Un verano con su hija 2
Las tribulaciones de Carlos continúan y las chicas no se lo ponen fácil.
Gracias por los comentarios, las valoraciones y los elogios. Como a algunos el primero les pareció corto, este es más largo. Intentaré hacer uno a la semana, pero eso depende un poco de la inspiración (¡y de que a veces cuesta mantener las manos sobre el teclado!). Espero que os guste por lo menos tanto como el anterior.
El resto de la mañana, Carlos intentó evitar a las chicas. Se encerró en su despacho para no verlas, encendió el portátil y se puso a ver fotos al azar. No tardó en llegar a la carpeta de recuerdos de Lucía. Desde pequeña había sido una niña monísima, pero repasando las fotos, en estricto orden cronológico, se dio cuenta, como nunca hasta aquel día, de cómo se había transformado en una joven cada vez más excitante. En ellas se veía cuál había sido la evolución de su cuerpo, de formas cada vez más redondeadas y sinuosas, de pechos cada vez más grandes y firmes, de culo más prieto y muslos más torneados.
En algunas de las fotos, estaba con su madre, las dos con tops ceñidos que resaltaban las ubres de las dos hembras. En una de ellas, se abrazaban y se besaban, las tetas apretándose las unas contra las otras. Empezó a excitarse otra vez. Nunca hasta entonces había visto aquella foto de amor maternofilial con algo más que cariño y simpatía. Ahora le parecía el colmo del erotismo.
Otra vez notó la sangre acumulándose en la verga. ¿Qué le pasaba? Aquello no era normal. Pero no tardó en meterse en el Instagram de su hija. Allí había el material fotográfico más reciente. Empezó a repasar las fotos hasta llegar a las del año anterior. Las del verano eran espectaculares. En casi todas ellas salía en bikini exhibiendo sus hermosas formas, acompañada de diversos chicos y chicas, como Sonia, que no le llegaban ni a la mitad de su esplendor. También salía una con su novio por aquel entonces. En una de ellas se besaban y abrazaban de tal forma en una cama que parecía como si estuvieran a punto de echar un polvo. Sintió un punto de envidia por aquel chico, por otro lado, un imbécil al que su niña no se merecía ni de casualidad.
Se preguntó cómo sería Lucía en la cama. Qué le gustaría hacer. Qué haría ahora que había cortado con el chico.
Estaba desatado. Tenía la polla tan dura que le dolía en su confinamiento. Empezó a tocársela mientras sus ojos recorrían aquel álbum de fotos hipertrofiado: Lucía de espaldas mirando al mar, el culo perfecto a duras penas cubierto por un short; Lucía y Sonia en la playa estiradas en topless y mirando a la cámara, los pechos intuyéndose bajo aquellos hermosos cuerpos; Lucía haciéndose una selfie con un vestidito escotado que parecía a punto de reventar con la presión de aquellas magníficas tetas…
La mente febril de Carlos empezó a imaginárselas: ¿De qué color serían sus pezones? ¿Cómo serían de grandes? ¿Le caerían esas tetas espléndidas cuando se quitaba el sujetador o se mantendrían firmes? ¿Le gustaría que se las tocaran, que se las chuparan, que una lengua húmeda las recorriera hasta poner bien duros los pezones?
Súbitamente, una voz aguda le sacó de sus ensoñaciones.
—¿Papá?
Lucía estaba apoyada en el marco de la puerta. Seguía llevando el bikini negro y los brazos cruzados bajo el pecho levantaban las orondas tetas de una forma tan insinuante que Carlos se quedó sin aliento.
—Papá, ¿me oyes?
—Sí, perdona, estaba acabando algo del trabajo.
—¡Venga, hombre, que estamos de vacaciones! ¡Deja el trabajo ya! Sonia me ha propuesto que vayamos a comer fuera, ¿qué te parece?
Por suerte, la mesa del despacho ocultaba la enorme protuberancia que mostraban sus pantalones.
—Me parece muy bien —lo que menos necesitaba en ese momento era seguir teniendo a aquellas ninfas paseando sus cuerpos semidesnudos por la casa.
—Papá, ¿te pasa algo? Estás como embobado y todo sonrojado.
—¿Cómo? No, nada. Me parece que me he pasado un poco con la cerveza.
—¡Pues descansa, que luego vas a tener que conducir! Sonia quiere ir a la pizzería que está en las afueras de la urbanización.
—Sí, mejor me voy a estirar un rato en la cama. Avisadme cunado sea la hora.
—¡Vale, borrachín! —sonrió ella y le guiñó un ojo.
Se dio la vuelta como para que pudiera repasar otra vez sus espléndidas nalgas.
Carlos apagó el ordenador, se levantó y subió hasta su habitación. Cuando llegó, la excitación había remitido un poco. Se desnudó y se observó en el espejo del armario. Estaba orgulloso de cómo se conservaba para ser un cuarentón. Sólo un poco de barriguilla deslucía un físico bastante musculoso. Tenía la verga algo morcillona. Siempre le había servido como un soldado bien dispuesto. Ahora le estaba volviendo loco.
Se tendió en la cama tal cual, cubriéndose sólo con la sábana. Fuera, las chicas seguían con sus juegos. Reían y chillaban. Parecía que acababan de descubrir las pistolas de agua. Se las imaginó disparándose la una a la otra, los chorros de agua impactando en la suave piel de sus caras y cuerpos. Volvía a excitarse de nuevo.
¡Qué locura! Tiene que ser la cerveza. Tengo que intentar dormir.
Por suerte para él, el alcohol le ayudó con aquello.
—¡Venga, papá! ¡Ya es la hora!
Se despertó un poco abotargado. Las dos chicas habían entrado en la habitación y le miraban con sonrisas pícaras.
—¡Tenemos hambre, Carlos!
Se acabó de despertar. Sonia estaba radiante, con un vestido floreado, de falda corta que mostraba con generosidad sus muslos. Pero lo de Lucía era de traca: llevaba un top de tubo sin mangas ajustado que le comprimía el generoso busto y un short tejano que no debería dejar mucho a la imaginación sobre cómo era su trasero.
—Dejadme diez minutos para que me vista, chicas —ellas se fueron riendo, menando sus apetitosos culos.
Bueno, a comer y a olvidarse un poco de toda esta locura. Por suerte, sabía que esa tarde irían de compras y podría relajarse y reflexionar sobre todo lo que había sentido.
Durante el trayecto, no pararon de charlotear y de hacerse selfies. Él las miraba de vez en cuando por el retrovisor. A veces, se hacían cosquillas y entonces dejaba de mirar para no volver a excitarse de nuevo. Se comportaban como quinceañeras, aunque, al año siguiente, Sonia iba a estudiar medicina y Lucía, magisterio. Sonia siempre había sido la chica lista de la pareja y había ayudado generosamente a su hija con los estudios. Eran inseparables.
Durante la comida siguió el jolgorio. Carlos intentó distraerse para no mirarlas demasiado, sobre todo a Lucía que, por suerte, se había sentado a su lado y solo la veía de refilón. La pizzería tenía buena fama y el local estaba lleno. Intentó buscar alguna mujer atractiva que tuviera pinta de ser soltera o divorciada y con la que pudiera saciar su renovada libido.
Sonia le sacó de sus pensamientos.
—¿Qué, Carlos? ¿Cómo se ve el panorama?
—¿Qué? ¿cómo?
Ellas volvieron a reír por enésima vez.
—Venga, papá, solo te falta sacar una lupa.
—Esa de ahí es guapa.
—Sí, y el marido está muy cachas.
—Lucía me ha dicho que necesitas pareja urgentemente.
—¿Yo? No. Estoy bien así.
—Venga, papá. Trabajas demasiado y te iría bien una mujer que te hiciera mimos.
—Bueno, aún está reciente lo de tu madre…
—¿Reciente? ¡Ya hace dos años!
—Déjalo, si dice que está bien así…
—Todos tenemos necesidades.
—Y tú, ¿qué? Desde que cortaste con Marcos pareces una monja.
—¡Calla, tonta!
Carlos se giró para mirar a su hija. Sonreía, pero parecía un poco triste. No estaba muy al tanto de su vida sentimental. Siempre le había contado más esas cosas a su madre. Así, de perfil, aún se veía mejor el gran volumen de sus jóvenes pechos. No pudo evitar pensar que se la hacía raro que no tuviera novio. Debería poder elegir entre los centenares que se sentirían locamente atraídos por aquella ninfa tan deseable.
—Lucía dice que todos los tíos quieren lo mismo con ella.
¡No me extraña!
—Quiero encontrar a alguien que me quiera de verdad, por como soy. No porque sea más o menos guapa.
Guapa era una palabra que se quedaba tremendamente corta.
—¿Tú que piensas, Carlos?
Lo que pensaba no lo dijo, obviamente.
—Bueno, a vuestra edad, los chicos solo tienen una cosa en la cabeza.
—Eso es lo que digo yo. Habrá que buscarle a Lucía un hombre maduro que la quiera.
Lucía le agarró de un brazo y se apretó contra él.
—Sí, uno como papá, que me respete.
Él se dejó querer, pero sentir el pecho de su hija contra el brazo no le ayudaba para nada a respetarla.
—¡Qué monos! Os hago una foto.
Lucía le abrazó y le acercó los labios a la cara y los posó un rato en su mejilla. Los sintió tiernos y cálidos, aunque más cálido era su aliento. Le apretó los senos contra el pecho. Intentó sonreír, pero solo pudo esbozar una mueca extraña.
Sonia lea hizo la foto y no tardó en enseñársela.
—¡Envíamela ya!
Estuvieron un rato manipulando sus móviles mientras él se sumía en sus oscuros pensamientos. Nunca había sido muy buen padre, lo reconocía, y el trabajo siempre había sido una excusa para no estar mucho por Lucía ni por su mujer. Había tenido más de una amante hasta que Carmen se hartó. Pero una cosa era no haber sido un padre muy cercano y otra muy distinta sentir una atracción sexual por su hija. La miró otra vez, su niñita que ya era toda una mujer y que no era consciente de lo que le provocaba aquel día.
Ya no tenía la excusa del alcohol. No había probado ni gota durante la comida. Pero aún sentía el calor del cuerpo y los labios de Lucía y un deseo que, lejos de sofocarse, volvía con ambiciones renovadas.
Ellas siguieron en su charla inacabable durante un rato mientras se tomaban los postres; él se tomó el café en un santiamén y se excusó para ir al baño. Cuando salió, pagó y se dirigió al coche donde la esperaban ese par de soles.
Aquella tarde se quedó solo. Aprovechó la soledad para masturbarse y relajar un poco la tensión. Pensó en buscar un vídeo de maduras en internet, pero no tardó en fijarse en los de hombres maduros con chicas jóvenes. Pero ninguna era tan apetecible como Lucía. Cuando acabó, no se sentía mucho más en paz consigo mismo; luego se duchó y se tendió en una tumbona junto a la piscina, con una cerveza y el móvil para chatear un rato con los amigos. Pero las imágenes del vídeo volvían a su mente y se mezclaban vagamente con las de Lucía y Sonia. Se sacudió la cabeza y decidió que era un buen momento para otra siesta. El airecillo más fresco de la tarde le ayudó a conciliar el sueño y a alejar momentáneamente los pensamientos más lascivos.
Le despertaron, cómo no, esas dos locas. Iban cargadas de bolsas.
—¡Rebajas de bikinis! —gritó Lucía como toda explicación.
—¡Vamos a probárnoslos!
¿No lo habían hecho ya? Entraron corriendo a la casa, dejándole con la boca abierta aún. Iban a probarse los bikinis. Casi sin darse cuenta de lo que hacía, no tardó en seguirlas.
¡Estoy como una cabra!
Pero ya había empezado a subir la escalera. En los últimos peldaños, las oyó, comentando las novedades. No se habían molestado en cerrar del todo la puerta. Se acercó muy lentamente.
—¡Jopé, Lucía! ¡A ti todos te quedan bien! ¡Claro, con esas tetas y ese cuerpazo!
—¡Vamos, que tú no estás tan mal!
—Pruébate el verde, ya verás.
La puerta estaba entreabierta un palmo y desde allí se podía ver parte del espejo del armario. Sólo vio a Sonia que hablaba con Lucía fuera de campo. Llevaba puesto un elegante bikini a topos que, efectivamente, no acababa de encajar con sus pechos, lo que era un espectáculo para sus ojos.
—Ves, a ti te queda perfecto.
Sonia hizo un mohín y se sentó en la cama. Entonces fue cuando apareció en el espejo la imagen de la diosa. El bikini que llevaba puesto a duras penas podía contener sus abundantes ubres y era prácticamente un tanga en su parte inferior. Carlos sintió que se empalmaba al instante. Cuando Lucía se giró y mostró aquel maravilloso culo, empezó a sentir como todo el pene le latía de excitación. La chica hizo varias posturas, a cada cual más incitante.
—No sé, yo creo que me queda pequeño. Te iría mejor a ti. Pruébatelo tú.
Y empezó a desabrocharse el sujetador.
Lo poco de decencia que le quedaba le hizo girar la cabeza.
¡No, no puedes, animal! ¡Es tu hija! ¡Basta ya!
No podía ya con la tensión de su polla. Ni con su lujuria desatada. Se la sacó y empezó a masturbarse por tercera vez aquel día.
—A ti sí que te queda bien.
Volvió a mirar. Sonia estaba delante del espejo, con el bikini verde, que parecía menos lascivo en su cuerpo más discreto. Lucía estaba detrás de ella. Aunque obviamente desnuda, el cuerpo de Sonia no dejaba ver nada de lo que más podía desear ver.
—Me queda bien porque no soy como tú. Tú te quejas, pero ya me gustaría estar tan buena.
—Pero si eres un bellezón, mi amor.
Y entonces se acercó más a ella y empezó a darle besitos en el pelo mientras las manos recorrían el vientre sedoso. Sonia cerró los ojos y se dejó hacer.
—Y lo que más me gusta de ti son estos dos primores.
Y posó las manos sobre los pechos de su amiga mientras bajaba los besitos hasta su cuello.
Fue entonces cuando Carlos se corrió. Se apartó como pudo. reprimió un gemido y empezó a vaciar el esperma por el suelo del pasillo. Las últimas contracciones le dejaron exhausto. Cuando salió de su trance, las chicas ya no estaban a la vista y, por lo que decían, seguían probándose las prendas.
Fue al baño, cogió papel higiénico y limpió como pudo el desastre dejado en el suelo. Luego bajó aún medio tambaleante hasta el salón, puso un canal cualquiera en el televisor e intentó no pensar en lo que acababa de ver.
Aquel iba a ser un verano muy largo.