Un verano con su hija 12

Sonia tiene prisa por recuperar el tiempo. Luego inicia una nueva vuelta de tuerca en la aventura.

Hola, con más retraso del que prometí, pero ahí va el (buf!) número 12. Muy probablemente el penúltimo de momento. Empiezo a necesitar la exploración de otros caminos.

—Así que habéis follado cada día.

—¡Baja la voz! ¡Te va a oír todo el mundo!

Sonia miró alrededor, pero en el restaurante todo el mundo estaba enfrascado en sus propias conversaciones. Aun así, le hizo caso.

—Carmen no tardará en volver. Contadme los detalles.

—Nos vamos a correr y, cuando volvemos, lo hacemos. Y luego por la noche, también.

—¿Y esta mañana?

Lucía le miró y él apartó la mirada a un lado.

—¿Qué ha pasado? Ya os he visto que estabais un poco tensos.

—Bueno, lo hemos hecho en el bosque.

—¿Y qué tiene eso de malo? ¿Os han pillado?

—No, nada, que me clavaba una piedra en el culo y ha salido un poco mal.

Sonia la miró y luego a él.

—Te lo estás inventando, bonita.

Carmen regresó del baño, salvando momentáneamente la situación.

—Ya estoy. ¿Quién se apunta a una siesta de campeonato?

Carlos y Lucía no tardaron ni un milisegundo en levantarse. Carmen fue a pagar la cuenta y volvieron al coche.

En el camino de vuelta no hablaron mucho, salvo Sonia que explicó algunas anécdotas del viaje a Mallorca con su familia, viaje que se había interrumpido cuando su hermano se dislocó un hombro y decidieron volver antes de tiempo.

Una vez en el chalé, Carmen no tardó en situar una tumbona a la sombra y en dormir a pierna suelta, agotada de la semana de trabajo.

—No creo que nos moleste durante un buen rato. ¿Por qué no nos vamos arriba? Os he echado mucho de menos a los dos.

—¿Estás loca? ¿Y si se despierta?

—¿No te da morbo la situación?

—Tenemos que buscar otro momento. Quizá por la noche.

—Está rendida. Va, ahora no os hagáis los estrechos. Uno rápido.

Y, ni corta ni perezosa, se dirigió a la casa. Se giró, se levantó la camiseta y se puso las manos debajo de los pechos, cubiertos por el sujetador de encaje de la primera vez.

—Me lo he puesto especialmente para ti, Carlos, no me decepciones.

Y entró al salón.

Padre e hija se miraron. Carlos volvía a sentir aquella excitación de días pasados, cuando aquella chiquilla le empujaba a saltar muros cada vez más altos. Lucia parecía más reacia. No se lo pensó más.

—Yo voy. No vengas si no quieres. Nadie te obliga.

Y siguió los pasos de Sonia.

La encontró en su propia habitación. Estaba de rodillas sobre la cama, vestida con la ropa interior.

—Sabía que vendrías. ¿Y Lucía?

—No creo.

—Ella se lo pierde.

Él se aproximó a la cama. Ella se acercó arrastrando las rodillas y le puso la mano en la entrepierna.

—Uy, no te veo muy dispuesto. ¿Quieres que te llame papá?

—No, mejor no.

—¿Qué ha pasado esta mañana? —preguntó mientras le llenaba de besitos la cara y le rozaba con dedos ágiles el bulto que empezaba a crecer en sus pantalones.

—Ahora no viene a cuento.

—Ya vendrá. Bésame.

Él aplastó los labios contra los suyos y los recorrió como mordiéndolos. Ella empezó a frotar con más fuerza el duro miembro que aún se ocultaba.

—Esta semana he estado tan cachonda que hasta empecé a pensar en montármelo con mi hermano. Enséñamela.

Él se fue desnudando. Cuando por fin apareció su pene, ya estaba completamente erecto.

—¡Como la he echado en falta!

Se volvió a acercar y empezó a recorrerlo de arriba abajo con la punta de un dedo. Él se dejó hacer, cada vez más excitado. Cerró los ojos para disfrutar mejor de las sensaciones. Después de un rato, ella paró. Volvió a abrir los ojos. Lucía los observaba desde el otro lado de la cama. También se había quitado parte de la ropa, el sujetador blanco enmarcando los hinchados pechos.

—¿Vas a venir, bonita, o vas a volver a mirar y ya está?

Lucía se subió a la cama y se puso a su lado, también de rodillas. Colocó una mano en la espalda de su padre y lo masturbó lentamente. Él observó cómo se mordía un poco el labio. Llevó la mano a uno de aquellos cálidos pechos, aún más firme gracias al sostén.

Sonia se apartó y empezó a quitarse la ropa.

—Me vuelve loca miraros.

Cuando acabó, se acercó a su amiga y la besó en los labios. Primero, un piquito, luego con más vehemencia. Un poco después, estaban las dos abrazadas, besándose con pasión. Sonia bajó una mano y empezó a frotar la entrepierna de Lucía. Carlos se colocó tras ella, le desabrochó el sujetador y se recreó en sus tetas. Sonia bajó la cara y empezó a succionarle los pezones.

Lucía no tardó en gemir, con aquellos grititos que tanto le ponían. Empezó a restregar la verga contra el culo aún cubierto por la braguita blanca.

Lucía se giró y se abrazó a Carlos, acogiendo en su fino vientre la verga hinchada. Sonia le sustituyó en el sobeteo de las tetas, mientras padre e hija se besaban con fruición.

—¿A quién te vas a follar, Carlos? —Sonia le besuqueaba la nuca a su amiga y le pellizcaba los pezones rosados.

—A las dos.

—¡No tienes dos pollas, Carlos! —rio Sonia mientras se tendía en la cama y abría las piernas, mostrando a sus miradas el sexo henchido de deseo.

—Tiéndete encima de ella, Lucía —mandó Carlos a su hija. Ella le obedeció y se apretó contra Sonia, volviendo al besuqueo. Le sorprendía su vehemencia cuando hasta ahora había sido más bien pasiva en sus escarceos amorosos con la pelirroja. Prefirió no hacerse preguntas. Se tendió tras ellas, le abrió las piernas a Lucía y empezó a lamerle el sexo húmedo. Luego siguió con el de Sonia que, un poco más abajo, estaba bien abierto para él.

—¡Joder! —Sonia empezó a culear, mientras Carlos se alimentaba de esas fuentes cada vez más mojadas y olorosas. La lengua recorría los labios de una y luego las de la otra sin solución de continuidad. Pronto las dos empezaron a jadear.

—¡Ven aquí! —dijo Sonia y Lucía la obedeció enseguida, apartándose de su padre y no tardando en montarse a horcajadas sobre la cara de su amiga.

­—¡Te voy a comer toda! ­­—oyó decir a la pelirroja. Los sonidos de su boca chupando a su amiga se fundieron con los gemidos de Lucía. Loco de deseo, Carlos le separó aún más las piernas a Sonia y la montó sin dudarlo. Sonia ahogó un grito en las carnes de la rubia.

Empezó a menearse como un poseso. El sexo de Sonia lo acogía como un guante viscoso y cálido. Delante, Lucía, se retorcía cada vez más. Le ponía al máximo ver a su hija en plena práctica lésbica con su amiga. Se inclinó hacia adelante, sin dejar de pistonear el cuerpo de Sonia, la agarró de los pechos. Ella giró la cabeza y se besaron a conciencia. Sonia subió las manos y le acompañó en el sobeteo de tetas.

Lucía volvió a apartar la cara y empezó a correrse.

—¡Sí, putilla, córrete! ¡Córrete para papá!

—¡No… me… llames… así!

Sintió una fuerte contracción en la vagina de Sonia, que le inundó con su flujo. Poco después, sacó la verga del sexo caliente de la chica, se movió hacia delante y se la clavó a Lucía hasta el fondo en la vagina palpitante. Sintió la lengua de Sonia recorrerle el talle mientras la penetraba. Lucía seguía corriéndose como nunca. Ya no pudo aguantar más y eyaculó.

El semen inundó el sexo de su hija, que cayó de manos sobre la cama. Notó cómo la lengua de Sonia le repasaba los huevos mojados por las secreciones de los dos. Luego, se apartó de los dos amantes resollantes mientras se relamía como una gata y se situó a su lado.

—¿La has probado, cerdi? —dijo con voz un poco gangosa.

—Aún no.

Sonia se abrazó a su amiga y la besó, relamiendo con su lengua el interior de su boca de muñeca. Carlos, espectador privilegiado, las observó extasiado. Luego se separaron y le miraron. Sonia con su clásica sonrisa pícara y Lucía con un aire un poco avergonzado.

—Así que putilla, ¿eh? Me vais a tener que explicar algunas cosas.

—¿Dónde os habíais metido? —Carmen se desperezaba en la tumbona, la mirada aún soñolienta.

—Carlos, que nos quería enseñar un nuevo juego.

—¿Un juego? ¿Qué tipo de juego?

—Es uno en el que pueden jugar tres, pero es mejor con cuatro, ¿te apuntarías?

­—¿De qué es? ¿De cartas?

—Depende. Se puede jugar con cartas, con fichas o directamente sin nada.

—Me vais a tener que enseñar ese juego, pero mejor mañana. Ahora me apetece un helado. ¿Tienes helados, Carlos?

—Pues la verdad es que no.

—¿Quién me acompaña a buscar helados?

—Ya voy yo, mamá.

—¿De qué los queréis?

—Sorprendednos.

Madre e hija no tardaron en marchar. Cuando dejaron de oír el motor del coche, Sonia se le abrazó.

—¡Joder, tío! ¡Hacía tiempo que no me lo comían tan bien!

—Oye, lo que has hecho con Lucía…

—¿Sí?

—¿Se lo habías hecho antes?

—No te lo vas a creer. Era la primera vez, con ella o con otra.

—¿Eres lesbiana?

—¿Me acabas de meter la polla y me preguntas eso?

—¿Bisexual?

—Estas cosas solo tengo ganas de hacerlas con Luci.

—No lo entiendo.

—Yo tampoco. Pero mola. Está muy buena, en los dos sentidos. Ahora explícame lo de la putilla.

Él se sentó en una tumbona y ella lo hizo a su lado. Le puso una mano en la espalda y le restregó la nariz por el hombro.

—Vamos, papi. A mí me lo puedes contar.

—Nada, que esta mañana en el bosque le he dicho algunas cosas.

—Putilla entre otras.

­—Sí.

—¿Y a ella le ha gustado?

—Creo que no.

—¿Pero te las has follado y se ha corrido?

—Sí.

—Pues entonces le ha gustado.

—No estoy tan seguro.

—¡Qué más da! Si se ha vuelto a apuntar a la fiesta no estará tan molesta.

Supuso que tenía razón.

—¿Y tú lo piensas? ¿O se lo dices porque te pone?

—Es que está follando con su padre.

—Lo dices como si fuera otro tío.

—Hace nada pensaba en ella como si aún fuera una niña y ahora…

­—¡Venga, hombre, que ya hace tiempo que tiene tetas!

—Te juro que hasta este verano no había pensado en ella así.

Se quedaron un rato en silencio. Sonia le seguía acariciando la espalda, casi como una madre que consuela a su hijo.

—Estos días que he estado fuera he pensado mucho en todo esto. A veces también he dudado de si lo que hacíamos estaba bien. Pero luego pensaba en lo que he disfrutado y se me iban todas las dudas. ¡Y entonces me hacía una paja!

—Estás como una cabra.

Ella se rio, se quitó la ropa y se tiró al agua. Luego apareció tras el borde de la piscina, con aquella mirada un poco displicente y aquella sonrisa traviesa.

—Ahora no puedes dudar tanto, Carlos. Está Carmen aquí y habrá que aprovechar la oportunidad.

—¿No querrás meterla en esto?

—¿Por qué no? Está buena. Y algo me dice que va muy faltada.

—Carmen no es de esas.

—¿De esas? ¿De esas putillas?

—Creo que si supiera lo mío con Lucía me mataría. Está loca por su hija.

—Ahí es donde quería llegar yo. ¿No viste cómo se le pusieron los pezones aquel día, cuando Lucía le tocaba las tetas?

—Siempre se le ponen así cuando se las tocan. Es una reacción natural.

—No sé, no sé. Lucía nos vuelve locos a todos. Creo que ahora que ya me he estrenado, voy a explorar el lado lésbico de tu ex.

—Haz lo que quieras. Pero apáñatelas tú sola. Conmigo no cuentes.

Cuando madre e hija volvieron, Sonia ya había salido de la piscina, había ido a ponerse un biquini y había vuelto mientras mordisqueaba una manzana.

—¿No quieres helado, Sonia?

—Cuando acabe, ¿qué habéis traído?

—Helados de pistacho. Estaban de oferta y tenían muy buena pinta. Lucía me ha dicho que te gustan mucho.

—Gracias por pensar en mí, cerdi.

—You’re welcome.

—Cerdi, ¡qué tontas sois! -rio Carmen, que dejó a su hija al cargo de los helados y se dirigió a la casa. Cuando volvió, con un biquini estampado en tonos verdes y azules y un pareo a juego, los demás ya estaban acabándose los helados.

—Están de muerte, mamá. Espabila que se deshacen rápido.

Carmen no tardó en acompañarlos. A Carlos, la imagen de su exmujer relamiendo su helado, con aquel bonito biquini realzándole los grandes pechos, empezó a hacerle sentir de nuevo aquella comezón que no le acababa de abandonar aquellos días. No solo él la estaba observando, también Sonia y Lucía. La verdad es que era un espectáculo más que interesante.

—¿Qué os pasa? —dijo Carmen a la que, distraída, le cayó una gota de pistacho fundido sobre el seno izquierdo—. ¡Uy!

—Espera —Sonia saltó como un resorte y no tardó en recorrer con el dedo la fina piel del pecho hasta recoger con él el líquido espeso. Luego se llevó el dedo a la boca y lo lamió.

—¡Qué rico! —Carmen se ruborizó, mientras miraba cómo la lengua de la chica recorría sensualmente el dedo. Carlos sintió que empezaba a empalmarse.

—Aún queda un poco —Sonia volvió a pasar el dedo por el pecho de la madre de su amiga, con mucho más recorrido del necesario. Luego se lo llevó a la boca y lo sorbió, mirando a la mujer con esa mirada de chiquilla pícara que tan bien sabía interpretar—. Está muy bueno. ¿Quieres, Luci?

No la dejó ni responder. Se acercó a su amiga, le puso el dedo ante los labios y Lucía lo recorrió con ellos.

Carmen estaba aún más ruborizada y Carlos se dio cuenta de que tenía los pezones erguidos. ¡Qué puta locura! El bulto en su pantalón empezaba a delatar demasiado lo que sentía. Cuando las chicas acabaron el espectáculo, Sonia se dirigió hacia Carmen, se sentó a su lado y le acercó un dedo a la cara.

—Tienes un poco también en el labio.

Ahí no había nada. ¡Aquella chica era un demonio! Le pasó otra vez el dedo, esta vez por la mejilla hasta llegar al labio. Lo frotó, apretando un poco. Se lo volvió a llevar a la boca, sorbiendo con fruición. Carlos ya no sabía cómo ponerse para que no se le notara la erección. Carmen miraba cómo obnubilada a la chica, los pezones bien tiesos, un ligero jadeo agitando los grandes pechos.

—¡Qué bueno está el pistacho! ¿A qué sí, Carmen?

—Sí, bueno… creo que me voy a dar un baño.

Se quitó el pareo y se levantó. Los demás se la quedaron mirando, admirando su potente cuerpo. Se tiró al agua y se puso a nadar. Entre los chapoteos, Sonia sentenció:

—Sois conscientes de que esta noche voy a dormir con ella, ¿verdad?