Un verano caliente - 9

Mi nueva amiga me lía para hacerlo con sus amantes, mientras una confusión del novio de Mónica me hace pasar una buena noche.

ITALIA – 2

Estaba ya profundamente dormida cuando entraron Mónica y David agarrados, algo bebidos y dando tumbos. Tuvieron el detalle de apagar la luz de la habitación al entrar en el baño para no despertarme, pero hicieron tanto ruido y alborotaron tanto que tuve que abrir los ojos a ver qué pasaba; parecía que la estaba sujetando para que se lavara un poco la cara, luego entraron y la recostó en la cama, quitándole los zapatos.

Se hizo un lío con la ropa, no atinaba a desabrocharle la falda, así que me levanté, le metí en el cuarto de baño y me encargué de acabar de desnudarla. Menos mal que tenía poca ropa. La blusa y la falda fue lo más difícil y con el sujetador me costó un poco, la tuve que volver un par de veces. Para las bragas colaboró algo: mantuvo las piernas levantadas apoyadas sobre mi cuerpo mientras se las sacaba.

Acabé tapándola con las sabanas, luego cerré el cuarto de baño para que David no molestase, debía estar devolviendo, y me metí en la cama quedándome dormida.

Me desperté de madrugada, al sentir una presión en mi espalda y un bulto contra mi culo. Vaya, mi marido siempre se despierta así y se queda un rato junto a mí, guardando el calorcillo de mi cuerpo antes de levantarse para ir a trabajar. Ese bulto se adentraba entre mi culo, empujando, mi marido tenía ganas esa mañana, así que separé un poco los cachetes con la mano y le facilité la entrada.

Según se iba despejando mi mente recordé donde estaba: en Florencia, no en casa. ¿Sería uno de los italianos? No podía ser, como iba a haber entrado. Entonces tenía que ser David, que al salir del baño, sin tener muy claro donde estaba, se metió en mi cama anoche.

Se mantenía muy quieto junto a mí; me había bajado las bragas a mitad del muslo para sentirme mejor y colocado una mano sobre uno de mis pechos. Su respiración, un poco ronca en mi nuca, me reveló que estaba tal vez dormido, y muy a gusto, por supuesto, pero la punta del pene ya estaba dentro y no sabía qué hacer ahora.

Pensé que lo mejor era estarme quieta yo también y esperar a que me soltase un poco para separarme; o que se despertase y al ver que no era su cama se fuera a la de Mónica, y en esa excitante postura, me fui quedando dormida otra vez, pensando en mi marido.

Algo me despertó de nuevo un rato después. A través de mis párpados entraba un poco la luz del amanecer, pero no era eso, sentía algo extraño. Ya no notaba la presión del cuerpo de David en mi espalda, pero si en mi culo y eso duro que estaba a la entrada de mi vagina, empujaba para abrirse paso. Se movía intentándolo y esos movimientos estaban sometiendo a mi clítoris a una fricción continua, que ya surtía efecto en mi cuerpo, notandome empapada ahí abajo.

Empecé a sentir placer, ese gusto que te va acalorando con las caricias previas, que hace que cada vez lo desees mas y que no puedes controlarte.

Tenía que parar ahí. Deslicé un poco la pierna que quedaba debajo, hacia mi pecho, para apoyarme en ella y poder incorporarme, pero lo que ocurrió es que le dejé el camino libre sin querer, pues aprovechó que yo separé un poco las piernas para meterla un poco más aun.

Estaba agarrado a mis caderas, un poco separado de mí y con el pene medio dentro, medio fuera. Entonces dio otro impulso y lo metió del todo. Solté un gemido, mas de placer y rendición que de desagrado, pero intenté permanecer lo mas quieta posible; a lo mejor él se dormía así o se conformaba con ese avance, no sé, pero intenté controlar mi deseo y no moverme del sitio, porque temía acabar pidiéndole que siguiera.

Una vez que había conseguido introducirlo casi totalmente llevó las manos libres a mis pechos y comenzó a recorrerlos y jugar con ellos, excitándome más todavía.

Se acercó a mi oído y me susurró – Mónica, ¿es que no quieres? – esta sí que era buena, ¿Qué hago ahora? Tomé la solución más cobarde: me quedé más quieta todavía y esperé que decidiese él.

Sentía su miembro crecer en mi interior y su vientre pegado a mi culo. Me estaba gustando, tenía una herramienta no muy grande pero si dura y con la energía de los veinte años.

Enseguida comenzó el moviendo de entrar y salir, golpeando mi culo contra él y entonces comprendí que no había sido cobardía, sino deseo, aunque no quisiera confesarlo. Estaba deseando que continuase y seguí dejándole pensar que estaba con Mónica, ya tendría ella más ocasiones.

Tranquilizada así mi conciencia, decidí colaborar lo mejor posible, levanté un poco las piernas y empujé mi culo hacia atrás.

Al sentir mi entrega aceleró el ritmo de una manera impresionante, parecía una moto. Sus muslos golpeando mi trasero y el chapoteo de nuestros jugos que se deslizaban hacia fuera cada vez que la sacaba, hacían más excitante la situación al introducir en el silencio de la noche el aliciente del sonido de los dos cuerpos.

Sentí mi orgasmo y él no paraba, bombeaba cada vez con más fuerza, hasta que empezó a dar grandes resoplidos y convulsiones y se corrió dentro de mí, momento en el que me vino otro pequeño orgasmo, cayendo entonces mi cuerpo desmadejado ante la falta de reacción de mis músculos a cualquier estimulo.

No oí el despertador. Fue Mónica al encender la luz del baño la que me despertó. Ignoro si nos vio, porque yo me levanté enseguida y tirando de David le saqué al pasillo con su ropa en la mano. Entré al baño, porque ya era muy tarde, Mónica se estaba duchando.

Al salir y coger la toalla me dice - ¿te lo has follado? - Le dije casi toda la verdad y como me había llamado con su nombre y no había sabido reaccionar. La engañé solo asegurándole que yo no me había enterado y no sentí nada, y se lo creyó, pero comentó que habría que buscar alguna solución. Sí, puede que fuera lo mejor pensar en algo, porque si seguían bebiendo así todos los días, me veía con alguien en mi cama cada noche.

Esa mañana estuvimos en Pisa, comimos allí y luego regresamos al hotel.

Me pasé incomoda las primeras horas, porque al ir a vestirme no encontré las bragas, preparo siempre toda la ropa del día siguiente por la noche antes de acostarme; mi maleta ya era un desastre para buscar nada, y al final, como era tardísimo y con las prisas, tuve que bajar sin ellas. Afortunadamente hacía calor y para la hora de comer ni me acordaba de ese detalle. Supongo que alguno lo advertiría cuando al sentarme sin recordarlo, y la falda se me subiera, quedase todo al aire y bien expuesto.

Mónica me pidió por el camino que le dejase la habitación un par de horas, iba a dormir un poco y David a lo mejor se acercaba. A lo mejor no, ¡seguro! Pensé yo. No puse ningún reparo, excepto que necesitaba subir cinco minutos a buscar unas bragas, porque no llevaba y le conté lo que me pasó al ir a vestirme.

Se enderezó un poco sobre el asiento, se bajó las suyas y me las entregó, pidiéndome disculpas. Eran las mías. Al igual que yo, con las prisas de la mañana se puso lo primero que encontró

Estaban calentitas y un poco húmedas y me hubiera gustado ponérmelas allí mismo, pero estando en el lado del pasillo, me dio vergüenza, así que las metí en el bolso.

Ya en el hotel, me quedé un poco indecisa en recepción, pensando qué hacer durante esas dos horas y cuando iba a salir a dar un paseo apareció la guía a mi lado y al verme parada me invitó a tomar un café. Esa mañana había estado radiante y se me ocurrió pensar que su, o sus amantes, habían cumplido la noche anterior. Yo quería preguntarle discretamente algunas cosas, así que acepté.

Allí sentadas, hablando de la excursión para no entrar en materia muy bruscamente, éramos objeto de las miradas de todos los hombres que pasaban a nuestro lado, lo que era bastante lógico porque ella lucía una falda de vuelo cortita y una camisita negra muy fina, casi transparente y tenía una figura increíble, y yo, con la falda un poco recogida al estar sentada y las piernas al aire, tampoco estaba nada mal. Ella hizo el comentario de lo buenas que debíamos estar porque éramos el centro de atención de casi todos los hombres y yo aproveché para afirmar, con gesto malicioso, que ella se veía realmente así, pero que lo más importante era su sonrisa y su cara de felicidad.

Captó mi intención y preguntó - ¿se me nota mucho? – Por supuesto, emites luz -. Se rió  y me contó un poco de la noche anterior, pero yo iba por otro lado; quería saber si ella, casada, por lo que me había dicho, y con dos hijos, no le importaba engañar a su marido y, si tenía aventuras con frecuencia, no acabaría enterándose él.

Me explicó lo mal que se sintió la primera vez que lo hizo en una fiesta, con un grupo que la invitó “por simpática”  y como un par de ellos se habían aprovechado de su estado, bastante alegre, para proponerle que subiera a la habitación con ellos y ella había aceptado. Cuando, pasados unos días, su marido la encontró rara, acabó por decirle lo que había pasado.

El la entendió y le dijo que la quería lo suficiente como para que una aventura eventual pudiera separarles, y desde entonces, aunque no lo busque, agradece una buena compañía de vez en cuando. Eso era lo que yo quería saber y a cambio tuve que explicarle que yo también era casada y que con tantos chicos, todo el día de juerga juntos, no sabía lo que podía pasar, pero me cuidé mucho de contarle, que ya me había pasado.

La avisaron por megafonía que acudiera al teléfono y me dijo que no me moviera, que serían sus amigos. Tardó un rato largo y cuando regresó puso un gesto de sorpresa y sentándose junto a mí, me dice bajito - ¿has perdido las bragas en Pisa?- cerré las piernas de golpe, para decepción de la mitad de los hombres que miraban desde la barra y le expliqué la faena que me había hecho Mónica.

Se rió y me dijo que había quedado allí con los dos chicos, pero que se retrasarían un par de horas, proponiéndome que nos fuéramos a la sauna un rato. Le comenté que no podía entrar en la habitación a por una toalla y me explicó que la encargada del gimnasio me dejaría una, al ser cliente del hotel.

Subió a cambiarse y yo fui directamente a la sauna, recogí un toallón que me ofreció la encargada y entré en el vestuario. Colgué toda la ropa, y saqué las bragas del bolso para luego: por este día ya me había lucido bastante. Ella entró poco después con la toalla enrollada y, dejándola sobre el banco, se tumbó a mi lado.

No hablamos mucho, pero de vez en cuando me pasaba la mano por mi pecho, se detenía cuando llegaba al final del vientre, por encima de mi pelo y subía de nuevo hasta el pecho. Yo alguna vez la correspondía, porque parecía un gesto cariñoso, mas que sensual.

No habían pasado ni veinte minutos cuando se abre la puerta y aparecen sus dos amigos, que, por lo visto se habían podido librar antes de lo previsto. Se tumbaron enfrente y se quitaron la toalla. La verdad es que estaban bastante bien: el cuerpo moreno y musculoso y el culito duro y blanco.

Nosotras salimos a ducharnos un poco y según entramos salieron ellos a lo mismo. Nos sentamos juntas en el banco de arriba y al entrar ellos lo hicieron en el de abajo, junto a nuestra piernas. Ella seguía pasando a ratos su mano por mi piel sudada y en algún momento me pareció algo más erótico, mas intencionado al entretenerse más de lo debido en algunas zonas.

La dejé hacer y ella ya no retiraba la mano. Cuando noté otra mano acariciando mis muslos y otra en mi vientre, comprendí que lo había preparado ella y me relajé a la espera de acontecimientos.

No tardaron mucho en tumbarme y acariciarme con sus dedos y sus labios. Sentí unas manos acariciarme un poco el pelito suave, luego me abrió con dos dedos y metiendo un poco la lengua, empezó a pasarla por mi interior.

Nunca me lo habían hecho así, y antes de que me diera tiempo a reaccionar sentí un placer nuevo y desconocido y le tuve que dejar seguir. Movía su lengua en círculos dentro de mí, mientras el otro pasaba su lengua por el interior de mis muslos; me dejó de pronto y se puso de rodillas en el banco, acercó su pene a mi rajita y despacito fue haciendo presión. Ella mientras, besaba mis pechos y el otro mi boca, haciéndomela abrir para jugar con su lengua en la mía.

Todo este ajetreo me estaba gustando un montón, nunca me había pasado nada parecido en mi vida y menos al mismo tiempo y con tres personas.

El que estaba a mis pies no podía introducirla del todo, por su posición forzada y se movía como podía para darme placer, ella seguía con sus labios en mis pechos y yo empecé a abrir la boca, dando algunas pequeñas boqueadas por el goce que ya me iba invadiendo.

En ese momento el que estaba libre se puso en el banco de arriba e intentó meter su pene en mi boca. Nunca me ha gustado eso así, soy yo la que me acerco, a un pene rico, y voy poco a poco, lo otro me parece un uso, como una violación, y separé mi cara bruscamente.

Parece que se dio cuenta de su error y se retiró mientras su amigo seguía entrando y saliendo y yo entregada y disfrutando de su polla y de esas manos que recorrían mi cuerpo suavemente, hasta que me corrí casi sin aire, boqueando y retorciendo mi cuerpo entre esos tres cuerpos.

Entré en la habitación sin hacer apenas ruido: estaban tumbados muy juntitos, dormidos. Menos mal que me dijeron que un par de horas; si no llego a subir se hubiera pasado toda la noche sin que ellos me avisaran que ya podía volver. Me quedé mirándoles un ratito. Era la estampa característica de una pareja nada mas acabar de hacer el amor.

Ella tumbada de espaldas y él con un brazo por encima de su pecho. La pierna de David montaba sobre el muslo de ella y el pene, todavía con buen tamaño, sobresalía entre ambos, muy cerca del sexo de Mónica. No pude remediarlo y les hice un par de fotografías, y acercándome un poco mas tomé otra del sexo de los dos, pegados y relucientes, después del ejercicio que habían realizado.

Me dio un poco de envidia, aunque yo también había tenido mi sesión, pero aquí se veía más cariño, no solo sexo. Entonces decidí darme un buen baño: la sauna no me había relajado. Dejé el vestido y los zapatos encima de una silla y entré en el cuarto de baño.

Abrí el grifo del agua caliente de la bañera, y cuando el nivel llegó casi hasta arriba y el cuarto estuvo lleno de vapor me metí, sintiendo el agua caliente reconfortando mi cuerpo.

Estuve por lo menos una hora, hasta que entró David, con los calzoncillos puestos a medias y bostezando, y se sentó en el borde de la bañera. Charlamos un rato. Comprendí que no se había enterado de lo de la noche anterior, porque me dio las gracias por permitirle quedarse la otra noche y esta tarde.

Me pareció que necesitaba hacer uso del baño, pero era una situación un tanto extraña para mi gusto, salir del baño desnuda delante de un chico casi desnudo también, me podía la vergüenza o las normas de siempre, hasta que recapacité que me había visto ya desnuda un montón de veces y algo mas, y que era una tontería de esa educación que invariablemente nos queda en la memoria. De modo que abrí el tapón del desagüe, me levanté y cogiendo la toalla que me ofreció, pasé a la habitación.

Mónica, con los ojos medio cerrados, me llamó

  • ven aquí.

Me senté en su cama y me acerqué a ella, que pasó su brazo por mi espalda reteniéndome a su lado, me reclinó para que acercara mi cara a la suya y me dijo bajito

  • gracias…te quiero.

Puse mi cara entre sus maternales pechos y mi mano en su hombro y cerré los ojos.

Me imagino que David se sorprendió al salir y vernos así o le enterneció ese cuadro tan fraternal,  porque recogió su ropa y cerró la puerta sin hacer el más mínimo ruido.