Un verano con John

Las manos expertas de John convierten a la protagonista en su mejor instrumento.

Un verano con John

Hacía tiempo que al lado de mi casa, bueno, la de mis padres, se había mudado un mito de la música de los años 60-70, los discos de su grupo habían reventado las listas de ventas en muchas ocasiones. Era John (un pseudónimo), un hombre de unos 50 años, eso es lo que podías calcular mirando su carnet de conducir (por lo cual millones de fans no hubieran dudado arrancarme la piel a tiras con tal de sólo mirarlo), porque a pesar de los estragos de su larga vida, parecía que los años habían pasado más lentamente para él que para el resto de los mortales, aunque para él eso no era difícil, la industria discográfica ya se había encargado de tuviera ese aspecto.

A pesar de que mis padres estaban forrados de pelas por los cuatro costados, (para que un tipo como John fuera a caer a vivir al lado de mi casa) y podría haber vivido como una reina aquel verano, pero mis padres querían que fuera aprendiendo a sacarme las castañas del fuego yo solita, según ellos no había nada más repelente que una niña pija, esa era su teoría desde que era muy pequeña y desde entonces cuando he querido algo he tenido que ir metiendo monedas en la hucha para poder conseguirlo. Con esta excusa a mi madre se le ocurrió la genial idea de proponerle a John que le ayudara con las tareas domésticas de su enooooorme casa tan pronto terminara los exámenes. Y la tía tan ancha y tan pancha se fue de vacaciones.

Los primeros días era más bien John quien cuidaba de mi, bueno nunca dejó de hacerlo, pero era de otra forma. Era un excelente cocinero y siempre se encargaba de hacer la comida, me pasaba toda el día estudiando o haciendo exámenes, y luego cuando el hambre apretaba me dejaba caer por la casa de John. Siempre me recibía con una amplía sonrisa, además chapurreaba muy bien el español. Por las tardes me iba a su desordenado despacho con montañas de papeles y partituras donde en un rincón había plantado mi mesa de estudio mientras le escuchaba componer en el piano del salón.

Aún recuerdo cuando terminé y quedé con él en hablar aquella misma tarde lo de las tareas de la casa que tenía que desempeñar y con que frecuencia. Se ofreció ir a buscarme un refresco y cuando volvió me había quedado dormida en el sofá, estaba agotada, me desperté un poco cuando vi que me intentaba acomodar en el sofá susurrándome que no me despertara, mientras dibujaba una amplia sonrisa en sus labios y con aquella imagen me quedé dormida del todo.

Su perro comenzó a despertarme a lengüetazo limpio, a pesar de las babas, me sentía super bien, como nueva, era la hora de cenar y John no la había dejado todo preparado en el porche para cenar y pasar un rato agradable hablando, y así fue, nos lo pasamos muy bien, sentía mucha curiosidad de como era la vida de un artista, pero en ningún momento lo tenía como alguien inalcanzable, o alguien superior, supongo que era porque lo conocía desde hacía muchísimo tiempo.

Me dijo que a él le gustaba componer por la tarde y por la noche, con lo que por la mañana estaba agotado y la dedicaba a dormir. Me dijo que si quería podía irme a su casa durante el verano, que por el ruido que pudiera hacer que no me preocupara que las habitaciones estaban preparadas a prueba de bomba. Así que por la mañana podía dedicarme a hacer las 4 tareas que me tocaran y por la tarde podía hacer lo que quisiera, incluso una macrofiesta al rededor de su piscina.

Así pasó el primer mes, como os imaginaréis de macrofiesta nada de nada, porque luego quien tendría que limpiar era servidora (y nunca mejor dicho), así que solía irme algunas tardes con las amigas y los fines de semana podía irme de discotecas hasta la saciedad sin olvidar que el lunes por la mañana tenía que seguir con mis tareas marujiles. Las tardes que no iba con las amigas me quedaba en casa viendo a John tocar el piano, bueno me quedaba leyendo un libro para disimular, pero siempre acababa compartiendo el banco del piano con él, mientras me enseñaba a tocar lo que acababa de componer.

John tenía algo que me gustaba mucho, bueno todo él me gustaba, era muy especial, era sensible, inteligente, guapo, todo un caballero y no sé, me daba la seguridad que necesitaba, una tarde entre risas mientras me enseñaba su nueva composición, cuando él se fue acercando lentamente para besarme, cuando se separo le dije: ‘quiero otro’. John no dudó en darme lo que le pedía. Puse sus bonitas y suaves manos de pianista en mi cintura y comenzó a acariciarla, junto con mi espalda y bajando por mis nalgas, tenía unas manos expertas, yo a pesar de no ser virgen, era una torpe total a mis 17 años.

John me cogió en brazos y me llevó a su despacho, me sentó sobre su desastrosa mesa y me vendó los ojos con un pañuelo negro:

  • Tus ojos reflejan tu inocencia Laura, en cambio los míos lo ha visto todo, no quiero que puedas perder tu inocencia a través de mi mirada.

Como es natural él había estado con decenas de tías y les había hecho lo que él había querido. Me tumbó sobre la mesa y comenzó a desnudarme, sentía sus manos desabrochando mi ropa, desnudando mis pechos que pronto comenzó a besar, a deshacerme del pantaloncito corto que llevaba y de mis braguitas, a pesar de no ver nada, estaba tranquila no sentía vergüenza de sentirme desnuda sin poder ver la cara de John. Inclinó su cuerpo sobre mi para regalarme sus besos, él estaba de pie, sentía como estaba completamente desnudo y muy excitado, pero no me penetraba, sólo me besaba y me acariciaba con sus manos. Entonces sentí que su polla comenzaba a penetrarme, un largo gemido salió de mi garganta, me follaba despacito, sólo sentía el calor del cuerpo de John y un inocente placer, tener los ojos tapados me hacía sentir sólo placer, sin preguntarme porque, como o que? su mano derecha viajaba por mi tripita para acabar jugando con mi clítoris y el pulgar de mi mano izquierda estaba en mi boca, bajaba por mi labio inferior manteniendo mi boca semiabierta mientras jadeaba. La masturbación que ejercía su mano sobre mi clítoris me hizo estallar de placer, robándome el orgasmo, comencé a gemir, a jadear, a suspirar, mientras acercaba mi mano a mi sien, cerrándola antes de llegar a tocar mi piel, y abriéndose de nuevo a cada sacudida del orgasmo, oí un fuerte jadeo de John y como una abundante lechada comenzaba a ocupar su lugar dentro de mi.

Intenté recuperar la respiración y John también. John acariciaba mi mejilla indicándome que seguía ahí, pues no quería que me quitara aún el pañuelo. Entonces me dijo que era su ángel, su más bello instrumento que había tocado jamás y del que habían salido la más bella música, no quería que perdiera ese don, viendo su mirada, la lujuria de sus ojos, todo lo que había aprendido año tras año durante su anárquica juventud donde le daba igual con quien con tal de hacerlo.

Repetíamos la experiencia cada tarde, durante todo el verano, hasta que él se volvió a Londres, a grabar su nuevo disco, que pronto tuve en mis manos con una carta que decía: Gracias por darme la inspiración que necesitaba y que había perdido. Te quiero, John.