Un verano con su hija 3
Aunque Carlos intenta sacarse a las chicas de la cabeza, las circunstancias no ayudan demasiado y va un paso más allá.
Hola, de nuevo. De momento seguimos aún en fase de calentamiento, pero como parece que hay ganas de más (y yo también las tengo), en el próximo se va a empezar a liar parda. Me siguen saliendo cortos, a ver si en el próximo os doy más “chicha”. Gracias también por los comentarios positivos.
El resto de la tarde fue más o menos bien porque él hizo lo posible para evitarlas. Cuando, tras un rato, volvieron a la piscina, él se enfrascó en lo que veía en la tele, sin atreverse a mirarlas. No tardaron en volver las risas y los chapuzones. Desde el salón se podía ver parte del patio posterior y de la piscina, así que decidió apagar el televisor y trasladarse al porche que daba a la calle.
Ahí casi no las oía y se pudo distraer con el paso de algunos transeúntes y hasta con el vuelo de los pájaros. Pensó en lo que había visto aquel día, en cómo dos chicas que hasta entonces le habían parecido lo más fresco e inocente del mundo se habían transformado casi en un instante en la fuente de todos sus deseos.
Vale, una cosa es que te atraiga Sonia. Es una chica guapa, joven, lista, vivaz como ella sola. Tampoco soy tan viejo, estoy solo y necesito dejarme ir un poco. Quizá si tuviera una forma de llamar su atención esta semana que va a estar aquí, no le sepa mal un rollete con un tipo maduro, aunque sea el padre de su mejor amiga. Pensó con una lógica más que discutible.
Y quizá, si aliviaba así la tensión, se olvidaría de la intensa atracción erótica que sentía por su hija. Tenía que intentar algo en la semana que Sonia iba a pasar con ellos; si no, el resto del mes con su hija iba a ser insoportable.
Luego le vino a la cabeza la imagen de Lucía tocándole los pechos a su amiga. ¿Serían bisexuales? ¿O solo había sido una muestra de la confianza y el cariño que se tenían después de tantos años? Sabía que, a esas edades, las chicas no distinguían del todo el cariño amistoso del enamoramiento.
—Hola, ¿puedo sentarme aquí contigo?
La grave voz de Sonia interrumpió sus pensamientos. No la había oído llegar. Por suerte, se había enfundado un pareo y no estaba particularmente incitante.
—Sí, claro.
Le dejó espacio al lado en el sofá.
—Hace calor, voy a buscar bebida. ¿Quieres que te traiga algo?
¿Esas chicas nunca podían estar quietas?
—Una cerveza, gracias.
Desapareció tan rápido como había aparecido. Mientras decidía si hacer algún paso con ella, volvió con su cerveza y un combinado para ella. Se sentó a su lado.
—¡Ay qué bien! ¡Aquí se está más fresquito!
—¿No eres muy joven para beber eso?
—¡Soy joven de sobras!
Como no supo qué decir, le dio un sorbo a su cerveza. ¿Cuántas llevaba ya?
—Oye, Carlos, ¿no te habrás enfadado por lo del restaurante?
—Un poco. El camarero me ha parecido bastante borde.
—¡No, hombre! —rio la chica— Me refiero a que te estuviéramos buscando pareja.
—¡Qué va! Ya he visto que era una broma.
—No es ninguna broma. Lucía ya hace tiempo que me comenta que le sabe mal verte tan solo. Te quiere mucho, aunque a veces se ha quejado de que no le haces mucho caso. Bueno, ya sabes que le encanta ser el centro de atención.
Le dio un sorbo a su combinado. Carlos se fijó en lo hermosa que se veía. No tenía la belleza casi imposible de su hija. El cabello castaño con mechas rubias, la cara fina y pecosilla. Si tenía que sacarse de encima el deseo por su hija, Sonia sería una buena sustituta. La cuestión era cómo hacer para que se sintiera atraída por él.
—A mí me caes muy bien, ¿sabes? Siempre he envidiado que Lucía tenga un padre tan majo y guapo. El mío es un viejo refunfuñón. No me sirve de nada sacar tan buenas notas, todo le parece mal. Seguro que tú ni te quejas cuando Lucía ha suspendido alguna.
—Bueno, un poco, pero, ya sabes…
—Claro, porque tú sabes que le cuesta. No digo que sea tonta, que es mi mejor amiga, pero a veces no ve cosas que para mí están clarísimas.
—Tú eres una chica muy lista y Lucía tiene mucha suerte de que seas su mejor amiga.
—¡Oh, gracias! ¡Eres un encanto! —y le abrazó y le dio un beso en la mejilla. Luego se apartó y le miró con una sonrisa pícara. .
—¡Ay, qué gracia! ¡Te has sonrojado!
Otra vez no supo qué decir. Por suerte, apareció Lucía para acudir a su rescate:
—Hola, ¿sobre qué estáis conspirando?
—Sobre ti, cariño. Le he dicho a Carlos que tienes mucha suerte de tenerle como padre.
Lucía se plantó ante él. Llevaba puesta una camiseta sin mangas y escotada que dejaba ver el nacimiento de sus firmes pechos.
—¡Uy, sí! ¡El mejor! Sobre todo si mañana nos lleva a la disco.
—Ya hablaremos mañana de este tema.
—Me gustaría cenar temprano. Mañana quiero salir a correr a primera hora antes de que haga mucho calor. ¿Os parece bien? —Lucía movió las caderas mostrando que no llevaba nada debajo de la camiseta cuando sus tetas se bambolearon libres. No sabía dónde mirar.
Estuvieron de acuerdo. Carlos también quería irse a dormir a primera hora. El día había sido demasiado largo, la cerveza demasiado abundante y los pensamientos demasiado oscuros. Pensó que una noche de descanso le ayudaría a aclarar la mente.
Lucía les preparó una ensalada deliciosa. Durante la cena, charlaron como cotorras de casi todo y casi nada, mientras él hacía como que se interesaba por las noticias. Después de los postres, se pusieron los tres a ver un capítulo de una serie. Luego, Lucía se despidió de ellos y se fue a dormir. Sonia se fue a darse un chapuzón nocturno y Carlos no tardó en subir a su habitación.
Se desnudó rápidamente y, tal cual, se echó en la cama. No tardó en dormirse profundamente.
Se despertó con un ligero dolor de cabeza. Eran las siete y media de la mañana y ya había bastante luz. Maldiciéndose por no haber bajado la persiana, se levantó y se fue al baño sin ni siquiera ponerse encima unos calzoncillos. Cuando salió, se dio cuenta de que la puerta de la habitación de las chicas estaba entreabierta. Se acercó para mirar si ya se habían levantado. Otra vez, el espejo del armario le sirvió para observar en la penumbra. La cama de Lucía estaba vacía. ¡Qué madrugadora! Abrió un poco más la puerta y pudo ver a Sonia en la otra cama.
Dormía profundamente boca abajo. Podía verle la carita deliciosa, con la boca entreabierta. La sábana le cubría el cuerpo, pero los hombros desnudos le hicieron pensar que debajo de aquella sábana no había nada más que le separara de su hermosa piel.
La estuvo observando un rato, magnetizado por aquella hermosa chiquilla y las promesas que escondía la ropa de cama. No tardó en sentir una nueva erección. De pronto, Sonia se giró en su sueño y se puso boca arriba, la sábana se le bajó un poco y aparecieron sus hermosas tetas. Aún en esa posición, casi no se le aplastaban contra el pecho. Eran redondas, turgentes, con algunas pecas repartidas aquí y allá, los pezones sobresalían de unas areolas rojizas casi como su pelo.
Se le puso dura como un mástil. No tardó en empezar a masturbarse casi inconscientemente. Lentamente, recreándose, sin dejar de observar aquella ninfa pelirroja.
¿Qué soy? ¿Un adolescente en celo? ¿Ayer tres pajas y hoy ya vuelves a las andadas? Pero eso lo debía decir alguien que no era él porque no se había apartado ni un centímetro de la puerta. De hecho, casi sin darse cuenta, la abrió aún más y entró en la habitación.
Confió en que, a pesar de la hora, estuviera profundamente dormida. Se acercó aún más a la cama para observarla mejor. La penumbra le daba a su bonito cuerpo un aura de aún mayor erotismo.
Cada vez más excitado, se arrodilló a su lado, sin dejar de pajearse, cada vez más rápido. Tenía aquellos pechos exquisitos a poca distancia, moviéndose cadenciosamente al ritmo de su respiración.
Su mano izquierda, como si tuviera vida propia, se desplazó hacia delante. La puso justo encima de su teta derecha, a escasos centímetros de aquella exquisitez. El ritmo de su mano derecha se incrementó aún más. Le miró de reojo la bonita cara. A pesar de la hora, no parecía que fuera a despertarse fácilmente. O, por lo menos, en ello confiaba.
Bajó la mano y le tocó el pezón con la punta de un dedo. Al no haber respuesta, empezó a dibujar círculos alrededor de toda la areola. ¡Aquello era la hostia! Sintió que le faltaba poco para explotar. Intentó bajar el ritmo de la masturbación en vano. Estaba desatado.
Su mano se posó suavemente sobre aquel pequeño montículo de carne. El pezón, endurecido por el primer toqueteo, se le clavó en la palma.
Sonia emitió un ligero gemido. ¿Se estaba despertando? No lo parecía, pero se asustó un poco. Apartó la mano y siguió contemplándola sin dejar de masturbarse. Se imaginó aquellas bonitas tetas envolviéndole la polla, igual que ahora hacía su mano. Se imaginó restregándola por aquella cara de ángel, el tallo recorriendo las mejillas sonrosadas, los labios carnosos, la nariz respingona… Cerró los ojos y se imaginó sumergiéndola entre aquellos labios, lentamente, pero hasta el fondo, llenándole la boca con su verga gruesa y dura.
En su fantasía, de pronto, apareció también Lucía, desnuda, las grandes tetas posándose sobre las de su amiga, besándola en la mejilla rellena de polla. Su mente enfebrecida imaginó que la sacaba de la boca de Sonia para meterla sin piedad en la boca de su hija.
Ya no pudo aguantarse más. Tenía que correrse. Se masturbó con aún mayor fiereza, mientras volvía a contemplar a aquella bonita y tierna jovencita, intentando sacarse a Lucía de la mente. Ya no sabía dónde estaba, solo consciente de aquella hermosura de chica y del intenso placer que le estaba proporcionando a su polla.
El semen no tardó en salir en tromba de sus testículos sobrecargados. Cuando lo hizo, se pajeó con aún mayor ritmo, reprimiendo a duras penas un quejido. El primer chorro se descargó sobre la sábana, pero el segundo, mucho más potente, se elevó en un arco peligroso. Puso la otra mano como pudo, pero no pudo evitar que un goterón aterrizara sobre uno de los pechos de la chica, El tercero, casi igual de intenso, consiguió desviarlo y que cayera de nuevo en el suelo. Jadeando, con las últimas emisiones mojando el suelo y su mano, contempló el resultado de su lascivia, sin saber qué hacer.
Sonia se movió un poco, como si fuera a despertar, y la gota de semen se deslizó por toda la blanca teta hasta perderse bajo su base. Él lo observó hipnotizado.
De pronto, oyó que alguien subía las escaleras. ¡Lucía! Despertó del trance y buscó un lugar donde esconderse. No vio ninguno. Intentó inventarse alguna excusa. Imposible. Entró en pánico y se preparó para lo peor.
Se giró y vio pasar a su hija directa hacia el baño, enfundada en su ceñida ropa de deporte. Suspiró profundamente.
Volvió a contemplar el estropicio que había ocasionado su lujuria descontrolada. Limpió con lo primero que encontró (una braguita, no sabía de cuál de las dos, que habían tirado en un rincón) el semen del suelo. Dos manchas mostraban su culpabilidad en la sábana.
Confiando en que Sonia tardara en despertarse y no se diera cuenta de lo que había recorrido su cuerpo, volvió a su habitación, la braguita en una mano, la polla aún semidura meciéndose ante él como un animal con voluntad propia, el sonido del agua de la ducha recordándole que, a pocos metros, Lucía estaba desnuda y frotándose el cuerpo, el sentido común buscando un rincón en su atormentada mente.