Un verano con su hija 14

Carmen se despierta a la mañana siguiente hecha un mar de dudas. Los demás le aclaran, por lo menos, algunas.

Hola. Siento muchísimo el enorme retraso. Falta de inspiración y de tiempo. Prometo que, si vuelvo a escribir una serie, la publicaré una vez ya escrita, con menos tiempo entre capítulo y capítulo. A esta ya le quedan pocos cartuchos. Espero que el capítulo os guste y ¡hasta la próxima! Y que el año que viene sea más decente que el actual. ¡Buen año a todos!

PD: ya me diréis si ha sido buena idea cambiar el punto de vista.

Se despertó lentamente, aún aturdida por el alcohol y el sexo de la noche anterior. El sol ya hacía un buen rato que había salido e iluminaba la habitación tenuemente a través de las rendijas de la persiana.

A su lado, Sonia dormía aún a pierna suelta, bien desnuda, bien abierta de piernas, los pechos duros y desafiantes, un hilillo de saliva surgiendo de su boca satisfecha.

¿Qué había pasado, Dios mío? Ni siquiera recordaba cómo había empezado todo cuando ya se había visto inmersa en una vorágine de perversión. La mejor amiga de su hija, aún una adolescente, ¿realmente le había hecho todo aquello? ¿Y ella? ¿Por qué había reaccionado de aquella forma? Pasiva, sí, pero con una excitación y un placer que hacía años que no sentía.

No era la primera vez que se lo montaba con una chica. Los lavabos del instituto habían sido fuente de todo tipo de exploraciones durante la secundaria. Pero de eso hacía años, ¡siglos! Y desde entonces no había vuelto a tener ni un atisbo de relación con otra mujer. Y, desde luego, nunca ninguna se lo había comido hasta entonces. ¿Qué demonios había pasado?

Se dio cuenta de que la puerta de la habitación estaba entreabierta. ¿Habrían oído algo Carlos y Lucía? La perspectiva le pareció espantosa. ¿Cómo habrían reaccionado? Lucía ya no era ninguna chiquilla y sabía hasta cierto punto que era muy aficionada al sexo, por las insinuaciones que alguna vez había conseguido sonsacarle. Por un momento se los imaginó en la cama, oyéndolas y excitándose… No, mejor no pensar.

Se levantó, con un cierto dolor de cabeza. Buscó en su bolso, cogió un iboprufeno, se lo tomó a pelo, sacó de la maleta la primera ropa interior y el primer vestido que encontró y salió de la habitación no sin antes girar la cabeza para mirar a la chiquilla que la había vuelto loca.

En el baño se lavó la cara y se miró en el espejo. Decidió no maquillarse, no tenia tan mala cara. Se moría de hambre. Bajó a la cocina y allí se encontró a Carlos, tomándose unas madalenas y un café.

—¿Ya ha bajado Lucía?

—No, aún duerme.

—¿Están buenas?

Él solo llevaba puesto un pantalón corto y volvió a admirar su tórax desnudo. Se recordó reposando la cabeza tantas veces después de hacer el amor con él. Era casi lo que más le gustaba. Habían follado como locos los primeros años. Luego, después de nacer Lucía, quizá por un cierto pudor, espaciaron más las relaciones y las hicieron más pausadas. Se fueron espaciando más y cada vez eran menos excitantes. Pero ¿no pasaba aquello en todas las parejas? Él acabó por aburrirse, o ella, o los dos; Carlos empezó a flirtear cada vez menos discretamente con otras mujeres y ella, que creía demasiado en la fidelidad, recurrió de nuevo a la masturbación como si fuera de nuevo una adolescente. El divorcio estaba cantado.

Y ahora estaba ahí, el cuerpo aún de buen ver, bronceado. Se preguntó si aún se le ponía tan dura y aguantaba varios polvos en un día, como cuando eran jóvenes. Se sacudió la idea de la cabeza porque descubrió que había vuelto a excitarse un poco.

Entre madalena y madalena, Carlos tecleaba en el móvil como un poseso.

—¿Con quién chateas? ¿Con tu nueva novia?

—Se la podría llamar así.

—Vaya, parece que el viejo don Juan aún carbura.

—No lo sabes tú bien.

Sintió un punto de envidia. Realmente necesitaba echarse un novio, ni que fuera el atontado de la oficina. Y quitarse la experiencia de la noche anterior de la cabeza, que amenazaba con volver.

—¿Has pasado buena noche?

—¿Por qué lo preguntas?

—Por nada, ya sabes, cama nueva, almohada nueva… Son un poco duras.

—Ya sabes que me gustan duras.

—Es verdad.

Ella se sirvió café y le añadió un chorrillo de leche. Mientras revolvía la mezcla, no pudo evitar preguntar:

—¿Has oído algo durante la noche?

—¿Qué debería haber oído?

—Nada, me pareció oír ladrar a un perro.

—Pues no, no oí nada. Bueno, ahora que lo dices…

—¿Qué?

— Me pareció oír voces. Nada, serán imaginaciones mías.

Seguro que había oído algo, pero ¿qué? Prefirió evitar más pensamientos que la preocuparan en exceso. Estuvieron un rato callados, compartiendo la fuente de madalenas hasta que llegó compañía.

—¡Buenos días!

Era Sonia, hecha una gacela ágil y sonriente. Llevaba solo un biquini verde.

—¡Qué calor hace, ¿verdad?

Le dio un beso en la mejilla y luego se acercó a Carlos a darle otro.

—¿Cómo están mis papis? ¿Han dormido bien?

—¿Qué tal es Sonia dando masajes? ¿Lo hace bien?

Se sentó a su lado, le puso una mano en el muslo y lo frotó un poco. Luego la abrazó y le dio otro beso, un poco más cerca de los labios.

—Creo que no tiene ninguna queja. ¿A que no, mami?

Se dio cuenta de cómo se sonrojaba.

—No me llames mami.

—¿Por qué no? Para mi eres como mi segunda madre. Incluso te quiero casi como a la primera.

—¿Y yo soy tu papi?

—Pues claro, papi. Mucho mejor que el de verdad —y le lanzó un beso por el aire, al que él respondió con otro.

¿Qué le pasaba a aquel par de tontos? ¿Estaban flirteando o algo? Sonia se sirvió dos madalenas, las mojó en una taza de leche fría y las fue mordisqueando sin mucho esmero, lanzando a Carlos unas miradas que no supo cómo interpretar.

—No voy a comer mucho, que enseguida que venga Luci me voy a dar un chapuzón con ella.

Lucía no tardó en bajar. Llevaba puesto también solo un biquini negro, que realzaba si aún era posible más, sus firmes senos. Carmen no pudo evitar admirar de nuevo la gran belleza en la que se había convertido su hija. Ésta se dirigió hasta su padre y le besó en la mejilla. Luego le dijo algo al oído y él se rio. Mientras lo hacía, Carmen observó cómo los pechos se frotaban contra el brazo paterno.

—¿Qué es eso tan divertido?

—Nada, mamá, planes para hoy. Son un secreto.

—¿Planes para mí?

—Para todos.

—¿Me vais a enseñar ese juego del que me hablasteis ayer?

—No lo dudes —dijo Sonia a su lado.

Lucia se sentó en el regazo de su padre, mojó una madalena en el café y se la dio a probar. Él la lamió y la mordisqueó. Ella le apartó una miga que había quedado atrapada en su barba incipiente y la llevó a su boca. Él le sorbió el dedo.

¿A qué extraño juego estaban jugando aquellos dos? La mano izquierda de él estaba bajo la mesa, pero notaba cómo el brazo se movía lentamente. La atmósfera volvía a estar tan erotizada como la de la tarde anterior. ¿Qué estaba pasando en aquella casa?

Lucía abandonó a su padre, cogió la última madalena y se la zampó en tres bocados. Luego se acercó a Sonia, la cogió de la mano y se la llevó corriendo hacia la piscina. No tardaron en estar nadando, saliendo y entrando del agua sin pausa y chillando como locas.

—¿No te dan un poco de envidia?

—¿Porque son jóvenes?

—Por su espíritu libre. Sobre todo Sonia. Me tiene admirado. Hace lo que le parece, sin más restricciones que su propio disfrute. Experimenta todo lo que puede y más y está traspasando esa actitud a Lucía. Y hasta a mí.

—No sé qué quieres decir con todo esto.

—Que tenemos que disfrutar más de la vida, hacer lo que nos apetezca, incluso más que cuando éramos jóvenes, que estábamos medio reprimidos.

—¿Ahora te has hecho filósofo? No sé qué decirte. A mí me parece que están muy descocadas, sobre todo Sonia. No sé si eso es tan bueno.

Las dos chicas se pusieron a chillar aún más fuerte. Estaban de espaldas a ellos, en la parte menos profunda de la piscina. De pronto, se quitaron el sujetador del biquini, lo empuñaron y empezaron a hacerlo girar encima de sus cabezas. Luego lo tiraron a un lado y empezaron a dar saltitos.

—¿Lo ves? Son espíritus libres.

Las chicas se giraron y siguieron dando saltitos, los pechos bamboleándose arriba y abajo. Se giró y vio cómo la mirada de Carlos brillaba y una sonrisita le fruncía los labios.

—¿Libres? ¡Están locas!

Las chicas se giraron, se abrazaron y se besaron, Sonia frotando sus duros pechos contra las grandes mamas de Lucía. Luego se separaron, volviendo al espectáculo de saltos y tetas bamboleantes.

—¡Estas se han drogado! ¡No es normal esta actitud a estas horas de la mañana!

—No les hace falta drogarse. Ya te lo he dicho, son libres.

Salieron de la piscina y Lucía se tendió sobre una tumbona, ocultando durante un instante la maravilla de sus tetas desnudas. Sonia se sentó en la otra y les hizo un gesto.

—¿Vamos?

Carlos salió y se dirigió al exterior hacia las chicas. Carmen intuyó que no debía salir, que el marco de la puerta era una frontera en la que, si la traspasaba, ya no habría marcha atrás. Carlos se tendió en la otra tumbona y Sonia empezó a aplicarle sus sabias manos a la espalda. Lucía se incorporó un poco y les observó, la mirada algo extraviada.

Un atisbo de la realidad empezaba a penetrar en su mente. Las piezas empezaban a encajar en un puzzle maquiavélico. No podía ser posible, no Carlos, no Sonia, no, ¡por favor! su Lucía, su chiquilla.

Esta se levantó y se dirigió hasta donde estaba Carlos. Apartó suavemente a su amiga, colocó las rodillas a lado y lado de las piernas de su padre y empezó a masajearle la espalda. Sonia se sentó en la otra tumbona y la miró fijamente. Vinieron a su mente las sensaciones de la noche anterior. Notó nuevamente el calor que se aposentaba de sus entrañas y la cada vez más firme dureza de sus pezones. Sonia le hizo un gesto.

Se levantó sin ni saber por qué.

Se acercó al trío. Sonia se levantó y le mojó el vestido con su cuerpo joven y firme.

—Tiéndete tú también. ¡Verás que a gustito te vas a quedar!

La obedeció como una zombi. Sonia empezó el masaje por encima del vestido. Cerca, Lucía, las rodillas fuertemente apretadas contra los muslos de su padre, pasaba los manos por su cuerpo musculoso como una experta, los pechos meciéndose cada vez que se movía adelante y atrás. ¿Se lo parecía o tenía endurecidos los pezones rosados? Cerró los ojos, prefería no verlo.

Sonia le levantó un poco la falda del vestido y empezó a repasarle los muslos. El calor se adueñó cada vez más de su vagina y de la punta de sus grandes pezones. Las manos estaban cada vez más arriba tocando casi los bajos de sus braguitas. El calor, interno y externo, empezó a hacerla transpirar.

—Sería más fácil sin el vestido, ¿no crees?

La sugerencia de Sonia casi parecía una orden. Se incorporó y volvió a mirar a la pareja a su lado. Lucía se había inclinado más mientras le masajeaba la nuca a su padre, los grandes pechos casi rozándole la espalda. No, sin el casi.

—¿Ves cómo se quieren? Están así de cariñosos todo el día.

Cada vez era más consciente de las terribles implicaciones de todo aquello. Tenía que pararlo de alguna forma, aunque no tenía ni idea de cómo. Lo tremendo de todo aquello y su propia excitación la tenían paralizada.

De pronto, Lucía se apartó un poco y Carlos se dio la vuelta. El bulto en el pantalón era groseramente grande. Lucía sonrió ligeramente y empezó a aplicar las manos a los muslos fuertes de su padre.

—¿No te sacas el vestido?

Pero no se movió. Le temblaba un labio. Era un revoltijo de sensaciones y emociones.

—Te vas dando cuenta de lo que pasa, ¿verdad?

—No… no puede ser.

—Vamos quítate el vestido. Queremos verte.

­­ Lucia dejó los masajes y la miró con una sonrisa pícara. Carlos se añadió a las miradas lúbricas. La humedad que empezaba a inundar su sexo amenazaba con desbordarlo.

—Vamos, levántate, ya te ayudo.

—Venga, mamá, papá y yo sabemos lo que pasó anoche. Lo necesitas tanto como nosotros.

Casi no se sorprendió. Se levantó y Sonia le desabrochó los botones del vestido. Mientras lo hacía, aprovechó para rozarle los pechos.

Cuando el vestido estuvo en el suelo y, a pesar de que aún llevaba puesta la ropa interior, se sintió completamente desnuda. Sonia no tardó en situarse detrás de ella, de rodillas sobre la tumbona, besarle la nuca y acariciarle el cuerpo de arriba abajo.

Carlos se incorporó. Se bajó el pantalón y lo tiró a un lado. La polla se le marcaba de forma elocuente en los ajustados slips.

—Esto no… no está bien —acertó a decir, mientras Sonia empezaba a desabrocharle el sujetador. Sus amplios senos se desparramaron a la vista de los otros dos. Lucía tenía la boca abierta y jadeaba ligeramente. Parecía tener los pechos aún más grandes. Las manos de Sonia se cerraron sobre las grandes mamas de su madre y empezaron a frotar los endurecidos pezones. Carmen también empezó a jadear.

Carlos se bajó el slip y apareció ante ella aquella verga que tanto le excitaba cuando era joven, que tanto la estaba excitando ahora. Lucía también se bajó la braguita del sujetador, mostrando a su madre el vello rubio y un atisbo de los labios húmedos de su sexo. Se colocó delante de su padre y empezó a frotar el culo contra el pene erecto.

—No… eso no, no podéis.

Sonia dejó un momento las caricias. Carmen, las piernas flojas, se sentó en la tumbona sin poder dejar de mirar a padre e hija.

La pelirroja se situó ante ella y se arrodilló en el suelo. La miró fijamente a los ojos.

—Claro que pueden. Son adultos y se quieren.

Y no tardó en acercar la cara a su entrepierna y a recorrer con su naricilla los labios aún cubiertos de su vulva.

—Mmmm. Hueles muy bien. Y estás mojada.

Apartó la braga, sacó la lengua y le lamió la vulva caliente. Carmen cerró los ojos y notó cómo le vibraba todo el cuerpo.

—Uuuuuummmm.

Pareció la señal para que Lucía se separara de su padre. Este se tendió en la tumbona. Lucía no tardó en arrodillarse, agarrarle el duro instrumento y aplicarse a chupárselo golosamente.

¿Podría haber algo más perverso? ¿Tener a una chica, casi adolescente, a la que había visto crecer, lamiéndole el sexo, mientras su propia hija le hacía una felación a su padre?

Si, lo peor de todo: que cada vez estaba más excitada ante aquel espectáculo incestuoso.

Sonia empezó a bajarle la braga. Ella la ayudó. La chica rio cuando finalmente ya estuvo completamente desnuda.

—Sabes, ayer fue la primera vez que le chupaba el coño a una tía. ¿Te lo había hecho antes una chica?

—No.

—Y te corriste un montón. Estoy superorgullosa.

Y volvió a aplicarse, aún con más pasión, lamiendo y lamiendo, esta vez el clítoris que asomaba entre los labios, mientras con los dedos se los frotaba. Sonia levanto la cabeza y se relamió.

—Estás muy caliente, ¿verdad?

—S-sí.

La chica se giró.

—¿Cambiamos de parejas?

Por favor, eso no.

Lucía se levantó y se acercó a ellos.

—Vamos, Luci, ya verás que bueno está.

—Ya te he dicho que no soy bollera.

—Tócaselo por lo menos.

Se arrodilló ante ella y le pasó un dedo por la raja entreabierta. Ella gimió.

—¿Te gusta mamá? No lo había hecho nunca.

Empezó a frotar con más decisión, notaba cómo sus jugos mojaban los finos dedos.

Carlos se levantó, la polla tan erguida que el glande le tocaba el vello del vientre. Se arrodilló detrás de su hija y empezó a pasarle la dura verga por las nalgas, mientras le agarraba los pechos. La miró con una mirada de una lascivia infinita. Luego, sin decir palabra, se la clavó hasta el fondo de un solo empujón. Lucía suspiró y se abrazó a Carmen. Carlos empezó a empujar con tanta fuerza que el pequeño cuerpo se su hija empezó a escalar sobre el de su madre, haciéndola tenderse hacia atrás.

—¡No vale! ¡He dicho cambio de parejas! —rio Sonia, pero no tardó en sentarse en el suelo y masturbarse como una posesa.

Cuando los grandes pechos de las dos se fundieron en una sola masa gelatinosa, Carmen ya tenía otra vez la cabeza apoyada sobre el colchón de la tumbona.  Los labios tentadores de Lucía estaban tan cerca de los suyos… la miró con amor, pasión, desconcierto. Sin saber cómo, las dos bocas se encontraron. Lucía gimió y el dedo que aún la acariciaba se hundió en su vagina encharcada.

—Joder, ¡JODER! —Sonia jadeaba cómo una loca cerca de ellas.

Las embestidas de Carlos acompañaban con su ritmo a las penetraciones del dedo de su hija, que rozaban clítoris y paredes vaginales con un ritmo endiablado. Se acercaba inexorablemente al orgasmo. Lucía, sus labios aún pegados a los suyos, empezó a contornearse, frotando los cremosos pechos contra los suyos. Luego se incorporó y, bamboleándolos de un lado al otro, empezó a gimotear con esa vocecilla de niñita mimada.

—¡Me corro, mamá, me corro!

Carmen no tardó en acompañarla, la vista fija en la distorsionada carita de su niña. Fue un orgasmo que le recorrió el cuerpo en oleadas que la hicieron contorsionarse como una loca, aún más que la noche anterior con Sonia.

—¡Ah, cariño, bonita, aaaaaah!

—¡Sí, correos, las dos, hostia! ¡HOSTIA, PUTA!

La voz de Sonia las acompañó en sus respectivos clímax como un acicate definitivo. Cuando terminaron, Lucía volvió a tenderse sobre su madre, desmadejada. Pero notó como seguía moviéndose. Carlos seguía dando pequeños empujones.

Abrió los ojos y le vio la cara, la frente sudorosa, la mirada pura lujuria.

—Pobre Carlos, aún no se ha corrido. Hay que solucionar eso.

Lucía se incorporó al instante tras la sugerencia de su amiga. Se arrodilló ante su padre.

—Aún no te has corrido en mi boca.

—¡Qué mejor ocasión, Luci, que lo vea tu madre!

Él volvió a tenderse en la tumbona. Lucía se situó entre sus piernas y no tardó en englobar con sus labios de seda la verga entumecida. Sonia se incorporó, se arrodilló al otro lado y se abrazó a Carlos.

—¿No te parece maravilloso?

La cabeza de Lucía empezó a mecerse arriba y abajo, sacudiendo la cabellera con cada vaivén. No podía dejar de admirar la tremenda dureza de aquel órgano, bien lubricado en saliva y fluidos vaginales. Sonia reposó una mano sobre la cabeza de su amiga y empezó a besuquear y lamer el pecho de Carlos.

Esta la miró, sus miradas se cruzaron. La visión de aquel hombre maduro casi adorado por aquel par de ninfas, del falo entrando y saliendo de la boca de Lucía, del culo en pompa de su hija, la embargaron de nuevo con un desagrado y una lujuria que se mezclaban caóticamente.

Él estaba a punto de correrse en la boca de su hija. Después de habérsela follado y de que ella le provocara un orgasmo. Estuvo tentada de pellizcarse.

Carlos empezó a culear. Lucía le agarró con más fuerza el falo. Sonia subió a meterle la lengua entre los labios al padre de su amiga. Un gemido sordo surgió de su pecho y claramente se corrió. Pudo ver cómo vibraba su pene en cada contracción orgásmica. Así, cuatro, cinco veces. Hasta que todo acabó.

Lucía se incorporó y se relamió los labios. Un hilillo de semen se desprendió de ellos para mojarle un pecho. Enseguida tuvo a Sonia lamiéndoselo.

­—¡Qué rico! —dijeron las dos, casi al unísono. Luego se rieron y se besaron.

Carmen cerró los ojos. Se tendió sobre la tumbona sin saber qué hacer o qué decir. Ni tan siquiera qué pensar.