Un verano con su hija 13

Mezclar calor, alcohol y familia puede tener consecuencias inesperadas, como pronto aprende Carmen.

Hola, volvmeos a las andadas. Espero que os guste (y os dé calor).

A los helados les siguió más piscina y a la piscina, la cena que, aprovechando que el calor era bastante sofocante, montaron en el exterior.

Encargaron pizzas y comieron entre risas como si lo que hubiera pasado aquella tarde hubiera pertenecido al reino de la fantasía. A ello contribuía el calimocho que las chicas habían preparado con una cierta inventiva, mezclando un refresco de cola, un tinto peleón que el inquilino de julio había dejado olvidado en la despensa y una generosa dosis de ron del abundante plantel de licores de Carlos.

A madre e hija no tardó la mezcla en subírseles a la cabeza, cosa que Sonia aprovechó para dedicarles unos generosos arrumacos, mientras les soltaba que las quería y restregaba sus mejillas con las suyas, las tetas con sus costados y las manos por espaldas y muslos, más de una vez rozando los abundantes pechos de las dos.

Carlos, que hacía lo posible por mantenerse sobrio y lo imposible para no empalmarse más de la cuenta, gozaba de aquel festivo espectáculo con los ojos como platos, teniendo además en cuenta que las tres iban en biquini, Daba gracias al dios que fuera porque Sonia estuviera al otro lado de la mesa y no le dedicara también alguna de sus carantoñas, porque no hubiera respondido de su más que posible reacción.

En un momento determinado, la chica se sentó sobre los muslos de Lucía y le dio de comer un pedazo de pizza directamente de sus labios. Al final, como era de esperar, los labios de las dos chicas se encontraron y padre y madre las observaron. Carlos se fijó en la sonrisa un poco incómoda de Carmen cuando el beso duró un poco más de lo esperado.

—¡También tengo para ti! —gritó Sonia, riendo como una posesa. Ni corta ni perezosa se instaló en el regazo de Carmen. Le ofreció un pedazo de pizza y la mujer empezó a mordisquearla, visiblemente incómoda por la situación. Sonia se acurrucó contra sus formas rebosantes, abrazándola con algo más que amor. Cuando Carmen acabó de comer, Sonia la besó en los labios, no una, sino tres veces, y no se movió de allí.

—Vamos, Sonia, que ya no eres una niña —la sonrisa de la mujer era entre etílica y embarazada. Sonia cerró los ojos y restregó la mejilla contra la ubre en la que reposaba su loca cabecita. Solo le faltaba ronronear.

Carlos se dio cuenta de que madre e hija cruzaban las miradas. Lucía parecía algo celosa, aunque Carlos no supo decir de quién. No tardó en despejar sus dudas cuando se levantó y, un poco a trompicones, se dirigió hacia las dos y apartó a su amiga con ciertos malos modos.

—Venga, ahora me toca a mí —Sonia casi se cayó, pero no abandonó su expresión risueña cuando observó a su Luci sentarse sobre su madre y ocupar su lugar. No contenta con ello, colocó una mano sobre un pecho y empezó a besuquearle el cuello.

¡Qué imagen más excitante! Carlos sintió que el pene se le distendía al máximo. Luego, sin abandonar la teta de su madre, Lucía levantó la cara y también la besó en los labios. Carmen al principio respondió un poco pero luego la apartó suavemente.

—¿Qué os pasa hoy, chicas, que estáis tan cariñosas? —a pesar de la declinante luz del Sol, se la veía claramente sonrojada y con los pezones aún más duros que en la piscina.

—Es que te queremos mucho, Carmen.

—Sí, te queremos mucho, mamá.

—Venga, hija, porque no vas a querer un poco a tu padre —dijo con una risilla extraña.

Lucía se giró y le miró con ojos extraviados. Sonia se añadió a la propuesta.

—Sí, Luci, que el pobre está muy solo.

La chica dejó a su madre y caminó hacia él, cimbreando las caderas como una diosa. Se sentó sobre sus muslos y acomodó el trasero contra su dolorida polla. Él le puso las manos sobre el vientre desnudo, en una actitud que quería parecer más protectora que otra cosa. Lucía giró la cabeza y la levantó un poco, ofreciéndole los labios rosados. Él no pudo resistir la tentación y los besó suavemente.

—Míralos cómo se quieren, Carmen.

Lucía miró a su madre y restregó un poquito el culo contra la firme herramienta de su padre. Este apretó con un poco más de fuerza la piel suave y caliente. Carmen los miraba con una mirada extraña.

—Se va haciendo tarde, ¿no? ¿Nos damos un último chapuzón y nos vamos a la cama? No sé vosotros, pero este brebaje que nos habéis preparado me está dando sueño.

—Ve tú a bañarte, Carmen, que estás cansada. Nosotros recogemos la mesa.

La mujer le dio las gracias a Sonia y se dirigió a la piscina.

—La tenemos a huevo. ¿Habéis visto cómo se le han puesto? ¿Cuánto hace que no folla tu madre, Luci?

—No sé, no me cuenta estas cosas.

—Seguro que un montón.

—¿No pretenderás que me la folle yo?

—Claro que no, tonto. Primero hay que preparar el terreno. Esta noche me la follo yo. Mañana ya veremos.

—¿Y cómo lo vas a conseguir?

—Aprovechando que está tan cansada y un poco bebida le voy a hacer un masaje. Con final feliz, se entiende.

—Oye, cerdi, ¿no pensarás comerle el chocho a mamá?

—¿Por qué no? ¿Querrías hacerlo tú?

—Tía, yo no soy bollera. Además, es mi madre, tía.

—Sí, claro, y el señor que tienes aquí debajo con la tranca bien dura es un amigo de la familia.

—No es lo mismo.

—Ya, no es lo mismo. Por eso le tocas las tetas siempre que puedes.

Lucía se enfurruñó, se volvió y se marchó.

Carlos la miró irse, sin acabar de entender del todo la escena de la que había sido testigo.

—¡Qué tonta es a veces! Dejemos que se enfade, ya se le pasará. Recogemos la mesa, tú miras de bajar esa chimenea que tienes entre las piernas y, esta noche, no te olvides de estar pendiente del móvil.

Lo cierto es que aún no habían aclarado quién dormía con quién. Parecía obvio, desde una perspectiva más lógica que la que corría por esa casa, que Carlos no iba a pasar la noche con su ex ni con la amiga de su hija. Carmen, entre bostezo y bostezo, se ofreció a dormir en el sofá. Pero Sonia la convenció de que durmieran juntas tras ofrecerle el masaje. La mujer no estaba para discusiones, aunque no estaba convencida de que Lucía durmiera con su padre.

—¿No le molestará dormir contigo? Al fin y al cabo, ya no es una niña.

—No creo. Además, ya pasamos una noche juntos, una que hubo tormenta.

—Esa chica y sus miedos. De acuerdo, como digáis. ¿Mañana por la mañana nos vamos a correr juntos?

Carlos soltó un respingo y Sonia se puso a reír.

—¿Pasa algo?

—Nada, Carmen, un chiste privado. Hala, vamos a la cama.

Las vio subir las escaleras y no tardó en seguir el mismo camino. Cuando llegó a la habitación, Lucía ya estaba en la cama. No encendió la luz para no molestarla, pero no había bajado las persianas y la luz de las estrellas iluminaba sus redondeadas formas. Se quitó el bañador, cogió el móvil y esperó la llamada de Sonia.

—¿No te vas a poner nada encima?

—Ah, hola. Pensaba que ya dormías.

—Es imposible con este calor. ¿Qué haces?

—Me parece que Sonia nos va a transmitir lo que hace con tu madre.

Lucía se incorporó. Llevaba solo puesta una camiseta de él.

—¿Por qué la dejas que nos haga esto?

—¿La dejo? ¿Qué quieres decir con que la dejo?

—Ella lo está provocando todo.

—Estos cinco días no estaba por aquí.

—Papá, ¿crees que soy una puta?

Él se la quedó mirando. La escasa luz le daba un aire curiosamente virginal. Soltó el móvil sobre la cama y abrió los brazos. Ella se arrastró sobre las rodillas y le abrazó con fuerza.

—¡Cómo voy a pensar eso, bonita! ¡Con lo que yo te quiero!

La presión de sus generosas tetas le provocaban un calor que iba creciendo en la entrepierna.

—Pero me lo has dicho. Unas cuantas veces.

—Era por el calentón, tontita, solo era por el calentón.

—¿Te ha gustado verme sentada sobre mamá?

—¡Me ha puesto a mil!

—Yo también me he excitado un poco, pero porque sabía que nos mirabas. Y ahora también estás excitado. Te lo noto.

—Sabes que me vuelves loco, mi niña.

—¿Quieres que te la chupe?

De pronto, el móvil vibró. Evidentemente era Sonia. Se sentó en la cama y lo activó. No había imagen.

Carmen : …segura de lo que haces?

Sonia : Tranquila, el próximo curso voy a estudiar medicina.

Carmen : ¡Como si tuviera algo que ver!

—¿No ha puesto imagen? —Lucía se había sentado a su lado y había empezado a acariciarle la verga.

—No habrá podido esconderlo bien.

Sonia : ¿Qué tal? ¿Te gusta así?

Carmen : Mmmh. Ay, sí, qué bueno. ¡Qué bien lo haces!

Sonia : Ya te lo he dicho. Uy, yo diría que tienes una contractura aquí en el cuello. Mejor no te la toco.

Carmen : Hazme la espalda, bonita. Es lo que más necesito.

Las caricias de Lucía le habían puesto bien duro. Él le había metido una mano bajo la camiseta y se recreaba en uno de sus grandes pechos.

—¿Crees que mamá se va a dejar? —le preguntó mientras recorría con la punta de un dedo la base del excitado glande.

—Espera, que apago el micro —susurró—. Con Sonia, me lo espero todo.

—Pero yo diría que a mamá no le van las tías.

—Yo también lo diría, pero hace nada tampoco hubiera dicho que a ti te fuera montártelo con tu padre.

—Jeje, estoy un poco borracha y me apetece comerte esa polla y dejarte seco.

Se bajó de la cama y se arrodilló entre sus piernas. Se quitó la camiseta y le mostró los pechos.

—¿Qué tal?

—Estás de muerte.

Ella se inclinó, se la puso entre ellos y empezó un ligero masaje.

Esa piel tan suave, ese tacto globoso… y las palabras de Sonia.

Sonia : ¡Qué firme tienes la espalda! Se nota que haces ejercicio.

Carmen : Siempre que puedo me voy al gimnasio.

Sonia : Habrás ligado un montón ahí.

Carmen : No creas. Al que voy yo van muchos jubilados.

Sonia : ¡Les debes volver locos con este cuerpazo! ¿Aquí va bien?

Carmen : ¡Ay, sí, sigue!

No sabía dónde era “aquí” pero la voz grave y anhelante de Carmen le excitó aún más. Lucía empezó a restregarle los pechos por la verga de lado a lado. Cada vez que lo rozaba con un pezón, se le escapaba un gemidito. En la otra habitación no se oyó nada hasta que, de pronto, un palmetazo.

Carmen : ¿Qué haces?

Sonia : Ay, perdona, es que tienes el cul… las nalgas tan firmes, no lo he podido evitar.

Carmen : No te pases.

Sonia : ¿Te lo masajeo?

Carmen : Bueno, pero ve con cuidado.

Se imaginó las manos de la chica magreándole el culo a su ex y aún se empalmó más, aunque hubiera parecido imposible.

—Se te ha puesto aún más dura —constató Lucía, que empezó a acariciarle el glande con su tierna naricilla—. Te pone oír lo que hacen, ¿verdad?

—¿Y a ti?

—Estoy a cien —y sin pesárselo se tragó la polla de su padre hasta casi la mitad. No tardó en lamérsela con cariño.

Él tuvo un espasmo. Ella se apartó con delicadeza.

—¿Vas a correrte? Si lo haces, quiero que sea en mi boca.

—Aún no, quiero oír más.

—Déjalas, si pasa algo, ya nos lo dirá Sonia mañana.

Él no se conformaba con palabras, quería hechos. Lucía volvió a dedicarse a la verga paterna con lametones y chupeteos suaves. Lo hacía bien, con cuidado, para que él durara más.

Sonia : ¿Quieres que te haga la parte de delante?

Carmen : De verdad, muchas gracias, pero ya has hecho suficiente.

Sonia : No me importa hacerlo. Es más, me gusta. Tienes un tacto exquisito. Oye, si te da un poco de reparo, voy a buscar una toalla y te tapo un poco.

Carmen : De acuerdo. Pero solo un ratito.

Se oyó la puerta abrirse y unos pasos por el pasillo. Sonia asomó a su habitación.

—¡Uy, veo que os ha gustado la conversación! —susurró.

—¿Cómo la ves?

—Está supercachonda. Le he podido ver un poco el coñito y está mojada. Se muere de ganas. Solo necesita un poco de pimienta. Ahora me encargo.

Lucía dejó de chuparlo y se giró hacia su amiga.

—¿Por qué no has puesto la imagen?

—¿Qué pasa, lo querrías ver?

Lucía calló y miró a su padre.

—Papá querría, seguro.

—Tú también, cerdi. Cuando la tenga en el bote, no os resistáis. Voy a dejar la puerta entreabierta.

Y se marchó.

Lucía le acarició el pene con la punta de dos dedos.

—¿Ves cómo siempre hace con nosotros lo que quiere?

—A mí no me importa, no me lo pienso perder.

Ella no dijo nada y volvió a acomodarlo entre sus senos. Bajó la cabeza y le lamió el meato, del que sobresalía una gotita. Volvió a tener un espasmo y una gotita más surgió del meato. Ella la recogió con la lengua y la paladeó.

Carmen: Has tardado.

Sonia : Estaba Carlos ocupando el lavabo. Pero ya se ha vuelto a la cama. Vamos, gírate, ¿por dónde quieres que empiece?

Carmen : No sé, tú misma.

Sonia : ¡Jolín, Carmen, qué tetazas tienes! ¡Qué envidia!

Carmen : Bueno, ya no están cómo cuando era joven. Están un poco caídas.

Sonia : ¡Qué dices! Ni Lucía las tiene tan duras.

Carmen : ¡Anda, exagerada!

Durante un rato no se oyó nada. Luego…

Sonia . Pues a mí me parecen muy duras. Casi ni se deforman.

Carlos casi da un salto. ¡Se las estaba tocando! Con el movimiento, le metió de nuevo el glande a su hija entre los labios.

Carmen : Oye, preciosa, quizá mejor que pares.

Sonia : ¿No te gusta?

Silencio.

Sonia : ¿Cuánto hace que no te las tocan?

Silencio otra vez. De repente, un profundo gemido.

Carlos apartó a Lucía. Necesitaba ver aquello.

Se levantó de sopetón, no sin antes escuchar la última frase de Sonia.

Sonia : ¡Qué duros se te ponen los pezones!

Salió al pasillo. La puerta de la habitación de ellas estaba entreabierta unos centímetros. Se acordó de aquel día en que las chicas se probaban biquinis. Parecía haber pasado una era geológica. Se acercó. Dentro, se oían unos suaves sorbeteos y unos cada vez más profundos jadeos. Miró como aquella vez al espejo del armario.

Carmen estaba tendida sobre la cama. Desnuda de cintura para arriba, una toalla de baño le cubría a duras penas las caderas y los muslos. Sobre ella, Sonia, agarrada a sus grandes ubres, le succionaba un pezón, casi como un lactante. Parecía impensable pero aún se le puso más dura, el glande rozándole el vello del vientre.

Aún con la poca luz de la mesilla de noche, la cara de su exesposa se veía claramente sonrojada, los ojos cerrados, la boca abierta, era la viva imagen de la excitación sensual. Sonia pasó al pezón izquierdo y así Carlos pudo ver cómo tenía de erguido Carmen el derecho, como tantas veces lo había visto en épocas más felices.

De todo lo que había ocurrido en aquel verano, aquello le pareció lo más surrealista y más cuando Sonia abandonó por un rato los pechos de la mujer y empezó a besarla en los labios. Tras un rato, los apartó y empezó a trazar una ruta desde la barbilla hacia abajo.

—Mira, chiquilla —jadeó Carmen—. Creo que tendrías que parar.

Obviamente no le hizo caso. Resiguió con labios y lengua el cuello de la madre de su amiga, luego se hundió entre sus pechos, mientras los asía con ambas manos. Frotaba la cara contra ellos y le rozaba los grandes pezones con los dedos. Carmen estaba cada vez más sudorosa, la piel brillante por el calor y la excitación.

De pronto, Sonia se incorporó y se quitó la parte de arriba del biquini. Sus duros pechos aparecieron desafiantes. Carlos se relamió al verlos. La chica volvió a moverse hacia arriba y los puso sobre la cara de Carmen.

­—Vamos, házmelo.

—Yo, nunca…

Sonia apagó el conato de protesta posándolos sobre su cara. No tardó en empezar a gemir.

—¡Ay, sí! ¡Qué bien lo haces!

Carlos oyó otro gemido. Había estado tan embobado que no se había dado cuenta de que tenía a Lucía a su lado. La miró, ella también lo hizo. Él se giró, se inclinó y la besó. Las lenguas se encontraron en la boca de ella. Empezó a restregarle la polla en el vientre mientras le magreaba las tetas, que no podían estar más duras.

—Quiero mirar —dijo ella, apartándole y acercándose peligrosamente a la puerta. Él la cogió por los hombros y empezó a sobarle las tetas mientras le pasaba el falo por el caliente culo.

Dentro, Sonia había vuelto a las andadas y ya estaba paseando la lengua por el vientre de su nueva amante. Carmen se retorcía cada vez más excitada. La chica apartó la toalla y la echó a un lado. La lengua de Sonia recorrió el vello recortado del pubis maduro. Luego se hundió entre sus muslos. Carmen suspiró profundamente.

Los muslos de la mujer tapaban lo más excitante de la acción. Carlos tuvo la tentación de entrar en la habitación y follarse a la primera que se le pusiera por delante. En lugar de eso, le tapó la boca a Lucía y le hundió la verga en la ardiente vagina.

La chica emitió un gemido sofocado. Él empezó a clavársela sin ningún tipo de pudor, sin dejar de manosearle los pechos con la mano libre. Ella respondió a sus embates casi con violencia, mientras, en la habitación, Carmen sacudía el cuerpo en caracoleos cada vez más espasmódicos, gemía como una loca y Sonia se metía el dedo por debajo del biquini, frotando con frenesí.

Ya nada podía frenar el éxtasis final. Su ex empezó a gemir como hacía años que no la había oído, su voz grave transformada en un aullido animal, el de una leona en celo. El cuerpo empezó a batir sobre la cama, mientras apretaba los muslos contra la cabeza de Sonia como una posesa. Sonia también gemía, cercana a su propio orgasmo.

Sintió las contracciones del sexo de Lucía, que se corría mirando correrse a su madre, sus propios gemidos apagados por la mano de su padre y por los sonidos en la habitación. Él resistió unos segundos, regodeándose en aquel espectáculo inconcebible. Hasta que no pudo más y se corrió de forma agónica en la vagina de su hija, reprimiéndose a duras penas de chillar como un loco.

Cuando acabó, los dos conteniendo los jadeos como podían, Sonia les dedicó un último epílogo. Se quitó rápidamente la braga del biquini, se colocó sobre uno de los muslos de la palpitante madre y empezó a restregarse contra él.

—¡Sí, sí, sí! —no tardó en unirse al orgasmo generalizado—. ¡La hostiaaaa!

Cuando acabó, se tendió sobre una ya relajada Carmen, que la acogió como a un bebé contra sus abultados pechos. Sonia le cogió uno y le dio un besito al pezón. Carmen le acarició el cabello con cariño, aunque tenía la cara seria, preocupada.

Carlos y Lucía se retiraron a su habitación. No se dijeron nada. Nada había que decir.

Se tendieron en la cama y se durmieron, abrazados como viejos amantes.