ropa lo más rápido que pudo y se fue a su habitación, sin saber qué esperar. Sorprendentemente, quizá por la hora y porque acababa de liberar mucha tensión, no tardó en dormirse.

Se levantó, se puso el albornoz y se dispuso a tomar la ducha que su cerebro le reclamaba. Al pasar por delante de la puerta cerrada de la habitación de las chicas, no oyó nada. Supuso que aún estaban dormidas.

Se duchó y bajó a prepararse un café y un par de tostadas con mantequilla. Luego de desayunar, decidió que pensaría mejor si daba unos cuantos largos en la piscina. Subió otra vez para recoger la toalla, enfundarse el bañador y, al poco rato, estaba nadando con intensidad en el agua fresca.

Pensó en lo que había ocurrido aquellos dos días. Estaban pasando cosas que nunca hubiera imaginado ni en sus fantasías más locas: cómo había espiado a las chicas y se había masturbado como un adolescente en celo; cómo se había sentido, tan de repente, atraído sexualmente por su hija; cómo Sonia pareció leerle los pensamientos y había montado aquella escena tan tremenda la noche anterior. Le costaba decidir qué era peor.

Y no se imaginaba cómo reaccionaría Lucía a todo aquello, después del enfado de la noche anterior. ¿Podría aceptar, ni que fuera a medias, que su padre se hubiera enrollado con su mejor amiga? Esperaba que Sonia, que era bastante más lista, la convenciera de que había sido algo pasajero. Porque así había de ser, ¿no? Algo pasajero que no iría más allá.

Llevaba ya un buen rato nadando y paró para recostar los brazos en el borde de la piscina. Parecía que el ejercicio físico le aclaraba las ideas. Debería pasarse el día nadando, menos cuando estuvieran por ahí las chicas, claro.

—Buenos días.

Levantó la mirada. Sonia le miraba desde la puerta de la cocina. Llevaba puesto aquel ya legendario bañador verde. Aún con la cara de sueño se la veía la mar de bonita. Recordó lo que había pasado la noche anterior y no tardó en empezar a empalmarse.

¡Qué poco duran las convicciones estos días!

—¿Puedo bañarme contigo?

Y, sin esperar respuesta como ya empezaba a ser costumbre, se dirigió hacia el agua.

Se zambulló y no tardó en recostarse a su lado.

—¿Qué tal? ¿Cómo lo llevas?

Volvía a ser la chica alegre y dicharachera, sin rastro de la hembra excitada de la noche anterior.

—Creo que podré responder cuando me cuentes de qué hablasteis después.

Ella se lo contó: Al principio, Lucía no quiso saber nada de sus explicaciones. Estaba fuera de sí y no sabía decir por quién se sentía más traicionada, si por su padre o por su mejor amiga. Y hacerlo delante de ella, ¡qué asco! Sonia intentó vendérselo como si hubiera querido hacerle un favor a su padre: se le veía tan solo después del divorcio, seguro que ella lo podía entender. Sabía cuánto le quería Lucía y ella también le apreciaba mucho y solo quiso darle un poco de cariño.

¡Un poco de cariño! ¡Chupándome la polla!

Lucía seguía sin estar muy convencida. Sonia argumentó que él aún era un hombre joven y vigoroso y que necesitaba compañía y que ella también se sentía sola en ese sentido y que había aprovechado la oportunidad. Y que le sabía mal que lo hicieran en su presencia pero que parecía muy dormida y el calentón les pudo. Que todo era culpa suya, que su padre no había dado el primer paso, etc., etc., etc.

—Cuando se trata de convencerla de algo, tengo más argumentos que una abogada.

­—Supongo que no le contaste nada de todo lo demás.

—¡No estoy tan loca!

Y así, entre argumentos, abrazos y besos cariñosos, su hija se fue ablandando. Y, entonces, salieron a relucir algunas confidencias inesperadas, ayudadas probablemente por las emociones y el alcohol que aún corría por sus venas. Lucía le confesó que se había dado cuenta de cómo a veces la había estado mirando Carlos, cómo los ojos se le iban al escote o a las piernas; había sentido una extraña sensación mezcla de aprensión y orgullo; que su padre la mirara así, no sabía qué pensar.

Sonia le dijo que no le extrañara, que ella siempre vestía un poco provocativa y que él, seguramente de forma inconsciente, no podía evitar esas miradas, pero que la quería mucho y que nunca haría nada que la hiciera sentir mal, etc., etc., etc.

—Entonces decidí arriesgarlo todo y le pregunté qué había visto exactamente. Se sonrojó aún más de lo que lo estás tú. Me dijo que hacia un rato que estaba medio despierta oyendo unos sonidos que no acababa de entender. Y que abrió los ojos cuando oyó nuestros gemidos. Y, claro, pudo ver en toda su gloria como la tenías de grande y dura y cómo te corrías como una fuente. Esto no me lo dijo con tanto detalle, pero se le iba yendo la mirada al vacío y apagándosele la voz. Yo creo que, aunque no lo quiera reconocer, aquello la excitó.

En su vida se hubiera imaginado darle ese tipo de espectáculo a su propia hija.

—Me preguntó si pensaba volver a hacer algo contigo, pero antes de que pudiera responder me dijo: yo no quiero saber nada de todo esto. Vaya, que casi nos dio permiso.

Y le guiñó el ojo. Ahí sus últimas convicciones se ahogaron en el agua.

—¿Y tú qué le dijiste?

­—Que claro. Que no se preocupara, que íbamos a ser discretos. No sé, no sé, yo creo que está un poco celosa.

—No digas tonterías.

Ella le puso la mano mojada en la espalda, provocándole un calambrazo y que aún se le pusiera más dura.

—Yo no me conformo con lo de ayer. Quiero más. Solo hace falta que vayamos con cuidado. O no.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que a lo mejor nos lo podríamos montar para que nos descubriera.

­—¡Estás loca! ¿Cómo se te ocurre?

—Me juego lo que quieras a que le encantaría. Ahora va de purista, pero le gusta tanto el sexo como a mí; lo que pasa que, como me pasa a mí, aún no lo ha podido disfrutar con alguien que realmente valga la pena. Yo creo que, si le damos la oportunidad, hasta participaría de alguna forma.

Lo que era absolutamente impensable solo dos días antes, ahora parecía hasta lógico. Esta chica le estaba trastocando, hacía con él lo que quería. ¿Eran así todas las chicas su edad, tan desinhibidas? Pero no, a quién quería engañar. Sonia solo estaba siendo, ahora mismo, el disparador de sus más perturbadoras inquietudes. Ella pareció leerle los pensamientos.

­—No me digas que no darías un brazo por tocarle aquellas tetas.

La mirada se le perdió en el vacío y la mente se le enfocó en el recuerdo de los pechos más bonitos que había visto en toda su vida. Entonces Sonia le puso una mano en el paquete.

—Ves, no lo puedes evitar.

Rio y se alejó nadando.

Lucía se levantó muy tarde, casi a la hora de comer. Iba vestida con mucha más discreción de lo habitual: una camiseta bien holgada, que a duras penas dejaba entrever lo abultado de sus volúmenes, y unas bermudas que le llegaban sorprendentemente hasta las rodillas. No se quitó las gafas de sol ni siguiera en el interior.

Comieron casi en silencio, evitando cruzar miradas padre e hija, con Sonia intentado empezar más de una conversación que solo respondían con monosílabos.

Después de comer y tras una corta siesta, las acompañó con el coche a la estación del tren. Aquella tarde habían quedado en la ciudad con unas amigas. Volvió a quedarse solo y no tardó en volver a explorar, whisky en mano, el Instagram de su hija en el que descubrió dos novedades: la foto que se habían hecho en el restaurante y una que se habían hecho las chicas en la cola de la discoteca. En la primera no pudo dejar de observar cómo aquellas rollizas tetas se apretaban contra su pecho; en la segunda, las dos amigas, abrazadas, se besaban los labios, en lo que, en otra época, remota, le hubiera parecido el más casto de los besos.

De repente, un mensaje en el móvil. De Sonia: tiktok luci_moreno23

No tardó en encontrar el canal de vídeos cortos de su hija. Eran, cómo no, de infarto: Lucía bailando en todo tipo de ropa sexy, meneándose como una stripper; Lucía desfilando por la playa en los bañadores más atrevidos; Lucía y Sonia haciendo monerías y tocándose más de lo que harían dos buenas amigas. Se quedó un buen rato allí embobado, hipnotizado, empalmado casi hasta el dolor más inhumano.

¡Esta Sonia me va a volver loco! Pensó mientras le daba el último sorbo al whisky y se debatía entre bajarse la erección con una ducha fría o con una soberana paja.

El móvil acudió al rescate:

*papá, podmos invitar dos amigas

*Qué amigas?

*Paula y Marta

*Pero el ultimo tren es a las 11

*no a dormir tb

*Solo tenemos camas para 4

*ya dormire yo en el sofa

*No, cariño, ya dormiré yo en el sofá si hace falta

*eres un solete, papi, thks

Sabía que ella sabía que él se ofrecería a dormir en el sofá.

Paula y Marta. No las recordaba. Se le iba a llenar la casa de chicas. ¡Qué puta locura!

Las fue a buscar a la estación. Paula era una chica morena, larguirucha, un poco feúcha. Envidió a su padre. Marta era un poco más bonita y con más cuerpo, pero nada del otro jueves. Claro que cualquiera habría empalidecido al lado de Sonia y Lucía.

En el camino a la estación, con Sonia sentada a su lado, parecía que todo volvía a la normalidad, con las chicas bromeando, ahora en cuadrafonía. Por el camino compraron un par de pizzas y, al llegar a la casa, las chicas no tardaron en cambiarse y tirarse a la piscina. Menos Lucía, que volvía a estar seria. Él se sirvió una cerveza y se dispuso a contemplar el espectáculo desde una de las tumbonas. Lucía se sentó en la de al lado.

—¿No te bañas?

—No me encuentro muy bien.

—Claro.

Costaba comunicarse un mínimo, dadas las circunstancias.

—Papá.

—Sí, cariño.

—No, nada.

—Algún día tendremos que hablar, ¿verdad?

—Algún día.

Se quedaron ahí en silencio, hasta que el cansancio y el hambre los llevaron a todos a cenar. Después de una sobremesa de tertulia sobre temas diversos e insustanciales, las chicas decidieron ir a dormir temprano porque Lucía había convencido a las demás de ir a correr a primera hora de la mañana.

El sofá era bastante cómodo y los sueños de Carlos fueron de todo menos cómodos.

Le tocaron en el hombro. Era Sonia. Había amanecido hacía un rato.

—Vamos, han salido hace un rato. Tenemos media hora o menos.

—¿Y tú? ¿No has ido con ellas?

—Es obvio que no. Una jaqueca muy inoportuna.

Solo llevaba puesto un sujetador de encaje negro y unas braguitas a juego.

Él se levantó con una erección mañanera, no sabía si del último de sus sueños o por la joven hembra que se le había aparecido al lado.

—Tenemos que encargarnos de eso —rio ella señalando el bulto en el pijama corto—. Ve al baño, si lo necesitas, te espero en el despacho.

¿El despacho? Qué raro. Él le hizo caso y cuando entró en el despacho, un poco más aliviado, vio que tenía en la pantalla del ordenador encendida y un móvil conectado a la caja.

—¿Viste ayer los vídeos?

Él asintió.

—Ven, estos son los que no se atreve a colgar en la red.

—¿Es su móvil?

—Claro.

—¿Y sabes su contraseña?

—Lo compartimos todo.

Él se sentó en la silla del despacho. Ella se colocó sobre su regazo. Agarró el ratón y puso en marcha un vídeo en el que Lucía, con un escote exagerado, se movía al ritmo de un reggaetón sacudiendo las grandes tetas.

—¿Te pone caliente ver tu niñita moviéndose así? —empezó a frotar las nalgas contra su pene cada vez más duro—. ¡Qué dura la tienes!

Él le cogió los pechos y empezó a acariciárselos.

—Sí, papá, sí, tócame las tetas —se giró y le besó, un beso húmedo y profundo que aún le puso más caliente.

—¿Quieres follarme, papá? Di que sí, seguro que quieres follarme.

Maniobró para darse media vuelta y, sentada sobre sus muslos, empezó a besarle la cara, los labios, el mentón, las orejas, otra vez los labios, el cuello, mientras las manos empezaban a recorrer el pecho velludo.

—Me encantan los tíos peludos ­—suspiró mientras recorrió con las puntas de los dedos los pezones erguidos.

No tardó en desabrocharse el sujetador. Aparecieron sus firmes senos, con los pezones bien duros. Él empezó a masajeárselos con una mano. Con la otra cambió el vídeo que se veía en la pantalla. Ella se giró un instante.

—Sí, papá, a que estoy bien buena. Chúpamelas.

Él se aplicó a hacerlo, mientras miraba de reojo en la pantalla cómo se balanceaban en la pantalla las tetas más abundantes de Lucía, envueltas en un sucinto bikini fucsia. Bailando otra vez. Era insoportable.

Sonia seguía frotándose en su verga bien erguida, que ya se había salido del pantalón con tanto ajetreo. Notaba la humedad en sus bragas y el olor a sexo que empezaba a inundar la estancia.

—¡Qué caliente estás, papá! ¡Qué dura la tienes!

¿Se lo parecía o intentaba imitar la voz de Lucía?

Él empezó a bajarle las bragas. Ella se incorporó para ayudarle. Por primera vez le vio el vello púbico, un poco más oscuro que el cabello. Los labios de la vulva se veían hinchados y húmedos. La visión duró poco porque ella se apartó para volver a arrodillarse ante él. Le acabó de liberar la polla del pijama y lo lanzó a través de la habitación.

—Te la voy a chupar, papá.

Se aplicó a ello con entusiasmo. Carlos cambió a otro vídeo, en el que salía Lucía en topless en una playa, tendida boca abajo. Las tetas se desparramaban a sus lados.

—¿No se le ven en alguno?

Sonia le estaba lamiendo la polla arriba y abajo, dejando rastros de saliva por toda la piel enrojecida. Se apartó un momento para decirle:

—Pon el último.

Él le hizo caso. En la pantalla estaban las dos ante un espejo, en ropa interior, cantando y bailando. Lucía estaba grabando y llevaba puesto un conjunto blanco con un sujetador que a duras penas podía contener sus ubres de escándalo. Sonia se sentó otra vez sobre sus muslos, restregando la suave seda de sus bragas contra el falo encendido.

De pronto, en la pantalla, Lucía le pasó el móvil a Sonia y empezó a balancearse con aire sensual. Luego, lentamente, como si estuviera realizando ese espectáculo exclusivamente para él se llevó las manos a la espalda y se soltó el sujetador.

Lo que vieron los ojos de Carlos fue indescriptible. Lo que a duras penas había intuido en la penumbra del salón aquella noche, ahora se le ofrecía sin censuras. Dos pechos grandes, firmes, de pezones rosados y erguidos, enmarcados en una piel semibronceada, a duras penas habían perdido su forma al quitarse el sostén. Eran simplemente perfectos.

Se puso las manos debajo y se los levantó, ofreciéndolos a la mirada extraviada de su padre mientras ponía todo tipo de caras sensuales. Carlos gimió.

­—Es una putilla —dijo Sonia, que, sin dejar de menearse contra su verga, se estaba masturbando con un ritmo endiablado. Se giró y le espetó—. ¡Fóllame, papá! ¡Fóllate a tu putilla!

Se bajó de su regazo, se quitó las bragas, que también volaron por la habitación. Se agarró al borde de la mesa y le ofreció el culo. Entre las nalgas rollizas, se entreveían los labios del coño y un mechón de pelo del que colgaba una gotilla de flujo.

Él pausó el vídeo y, ante la mirada provocadora de Lucía y sus tetas de infarto, situó la punta de la verga entre los labios de aquel coño joven. La penetró sin concesiones, casi de un tirón, embebiendo su polla en aquel calor sensual y húmedo. Los dos gimieron al unísono.

La agarró de las caderas y empezó a embestirla con un ritmo cada vez más acentuado, la polla deslizándose en aquella vagina encharcada e hirviente. Por un rato solo se oyeron los gemidos de los dos y el sonido de sus cuerpos chocando el uno contra el otro. Pero Carlos necesitaba más:

—¡Llámame papá otra vez, puta!

—¡Sí, papá, sí, fóllame! ¡Qué gusto, papá!

—¡Te voy a follar hasta que te quedes seca, Lucía!

—¡Sí, papá, sí! ¡Soy toda tuya!

Le agarró las tetas sin dejar de mirar las de Lucía en la pantalla. Le pellizcó los pezones, tan duros. Luego bajó una mano por el vientre y no tardó en masturbarle el clítoris que emergía de entre sus labios henchidos.

—¡Ay, sí, papá, me voy a correr!

Él tampoco tardaría en hacerlo. Embistió con más ritmo, el ritmo que hacía años que no practicaba. Se sentía eufórico, toda prevención desaparecida en aquellos momentos, sin importarle ya casi nada.

Sonia empezó a ondearse y a gritar como una posesa; las contracciones de su vagina acompañaron a sus gritos. Aquello encendió la última mecha y cuando ella caía desmadejada sobre la mesa, él se corrió como un torrente, inundando el sexo de aquella niña con todo el esperma que guardaban sus agitados huevos.

Cuando acabó, tembloroso y sudado como un cerdo, observó otra vez la imagen de los pechos de su hija en la pantalla, antes de cerrar los ojos, agotado.